AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Una sola verdad. [Libre]
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Una sola verdad. [Libre]
Nunca odió tanto un vestido, como lo hacía ese momento.Nada complicaba sus piernas a la hora de correr como lo hacía una falda abultada como esa. Y pensar que las mujeres pagaban cantidades ridículas de dinero para hacerse la vida imposible con estas prendas.
Sacudió la cabeza levemente, alejando pensamientos inútiles, por que ya era la segunda vez en la semana que la perseguían de aquella manera, y pensando en banalidades como esa, solo lograría que la colgaran antes de tiempo.
Primero, su venganza. Despues... lo que Dios quisiera que fuese.
-¡Mein Gott!-musitó con intensidad, mientras sentía como el aire helado le congelaba los pulmones. Cada vez era más difícil respirar y seguir corriendo. Pero su venganza dependía de ello, y para salirse con la suya debía permanecer viva. Demonios que le estaba costando. Pensó más de una vez convertirse en un canario, pero ahora que el bosque se cernía sobre ella, no la parecía tan buena idea. Era una especie en peligro de extinción, y más de uno deseaba tener aprisionado un colibrí Esmeralda de Brace para lucirlo en su bella manción, por simple crueldad muda. Se le hizo un nudo en la garganta de solo pensar que podrían llegar a encerrarla. No como a una humana, sino como a un... animal.
Miró repetidas veces hacia atrás, buscando al muy condenado que intentaba matarla, pero parecía no haber rastros de él. Entre los árboles ya no podía ver nada. Sólo... troncos. Intentó recuperar el aliento, tanto como el invierno se lo permitía, mientras se ordenaba los mechones azabache que habían logrado escapar de la cinta roja.
-Bitte helfen sie mir...-susurró mirando al cielo, mientras éste empezaba a oscurecer. No era buena idea quedarse allí parada.
Pero tenía que mantenerse a salvo, hasta que estuviera segura de que lo peor había pasado. Se acercó a un gran árbol, y se sentó a sus pies. La falda rojo vino de su vestido contrastaba con el color del suelo. No había sido muy inteligente de su parte vestirse así. Bueno, qué más daba. Estaba cansada, con hambre y sueño.
Miró sus manos enlazadas sobre su regazo, pensando en muchas cosas. Opciones, y salidas.
Sacudió la cabeza levemente, alejando pensamientos inútiles, por que ya era la segunda vez en la semana que la perseguían de aquella manera, y pensando en banalidades como esa, solo lograría que la colgaran antes de tiempo.
Primero, su venganza. Despues... lo que Dios quisiera que fuese.
-¡Mein Gott!-musitó con intensidad, mientras sentía como el aire helado le congelaba los pulmones. Cada vez era más difícil respirar y seguir corriendo. Pero su venganza dependía de ello, y para salirse con la suya debía permanecer viva. Demonios que le estaba costando. Pensó más de una vez convertirse en un canario, pero ahora que el bosque se cernía sobre ella, no la parecía tan buena idea. Era una especie en peligro de extinción, y más de uno deseaba tener aprisionado un colibrí Esmeralda de Brace para lucirlo en su bella manción, por simple crueldad muda. Se le hizo un nudo en la garganta de solo pensar que podrían llegar a encerrarla. No como a una humana, sino como a un... animal.
Miró repetidas veces hacia atrás, buscando al muy condenado que intentaba matarla, pero parecía no haber rastros de él. Entre los árboles ya no podía ver nada. Sólo... troncos. Intentó recuperar el aliento, tanto como el invierno se lo permitía, mientras se ordenaba los mechones azabache que habían logrado escapar de la cinta roja.
-Bitte helfen sie mir...-susurró mirando al cielo, mientras éste empezaba a oscurecer. No era buena idea quedarse allí parada.
Pero tenía que mantenerse a salvo, hasta que estuviera segura de que lo peor había pasado. Se acercó a un gran árbol, y se sentó a sus pies. La falda rojo vino de su vestido contrastaba con el color del suelo. No había sido muy inteligente de su parte vestirse así. Bueno, qué más daba. Estaba cansada, con hambre y sueño.
Miró sus manos enlazadas sobre su regazo, pensando en muchas cosas. Opciones, y salidas.
Invitado- Invitado
Re: Una sola verdad. [Libre]
Las fronteras del bosque eran antinaturalmente fragantes. Donde el caudillo de los pestilentes aromas parisinos cedía y entre la frondosa naturaleza presidía una fragancia de auténtica y válida hermosura. Donde el efluvio bailaba enloquecido, se izaba a los ramajes y se combinaba con el viento inodoro, que expandía todo ese maravillado olor, mayoritariamente desapercibido para muchos. No para Tahlly, ¡oh, Tahlly! ¡Tan solo mírala correr, con los pies entrelazados a la leyenda de las sandalias aladas de Perseo, rápida y fugaz como un estornudo! En sus piernas se aglomera una sensación indescifrable de calor, pero tampoco es posible describir cuán encantadora era sentirse en carne viva de la libertad, que se desencadenaba a medida que sus pies ligeros que apenas rozaban el suelo polvoroso se adentraban en los ámbitos del bosque. Su cabello se elevaba como una plegaria al cielo y ondulaba llevado por la emoción. ¡Más, más rápido! ¿Qué importa si sus plantas mancilladas se fragmentan hasta volverse polvo? El final de sus días sería el comienzo de la cuenta regresiva para convertirse en polvo; nadie concebía ningún derecho para evitar el adelanto de su conversión.
¿Los aristócratas poseían tal posibilidad de libertad? ¡No, nunca! Ellos debían mantenerse al margen de la realización de sus ocupaciones. Tanto así que apestaban a amargura y cabras locas. Un montón de estirados cuyo trasero descansaba entre refinado nogal, cuyo cuerpo reposaba en satén y almohadas de plumas distinguidas cuando engullía la noche. Pero ellos no podían librarse de los pesares arraigados al alma por un solo momento como Tahlly, esa que corre con el corazón martillando sus costillas, sin el pasado ni el dolor lacerante punteando su nuca como una lanza nociva. Cuando corre y aspira de esa forma tan extremista ningún hermano ni ninguna confusión a causa de su reciente habilidad pueden inmovilizarla. Después de todo, ese cuerpo es suyo y es su decisión qué hacer con él, rectificando lo que hará al desplazarse tan despreocupadamente como un alma sin cadenas en busca del etéreo. En algún momento del suceso Tahlly ya no era Tahlly, era un ente que perforaba el aire y que se entremezclaba en él mientras sus pulmones hervían y estallaban regocijándose en la férrea brisa aromática.
Sus ojos, acribillados por el viento que choca, apenas pueden vislumbrar los alrededores y el camino barrido por la tierra, las piedras y las hojas. Solo su olfato dictamina el sendero encantado entre las profusas manchas grisáceas y verdosas, allí, donde la época invernal cobró fuerza y volvió impoluta las raíces de la naturaleza. Todo es tan encantador que sus profundidades entrecerradas traicionan y sólo cuando está a décimas de crear un accidente clamó, la voz influenciada por lo rápido de sus andares—. ¡Alejaos! —exclamó ralentizando los movimientos de sus piernas, chocando sin desear hacerlo con una figura encorvada que no había podido avistar, impulsándola hacia adelante sin saber si determinaría ello su caída. Sólo tuvo unos vagos segundos para hacerse a un lado y resguardar su rostro ante la caída aproximándose, que dolió en sus rodillas y antebrazos al momento de interceptar con el suelo. Arañó la piel de sus extremidades y los mechones delanteros se colmaron de residuos de los árboles. Para cuando se levantó –con previos tortuosos esfuerzos–, su respiración errática se apetecía como la de un ternero recién nacido, torpe e irregular. Los ojos fragmentados y el rostro plagado de brillo como una noche entrante, casi sin ser consciente de lo que ocurría. El detenimiento de su carrera incentivó el ardor en sus piernas y fue tan rápido e invasivo que estuvo a punto de flagelar sus rodillas, haciéndolas templar—. Mis…Disculpas… —jadeó con los ojos cerrados, sin advertir la silueta a quien le hablaba.
¿Los aristócratas poseían tal posibilidad de libertad? ¡No, nunca! Ellos debían mantenerse al margen de la realización de sus ocupaciones. Tanto así que apestaban a amargura y cabras locas. Un montón de estirados cuyo trasero descansaba entre refinado nogal, cuyo cuerpo reposaba en satén y almohadas de plumas distinguidas cuando engullía la noche. Pero ellos no podían librarse de los pesares arraigados al alma por un solo momento como Tahlly, esa que corre con el corazón martillando sus costillas, sin el pasado ni el dolor lacerante punteando su nuca como una lanza nociva. Cuando corre y aspira de esa forma tan extremista ningún hermano ni ninguna confusión a causa de su reciente habilidad pueden inmovilizarla. Después de todo, ese cuerpo es suyo y es su decisión qué hacer con él, rectificando lo que hará al desplazarse tan despreocupadamente como un alma sin cadenas en busca del etéreo. En algún momento del suceso Tahlly ya no era Tahlly, era un ente que perforaba el aire y que se entremezclaba en él mientras sus pulmones hervían y estallaban regocijándose en la férrea brisa aromática.
Sus ojos, acribillados por el viento que choca, apenas pueden vislumbrar los alrededores y el camino barrido por la tierra, las piedras y las hojas. Solo su olfato dictamina el sendero encantado entre las profusas manchas grisáceas y verdosas, allí, donde la época invernal cobró fuerza y volvió impoluta las raíces de la naturaleza. Todo es tan encantador que sus profundidades entrecerradas traicionan y sólo cuando está a décimas de crear un accidente clamó, la voz influenciada por lo rápido de sus andares—. ¡Alejaos! —exclamó ralentizando los movimientos de sus piernas, chocando sin desear hacerlo con una figura encorvada que no había podido avistar, impulsándola hacia adelante sin saber si determinaría ello su caída. Sólo tuvo unos vagos segundos para hacerse a un lado y resguardar su rostro ante la caída aproximándose, que dolió en sus rodillas y antebrazos al momento de interceptar con el suelo. Arañó la piel de sus extremidades y los mechones delanteros se colmaron de residuos de los árboles. Para cuando se levantó –con previos tortuosos esfuerzos–, su respiración errática se apetecía como la de un ternero recién nacido, torpe e irregular. Los ojos fragmentados y el rostro plagado de brillo como una noche entrante, casi sin ser consciente de lo que ocurría. El detenimiento de su carrera incentivó el ardor en sus piernas y fue tan rápido e invasivo que estuvo a punto de flagelar sus rodillas, haciéndolas templar—. Mis…Disculpas… —jadeó con los ojos cerrados, sin advertir la silueta a quien le hablaba.
Tahlly Caym Ahgony.- Mensajes : 39
Fecha de inscripción : 08/11/2010
Localización : I don't exist, ugh.
Re: Una sola verdad. [Libre]
Decidió que tranquilizarce era mejor.
Respiró hondo, sintiéndose viva y reanimada de nuevo. Los ruidos del bosque, eran ciertamente tranquilizantes. Las hojas moviéndose al compás del viento, los crujidos de las ramas en el suelo, y un constante... ¿Pisadas? Todos sus pensamientos se detuvieron abruptamente. ¡¿La habían encontrado?! ¡No podía ser!, hubiera jurado que eso ya no era posible después de haber esperado durante unos minutos. Sacudió su c abeza mentalmente diciéndose que era mentira. Ella sabía que aún corría peligro... solo que prefería no pensarlo. Y ahora, por ilusa, bailaría con la muerte, y a pesar de que lo había hecho muchas veces, hoy no se sentía particularmente una ganadora... o superviviente en su caso.
No tuvo tiempo ni de respirar, cuando sintió una voz femenina cortar el viento.
"¿Apartarse?" No tuvo tiempo de eso.
Sintió un ligero dolor en las costillas, probablemente el impacto de una rodilla o quién sabe alguna otra cosa sólida. Para cuando su mente comenzó los procesos de razonamiento, ella estaba con el rostro casi rozando el suelo, sus manos en éste, habiando previsto la caída anteriormente. Le costó un momento recuperar el hilo de la situación, parpadeando confundida. Intentó sentarse erguida, pensando en que no corría peligro. Una persona con deseos de matarla no pediría perdón. Además de que parecía muy joven como para mezclarse entre esas artes tan... despiadadas.
Se acercó a ella, con cuidado de no asustarla, intentando no ser muy invasiva a la hora de tomarla por los hombros ayudándola a sentarse.
-Verdammt.-masculló en su idioma natal, sin saber exactamente qué hacer.-¿S-se encuentra bien?-preguntó mirándola con la preocupación salpicando sus ojos verdes.
Esto estaba mal. El asesino podría estar rondando ahí fuera, y con el escándalo que habían alzado allí, podría encontrarla en cualquier momento. Tenía que alejarse de esta chica, o ambas tendrian problemas.
Entonces... volvió a pensarlo. Dos contra uno. Una víctima, y un testigo. No sería conveniente para el malnacido. En pocas palabras, esta chica podía resultar ser su salvación. Porsupuesto, no iba a decírcelo... a pesar de que había algo en ella que le inspiraba cierta confianza. Se encogió de hombros en su fuero interno, preguntandose si esta chica sabría la salida, por que a esta altura, ella no tenía idea nisiquiera por dónde había venido. Zanjó su plan tan rápido como pudo.
Salir con ella lo más rápido posible, sin alarmarla, o darle los conocimientos acerca de la situación en la que estaba. Tenía que lograrlo antes de comenter ciertos errores.
Respiró hondo, sintiéndose viva y reanimada de nuevo. Los ruidos del bosque, eran ciertamente tranquilizantes. Las hojas moviéndose al compás del viento, los crujidos de las ramas en el suelo, y un constante... ¿Pisadas? Todos sus pensamientos se detuvieron abruptamente. ¡¿La habían encontrado?! ¡No podía ser!, hubiera jurado que eso ya no era posible después de haber esperado durante unos minutos. Sacudió su c abeza mentalmente diciéndose que era mentira. Ella sabía que aún corría peligro... solo que prefería no pensarlo. Y ahora, por ilusa, bailaría con la muerte, y a pesar de que lo había hecho muchas veces, hoy no se sentía particularmente una ganadora... o superviviente en su caso.
No tuvo tiempo ni de respirar, cuando sintió una voz femenina cortar el viento.
"¿Apartarse?" No tuvo tiempo de eso.
Sintió un ligero dolor en las costillas, probablemente el impacto de una rodilla o quién sabe alguna otra cosa sólida. Para cuando su mente comenzó los procesos de razonamiento, ella estaba con el rostro casi rozando el suelo, sus manos en éste, habiando previsto la caída anteriormente. Le costó un momento recuperar el hilo de la situación, parpadeando confundida. Intentó sentarse erguida, pensando en que no corría peligro. Una persona con deseos de matarla no pediría perdón. Además de que parecía muy joven como para mezclarse entre esas artes tan... despiadadas.
Se acercó a ella, con cuidado de no asustarla, intentando no ser muy invasiva a la hora de tomarla por los hombros ayudándola a sentarse.
-Verdammt.-masculló en su idioma natal, sin saber exactamente qué hacer.-¿S-se encuentra bien?-preguntó mirándola con la preocupación salpicando sus ojos verdes.
Esto estaba mal. El asesino podría estar rondando ahí fuera, y con el escándalo que habían alzado allí, podría encontrarla en cualquier momento. Tenía que alejarse de esta chica, o ambas tendrian problemas.
Entonces... volvió a pensarlo. Dos contra uno. Una víctima, y un testigo. No sería conveniente para el malnacido. En pocas palabras, esta chica podía resultar ser su salvación. Porsupuesto, no iba a decírcelo... a pesar de que había algo en ella que le inspiraba cierta confianza. Se encogió de hombros en su fuero interno, preguntandose si esta chica sabría la salida, por que a esta altura, ella no tenía idea nisiquiera por dónde había venido. Zanjó su plan tan rápido como pudo.
Salir con ella lo más rápido posible, sin alarmarla, o darle los conocimientos acerca de la situación en la que estaba. Tenía que lograrlo antes de comenter ciertos errores.
Invitado- Invitado
Re: Una sola verdad. [Libre]
Hay rasgaduras merodeando la tersidad de su piel, en alguna de ellas brota una fina y perezosa lágrima sanguinolenta que recorre su antebrazo y se superpone a la palidez marmolea que recubre los músculos. Pero no son más que rasguños propinados merecidamente por la mujer que se apoda naturaleza, pese a que Tahlly nunca ha visto sus hijos, madre por igual. Su corazón latía con un rítmico y sentido sonido que zumba en sus oídos, un bum peculiar y a la vez característico cuando es sometido a una carrera tan ardua. Ya no martillaba las costillas enloquecidamente y no tenía un sonido tan invasivo como el llanto de un lactante con su nodriza. Sus latidos se ralentizaban a medida que el tiempo transcurría y el silencioso cubría como un cortinaje invisible entre las grandes alturas de los árboles, roto siquiera por su respiración regulándose lentamente y la de la mujer que estaba a su lado. ¿Mujer? Sí, eso es lo que es, pensó Tahlly mientras aspiraba el olor de la dama con la que había, sin intención alguna, tropezado.
Se veía más alta, estando ella sentada entonces, y su cabello profesaba un poco más de oscuridad que el suyo. Olía como la canela de los panes comprados por la clase media que sale de la panadería cercana a los callejones, aunque había un tizne indescifrable y desconocido, paradójicamente conocido, entre su fragancia natural. Como si compartiesen algo, como tuviesen algo en común. No podía saber lo que era. Poseía un vestido de falda pomposa y, ¿qué era sino algo que no auguraba nada bueno? ¿Aristocracia? ¿Realeza quizá? ¿Algo que iba de la mano con corceles purasangre y bailes enmascarados? ¡Puaj! Escupió en su mente, imaginándose que el solo vislumbre de ello en su cerebro era suficiente para simular una arcada en su estómago. Nada sucedió, sin embargo, pero en su rostro una mueca de descontento se dibujó entre la claridad de sus cejas. Eso sí, ¿qué hacía una mujer de alcurnia en los terrenales del bosque, presuntamente sucios e inadecuados para un paseo? Ya podía darse por enterada la dama, porque Tahlly no deseaba poseer conocimientos sobre la razón de su estadía en el bosque.
La voz de la mujer brotó entre el silencio abatido, que resonó lejanamente entre los pensamientos de Caym. No se había inmutado ni percibido la cercanía de la mujer hasta que ella había vociferado su preocupación, poco después de haber procurado el que estuviese sentada en una gran raíz sobresaliente del majestuoso árbol que se cernía muchas cabezas más que ella. No cabía entendimiento en la lógica de Tahlly para que ella no catalogase tal pregunta como superflua. Ella, como animal que advierte su letalidad mediante su apariencia, por sus ropajes se sabía que procedía de la clase baja parisina. Los de grandes rasgos no querían, debían o podían tener sentido del valor o en cuyo caso preocupación hacia a jenos. Los vocablos tardaron en zarpar por los aires colmados de confusión y olores naturales, cual caldo tibio que mezclaba todos los ingredientes del bosque, pero finalmente llegaron—. Me encuentro en perfectas condiciones, mademoiselle. —mintió con obvia contradicción escociendo su brazo, aunque los bajó y los posicionó en su regazo, girándolos para que no se avistase nada. Izó los faldones de su precarias vestiduras y avistó más arañazos en sus rodillas. Delicadas líneas arrebol irregulares, más ninguna sangrando como la de sus antebrazos. Llevó una mano hasta ellos y el escueto dolor crepitó suavemente cuando interceptó la zona herida con uno de sus dedos, donde causó presión. Ninguna frase más pugnó en su interior por salir, siquiera un repelente ‘Dejad de invadirme con vuestra repugnante presencia’ aquella mujer no le inspiraba tales actos. Quizá si se dignaba a ofrecerle más atención podría percibir algún desaliño o carencia de emperejilado –que iba siempre, siempre de la mano con los aristócratas– que determinara al fin si era o no quien intuía que era. Haciendo mención de la educación impartida por Madre, Tahlly decidió añadir—. ¿Usted se encuentra bien?
Se veía más alta, estando ella sentada entonces, y su cabello profesaba un poco más de oscuridad que el suyo. Olía como la canela de los panes comprados por la clase media que sale de la panadería cercana a los callejones, aunque había un tizne indescifrable y desconocido, paradójicamente conocido, entre su fragancia natural. Como si compartiesen algo, como tuviesen algo en común. No podía saber lo que era. Poseía un vestido de falda pomposa y, ¿qué era sino algo que no auguraba nada bueno? ¿Aristocracia? ¿Realeza quizá? ¿Algo que iba de la mano con corceles purasangre y bailes enmascarados? ¡Puaj! Escupió en su mente, imaginándose que el solo vislumbre de ello en su cerebro era suficiente para simular una arcada en su estómago. Nada sucedió, sin embargo, pero en su rostro una mueca de descontento se dibujó entre la claridad de sus cejas. Eso sí, ¿qué hacía una mujer de alcurnia en los terrenales del bosque, presuntamente sucios e inadecuados para un paseo? Ya podía darse por enterada la dama, porque Tahlly no deseaba poseer conocimientos sobre la razón de su estadía en el bosque.
La voz de la mujer brotó entre el silencio abatido, que resonó lejanamente entre los pensamientos de Caym. No se había inmutado ni percibido la cercanía de la mujer hasta que ella había vociferado su preocupación, poco después de haber procurado el que estuviese sentada en una gran raíz sobresaliente del majestuoso árbol que se cernía muchas cabezas más que ella. No cabía entendimiento en la lógica de Tahlly para que ella no catalogase tal pregunta como superflua. Ella, como animal que advierte su letalidad mediante su apariencia, por sus ropajes se sabía que procedía de la clase baja parisina. Los de grandes rasgos no querían, debían o podían tener sentido del valor o en cuyo caso preocupación hacia a jenos. Los vocablos tardaron en zarpar por los aires colmados de confusión y olores naturales, cual caldo tibio que mezclaba todos los ingredientes del bosque, pero finalmente llegaron—. Me encuentro en perfectas condiciones, mademoiselle. —mintió con obvia contradicción escociendo su brazo, aunque los bajó y los posicionó en su regazo, girándolos para que no se avistase nada. Izó los faldones de su precarias vestiduras y avistó más arañazos en sus rodillas. Delicadas líneas arrebol irregulares, más ninguna sangrando como la de sus antebrazos. Llevó una mano hasta ellos y el escueto dolor crepitó suavemente cuando interceptó la zona herida con uno de sus dedos, donde causó presión. Ninguna frase más pugnó en su interior por salir, siquiera un repelente ‘Dejad de invadirme con vuestra repugnante presencia’ aquella mujer no le inspiraba tales actos. Quizá si se dignaba a ofrecerle más atención podría percibir algún desaliño o carencia de emperejilado –que iba siempre, siempre de la mano con los aristócratas– que determinara al fin si era o no quien intuía que era. Haciendo mención de la educación impartida por Madre, Tahlly decidió añadir—. ¿Usted se encuentra bien?
Tahlly Caym Ahgony.- Mensajes : 39
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Re: Una sola verdad. [Libre]
Nada era suficiente. Correr, huir o atacar. Siempre terminaba igual. No hoy. No hoy, que se había topado con esta jovencita. Demonios. A medida que sus ojos la analizaban disimuladamente, podía sentir como su corazón se encogía. Miedo, y otra cosa… una clase de instinto protector. Cada segundo que pasaba bajo la mirada de Caliban, la mujer parecía encogerse un centímetro. Se veía tan… pequeña y frágil. Esto estaba mal. Ahora su plan no parecía tan genial como había pensado segundos antes, y hasta podía agregar que se avergonzaba de sí misma. Arriesgar la vida de otra persona… imperdonable. Tenía que alejarse de ella, de aquella criatura que parecía que con un pequeño roce a su rostro de muñeca se rompería. Parecía más chica que ella. Sacudió sus pensamientos, intentando ordenarlos. Estaba delirando. Tenía que concentrarse, o este encuentro terminaría muy rápido. Pero entonces, antes de que siquiera su mente hubiera comenzado con la maquinación de un nuevo plan, el gesto arisco del rostro de la otra joven la dejó un poco desconcertada. ¿Se había ensuciado el traje? No es como si le importara, pero de la poca etiqueta que había aprendido con su tutor, sabía muy bien que aparecerse con ropa y peinados descuidados entre la gente, podía despertar el sentimiento más cotilla en cualquiera. Instintivamente, miró hacia abajo, percatándose de su vestimenta. Estaba lo mejor que podía estar situacionalmente. Dudó unos segundos. ¿Tal vez el olor? Se bañaba todas las mañanas, y estaba segura que no apestaba. Durante unos segundos, se sintió lo suficientemente incómoda como para desviar la mirada.
Volvió el rostro al escuchar las tranquilizantes palabras que le arrancaron una sonrisa de alivio. “Ella está bien”, pensó. Se levantó del suelo, teniendo cuidado de no pisarse la falda, y volver a caer en desgracia, haciendo el ridículo. Escuchó las palabras de la joven, sorprendida. No estaba acostumbrada a que le preguntaran esas cosas. A veces, ser una asesina vengativa le daba puntos menos. Se sacudió el estupor de encima, lo suficiente como para responderle con tranquilidad, y una sonrisa.- Sí. No se preocupe. Estoy perfecta. .-dijo sacudiéndose un poco la tela de su ropa, desasiéndose de hojas y tierra. Para cuando volvió la mirada, se quedó un poco desconcertada. Ella si se había herido después de todo. Pero había algo que la detuvo de ayudarle. Parecía que ella no había buscado su compasión desde un principio, y si ella no la quería, Caliban podía guardar silencio y respetar su decisión, por más que tuviera que pellizcarse la mejilla para no hacer algo. Se obligó a reaccionar a sí misma. Tenía que hacer algo. Salir de ahí. Primero, debería encontrar una forma de convencer a la joven, de que la acompañase fuera del bosque, y lejos de ahí, porque si no, el rasguño sería el menor de sus problemas. Una vez que estuvieran fuera, tenía muchas opciones de huída. Todas habían seguido un proceso meticuloso de arreglo, que aseguraba su éxito. Sabía cómo utilizar su “don” a favor suyo, a pesar de que tendía a jugarle una mala pasada en los momentos que se sentía débil, o herida, solía sacarla de las peores situaciones.
-Disculpe, no me presenté. Soy Caliban Von Baer.-dijo haciendo un pequeño gesto de etiqueta, bajando un poco la cabeza. La sonrisa de su rostro no se apagó nunca, mientras se decidía a hablarle.- Por cierto, ¿No sabrá usted un camino de regreso? Creo que me he perdido. .-Sintió una vergüenza palpable, pero no quedaba de otra. Necesitaban salir como fuera.
Volvió el rostro al escuchar las tranquilizantes palabras que le arrancaron una sonrisa de alivio. “Ella está bien”, pensó. Se levantó del suelo, teniendo cuidado de no pisarse la falda, y volver a caer en desgracia, haciendo el ridículo. Escuchó las palabras de la joven, sorprendida. No estaba acostumbrada a que le preguntaran esas cosas. A veces, ser una asesina vengativa le daba puntos menos. Se sacudió el estupor de encima, lo suficiente como para responderle con tranquilidad, y una sonrisa.- Sí. No se preocupe. Estoy perfecta. .-dijo sacudiéndose un poco la tela de su ropa, desasiéndose de hojas y tierra. Para cuando volvió la mirada, se quedó un poco desconcertada. Ella si se había herido después de todo. Pero había algo que la detuvo de ayudarle. Parecía que ella no había buscado su compasión desde un principio, y si ella no la quería, Caliban podía guardar silencio y respetar su decisión, por más que tuviera que pellizcarse la mejilla para no hacer algo. Se obligó a reaccionar a sí misma. Tenía que hacer algo. Salir de ahí. Primero, debería encontrar una forma de convencer a la joven, de que la acompañase fuera del bosque, y lejos de ahí, porque si no, el rasguño sería el menor de sus problemas. Una vez que estuvieran fuera, tenía muchas opciones de huída. Todas habían seguido un proceso meticuloso de arreglo, que aseguraba su éxito. Sabía cómo utilizar su “don” a favor suyo, a pesar de que tendía a jugarle una mala pasada en los momentos que se sentía débil, o herida, solía sacarla de las peores situaciones.
-Disculpe, no me presenté. Soy Caliban Von Baer.-dijo haciendo un pequeño gesto de etiqueta, bajando un poco la cabeza. La sonrisa de su rostro no se apagó nunca, mientras se decidía a hablarle.- Por cierto, ¿No sabrá usted un camino de regreso? Creo que me he perdido. .-Sintió una vergüenza palpable, pero no quedaba de otra. Necesitaban salir como fuera.
Invitado- Invitado
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