Vendetta (privado)

por **Ettore Troy** Miér Nov 14, 2018 3:43 am

Las espadas habían sido encontradas, algo me decía que esto no sería ni la primera ni la última vez que el grupo variopinto se encontraría, pero de momento Afrodita y yo debíamos tomar un camino distinto, uno que enfrentaría nuestra propia realidad, nuestro sino.
Nos despedimos de los norteños, de los dioses y así empezamos la búsqueda de Helenna, había desaparecido de su encierro convenciendo a un pobre diablo de ser una mujer pura, de no arrastrar el mal en sus entrañas, el caos era su belleza y yo era muy consciente de ella.
Mi propio hermano sucumbió ante ella y Troya cayó por un amor maldito, aunque a estas alturas no era tan necio como para olvidarme de que los dioses tuvieron mucho que ver en la destrucción de mi hogar, en la muerte de mi hijo arrojado desde la torre y la muerte de mi esposa.

Helenna no estaba en el norte, recorrimos varios países siguiendo un rastro falso, uno que la "inmortal" se había encargado de dejar, hasta que París se convirtió en la pista más fiable, tenía sentido, la ciudad del amor, muy apropiada para una mujer que de él se bastaba, servía y manipulaba.*

Una vez encontrada la espada y disuelta la extraña compañía que había ido a buscarla, Ettore y Afrodita emprendieron camino por cuenta propia. La morena le había prometido al troyano ayudarle a encontrar a Helenna, aquella que había supuesto la condena de su pueblo y de su familia. Afrodita no las tenía todas consigo, no porque no se creyera capaz de localizar a esa mujer, sino que a que temía que, de nuevo, ésta volviera a influenciar a quien tuviera a su alcance y eso incluyera al griego que la acompañaba. Sabía que era irresponsable por su parte, por el papel que ella representaba, pero se había dado cuenta ya de que el apego que sentía por ese hombre, la obsesión que llevaba sobre sus hombros desde hacía siglos y esa pena humanizada que la carcomía, tenían que ver con que se había enamorado de aquel que más la odiaba.

por **Afrodita** Miér Nov 14, 2018 3:43 am

Ahora, además, tenían un nuevo vínculo, porque el inmortal se había vuelto adicto a su sangre y cada pocos días debía alimentarle si no quería que perdiera la cordura y atacara a cualquiera en su lugar, pues las consecuencias podrían ser desastrosas y la diosa no deseaba acarrear con más culpas encima que envolvieran a Ettore.

Cuando llegaron, finalmente, a París, el rastro de Helenna, aquella que ahora se hacía llamar Briseida, les llevó hasta una vieja posada abandonada. Allí no había nadie, ni siquiera la inmortal envenenada. Pero debía hacer poco que habían estado allí además de haberse quedado durante un par de días, al menos, porque los restos de aura eran potentes.

-Estamos cerca...*

Tendríamos que pasar días a cubierto, si bien durante la búsqueda de la espada, los dioses del norte se encargaron de encapotar lo suficiente el cielo para que yo pudiera moverme con libertad sin peligro de acabar incinerado en el suelo, ahora volvía a tener los handicaps de siempre y entre ellos era uno el mas importante, el astro rey pe convertía en polvo.

-Ha estado aquí, cuando anochezca seguiremos su rastro, no va a escaparse en esta ocasión -sentencié.

Admito que mi intención era darle muerte, lo que los dioses debieron haber hecho si no se hubieran acojonado por la ira que ese acto despertaría en Zeus, su padre.
Mis ojos se deslizaron por su figura curvilínea, hambriento y preso de la droga de su vitae, me humedecí los labios tiñendo de rojo mis ojos.

-Necesito sangre -aseguré sin apartar de su yugular mi mirada.*

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