[Libre] Ni siquiera os puedo dar un nombre.

Aurora había pasado una noche complicada junto a sus pequeños en el bosque. Apenas había logrado conciliar el sueño, ya que sus bebés se despertaban cada poco tiempo, y requerían de su atención. Necesitaba un poco de tranquilidad, y por ello acurrucó a su hija sobre su brazo derecho, y a su hijo sobre el izquierdo. En cuanto los dos se quedaron dormidos, comenzó a caminar hacia la playa, para poder contemplar el amanecer.

El hecho de ser madre era algo nuevo para ella. Comenzaba otra etapa de su vida, y sabía que no sería fácil, pero podía con ello. Hacía unos días que había dado a luz, y su cuerpo todavía se estaba habituando al cambio de ya no albergar a otras personas dentro. Sufría dolores de vez en cuando en el vientre y en los pechos, y se sentía más irritada de lo normal, pero ver el rostro de sus enanos en calma lograba sacarle una sonrisa.

Después de un largo paseo, logró por fin llegar a su destino. Todavía era de noche, pero estaba comenzando a clarear, así que no tardaría en amanecer. Para poder ver con total nitidez la puesta de sol, se sentó cerca del mar, permitiendo que sus pies se mojasen con el agua cada vez que venía una ola, y se hundiesen en la arena empapada.

Una ligera brisa soplaba en el lugar, cuando la joven se quedó embobada mirando a sus bebés. Era precioso observar cómo dormían plácidamente, con sus dedos pulgares dentro de sus boquitas. Estaban tan bonitos cuando descansaban…

En medio de todo, un pensamiento de culpa comenzó a ocupar la cabeza de la muchacha. Todavía no les había puesto nombre. Con todo lo que había pasado, no había tenido ni tiempo ni ganas de hacerlo, pero no podía ni quería privarle a sus hijos de algo tan esencial. No pudo ni siquiera ponerse a elegirlos en ese momento, ya que al segundo la pequeña se despertó y comenzó a llorar sin cesar, provocando que su hermano también acabase haciendo lo mismo. Aurora los meció entre sus brazos, y acercó cada uno a uno de sus pechos después de haberse bajado los tirantes del harapo que llevaba como vestido. De esa manera, se callaron al momento, y la mujer suspiró del alivio. -¿Cómo podéis tener tanta hambre? Sois unos glotones de mucho cuidado...- Acarició con uno de sus dedos el moflete derecho de la enana, y con la otra mano masajeó los pies del pequeño, para a continuación mirar al horizonte. Por fin había comenzado a amanecer.

Esa sensación de calidez que le estaba transmitiendo la escena que estaba viviendo desapareció al momento en cuanto escuchó un aparatoso ruido provenir de entre los árboles que cubrían los alrededores de la playa. Sobresaltada, se levantó de repente, provocando que sus hijos comenzasen a llorar de nuevo. -Ahora no, pequeños… Shh...- Intentó hacerlos callar, aunque obviamente, sin éxito. Su cuerpo se tensó, quedándose alerta ante cualquier cosa que pudiese ocurrir.

Aurora no pudo evitar soltar un suspiro de alivio en cuanto la persona que había provocado el sonido que había escuchado se manifestó delante de ella. Era un hombre, probablemente desarmado por el gesto que había hecho con sus manos, o al menos si lo estaba no parecía que tuviese intención de atacar. Lo primero que éste hizo en cuanto la vio fue preguntarle si estaba bien, algo que provocó una reacción de tranquilidad en ella. Sus músculos se destensaron, y en cuanto estaba en calma, se subió de nuevo los tirantes de su vestido lo más rápido que le permitía su situación, ya que todavía tenía a sus bebés entre los brazos y eso provocaba que fuese algo torpe. Éstos al notar a Aurora relajada de nuevo, cesaron su llanto, para sorpresa de la joven. Era realmente cierto el hecho de que entre una madre y sus hijos había una conexión especial, que no se podía explicar.

Miró al desconocido a los ojos, y se dispuso a hablar. -Estoy bien, gracias por preguntar. Siento que haya tenido que presenciar esta escena, todavía son muy pequeños y lloran por cualquier cosa. Le agradezco que se haya acercado de esa manera, de verdad. Últimamente no se puede confiar en nadie, pero el hecho de que el primer encuentro con alguien sea tan pacífico, hace todo más llevadero.- Sabía que no podía creer en todo el mundo, pero él no le transmitía un mal sentimiento de primeras, así que iba a darle un voto ciego de confianza.

-¿Permite que me siente un rato? Estoy un poco cansada.- Dijo, con una sonrisa algo forzada en la boca, causada por el esfuerzo que estaba haciendo al cargar con el peso de sus bebés. Sus brazos comenzaban a temblar, un aviso que su cuerpo le mandaba diciendo que necesitaba reposar. Todavía no estaba acostumbrada a tener que aguantar varios kilos de más encima, aunque todo era cuestión de tiempo.

Mientras esperaba la respuesta del varón, devolvió la mirada hacia los enanos. Estaban comenzando a quedarse dormidos, y eso era bueno. A pesar del trabajo que le daban, no se podía quejar. Eran bastante tranquilos, más de lo esperado. ¿Cómo no les había dado un nombre todavía? No se lo merecían. Necesitaba encontrar unos lo antes posible, o no se lo perdonaría.