AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Dónde esta el diablo cuando se le necesita? - {Imogen Reuss-Ebersdorf}
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Tristan Rêveur- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/01/2011
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Re: ¿Dónde esta el diablo cuando se le necesita? - {Imogen Reuss-Ebersdorf}
Aún cuando ni siquiera los rayos del Sol osaban alumbrar con su timidez invernal las oscuras calles de París, Imogen ya se encontraba fuera de sus aposentos. Se había comprometido, hacia ya varias semanas, con una de sus grandes amigas a asistir al Hospital de la ciudad aquel día, dar un donativo monetario era una de las razones, mas la más importante y la que más emocionaba a la joven, era entregar cariño y compañía a aquellos niños desvalidos y que parecían haber sido olvidados por la vida. Aquella era la razón de estar despierta a esas horas de la madrugada, mucho antes de su esposo, él que aún dormía plácidamente en el lecho. Le observó de reojo, tal cual como quien observa al peor de sus enemigos. Para ser sinceros, él jamás había sido cruel con ella, todo lo contrario. Y aunque la misma Imogen estaba totalmente consciente de aquel hecho, no podía en su corazón albergar otro sentimiento hacia él que no fuera rencor. Si, rencor. Le había quitado su juventud, la había quitado su vida. Como ella lo veía : Había sido vendida. Y aunque si bien estaba lejos de ser tratada como una esclava, sentía ella en lo profundo de su ser, que si lo era. Acciones, dichos y pensamientos, si estaban restringidos por aquel hombre que tan plácidamente dormía.
Le mostró la institutriz un vestido azul pálido al cual la chica asintió en señal de aprobación. Minutos después, en que fuese ayudada para vestir aquel ostentoso traje, estaba sentada frente al enorme espejo y con una de las empleadas detrás de ella, la más experimentada de las tres que la acompañaban, dispuesta a arreglar su rubio y brillante cabello. Imogen permanecía callada, inmóvil, impenetrable. Como una estatua de cera que adornaba la habitación. Y sólo en cuando la mujer indicó que había terminado con su quehacer, la joven se levantó de su asiento y le regalo una tímida sonrisa seguida de un cordial agradecimiento.
La primera comida del día no se torno nada fuera de lo normal, a exceptuar el hecho de que la extensa mesa fuese sólo ocupada por la rubia joven. Una hilera de sirvientas se alzaban a cada lado del lugar y dos acompañantes en cada costado de la inglesa. ¿Cómo se podía probar bocado con tantas personas pendientes de ti? Ella ya estaba acostumbrada y por muy cruel que aquello sonase, hacía como que ellos no existiesen. Comió menos de lo habitual, mas la institutriz aunque quiso, no la reprendió por aquello. No tenía la facultad para hacerlo.
Debía ya marcharse, el ser impuntual era algo que no soportaba, por ende no cometería tal barbaridad con nadie, mucho menos con su querida Isaura. Caminó hacia la puerta de su casa, seguida de los dos hombres que estaban a sus costados mientras desayunaba, serían ahora ellos quienes se encargarían de su seguridad mientras estuviera en las calles. Peligrosas calles no aptas para que una mujer como ella deambulara solitaria. Abrió uno de ellos la puerta e Imogen tuvo que retroceder un par de pasos ante tal sorpresa : Un hombre tirado en el piso. Inmóvil. La joven se llevó las manos al rostro y de inmediato pensó: Esta muerto le observaba asustada y aunque quiso acercarse para ayudar al hombre a levantarse del piso, se lo impidieron. Uno de los hombres intento seguir, la inglesa no lo permitiría. Acercándose a uno de sus acompañantes le indicó que le levantaran del piso. ¿Llevarle adentro de la casa? Si, por mucho que ellos se negaron en un principio, no tuvieron más remedio que seguir sus ordenes. Isaura tendría que esperar, su esposo tendría que entender. Imogen entró otra vez a la vivienda, siguiendo a sus acompañantes que ahora caminaban delante de ella, llevando a aquel cuerpo inerte y que parecía sin vida, a una de las habitaciones de huéspedes
Le mostró la institutriz un vestido azul pálido al cual la chica asintió en señal de aprobación. Minutos después, en que fuese ayudada para vestir aquel ostentoso traje, estaba sentada frente al enorme espejo y con una de las empleadas detrás de ella, la más experimentada de las tres que la acompañaban, dispuesta a arreglar su rubio y brillante cabello. Imogen permanecía callada, inmóvil, impenetrable. Como una estatua de cera que adornaba la habitación. Y sólo en cuando la mujer indicó que había terminado con su quehacer, la joven se levantó de su asiento y le regalo una tímida sonrisa seguida de un cordial agradecimiento.
La primera comida del día no se torno nada fuera de lo normal, a exceptuar el hecho de que la extensa mesa fuese sólo ocupada por la rubia joven. Una hilera de sirvientas se alzaban a cada lado del lugar y dos acompañantes en cada costado de la inglesa. ¿Cómo se podía probar bocado con tantas personas pendientes de ti? Ella ya estaba acostumbrada y por muy cruel que aquello sonase, hacía como que ellos no existiesen. Comió menos de lo habitual, mas la institutriz aunque quiso, no la reprendió por aquello. No tenía la facultad para hacerlo.
Debía ya marcharse, el ser impuntual era algo que no soportaba, por ende no cometería tal barbaridad con nadie, mucho menos con su querida Isaura. Caminó hacia la puerta de su casa, seguida de los dos hombres que estaban a sus costados mientras desayunaba, serían ahora ellos quienes se encargarían de su seguridad mientras estuviera en las calles. Peligrosas calles no aptas para que una mujer como ella deambulara solitaria. Abrió uno de ellos la puerta e Imogen tuvo que retroceder un par de pasos ante tal sorpresa : Un hombre tirado en el piso. Inmóvil. La joven se llevó las manos al rostro y de inmediato pensó: Esta muerto le observaba asustada y aunque quiso acercarse para ayudar al hombre a levantarse del piso, se lo impidieron. Uno de los hombres intento seguir, la inglesa no lo permitiría. Acercándose a uno de sus acompañantes le indicó que le levantaran del piso. ¿Llevarle adentro de la casa? Si, por mucho que ellos se negaron en un principio, no tuvieron más remedio que seguir sus ordenes. Isaura tendría que esperar, su esposo tendría que entender. Imogen entró otra vez a la vivienda, siguiendo a sus acompañantes que ahora caminaban delante de ella, llevando a aquel cuerpo inerte y que parecía sin vida, a una de las habitaciones de huéspedes
Última edición por Imogen Reuss-Ebersdorf el Lun Mar 14, 2011 1:36 pm, editado 2 veces
Imogen Reuss-Ebersdorf- Humano Clase Alta
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Re: ¿Dónde esta el diablo cuando se le necesita? - {Imogen Reuss-Ebersdorf}
Aún cuando sus sirvientes, hombres que la acompañaban a todo momento, insistían en que se marcharan del lugar, en que se les hacía tarde, ella permaneció inmóvil observando al moribundo hombre. Le causaba, de forma inconsciente, cierto morbo. Una fuerza atrayente que le hacía querer seguir allí, mirándole sin motivo alguno y sin resultados tampoco. El hombre parecía demasiado sumido en sus pensamientos, en su mundo, como para darse cuenta siquiera en el lugar en donde estaba, menos para percatarse de la joven inglesa que le observaba con extraña atención.
Se resignó a ello y comprendió que debía hacer caso a las insistentes peticiones de sus acompañantes por marcharse. Tenía una cita con su mejor amiga, cita a la cual no podía faltar, por mucho que la situación pareciera ameritarlo. Mas, ¿A donde podría ir aquel hombre si ni siquiera tenía fuerzas para abrir los ojos? Si permanecía como una estatua recostada sobre la cama, además, ella misma había dejado a sus sirvientes la seria petición de que no le dejarán marcharse, tal como si de un rehén se tratase. No iba a dejar que se fuera sin conocer los pormenores del asunto, lo hacia por curiosidad, lo hacía también porque su alma caritativa la impulsaba. Nadie quedaba en aquel deploraba estado sin un motivo e Imogen quería llegar al final del asunto. Mas ello quedaría para después, ahora, como lo hacia siempre, cumpliría ordenes de otros que no tenían porque dárselas y se marcharía hacia el Hospital, a su encuentro con Isaura.
Estaba bastante retrasada, el reloj, infame inconsciente de lo sucedido, no había tenido compasión alguna a seguir su curso e incluso, parecía haberlo acelerado. Y estaba Imogen preocupada por ello, durante su trayecto en el carruaje, atemorizaba a su mente con pensamientos del como pediría disculpas a su amiga, se dio cuenta más tarde, cuando le tuvo en frente, que tanta tortura era innecesaria. Isaura, como en muchas ocasiones, había entendido perfectamente el asunto y se había encargado de calmarla haciéndole ver que los eventualidades del destino, no eran su culpa. Y aquello ayudo a la joven a seguir con su cometido, a preocuparse de la visita caritativa a la cual acudía, de cuidar de aquellos niños que tanto afecto necesitaban. Aunque claro, no era como las otras ocasiones en que había cumplido con la misma labor, por mucho que quisiese, la imagen de lo sucedido no se borraba de su mente y la acompaño allí, latente, expectante, hasta que la visita terminó.
Pero, estaba ahora ya de regresó en su hogar, contrario a muchas anteriores ocasiones, esta vez no había extendido más su encuentro con Isaura, lo que claramente, levantaba las sospechas de su serio esposo, que la esperaba con aquella mirada serena y acusadora a la vez, como siempre lo hacía, en el momento en que la interceptará en el pasillo. Una charla basada en murmullos y que parecía a lo lejos no ser nada amena, era lo que ambos protagonizaban en aquel pasillo. El hombre parecía no estar muy convencido de lo que decía su esposa, pero ella decía la verdad : No sabía nada. Y era eso justamente, lo que durante los minutos en que el mundo dentro del hogar se detuvo, lo que intentaba hacerle entender. Él, como siempre, no creyó, no hasta que supiera por boca de otros, la verdad. Y era justamente lo que buscaría hacer ahora, con un gesto de irónica amabilidad, indicó a Imogen que se dirigiera a la habitación en donde descansaba su nuevo huésped. La siguió él desde atrás, adelantándose sólo en el momento en que debió abrir la puerta : No dejaría que ninguno de los sirvientes les acompañaran.
Abrió la puerta y ambos entraron en la habitación, parecía que el desconocido que había compartido con ellos el hogar durante toda la mañana, despertaba por fin de su profundo sueño. Hubiera querido la joven inglesa comenzar a interrogarse y acabar con la incertidumbre que irrumpía dentro de ella, más no podía, por mucho que quisiera, hacerlo en ese minuto. Se limitó a permanecer callada, cerca de la puerta, expectante a las palabras que salieran de la boca de ambos hombres. Su esposo en cambio se adelantó hacia él, observándole con morbosa curiosidad que ni siquiera se esmeraba en ocultar, sin decir aún nada.
Se resignó a ello y comprendió que debía hacer caso a las insistentes peticiones de sus acompañantes por marcharse. Tenía una cita con su mejor amiga, cita a la cual no podía faltar, por mucho que la situación pareciera ameritarlo. Mas, ¿A donde podría ir aquel hombre si ni siquiera tenía fuerzas para abrir los ojos? Si permanecía como una estatua recostada sobre la cama, además, ella misma había dejado a sus sirvientes la seria petición de que no le dejarán marcharse, tal como si de un rehén se tratase. No iba a dejar que se fuera sin conocer los pormenores del asunto, lo hacia por curiosidad, lo hacía también porque su alma caritativa la impulsaba. Nadie quedaba en aquel deploraba estado sin un motivo e Imogen quería llegar al final del asunto. Mas ello quedaría para después, ahora, como lo hacia siempre, cumpliría ordenes de otros que no tenían porque dárselas y se marcharía hacia el Hospital, a su encuentro con Isaura.
Estaba bastante retrasada, el reloj, infame inconsciente de lo sucedido, no había tenido compasión alguna a seguir su curso e incluso, parecía haberlo acelerado. Y estaba Imogen preocupada por ello, durante su trayecto en el carruaje, atemorizaba a su mente con pensamientos del como pediría disculpas a su amiga, se dio cuenta más tarde, cuando le tuvo en frente, que tanta tortura era innecesaria. Isaura, como en muchas ocasiones, había entendido perfectamente el asunto y se había encargado de calmarla haciéndole ver que los eventualidades del destino, no eran su culpa. Y aquello ayudo a la joven a seguir con su cometido, a preocuparse de la visita caritativa a la cual acudía, de cuidar de aquellos niños que tanto afecto necesitaban. Aunque claro, no era como las otras ocasiones en que había cumplido con la misma labor, por mucho que quisiese, la imagen de lo sucedido no se borraba de su mente y la acompaño allí, latente, expectante, hasta que la visita terminó.
Pero, estaba ahora ya de regresó en su hogar, contrario a muchas anteriores ocasiones, esta vez no había extendido más su encuentro con Isaura, lo que claramente, levantaba las sospechas de su serio esposo, que la esperaba con aquella mirada serena y acusadora a la vez, como siempre lo hacía, en el momento en que la interceptará en el pasillo. Una charla basada en murmullos y que parecía a lo lejos no ser nada amena, era lo que ambos protagonizaban en aquel pasillo. El hombre parecía no estar muy convencido de lo que decía su esposa, pero ella decía la verdad : No sabía nada. Y era eso justamente, lo que durante los minutos en que el mundo dentro del hogar se detuvo, lo que intentaba hacerle entender. Él, como siempre, no creyó, no hasta que supiera por boca de otros, la verdad. Y era justamente lo que buscaría hacer ahora, con un gesto de irónica amabilidad, indicó a Imogen que se dirigiera a la habitación en donde descansaba su nuevo huésped. La siguió él desde atrás, adelantándose sólo en el momento en que debió abrir la puerta : No dejaría que ninguno de los sirvientes les acompañaran.
Abrió la puerta y ambos entraron en la habitación, parecía que el desconocido que había compartido con ellos el hogar durante toda la mañana, despertaba por fin de su profundo sueño. Hubiera querido la joven inglesa comenzar a interrogarse y acabar con la incertidumbre que irrumpía dentro de ella, más no podía, por mucho que quisiera, hacerlo en ese minuto. Se limitó a permanecer callada, cerca de la puerta, expectante a las palabras que salieran de la boca de ambos hombres. Su esposo en cambio se adelantó hacia él, observándole con morbosa curiosidad que ni siquiera se esmeraba en ocultar, sin decir aún nada.
Última edición por Imogen Reuss-Ebersdorf el Lun Mar 14, 2011 1:37 pm, editado 2 veces
Imogen Reuss-Ebersdorf- Humano Clase Alta
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Re: ¿Dónde esta el diablo cuando se le necesita? - {Imogen Reuss-Ebersdorf}
Conocía Imogen a la perfección el comportamiento autoritario y poco racional de su esposo frente a situaciones como esta, sabía con toda certeza que era una persona que se dejará asombrar por hechos de carácter caritativo, que muy pocas cosas lograban que cambiará de opinión y hacían doblegar su frío y esquivo comportamiento. Por todo eso, temía ahora. Temía que su lado humanitario que había actuado, como siempre, sin medir las consecuencias posteriores de sus actos la envolviera ahora en un problema del cual le fuera difícil librarse después. E increíblemente temía mucho más por el desconocido frente a ellos, porque su sola presencia podría perfectamente prestarse para malos entendidos. ¿Qué había si su esposo pensaba algo que no era? Imploraba que tales barbaridades no llegaran a su mente, si lo hacían, no habría forma de convencerlo de lo contrario.
Si bien su mirada se posaba de vez en cuando sobre ambas figuras masculinas, no llegaba a observarles detenidamente en ningún momento. Les miraba sin prestarles atención, sin importancia y reparo alguno. Como si estuvieran en el mismo lugar por mera casualidad y ella no fuera participe de la situación en la que se encontraban. Y en efecto, en ese momento no lo era. Mas no por ello dejó de asombrarse al escuchar la primera frase que surgió luego de aquel tedioso momento de silencio. Su mirada ahora, sin disimulo ni recato alguno, se posó sobre ellos. - Y la vida nos da gratas sorpresas - respondió el esposo de la inglesa de inmediato, cosa que hizo que la joven se sorprendiera mucho más. ¿Se conocían? Parecía ser el caso y para su sorpresa, la tensión inicial del ambiente se disipaba. Aunque hubiera querido acercarse, preguntar y derribar con ello todas las dudas que inundaban su cabeza en ese momento, la educación con la que había sido criada se lo impedían. No hablaría si no se lo indicaban, no iba a interrumpir una conversación mucho menos si ambos interlocutores eran hombres. Sería algo muy mal visto. Se quedó en silencio, en el mismo lugar, limitándose a escuchar la charla desde un segundo plano, a mirarlos con disimulo y a intentar disipar sus dudas con recuerdos e imágenes pasadas. Su mente creyó encontrar una respuesta.
- Te observó débil, cabizbajo ¿Has estado bebiendo? ... ¿Qué os ha sucedido, Tristan?- - preguntó el hombre lo último fingiendo estar preocupado, cuando en realidad ocultaba morbosa curiosidad por saber lo que pasaba en la vida de quien tenía en frente. Imogen en cambio, detuvo sus pensamientos en aquel nombre y lo encajó en sus pensamientos. Le conocía, claro que lo hacía, mas tan sólo lo había visto una vez en una reunión social junto a su difunta cuñada y más allá de los acostumbrados saludos protocolares, no había existido mayor contacto entre ellos. Era obvio que el hombre no se acordara de la joven, ni ella de él. Sus labios estuvieron a punto de pronunciar palabra de satisfacción ante su conclusión, mas por suerte fueron acallados por la voz de su esposo que la invitaba a acercarse. - Creo que deberías agradecerle a alguien. Imogen, ¿Puedes acercarte? - se giró el caballero hacia su esposa al pronunciar las últimas palabras y la rubia inglesa de inmediato con galantes pasos se acercó hacia ellos. - Sir Rêveur le presentó primero al hombre a Imogen, con un gesto tan propia de esas escenas sociales para posteriormente proceder a hablar de la joven. - Madame Reuss-Ebersdorf, mi esposa y recalcó las últimas palabras con el tono de su voz, queriendo dejar muy en claro su dominio sobre ella, como si la inglesa fuera un objeto o un trofeo de su propiedad. Y aunque Imogen se percató de ello, omitió el tema y tan sólo se limitó a estirar su mano frente a quien era presentada. - Es un placer, Señor Rêveur siseó finalmente.
Si bien su mirada se posaba de vez en cuando sobre ambas figuras masculinas, no llegaba a observarles detenidamente en ningún momento. Les miraba sin prestarles atención, sin importancia y reparo alguno. Como si estuvieran en el mismo lugar por mera casualidad y ella no fuera participe de la situación en la que se encontraban. Y en efecto, en ese momento no lo era. Mas no por ello dejó de asombrarse al escuchar la primera frase que surgió luego de aquel tedioso momento de silencio. Su mirada ahora, sin disimulo ni recato alguno, se posó sobre ellos. - Y la vida nos da gratas sorpresas - respondió el esposo de la inglesa de inmediato, cosa que hizo que la joven se sorprendiera mucho más. ¿Se conocían? Parecía ser el caso y para su sorpresa, la tensión inicial del ambiente se disipaba. Aunque hubiera querido acercarse, preguntar y derribar con ello todas las dudas que inundaban su cabeza en ese momento, la educación con la que había sido criada se lo impedían. No hablaría si no se lo indicaban, no iba a interrumpir una conversación mucho menos si ambos interlocutores eran hombres. Sería algo muy mal visto. Se quedó en silencio, en el mismo lugar, limitándose a escuchar la charla desde un segundo plano, a mirarlos con disimulo y a intentar disipar sus dudas con recuerdos e imágenes pasadas. Su mente creyó encontrar una respuesta.
- Te observó débil, cabizbajo ¿Has estado bebiendo? ... ¿Qué os ha sucedido, Tristan?- - preguntó el hombre lo último fingiendo estar preocupado, cuando en realidad ocultaba morbosa curiosidad por saber lo que pasaba en la vida de quien tenía en frente. Imogen en cambio, detuvo sus pensamientos en aquel nombre y lo encajó en sus pensamientos. Le conocía, claro que lo hacía, mas tan sólo lo había visto una vez en una reunión social junto a su difunta cuñada y más allá de los acostumbrados saludos protocolares, no había existido mayor contacto entre ellos. Era obvio que el hombre no se acordara de la joven, ni ella de él. Sus labios estuvieron a punto de pronunciar palabra de satisfacción ante su conclusión, mas por suerte fueron acallados por la voz de su esposo que la invitaba a acercarse. - Creo que deberías agradecerle a alguien. Imogen, ¿Puedes acercarte? - se giró el caballero hacia su esposa al pronunciar las últimas palabras y la rubia inglesa de inmediato con galantes pasos se acercó hacia ellos. - Sir Rêveur le presentó primero al hombre a Imogen, con un gesto tan propia de esas escenas sociales para posteriormente proceder a hablar de la joven. - Madame Reuss-Ebersdorf, mi esposa y recalcó las últimas palabras con el tono de su voz, queriendo dejar muy en claro su dominio sobre ella, como si la inglesa fuera un objeto o un trofeo de su propiedad. Y aunque Imogen se percató de ello, omitió el tema y tan sólo se limitó a estirar su mano frente a quien era presentada. - Es un placer, Señor Rêveur siseó finalmente.
Imogen Reuss-Ebersdorf- Humano Clase Alta
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Re: ¿Dónde esta el diablo cuando se le necesita? - {Imogen Reuss-Ebersdorf}
Retiró su mano de inmediato mientras escuchaba las palabra que el hombres les dirigía a ambas y aunque no le correspondía, fue ella quien se sintió apenada con tal gesto suyo de intentar hacer el saludo de la forma más formalmente correcto. Era obvio que quien estaba parado frente a ella, no se encontraba en las mejores condiciones para seguir el protocolo que la sociedad tanto exigía. -Pierda cuidado - fue lo único, que con tenue voz, salió de sus labios. El silencio la inundó nuevamente y le obligó a convertirse, como en tantas otras ocasiones, en su más fiel seguidora. Desvió la mirada levemente y se limitó a escuchar las palabras de ambos hombres, nuevamente, en un segundo plano.
- Así veo - inquirió su esposo con serena hipocresía. Lo que Imogen no aprobó de ninguna manera y prueba de ello fue la imperceptible mueca de desagrado que dibujaron sus labios pero que se apagó de inmediato. No podía negar que en aquel momento le hubiera gustado hacerse participe de la situación y defender a quien apenas conocía, mas por aquella aura de cobardía que la rodeaba y la obligaba a actuar correctamente, no lo hizo. Imogen intentaba en todo momento mostrarse fría e impenetrable, como una bella estatua de mármol a la cual nada asombraba, pero había ocasiones en que aquello se le hacía imposible, como en el momento en que vivía: le era inútil intentar contener la extraña, y quizás inoportuna compasión que sentía por el irreverente que les acompañaba en la habitación. No era lástima, consideraba esta última la inglesa como el peor de los sentimientos que alguien puede ofrecer a otra persona, no sentía eso ella, más bien era un deseo de incomprensible protección hacia quien tenía en frente. ¿Quién era aquel hombre que provocaba tales efectos en ella? ¿Cuál era el motivo?
No fue hasta que las huesudas manos de su esposo se posaron en su espalda con el motivo de dirigirla hacia afuera de la habitación, que Imogen regresó a la realidad y recordé el contexto en el cual se encontraba. - Siéntase libre de ocupar el cuarto de baño cuanto tiempo estime conveniente - ofreció el esposo, cuando en realidad, lo único que deseaba es que se fuera lo más pronto posible, pero claro, en su categoría de educado hombre de la alta alcurnia no iba a cometer tal acto de descortesía. La rubia joven no agregó palabra alguna, no había motivos tampoco para que lo hiciera y sin mirar siquiera hacia atrás, fue la primera en salir de su habitación. Su esposo lo hizo después: la puerta fue cerrada detrás suyo.
Pero las dudas de la joven no eran fáciles de disipar, menos cuando no había podido obtener respuesta alguna en los largos minutos en que había estado en la habitación. Y en parte si había escuchado el motivo principal que había desencadenado se viviera aquella situación, más no había hecho las preguntas que ella hubiese querido hacer. Motivos generales nunca habían sido iguales a por qués, y ella estaba tercamente empecinada en llegar al fondo del asunto. Pero, ¿Cómo era que planeaba hacerlo? No tenía idea en ese momento, le era imposible entrar en la habitación y entablar una conversación con él sin que su esposo estuviera allí atormentandole. Pensó durante largos minutos la forma de engañar a su hábil marido
El destino a veces, sin quererlo, nos da una mano. Suerte suelen decir algunos. Lo cierto es que en ese momento Imogen vivió en carne propia lo que era desear algo y que aquello se cumpliera: Necesitaban con urgencia que su esposo atendiera uno de sus negocios, al menos eso fue lo que dijo claramente el hombre que, intranquilo e insistente, llegó a la casa de ambos. Se negó en un principio, mas al darse cuenta de la severidad del asunto marchó de inmediato. Era el momento. Caminó la joven con pasos sigilosos hacía los aposentos de los cuales minutos antes saliera, cuidando de no ser vista por ninguno de los sirvientes: la suerte seguía acompañándola. Sus delicadas y suaves manos tocaron la puerta con ligera sutileza, al no recibir respuesta alguna y sin querer jugar con el destino que se podía arrepentir de ser su cómplice, abrió la puerta e ingreso al lugar. No se ocupo en decidir si era o no correcto hacerlo, se agobiaba incluso ella en variadas ocasiones de seguir las normas. El lugar estaba vació, mas como no había visto a nadie salir de allí, dedujo que aún se encontraba en el cuarto de baño. Se quedó bípeda junto a la puerta, mirándola de vez en cuando con miedo a que fuese abierta, nerviosa, esperando sin saber con certeza que era lo que hacía allí.
- Así veo - inquirió su esposo con serena hipocresía. Lo que Imogen no aprobó de ninguna manera y prueba de ello fue la imperceptible mueca de desagrado que dibujaron sus labios pero que se apagó de inmediato. No podía negar que en aquel momento le hubiera gustado hacerse participe de la situación y defender a quien apenas conocía, mas por aquella aura de cobardía que la rodeaba y la obligaba a actuar correctamente, no lo hizo. Imogen intentaba en todo momento mostrarse fría e impenetrable, como una bella estatua de mármol a la cual nada asombraba, pero había ocasiones en que aquello se le hacía imposible, como en el momento en que vivía: le era inútil intentar contener la extraña, y quizás inoportuna compasión que sentía por el irreverente que les acompañaba en la habitación. No era lástima, consideraba esta última la inglesa como el peor de los sentimientos que alguien puede ofrecer a otra persona, no sentía eso ella, más bien era un deseo de incomprensible protección hacia quien tenía en frente. ¿Quién era aquel hombre que provocaba tales efectos en ella? ¿Cuál era el motivo?
No fue hasta que las huesudas manos de su esposo se posaron en su espalda con el motivo de dirigirla hacia afuera de la habitación, que Imogen regresó a la realidad y recordé el contexto en el cual se encontraba. - Siéntase libre de ocupar el cuarto de baño cuanto tiempo estime conveniente - ofreció el esposo, cuando en realidad, lo único que deseaba es que se fuera lo más pronto posible, pero claro, en su categoría de educado hombre de la alta alcurnia no iba a cometer tal acto de descortesía. La rubia joven no agregó palabra alguna, no había motivos tampoco para que lo hiciera y sin mirar siquiera hacia atrás, fue la primera en salir de su habitación. Su esposo lo hizo después: la puerta fue cerrada detrás suyo.
Pero las dudas de la joven no eran fáciles de disipar, menos cuando no había podido obtener respuesta alguna en los largos minutos en que había estado en la habitación. Y en parte si había escuchado el motivo principal que había desencadenado se viviera aquella situación, más no había hecho las preguntas que ella hubiese querido hacer. Motivos generales nunca habían sido iguales a por qués, y ella estaba tercamente empecinada en llegar al fondo del asunto. Pero, ¿Cómo era que planeaba hacerlo? No tenía idea en ese momento, le era imposible entrar en la habitación y entablar una conversación con él sin que su esposo estuviera allí atormentandole. Pensó durante largos minutos la forma de engañar a su hábil marido
El destino a veces, sin quererlo, nos da una mano. Suerte suelen decir algunos. Lo cierto es que en ese momento Imogen vivió en carne propia lo que era desear algo y que aquello se cumpliera: Necesitaban con urgencia que su esposo atendiera uno de sus negocios, al menos eso fue lo que dijo claramente el hombre que, intranquilo e insistente, llegó a la casa de ambos. Se negó en un principio, mas al darse cuenta de la severidad del asunto marchó de inmediato. Era el momento. Caminó la joven con pasos sigilosos hacía los aposentos de los cuales minutos antes saliera, cuidando de no ser vista por ninguno de los sirvientes: la suerte seguía acompañándola. Sus delicadas y suaves manos tocaron la puerta con ligera sutileza, al no recibir respuesta alguna y sin querer jugar con el destino que se podía arrepentir de ser su cómplice, abrió la puerta e ingreso al lugar. No se ocupo en decidir si era o no correcto hacerlo, se agobiaba incluso ella en variadas ocasiones de seguir las normas. El lugar estaba vació, mas como no había visto a nadie salir de allí, dedujo que aún se encontraba en el cuarto de baño. Se quedó bípeda junto a la puerta, mirándola de vez en cuando con miedo a que fuese abierta, nerviosa, esperando sin saber con certeza que era lo que hacía allí.
Imogen Reuss-Ebersdorf- Humano Clase Alta
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Re: ¿Dónde esta el diablo cuando se le necesita? - {Imogen Reuss-Ebersdorf}
Intentaba recordar si alguien en los pasillos, alguno de los sirvientes o amigos de su esposo que siempre rondaban la casa, la había visto entrar allí. Estaba segura de que se había percatado muy bien de que nadie pudiera divisar tal acto, mas no podía estar segura de que a lo lejos, o saliendo de improviso de alguna de las habitaciones aledañas, alguien la hubiera visto por casualidad. Intento convencerse, mentalmente y porque no le quedaba más opción que esa, que no había sido descubierta por nadie. Y aún así, su mirada seguía fija sobre la manilla de la puerta, como si tuviera poderes sobrenaturales y pudiera impedir con ello que alguien entrará. Tanto se empeño en observar la puerta que conectaba el pasillo con la habitación, que se olvido por completo de que otro objeto de iguales características estaba del otro lado de la habitación : La entrada al baño. ¡Cuanto hubiera deseado darse cuenta de eso antes! Y no en el momento en que lo hizo, cuando él se dirigía a ella e Imogen tan inocentemente se giraba para responderle.
- Oh! Dios.. Lo siento - dijo con voz avergonzada, mientras giraba su rostro de modo que el rango visual no le permitiera verle. Sabía que era de muy mala educación no mirar a las personas directamente cuando se les hablaba, más este le parecía un caso más que especial para obviar esa antigua regla de cortesía. - No, ha tenido que marcharse para atender un asunto- le comentó, sin saber porque le daba explicaciones a un extraño. Tenía que, muy a su pesar, reconocer que la curiosidad la mataba, giró sólo levemente su rostro, observándole de reojo. Aquello duró sólo algunos segundos, en menos de lo que él pudiera darse cuenta, estaba nuevamente observando hacia la pared. - Descuide, no es ninguna molestia. Deme unos minutos e intentaré conseguirle algo - se mostraba demasiado amable tal vez, con quien apenas conocía, mas aquello no era del todo extraño en la inglesa, de hecho, era mucho más común de lo que a su esposo le gustaría.
Sin esperar respuesta del hombre caminó nuevamente hacia la puerta, esperaba correr con la misma suerte que al entrar y que nadie merodeará el lugar en cuanto ella saliera. Mas lo que no se espera llega de todas formas, nuevas palabras de su interlocutor eran escuchadas por sus oídos, y no era una frase cualquiera, daba esta hondamente en su interior, calando fuerte en su corazón y haciéndole recordar aquel calvario con el que tendría que lidiar toda su vida : su matrimonio. Se detuvo justo antes de tomar la manilla de la puerta e incluso se quedo su mano unos segundos suspendida en el aire a escasos centímetros de esta, antes de que cayera pesadamente a un costado de su cuerpo, tras un sonoro suspiro que diera la joven. - A veces a causa de la familia, uno se olvida de si mismo - y no dio tiempo siquiera a comentarios contra aquella frase, abrió la puerta y salió de la habitación. Sabía que tendría luego que volver allí, pero al menos tenía unos momentos para pensar en posibles respuestas o en su efecto, buscar la forma de desviar el tema.
Se adentró en una de las habitaciones, tal como lo había previsto, su esposo guardaba allí parte de su vestuario. Era probable que se diera cuenta del descaro de facilitar su ropa a un extraño, más si se trataban de prendas que el poco utiliza, podía aminorar un poco el enojo del hombre. Artículos en mano volvió en la habitación, sigilosamente abrió la puerta, otra vez sin molestarse en tocar, sabía perfectamente que adentro la esperaban. - Siento la demora - siseó antes de estirar sus brazos para entregarles las prendas. Sin desearlo, estaba observándole directamente.
- Oh! Dios.. Lo siento - dijo con voz avergonzada, mientras giraba su rostro de modo que el rango visual no le permitiera verle. Sabía que era de muy mala educación no mirar a las personas directamente cuando se les hablaba, más este le parecía un caso más que especial para obviar esa antigua regla de cortesía. - No, ha tenido que marcharse para atender un asunto- le comentó, sin saber porque le daba explicaciones a un extraño. Tenía que, muy a su pesar, reconocer que la curiosidad la mataba, giró sólo levemente su rostro, observándole de reojo. Aquello duró sólo algunos segundos, en menos de lo que él pudiera darse cuenta, estaba nuevamente observando hacia la pared. - Descuide, no es ninguna molestia. Deme unos minutos e intentaré conseguirle algo - se mostraba demasiado amable tal vez, con quien apenas conocía, mas aquello no era del todo extraño en la inglesa, de hecho, era mucho más común de lo que a su esposo le gustaría.
Sin esperar respuesta del hombre caminó nuevamente hacia la puerta, esperaba correr con la misma suerte que al entrar y que nadie merodeará el lugar en cuanto ella saliera. Mas lo que no se espera llega de todas formas, nuevas palabras de su interlocutor eran escuchadas por sus oídos, y no era una frase cualquiera, daba esta hondamente en su interior, calando fuerte en su corazón y haciéndole recordar aquel calvario con el que tendría que lidiar toda su vida : su matrimonio. Se detuvo justo antes de tomar la manilla de la puerta e incluso se quedo su mano unos segundos suspendida en el aire a escasos centímetros de esta, antes de que cayera pesadamente a un costado de su cuerpo, tras un sonoro suspiro que diera la joven. - A veces a causa de la familia, uno se olvida de si mismo - y no dio tiempo siquiera a comentarios contra aquella frase, abrió la puerta y salió de la habitación. Sabía que tendría luego que volver allí, pero al menos tenía unos momentos para pensar en posibles respuestas o en su efecto, buscar la forma de desviar el tema.
Se adentró en una de las habitaciones, tal como lo había previsto, su esposo guardaba allí parte de su vestuario. Era probable que se diera cuenta del descaro de facilitar su ropa a un extraño, más si se trataban de prendas que el poco utiliza, podía aminorar un poco el enojo del hombre. Artículos en mano volvió en la habitación, sigilosamente abrió la puerta, otra vez sin molestarse en tocar, sabía perfectamente que adentro la esperaban. - Siento la demora - siseó antes de estirar sus brazos para entregarles las prendas. Sin desearlo, estaba observándole directamente.
Imogen Reuss-Ebersdorf- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/02/2011
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