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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Sáb Oct 06, 2018 8:48 pm



It's the moment of truth




Desde aquel fatídico encuentro con su Venus, quien ahora reconocía como Stella Milani, había estado evitando por completo a Annabeth. Al principio había sido por enojo, no con ella por supuesto, pero temía que su querida amiga terminase pagando los platos que otra había roto. Cuando la molestia disminuyó, llegó la vergüenza. ¿Cómo decirle a Ann lo que había estado por hacer por esa arpía mentirosa? ¿Cómo podía decirle sin provocar también la ira de su pequeña, que la mujer por la que había estado a punto de vender el alma, era el mismo diablo, y que se quedaba con todo? Porque sí, iba a quedarse con todo si llegaba a hacer lo que había planeado. Se quedaría con el dinero, los viñedos, y con su corazón. Seguía preguntándose una y otra vez cómo había podido ser tan idiota para caer en su juego.

Desde incluso el día siguiente a que descubriese la verdad, había llegado a la mansión de Annabeth pasada la media noche y salido de ella incluso antes del alba, sin haber podido pegar el ojo en todos esos días. Su refugio desde entonces había sido la pequeña pérgola en donde finalmente había aceptado que quería más a esa mujer de lo que se había atrevido a aceptar. En donde, con besos apasionados, ella le robase hasta el aliento.

Cuando llegó el lunes, día en que se suponía que iba a encontrarse nuevamente con su Venus, aunque estuvo allí, aunque la esperó por horas, cuando finalmente llegó el momento del encuentro, no pudo enfrentarla. Permaneció escondido tras unos arbustos, por el camino a la izquierda, el camino opuesto al que habían recorrido juntos. La vio llegar y devolverse, la vio esperar e incluso vio la decepción en sus ojos cuando, una hora más tarde, se dio cuenta que él no llegaría. ¿Tan ansiosa había estado por restregarle en la cara lo iluso y estúpido que había sido con ella?

Y después… Después vino lo peor…

Otro hombre se apareció en la escena, acercándose a ella por detrás, con un cariño y una camaradería típicos de alguien que le conoce muy bien, hace mucho tiempo. Y ya no pudo seguir mirando. Negó con la cabeza y se marchó. Sin importar lo que ella hiciera con ese sujeto, ella terminaría por sucumbir a su ambición y casándose con él. Estaba totalmente convencido de eso. Aunque no sabía cuál, si el gozo o el dolor, era el sentimiento que con más fuerza lo embargaba ante la expectativa.

Por primera vez en días llegaba a la mansión con el sol aún en alto y, aunque su primer pensamiento fue irse directo a su habitación, decidió que ya era tiempo de enfrentar a su amiga y contarle todo. Ya había tenido sus días de debilidad, pero no podía seguir siendo tan patético. Stella lo había engañado, sí, debía aceptarlo y enfrentarlo con toda la dignidad que pudiese. Y, si en el proceso lograba hacer a la mujer si quiera la mitad de miserable de lo que se sentía, sería ganancia. Así pues, desvió su camino y enfiló sus pasos al despacho de Annabeth, encontrándola, como era usual, sumergida en un mar de papeleo.

Ya con la puerta abierta, notando que estaba tan concentrada para siquiera notar su presencia, tocó la puerta tres veces y la miró desde el marco. – Hola, Annie. – Saludó antes de adentrarse, cerrándola tras su paso. – ¿Tienes un minuto? – Aunque claro, era más de un minuto lo que tardaría. Estaba seguro ella lo comprendería tan solo de ver su semblante sombrío por la determinación, reflejo del más puro orgullo Russo herido.

Lucciano Russo
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Mensaje por Annabeth De Louise Lun Oct 08, 2018 2:29 am




Te pongo mi hombro, llora conmigo.





Desde que Lucciano fuese con su prometida, algo pasó porque de pronto, se esfumó de la mansión. Los sirvientes le indicaron que había llegado muy tarde por la noche y se fue muy temprano en la mañana. Eso provocó que el típico gesto Moncrieff apareciera en su semblante: juntaba las cejas por el centro hasta intentar hacer de éstas una línea. Lo que sí se formaban en su entrecejo, eran tres gruesas arrugas demostrando su descontento. ¿Qué pasaría para que tuviera tal semblante? Intentó buscarlo al otro día, nada. La misma mecánica. Entendió que no quería hablar, así que se dedicó a continuar investigando para un joven griego que intentaba descubrir algo sobre la Grecia Antigua y qué mejor que Phoenix para ayudar.

Estuvo divagando por dos días con la investigación de este griego, visitando antiguos vampiros como Aglaia que era espartana a ver si sabía algo al respecto. Molestó a algunos hechiceros para ver si podían invocar algunos espíritus para hacer pesquisas. Nada. No había algo que pudiera ser tan viejo como para que le diera tal información. Se quedó sentada un día frente al porshe de la casa pensando cómo hacer para investigar. Eso de que encuentre un muro, le disgusta. Miraba sus zapatos como si fueran la cosa más interesante del mundo cuando decidió hacer una locura. Contactar a uno de sus ayudantes en la Grecia. Mandó telegramas uno tras otro, con un código secreto para obtener los datos. Parecía que funcionaría de no ser porque la comunicación se cortó.

La dejó sorprendida porque pocas veces le pasaba ésto. Fue cuando comenzaron los "accidentes": una de sus ruedas del carruaje perdió el torno que la mantenía sujeta y terminó mal parada cuando el cajón del vehículo cedió y cayó de lado, para su fortuna, nada malo le sucedió. El café de la señora Abbes se quemó justo un día que estaba ella disfrutando de uno de sus libros. Salió ilesa para su fortuna. Y uno de sus caballos, en tanto daba un paseo, perdió una de las herraduras y por poco cae encima de ella. Fue un gran dolor porque hubo que sacrificar al animal porque se rompió las patas en el suceso. Así que decidió quedarse en casa. ¿Quién quería hacerle daño? Porque ésto ya no era casualidad.

Justo cuando está revisando unos documentos, ya entrada la tarde, Lucciano se asoma a su despacho haciendo que la inglesa alce la mirada hacia él apreciando las ojeras que decoran su rostro que denota su sufrimiento. Otra vez el gesto Moncrieff aparece en su rostro sin comprender qué está pasando con su amigo. Dejó a un lado todo invitando a sentarse - Por supuesto, ¿Qué te aflige, Lucciano? ¿Qué pasó con tu prometida? ¿Es por eso que estás tan raro a últimas fechas y me evades como si tuviera rabia? - él desconoce todo lo que le sucedió. Tiene prohibido a todos en Phoenix hablar del tema y para su fortuna, ninguno de sus accidentes dejó alguna marca visible en su cuerpo. Puede caminar con algo de dificultad, pero fingir una torcedura es fácil. Ya que Lucciano indague por alguna herida en el rostro, sería más difícil de ocultar. Espera paciente a que su amigo abra la conversación dándole tiempo para desahogarse que al parecer, buena falta le hace.

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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Dom Oct 14, 2018 11:59 am







Las preguntas se Annabeth llegaron en tropel, llenando su cabeza de la confusa mezcla de respuestas para todas ellas. Sintiéndose como un león enjaulado, extendió una de sus manos con la palma arriba hacia ella, pidiéndole sin palabras salir de allí y caminar, de lo contrario comenzaría con su molesto hábito de dar vueltas por la habitación mientras intentaba explicarle todo lo que había sucedido. Prefería llevarla de su brazo en una caminata por los jardines. – No te evado como si tuvieras rabia, Annie. Te evado como si yo tuviese rabia y no quisiera contagiarte. – Le explicó brevemente, guiándola hacia los perfectamente cuidados exteriores de la mansión, y no dijo una palabra más hasta que se hubieron alejado lo suficiente de la estructura arquitectónica.

Repasó rápidamente, tal como había hecho ya tantas veces en los últimos días, todos los momentos vividos con la verdadera y la falsa Stella. Había tenido muchas pistas, se daba cuenta ahora, simplemente había sido confiado y poco suspicaz; ese error le pasaba factura ahora. – Verás… – Quiso empezar a decir, pero no sabía realmente por dónde comenzar. Por lo que optó por ser directo. – La mujer por la que estuve a punto de aceptar tu oferta y endeudar al ducado por años, no es otra que la misma con quien iba a romper el compromiso. – Explicó, en pocas palabras, el meollo del asunto. – Fui taimado por un par de mocosas sin oficio, cuya mayor preocupación es la cantidad de dinero que papi puede gastar en sus vestidos esta temporada. – Hizo burla de la situación, sintiéndose avergonzado, pero mostrándose altivo ante las circunstancias.

Con la mirada perdida en el bosque con el que colindaba la mansión, intentó imaginarse lo terrible que hubiera sido si no lograba darse cuenta de la situación a tiempo, si no las hubiera descubierto. Era masoquista al castigarse mentalmente de esa manera, pero debía mantenerse cuerdo, sujeto a algo más poderoso que el dolor, y eso era su orgullo. Estaba herido y pisoteado, era cierto, pero lo mantenía funcionando en lugar de permitirle ir corriendo con Stella Milani y hacer una vergüenza mayor de sí mismo. Ya se imaginaba incluso lo que su madre diría si un día se enteraba de lo ocurrido. “Donato no habría permitido nunca que una mujercita lo burlara.” Como si no hubiese tenido suficiente ya de Donato toda su vida.

– Stella Milani buscó alguien que se hiciera pasar por ella, mientras se encargaba de jugar con mi mente. Todo lo que quería era precisamente lo que estuve a punto de hacer, para quedarse con toda la fortuna Russo. – No podía ser una explicación más breve y concisa, pero no tenía ánimos para explayarse en detalles, a menos no si su pequeña no preguntaba.

Detuvo su andar por un instante. Debía decirle a Annabeth lo que pensaba hacer, aunque no estaba seguro si ella le apoyaría o querría ponerle las manos al cuello para zarandearlo por su estupidez. Él mismo pensaba que debía dejar todo aquello atrás, darle a la ambiciosa chica lo que quería, y vivir su solitaria vida en medio de sus viñedos. El orgullo simplemente no se lo permitía. – Voy a casarme con ella. No voy a darle el gusto de verme derrotado. Si realmente le interesa tanto la fortuna Russo tendrá que casarse, y si no quiere casarse tendrá que renunciar, porque yo no lo haré. – Concluyó su reporte de daños, esperando reacción de su pequeña amiga.

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Mensaje por Annabeth De Louise Jue Oct 18, 2018 11:22 am




Donde las cosas van mal,

pueden estar peor.





Pareciera que de pronto, todo en sus vidas se está yendo en picada. No quiere pensar en lo que les está pasando, en tanto toma la mano del varón para dejarse conducir fuera de su despacho dejando atrás todo lo que Phoenix requiere. Cada vez está la situación más intensa y peligrosa, desde que dejara la casa de Bernard, el siguiente encuentro donde descubrió que era un licántropo y con ello, desapareciera de su vida. Literalmente, porque no puede encontrarlo por ningún lado. Teme que su ex prometido, Valentine le encontrase y lo liquidase. Conociendo cómo es de rencoroso el cazador, se ve en la penosa necesidad de creer que algo le pasó al licántropo. El amor que pudiera tener por alguno de los dos está cada vez más en peligro. ¿Cómo defender a alguien que no le tiene confianza para decirle qué es? ¿Cómo apoyar a un ser que ataca a lo que ella quiere? No es momento para preocupar a Lucciano, suficiente tiene con sus palabras de que tiene rabia. Ha de ser un sentimiento mal encaminado el que se le atravesó en el pecho desde que visitara a su prometida. ¿Qué pudo salir tan mal para que se aleje de ella? Su depresión es otra de las razones por las que Annabeth está preocupada, tanto que ni siquiera los accidentes que le sucedieron, le interesan.

Una vez en los cuidados jardines, a la vista de nadie y al mismo tiempo, de toda la servidumbre, Lucciano puede empezar a hablar. Y cuando lo hace, la deja boquiabierta. Se queda en silencio intentando que su mente una todo lo que él acaba de decir porque es confuso. - ¿Dices que la chica con la que te veías era tu prometida? ¿Cómo puede ser? ¿Cómo no te diste cuenta desde que te entrevistaste con ella? - cuando le explica del cambio de lugares alza una ceja sorprendida. Parpadea porque la mente humana es tan intrincada que es capaz de crear todos estos entresijos con tal de obtener lo que desea. En este caso, la codicia es la que prima. El viento se lleva juguetón los caireles que escaparon del peinado de la inglesa, se lleva la diestra mano para acomodarlos tras la oreja. Se queda pensando en todo lo que hicieron.

Recuerda lo que él le platicó, - entonces se metió en tu camino para asegurarse de que te enamoraras de ella y romper así el compromiso para después, no casarte contigo. ¿Cómo es que la conociste? - el resto de la conversación le sorprende. Por un momento, abre la boca para reprenderle y en lugar de ello, calla. Entiende todo lo que en la mente de Lucciano está pasando. Se aleja de él, abrazando su cuerpo, meditando todo lo que está pasando. Él no quiere que ella se quede con el dinero sólo porque es una cazafortunas. Para él, es el esfuerzo de tantas personas que al final, son los que vana padecer. No está protegiendo sus sentimientos, si no a todos los que están tras él. Intentar que cambie de opinión sería más difícil que encontrar quién es el que está haciéndole daño a la humana.

Se acaricia la barbilla en silencio, su colmillito muerde su labio inferior antes de decidir - vamos a tomar un café fuera de este lugar, cambiemos de ambientes - le invita tomando su mano - necesito salir, me gustaría ver algo más que estas paredes y por favor, quiero ir contigo - le sonríe dulce antes de fruncir los labios porque sería más fácil que él aceptara comprometerse con ella. Le daría todo lo que tiene con tal de que estuviera bien, para ello, tendría que regresar a Florencia y no puede hacerlo. No debe hacerlo. Sería arriesgar a todos aquéllos que él protege. - Pediré mi sombrero y puedes ir a arreglarte, pero hoy, lo pasaremos en la calle, es justo que si te vas a ir, al menos conozcas un poco más de París - le sonríe a duras penas.

Si él se casa con esa mujer, será infeliz. Lo saben, ambos entienden ese punto, más hoy, él sigue sin una esposa que le limite los movimientos y Annabeth desea sentir por una vez en toda su vida, lo que hubiera sido si él se comprometiera con ella. Si él, deseara ser su novio, prometido o esposo. Y si la otra es tan mala, es justo que pueda darse ese capricho ella, que tanto lo cuida y tanto arriesgó por su felicidad. ¿Es egoísta? No le importa. Por hoy, la inglesa se desprenderá de sus tabúes para ser quien pudo ser. Lo demás, es poco trascendente.

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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Dom Oct 28, 2018 8:10 pm







Que, ¿Cómo la conoció? Tras esa pregunta no puede evitar que su mente vuelva a ese instante exacto. Al principio había creído que era cosa del destino, ahora suponía que, al verlo, ella misma había provocado el accidente en el que su caballo terminaba tumbándola al suelo para llamar su atención, para atraerlo, para hechizarlo con sus preciosos ojos verde agua, con el batir exagerado de sus largas y rubias pestañas. Era una artista en el arte de engañar, se daba cuenta, porque le había creído en todo momento. La había creído pura e inocente, ahora dudaba incluso de que no se hubiera entregado ya a su hermano.

La petición de su amiga lo toma sorpresa y, aunque en realidad no deseaba más que volver a su habitación y encerrarse allí, no se siente capaz de negarle algo cuando le mira de esa manera dulce, cuando en verdad siente su apoyo. Ella sabe lo mucho que perdería, y sabe también que no tomará la salida fácil sin un motivo. Antes estuvo seguro de querer renunciar al compromiso solo por ella, por la ilusión de que ella le correspondía, porque quería tenerla a su lado. Ahora, una parte de él admitía que no renunciaba porque, aunque la despreciara, aún quería esta con ella.

Asintió ante las palabras de la pequeña y la acompañó de vuelta a la mansión, en donde tomaron caminos separados para prepararse para salir. Annabeth tenía razón. Además, se iría en solo un par de días, por lo que era justo pasar con ella tanto tiempo como pudiese antes de marcharse a Florencia. No se habían visto en muchos años y era probable que, tras la boda, no volvieran a verse en otros tantos. Stella Milani se convertiría en su esposa, para bien o para mal, pero esa tarde todavía era un hombre soltero, en casa de su mejor y única amiga, no desperdiciaría ni un minuto.

Rápidamente cambió su atuendo por uno un poco más elegante, un traje que le permitiera ser distinguido como alguien de su estatus, aunque no tuviera el físico que correspondía. Al bajar nuevamente, se encontró con la joven ya preparada, con su sombrero cubriendo parcialmente su cabello y su rostro, y el carruaje esperando en la entrada de la mansión. Le ofreció su brazo caballerosamente y la ayudó a subir en el vehículo, subiendo tras ella. Como iban solos, había elegido un carruaje descubierto, de manera que no pudiesen crearse habladurías respecto a su reputación, lo cual aplaudía enormemente.

Una vez el carruaje enfiló su camino hacia la ciudad, no pudo evitar preguntarle. – ¿A dónde nos dirigimos? ¿Dónde quieres ir ahora? – Pero, antes de que pudiera responder, le pidió. – Por favor, llévame a algún lugar al que no hayamos ido ya. – Con su petición pretendía no visitar algún lugar que le recordase a Stella, no quería más de ella, al menos por ese día, bastante tendría de ella el resto de su vida. Se propuso entonces olvidarse de la mujer rubia que se convertiría en su esposa y concentrarse en Annabeth, en complacerla en todo cuanto pudiese, y disfrutar esos últimos días a su lado.

Al verla allí, sentada frente a él, no pudo evitar pensar en lo fácil que hubiera sido su vida si hubiera tenido el coraje de decirle alguna vez lo que había sentido por ella. A veces deseaba volver atrás el tiempo, aunque ella lo rechazase al menos ya no viviría con el What if? ¿Qué hubiera ocurrido si se le hubiera confesado y ella lo hubiera correspondido. Probablemente para ese momento estarían casados, tendrían al menos dos hijos, y vivirían tranquilamente en Florencia, él con sus viñedos, ella haciéndose cargo del hogar de ambos.

Por más que esos fuesen sus deseos más egoístas, ahora creía que incluso aunque todo hubiera salido de la mejor manera posible en aquel momento, Anna se sentiría miserable estando encerrada en Florencia. Su vida tal como era ahora estaba llena de emoción, rodeada de sobrenaturales por doquier, mientras que la vida que él podía ofrecerle sin duda estaba llena de aburrimiento en comparación.

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Mensaje por Annabeth De Louise Lun Oct 29, 2018 3:18 pm




Todos comparten la culpa en una relación,

así funcionan las cosas.





Después de tantos años juntos, Annabeth se mantiene con la agudeza emocional para entender que su amigo está devastado después de todo lo que sucedió en estos días. Es como el gato viudo, quejándose del mal de amores que una sola gata cualquiera le dejó más enfriado que un hielo de jaibol. ¿Qué hacer? Sacarlo de ahí es lo primero, llevarlo a un lugar donde pueda dar rienda suelta a su desesperación y para que deje de pagar la inglesa el pato, tiene que actuar con rapidez. Así que se pone de acuerdo con él, le manda a que se arregle y ella misma acelera el paso para llamar a su ama de llaves que la acompaña con la velocidad del rayo para arreglarse y quedar lista para la salida y en tanto va cambiando los ropajes, da las instrucciones para que al menos Phoenix siga adelante en tanto ella se desliga de todo para ir a ayudar al gato, perdón, a su amigo.

Ordena el carruaje descubierto para que ambos puedan ver todo el paisaje y de paso, darle algunas indicaciones de los lugares que seguro no ha visto después de tantas desventuras. Está volviendo a curar sus heridas después de un desamor. ¿Debería parar y ser la que le diga que basta para que entienda que está sobre dimensionando todo? Puede ser que no sea así, pero hay algo que no le cuadra. No le da de todo lo que le contó, que ella hubiera planeado los momentos perfectos para hacer tal puesta en escena. ¿O quizá Annabeth es demasiado buena como para ejecutar semejante atrocidad? Y si jamás lo vio, ¿Cómo sabía que era él? Hay demasiadas oscuridades en este relato que no le dan sentido. Se coloca el sombrero bajando las escaleras con rapidez, sonriendo al ver que Lucciano se arregló para la ocasión. Le arregla la corbata con gesto desenfadado - ahora sí, listo. Vamos pues - le toma del brazo que cual caballero le ofrece para subir al carruaje que les llevará al lugar que eligió para conversar.

Como es esperable, la pregunta el italiano es respondida con un - Jardines de Luxemburgo, un sitio bastante peculiar donde podremos caminar y podrás sacar todas las ansias que tienes a cambio de que me digas con exactitud todos los episodios porque me perdí. Dices que lo planeó todo, pero siento que tras tu primera entrevista, algo está mal. Los Jardines son apodados "Luco", la parte más importante es que en ellos está cerca el palacio de Luxemburgo. Ahora, no cualquiera puede entrar, pero si se tiene una apariencia adecuada y el dinero suficiente, verás que estaremos dentro pronto - le guiña un ojo justo antes de subir al carruaje, utilizando su abanico para echarse aire.

El calor es agradable a pesar de ser verano, - no creo que hayas ido jamás porque pocos sabemos que está abierto al público y a qué entrada ir para disponer de la flexibilidad de que nos acepten - se sonríe con diversión. Si hay algo que les gustaba de pequeños, era romper las reglas. Emite un largo y sonoro suspiro - si me cuentas qué pasó con Stella, te contaré qué pasó con Bernard - propone con una sonrisa meditabunda - así, curamos las heridas que cada uno tiene ¿Te parece? Lo único que no acepto es que me regañes como yo tampoco lo haré ahora que estás en este predicamento - condiciona a cambio de que ambos laman sus heridas sin tener que sentir el rigor del coraje del otro.

Se mantiene en silencio unos instantes - me parecerá más prudente empezar con tu relato cuando lleguemos, mientras caminamos, podremos sacar al menos la ofuscación y no te preocupes - se levanta las faldas mostrando sus zapatos - son los más cómodos de todos, puedo caminar con ellos de aquí a Florencia y de regreso, lo que dudo es que me alcance la suela - se ríe divertida. Tiene que encontrarle el lado positivo a todo si no, ambos estarán deprimidos y serán dos gatos maullando a la luna y recibiendo zapatazos. Espera paciente a que él acepte y justo en ese momento, alguien le llama la atención. Es su mujer de confianza, Madame Violet, quien le hace una señal. Se acerca excusándose de su amigo y suspira cuando le dice la razón.

Es su labor, es su obligación, así que regresa con Lucciano - Tendrá que ser en otro momento, me están avisando que hay una persona que necesita de mi ayuda, Lucciano. Sé que la necesitas más tú en estos momentos, pero está herida. Físicamente herida y necesito saber quién fue porque Madame Violet dice que quizá después no pueda decírmelo, está herida de gravedad - se mordisquea el labio sin saber qué más hacer. Le da un abrazo y vuelve corriendo al interior de la casa. Esperando llegar a tiempo.

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