AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Últimos temas
Carolina Van de Valley
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Carolina Van de Valley
▲NOMBRE DEL PERSONAJE▲
Carolina Diana Van de Valley▲EDAD▲
36 años aparentes. 89 reales {1753 - 1789 †}▲ESPECIE▲
Vampiro▲FACCIÓN A LA QUE PERTENECE▲
---▲TIPO, CLASE SOCIAL O CARGO▲
Clase media▲ORIENTACIÓN SEXUAL▲
Heterosexual▲LUGAR DE ORIGEN▲
Viena, Austria▲HABILIDADES/PODERES▲
→ Visión compartida y visión remota: Habilidad de poder ver a través de los ojos de los demás o en otros casos, hacer que los demás puedan ver lo que estamos viendo en ese momento. Esta habilidad funciona únicamente cuando se toca a la persona.→ Rastreo: Poder de rastrear la localización de un objeto o criatura. El personaje puede descubrir la situación de cualquier persona a la que conozca, donde quiera que esté el blanco en un radio de veinte kilómetros.
→ Telepatía: Habilidad para sondear los pensamientos superficiales de cualquier sujeto cercano y escucharlos como escucharía hablar a esa persona. Con el tiempo suficiente, puede enterarse casi de cualquier cosa sobre el sujeto.
Carolina es la sonrisa lánguida y abatida, un ser atenazado por la nostalgia, la tristeza y los recuerdos. Torturada por incesantes sombras y fantasmas; perdida, confusa y olvidada por aquél que había sido maestro, padre, hermano, amante y guía. Desengañada con el mundo, al que considera que ya no le queda nada que ofrecerle.
Nacida en el seno de una de las familias más importantes y respetadas de Viena, los Van de Valley, considerados modelo del saber estar y de la mesura, procuraban mantener su buena imagen. Así, desde niña, Carolina fue instruida para predicar con el ejemplo el prestigioso apellido Van de Valley. Educada para ser, ante todo, discreta, elegante y extremadamente cortés; siempre midiendo sus palabras, hasta casi rozar la frialdad. Sutil en gestos y formas, con una agudeza e ingenio para ver con claridad el sentido más profundo de las cosas; jamás se inmiscuirá en donde no la llaman pues tiene gran consideración por la vida privada de cada cual, precisamente porque ella misma se muestra reservada con su pasado.
Goza de una sensibilidad especial, que, al contrario que a muchos otros, le hace apreciar la soledad como instrumento de inspiración para componer sus obras. Con un sexto sentido y una mentalidad más que abierta para la época-más de lo que sus progenitores querían desear-, siempre ha estado interesada en el ocultismo, es más, ya incluso cuando era humana podía percibir cosas que permanecían ocultas a ojos de los demás.
Por su estricta educación católica Carolina entraña numerosas inquietudes espirituales, que no hicieron más que fortalecerse tras su conversión a vampiro. Cielo, infierno, dioses y demonios han cobrado un nuevo sentido para ella, quizá algo más tangible de lo que en sus días como mera mortal pudo sospechar.
Oprimida por su familia, que sólo veía en ella un medio más para prolongar la estirpe Van de Valley, al verse transformada en un ser con tanta fuerza y poder Carolina fue atenazada por una incertidumbre, ansia, fuerza, vigor, poderío, inquietud, recelo, y, por encima de todo, el miedo a una Carolina que todavía no conocía-ni que aún ha llegado a conocer del todo. La mezcla confusa de sensaciones sólo podía ser paliada por una sola persona; Friedrich Dvorak. La relación con su maestro fue complicada y abstracta; difícil de calificar, pero fue precisamente ese vínculo entre ambos lo que ha ayudado a Carolina a que se defina como lo que es hoy día, y precisamente tras su trágica pérdida, esta joven vampiresa se encuentra hoy más que confusa. Casi una neófita, aún no ha descubierto el verdadero potencial que su nueva condición entraña.
Nacida en el seno de una de las familias más importantes y respetadas de Viena, los Van de Valley, considerados modelo del saber estar y de la mesura, procuraban mantener su buena imagen. Así, desde niña, Carolina fue instruida para predicar con el ejemplo el prestigioso apellido Van de Valley. Educada para ser, ante todo, discreta, elegante y extremadamente cortés; siempre midiendo sus palabras, hasta casi rozar la frialdad. Sutil en gestos y formas, con una agudeza e ingenio para ver con claridad el sentido más profundo de las cosas; jamás se inmiscuirá en donde no la llaman pues tiene gran consideración por la vida privada de cada cual, precisamente porque ella misma se muestra reservada con su pasado.
Goza de una sensibilidad especial, que, al contrario que a muchos otros, le hace apreciar la soledad como instrumento de inspiración para componer sus obras. Con un sexto sentido y una mentalidad más que abierta para la época-más de lo que sus progenitores querían desear-, siempre ha estado interesada en el ocultismo, es más, ya incluso cuando era humana podía percibir cosas que permanecían ocultas a ojos de los demás.
Por su estricta educación católica Carolina entraña numerosas inquietudes espirituales, que no hicieron más que fortalecerse tras su conversión a vampiro. Cielo, infierno, dioses y demonios han cobrado un nuevo sentido para ella, quizá algo más tangible de lo que en sus días como mera mortal pudo sospechar.
Oprimida por su familia, que sólo veía en ella un medio más para prolongar la estirpe Van de Valley, al verse transformada en un ser con tanta fuerza y poder Carolina fue atenazada por una incertidumbre, ansia, fuerza, vigor, poderío, inquietud, recelo, y, por encima de todo, el miedo a una Carolina que todavía no conocía-ni que aún ha llegado a conocer del todo. La mezcla confusa de sensaciones sólo podía ser paliada por una sola persona; Friedrich Dvorak. La relación con su maestro fue complicada y abstracta; difícil de calificar, pero fue precisamente ese vínculo entre ambos lo que ha ayudado a Carolina a que se defina como lo que es hoy día, y precisamente tras su trágica pérdida, esta joven vampiresa se encuentra hoy más que confusa. Casi una neófita, aún no ha descubierto el verdadero potencial que su nueva condición entraña.
Perteneció a una familia aristocrática de la Viena del siglo XVIII formada por dos hermanas y dos hermanos, siendo ella la mediana de las primeras. Debido a su personalidad cerrada, nunca tuvo una destacada vida social y no le gustaba el ambiente lujoso. Con un padre demasiado rígido y una madre tan sólo preocupada por la etiqueta, Carolina únicamente se sentía libre al lado de su hermana Clotilde, con la que llegó a forjar una sincera amistad además de los sentimientos filiales que las unían.
En contadas ocasiones acompañaba a sus padres a las fiestas y enseguida deseaba marcharse. Aprendió a tocar el piano y el violín como toda señorita de clase alta e incluso dio unos cuantos conciertos en fiestas que se celebraban en su casa. Pero cuando terminaba, solía retirarse a su cuarto. Su personalidad se volvió más oscura cuando Clo cayó enferma, quedó ciega y finalmente, murió. Más tarde, la decisión de su hermano Hans, con quien también tenía cierta compenetración, de retirarse a un convento terminó por romper su vínculo con su familia.
Pronto comenzó a dar clases de piano con el mismísimo Mozart, asentado ya en Viena para pasar los últimos años de su mutilada fama. Con él aprendió el verdadero sentido de la música y creó una fascinación por aquel excéntrico genio, convirtiéndose en aquellos momentos de su vida en, posiblemente, el único amigo que le quedaba en Viena.
Siempre le atrajo lo misterioso y extraño, leía sin cesar sobre ello. Nunca se sintió atraída por ningún hombre, ya que los consideraba a todos "demasiado comunes", aunque más de un galán soñaba con conquistar su corazón. Le fascinaba salir al jardín durante la noche y, en una de ellas, le pareció ver una misteriosa figura que la contemplaba desde la lejanía. Esa figura ya había estado mirándola otras veces aunque la chica no lo supiera...Carolina no se asustó y, siguiendo sus instintos, se acercó.
Era un hombre alto y pálido, tremendamente pálido. Su cara era pura belleza y parecía pertenecer a un ángel; Carolina nunca había visto a nadie así. El hombre sonrió seductoramente dejando entrever unos caninos afilados...Carolina ya sabía de qué ser se trataba: un vampiro. Había leído sobre ellos. Antes de que Carolina pudiese reaccionar, el hombre se avalanzó sobre su cuello y empezó a beber de él. La chica se derrumbó a sus pies, pero el vampiro no quería matarla y éste se abrió una pequeña incisión en su muñeca y le dio de beber su sangre. Ella la tomó. Así comenzó su nueva vida.
Convivió durante años con aquel vampiro, que le enseñó todo sobre el vampirismo y no sólo eso, ambos congeniaron muy bien, pues los dos amaban la música más que a su propia condición de inmortales, hasta tal punto que llegó a sentir amor por él. Carolina no sentía remordimientos a la hora de matar humanos, aunque sólo lo hacía cuando se encontraba hambrienta. Parecía que todo iba viento en popa.
Pronto, Friedrich encontró una casa donde vivir situada en Salzburgo. Adquirieron cierta categoría social, pero Friedrich era ambicioso y quería más. Pero lo que en realidad ansiaba era la victoria de los vampiros sobre los humanos. En palabras de su maestro, los vampiros eran más hermosos, hábiles, inteligentes, astutos, fuertes...Y estaban destinados a imponerse sobre los frágiles y patéticos mortales. Sin embargo, Carolina era de otra opinión y, si bien estaba de acuerdo en que los vampiros debían estar un paso más arriba de los humanos en la cadena alimenticia, tampoco quería convertirlos en esclavos de los vampiros.
La ambición de Friedrich por llevar a cabo su plan le condujo a la muerte, pues se alió con quien no debía y el paradero de los dos vampiros fue revelado. La Santa Inquisición, bajo las órdenes de la Iglesia, mandó quemar ese nido de Satanás. El fuego penetró en la casa, devorando todo lo que había a su paso. Friedrich y Carolina trataron de huir de allí, pero el primero no tuvo tanta suerte y murió consumido por las llamas del Fuego Eterno.
Se dice que los vampiros solamente pueden llorar una vez en toda su larga inmortalidad; esa noche, Carolina agotó todas las lágrimas que le pudiesen quedar. Lo único que le legó a Carolina fue una extraña carta, en donde la caligrafía casi desesperada de Dvorak le pedía que buscara un piano que antaño le perteneció y que perdió hacía mucho.
Presa de cierto rencor hizo casi omiso de la carta, aunque siempre la guardó. Tras recorren Innsbruck y Bregenz, se asentó una temporada en Nuremberg, Alemania, donde adquirió una reconocida fama como compositora vendiendo obras bajo el pseudónimo de Friedrich-en honor a su amado-Wittenberg. Pero pronto, en la ciudad comenzaron a correr rumores sobre la presencia de un posible vampyr por la zona. Por lo que Carolina tuvo que huir de allí para evitar que dieran con ella. Ahora vive en París, con la única compañía de su soledad y las notas de un triste piano, que inevitablemente le traen a la memoria recuerdos de su amado Friedrich, grabadas en el alma. Sin saberlo, París será la ciudad donde encuentre la última pista, el último legado escrito en una carta arrugada que todavía permanece olvidada en algún cajón.
En contadas ocasiones acompañaba a sus padres a las fiestas y enseguida deseaba marcharse. Aprendió a tocar el piano y el violín como toda señorita de clase alta e incluso dio unos cuantos conciertos en fiestas que se celebraban en su casa. Pero cuando terminaba, solía retirarse a su cuarto. Su personalidad se volvió más oscura cuando Clo cayó enferma, quedó ciega y finalmente, murió. Más tarde, la decisión de su hermano Hans, con quien también tenía cierta compenetración, de retirarse a un convento terminó por romper su vínculo con su familia.
Pronto comenzó a dar clases de piano con el mismísimo Mozart, asentado ya en Viena para pasar los últimos años de su mutilada fama. Con él aprendió el verdadero sentido de la música y creó una fascinación por aquel excéntrico genio, convirtiéndose en aquellos momentos de su vida en, posiblemente, el único amigo que le quedaba en Viena.
Siempre le atrajo lo misterioso y extraño, leía sin cesar sobre ello. Nunca se sintió atraída por ningún hombre, ya que los consideraba a todos "demasiado comunes", aunque más de un galán soñaba con conquistar su corazón. Le fascinaba salir al jardín durante la noche y, en una de ellas, le pareció ver una misteriosa figura que la contemplaba desde la lejanía. Esa figura ya había estado mirándola otras veces aunque la chica no lo supiera...Carolina no se asustó y, siguiendo sus instintos, se acercó.
Era un hombre alto y pálido, tremendamente pálido. Su cara era pura belleza y parecía pertenecer a un ángel; Carolina nunca había visto a nadie así. El hombre sonrió seductoramente dejando entrever unos caninos afilados...Carolina ya sabía de qué ser se trataba: un vampiro. Había leído sobre ellos. Antes de que Carolina pudiese reaccionar, el hombre se avalanzó sobre su cuello y empezó a beber de él. La chica se derrumbó a sus pies, pero el vampiro no quería matarla y éste se abrió una pequeña incisión en su muñeca y le dio de beber su sangre. Ella la tomó. Así comenzó su nueva vida.
Convivió durante años con aquel vampiro, que le enseñó todo sobre el vampirismo y no sólo eso, ambos congeniaron muy bien, pues los dos amaban la música más que a su propia condición de inmortales, hasta tal punto que llegó a sentir amor por él. Carolina no sentía remordimientos a la hora de matar humanos, aunque sólo lo hacía cuando se encontraba hambrienta. Parecía que todo iba viento en popa.
Pronto, Friedrich encontró una casa donde vivir situada en Salzburgo. Adquirieron cierta categoría social, pero Friedrich era ambicioso y quería más. Pero lo que en realidad ansiaba era la victoria de los vampiros sobre los humanos. En palabras de su maestro, los vampiros eran más hermosos, hábiles, inteligentes, astutos, fuertes...Y estaban destinados a imponerse sobre los frágiles y patéticos mortales. Sin embargo, Carolina era de otra opinión y, si bien estaba de acuerdo en que los vampiros debían estar un paso más arriba de los humanos en la cadena alimenticia, tampoco quería convertirlos en esclavos de los vampiros.
La ambición de Friedrich por llevar a cabo su plan le condujo a la muerte, pues se alió con quien no debía y el paradero de los dos vampiros fue revelado. La Santa Inquisición, bajo las órdenes de la Iglesia, mandó quemar ese nido de Satanás. El fuego penetró en la casa, devorando todo lo que había a su paso. Friedrich y Carolina trataron de huir de allí, pero el primero no tuvo tanta suerte y murió consumido por las llamas del Fuego Eterno.
Se dice que los vampiros solamente pueden llorar una vez en toda su larga inmortalidad; esa noche, Carolina agotó todas las lágrimas que le pudiesen quedar. Lo único que le legó a Carolina fue una extraña carta, en donde la caligrafía casi desesperada de Dvorak le pedía que buscara un piano que antaño le perteneció y que perdió hacía mucho.
Presa de cierto rencor hizo casi omiso de la carta, aunque siempre la guardó. Tras recorren Innsbruck y Bregenz, se asentó una temporada en Nuremberg, Alemania, donde adquirió una reconocida fama como compositora vendiendo obras bajo el pseudónimo de Friedrich-en honor a su amado-Wittenberg. Pero pronto, en la ciudad comenzaron a correr rumores sobre la presencia de un posible vampyr por la zona. Por lo que Carolina tuvo que huir de allí para evitar que dieran con ella. Ahora vive en París, con la única compañía de su soledad y las notas de un triste piano, que inevitablemente le traen a la memoria recuerdos de su amado Friedrich, grabadas en el alma. Sin saberlo, París será la ciudad donde encuentre la última pista, el último legado escrito en una carta arrugada que todavía permanece olvidada en algún cajón.
-Gracias a la venta de sus obras musicales, de gran calidad y representadas en teatros importantes de la capital francesa, logra mantener un nivel de vida más bien alto, aunque sigue publicando bajo su pseudónimo.
-Le encanta la lectura.
-Su afición es asistir a los ballets, conciertos y óperas de la región.
-Su nombre es de origen español porque sus antepasados vivieron en la España de Carlos V antes de mudarse a los Países Bajos.
-Su padre, Karl Sebastian II Van de Valley, y por tanto su familia, estaba emparentado de manera lejana con la emperatriz María Luisa de Austria.
-Después de llevar tres años en París, Carolina contrató a un cazarrecompensas americano para que le ayudase a encontrar el piano del que le habló Friedrich en una carta, pero sus pesquisas resultaron ser inútiles.
-Le encanta la lectura.
-Su afición es asistir a los ballets, conciertos y óperas de la región.
-Su nombre es de origen español porque sus antepasados vivieron en la España de Carlos V antes de mudarse a los Países Bajos.
-Su padre, Karl Sebastian II Van de Valley, y por tanto su familia, estaba emparentado de manera lejana con la emperatriz María Luisa de Austria.
-Después de llevar tres años en París, Carolina contrató a un cazarrecompensas americano para que le ayudase a encontrar el piano del que le habló Friedrich en una carta, pero sus pesquisas resultaron ser inútiles.
Última edición por Carolina Van de Valley el Dom Jul 11, 2021 3:28 am, editado 5 veces
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
- Mensajes : 495
Fecha de inscripción : 19/01/2010
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