AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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A los dieciséis años, un gran porcentaje de las señoritas de buena familia ya tenían más de media docena de pretendientes, entre los cuales sus padres solían escoger uno al que finalmente se la entregarían en matrimonio, generalmente aquel que mejor situado estuviera socialmente. O lo que venía a traducirse como, el caballero que más beneficios le reportara a la familia de la joven una vez se casaran. No era algo extraño, y desde luego, no era algo que se criticara socialmente. Todo lo contrario, de hecho. Que los padres escogieran con quiénes sus hijas (y sus hijos, aunque en menor medida) acabarían por compartir el resto de sus vidas, era visto como símbolo de buena clase y orgullo. “Las chicas jóvenes no saben lo que quieren, ni lo que necesitan, por eso son los cabezas de familia los que tienen que ver por ellas lo que más les conviene”. O eso fue lo que el Ama de llaves, y quien realmente había criado a Bethany hasta convertirla en la señorita que ahora era, le había dicho a su yo de dieciséis años, cuando la chica le preguntó por qué tenía que prepararse para un baile con caballeros de los que jamás había escuchado hablar.
La razón de las dudas estaba bastante justificada, y es que hasta ese momento, a la joven Dunne jamás la habían tratado precisamente como a una “dama”. A decir verdad, su padre probablemente hubiera preferido un millón de veces haberse quedado como único dueño y señor de la muchacha, y así habría sido, de no ser porque la fortuna de la que hasta entonces había disfrutado, comenzara a verse amenazada por parte de sus suegros, quienes veían en su comportamiento indigno motivos más que de sobra para desheredarle y entregarle todos los bienes a la joven mentalmente inestable que recelaba de forma grotesca y más que exagerada. Era un hecho, Bethany era hermosa. De cabellos oscuros y mirada cambiante, y si no fuera por su... complicada, personalidad, había sido considerada como una de las muchachas más deseadas de toda la nobleza de esa parte del país. Pero sus apariciones públicas eran limitadas, y siempre, siempre, acababan en desastre, por lo que los candidatos a pedir su mano eran inexistentes en ese punto. Así fue que se decidió dar una fiesta, en la que se invitaría a los solteros más cotizados de esa y otras regiones a conocer a esa mujercita de considerable belleza cuya existencia había sido un misterio hasta ahora.
Las instrucciones fueron simples: No hablar a no ser que se le preguntara algo directamente, y ceñirse únicamente a la respuesta a dicha pregunta. Estarse quieta, sentada donde se le había designado, sin beber y sin comer hasta que la parte de la gala dedicada a socializar y bailar diera paso al banquete. Ignorar toda voz que no perteneciera a la persona que tenía justo enfrente. Normas que parecían ridículas, pero que tenían una razón de ser clara y conocida por todos en la mansión, pero que debía permanecer un misterio para aquellos que buscaban conocerla. Porque Bethany tenía algunos problemas, y algunas dificultades que, a pesar de ser causa y consecuencia del abuso sufrido desde su infancia, debían permanecer en el cajón de los secretos de la familia Dunne. Para siempre.
La razón de las dudas estaba bastante justificada, y es que hasta ese momento, a la joven Dunne jamás la habían tratado precisamente como a una “dama”. A decir verdad, su padre probablemente hubiera preferido un millón de veces haberse quedado como único dueño y señor de la muchacha, y así habría sido, de no ser porque la fortuna de la que hasta entonces había disfrutado, comenzara a verse amenazada por parte de sus suegros, quienes veían en su comportamiento indigno motivos más que de sobra para desheredarle y entregarle todos los bienes a la joven mentalmente inestable que recelaba de forma grotesca y más que exagerada. Era un hecho, Bethany era hermosa. De cabellos oscuros y mirada cambiante, y si no fuera por su... complicada, personalidad, había sido considerada como una de las muchachas más deseadas de toda la nobleza de esa parte del país. Pero sus apariciones públicas eran limitadas, y siempre, siempre, acababan en desastre, por lo que los candidatos a pedir su mano eran inexistentes en ese punto. Así fue que se decidió dar una fiesta, en la que se invitaría a los solteros más cotizados de esa y otras regiones a conocer a esa mujercita de considerable belleza cuya existencia había sido un misterio hasta ahora.
Las instrucciones fueron simples: No hablar a no ser que se le preguntara algo directamente, y ceñirse únicamente a la respuesta a dicha pregunta. Estarse quieta, sentada donde se le había designado, sin beber y sin comer hasta que la parte de la gala dedicada a socializar y bailar diera paso al banquete. Ignorar toda voz que no perteneciera a la persona que tenía justo enfrente. Normas que parecían ridículas, pero que tenían una razón de ser clara y conocida por todos en la mansión, pero que debía permanecer un misterio para aquellos que buscaban conocerla. Porque Bethany tenía algunos problemas, y algunas dificultades que, a pesar de ser causa y consecuencia del abuso sufrido desde su infancia, debían permanecer en el cajón de los secretos de la familia Dunne. Para siempre.
Bethany S. Dunne- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 118
Fecha de inscripción : 27/09/2013
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