La Danza De La Cruel Fruición [Flashback]

por **Bénédicte Rivérieulx** Lun Jun 05, 2023 3:05 pm

"“No te preocupes, mi perra.
Tu sufrimiento no será en vano.
Hará danzar en éxtasis mis más bajos instintos
Y volverá a la cloaca, donde perteneces.”
Bénédicte Rivérieulx

3 AÑOS ATRÁS
Continuación de Hasta la última gota

Pasaron días sin que Demetrius se dignase a ingresar en el mismo mausoleo en el cual había azotado contra las paredes del infierno a la cazadora que había osado enfrentarlo.

Con él permanecía una prohibida sensación de placer incluso tras un período prolongado tras la tortura. Podía beber la agonía de aquella voz de perra lastimada sin que ella estuviera presente. Definitivamente el sufrimiento de los humanos alimentaba el hambre insaciable del vampiro. No se trataba de que lo merecieran o no. Esa era una idea que los mortales utilizaban para convencerse ilusamente que, si se comportaban como lo dictaban las normas, estarían a salvo. Pero no con él. Para él todo se trataba del éxtasis que le encendía sus demoníacos instintos al presenciar tamaño desastre provocado por él. Sí, por él.

Se alzaba la luna de la cuarta noche cuando Bénédicte decidió que ya era tiempo de hacerle una visita a la puerca. Según su basta experiencia, era probable que siguiera con vida, pero tampoco era una certeza. Una humana joven podía vivir varios días sin comer, pero muy pocos sin beber agua, y de esa tenía de sobra, aunque a gotas. De seguir con vida, debía tener la lengua entumecida de tanto estirarla para pelear por su penosa existencia.

Qué imagen más poética. No bastaba con imaginarlo; tenía que verlo.

Salió del castillo vestido como si fuese el invitado ilustre de un banquete real. Su atuendo era un reflejo de su torcida pero imponente naturaleza. Su conjunto comenzaba con una impecable camisa blanca de cuello alto; el tejido era delicado y adornado con un intrincado encaje que caía como cascada por el frente. Un cravat rojo sangre, atado meticulosamente con un nudo Windsor, contrastaba con la simplicidad de la camisa. Encima llevaba una levita negra a medida. El abrigo, largo hasta las pantorrillas, abrazaba su figura con precisión, acentuando su silueta alta y delgada. De él emanaba un aire de elegancia aristocrática mezclado con un toque de siniestro encanto. Que nadie dudase que era peligroso.

Apenas el carro llegó al cementerio, Demetrius bajó con el mismo entusiasmo que lo embargaba de niño, cuando le obsequiaban un esclavo nuevo que, como siempre, no duraba demasiado.

Abrió la puerta del mausoleo sin antes utilizar sus poderes para confirmar que la chica continuase con vida. No quería arruinar la sorpresa. Le bastaron tres pasos en el interior para percibir el calor de la anatomía humana. No era ni la mitad de fuerte de cómo había sido la primera noche, pero persistía.

Bénédicte se llevó una mano al mentón y sonrió al tiempo que negaba con la cabeza.

— No me hagas reír, ¿todavía lo intentas? — preguntó el vampiro mientras se acercaba a la plataforma en donde mantenía encadenada a la mujer.

La visión era un espanto, una exhibición de cuánta suciedad podía generar una persona en cuatro días. Si la perra no se moría de sed o hambre, lo haría por septicemia.

La voz de Bénédicte se arrastró con falsa lástima.

— Oh, mi querida perra. Casi me das lástima. Crees que si luchas con todo tu corazón, saldrás de esta victoriosa — se mofó ubicando momentáneamente su mano izquierda sobre el pecho —. Pero verás, he presenciado esto millones de veces. Nunca termina bien. Bueno… para mí es diferente. Puedes seguir aferrándote a tu inútil esperanza todo lo que quieras; será el último destello de luz que extinguiré antes de que tome tu suspiro final.

por **Helida Darsian** Dom Jun 18, 2023 10:47 am

"Helida Darsian, Helida Darsian, Helida…Darsian, Heli…da Dar…, Heli… Dar…., ¡Helida Darsian!"

La joven había perdido la cuenta de las ocasiones en la que la oscuridad la había engullido durante el día y la luz la había traído de vuelta durante la eterna noche. No sabía cuánto tiempo había pasado, en ocasiones olvidaba donde se encontraba, quién era… El dolor era insoportable, pero el hambre y la sed todavía era indescriptible… Tan intensa, que en ocasiones resultaba anestesiante. Dejaba de sentir completamente. Alargar el cuello para recoger una gota de agua con la lengua. Parecía un esfuerzo imposible y cuando cerraba los ojos y la guadaña del señor de la noche le acariciaba el cuello, Helida se recordaba quien era.

“He…Helida… Darsian”, susurró una vez más en su mente mientras recogía otra gota de agua. Ya no era alivio lo que sentía cuando se deslizaba por su garganta, sino fuego puro, ardía como si de lava se tratara. Sobrevivir era una tarea ardua. Pero a pesar de la humillación, la deshonra, el calvario… lo mínimo que podía hacer era no dejarse ir tan simplemente. No otorgarse el regalo de desvanecerse en un mar de almas, en otra víctima de aquel gusano.

Aquel era su castigo; continuar viva.

Mientras permanecía allí, echada y agonizando, por primera vez en su corta vida, el arduo entrenamiento con el que su padre le había fustigado día tras día, cobro sentido y se sintió ridículo al mismo tiempo. Ridículo, porque no había entrenamiento alguno por el que un simple humano podría enfrentarse a una criatura tan letal y antigua como la que le tenía presa. Y cobro sentido, puesto que, por primera vez, sintió que, si podía terminar con aquel vampiro, ser cazadora tendría un real propósito. Aquel ser era el mal, un mal tan espeso y vil, que necesitaba ser exterminado antes de que germinara en infierno en la tierra.

Infierno que ella estaba viviendo en aquel instante.

Perdida en la agonía, ni si quiera percibió la pesada puerta del mausoleo abriéndose. No escuchó al depredador hasta que alzo la voz con sorna. Helida apenas fue capaz de levantar el rostro para mirarlo. Elegante y supremo, su apuesta y perturbadora apariencia en medio de aquella desagradable escena. Su figura quedaba recortada por la luna, lo que le daba un aspecto de demonio y salvador al mismo tiempo. Helida volvió a dejar caer la cabeza contra la fría piedra.

Había venido a regodearse o a que le suplicara. Su mente comenzó a activarse, sus músculos se tensaron ante la presencia de la criatura, recordando el dolor. Quiso despegar la lengua para responder con su habitual sarcasmo, pero tenía la boca seca, la garganta ardiendo tras gritar durante horas a los viandantes del cementerio. Sin embargo, aquello no distrajo al inmortal para continuar hablando, descartando todo haz de esperanza como si estuviera quitándole las plumas a un pájaro.

Helida respiró pesadamente, se preparó para despegar los labios y soltar su eterno discurso de amenazas adolescentes inyectados por la ira. Sin embargo, se quedo quieta. Tenía que ser lista. Parecía determinado en matarla, tan solo debía de conseguir más tiempo, otro lugar, algo que le diera una oportunidad.

―O podríais quedaros conmigo. ¿Conocéis a Lionel Darsian? Un cazador eternamente odiado por los sobrenaturales…―se detuvo para coger aire, ignorando el dolor que consumía su cuerpo―. Sin duda pasearos en sociedad con su esclavizada hija en una correa os otorgaría diversión infinita…

Dejó de hablar, cerrando los ojos con fuerza, esperando que picara el cebo. Era lo único que tenía. La única oportunidad para que la sacara de aquel lugar.

Su mente y cuerpo a cambio de una oportunidad por la libertad.

por **Bénédicte Rivérieulx** Dom Jul 09, 2023 3:20 pm

La aguda y penetrante mirada de Demetrius degustó dichosa el dolor en las facciones de la cazadora con el sólo hecho de hablar. Estaba desesperada, tanto que ya no debía importarle que se notara. Qué delicia. El orgullo de los mortales era tan frágil como ellos, aunque no dejaba de llamarle la atención que su decaída moral todavía le permitiese emitir palabra.

Bénédicte creía haber oído el apellido Darsian en alguna oportunidad; algún sirviente debía haberlo mencionado tiempo atrás. No lo ponía a la misma altura que los Inquisidores más bestiales, cuya peligrosidad radicaba en la sólida organización detrás, lo cual hacía que atacaran con la eficacia de una manada de perros salvajes, pero así y todo era un individuo a considerar. Sin embargo, las malas lenguas decían que Darsian estaba viejo y que ya no era tan letal como en sus años mozos. ¡Qué rápido se deterioraba esta supuesta máquina llamada cuerpo humano.

Sonriendo, el vampiro rodeó a su víctima una vez más, saboreando la demacración grabada en su faz.

— Oh, ¿debería sentirme tentado? — se burló Bénédicte. Las comisuras de su boca se pronunciaron ampliamente —. Ya lo creo. He visto imperios ascender y caer, pero de alguna forma crees que poseer a una humana, hija de otro humano, sería un testimonio de mi poder. Te creía más inteligente, vamos. Me rompe el corazón no darte el gusto, pero debes entender que estoy por encima de esos deseos humanos de gloria y dinero. Tu oferta, aunque me divierte, no hace nada por mis apetitos. Y yo tengo un hambre voraz. Si tiene límite, lo desconozco. Ojalá no lo tenga.

Pero quería que ella invocase hasta los últimos vestigios de su fuerza. A ver cuánto le duraba.

Se apartó por algunos minutos de la cazadora para dirigirse a una de las esquinas de la estancia. Se despojó de su abrigo, lo ubicó sobre una de las cruces de metal que ornamentaban el mausoleo y procedió a abrir un tabernáculo en la pared del fondo. De allí sacó una botella de vino y una esponja, empapando esta última con el líquido hasta llenar aproximadamente la mitad. Se acercó a la mujer y le acercó la esponja a la boca. Le ardería, por cierto. Tenía los labios severamente agrietados, pero era ese dolor o morir deshidratada.

Bénédicte esperó a que diese un sorbo y le apartó la esponja apenas hubo concluido con ese fugaz alivio. Con que le dijera lo que quería bastaba. Luego de eso, podía cerrar el pico.

Se relamió los labios con malicia y prosiguió.

— Ah, la audacia de los mortales. Negocias intentando hacerte ver como un trofeo, ¿pero qué te hace creer que eres digna de tal distinción? ¿Ser hija de un mortal? Debes estar delirando. Todo lo que se puede tomar de ti, ya lo tomé. Todo menos tu vida, aunque no es mucho. Tu padre estaría de acuerdo conmigo, ¿o no lo recuerdas? Tuviste la gentileza de enseñarme lo que hay en tu cabeza. Él te hubiera decapitado personalmente antes de permitir que te ofrecieras así a un vampiro, máxime así como estás, tapada en mierda, sangre y sudor. Hasta los esclavos huelen mejor — hizo una pausa, saboreando la mezcla de miedo y desafío grabada en su rostro, antes de continuar —. Aunque tal vez, en tus momentos finales, desees experimentar una apariencia de esperanza. ¡Así es! Es típico de los débiles engañarse a sí mismos para obtener una efímera sensación de control. La audacia de pensar que puedes influir en mi decisión. Muy bien, te daré la oportunidad de decir tus últimas palabras, y yo haré como si fueran ciertas. Tómalo como un obsequio, el último que recibirás.

por **Helida Darsian** Vie Ago 11, 2023 1:37 pm

Helida trató de ocultar su desesperación tras ofrecer sus palabras. Dejo caer la cabeza, sus pupilas clavadas en el techo, sus parpados amenazando con caerse. Se obligó a mantener los ojos abiertos. Tenía que luchar.

Por ello y a pesar de que su orgullo, forcejeó con sus necesidades básicas cuando el inmortal acercó la esponja. Helida decidió cooperar y despegar los labios, indagando su mirada maquiavélica con la propia. Mientras sorbia y la quemazón heria su boca, tan solo podía pensar en una cosa; lo odiaba, lo odiaba tanto que dolía. Cuando se apartó, la joven ahogo un gemido de alivio, dolor y necesidad. Apenas había sido un segundo y necesitaba más, más vino en una estúpida esponja, cualquier cosa que la nutriera. Se encontró despegando los labios para rogar, pero se detuvo mordiendo su labio inferior.

Si no lo miraba, parecía continuar sola. El inmortal era tan silencioso que se llevarba congio el resto de sonidos. Tan solo quedaba el demencial goteo del agua cuando caía y la abrasaba. Al fin su voz perturbadoramente hipnótica se alzó, haciendo eco en las paredes de piedra. Y conforme las palabras se desprendieron de sus fríos labios el calor incendió el cuerpo de la cazadora. Ira. Pura ira prendió su mente en llamas. Sus labios se despegaron sin poder detenerlos:

― ¿Y qué es lo que queréis entonces, Lucifer? ¿Por qué desperdicias vuestro tiempo torturando a una hormiga? ¿Se volvió tan misera y aburrida vuestra vida? ¿¡Qué diablos deseas!? ―su voz se rompió y el dolor exploto en su cuerpo y mente, tan agudo que no supo de donde venia.

A su pesar, Helida dejó escapar un mascullido y volvió a dejar que su cabeza cayera sobre la piedra. El marco de su visión perdió fuerza. Con suerte se desvanecería antes de poder volver a escuchar la voz de la repugnante criatura. Sin embargo, las últimas palabras del vampiro le hicieron sonreír, una sonrisa que resquebrajo sus labios y le hizo sangrar. Helida sonreía con satisfacción. Cuando recuperó la respiración y su pecho subió y bajó pesado, volvió a hablar. Su voz baja y cansada, pero clara:

― Decís que habéis tomado todo de mí, pero os equivocáis. Es cierto, mi estado físico es deplorable pero mi mente y espíritu siguen siendo míos, inmortal. Y lo será eternamente.

por **Bénédicte Rivérieulx** Vie Sep 01, 2023 11:43 pm

La voz de Helida tembló patética, dando cuenta del dolor insoportable con el que pagaba por atreverse a hablar. No era osado imaginar que podía ser su última chance para verbalizar lo que sentía; desde el momento en que cruzó las puertas de ese mausoleo, estaba en un punto de no retorno. Estaba muerta, aún con vida.

La reacción de Bénédicte a la determinación de Helida fue inusual. Había esperado más súplicas de clemencia, más gritos de desesperación. En cambio, aquel corajudo discurso pareció alargar su atención. La rodeó y sus facciones se afilaron en la inquietante penumbra del mausoleo. Se inclinó más cerca, estudiando su forma maltrecha, como si la viera bajo una nueva luz, como si fuera a diseccionar un cadáver fresco. Le parecía que estaba extraviada; tendría que encaminarla.

— Espíritu inmortal. ¿Es ese tu mejor consuelo? ¿Creer que de alguna manera trascenderás? — dijo contemplativo y arrogante a la vez —. Si mueres, ese orgullo, esos ladridos de perro caniche morirán contigo. Tu propio cuerpo dará la orden para descomponerse y así invitar a los gusanos a festinar con tu carne. Ese color que aún te queda se tornará verde, tu olor, que ya no será tu olor, se volverá tan insoportable que ni un perro hambriento se acercará. Con el tiempo, no serás más que una pila de huesos. Y nadie… nadie querrá saber qué fue de ti, porque tu único legado fue caer presa de tu propia estupidez. Dime, despojo, ¿qué te hace creer que tu espíritu es inmortal?

La mirada de Helida se encontró con la suya, el desafío todavía ardía en sus ojos a pesar de la agonía. Bénédicte pareció complacido con sus gestos. El odio era uno de los sentimientos más difíciles de disimular, y el rostro de su prisionera destilaba veneno hacia él. Eso le gustaba. Qué ironía que permitiese que un ser que despreciaba tanto tomase tanto de ella, más allá de lo físico y material.

Él se alejó de ella y comenzó a caminar en círculos, con la mente aparentemente dando un rodeo por sus retorcidos pensamientos. Revivió varios eventos similares que creía haber olvidado, e incluso lanzó un par de carcajadas sin aparente explicación entremedio. Con una sonrisa maliciosa, volvió su atención a la cazadora encadenada. Los tintes de su voz adquirieron un color escalofriante.

— Pretendamos que es cierto, que una rata como tú posee espíritu y que éste es inmortal, ¿piensas que eso lo vuelve inmune a la agonía que puedo infligir? Otros también lo creyeron así. Siempre surge un cazador, un alma feroz y noble que busca acabar con mi existencia. Me sigue a través de los rincones más apartados de Europa, creyendo que puede librar al pobre e inocente mundo de los de mi especie — hizo una pausa, miró hacia arriba como buscando una estrella, y se relamió la boca — Llevé a uno de ellos a un castillo abandonado en los Cárpatos y le hice observar cómo destrozaba a los mismos aldeanos que juró proteger de mí, uno por uno, y hasta que se hizo uno con su flagelo. Su valentía se volvió pánico en un parpadeo, rogó por su vida. Pero eso no fue suficiente. Lo mantuve vivo durante semanas enteras. Rompí su cuerpo, parte por parte, y destrocé su mente. Y cuando me di cuenta de que se aproximaba al límite en que el cuerpo humano ya no es capaz de procesar tanto martirio, cuando ya ni siquiera pudo recordar su propio nombre, le concedí la dulce liberación de muerte.

Los ojos de Bénédicte brillaron con malevolencia cuando se inclinó hacia Helida, susurrando en su oído como apuñalando su piel con sus labios.

— Por ahora deseo que sigas así, perra. Mantente así mientras puedas. Acabarás suplicando, tal como lo hicieron todos. Rogarás, me rendirás lo que sea con tal de salvarte. ¿Y sabes por qué lo harás? Porque muy en el fondo, eres consciente que, cuando te mate, será el fin.

por **Helida Darsian** Lun Sep 25, 2023 9:43 am

Los hermosos ojos del vampiro se le antojaron tan inquietantes, que cuando se aproximó a su rostro para estudiarla, Helida creyó ver puro infierno en ellos. La esencia de la perversidad se reflejó en sus orbes oscuras que parecían relucir en la penumbra como las de un felino. Helida hubiese mentido al decir que no sentía miedo, miedo porque había cometido el peor error de todos, dejarse atrapar por aquel ser del inframundo. Las crueldades que se le pasaban por la cabeza al inmortal, no tenían cavidad en ella. Y eso se lo había aleccionado su padre. No te dejes atrapar, error número uno y posiblemente el último error que se pudiera cometer en vida. Temía pensar que el demonio solo acaba de empezar.

Quiso tragar saliva, su garganta seca chillo agonizante y la cazadora frunció la nariz. Nunca se había sentido más miserablemente humana. Sin embargo, Helida le sonrió con descaro y sus labios se agrietaron; ardieron.

―Incluso si mi alma no es inmortal, que torturador tan patético serás si no consigues romper algo más que mi cuerpo.

Se odio por la provocación, se odio por hacer su dolor más largo cuando debería de estar suplicando para que terminara con su vida. Cuando ella tendría que haber acabado con su propia vida antes de que la tocara, pero ahora ya era tarde. Lo único que le quedaba era alargar aquella pesadilla y morir en el intento de escapar o escapar de verdad. Escapar para vivir con el único propósito de terminar con aquel monstruo, librar del mundo aquel ser infernal de la tierra. Ser que paseaba alrededor de su miseria mientras se carcajeaba sin razón alguna, cual lunático. Sin duda un vampiro milenario lunático.

Helida apretó los puños ante la historia de crueldad sin fin que relataba. El mismo camino que parecía tomar su historia. Torturada y deshecha en el juego de un sádico sin límites. El miedo agarrotó su pecho y la joven apretó los dientes empujando los pensamientos de todo lo que podía hacerle fuera de su mente. No se permitiría pensar así. Simplemente dejo el odio entrar y empujo el miedo en lo más profundo de su mente. Aunque le consumiera, tan solo daría cavidad a la ira.

Maldita rata apestosa, aquel diablo no pertenecía a su plano. Cuando se le acercó para susurrarle, Helida deseó poder arrancarle la piel a mordiscos. No pudo, lo único que consiguió fue gruñir de esfuerzo e ira.

―Entonces moriré sin que escuches una mera súplica de mis labios ―le prometió―. Y por siempre recordaras dicho insecto al que no conseguiste arrancarle un ruego.

Le hubiese escupido de haber podido. Sin embargo, con aquellas últimas palabras, quedó exhausta. Tan exhausta que sus ojos se cerraron en contra de su voluntad.

por **Bénédicte Rivérieulx** Lun Oct 02, 2023 11:39 pm

Aquella afrenta hizo que los labios de Bénédicte se torcieran con malevolencia, pero también con intriga. La resistencia de Helida alargaba el juego. El estado de su cuerpo llegaba a ser ridículo de lo demacrado, y el espíritu le seguiría pronto; los humanos subestimaban lo fácil que era apoderarse de sus mentes una vez que sus anatomías eran privadas de lo esencial para subsistir. Sin embargo, aquí estaba ella, desafiándolo hasta el final.

La voluntad de su prisionera podía ser fuerte, pero estaba igualmente decidido a doblegarla. El tiempo no era una amenaza para él. Para ella sí, aunque no lo viese con claridad, porque mientras más horas acumulase sumergida en el frío y las penumbras, más fuerte resonaría su clamor desesperado por librarse de esta agonía, sin importar la forma.

El tono de Bénédicte volvió a cambiar, adaptando esa voz melosa que utilizaba para atraer a los niños, un engaño caramelizado.

— Mi querida rata, me temo que el tiempo que has pasado aquí ha comenzado a degenerar tu cordura. Me creerás tu mayor amenaza entre estas paredes, pero hay algo más grande que yo — mentira; para él, nada se le comparaba —. Es este lugar, esta oscuridad, el transcurso de las horas jugando con tu mente, estas paredes las que susurran secretos a tu endeble psique.

Ubicándose detrás de Helida, Bénédicte ubicó su mano izquierda sobre su calvaria y navegó en su mente. Las sombras danzaban y susurraban, adoptando formas siniestras que parecían burlarse de Helida. Las paredes parecieron cerrarse y luego expandirse, distorsionando su sentido del espacio. Voces extrañas y fantasmales resonaron a su alrededor, murmurando palabras que estaban más allá de su comprensión. Un hombre, seguramente el padre de la cazadora. Novata, ¿y eso la había traumatizado? Qué débil era. Con razón esta necesidad irracional de probarle al mundo lo inquebrantable que era, incluso desnuda y orinada sobre piedra helada.

Bénédicte meneó la cabeza fingiendo preocupación. Con sutileza, utilizó sus poderes para hacer estas voces sonar más siniestras y determinantes de lo que realmente eran, buscando volver transformar estas heridas en monstruos vivos.

— Es lo que pasa cuando tu frágil cuerpo se encuentra en este estado. Sin comer, sin dormir, ¿cómo vas a pensar? Estás perdiendo el control de la realidad. Estas visiones, estas voces, son producto de tu propia mente fracturada — dijo el vampiro continuando con su ataque psicológico —. Quizás te lo estés imaginando todo. Quizás yo no sea más que un producto de tu imaginación, una manifestación de tus miedos más profundos. Soy la encarnación de tu padre, castigándote. En el fondo, tú sabes que quieres ser castigada. Diría que gozas con ello.

La sonrisa de Bénédicte se hizo más profunda y sus ojos brillaron de satisfacción. Mientras hablaba, las ilusiones se intensificaron. Era como si el mismo suelo bajo sus pies se estuviera moviendo, inclinándose en ángulos extraños. Las voces susurrantes se hicieron más fuertes, sus palabras se retorcieron y distorsionaron en una cacofonía de locura.

— Sólo tú puedes detenerlo. Debes enfrentar la oscuridad dentro de tu propia mente. ¿Pero puedes realmente confiar más en tus propias percepciones?

por **Helida Darsian** Dom Feb 04, 2024 7:26 am

Cuando volvió a abrir los ojos, no era el inmortal quien le hablaba. Por un segundo, incluso se olvidó de que existía. La mirada de decepción de su padre la sostenía en el lugar, su infinito ceño fruncido más profundo que nunca. Helida estaba segura de que, si Lionel despegaba los labios, sería para evidenciar cuan feliz le haría que su hija no hubiese existido nunca.

La muchacha cerro los ojos con fuerza, las sienes le dolían; su cabeza parecía a punto de explotar.

Despego sus labios para emitir un sonido extraño, un sonido que tornó ahogado al sentir la mano de la muerte contra su cabeza. Un rayo pareció partirla por la mitad. La dejo temblando como una hoja, al borde de la expiración. Estaba siendo violada, reconoció las garras del demonio hurgando en su mente, dominando su único lugar de paz.

De pronto el semblante de su padre volvió a aparecer… Sus ojos pétreos, horrorizados al ver en qué problema se había metido. Llenos de desprecio al percatarse de que había sido mancillada por un no muerto. El dulce rostro de su madre se abrió paso entre el de su padre y la expresión sardónica del inmortal.

―Mamá… ―musito Helida; su garganta seca.

¿Por qué hija? ¿Por qué te has dejado tocar por un monstruo? ¿Por qué traes desgracia a tu familia? Los ojos secos de Helida tornaron ligeramente vidriosos.

―Mamá…

Por esta razón me marche. Por tu culpa deje de amar a tu padre y a ti también… Las palabras de su madre se solaparon con las de su padre que a su vez hicieron lo mismo con las del vampiro. Helida dejo escapar un jadeo agónico. Sus ojos buscaron los del inmortal entre la sicosis de imágenes. Su padre había obligado a varios vampiros a que le leyeran la mente a que trataran de volverle medio tarada durante sus entrenamientos.

Busca algo que te ancle a la realidad. ¡La realidad, niña estúpida! ¡Eres una vergüenza!

La risa del inmortal hizo eco.

Sin embargo, Helida nunca había experimentado nada como aquella violación. Aquello había sido horrible, pero los vampiros que su padre había capturado para torturar y utilizar para entrenarla, no habían sido ni la mitad de poderosos que aquel que tenia frente a ella. Helida había aprendido a saber mantenerse en si misma en aquellas situaciones. A no perder consciencia de que aquello no era real, de que su mente había sido usurpada. Aquel hombre que le había ayudado con su pintura era siempre su punto de anclaje. Los bellos retratos de Darius, eran lo que la mantenían sana.

Sin embargo, en aquel instante los pensamientos felices se evaporaban raudos. La sicosis que reinaba su mente era demasiado intensa para dejar paso a algo de paz, así que permitió que un sentimiento distinto tomara el control.

Descontrol puro; odio eterno y una promesa.

Helida fijo su mirada azul en los ojos del inmortal. Aquel seria su punto de anclaje entre los pensamientos e ilusiones. La cazadora se aferró a aquella ira y aborrecimiento como un clavo ardiente y no lo dejo ir. Permitió que las ilusiones la devoraran, sin embargo, no permitió que el odio que sentía por el vampiro fuera consumido.

Aquello era real.

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