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La fortuna favorece a los audaces, es decir, a mí | Irene Katharina de Wittelsbach 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Irene de Wittelsbach Jue Jul 16, 2020 3:42 pm


DATOS BÁSICOS

▲NOMBRE DEL PERSONAJE▲

Irene Katharina de Wittelsbach, neé Irène Catherine de Neufville de Villeroy

▲EDAD▲

33 años

▲ESPECIE▲

Humana

▲TIPO, CLASE SOCIAL O CARGO▲

Realeza – Baronesa del Sacro Imperio Romano Germánico

▲ORIENTACIÓN SEXUAL▲

Bisexual

▲LUGAR DE ORIGEN▲

Lorena, Francia

▲HABILIDADES▲

→ Habilidades diplomáticas.

→ Manejo de armas de fuego y blancas —especialmente de estas últimas—. Tiene una daga de 35 cm cuyo mango es de ágata enmarcada con plata.

→ Conocimiento de política y estrategia militar.

→ Gran capacidad para persuadir y manipular a la gente.


DESCRIPCIÓN FÍSICA

La figura de Irene es alta, bien formada, elegante y airosa. Es una mujer delgada, pero fuerte; y mide 1,68 m. Posee una melena oscura, larga y ondulada que le llega hasta la cintura. Aunque muchas veces la lleva recogida con peinados muy elaborados, no es raro verla con el cabello suelto, a pesar de que ese simple hecho pueda parecer un reto a los buenos modales en según qué ámbitos. Aun así, el cabello suelto lo reserva, normalmente, para la intimidad, luciendo habitualmente toda clase de adornos entre las ondas de su pelo castaño cuando se encuentra en un entorno público.

Lo más destacable de ella es el largo y precioso cuello que tiene, del cual suelen colgar grandes y suntuosos collares, creados con joyas y piedras de lo más ostentosas. Todo su ropaje está hecho con materiales de gran calidad que se ajustan perfectamente a su cuerpo y realzan su belleza innata. Su piel es suave y delicada como pueden serlo el algodón o las plumas de un cisne. La palidez de esta contrasta de un modo muy atractivo con el azul intenso de sus ojos, el cual recuerda a los glaciares de la Antártida. Tiene una nariz discreta, levemente achatada, y una boca pequeña y rosada, de labios carnosos.

La ligera redondez de su rostro, al contrario de lo que pudiera parecer en un principio, no le otorga ternura a su semblante, puesto que su mirada retadora destruye todo atisbo de dulzura en ella, remplazándola por la más exquisita de las soberbias. Aun así, la forma tan pasmosa y sutil que tiene de moverse, incluso caminando, le hace parecer una flor delicada que ha sido recién arrancada de un hermoso jardín. Si a esto se le añade un tono de voz moderadamente grave y terriblemente seductor, da como resultado la herramienta perfecta para crear las mayores confabulaciones.


DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA

En el corazón de Irene conviven el amor y el odio de la misma forma en la que un instante puede ser eterno: creando un oxímoron que se extiende sobre cada una de las facetas que conforman su ser. Porque Irene de cara a la sociedad puede parecer una cosa; pero en el ámbito privado, ser todo lo contrario. Ejemplo de ello es lo sumamente discreta y recatada que resulta ser a ojos de cualquiera; normalmente callada, escuchando en silencio mientras observa todo con gran atención. Sin embargo, quien la mira con detenimiento, puede ver en sus ojos el reflejo de la astucia que la caracteriza. Es una persona extremadamente ambiciosa e inteligente, y tremendamente culta. No tendrá miles de años para abarcar todo el conocimiento del mundo —como sí lo tienen los vampiros—, pero el tiempo que pase viva quiere aprovecharlo, en ese sentido, al máximo.

Posee dotes sociales extraordinarias y tiene grandes capacidades de convicción y liderazgo. Es una mujer que sabe aprovechar las circunstancias momentáneas para utilizarlas para su propio interés. Es determinada, perseverante y tajante. Tiene sus objetivos muy claros: si quiere algo, no parará hasta conseguirlo. En cierto modo, esto la convierte en alguien egoísta, pero al mismo tiempo se considera una persona bastante dadivosa, sobre todo con los suyos. Esto se traduce también en su relación con Heinrich, con quien puede llegar a ser bastante celosa, aunque en el pecado carnal es capaz de compartir a su marido —sobre todo si está ella presente y en circunstancias muy concretas—.

De carácter altivo y desafiante, le gusta más mandar que que le manden. A pesar de que la mujer, sobre todo dentro de la realeza, normalmente está relegada a un segundo plano, su relación con Heinrich está bastante equilibrada. Se escuchan y aconsejan mutuamente y, normalmente, es muy fácil que ambos concuerden, pues intelectualmente están a la par y los dos tienen amplios conocimientos estratégicos que hasta el momento les han beneficiado enormemente. Se respetan y se aman profundamente, al menos siempre y cuando sus caminos vayan en la misma dirección y tengan en mente las mismas pretensiones. Esto quiere decir que, llegado el momento, podría ser posible que Irene traicionara al amor de su vida con el único objetivo de conseguir más poder, y todo esto sin dejar de quererlo ni un ápice.

Cada poro de su ser rezuma la elegancia más pura de todas. De apariencia, quizá, frágil y tímida, nada más lejos de la realidad se esconde bajo ella: es una mujer fuerte, con carácter y audaz. Rara vez siente miedo frente a algo —ni siquiera le teme a la muerte— o le tiembla el pulso antes de tomar una decisión. Aunque exteriormente sea muy educada y jamás pierda las formas en público, su moral dudosa le hace ser una persona sin apenas escrúpulos ni remordimientos, capaz de urdir las más terribles de las venganzas.

Pese a poseer este lado «oscuro», es una mujer que ama a sus hijos por encima de todas las cosas, al menos a todos los que ella ha traído al mundo.


HISTORIA

Irène Catherine nació en la primavera de 1767 como la primogénita de los marqueses d'Alincourt, en la región francesa de Lorena. Gabriel Nicolas de Neufville de Villeroy era descendiente del primer marqués d'Alincourt de la Casa de Neufville de Villeroy, una dinastía en la que entre sus miembros ha habido y hay muchas personalidades que a lo largo de la historia han ocupado altos cargos bajo los reyes de Francia. Siempre han servido a la corona francesa con gran fervor y dedicación. Por este motivo, la primera intención de sus padres fue prepararla para ser una de las cuatro damas de honor de la reina. Sin embargo, sus planes se vieron truncados cuando los duques d'Orléans solicitaron, llegado el momento, con mayor insistencia —y riquezas— el último puesto libre en la corte para su propia sobrina. A partir de entonces, los marqueses d’Alincourt pusieron en marcha otro proyecto, pues llegarían a la corona de una forma u otra, aunque tuvieran que empezar desde abajo.

Al ser la primera hija, era importante conseguirle una buena posición en la alta sociedad. De esto se habían preocupado desde su nacimiento, instruyéndola y preparándola como si fuera una futura reina y no una simple marquesa. Fue por esto que cuando Irène cumplió quince años, decidieron prometerla con su primo Otto, heredero del ducado de Wittelsbach, casa con la que estaban emparentados por parte de su madre. Uniendo el marquesado galo con el ducado germano no solamente serían poderosos por separado, sino que juntos llegarían a estar a la altura de otras familias de renombre y esto les acercaría más a su ansiada corona. Se trataba de un matrimonio de conveniencia que ninguno de los dos implicados quería, pero que, por otra parte, comprendían; y entendían su envergadura.

Al menos por parte de Irène, estaba asumida la pérdida del amor en pro de lograr poder, sobre todo cuando ninguno de sus hermanos menores —todos varones hasta el momento— tendría mayor elección que ella, ni siquiera aunque estos fueran hombres. Había sido criada y educada para discernir lo que era importante de lo que no, a lo que tenía que darle prioridad en su vida; y una de esas cosas, por suerte o por desgracia, no era precisamente el amor. No obstante, nunca le dijo nadie que existía la posibilidad de que este la podía encontrar en cualquier momento, incluso aunque ella no quisiera ni lo estuviera buscando. Y eso fue exactamente lo que pasó cuando, después de pasar unos meses con Otto preparándose para unirse a él en santo matrimonio, regresó a aquella casa el hermano de su prometido: Heinrich, un hombre joven y apuesto que supo ver en ella todo lo que Otto no era capaz de ver. Y es que al final ellos eran, sin saberlo todavía, el uno para el otro; dos personas hechas a imagen y semejanza, igual de ambiciosas e inteligentes.

La muerte de su tío, el padre de su futuro esposo, que fue lo que hizo volver a Heinrich de la guerra, pospuso de manera inevitable el enlace entre ella y Otto. Esto, sumado a su incipiente relación secreta con Heinrich, hizo que pronto Irène perdiera el poco interés que tenía en su prometido para centrarlo por completo en el hermano de este. Por ello, cuando apenas quedaba un mes para desposarse con Otto y este murió, de un modo trágico e inesperado a causa de un desafortunado «accidente», Irène no sintió pena alguna —más allá de la que suponía perder a un primo con el que casi no había tenido relación en su vida—. Aun así, fingió el mayor de los llantos durante lo que duró su sepultura y el correspondiente luto. Incluso hizo el sacrificio de vestir de negro para una nueva ceremonia que ahora sí despertaba su deseo: el casamiento con Heinrich.

Desde ese momento, vivirían todos y cada uno de sus días juntos, alimentando el uno en el otro el anhelo de seguir escalando en la pirámide de poder, aunque fuera peldaño a peldaño. Ahora se tenían mutuamente y eso, de alguna forma, los hacía casi invencibles —al menos así se sentían ellos—. Fue entonces cuando ella empezó a hacerse llamar Irene Katharina de Wittelsbach, dejando en segundo plano sus orígenes franceses, que la colocaban en un escalón inferior en relación a la nobleza.

Poco tiempo después de sus nupcias, nació el primer hijo de ambos: un hermoso y sano varón que ya se encontraba en el vientre de su madre antes de que sus progenitores intercambiaran los anillos de boda. No obstante, unos meses más tarde de que el niño viniera al mundo, hubo ciertos malentendidos entre Irene y Heinrich que hicieron que la unión que parecía irrompible se resquebrajara ligeramente, provocando un distanciamiento entre ambos que desembocó en infidelidades por parte de los dos; y estas, en dos hijos más que nacieron fuera del matrimonio: un niño, hijo de él; y una niña, hija de ella. Pese a ello, esta última fue criada como si fuera otra hija legítima más, puesto que nunca se hizo patente lo contrario, y Heinrich, aunque no era precisamente idiota y suponía la verdad, jamás expresó en voz alta que aquella niña no era suya.

Irene, en medio de la ansiedad y la preocupación que le provocaba la inestabilidad de su matrimonio, siendo presa de la ingenuidad que le suponía tener diecisiete años, acabó haciendo tratos con un brujo que le prometió un elixir que le otorgaría la juventud eterna. Estos tratos derivaron en que ella cometiera adulterio, pues dicho brujo terminó convirtiéndose en su amante. Al poco tiempo, al verse engañada tras descubrir que tal elixir nunca le daría lo que quería, que no era más que una farsa, urdió un plan para librarse de él —otro desafortunado «accidente» en su vida—. Ahí fue cuando desapareció la poca ingenuidad que le quedaba.

Un par de meses más tarde, cuando ya había logrado reconciliarse con Heinrich, se dio cuenta de que estaba embarazada. No estaba segura de si el hijo que esperaba era de su cónyuge o del brujo, pero este dato se confirmaría una vez que naciera la niña; porque aunque pudiera ser que se tratara de un parto prematuro, como lo fue el de su primer hijo, ambos sabían contar perfectamente, y si en realidad la criatura había llegado al mundo nueve meses después de haber sido concebida, había algo que no encajaba. Además, años más tarde, cuando esta fuera adolescente, terminarían de confirmarse las sospechas de Irene con la desacertada aparición de los poderes de su hija.

Por otra parte, el vástago bastardo de su esposo despertaba en ella un sentimiento de odio que pocas personas le habían despertado en su vida. De forma totalmente hipócrita, no soportaba la idea de que Heinrich la hubiera engañado y, mucho menos, de que fruto de ese engaño hubiera tenido un hijo que no fuera de ella. Este malestar solamente se hizo más intenso y evidente con el paso del tiempo, más aún cuando vio que la relación entre el bastardo y su hijo mayor era de completa hermandad. Para más inri, comenzó a observar algo que no le gustó en absoluto, y es que sospechaba que su querida hija, la niña de sus ojos, se había prendado del hijo de Heinrich.

Al mismo tiempo que nacieron los dos hijos bastardos, lo hizo también la hermana menor de Irene, quien ya tenía, por aquel entonces, tres hermanos y otra hermana, mayor que la recién llegada. Esta última pasó todos los veranos con su hija y crearon un vínculo bastante fuerte, pero este terminó rompiéndose de manera forzosa cuando unas fiebres se llevaron a la hermana más pequeña de Irene con tan solo siete años.

Tras la breve pero intensa crisis marital sufrida, cual ave fénix, el matrimonio resurgió de sus cenizas más fuerte que nunca. Rápidamente, juntos —como siempre habían hecho y harían a partir de entonces—, se hicieron un hueco en la esfera política, colocándose en el centro de todo. Eran, pues, políticos influyentes, muy conocidos y respetados, y que, por supuesto, se mostraban fieles a la corona. Se convirtieron en una pareja ejemplar para los demás y que era envidiada por muchos. Gracias a la red de espías que tenían, le dieron información muy valiosa al emperador; tan valiosa que este se lo agradeció a Irene en forma de baronía, otorgada también por ser su marido quien era —miembro de una familia que había apoyado y servido siempre al imperio, igual que la suya lo hacía con Francia—. Este título se sumó a los otros que ya tenía, dándole mayor peso a su nombre dentro de la realeza germana.

Posteriormente a la obtención del título de baronesa, una noticia menos alegre llegó a Irene en forma de carta, sellada por la mismísima Muerte. En ella, una madre aparentemente compungida y destrozada por la pérdida de su esposo, le comunicaba su fallecimiento: el padre de Irene había encontrado el fin de sus días en la guerra. También expresó su deseo de ir a vivir con su hija y su yerno al castillo que ambos poseían en Baviera, a lo cual no pudieron negarse, pues la misiva llegó únicamente dos días antes que ella.

Unos años más tarde, después de haber sufrido varios abortos, Irene quedó encinta de nuevo, dando a luz a dos preciosos mellizos de distinto sexo, que no harían otra cosa que enriquecer un linaje que cada vez era más y más poderoso. Como habían hecho con ellos mismos cuando entraron en la adolescencia, en su debido momento, enviaron a sus hijos mayores al extranjero para formarse con otros parientes; y los pequeños quedaron al cuidado de su madre todas las veces que Heinrich y ella debían viajar, normalmente por asuntos diplomáticos.

Uno de estos viajes les ha llevado a París, donde se encuentran actualmente —y donde esperan pasar, al menos, todo el verano—, alojados en un castillo que pertenece a la familia de Irene. Ella, que se encuentra embarazada de nuevo, desea pasar una larga temporada lejos de todas las preocupaciones que le suponen sus otros hijos, puesto que no está teniendo una gestación precisamente sencilla. Sin embargo, su deseo de tranquilidad no le será concedido durante mucho tiempo, pues siempre hay asuntos que requieren su atención y la de Heinrich, y en esta ocasión no va a ser menos.


DATOS EXTRA

→ Es marquesa d’Alincourt por herencia, baronesa de Baviera por privilegio y duquesa de Baviera por matrimonio.

→ Conoce la existencia de seres sobrenaturales.

→ Habla francés, inglés y alemán, siendo este último el idioma que utiliza con su marido y sus hijos.

→ Es endiabladamente culta y le interesa especialmente la ciencia. Le gustan mucho, sobre todo, las matemáticas y la astronomía, pero de cara a la sociedad lleva en secreto su devoción científica porque ciencia y religión no encajan bien. Es por esto que principalmente tiene trato a escondidas con brujos —debido a que la magia era en realidad ciencia no comprendida—, a los que en muchas ocasiones acaba teniendo de amantes hasta que se cansa y se deshace de ellos, de una forma u otra.

→ Heinrich la ha instruido en el manejo de armas de fuego y blancas, dándosele especialmente bien el uso de dagas. También la ha formado en estrategia y táctica militar, así como en política.

→ En su tiempo libre disfruta pintando, mayormente bodegones. No es precisamente una artista, pero se le da bastante bien. También goza de la lectura y la escritura, sobre todo de poesía.

→ Tiene altos conocimientos de enología y por parte de su familia paterna posee una viña de varias hectáreas de extensión en Lorena, la cual visita de vez en cuando —ya sea sola o en compañía de su marido—.

→ La rosa es su flor favorita —especialmente las rojas—, la cual ha convertido en un símbolo propio; y una de sus metas en la vida es conseguir crear su propio cultivar a partir de ejemplares de rosa chinensis.

→ Siente fascinación por el veneno de escorpión y acostumbra a llevar un alfiler en el cabello que está impregnado de este líquido, siempre preparado para cualquier ocasión en la que vea propicio su uso. Por otra parte, guarda a buen recaudo varios viales con el antídoto.

→ Junto con su marido tiene una red de espías que los mantienen al tanto de todo lo que ocurre y que pueda ser de su interés. Son, por tanto, una pareja rica en secretos que guardan como ases bajo la manga hasta el momento en el que puedan usarlos a su favor.

→ De cara a la galería ambos son fervientemente religiosos y recatados, pero nada más lejos de la realidad.

→ Su familia está profundamente enemistada con la Casa d'Orléans por rencores del pasado.

→ Tienen varias residencias, siendo la principal el castillo en el que viven en Baviera. En París se hospedan en el Château d'Aubermont, construido en el siglo XVI, perteneciente a la familia de Irene.

→ Es prima lejana de Helena de Windsor, la reina de Inglaterra, por parte de padre —son sesqui-primas terceras, en concreto, lo que implica octavo grado de parentesco—.




Última edición por Irene de Wittelsbach el Jue Ago 20, 2020 1:57 am, editado 1 vez
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La fortuna favorece a los audaces, es decir, a mí | Irene Katharina de Wittelsbach Empty Re: La fortuna favorece a los audaces, es decir, a mí | Irene Katharina de Wittelsbach

Mensaje por Nicolás D' Lenfent Jue Jul 16, 2020 9:33 pm

FICHA APROBADA
bienvenido/a a victorian vampires
¡ENHORABUENA! YA ERES PARTE DE VICTORIAN VAMPIRES Y TE DAMOS LA MÁS CORDIAL BIENVENIDA.

I M P O R T A N T E:

RECUERDA QUE A LA HORA DE ROLEAR HAY QUE RESPETAR LO ESPECIFICADO EN TU FICHA, PORQUE ÉSTA YA HA SIDO REVISADA Y APROBADA. NO PUEDES ALTERAR LA INFORMACIÓN Y AÑADIR A TU PERSONAJE COSAS DIFERENTES COMO PODERES O HABILIDADES DISTINTAS A LO QUE AQUÍ HAS SEÑALADO. DE OCURRIR ASÍ, LA ADMINISTRACIÓN TENDRÁ TODO EL DERECHO DE LLAMARTE LA ATENCIÓN Y/O PEDIRTE QUE HAGAS MODIFICACIONES, ALGO QUE NO QUEREMOS QUE OCURRA.

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