AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
Mayo, 1842
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La primavera resultaba, por algún motivo, mi estación menos predilecta. Como si el calor y el molesto polen no fuesen suficiente, mi fino olfato debía resignarse a soportar el aluvión de hormonas que cada año expelen los humanos, ansiosos de encontrar una pareja con la cual descargarse. Iguales al resto de los animales. A causa de mi incipiente alergia, estaba obligado a llevar un par de pañuelos en el bolsillo.
Aquella semana finalmente la Jefatura decidió archivar el caso de Víctor Stradivari sin que pudiese atrapar a su asesino. No siempre existe justicia para todos. Cada que acudía a una taberna y me empinaba un trago de delicioso gin, acudía a mi mente su rostro y las melancólicas melodías que elevaba con su violín, un objeto único creado por la reconocida familia de lutiers italianos que había sido robado al momento de su asesinato.
Una derrota doble para mi ego, no haber conservado siquiera aquel preciado instrumento.
Por otro lado, mi extraña relación con el aquelarre de brujos coreanos se había afianzado lo suficiente como para invertir parte importante de mi escaso tiempo libre en ayudarles a investigar la procedencia de las mujeres orientales que acababan como esclavas en los fumaderos británicos; víctimas inocentes que eran traficadas por poderosos contrabandistas cuyas identidades me había propuesto descubrir.
Esta vez habría justicia, los cazaría uno a uno.
Mientras camino hacia el barrio rojo, repaso mentalmente la última información obtenida. Un sobrio anillo con el sello de una luciérnaga cubre mi anular izquierdo y siento la magia de Gwang So cubrirme con su velo protector. Sé que los traficantes de opio que dominan aquella zona se hacen llamar Las Amapolas. Algunos rumores de bajos barrios indican que son ellos quienes han metido sus sucias manos en el mercado de la trata de blancas y espero conseguir algunos detalles dentro de aquellos burdeles.
Uno en particular es mi objetivo, en donde no sólo se ofrece el servicio de doncellas, sino también de varones. Con dinero suficiente y la placa oculta bajo la solapa de la chaqueta, dudo que me sea difícil hacer hablar a alguno de ellos. Nada más entrar observo alrededor y me dirijo hacia la barra; un corto de gin para disimular y la boina bien puesta cubre mi rostro de la fauna que abunda en el burdel. Afino el oído repasando con cuidado las conversaciones y mi vista recorre sin interés a hombres y mujeres, todos demasiado vulgares para mi gusto. Me cuesta trabajo comprender que los humanos paguen a otros por aparearse, aunque irónicamente estoy a punto de hacer lo mismo.
Christopher Morgan- Cambiante Clase Media
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
― Si, si. Ya escuché, un segundo ― mencionó el germano con un tono de voz fuerte, debido al gran bullicio que había dentro del burdel durante aquella noche, a uno de sus compañeros quien le instaba que se apresurara con los pedidos. La banda de música que solía tocar en el lugar, hacía de las suyas en ese momento mientras amenizaba a la gran cantidad de borrachos que noche tras noche iban hasta el lugar para saciarse de alcohol hasta perder el conocimiento y también para terminar entre las piernas de una señorita o de un caballero, según sus gustos. El burdel estaba particularmente lleno ese día, había pasado tiempo desde la última vez en la que el germano recordaba que ese lugar estuviera tan lleno de personas como en esa noche. Y muy a su pesar, eso significaba tener que lidiar también con más borrachos que de costumbre, no solo en la planta baja, sino también en su alcoba.
Habían tantas personas allí, que le habían pedido sus superiores atender la barra en compañía de otros camareros más que laboraban en la planta baja del burdel. Y aunque eso le librara de tener que dejar que algunos borrachos apetosos manosearan su cuerpo, no dejaba de ser fatídico el hecho de tener que atender a los mismos mientras pedían diferentes tragos de aquellas bebidas de dusosa procedencia. Tomó varias de las copas vacías que reposaban sobre la superficie de la barra y las llevó hasta una bandeja que llevaba consigo, luego hizo lo propio y las retiró de la barra para dejarlas en la parte trasera. Ya se encargaría alguien más de asearlas.
― Vamos Finn, la noche es joven y hay muchos tragos que servir. Encárgate del extremo derecho de la barra, yo me quedaré en el centro y Leah se centrará en el lado izquierdo ― comentó el más viejo de los camareros al joven germano, este asintió en silencio y se dirigió hacia la zona indicada. Sirvió algunos pedidos que le habían hecho, entre los que destacaban tragos de ron, otros de vodka y un par de copas de vino. No eran los tragos que se servían en aquel lugar lo mejor de lo mejor, pero mientras embriagara a todos los borrachos que los visitaban, la calidad de la bebida daba igual para los dueños del burdel. Acto seguido, el castaño se dirigió hasta el final de la barra y su mirada se paseó brevemente sobre cada uno de los presentes, percatándose de que la mayoría de sus tragos se encontraban llenos. Hasta que se percató de un hombre en particular, quién parecía ya haber acabado su copa ― Buenas noches, Monsieur ¿Desea tomar algo más o decide retirarse? ― comentó con su acento germano y en tono de voz alto, para que el hombre pudiera escuchar sus palabras por encima de la música del lugar ―. Tenemos ron, vodka, vino, ginebra y… Otros tipos de licores ― agregó con una ligera sonrisa, sin llegar a mostrar su blanca dentadura. El rostro del desconocido no parecía ser familiar para el muchacho, pero tratándose de tantas personas que visitaban el burdel, podría ser ya un cliente frecuente del recinto sin que el castaño lo hubiera atendido, después de todo, no era el único trabajador del local nocturno.
Se mantuvo en silencio y expectante a las respuesta del hombre, sin dejar de fijar su mirada fugazmente sobre el resto de los presentes. Después de todo, debía asegurarse de mantener contento a la mayor cantidad de borrachos posibles, para eso le pagaban.
Última edición por Finn A. Goldschmidt el Vie Abr 07, 2023 10:00 pm, editado 1 vez
Finn A. Goldschmidt- Prostituto Clase Baja
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
Sentado en la barra y tras superar la abrumadora marea de ruidos en el ambiente, consigo concentrarme en las diferentes pláticas y prestar atención una a una por breves instantes en busca de algo de interés; más allá de coqueteos, palabras de amor y propuestas obscenas nada parece ser muy útil. La música logra con éxito disimular los gemidos y golpeteos provenientes del segundo piso pero también parte de las conversaciones.
El grave timbre de la voz de un muchacho consigue sacarme de mis pensamientos y le miro con el ceño ligeramente fruncido. Ya hay suficiente ruido alrededor como para que alce el tono de aquella manera. Evidentemente extranjero, como la mayoría de quienes ejercen la prostitución, no parece tener más de veinte años. Tras la barra aguarda mi respuesta y desvío mi vista hacia el vaso vacío; otro trago no me vendría nada mal, pero debo invertir bien mi tiempo si quiero resultados en mi investigación.
— ¿Como qué tipo de licores? —Pregunto de vuelta, modulando la voz para que pueda entenderme entre tanta música y algarabía. Alzo una ceja con aparente interés y me inclino sobre la barra extendiéndole mi vaso—. Gin está bien. Con una rodaja de pepino, si es posible. ¿Son todas las tardes tan ajetreadas como ésta? —Doy inicio a la conversación, procurando suavizar mi tono de voz y así no parecer demasiado intimidante.
El rostro del joven me parece agradable. Tal vez, por los francos suficientes, su boca consiga darme en el gusto y me brinde la información que necesito.
En cuanto regresa con la bebida solicitada le extiendo un par de relucientes monedas doradas que dejo caer en el bolsillo del delantal; diez francos es bastante dinero y espero que sea suficiente para sacarle de la barra y aislarle del resto de sus compañeros.
— Imagino que ha de ser agotador trabajar en un ambiente como éste —comento como quien no quiere la cosa, cogiendo el vaso y apurando un trago. El licor barato quema mi garganta y reprimo un estremecimiento, fijando nuevamente mi mirada en su ansiosa figura—. ¿Qué tal si conservas el cambio y me acompañas a un lugar más tranquilo?
El grave timbre de la voz de un muchacho consigue sacarme de mis pensamientos y le miro con el ceño ligeramente fruncido. Ya hay suficiente ruido alrededor como para que alce el tono de aquella manera. Evidentemente extranjero, como la mayoría de quienes ejercen la prostitución, no parece tener más de veinte años. Tras la barra aguarda mi respuesta y desvío mi vista hacia el vaso vacío; otro trago no me vendría nada mal, pero debo invertir bien mi tiempo si quiero resultados en mi investigación.
— ¿Como qué tipo de licores? —Pregunto de vuelta, modulando la voz para que pueda entenderme entre tanta música y algarabía. Alzo una ceja con aparente interés y me inclino sobre la barra extendiéndole mi vaso—. Gin está bien. Con una rodaja de pepino, si es posible. ¿Son todas las tardes tan ajetreadas como ésta? —Doy inicio a la conversación, procurando suavizar mi tono de voz y así no parecer demasiado intimidante.
El rostro del joven me parece agradable. Tal vez, por los francos suficientes, su boca consiga darme en el gusto y me brinde la información que necesito.
En cuanto regresa con la bebida solicitada le extiendo un par de relucientes monedas doradas que dejo caer en el bolsillo del delantal; diez francos es bastante dinero y espero que sea suficiente para sacarle de la barra y aislarle del resto de sus compañeros.
— Imagino que ha de ser agotador trabajar en un ambiente como éste —comento como quien no quiere la cosa, cogiendo el vaso y apurando un trago. El licor barato quema mi garganta y reprimo un estremecimiento, fijando nuevamente mi mirada en su ansiosa figura—. ¿Qué tal si conservas el cambio y me acompañas a un lugar más tranquilo?
Christopher Morgan- Cambiante Clase Media
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
La música en el lugar estaba realmente alta, y eso dificultaba la comunicación en la barra con los clientes, por lo que, alzar ligeramente la voz y gesticular, era imperativo en ese momento para poder hacerse entender. Finn no era alguien a quién le encantase precisamente gritar o sobresalir, todo lo contrario, era bastante tímido y mientras más desapercibido pasase, mejor para él. Finalmente el hombre en cuestión, a quién le había ofrecido otro trago, fijó su atención en él y así mismo respondió a su ofrecimiento. Le detalló mejor, ahora que pudo mirarle sin disimular del todo puesto a que su atención estaba sobre él. Podía jurar que no le había visto por allí antes, aunque tampoco es que le importase demasiado, un cliente más o un cliente menos, todos iban hasta allí por los mismos motivos.
―Salvo los licores que he nombrado, no hay mucho más que pueda ofrecerle ― mencionó ante la interrogante del hombre, quién parecía mayor que él en edad, mostrando una seguridad y presencia desde el otro lado de la barra. Asintió entonces cuando el desconocido le pidió otra bebida ―. En seguida, olvidé mencionar que contamos con gin-tonic ― añadió el muchacho, para luego girarse e ir por el pedido del caballero. No se alejó demasiado de su posición inicial, y asintió en silencio escuchando al hombre y mientras preparaba el gin. En todo momento debía fingir que su estancia en ese lugar era una maravilla, cuando la realidad era que ese ambiente era una mierda ―. Si, mayormente son así de ajetreadas, aunque nada que no pueda resolverse, afortunadamente nos adaptamos a las circunstancias ― respondió al cliente, mientras le daba los últimos toques a la bebida y regresaba hasta la barra. Asegurándose de hacer entrega del pedido sin ningún problema.
A continuación, el hombre de cabellos claros, deja caer unas monedas en el delantal del germano, y aunque este último no pudo intuir de cuánto dinero se trataba, aquello era lo suficientemente sugerente como para no saber de qué se trataba. No tenía dos días en aquel cuchitril de porquería, y ya sabía cuales eran las intenciones del hombre que se encontraba frente a él. Suspiró notoriamente y sonrió, un tanto incómodo, sin mostrar su dentadura ―. Lo es, realmente es un lugar donde no hay oportunidad para perder el tiempo. El trabajo es constante y siempre hay que mantenerse en actividad ― comenta a modo de respuesta y sigue con su mirada los movimientos del desconocido ―. Si ese es su deseo, no hay problema ― comenta con resignación. El muchacho se despoja de su delantal y toma las monedas, sin mirarlas, para guardarlas en los bolsillos de su viejo pantaloncillo.
―Debo retirarme de la barra, pídele a alguien más que me cubra ― se dirigió a su compañero de barra, mientras hacía una seña disimulada hacia el desconocido. Dando a entender que su presencia era requerida en su alcoba. El muchacho salió de la barra y se acercó hasta su potencial cliente, ahora que lo miraba desde una distancia más cercana y sin la barra como obstáculo, podía asegurar el castaño que dicho hombre tenía más presencia que el noventa porciento de los borrachos nauseabundos que frecuentaban el burdel ― Sígame, por favor ― apremió al mayor a que lo siguiera, para luego continuar con su camino. Sus pasos le llevaron hasta las escaleras que daban al nivel superior y una vez allí, atravesó uno de los pasillos con puertas distribuidas a lado y lado, donde en su interior podían escucharse gemidos, jadeos, palabras obsenas y en algunas ocasiones hasta golpes o azotes.
Al final del pasillo, se encontraba la habitación del germano, y una vez dentro, invitó al desconocido hasta el interior de la misma. Cerró la puerta al hacerlo y caminó en dirección hasta una pequeña mesa dentro de aquella humilde habitación. La misma constaba de una cama matrimonial al otro lado de la habitación, una ventana en el centro de la pared lateral izquierda, un viejo mobiliario a la derecha y en el suelo una alfombra descuidada y desteñida ―. Olvidé traer algo para tomar, pero si es su deseo, puedo ir a por una botella ― sugirió el muchacho, mientras su mirada analizaba al hombre de cabellos claros. Después de todo, la monotonía le había hecho saber que todos allí se embriagaban y luego follaban, era ya casi una ley en aquellos aposentos.
Última edición por Finn A. Goldschmidt el Vie Abr 07, 2023 10:03 pm, editado 1 vez
Finn A. Goldschmidt- Prostituto Clase Baja
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
A pesar de la evidente incomodidad del menor ante la sugerencia de acompañarme, sonrío triunfante y cojo mi vaso cuando se quita el delantal y le pide a su compañero que le reemplace. Mis ojos detallan su escuálida figura en busca de las señales que me ayudarán a descifrarle; es imposible pasar por alto el estado deplorable de sus ropas, sus pómulos hundidos que evidencian una avanzada desnutrición y la falta de emoción en sus ojos castaños.
Parpadeo un par de veces porque en él también veo algo de Víctor: el lado amargo de la sociedad, aquella en donde todo tiene un precio; el hambre, la fe, el cuerpo. Quizás por eso no me agrada visitar burdeles. Pocos son los trabajadores que parecieran disfrutar de su trabajo, pero todos han sido entrenados para fingir y dar placer a quien quiera pagarlo. Definitivamente, los humanos no la tienen fácil.
Imaginar a esas pobres muchachas, mujeres libres raptadas desde el Reino de Corea, siendo obligadas a trabajar en estos sucuchos, hace que me hierva la sangre.
Sigo al menor en silencio escaleras arriba y hasta el final del pasillo, en donde la música deja de torturar mis oídos para dar paso al sonido de los amantes de turno encerrados en las diferentes habitaciones. Agudizo el oído en caso de oír alguna palabra en aquel particular idioma y a medida que avanzo pienso: «¿Cuántos desgraciados serían enviados a la horca si la Policía allanara este lugar? ¿Cuántos de ellos serían inocentes, impulsados por la mera necesidad de subsistir en un mundo violento y cada vez más individualista?».
Una vez en el cuarto del menor —el que afortunadamente es el más aislado del pasillo y cuenta con una enorme ventana por donde escapar—, me aseguro de que la puerta quede bien cerrada antes de girarme y buscar con la mirada su menuda figura. Casi parece una presa servida en bandeja de plata, pero no es el hambre el protagonista de esta noche.
—Aún conservo mi trago, no creo que sea necesario —indico levantando el vaso con la mitad de su contenido—. A menos que tú quieras beber —ladeo ligeramente el rostro con gesto felino, atento a cada gesto suyo. Me acerco con pasos lentos y dejo mi trago sobre la mesa a su lado, arrinconándolo contra el mueble y cerrándole el paso a que pueda escapar—. Como bien dijiste, no hay oportunidad para perder el tiempo. Compláceme y te pagaré como mereces. Dime tu nombre, el de verdad —exigí, cogiéndole por las caderas, cateándole disimuladamente entre torpes caricias. Ningún arma al alcance.
Su aroma se impregnó en mis narices y mi memoria; ya jamás lo volvería a olvidar. Podía oler el miedo natural que mi presencia solía provocar en los humanos y sonreí para mí mismo, cuidado de no enseñar los colmillos que en ocasiones asomaban delatando mi naturaleza.
Liberándole, finalmente, de mi agarre, me aparté inspeccionando mejor el cuarto hasta detenerme y apoyar la espalda casualmente contra la puerta con gesto territorial, mirándole fijamente a la espera de su reacción.
Parpadeo un par de veces porque en él también veo algo de Víctor: el lado amargo de la sociedad, aquella en donde todo tiene un precio; el hambre, la fe, el cuerpo. Quizás por eso no me agrada visitar burdeles. Pocos son los trabajadores que parecieran disfrutar de su trabajo, pero todos han sido entrenados para fingir y dar placer a quien quiera pagarlo. Definitivamente, los humanos no la tienen fácil.
Imaginar a esas pobres muchachas, mujeres libres raptadas desde el Reino de Corea, siendo obligadas a trabajar en estos sucuchos, hace que me hierva la sangre.
Sigo al menor en silencio escaleras arriba y hasta el final del pasillo, en donde la música deja de torturar mis oídos para dar paso al sonido de los amantes de turno encerrados en las diferentes habitaciones. Agudizo el oído en caso de oír alguna palabra en aquel particular idioma y a medida que avanzo pienso: «¿Cuántos desgraciados serían enviados a la horca si la Policía allanara este lugar? ¿Cuántos de ellos serían inocentes, impulsados por la mera necesidad de subsistir en un mundo violento y cada vez más individualista?».
Una vez en el cuarto del menor —el que afortunadamente es el más aislado del pasillo y cuenta con una enorme ventana por donde escapar—, me aseguro de que la puerta quede bien cerrada antes de girarme y buscar con la mirada su menuda figura. Casi parece una presa servida en bandeja de plata, pero no es el hambre el protagonista de esta noche.
—Aún conservo mi trago, no creo que sea necesario —indico levantando el vaso con la mitad de su contenido—. A menos que tú quieras beber —ladeo ligeramente el rostro con gesto felino, atento a cada gesto suyo. Me acerco con pasos lentos y dejo mi trago sobre la mesa a su lado, arrinconándolo contra el mueble y cerrándole el paso a que pueda escapar—. Como bien dijiste, no hay oportunidad para perder el tiempo. Compláceme y te pagaré como mereces. Dime tu nombre, el de verdad —exigí, cogiéndole por las caderas, cateándole disimuladamente entre torpes caricias. Ningún arma al alcance.
Su aroma se impregnó en mis narices y mi memoria; ya jamás lo volvería a olvidar. Podía oler el miedo natural que mi presencia solía provocar en los humanos y sonreí para mí mismo, cuidado de no enseñar los colmillos que en ocasiones asomaban delatando mi naturaleza.
Liberándole, finalmente, de mi agarre, me aparté inspeccionando mejor el cuarto hasta detenerme y apoyar la espalda casualmente contra la puerta con gesto territorial, mirándole fijamente a la espera de su reacción.
Christopher Morgan- Cambiante Clase Media
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
El muchacho se mantenía en silencio, mientras su mirada recorría disimuladamente la fisinomía del hombre. Podría jurar que era la primera vez que le veía en aquel lugar, no obstante, su actitud aunque se encontraba serena, generaba cierta incomodidad en el castaño. Era de ese tipo de personas que parecía ocultar algo, o aparentar algo que no era. Y en cierta parte no era algo que molestase al germano, puesto a que allí acudían diariamente decenas y decenas de hombres casados, cuyo matrimonio feliz era una fachada que mostraban de la puerta de sus casas hacia afuera, pero en las noches muchos acudían a lugares tan deplorables como ese. Podría ser el caso del extraño, o podría no serlo. Y eso último, era la corazonada del hamburgués.
Escuchó con atención al extraño, quién se acercaba hasta él y dejaba su trago sobre la mesa de aquella humilde habitación. Asintió en silencio mientras el otro se acercaba a él cada vez más, cerrándole ahora el paso por completo ―. Estoy bien, no hay problema ― respondió escuetamente ante el hecho de querer tomar algo. Cabe recordar al lector, que el joven Finn detesta de sobremanera tomar alcohol, puesto a que trae a su memoria recuerdos muy desagradables de su infancia que no desea recordar. Irónicamente trabaja en un lugar donde la bebida es lo más solicitado a la par de la compañía de mujeres y caballeros jóvenes, según las preferencias de los clientes. No obstante, es algo con lo que lidia día a día, aunque en ocasiones no tiene más opción que tomar. Los brazos del hombre rodearon su cuerpo, y sus manos acariciaban el mismo de manera suave pero ligeramente lasciva. No era algo que le escandalizara, puesto a que eso se dedicaba. Sin embargo, la mirada del hombre, le inquietaba.
Fue entonces cuando vino una de las preguntas que probablemente más le desagradaban; decir su nombre. Y no sólo eso, el hombre deseaba conocer su verdadero nombre ¿Acaso él era merecedor de ello? Desde luego que no, ni siquiera sus compañeros de trabajo lo sabían. Quizás lo intuían, pero no pasaría de allí, puesto a que jamás habló sobre el tema. Giró su cabeza de lado, mientras el otro acercaba su rostro al suyo y parecía olfatear su pálido cuello. No pasó mucho rato hasta que se alejó de él y se retiró unos metros, dando espacio. El muchacho agradeció internamente, no tenía muchas ganas de atender clientes en ese día en particular, pero el trabajo era trabajo y no había mucho que pudiera hacer al respecto.
― Finn ― verbalizó brevemente, mientras su mirada se encontró con la suya ― Ese es mi nombre ― dijo la verdad, a medias. Su mirada denotaba cansancio, decepción y sobretodo mucha falta de motivación. Caminó unos cuantos pasos hasta encontrarse de frente con el extraño, aunque manteniendo una distancia prudente con el mismo. Su mirada se paseó brevemente sobre la fisonomía del hombre, una vez más, y pudo percatarse que el mismo no estaba tan mal como parecía ―. ¿Qué desea para esta noche? ― verbalizó con una expresión facial más distendida, era hora de usar la careta que mostraba cuando debía irse a la cama con los clientes de aquel lugar ― ¿Alguna fantasía en particular? Ya sabe, padre e hijo, sumisión… Esta es su noche ― aquellas no eran palabras propiamente suyas, pero si una cosa había aprendido durante su estancia en aquel cuchitril de mala muerte, es que debía decir exactamente lo que aquellos desgraciados querían escuchar en la alcoba. Y eso era algo que poco a poco iba mejorando, para sorpresa propia.
Última edición por Finn A. Goldschmidt el Vie Abr 07, 2023 10:04 pm, editado 1 vez
Finn A. Goldschmidt- Prostituto Clase Baja
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
En cuanto pronuncia su nombre, en mi mente se genera un expediente imaginario en donde rápidamente almaceno la información que voy recabando respecto a él. Su mirada transparente y su expresión carente de emoción, sumado al sucucho en donde vive y trabaja, me ayudan a formar un perfil psicológico complejo y sofisticado que me ayuda al momento de escoger y cazar a una presa.
Por la actitud corporal y los gestos del muchacho, está claro que no es de su agrado este tipo de trabajos. Algo a lo que puedo sacarle ventaja. El plan que he ideado durante mis noches junto a la barra es simple, no por ello, menos efectivo. Y este joven puede o no ser el indicado, por el incentivo correcto. O con el entrenamiento adecuado.
—Eres fácil de leer, Finn —comento con una sonrisa torcida, admirando sus agallas para seguir con el trabajo que evidentemente detesta. Su actitud entonces cambia a una más complaciente y cruzo ambos brazos en el pecho, evaluándole con la mirada—. Se nota a leguas que odias esto. Vamos, sedúceme —le ordeno, con tono serio y firme, casi sin emoción—. No hagas que me arrepienta de haberte escogido. No me agrada equivocarme.
El tono amenazante no consigo disimularlo. Estoy ansioso y un poco ebrio. Necesito comprobar sus habilidades, saber si es el adecuado para el trabajo que se me viene a la cabeza. Porque si alguien del enemigo llegase a sospechar de él, necesito que sea capaz de engañarle y sobrevivir por sí mismo.
—A decir verdad, soy más del tipo «Policías y Ladrones» —Insinúo ensanchando mi sonrisa, pensando en si será buen momento de enseñar la placa. Con apenas un par de pasos rompo la distancia entre nosotros y le cojo por los hombros, guiándole a sentarse sobre cama. De mi bolsillo trasero saco las brillantes esposas recubiertas de plata —un detalle heredado de mi padre humano— y con naturalidad se las enseño antes de rodear con ellas sus escuálidas muñecas.
Con la presa asegurada, me aparté hacia el escaso mobiliario y acerqué mesa y silla al lado de la cama en donde él se encontraba, simulando una especie de escritorio. Sentándome, finalmente, frente a mi vaso, dejando a un lado la inconfundible placa de policía.
—Puedes llamarme Detective Morgan —me presenté, dándole unos segundos para que procesara lo que estaba sucediendo—. Desde estos momentos, responderás a todas mis preguntas con absoluta sinceridad. Eres un pésimo mentiroso, así que sabré si mientes. Por supuesto, todo lo que aquí se diga será confidencial entre tú y yo. ¿Entendido?
Por la actitud corporal y los gestos del muchacho, está claro que no es de su agrado este tipo de trabajos. Algo a lo que puedo sacarle ventaja. El plan que he ideado durante mis noches junto a la barra es simple, no por ello, menos efectivo. Y este joven puede o no ser el indicado, por el incentivo correcto. O con el entrenamiento adecuado.
—Eres fácil de leer, Finn —comento con una sonrisa torcida, admirando sus agallas para seguir con el trabajo que evidentemente detesta. Su actitud entonces cambia a una más complaciente y cruzo ambos brazos en el pecho, evaluándole con la mirada—. Se nota a leguas que odias esto. Vamos, sedúceme —le ordeno, con tono serio y firme, casi sin emoción—. No hagas que me arrepienta de haberte escogido. No me agrada equivocarme.
El tono amenazante no consigo disimularlo. Estoy ansioso y un poco ebrio. Necesito comprobar sus habilidades, saber si es el adecuado para el trabajo que se me viene a la cabeza. Porque si alguien del enemigo llegase a sospechar de él, necesito que sea capaz de engañarle y sobrevivir por sí mismo.
—A decir verdad, soy más del tipo «Policías y Ladrones» —Insinúo ensanchando mi sonrisa, pensando en si será buen momento de enseñar la placa. Con apenas un par de pasos rompo la distancia entre nosotros y le cojo por los hombros, guiándole a sentarse sobre cama. De mi bolsillo trasero saco las brillantes esposas recubiertas de plata —un detalle heredado de mi padre humano— y con naturalidad se las enseño antes de rodear con ellas sus escuálidas muñecas.
Con la presa asegurada, me aparté hacia el escaso mobiliario y acerqué mesa y silla al lado de la cama en donde él se encontraba, simulando una especie de escritorio. Sentándome, finalmente, frente a mi vaso, dejando a un lado la inconfundible placa de policía.
—Puedes llamarme Detective Morgan —me presenté, dándole unos segundos para que procesara lo que estaba sucediendo—. Desde estos momentos, responderás a todas mis preguntas con absoluta sinceridad. Eres un pésimo mentiroso, así que sabré si mientes. Por supuesto, todo lo que aquí se diga será confidencial entre tú y yo. ¿Entendido?
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
El trabajo en ese burdel, era una especie de montaña rusa para las emociones del germano. En ocasiones parecía que poco a poco se iba acostumbrando o al menos asimilando a tratar con la mayoría de los clientes a quiénes atendía. Y en otras ocasiones se creía cada vez menos capaz de seguir afrontando tal situación. Lo detestaba de sobremanera, y daría lo que fuera por poder salir de allí y dedicarse a otra cosa. Pero el destino parecía querer aferrarse a lo contrario, hundiéndole cada vez más y más dentro de las paredes de ese cuchitril. No obstante, trataba de bloquear su mente y sus pensamientos durante las horas laborales, de esa manera se le hacía más sencillo poder sobrellevar la realidad a la que tanto aborrecía.
Las palabras del hombre a continuación, parecen impresionarle un poco, sin embargo, consigue mantener una expresión aparentemente serena en su rostro ¿A qué se refería exactamente con el hecho de ser alguien fácil de leer? Continúa con sus labores de «seducción» mientras pasa sus manos con delicadeza sobre el torso ajeno. Sintiendo de alguna manera u otra el cuerpo robusto del mayor. Pero las palabras del extraño se tornan más duras y de alguna manera pueriles. Haciendo que el hamburgués inevitablemente comience a fruncir su ceño.
Las manos del extraño se posaron sobre sus hombros y le guiaron hasta la cama, sentándole sobre la misma y haciendo referencias a ciertos juegos a los que él no estaba acostumbrado. Sus ojos se posaron sobre las esposas, que en cuestión de segundos, habían sido maniobradas por el hombre y ahora sujetaban sus muñecas firmemente. Pudo haber comenzado a gritar y en cuestión de segundos los guardias del burdel podrían llegar rápidamente hasta la habitación, pero fue presa del pánico y se quedó inmóvil en ese instante ¿En qué estaba pensando el otro cuando decidió esposarle sin más?
Y cuando pensó que la situación no podría tornarse peor, el mayor revelaba que era nada más y nada menos que un policía, un detective específicamente. Si había alguien a quiénes temer en burdeles clandestinos como ese, era precisamente a la policía. Tan solo con el hecho de ejercer prostitución masculina, fácilmente podría ser sometido a la horca en alguna plaza de la capital francesa. Su cuerpo entró en tensión totalmente, y se mantuvo en silencio en todo momento. Sin embargo, sus ojos se mantenían fijo sobre aquel hombre, cuyo rostro parecía demostrar disfrute al pronunciar cada palabra que salía de sus labios.
―Acabemos con esto, detective ― su voz trémula se impuso, rompiendo aquel silencio denso que se había hecho cuando el extraño había terminado de hablar. Su respiración estaba algo agitada, desde luego ― ¿Ha venido a cerrar este lugar? ― tomó una pausa, mientras miraba fijamente a los ojos del mayor ― ¿Va a llevarnos a la horca a todos los que vivimos aquí? ― Era estúpido que fuese él quién posiblemente estuviera haciendo preguntas, cuando se encontraba en total desventaja. Pero su curiosidad e inocencia se impuso sobre su pánico ―. Soy el equivocado para responder preguntas sobre este lugar, he llegado aquí hace apenas un par de semanas ― mintió y desvió su mirada hacia el ventanal de aquella habitación. Maldijo internamente haber tenido que caer en una pocilga como ese burdel.
No obstante, un ruido detrás de la puerta de su habitación, fue captado por sus oídos, específicamente unos nudillos que llamaban a la puerta. Su ceño se frunció ligeramente y estuvo tentado a gritar para pedir ayuda, pero sintió la mirada firme del extraño sobre su persona y se contuvo de hacerlo. Era inusual que alguien llamase a su puerta mientras se encontraba atendiendo a un cliente, pues una de las reglas para quienes trabajaban allí, era no interrumpir bajo ninguna circunstancia lo que fuera que ocurriera dentro de aquellas habitaciones. Los nudillos detrás de la puerta, insistían golpeando la misma una y otra vez.
Última edición por Finn A. Goldschmidt el Vie Abr 07, 2023 10:06 pm, editado 1 vez
Finn A. Goldschmidt- Prostituto Clase Baja
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
La tensión en el rostro ajeno es evidente y con satisfacción aprecio el efecto de mis palabras. Un breve silencio roto por su respiración agitada y los latidos cada vez más frenéticos producto del pánico y la incertidumbre de enfrentar una figura de autoridad que le ha pillado en el acto prohibido de vender su cuerpo. Hace bien en temer y cuestionar, aunque no es lo más inteligente. Alguien en su posición tiene mucho qué perder si no es capaz de seguir una orden tan simple.
—Si no cooperas, ten por seguro que la horca te esperará a ti y a tus compañeros. Hablarás sólo cuando yo lo indique. ¿Entendido? —gruñí con tono amenazante, perdiendo un poco la paciencia. Era ingenuo y ofensivo de su parte pensar que me tragaría esa mentira cuando sus ojos no hacían más que delatarle mientras escudriñaban en la oscuridad de la ventana. Detesto decir las cosas dos veces.
A punto estuve de estrellar el puño contra la mesa para recuperar su atención cuando otro golpe se adelantó al mío. Sorprendido por aquella interrumpción agudicé el oído y miré fijamente a los ojos del muchacho con la amenaza implícita en mi expresión, más le valía no intentar abrir la boca o mi mano sellaría sus labios antes de que el sonido alertara a quien fuese que aguardaba fuera.
Ambos quietos en el cuarto, estáticos y expectantes como estatuas de yeso. Cierro los ojos buscando enfocarme en el peso de los nudillos sobre la madera, el sonido de los pliegues de la ropa y oigo el tintineo metálico que evidencia un arma. El aroma del inscienso invade mis fosas nasales como un denso alquitrán que embota mis sentidos y rápidamente me pongo de pie; los pelos del cuerpo erizados ante el peligro que acecha tras la puerta.
Me han seguido. Reconozco el aroma de las Amapolas.
Con un gesto de mi mano indico al humano que guarde silencio y cogiéndole por el antebrazo le obligo a levantarse. El chasquido suena claro en mis oídos y retrocedo en el mismo momento que el colchón y parte de la madera de la puerta estallan levantando polvo y plumas. El disparo, en lugar de resonar por todo el edificio, parece haber sido contenido por algún mecanismo desconocido.
Maldigo para mis adentros y empujo al mocoso hasta la ventana, abriéndola con un brusco empujón. El viento frío sacude ropas y cabellos, levantando aún más polvo y astillas mientras otro disparo acaba por volar el seguro de la puerta.
—Agárrate bien si quieres vivir esta noche —murmuré con apremio en su oído, rodeando firmemente su cintura y pegándole a mi pecho.
Subí al alféizer de la ventana con calculado equilibrio, sujetando bien al humano, cuando otra bala pasó rozando mi hombro. El ardor en la piel delata la plata, lo que significa que mi naturaleza ha sido expuesta por mi perseguidor. Maldita sea. Sin esperar a descubrir el rostro del pistolero me deslizo por el fino borde hasta la esquina del edificio y de un salto nos encaramamos al tejado de la casa del frente.
No hay tiempo qué perder. Antes de que puedan seguirnos, comienzo a correr por la frágil construcción sin soltar al muchacho, saltando de tejado en tejado hasta ocultar nuestras espaldas tras una gruesa chimenea de piedra.
—¿Te encuentras bien? —pregunto con apremio tras recuperar el aliento, sin quitarle la vista ni la mano de encima. Al tocar mi hombro, la humedad de la sangre empapa mi piel y mis ropas. Por suerte, sólo es una herida superficial—. Sabían que estaba contigo. Esas balas fueron directo a la cama —pienso a mediana voz, con gesto meditativo—. De seguro tienen a un espía en el burdel...
Última edición por Christopher Morgan el Dom Abr 30, 2023 11:36 am, editado 1 vez
Christopher Morgan- Cambiante Clase Media
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
En situaciones como la que acontecía en ese momento, era donde más odiaba el hecho de tener que permanecer dentro de las paredes de un lugar tan indeseable y desagradable como lo era un burdel. No sabía bien cuál era el motivo por el que estaba siendo interrogado por ese hombre, no le conocía de ninguna manera y a parte de trabajar en ese burdel de porquería, no es que se hubiera metido en problemas con la ley como para ser él precisamente quien debería ser interrogado por este. La actitud del hombre le imponía, pues sus palabras eran pueriles y su actitud en cierta medida era agresiva. Sabía bien que los policías no se destacaban precisamente por ser amables durante interrogatorios, no obstante, él no había hecho nada y no veía justo tener que ser tratado con aquellas formas.
Con el pasar de los segundos, el cuerpo del castaño continuaba tensándose cada vez más, su respiración se encontraba agitada y podía percibir cierta sudoración en su cuerpo. Detestaba encontrarse en esa situación. El hombre había callado y se mantenía expectante ante el sonido de la puerta siendo tocada desde afuera. No tenía ni la menor idea de quién pudiera ser, no obstante, podría tratarse de algo importante puesto a que difícilmente o en muy raras ocasiones eran interrumpidos los trabajadores de allí mientras recibían a clientes. Su mirada siguió al extraño, y fue tomado por este ¿Con qué intención? No lo sabía, pero deseaba que todo aquello acabara, odiaba sentir aquellas esposas que apretaban sus famélicas muñecas. No pasaron muchos segundos hasta que un estruendo se escuchó dentro de la habitación, haciendo que el muchacho se sobresaltara. Su compañero le tomó ágilmente y se aventuró a llevarle hasta la ventana ― ¿P-p-pero qué hace? ¿Nos quiere matar? ― preguntó con nerviosismo, luego de verse en la orilla de la ventana y siendo sujetado por este, con una fuerza que le parecía increíble al castaño. Sin embargo, quién parecía querer matarles era quién fuese que disparaba aquella arma, pues otro disparo llegó hasta ellos y rozó al hombre. Los ojos del germano se desorbitaron y los latidos de su corazón estaban a un ritmo realmente rápido.
El muchacho cerró sus ojos con fuerza cuando el hombre saltó desde la ventana hasta un tejado. Se aferró realmente fuerte a este. Ambos cayeron sobre otro inmueble y comenzaron a correr. Repitiendo una y otra vez aquellos arriesgados saltos entre tejados. El cuerpo del germano temblaba sin parar, a medida que escuchaba los disparos que les dirigían, afortunadamente estos no les impactaban, pero sí se acercaban bastante hacia sus cuerpos. Continuaron en aquella persecución hasta segundos más tarde, cuando se toparon con lo que parecía ser una chimenea, ocultándose detrás de esta. El muchacho apoyó su espalda contra la superficie de la misma y su respiración agitada podía evidenciar el nivel de adrenalina que recorría su cuerpo. Sus manos temblaban y también lo hacían sus piernas. Se dejó deslizar y se sentó sobre el tejado de aquella vivienda. Rodeando sus piernas con sus brazos ―o hasta donde las esposas se lo permitían― y llevando su barbilla hasta sus rodillas.
― ¿C-cómo podría estar bien? C-casi nos matan… Mírese, está herido ― titubeó con evidente nerviosismo, dirigiendo su mirada hacia el lugar en el que habían herido al policía ― ¿Quién hizo esto? ¿Qué es lo que quiere de mi? ¿Por qué no me deja ir? No he hecho nada ― muchas preguntas a gran velocidad salieron de sus labios, con su característico acento germano. No entendía absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo, pero mucho menos entendía porqué el otro le había sacado de su lugar de trabajo. Eso sería algo que debía averiguar a como dé lugar.
―Déjeme ir, juro que no diré nada ni mucho menos revelaré sus rasgos ― rogó el muchacho, levantándose tórpemente hasta donde su nerviosismo le permitía. No le interesaba absolutamente nada del hombre, estaba siendo honesto con sus afirmaciones, sólo deseaba salir ileso y sobretodo libre de aquella situación en la que le habían incluido y que él no lograba comprender.
Segundos más tarde, escuchó nuevamente y a lo lejos, algunos pasos. Se asomó con cuidado en la orilla de la chimenea y pudo visualizar a tres hombres corriendo sobre los tejados, en dirección hacia ellos. El muchacho se sobresaltó y un suspiro sonoro salió de sus labios. Tomó su posición inicial nuevamente y miró con nerviosismo al policía ― Vienen tres hombres, ha-ha-hay que salir de aquí ― verbalizó rápidamente y tragó grueso. Dos de ellos le parecían conocidos, o al menos había creído verles dentro del burdel. Mientras que el tercero era definitivamente un extraño para él.
Nuevamente, algunos disparos volvieron a escucharse, y esta vez impactaban contra la gruesa chimenea que resguardaba y protegía al par. El germano cerró sus ojos y apoyó con fuerza su espalda contra la pared. Para ese momento, había olvidado lo incómodas y apretadas que eran las esposas que maltrataban sus delgadas muñecas. Quería salir de allí cuanto antes.
Finn A. Goldschmidt- Prostituto Clase Baja
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
Al parecer el joven humano se encuentra sano y ninguna herida asoma más allá de los rasmillones producto de la persecución, aunque el pobre tiembla como una hoja de otoño mecida por el viento. Poco capaz le veo de otra carrera similar, oigo su respiración rasposa y los pulmones angustiados por el esfuerzo físico repentino. No me sorprende, con lo escuálido y débil que luce a primera vista. ¿Cómo es que aquellos burdeles se atrevían a funcionar con sus trabajadores en aquellas condiciones? ¿Es que acaso no tenían la más mínima dignidad?
Y había quienes sacaban provecho de ésto, promoviendo así el tráfico de esclavas orientales, mujeres y niñas firmes y robustas capaces de soportar las crudas condiciones impuestas por el caballero europeo. La asquerosa supremacía del hombre blanco.
Finn señaló lo evidente cuando palpé mi hombro herido pero apenas hice una mueca de dolor. Le tomaría un par de días, pero sanaría. A lo lejos, podía escuchar los pasos de nuestros perseguidores acercarse y el chasquido de las armas al ser recargadas. Me enderecé con esfuerzo y miré alrededor, planeando a toda velocidad una nueva salida que nos pusiese en ventaja de nuestros enemigos. Repentinamente, el joven entró en una vorágine de preguntas que rompió mi concentración.
—¡Chist! Guarda silencio o nos atraparán —ordené en voz baja, escuchando, al igual que él, a los tres que se acercaban. Cuando Finn me lo confirmó, le señalé hacia el borde del tejado a unos cuantos metros frente a nosotros, justo en donde acababan las construcciones altas y comenzaban los barrios más pobres de la ciudad. Como un laberinto los callejones se extendían frente a nosotros, pero yo tenía claro el camino, mi sentido de orientación nunca fallaba.
Las balas volvieron a rebotar a nuestras espaldas y aquella fue la señal. Cogí al humano por el antebrazo y le obligué a ir delante de mí, protegiéndole así de cualquier impacto de bala que pudiese acabar con su frágil vida. Cuando el vacío apareció frente a nosotros saqué mi arma de servicio del cinto y apunté a nuestros enemigos, disparando tres balas certeras y una cuarta que rebotó en un saliente de ladrillo. Dos cuerpos cayeron heridos y un tercero respondió los disparos desde las sombras, pero para entonces ya me estaba deslizando muralla abajo con agilidad felina mientras sujetaba firmemente al muchacho como si de una preciada presa se tratase.
Apenas mis pies tocaron el suelo embarrado por la lluvia comenzamos nuevamente a correr, escogiendo las calles menos iluminadas y los más estrechos callejones. No tuvimos que avanzar mucho hasta que abruptamente torcí a la izquierda y nos adentramos en un edificio de aspecto abandonado, colándonos por una ventana semioculta por las sombras de la casa contigua. Tanto el aroma como los sonidos del interior me indicaban que la casa estaba vacía.
—Así como has visto mi rostro, conoces el de ellos. Ya no hay vuelta atrás, Finn —sin ánimos de desmotivarle mi tarea era situarle en la realidad. Había sido testigo de la frialdad de Las Amapolas, quienes no habían dudado en situarle como objetivo pese a ser un simple daño colateral—. Nos dispararon a matar porque creen que sabes algo, y yo también lo creo. Hay muchas vidas inocentes en juego, que dependen de que me digas la verdad —apremié mirándole seriamente, buscando en mis bolsillos hasta dar con la llave de las esposas.
De su respuesta dependería su vida y su libertad, al igual que sucedía con las mujeres y niñas traídas a Occidente contra su voluntad. Le cogí por los hombros y le guié a sentarse sobre un viejo y raído sofá, evitando prender cualquier luz por temor a llamar la atención. Retomando justo en donde lo habíamos dejado.
—¿Habías visto antes a aquellos que nos dispararon? —Comencé el interrogatorio, de pie frente a él, ignorando el ardor de la herida abierta. Parte de mis ropas se sentía húmeda debido a la sangre que poco a poco pasaba de ser constante a un ligero goteo, señal de una pronta recuperación—. En los últimos cuatro meses, ¿has notado un alza en las trabajadoras sexuales orientales? ¿Mujeres o niñas exóticas, que no hablan francés ni ningún idioma conocido?
Y había quienes sacaban provecho de ésto, promoviendo así el tráfico de esclavas orientales, mujeres y niñas firmes y robustas capaces de soportar las crudas condiciones impuestas por el caballero europeo. La asquerosa supremacía del hombre blanco.
Finn señaló lo evidente cuando palpé mi hombro herido pero apenas hice una mueca de dolor. Le tomaría un par de días, pero sanaría. A lo lejos, podía escuchar los pasos de nuestros perseguidores acercarse y el chasquido de las armas al ser recargadas. Me enderecé con esfuerzo y miré alrededor, planeando a toda velocidad una nueva salida que nos pusiese en ventaja de nuestros enemigos. Repentinamente, el joven entró en una vorágine de preguntas que rompió mi concentración.
—¡Chist! Guarda silencio o nos atraparán —ordené en voz baja, escuchando, al igual que él, a los tres que se acercaban. Cuando Finn me lo confirmó, le señalé hacia el borde del tejado a unos cuantos metros frente a nosotros, justo en donde acababan las construcciones altas y comenzaban los barrios más pobres de la ciudad. Como un laberinto los callejones se extendían frente a nosotros, pero yo tenía claro el camino, mi sentido de orientación nunca fallaba.
Las balas volvieron a rebotar a nuestras espaldas y aquella fue la señal. Cogí al humano por el antebrazo y le obligué a ir delante de mí, protegiéndole así de cualquier impacto de bala que pudiese acabar con su frágil vida. Cuando el vacío apareció frente a nosotros saqué mi arma de servicio del cinto y apunté a nuestros enemigos, disparando tres balas certeras y una cuarta que rebotó en un saliente de ladrillo. Dos cuerpos cayeron heridos y un tercero respondió los disparos desde las sombras, pero para entonces ya me estaba deslizando muralla abajo con agilidad felina mientras sujetaba firmemente al muchacho como si de una preciada presa se tratase.
Apenas mis pies tocaron el suelo embarrado por la lluvia comenzamos nuevamente a correr, escogiendo las calles menos iluminadas y los más estrechos callejones. No tuvimos que avanzar mucho hasta que abruptamente torcí a la izquierda y nos adentramos en un edificio de aspecto abandonado, colándonos por una ventana semioculta por las sombras de la casa contigua. Tanto el aroma como los sonidos del interior me indicaban que la casa estaba vacía.
—Así como has visto mi rostro, conoces el de ellos. Ya no hay vuelta atrás, Finn —sin ánimos de desmotivarle mi tarea era situarle en la realidad. Había sido testigo de la frialdad de Las Amapolas, quienes no habían dudado en situarle como objetivo pese a ser un simple daño colateral—. Nos dispararon a matar porque creen que sabes algo, y yo también lo creo. Hay muchas vidas inocentes en juego, que dependen de que me digas la verdad —apremié mirándole seriamente, buscando en mis bolsillos hasta dar con la llave de las esposas.
De su respuesta dependería su vida y su libertad, al igual que sucedía con las mujeres y niñas traídas a Occidente contra su voluntad. Le cogí por los hombros y le guié a sentarse sobre un viejo y raído sofá, evitando prender cualquier luz por temor a llamar la atención. Retomando justo en donde lo habíamos dejado.
—¿Habías visto antes a aquellos que nos dispararon? —Comencé el interrogatorio, de pie frente a él, ignorando el ardor de la herida abierta. Parte de mis ropas se sentía húmeda debido a la sangre que poco a poco pasaba de ser constante a un ligero goteo, señal de una pronta recuperación—. En los últimos cuatro meses, ¿has notado un alza en las trabajadoras sexuales orientales? ¿Mujeres o niñas exóticas, que no hablan francés ni ningún idioma conocido?
Christopher Morgan- Cambiante Clase Media
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
El mancebo estaba verdaderamente alterado con la situación que estaba aconteciendo. Pocas veces había vivido una situación similar donde su vida se había visto comprometida de tal manera ¿Pero qué era exactamente lo que estaba ocurriendo? ¿Por qué deseaban darles muerte? ¿Estaría el detective metido en graves problemas, y por ende, habían escogido ese momento de descuido que brinda la intimidad de una habitación de burdel, para darle muerte? Tantas interrogantes se agalopaban de forma rápida en la inquieta mente del muchacho, pero ninguna de ellas tenía una respuesta coherente. No entendía nada de lo que estaba sucediendo y lo odiaba, odiaba de sobremanera estar en una situación tan complicada y no saber qué era exactamente lo que estaba sucediendo. Lo único que tenía claro, es que debía huir de esos pistoleros, y del propio detective, desde luego.
Pero cuando se estaba planteando alguna manera de safarse de esa situación a la brevedad posible, el mayor le tomó fuertemente del brazo y tiró del mismo para salir corriendo de allí. Una ráfaga de balas comenzó a salir en dirección a ellos, los estruendos que estas dejaban a su paso eran suficientes para poner nervioso al muchacho aún más si cabía. Cerró sus ojos con fuerza y todo su cuerpo entró en tensión mientras corría de la mano con el otro, y delante de este, no sabía si saldría vivo de toda aquella persecusión, pero al menos lo intentaría. Su instinto de supervivencia estaba primando por encima de su miedo en ese instante. Y eso era mucho decir cuando el germano se caracterizaba por ser mayormente miedoso. Cuando creyó que la situación no podría ser peor, saltaron desde el tejado hacia la superficie terrestre. Había fango en el mismo y la lluvia parecía intensificarse con cada segundo que transcurría. El muchacho para ese entonces no paraba de temblar, y antes de poder reaccionar siquiera, continuaba siendo tirado del brazo por su compañero para desplazarse a través de algunos callejones de la capital francesa.
Luego de unos largos minutos en los que continuaban corriendo y sorteando algunos callejones, se adentraron en lo que parecía ser un edificio abandonado. Se intuía gracias a la quietud que había en el recinto, así como también la falta de iluminación, no habían candelabros encendidos en ningún lado. Podían escucharse afuera los truenos y la lluvia a cántaros que azotaba durante aquella noche a la señorial París. Escuchó en silencio las palabras del mayor, mientras era llevado hasta un sofa viejo y polvoriento. Inevitable fue para el menor poder estornudar, intentó contener el mismo con sus manos, pero recordó lo incómoda que eran las esposas que apretaban sus delgadas muñecas ― Pero no sé quiénes son ellos, no sé qué es lo que quieren de mi ― respondió con evidente desgano. Estaba desorientado con todo lo que había ocurrido y todavía tenía la adrenalina a flor de piel, aquella persecución le había dejado con los vellos de punta ― ¿Qué es lo que se supone que sé? ―
Pero entonces mencionó a todas aquellas mujeres con rasgos asiáticos, de las cuales casi ninguna podía comunicarse adecuadamente. Aquello bastó para dejar sin palabras al muchacho. Su rostro se tornó pálido y comenzó a temblar ligeramente ¿Qué podría decir al respecto? Tenía totalmente prohibido mencionar palabra alguna al respecto, aunque tampoco es que supiera demasiado. Pues ese tipo de asuntos eran manejados exclusivamente por los dueños del burdel ― Yo-yo… ― negaba con su cabeza ligeramente. Apretó sus puños con cierto nerviosismo y boqueaba sin saber qué decir exactamente ― Yo so-solo quiero irme a casa, por favor, déjeme ir. N-no sé nada de lo que está hablando ― mintió y miró aquellas ajustadas esposas que le molestaban desde que habían sido colocadas por el otro allá en el burdel antes de toda aquella persecusión ― Yo n-no diré nada a mis jefes, sólo diré que usted ocultó su rostro y que no pu-pude identificarlo… Por favor ― mencionó con su acento germano, y con una evidente mueca de incomodidad en su pálido rostro.
Estaba decidido a intentar salir de allí sin abrir la boca, sabía que no podía hacerlo. Puesto a que aquello podría traerle la muerte de inmediato. No obstante, una parte en su interior le decía que dijera lo que sabía ¿Era acaso empatía y remordimiento? Él propiamente no había hecho nada para perjudicarlas, sólo se dedicaba a ejercer el oficio por lo que se le paga. Sin embargo, en ese momento un sentimiento de culpabilidad le invadió rápidamente. Suspiró notoriamente y agachó su cabeza, mordiendo sus labios ligeramente antes de abrir su boca ― No sé de dónde vienen, o quiénes las traen. Pero sí, evidentemente, han llegado varias al burdel ― mencionó con la voz trémula. Quizá se arrepentiría de lo que estaba diciendo, pero por otro lado, sentía que estaba haciendo algo de justicia ― No saben comunicarse, y tampoco tenemos permitido acercarnos a ellas. Generalmente no demoran mucho en el burdel, desaparecen a las pocas semanas ― suspiró notoriamente y con timidez, dirigió su mirada hacia el detective. Deseaba con todas sus fuerzas no estar arruinando las cosas, o que fuese aquel un señuelo de sus jefes para probar su lealtad. Si ese era el motivo, podría considerarse hombre muerto.
―Están recluidas en habitaciones a las que no tenemos acceso ― verbalizó con cierta timidez, mientras agachaba de nuevo su mirada. Si se enteraban en el burdel acerca de lo que estaba hablando, fácilmente acabarían con su vida. El germano estaba arriesgando demasiado con lo que acababa de confesar, pero por otro lado sentía la necesidad de ayudar a esas mujeres ― No sé quiénes son esos hombres que nos seguían, es la primera vez que les veía ― respondió en relación a los pistoleros que iban tras ellos y que tenían intenciones de darles muerte. Evidentemente habían guardias de seguridad en el burdel, pero ninguno de ellos coincidían con quienes les perseguían minutos atrás.
―Ahora, por favor, quíteme las esposas ― pidió, luego de mirar sus muñecas que ahora se encontraban evidentemente maltratadas por las esposas que le impedían movilidad de sus manos. Dirigió de nuevo su mirada hacia el desconocido ― ¿Y usted quién es verdaderamente? ¿Qué es lo que desea de mí? ― preguntó con evidente curiosidad, esa que tanto le caracterizaba y que así mismo en muchas ocasiones le había metido en tantos problemas.
Finn A. Goldschmidt- Prostituto Clase Baja
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
El mocoso se seguía resistiendo, quizás por lealtad a sus jefes o por temor a ellos. Incluso después de todo lo vivido, aún no parecía comprender la seriedad del asunto y mantenía aquella enfermiza postura individualista que tanto caracterizaba a los humanos, especialmente en los momentos difíciles en donde más se requería su valor y lealtad. Suspiré decepcionado fijándome en los espasmos de su cuerpo, la piel maltrecha de sus muñecas, la expresión angustiada en su rostro juvenil. De poco le serviría su belleza en un mundo que valoraba más las buenas intenciones.
Pero ¡ah! Sólo fue cosa de presionar un poco más. Su expresión derrotada me dejó ver que iba por buen camino y escuché su testimonio con atención.
—¿Desaparecen? —Puntualicé, alzando una ceja con interés. Palpé los bolsillos de mi chaqueta en busca del lápiz grafito y mi libreta, escribiendo rápidamente los detalles que pudiesen guiarme en la investigación—. Esas habitaciones, ¿están en el mismo edificio donde trabajas? —Quizás podría intentar regresar al Burdel y echar un vistazo en busca de pruebas.
El lápiz se detuvo y alcé nuevamente la vista, evaluándole. Por la forma en que temblaba y se encogía podría apostar a que en cualquier momento le daría un infarto y, sin embargo, allí estaba exigiéndome respuestas. Vaya, así que el mocoso tenía carácter. Hice girar las llaves en mi índice izquierdo, recargándome de costado sobre la muralla frente a él.
—Has estado mintiendo desde que te vi tras esa barra. ¿Cómo sé que puedo confiar en ti? —cuestioné volviendo a sacar la placa y lanzándola cerca de sus manos, para que la inspeccionara bien y comprobase que era real—. A diferencia de ti, yo sí dije la verdad. Soy Detective, de la Policía de París. Estoy investigando un caso muy delicado en donde alimañas cobardes como tú no quieren hablar, y por su culpa jóvenes inocentes desaparecen y luego sus cuerpos son hallados flotando en el río —escupí con dureza, aunque no estaba personalmente molesto con él, sí que me molestaba la cobardía de los humanos en general.
Podría ser que fui demasiado duro con el muchacho. Después de todo, había hablado. Su rostro angustiado y compungido me hizo pensar en Víctor, mi fantasma personal, pobre violinista callejero asesinado por un maldito sin rastro ni identidad.
Dejé salir el aire sonoramente, con gesto de hastío. Apenas un par de zancadas rompieron el espacio entre nosotros y cogí su antebrazo, quitándole las esposas con rápidos movimientos y devolviéndole su libertad. La piel mancillada no pasaba desapercibida y a esa distancia pude olfatear la sangre fresca. Lo admito, sí fui demasiado duro. La fragilidad física de los humanos era algo que no me dejaba de sorprender.
Me arremangué la chaqueta y rasgué la tela de mi camisa, del lado que no había sido empapado por la sangre. Improvisé con cuidado dos torniquetes que envolví en silencio alrededor de sus muñecas, procurando tener cuidado para no hacerle más daño.
—¿A qué le tienes tanto miedo? ¿Alguien les ha amenazado, que nadie quiere hablar? Tú las has visto, Finn. Son niñas, podrían ser tus hermanas pequeñas. Y están solas, esperando a que alguien les ayude —expliqué con el tono más amable y convincente posible, más no podía evitar sentir rabia por la situación. Mi propia madre había sido víctima del tráfico de cambiantes, al igual que yo. Sabía, mejor que nadie, lo que se sentía estar en su situación.
Christopher Morgan- Cambiante Clase Media
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
Hablar sobre lo que ocurría dentro de las paredes de dicho recinto donde hacía vida la mayor parte del tiempo, era arriesgado para el muchacho. Corría con el peligro de meterse en graves problemas e inclusive conseguir la muerte. Sabía de sobra que el burdel estaba controlado por personas peligrosas que se dedicaban a realizar actividades ilícitas y por ende, nada bueno podía salir de ese tipo de personas. Dudaba por momentos acerca de contar lo que sabía, pero a veces su sed de justicia se imponía por encima de su habitual miedo y cobardía ¿Realmente estaba tomando consciencia el muchacho, o sólo se trataría de un momentáneo episodio de remordimiento? En cualquier caso, él no participaba de ninguna manera en las prácticas que implicaban raptar a dichas mujeres y jovencitas y venderlas a personas desconocidas que pagaban grandes cantidades de francos por ellas. Sin embargo, era cierto que conocía de dichas actividades y hasta ese momento había guardado silencio al respecto. Por lo que, inevitablemente, se había convertido también en cómplice de aquellos horribles actos.
Las palabras del supuesto detective, aunque pueriles, no estaban exentas de la verdad. Podía sentir el mancebo la crudeza y molestia en las palabras del mayor, mientras su ceño fruncido y su expresión corporal evidenciaban hostilidad. Y en cierta parte podía entender la actitud del otro, aquello que se realizaba dentro de las paredes del burdel era horrible y totalmente reprobable ¿Pero qué podía hacer alguien como él, al respecto de esa situación? Aquello se encontraba totalmente fuera de su alcance y el otro parecía no comprenderlo ― Si, desaparecen. Solo perduran un par de semanas en el burdel y luego es como si hubieran sido tragadas por la tierra ― comentaba con cierta timidez, y evadiendo la mirada del mayor. Si tan solo supieran sus jefes que se le había ido la lengua de esa manera, no sólo pagaría por ello, posiblemente también su destino terminaría como el de esas mujeres ― Se encuentran en un pasillo, subterráneo, al cual no tenemos acceso. Siempre hay vigilantes en la entrada. Nadie entra allí, sólo ellos y los dueños ― continuó comentando, mientras observaba al rubio tomar nota de todo lo que decía ¿Aquel revelaría su identidad cuando todo aquello saliera a la luz? ¿Sería llevado a la horca por vender su cuerpo a hombres? Se estaba metiendo en un problema de grandes dimensiones, pero cuando había caído finalmente en cuenta de la gravedad del asunto, ya se le había ido la lengua revelando todos aquellos detalles importantes y muy específicos. Nadie que no perteneciera al burdel conocía los mismos y era imposible imaginar para los clientes del establecimiento, los hechos que allí acontecían.
― ¿Qué ganaría con relevar todo esto? Lo hago porque no me ha dejado otra alternativa. Creer o no creer mis palabras, es decisión suya ― mencionó en respuesta a la duda acerca de su testimonio, mientras observaba la placa de este. Evidentemente se trataba de un detective. Su cuerpo entró en tensión, acrecentando su pánico a meterse en problemas cuando aquello se revelara y los dueños descubrieran que todo se había sabido gracias a él, o por el contrario, si no lograban capturarles pero la policía tomaba represalias en su contra. El panorama no parecía bueno para el germano. Observó cuando el hombre, ahora con actitud más amable, cortaba unos trozos de tela y hacía unos pequeños torniquetes alrededor de sus ahora liberadas muñecas. Definitivamente habían lastimado las mismas y pudo evidenciarlo al verlas sangrar. Escuchó entonces las siguientes palabras del hombre y tomó silencio durante un momento, agachando su mirada hacia un punto ciego. Había mucho que pensar al respecto.
Luego de unos momentos, aclaró su voz con la timidez habitual que caracterizaba a la misma ― De cualquier manera moriré, ya no importa quién me amenace. Si no me matan ellos al descubrir que he revelado lo que hacen, me matará la ley por mi trabajo. Al menos habré redimido mis culpas revelando esta información y se habrá hecho un poco de justicia ― confesó con un tono de voz de resignación. No esperaba que fuese perdonado por todo lo que hacía dentro de las paredes del burdel, a ese punto y luego de haber vivido tantas desgracias, la vida le pesaba y le hastiaba.
La lluvia se acrecentaba durante aquella noche, y era evidente con el sonido del agua que caía sobre el tejado de aquella vivienda abandonada. Con ello, la temperatura descendía, y el famélico cuerpo del hamburgués comenzaba a temblar ligeramente gracias al frío. Se había mojado durante la persecución en el tejado y podía sentir como algunas gotas corrían desde su cabeza, bajando por su frente hasta caer sobre sus pantaloncillos. Miró sus mallugadas muñecas y suspiró con desgano ¿A eso se había resumido su vida? ¿De qué había servido salir de Hamburgo, si en lugar de mejorar, su vida parecía cada vez ir en una debacle sin retorno? Maldijo internamente haber pisado aquel burdel alguna vez, y propiamente a Francia.
― Haga lo propio ― el muchacho alzó ambas muñecas en señal de rendición, ya no iba a escapar de él, mientras más corría parecía la vida indicarle que más rápido llegaría su inevitable final. Por lo que de ahora en más, abrazaría lo que parecía ser su destino.
Finn A. Goldschmidt- Prostituto Clase Baja
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
Anoté cada detalle dicho por el mancebo con mi peculiar código de escritura, especialmente las instrucciones para acceder a dicho subterráneo, lo cual me hizo contemplar de inmediato nuevas teorías y posibilidades. Tendría que hayar la forma de regresar tarde o temprano a ese burdel y comprobar si el patrón se repetía en el resto de los establecimientos administrados por la firma británica.
Rodé los ojos con cierto fastidio ante la actitud derrotada que el muchacho optó por tomar, demasiado melodramático para mi gusto. Me recordó a las peores noches de Víctor en el calabozo, víctima del opio y del alcohol, elevando sentidas maldiciones al cielo y canalizando todo su pesimismo en las notas que arrancaba a su raído violín. Torcí el gesto con desagrado, penso en todos los Víctor que habría en el mundo. Jóvenes talentosos y de noble espíritu, daños colaterales de una sociedad enferma, corrupta y desgraciada. Si no eres lo suficientemente fuerte, el mundo te engulle.
Finn lucía igual que Víctor en los días previos a su asesinato y reprimí un escalofrío. La culpa arde como una herida fresca porque aún no hallo a su asesino, porque no pude ayudarle cuando tuve la oportunidad. Ya lo he mencionado antes, detesto equivocarme y en especial, cometer el mismo error dos veces. Aquel impulso altruista que se remonta a la más tierna educación inculcada por mi padre humano es lo que me lleva a quitarme el abrigo característico del detective y dejarlo caer sobre sus hombros. El pobre, más que un cortesano, luce como un cachorro mojado. Cojo sus manos con firmeza y sin esfuerzo le obligo a levantarse, cubriendo mejor su escuálida figura con la prenda y abrochando con rapidez los botones en torno a su cuello.
En circunstancias normales, simplemente habría cambiado a mi forma felina y sorteado la distancia saltando por los tejados. En ningún momento pensé que tendría que escapar acompañado de un humano, pero ante las circunstancias era imposible simplemente dejarle atrás y a merced de Las Amapolas. A juzgar por cómo se estaban dando las cosas, Finn podía ser tan víctima como las extranjeras asiáticas que buscaba proteger.
—Se hará justicia, ya verás. Andando, aún nos queda un largo camino bajo la lluvia —le indiqué sin más, ignorando sus preguntas y lamentos.
La mantuve firmemente asido por el antebrazo, no fuese que tuviese la maravillosa idea de salir corriendo y me complicara aún más los planes. Le guié hacia la parte trasera de la casa y salimos hacia una calle secundaria por la que bajamos en dirección a la Corte de los Milagros, uno de los barrios marginales de la ciudad más próximos al Mercado Central. Durante el día las calles rebosaban de mendigos, niños y mujeres con lactantes en brazos, todos buscando obtener una moneda del primer buen samaritano que decidiese cruzar por el lugar. Por la noche, el silencio se volvía el protagonista salvo uno que otro adicto al opio que se atrevía a pernoctar en sus gélidos callejones.
Con la lluvia que azotaba, no me sorprendió no toparnos con nadie hasta detenernos en las puertas de mi casa, un antiguo edificio de tres plantas de estilo inglés, ubicado en el mismísimo borde de la marginalidad y los barrios de clase media. Una posición que me resultaba bastante estratégica, a medio camino del centro, de la Estación de Policía y de las zonas en donde se llevaban a cabo la mayoría de los asesinatos. Difícilmente alguien se imaginaría a un detective viviendo allí.
Entramos al recibidor y me apresuré a encender un par de candiles para comodidad del humano. Debido a mi naturaleza recelosa y solitaria, carecía completamente de servidumbre y por ende, la casa estaba sumida en el silencio y la oscuridad. De inmediato me quité la camisa empapada, los zapatos y los pantalones, colgando todo en el perchero junto a la entrada. Sin pudor incité a Finn a hacer lo mismo.
—Anda, quítate todo lo mojado, que no quiero que dejes un desastre en mi sala y luego tener que limpiar —cogí mi bata del perchero y se la tendí; le quedaría enorme pero le serviría para entrar en calor mientras yo encendía la chimenea. En menos de cinco minutos el fuego calentó la estancia, iluminando la sobria decoración y los pocos muebles alrededor.
Aproveché entonces de dar un breve vistazo a la herida en mi hombro. Ardía como los mil demonios y aunque aún sangraba, no parecía demasiado grave salvo que la bala continuaba dentro de mi carne. Podía sentirla y allí estaba la verdadera incomodidad.
Christopher Morgan- Cambiante Clase Media
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
Aquel día había experimentado fuertes emociones, comenzaba el germano a creer que su vida estaba destinada a tener altibajos tan radicales como los que acontecieron durante ese día. Por momentos, parecía que las cosas marchaban en paz y tranquilidad, pero por otro lado, a veces las cosas se salían de sus manos. Tomaban proporciones descomunales y eso muchas veces le dejaba atónito, y no precisamente de buena manera. Pero comenzaba a creer que por algún motivo u otro, esas fuertes emociones comenzaban a formar parte de su día a día. Con cada situación que atravesaba, se arrepentía cada vez más de haber llegado a tierras francesas. Se llegó a cuestionar si hubiera sido mejor mantenerse en Hamburgo antes que tener que atravesar por todas las cosas que le habían tocado vivir.
El otro le tomó con fuerza y lo levantó de aquel viejo sillón, asegurándose de dejar un abrigo sobre su fisonomía. En realidad era el suyo, pero lo había tomado ahora para resguardar el famélico cuerpo del muchacho del invierno que caía sobre la ciudad en aquella noche. Sin mediar más palabras que aquella escueta oración por parte del detective, fue tomando entonces de las muñecas y salieron de allí, en dirección desconocida. De nuevo la lluvia volvió a caer sobre ellos, un torrencial aguacero parecía indispuesto a despejar los cielos de la ciudad. Sin embargo, aquello no parecía impedimento para el detective, quién con cierta brusquedad, le tomó de uno de sus antebrazos y le guiaba a través de diferentes callejones que poseía la señorial París ¿En realidad se haría justicia tal y como afirmaba el rubio? Y de ser así ¿A qué costo, el de su cabeza? Él se lo había buscado después de todo al meterse en lugares tan turbios como un burdel.
Se desplazaron hacia una zona bastante humilde, le impresionó al germano ver gran cantidad de adictos tirados en las empedradas calles de aquel lugar, nunca había visto nada igual el muchacho en su corta vida. No obstante, se sentía un tanto seguro en compañía del detective. Caminaron a través de aquel barrio durante unos cuantos segundos hasta que se detuvieron frente a una edificación de tres plantas. El detective introdujo la llave en la cerradura y giró el cerrojo. Al menos esta vez no estaban dentro de un lugar ajeno. Una vez dentro, la oscuridad les recibía, al parecer no había nadie más allí dentro. El germano se mantuvo atento y observador en todo momento, no le agradaba seguir en compañía de aquel hombre, pues su actitud le imponía y le hacía sentir bastante incómodo. Estaba temblando de frío y la calidez del lugar era el bálsamo que estaba necesitando. Recibió de manos de este la bata que le había prestado el otro y caminó tímidamente hacia un biombo a su derecha. Se desvistió, dejando la ropa húmeda en una cesta, ya le preguntaría a su interlocutor dónde poder colgarla para secarla.
Salió finalmente con aquella bata que evidentemente le quedaba grande, pero al menos estaba seca y le permitiría calentarse. Caminó tímidamente hacia la chimenea, y se sentó cerca de ella, en el suelo. Llevó sus manos a una distancia razonable del fuego, y comenzó a calentar las mismas. Con suerte pronto lograría normalizar su temperatura corporal. Con su mirada perdida en las llamaradas que salían de la chimenea, el muchacho suspiró solapadamente ― ¿Cuándo dejará que me vaya? ― preguntó aún con su mirada perdida en el elemento. No le gustaba estar allí ni alejarse demasiado del burdel. No ahora que había hablado de más.
―Ya le he dicho todo lo que sé, es inútil seguir aquí ―frunció su ceño con incomodidad. Miró entonces en dirección al desconocido y notó que el otro estaba sangrando. El muchacho arqueó sus cejas con sorpresa y mantuvo su mirada en dirección al policía ― ¿Está bien? ¿Debería ir al hospital? ― su inocencia habitual le traicionó de nuevo. No entendía el muchacho la gravedad del asunto en ese instante.
De nuevo se asomó aquella tristeza habitual en su rostro ― Sólo quiero irme a casa ― dijo más para sí mismo que para el otro, se giró sobre sí mismo y miró en dirección, una vez más, hacia la chimenea. Temía por lo que pudiera pasarle dentro de la casa de aquel hombre, el mismo había presenciado que iban tras él cuando a disparos los echaron del burdel. En realidad al rubio, él solo fue rehén de este.
Finn A. Goldschmidt- Prostituto Clase Baja
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
El humano se queja demasiado para mi gusto. Quizás, me temo, no es el adecuado para confiarle una misión de tal envergadura. ¿Debería arriesgarme e intentarlo, aún a costa de su vida? Sé que muchos de mis compañeros de oficina ni siquiera se lo habrían cuestionado. La vida de una prostituta vale menos que carnada. Y él es la carnada perfecta.
«Perdóname, Víctor, por lo que estoy a punto de hacer».
Necesito encontrar a las chicas con vida. Es lo único que importa ahora.
—Deja ya de gimotear. Ahora mismo no podrías estar en un mejor lugar —gruñí rodando los ojos con hastío, dejando la intervención quirúrgica improvisada para más tarde. Necesitaría tiempo, paciencia y un buen espejo para quitarme la esquirla de plata—. No podemos ir al Hospital, de seguro nos estarán esperando allí. Ni tampoco a la Estación de Policía. Esta es una investigación extraoficial, ¿entiendes? Hay gente de mucho poder involucrada en esto y sus espías están por todos lados. La única persona que puede protegerte en este momento, soy yo —sentencié con expresión grave, sosteniendo su mirada temerosa en todo momento—. Ahora ven aquí, ayúdame. Hay que tender tu ropa frente al fuego.
Definitivamente luce como un cachorro perdido. Sin tener demasiado tacto para estas cosas, intuyo que lo mejor es darle su espacio para digerir todo lo vivido esta noche y delegarle tareas simples y sencillas. Así, mientras él se encarga de su ropa, yo me escabullo en la cocina, buscando entre los cajones hasta dar con las tijeras de brillante metal, un yesquero y una vela. Supongo que con eso bastaría. Regresé al salón y deposité todo sobre la mesilla frente al sofá. Carecía de vendas, pero podría utilizar los jirones de tela de mi desdichada camisa. Al verle noté que seguía en estado de shock. ¿Cómo podría confiar en un monstruo como yo?
Suspiré profundamente y me acerqué a él, sujetándole el hombro y presionando sin hacerle daño. Mi expresión fue mucho más amable esta vez. Debo tener paciencia si quiero que el muchacho colabore, aunque no esté dentro de mi naturaleza. Trabajar con quienes ejercen la prostitución no es fácil. La naturaleza ilegal y marginal de ese trabajo vuelve a la gente arisca y desconfiada, acostumbrada a ver el peor lado de seres humanos que creen tener algún derecho o poder sobre el cuerpo ajeno solo por haber pagado unas pocas monedas. Necesito demostrarle que el mundo no funciona así, o que al menos, el miedo y la violencia no es la regla general. Si yo puedo dominar a mi bestia interna, los hombres pueden controlar sus impulsos mundanos. Con cuidado le guié a sentarse sobre el sofá y le tendí una manta de lana encima, que saqué del ropero junto al vestíbulo.
—Mira, Finn, sé que estás asustado y que es duro estar lejos de casa. Imagina cómo se han de sentir esas chicas. Quiero ayudarlas, ¿entiendes? No soy el villano en este asunto. Solo quiero justicia —me sinceré con él, dejándole ver mi cara más humana, una que pocos conocen—. Pero no puedo hacerlo solo. Necesito ayuda de gente buena, como tú. Ojos que puedan ver el rostro de nuestros enemigos invisibles. ¿Tanto deseas volver a ese burdel? Adelante, es tu elección. Ellas en cambio, no han podido elegir.
Por un momento, el crepitar de las llamas es lo único que se oye. Eso, y su respiración conmocionada.
Christopher Morgan- Cambiante Clase Media
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
Para alguien como Finn, lidiar con situaciones como las que habían acontecido durante ese mismo día, no era nada fácil. Pues su corazón latía aún con fuerza recordando toda aquella frenética persecusión en contra del detective y de su persona propiamente. Una persecusión sin igual, algo que nunca había vivido y por ende sería una noche que no olvidaría, desde luego. Muchas cosas se agalopaban en su cabeza en ese momento, lo primero era que sus jefes le estarían buscando, lo segundo, cómo era posible que se hubiera formado aquel alboroto dentro de las paredes de aquel asqueroso cuchitril. Sobraban los descalificativos para describir a ese recinto, no obstante, jamás había ocurrido nada igual. Y para colocar la cereza del pastel, él se encontraba involucrado de cierta manera.
Le inquietaba estar allí dentro de las paredes de la vivienda del mayor, pero más le inquietaba estar fuera del burdel. No podía salir de allí sin decir una palabra, se suponía que debía estar atendiendo a los clientes en la barra o bien dentro de alguna habitación. Pero de nuevo, aquella noche atípica había puesto todo de cabeza y los nervios estaban matando al pobre germano. ¿Qué le diría a Beatrice? ¿Cuál sería el castigo que pagaría por aquel alboroto? Pensar en todo aquello, erizaba su cuerpo y desde luego le ponía nervioso de sobremanera. Era su hogar, para bien o para mal, y si le echaban de allí, estaría perdido nuevamente. No quería tener que volver a dormir en las calles una vez más. Ya no, quería cerrar ese capítulo de su vida.
Las palabras del hombre volvían a ser duras como ya parecía ser costumbre desde que le reveló sus verdaderas intenciones allá en el burdel. Suspiró con resignación y se puso en pie para poder encargarse de su ropa mojada, escuchando la petición del otro. No le gustaba estar allí, pero ahora comenzaba a entender que al menos hasta que las aguas se calmaran, debería mantenerse dentro de los dominios del mayor. Solo asintió en silencio cuando el otro terminó de verbalizar todas aquellas palabras pueriles, y sin omitir palabra alguna, sólo tomó sus pantaloncillos, su camisa y las llevó hasta una distancia prudente para que se secaran con el calor de las llamas, esa chimenea donde tomó asiento minutos antes.
Se fijó que su anfitrión se movilizó hasta la cocina, y no le prestó demasiada atención. Lo mejor sería mantenerse al margen para evitar la ira de este y que, de alguna manera u otra, le echara de allí también. Todavía llovía a cántaros, según lo poco que pudo ver el muchacho a través de una de las ventanillas de la vivienda, por lo que sería mejor esperar. Pero mientras observaba el panorama a través de la ventana, una mano se posó sobre su hombro y eso bastó para que se sobresaltara. Era él nuevamente. Con nerviosismo, se giró sobre sí mismo y dirigió su mirada tímida hacia el detective, quién con sus oscuros ojos, hacía contacto visual con su persona.
Le guió hacia un sofá y tomó asiento, para luego recibir una manta de parte de éste. Aquello le estaba confundiendo enormemente. ¿No era el mismo hombre que le había gritado hacía pocos minutos atrás? ¿Por qué ahora cambiaba de actitud? Fueron algunas de las dudas que embargaban a la inquieta mente del germano. De pronto, su voz y su expresión facial eran ahora mucho más suaves y distendidas. Le escuchó con atención a cada palabra que verbalizaba el anfitrión y el castaño no hizo más que asentir ligeramente, en silencio.
―¿Cómo puedo ayudar? ―preguntó con interés, mientras su mirada esquiva se dirigía nuevamente hacia la chimenea. Aquello le asustaba, pues sabía que se estaba metiendo en un terreno bastante peligroso, aún más que trabajar propiamente en el burdel, meter las narices en los negocios turbios del recinto era un riesgo bastante grande ―. Sé bien que están todas en peligro, también lo estoy ahora. Pero creo que tiene razón ― su voz temblorosa resonó nuevamente, cortando con aquella pausa que se había hecho presente brevemente.
Se acomodó un poco sobre el sofá y de nuevo dirigió su tímida mirada hacia el detective, quién lucía aún intimidante, pero por algún extraño motivo, su comportamiento era más dulce ― ¿Qué debo hacer ahora? ― Tragó con cierta dificultad, sabiendo que aquella sería una gran responsabilidad. En cualquier caso, él tenía razón, ellas estaban en verdadero peligro y las vidas de estas se comercializaban al mejor postor, con fines sexuales principalmente. Algo totalmente inhumano desde cualquier punto de vista. ― No será fácil volver al burdel como si nada hubiera pasado. Debo buscar una buena excusa para poder justificar mi huida de allí ―. Las palabras del castaño eran ciertas, lidiar con los jefes del burdel no sería cosa fácil, especialmente con Beatrice, la encargada del lugar. Pero por otro lado, el mayor había despertado el deseo de ayudar que habitaba muy en su interior, y que su temor habitual no le había permitido descubrir.
―Está bien, Monsieur. Ayudaré en lo que pueda para liberarlas ―. El castaño tragó con dificultad, e hizo contacto visual con el hombre. Su corazón se aceleraba debido a la ansiedad que le generaba todo aquello.
Finn A. Goldschmidt- Prostituto Clase Baja
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
Suspiré con verdadero alivio, su mirada no mentía, realmente le había convencido de cooperar—. Joder, muchacho, gracias. Bien hecho... Bien hecho —así que no me había equivocado al escogerle. Algo había en él, una especie de potencial. Me dejé caer a su lado en el sofá y cerré los ojos un momento, agobiado por todo lo que acababa de pasar. Afuera la lluvia sigue y de vez en cuando, un trueno resuena en la distancia haciendo eco a la tímida vocecilla del muchacho. La herida duele, una alarma natural que me recuerda que aún no he terminado lo que tengo que hacer.
La noche es joven.
—Iremos con calma y cuidado, ¿vale? Necesitaré que confíes plenamente en mí desde ahora. Te protegeré, descuida, el plan no puede fallar —me enderecé en el asiento y mi mirada felina volvió a buscar sus esquivos ojos marrones. Me siento cansado y sé que se me nota en el rostro, ni siquiera intento disimular. Mis prioridades están enfocadas en otros asuntos ahora mismo—. Estoy seguro de que esos tipos eran parte de las Amapolas y atentaron contra el burdel para acabar con la competencia. Eso o el dueño no pagó lo suficiente por las chicas nuevas. No tenían forma de saber que yo estaría ahí —reflexiono en voz alta, repasando una vez más los sucesos de la noche. Había tenido la suerte de estar en el momento y el lugar preciso...
¡Eso es!
Mi atención regresa al anillo en forma de luciérnaga que llevo en el anular izquierdo, un regalo de Gwang So cuya magia me cubre con su sello protector. De inmediato me lo quito y le paso un trozo de hilo por el centro, haciendo un collar improvisado y pasándolo por su cabeza sin preguntar. Acomodándole el cuello de la bata para que cubra bien el amuleto y parte de su cuello.
—Muy bien, esto servirá. Mientras lo uses, la suerte estará de tu lado y yo podré encontrarte donde sea, pero debes traerlo oculto. ¿Entiendes? Sólo si estás en peligro, póntelo —expliqué sin intención de entrar en mayor detalle, la magia es algo que sólo unos pocos pueden entender. Con aquel hechizo de buena suerte, sería más difícil que las Amapolas dieran con él—. En cuanto pare la lluvia te encaminaré de vuelta al burdel, ¿vale? Te ayudaré a entrar por la azotea, dirás que te has escondido al notar los disparos y que tu cliente escapó por la ventana sin pagar —una sonrisa torcida se forma en mis labios al pensar con cierta gracia en la situación. Tenso y gracioso a partes iguales.
—Tu misión es observar y recordar. Necesito entender quiénes componen esta red de tráfico y sólo puedo hacerlo con alguien dentro. Nombres, fechas, lugares. Todos los detalles que me ayuden a saber en dónde tienen a las chicas antes de ser vendidas como esclavas. Una vez al mes, te visitaré como un cliente y me dirás lo que has averiguado —ya no hay vuelta atrás, ambos estamos enlodados hasta el cuello con esto. Mientras pueda protegerle, sé que el riesgo vale la pena.
Finalmente suelto sus hombros y decido hacerme cargo de mi herida.
—Ahora ven, ayúdame aquí. Sujeta el espejo, por favor —me desarmo el torniquete y un hilillo de sangre cae espeso por mi antebrazo, mucho menos abundante ahora que ya ha pasado un rato. Sólo la esquirla de plata impide que la piel cicatrice por sí misma y por eso, debo quitarla cuanto antes o podría empeorar. Con ayuda del espejo y con aguja en mano, me tomo un breve momento para buscar en la piel maltrecha los brillantes y diminutos trozos de metal.
—Argh. ¡Joder! Malditos pistoleros —gruñí, con la frente brillante por el sudor. Cuando quité el último trozo de plata, sentí cómo afuera la lluvia comenzaba a menguar—. Bien, ya sólo falta cocer la herida... —murmuré más para mí mismo que para que él me oyera, dándome ánimos para la última sesión de dolor de la noche. O al menos, eso es lo que espero.
La noche es joven.
—Iremos con calma y cuidado, ¿vale? Necesitaré que confíes plenamente en mí desde ahora. Te protegeré, descuida, el plan no puede fallar —me enderecé en el asiento y mi mirada felina volvió a buscar sus esquivos ojos marrones. Me siento cansado y sé que se me nota en el rostro, ni siquiera intento disimular. Mis prioridades están enfocadas en otros asuntos ahora mismo—. Estoy seguro de que esos tipos eran parte de las Amapolas y atentaron contra el burdel para acabar con la competencia. Eso o el dueño no pagó lo suficiente por las chicas nuevas. No tenían forma de saber que yo estaría ahí —reflexiono en voz alta, repasando una vez más los sucesos de la noche. Había tenido la suerte de estar en el momento y el lugar preciso...
«Suerte»
¡Eso es!
Mi atención regresa al anillo en forma de luciérnaga que llevo en el anular izquierdo, un regalo de Gwang So cuya magia me cubre con su sello protector. De inmediato me lo quito y le paso un trozo de hilo por el centro, haciendo un collar improvisado y pasándolo por su cabeza sin preguntar. Acomodándole el cuello de la bata para que cubra bien el amuleto y parte de su cuello.
—Muy bien, esto servirá. Mientras lo uses, la suerte estará de tu lado y yo podré encontrarte donde sea, pero debes traerlo oculto. ¿Entiendes? Sólo si estás en peligro, póntelo —expliqué sin intención de entrar en mayor detalle, la magia es algo que sólo unos pocos pueden entender. Con aquel hechizo de buena suerte, sería más difícil que las Amapolas dieran con él—. En cuanto pare la lluvia te encaminaré de vuelta al burdel, ¿vale? Te ayudaré a entrar por la azotea, dirás que te has escondido al notar los disparos y que tu cliente escapó por la ventana sin pagar —una sonrisa torcida se forma en mis labios al pensar con cierta gracia en la situación. Tenso y gracioso a partes iguales.
—Tu misión es observar y recordar. Necesito entender quiénes componen esta red de tráfico y sólo puedo hacerlo con alguien dentro. Nombres, fechas, lugares. Todos los detalles que me ayuden a saber en dónde tienen a las chicas antes de ser vendidas como esclavas. Una vez al mes, te visitaré como un cliente y me dirás lo que has averiguado —ya no hay vuelta atrás, ambos estamos enlodados hasta el cuello con esto. Mientras pueda protegerle, sé que el riesgo vale la pena.
Finalmente suelto sus hombros y decido hacerme cargo de mi herida.
—Ahora ven, ayúdame aquí. Sujeta el espejo, por favor —me desarmo el torniquete y un hilillo de sangre cae espeso por mi antebrazo, mucho menos abundante ahora que ya ha pasado un rato. Sólo la esquirla de plata impide que la piel cicatrice por sí misma y por eso, debo quitarla cuanto antes o podría empeorar. Con ayuda del espejo y con aguja en mano, me tomo un breve momento para buscar en la piel maltrecha los brillantes y diminutos trozos de metal.
—Argh. ¡Joder! Malditos pistoleros —gruñí, con la frente brillante por el sudor. Cuando quité el último trozo de plata, sentí cómo afuera la lluvia comenzaba a menguar—. Bien, ya sólo falta cocer la herida... —murmuré más para mí mismo que para que él me oyera, dándome ánimos para la última sesión de dolor de la noche. O al menos, eso es lo que espero.
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Re: Enemigos Invisibles [Flashback] [Priv]
Finn no estaba acostumbrado a pasar tanto tiempo fuera del burdel, aunque mucho despreciara esa taberna de porquería, era uno de los pocos lugares donde podía estar, relativamente, a salvo. No obstante, se empezaba a preguntar el hamburgués qué tan a salvo seguiría estando dentro de las paredes de aquel recinto, cuando casi lo balean junto con su cliente. O más bien, el escurridizo e inesperado policía que había aparecido de la nada para meterle en una situación que temía. Él conocía grandes detalles de los movimientos dentro del burdel, sin embargo, no podía evitar erizarse por completo con solo pensar qué podría pasar si los dueños del lugar descubrían que ahora se trataba de un espía.
Suspiró, no sin temblar ligeramente, por la sensación extraña y el escalofrío que invadía su menudo cuerpo mientras pensaba en toda la situación. Pero por otro lado, sabía que estaba haciendo lo correcto y que de alguna manera u otra, estaba contribuyendo al bienestar de todas aquellas mujeres que eran apresadas y explotadas sexualmente contra su voluntad. Algo abominable y terrible desde todo punto de vista. Si para él, que no estaba siendo obligado, era una tortura tener que revolcarse y compartir cama con aquellos asquerosos borrachos, no quería ni imaginar lo horrible que era para ellas. Su corazón comentó a latir con fuerza mientras negaba ligeramente con su cabeza. Era terrible lo que estaba sucediendo y no lo había analizado con detenimiento hasta ese preciso instante.
Pero mientras divagaba entre sus pensamientos, un collar improvisado con un anillo dentro, fue a parar alrededor de su cuello. Frunció su ceño, extrañado, sin entender qué era eso y por qué ahora él lo portaba. Alzó con timidez su mirada, y escuchó con detalle la explicación del policía. ¿Un amuleto? ¿Qué narices es eso? Ladeó su cabeza sin comprender de qué se trataba. ¡Faltaba más, ahora él también era una de esas personas supersticiosas! Seguía sin entender el muchacho porqué la gente se empeñaba tanto en creer en cosas que no existían. No obstante, y por respeto, asintió en silencio y con incomodidad, no sin antes mirar aquel objeto con incredulidad.
―Así será, Monsieur —verbalizó con su acento germano y asintió mientras escuchaba las indicaciones del detective. Así que tendría que memorizar fechas, nombres, lugares y demás información de interés. Por lo visto el problema era mucho más gordo de lo que creía. Dirigió entonces su mirada hacia la chimenea, estaba preocupado. Le aterraba la idea de ser descubierto, pero más le aterraba que todo aquello saliera mal y que las chicas no pudieran ser liberadas. Se encontraba en una encrucijada, el miedo le estaba invadiendo en ese instante, pero su instinto de justicia también se imponía. ¿Cómo se supone que iba a proceder? Cerró sus ojos levemente y respiró hondo un par de veces, intentando calmar su ansiedad. Hasta que escuchó nuevamente las palabras de su anfitrión.
Aún estaba sangrando y necesitaba de su ayuda, asintió en silencio y con timidez, para luego sujetar el espejo que el otro requería. Escondió su mirada detrás de este, le imponía la presencia del otro y las formas en las que le había tratado un momento atrás. Sus manos temblaban ligeramente debido a la ansiedad que le generaba toda la situación vivida esa misma noche, adicionalmente de lo que se avecinaba. Sabía que no sería fácil, y que, principalmente, se estaba metiendo en la boca del lobo ―¿Va a mejorar? ― preguntaba con timidez, y escondiendo aún su mirada detrás del espejo. A Finn le desagradaba el aspecto de la sangre, de hecho le generaba nauseas. No obstante, no podía evitar sentir empatía por el hombre que estaba frente a su persona.
―¿Y cómo puedo ubicarle si necesito de su ayuda? ―De nuevo, sus labios volvieron a pronunciar palabras. Sabía el muchacho que volvería a verle en varios ocasiones, pero no sabía con qué frecuencia volverían aquellos pistoleros que les persiguieron hace un momento atrás. Aquello le inquietaba, pero más le inquietaba no saber cómo proceder en caso de que se suscitara una situación como aquella ― ¿Podría venir a buscarle aquí? ― Su inocencia le volvió a traicionar en ese momento.
Agachó su cabeza y su mirada quedó fija en un punto de la alfombra de aquel lugar. El castaño sentía miedo.
Suspiró, no sin temblar ligeramente, por la sensación extraña y el escalofrío que invadía su menudo cuerpo mientras pensaba en toda la situación. Pero por otro lado, sabía que estaba haciendo lo correcto y que de alguna manera u otra, estaba contribuyendo al bienestar de todas aquellas mujeres que eran apresadas y explotadas sexualmente contra su voluntad. Algo abominable y terrible desde todo punto de vista. Si para él, que no estaba siendo obligado, era una tortura tener que revolcarse y compartir cama con aquellos asquerosos borrachos, no quería ni imaginar lo horrible que era para ellas. Su corazón comentó a latir con fuerza mientras negaba ligeramente con su cabeza. Era terrible lo que estaba sucediendo y no lo había analizado con detenimiento hasta ese preciso instante.
Pero mientras divagaba entre sus pensamientos, un collar improvisado con un anillo dentro, fue a parar alrededor de su cuello. Frunció su ceño, extrañado, sin entender qué era eso y por qué ahora él lo portaba. Alzó con timidez su mirada, y escuchó con detalle la explicación del policía. ¿Un amuleto? ¿Qué narices es eso? Ladeó su cabeza sin comprender de qué se trataba. ¡Faltaba más, ahora él también era una de esas personas supersticiosas! Seguía sin entender el muchacho porqué la gente se empeñaba tanto en creer en cosas que no existían. No obstante, y por respeto, asintió en silencio y con incomodidad, no sin antes mirar aquel objeto con incredulidad.
―Así será, Monsieur —verbalizó con su acento germano y asintió mientras escuchaba las indicaciones del detective. Así que tendría que memorizar fechas, nombres, lugares y demás información de interés. Por lo visto el problema era mucho más gordo de lo que creía. Dirigió entonces su mirada hacia la chimenea, estaba preocupado. Le aterraba la idea de ser descubierto, pero más le aterraba que todo aquello saliera mal y que las chicas no pudieran ser liberadas. Se encontraba en una encrucijada, el miedo le estaba invadiendo en ese instante, pero su instinto de justicia también se imponía. ¿Cómo se supone que iba a proceder? Cerró sus ojos levemente y respiró hondo un par de veces, intentando calmar su ansiedad. Hasta que escuchó nuevamente las palabras de su anfitrión.
Aún estaba sangrando y necesitaba de su ayuda, asintió en silencio y con timidez, para luego sujetar el espejo que el otro requería. Escondió su mirada detrás de este, le imponía la presencia del otro y las formas en las que le había tratado un momento atrás. Sus manos temblaban ligeramente debido a la ansiedad que le generaba toda la situación vivida esa misma noche, adicionalmente de lo que se avecinaba. Sabía que no sería fácil, y que, principalmente, se estaba metiendo en la boca del lobo ―¿Va a mejorar? ― preguntaba con timidez, y escondiendo aún su mirada detrás del espejo. A Finn le desagradaba el aspecto de la sangre, de hecho le generaba nauseas. No obstante, no podía evitar sentir empatía por el hombre que estaba frente a su persona.
―¿Y cómo puedo ubicarle si necesito de su ayuda? ―De nuevo, sus labios volvieron a pronunciar palabras. Sabía el muchacho que volvería a verle en varios ocasiones, pero no sabía con qué frecuencia volverían aquellos pistoleros que les persiguieron hace un momento atrás. Aquello le inquietaba, pero más le inquietaba no saber cómo proceder en caso de que se suscitara una situación como aquella ― ¿Podría venir a buscarle aquí? ― Su inocencia le volvió a traicionar en ese momento.
Agachó su cabeza y su mirada quedó fija en un punto de la alfombra de aquel lugar. El castaño sentía miedo.
Finn A. Goldschmidt- Prostituto Clase Baja
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