AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Romanza: Obertura [Reservado]
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Romanza: Obertura [Reservado]
Tenía que reconocer que se había equivocado mucho respecto de sus expectativas para la ciudad francesa.
Si bien, se había negado a viajar a Viena con su padre, ello había sido motivado por una ópera más que por el real interés que pudiera sentir por París. Había creído –¡y qué equivocada había estado!– que después de “Fígaro” no habría nada más que ver y que bien podría embarcarse rumbo a Viena o a la Bella Italia... Pero la noche misma del estreno, ya todo había salido completamente distinto a sus intenciones. Había sido, por lejos, la noche más maravillosa de su vida y eso nada había tenido que ver con el esperado estreno musical. Lord Bryan McMahon había encantado su noche y la convirtió en una experiencia tan mágica que Astrid no tuvo culpa en romper todas las etiquetas sociales junto a él.
Pero el tiempo implacable había llevado a la noche a su fin y ella no había vuelto a verlo después de eso. Pero apenas tuvo tiempo de extrañarlo, pues la visita de la familia de su madre había ajetreado tanto el hogar que ni siquiera se dio una remota posibilidad de suspirar por el extranjero. Entre fiestas y cacerías había conocido a Lionel a quien había juzgado muy mal al principio y de quien se acabó llevando las mejores impresiones, aunque tenía la sensación de que nunca acabaría de conocerlo realmente; el gitano era para ella una verdadera Cajita de Pandora.
Unas semanas después de esa singular partida de caza, su padre había sufrido un accidente en Viena y su madre había tenido que viajar de urgencia a la capital austríaca; afortunadamente, había sido sólo el susto. Pero aquella inusitada libertad, había causado que se reencontrara con Nigel Quartermane y ello la había dejado francamente confundida... Sacudió la cabeza, tratando de alejar de sus pensamientos al aristócrata francés, pero no lo conseguía realmente, pues la comidilla del último tiempo era nada más y nada menos que su escandaloso matrimonio con Claire Delacroix, la más famosa meretriz de toda París. Una media sonrisa se dibujó en el rostro de Astrid al pensar en ello; la estrenada Madame Quartermane realmente iba a tener muchos problemas para gobernar a un marido tan licencioso y mujeriego como Nigel; no obstante, para la joven Couserans eso le resultaba de lo más beneficioso, considerando los eventos recientes.
Con ese feliz pensamiento, terminó de cepillar su cabello y bajó a almorzar. Sus padres habían regresado hacía apenas unos días desde Viena y aunque el Conde se encontraba bastante demacrado y con varios kilos menos, producto del accidente ecuestre, su ánimo había mejorado considerablemente desde que llegara a Francia. Como siempre, sus padres se mostraban unidos y enamorados; Astrid sonrió, orgullosa de que en su familia jamás se hubiere producido un escándalo de faldas, tan frecuentes en la clase alta. Estaba convencida de que sus padres se amaban profundamente y jamás habría dudado de la historia de amor que su madre le contó cuando preguntó al respecto; si las palabras hubieran sido siquiera dudosas, los actos confirmaban lo dicho y Astrid nunca tuvo razones para pensar que aquello era una falacia mayúscula.
Nunca se le hubiera ocurrido pensar, ni en sueños, que ello no era más que el producto de un largo y difícil acuerdo al que Constantin y Brigitte había llegado después de luchar infructuosamente contra las disposiciones de sus respectivas familias. Lo cierto es que nunca se amarían y habían tenido que aprender a sobrellevar un matrimonio arreglado y sobrevivir a la terrible experiencia de renunciar para siempre a los verdaderos dueños de sus corazones. Tanto tiempo después, ya ninguno quería dar pie atrás y habían aceptado la compañía del otro; aunque no se amaban, habían descubierto que podían ser amigos y ello fue, junto con el nacimiento de Astrid, la única razón por la que el matrimonio sobrevivió y se consolidó en el tiempo.
De todos modos, ambos habían sido excelentes actores, por lo que habían representado magistralmente, ante su hija, el papel de esposos enamorados y aquélla no era sino otra pantomima destinada a mantener en alto la imagen que Astrid tenía de ellos y, como siempre, les había resultado estupendamente. Estaban en medio del té y los coqueteos velados entre sus padres cuando uno de los lacayos de la familia irrumpió en el salón con una carta dirigida a la joven Condesa. Astrid siempre había sido muy reservada con sus asuntos y sus padres siempre lo habían respetado, por lo que nadie se sorprendió cuando la joven prefirió retirarse a la biblioteca para leer la carta.
Una vez sola, se entretuvo en un espejo de cuerpo completo que había en uno de los rincones de la amplia habitación que ella y su padre habían decorado y cuyos títulos habían ampliado en cada viaje fuera de Francia. El vestido lavanda, de mangas de tres cuartos y cuello cuadrado era bastante sencillo y elegante, típico para estar en casa, pero bastante oportuno para recibir visitas. Ese día se había permitido llevar la cabellera suelta con un simple cintillo de plata con pequeñas incrustaciones de diamante. Se miró atentamente por varios minutos, como si buscara algo y no pudiera encontrarlo. Finalmente, tuvo que aceptar que nada en su apariencia externa acusaba el terrible cambio que había experimentado. Una mezcla de culpa y placer se dibujó en su rostro, al recordar lo vivido recientemente, pero acabó triunfando la serenidad; no estaba segura de cuán comprensiva sería su madre si le contaba su pequeño secreto y se alegraba sinceramente de que nada en su exterior la delatara.
Luego de esa pequeña y necesaria inspección, Astrid se sentó a leer la misiva que había recibido. Observó el elegante sobre; estaba hecho de un material poco frecuente, incluso en la alta sociedad francesa, y la tinta, por lo que pudo apreciar, realmente contenía oro en su composición. El sobre, con una letra elegante, firme y absolutamente masculina, solo decía:
A la señorita:
Astrid Eloïse Valentine Antoinette De Couserans & Carcasona
Presente
Nada más había en el sobre, ningún indicio del posible remitente, pero era alguien que realmente la conocía, porque había puesto su nombre completo y ello era algo de verdadero y muy difícil conocimiento, pues Astrid usaba sus tercer y cuarto nombres prácticamente nunca. Descartó a Lionel (demasiado pobre para tales recursos) y a Nigel (demasiado patán para un detalle como aquél). Por unos segundos, no pudo pensar en nadie más... hasta que el lejano recuerdo de la noche en el teatro regresó a ella con aires de renovada esperanza.
“Es lo más bello que haya tenido el honor de hacer... no quisiera que se quedara tan solo en el recuerdo... deseo volver a tener suerte...”
“Deseo volver a tener suerte”
“Deseo volver a tener suerte, para volver a verla”
Con el corazón golpeando incesantemente contra su pecho, abrió la carta y leyó...
***
Si bien, se había negado a viajar a Viena con su padre, ello había sido motivado por una ópera más que por el real interés que pudiera sentir por París. Había creído –¡y qué equivocada había estado!– que después de “Fígaro” no habría nada más que ver y que bien podría embarcarse rumbo a Viena o a la Bella Italia... Pero la noche misma del estreno, ya todo había salido completamente distinto a sus intenciones. Había sido, por lejos, la noche más maravillosa de su vida y eso nada había tenido que ver con el esperado estreno musical. Lord Bryan McMahon había encantado su noche y la convirtió en una experiencia tan mágica que Astrid no tuvo culpa en romper todas las etiquetas sociales junto a él.
Pero el tiempo implacable había llevado a la noche a su fin y ella no había vuelto a verlo después de eso. Pero apenas tuvo tiempo de extrañarlo, pues la visita de la familia de su madre había ajetreado tanto el hogar que ni siquiera se dio una remota posibilidad de suspirar por el extranjero. Entre fiestas y cacerías había conocido a Lionel a quien había juzgado muy mal al principio y de quien se acabó llevando las mejores impresiones, aunque tenía la sensación de que nunca acabaría de conocerlo realmente; el gitano era para ella una verdadera Cajita de Pandora.
Unas semanas después de esa singular partida de caza, su padre había sufrido un accidente en Viena y su madre había tenido que viajar de urgencia a la capital austríaca; afortunadamente, había sido sólo el susto. Pero aquella inusitada libertad, había causado que se reencontrara con Nigel Quartermane y ello la había dejado francamente confundida... Sacudió la cabeza, tratando de alejar de sus pensamientos al aristócrata francés, pero no lo conseguía realmente, pues la comidilla del último tiempo era nada más y nada menos que su escandaloso matrimonio con Claire Delacroix, la más famosa meretriz de toda París. Una media sonrisa se dibujó en el rostro de Astrid al pensar en ello; la estrenada Madame Quartermane realmente iba a tener muchos problemas para gobernar a un marido tan licencioso y mujeriego como Nigel; no obstante, para la joven Couserans eso le resultaba de lo más beneficioso, considerando los eventos recientes.
Con ese feliz pensamiento, terminó de cepillar su cabello y bajó a almorzar. Sus padres habían regresado hacía apenas unos días desde Viena y aunque el Conde se encontraba bastante demacrado y con varios kilos menos, producto del accidente ecuestre, su ánimo había mejorado considerablemente desde que llegara a Francia. Como siempre, sus padres se mostraban unidos y enamorados; Astrid sonrió, orgullosa de que en su familia jamás se hubiere producido un escándalo de faldas, tan frecuentes en la clase alta. Estaba convencida de que sus padres se amaban profundamente y jamás habría dudado de la historia de amor que su madre le contó cuando preguntó al respecto; si las palabras hubieran sido siquiera dudosas, los actos confirmaban lo dicho y Astrid nunca tuvo razones para pensar que aquello era una falacia mayúscula.
Nunca se le hubiera ocurrido pensar, ni en sueños, que ello no era más que el producto de un largo y difícil acuerdo al que Constantin y Brigitte había llegado después de luchar infructuosamente contra las disposiciones de sus respectivas familias. Lo cierto es que nunca se amarían y habían tenido que aprender a sobrellevar un matrimonio arreglado y sobrevivir a la terrible experiencia de renunciar para siempre a los verdaderos dueños de sus corazones. Tanto tiempo después, ya ninguno quería dar pie atrás y habían aceptado la compañía del otro; aunque no se amaban, habían descubierto que podían ser amigos y ello fue, junto con el nacimiento de Astrid, la única razón por la que el matrimonio sobrevivió y se consolidó en el tiempo.
De todos modos, ambos habían sido excelentes actores, por lo que habían representado magistralmente, ante su hija, el papel de esposos enamorados y aquélla no era sino otra pantomima destinada a mantener en alto la imagen que Astrid tenía de ellos y, como siempre, les había resultado estupendamente. Estaban en medio del té y los coqueteos velados entre sus padres cuando uno de los lacayos de la familia irrumpió en el salón con una carta dirigida a la joven Condesa. Astrid siempre había sido muy reservada con sus asuntos y sus padres siempre lo habían respetado, por lo que nadie se sorprendió cuando la joven prefirió retirarse a la biblioteca para leer la carta.
Una vez sola, se entretuvo en un espejo de cuerpo completo que había en uno de los rincones de la amplia habitación que ella y su padre habían decorado y cuyos títulos habían ampliado en cada viaje fuera de Francia. El vestido lavanda, de mangas de tres cuartos y cuello cuadrado era bastante sencillo y elegante, típico para estar en casa, pero bastante oportuno para recibir visitas. Ese día se había permitido llevar la cabellera suelta con un simple cintillo de plata con pequeñas incrustaciones de diamante. Se miró atentamente por varios minutos, como si buscara algo y no pudiera encontrarlo. Finalmente, tuvo que aceptar que nada en su apariencia externa acusaba el terrible cambio que había experimentado. Una mezcla de culpa y placer se dibujó en su rostro, al recordar lo vivido recientemente, pero acabó triunfando la serenidad; no estaba segura de cuán comprensiva sería su madre si le contaba su pequeño secreto y se alegraba sinceramente de que nada en su exterior la delatara.
Luego de esa pequeña y necesaria inspección, Astrid se sentó a leer la misiva que había recibido. Observó el elegante sobre; estaba hecho de un material poco frecuente, incluso en la alta sociedad francesa, y la tinta, por lo que pudo apreciar, realmente contenía oro en su composición. El sobre, con una letra elegante, firme y absolutamente masculina, solo decía:
A la señorita:
Astrid Eloïse Valentine Antoinette De Couserans & Carcasona
Presente
Nada más había en el sobre, ningún indicio del posible remitente, pero era alguien que realmente la conocía, porque había puesto su nombre completo y ello era algo de verdadero y muy difícil conocimiento, pues Astrid usaba sus tercer y cuarto nombres prácticamente nunca. Descartó a Lionel (demasiado pobre para tales recursos) y a Nigel (demasiado patán para un detalle como aquél). Por unos segundos, no pudo pensar en nadie más... hasta que el lejano recuerdo de la noche en el teatro regresó a ella con aires de renovada esperanza.
“Es lo más bello que haya tenido el honor de hacer... no quisiera que se quedara tan solo en el recuerdo... deseo volver a tener suerte...”
“Deseo volver a tener suerte”
“Deseo volver a tener suerte, para volver a verla”
Con el corazón golpeando incesantemente contra su pecho, abrió la carta y leyó...
***
Última edición por Astrid De Couserans el Miér Mayo 18, 2011 9:45 am, editado 1 vez
Astrid De Couserans1- Realeza Rumana
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Re: Romanza: Obertura [Reservado]
A la señorita:
Astrid Eloïse Valentine Antoinette De Couserans & Carcasona
Presente
Astrid Eloïse Valentine Antoinette De Couserans & Carcasona
Presente
Tan solo había escrito la parte del sobre, con la preciada tinta que usaba solo en ocasiones especiales pero que en medio de su delirio quiso derrochar en la carta que al fin se había decidido a escribir. Tanto tiempo sin pensar en ella, tratando de ignorar su imagen, había provocado que al final explotara y la imagen de la bella joven resurgiera en su cabeza. Aquella bella noche en Rumania se había convertido en una desesperante velada de nostalgia, en la que, finalmente, Bryan decidió que no podía estar mas tiempo sin verla. Copió los datos de la aristócrata en el sobre, cuando el reloj de su oficina dio siete estruendosas campanadas. Llamó a su tutor personal, el gran Nicholas Krause para darle un comunicado de suma importancia.
- Nicholas, necesito que canceles mi audiencia de esta noche con los parlamentarios. No me encuentro en buenas condiciones para recibirlos.
- ¿Se encuentra usted bien, mi señor?
- No es algo a lo que valga la pena vuestra preocupación. Tan solo diles que debo atenderlo otro día. Necesito con urgencia encargarme de otro asunto y no quiero ser molestado.
- Si señor - Dicho esto, Nicholas salió de la oficina de su majestad, sin dejar de mostrar cierta preocupación por el rey, y se aseguró de avisar a todos los presentes en el castillo que por ningún motivo fueran a molestar a Bryan. Entretanto, este ya había sacado una nueva hoja de pergamino, en la cual no demoró en escribir, con la mejor caligrafía que le podían dar todas esas horas practicando su caligrafía en su tiempo de juventud:
Apreciada Astrid de Couserans & Carcasona.
Después de pensarlo a lo largo de los días, desde aquella bella noche en que tuve la buena fortuna de encontrármela, he decidido hacer una visita a vuestra residencia, si no os parece mal, dentro de tres semanas, pues como bien sabe mi residencia es en la esplendorosa Rumania y el viaje dura bastante tiempo. Será grato para mi persona saber que ha respondido a esta carta y que también para usted como par mi sea un deseo grato el que volvamos a encontrarnos.
Atentamente,
Bryan Mcmahon.
El rey no se habría dado cuenta, mientras escribía, de cuanto tiempo le había costado plasmas esas sencillas palabras en el papel, por lo que cuando el reloj marcaba las nueve de la noche, estaba pidiendo a uno de los criados que mandara la carta que tanto esfuerzo le había costado. Durmió tranquilo esa noche, y su vida prosiguió normal como monarca de Rumania hasta el tercer día, cuando recibió la respuesta de la dulce joven. Exaltado y sumamente emocionado, ordenó a su criado personal que arreglara su equipaje, mientras los demás preparaban todo lo necesario para el viaje. Nicholas no dijo palabra alguna y tan solo siguió a los designios de su rey, que empezaba a mostrar el comportamiento de un joven enamorado.
En efecto, tardaron dos semanas en el viaje y se acomodaron en la propiedad privada de los Mcmahon en París, desde donde Bryan redactó una nueva carta para comunicar a Astrid su llegada a la ciudad. Como si ardiera en deseos de verle, lo invitó al día siguiente a cenar con su familia a lo cual Bryan aceptó con gusto. No fue un tiempo tortuoso para el rey en lo que esperaba que se diera la aclamada cita, pues se dedicó exclusivamente a vigilar su trabajo en el College de France, que no podía dejar abandonado ni por sus responsabilidades reales.
La bella noche se habría paso, mientras un preocupado Bryan se acomodaba sus ropas apresuradamente, tan nervioso como si fuera a ver a la reina de algunos de los países aledaños a Rumania. Se miró en el espejo, puliendo su gabán verde en relieve con bellos estampados, camisa negra con una corbatín que hacía juego, en conjunto con unos pantalones de lino de color azul oscuro. Tomó, del mismo modo, una capa negra para protegerse del frío nocturno y se dispuso a salir de la casa con Nicholas, quien se había negado a esperarlo en la casa y se había ofrecido insistentemente a acompañarlo. Tan pronto como llegó a la puerta dio tres leves golpes con su mano izquierda y esperó que le abrieran.
- Nicholas, necesito que canceles mi audiencia de esta noche con los parlamentarios. No me encuentro en buenas condiciones para recibirlos.
- ¿Se encuentra usted bien, mi señor?
- No es algo a lo que valga la pena vuestra preocupación. Tan solo diles que debo atenderlo otro día. Necesito con urgencia encargarme de otro asunto y no quiero ser molestado.
- Si señor - Dicho esto, Nicholas salió de la oficina de su majestad, sin dejar de mostrar cierta preocupación por el rey, y se aseguró de avisar a todos los presentes en el castillo que por ningún motivo fueran a molestar a Bryan. Entretanto, este ya había sacado una nueva hoja de pergamino, en la cual no demoró en escribir, con la mejor caligrafía que le podían dar todas esas horas practicando su caligrafía en su tiempo de juventud:
Apreciada Astrid de Couserans & Carcasona.
Después de pensarlo a lo largo de los días, desde aquella bella noche en que tuve la buena fortuna de encontrármela, he decidido hacer una visita a vuestra residencia, si no os parece mal, dentro de tres semanas, pues como bien sabe mi residencia es en la esplendorosa Rumania y el viaje dura bastante tiempo. Será grato para mi persona saber que ha respondido a esta carta y que también para usted como par mi sea un deseo grato el que volvamos a encontrarnos.
Atentamente,
Bryan Mcmahon.
El rey no se habría dado cuenta, mientras escribía, de cuanto tiempo le había costado plasmas esas sencillas palabras en el papel, por lo que cuando el reloj marcaba las nueve de la noche, estaba pidiendo a uno de los criados que mandara la carta que tanto esfuerzo le había costado. Durmió tranquilo esa noche, y su vida prosiguió normal como monarca de Rumania hasta el tercer día, cuando recibió la respuesta de la dulce joven. Exaltado y sumamente emocionado, ordenó a su criado personal que arreglara su equipaje, mientras los demás preparaban todo lo necesario para el viaje. Nicholas no dijo palabra alguna y tan solo siguió a los designios de su rey, que empezaba a mostrar el comportamiento de un joven enamorado.
En efecto, tardaron dos semanas en el viaje y se acomodaron en la propiedad privada de los Mcmahon en París, desde donde Bryan redactó una nueva carta para comunicar a Astrid su llegada a la ciudad. Como si ardiera en deseos de verle, lo invitó al día siguiente a cenar con su familia a lo cual Bryan aceptó con gusto. No fue un tiempo tortuoso para el rey en lo que esperaba que se diera la aclamada cita, pues se dedicó exclusivamente a vigilar su trabajo en el College de France, que no podía dejar abandonado ni por sus responsabilidades reales.
La bella noche se habría paso, mientras un preocupado Bryan se acomodaba sus ropas apresuradamente, tan nervioso como si fuera a ver a la reina de algunos de los países aledaños a Rumania. Se miró en el espejo, puliendo su gabán verde en relieve con bellos estampados, camisa negra con una corbatín que hacía juego, en conjunto con unos pantalones de lino de color azul oscuro. Tomó, del mismo modo, una capa negra para protegerse del frío nocturno y se dispuso a salir de la casa con Nicholas, quien se había negado a esperarlo en la casa y se había ofrecido insistentemente a acompañarlo. Tan pronto como llegó a la puerta dio tres leves golpes con su mano izquierda y esperó que le abrieran.
Bryan Mcmahon- Cambiante/Realeza
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Re: Romanza: Obertura [Reservado]
*Apreciada Astrid de Couserans & Carcasona.
Después de pensarlo a lo largo de los días, desde aquella bella noche en que tuve la buena fortuna de encontrármela, he decidido hacer una visita a vuestra residencia, si no os parece mal, dentro de tres semanas, pues como bien sabe mi residencia es en la esplendorosa Rumania y el viaje dura bastante tiempo. Será grato para mi persona saber que ha respondido a esta carta y que también para usted como par mi sea un deseo grato el que volvamos a encontrarnos.
Atentamente,
Bryan McMahon.*
Eran palabras simples que había leído en más de una ocasión. Pero para ella, fue como si se las dijeran por primera vez, como si nunca hubiese sabido lo que significaban hasta el momento en que las leyó, escritas del puño de Bryan. Su corazón brincó en el pecho y sintió como si los aires de la primavera que estaba por llegar ya se hubieren colado por entre las ventanas y cortinas de la biblioteca.
Era una carta enviada al menos una semana antes, desde una dirección que ella no conocía y a la que no prestó mayor atención. Quizás, si lo hubiera hecho, habría dimensionado lo mucho que estaba a punto de cambiar su vida..., pero no lo hizo y se atrevió a proyectar una hermosa y tranquila vida en Lyon. Soñó mucho en esos días en que esperó la segunda carta. Se atrevió a imaginar el matrimonio en Notre Dame, dejó que su imaginación volase hasta los hijos y la vida de campo que ella tanto añoraba. Y, cuando la segunda carta llegó, invitándola a comer con sus padres, la joven pensó que no cabía más en sí de felicidad.
Por su parte, los padres de Astrid sí se preocuparon de averiguar quién era este joven extranjero que había decidido cortejar a su hija de manera tan inadecuada y del que, en principio, no tenía la mejor de las opiniones. Lord Couserans casi sufrió un infarto cuando descubrió realmente de quién se trataba, pero no dijo nada, pues Sir Nicholas tuvo el buen tino de pedirle justa discreción y, aunque ello era difícil en una sociedad que dependía de las apariencias, los contactos sociales y el poder monárquico, la familia de Astrid supo estar a la altura de las circunstancias pedidas y era que quizás la única cosa verdadera que Constantin y Brigitte compartían de todo corazón era su deseo profundo de que ver a su hija realmente feliz.
Por su parte, Astrid –que no se dio cuenta nunca de tales ardides a sus espaldas– sólo pudo echarse en los brazos de sus padres y decirles cuán feliz era. Las horas que separaban a la joven de Lord McMahon le parecieron una larga tortura que encontró débil consuelo en las ensoñaciones, tan propias de las jóvenes de su edad.
A la noche siguiente, Astrid se había decidido por un traje de tonos rosas y blancos, de un audaz escote en V y mangas recogidas que dejaban al descubierto sus brazos, al tiempo que delineaban su armónica figura y que destacaban su elegancia y frescura. Se recogió el cabello en un elaborado moño que, sin embargo, lucía sobrio y adecuado a la ocasión; escogió un sencillo juego de diamantes para el prendedor del cabello, el colgante y los aros en forma de lágrimas, al tiempo que decidió llevar las manos sin adornos algunos.
A las siete de la tarde, el carruaje los estaba esperando. Allí los esperaba Sir Nicholas, a quien Astrid tuvo el gusto de conocer esa noche. Nuevamente aparecían allí los escudos y símbolos que ella ya viera en la carta recibida, pero a los que no dio mayor importancia. Lo único realmente importante era su reencuentro con Bryan. Quizás, esa noche, la Rueda de su Destino diera el más trascendental de todos los giros, aquél que definiera el rumbo de su vida y Astrid, joven y entusiasta como era, estaba dispuesta a aceptar lo que ese Destino quisiera regalarle, mientras fuera junto al joven aristócrata rumano.
***
Después de pensarlo a lo largo de los días, desde aquella bella noche en que tuve la buena fortuna de encontrármela, he decidido hacer una visita a vuestra residencia, si no os parece mal, dentro de tres semanas, pues como bien sabe mi residencia es en la esplendorosa Rumania y el viaje dura bastante tiempo. Será grato para mi persona saber que ha respondido a esta carta y que también para usted como par mi sea un deseo grato el que volvamos a encontrarnos.
Atentamente,
Bryan McMahon.*
Eran palabras simples que había leído en más de una ocasión. Pero para ella, fue como si se las dijeran por primera vez, como si nunca hubiese sabido lo que significaban hasta el momento en que las leyó, escritas del puño de Bryan. Su corazón brincó en el pecho y sintió como si los aires de la primavera que estaba por llegar ya se hubieren colado por entre las ventanas y cortinas de la biblioteca.
Era una carta enviada al menos una semana antes, desde una dirección que ella no conocía y a la que no prestó mayor atención. Quizás, si lo hubiera hecho, habría dimensionado lo mucho que estaba a punto de cambiar su vida..., pero no lo hizo y se atrevió a proyectar una hermosa y tranquila vida en Lyon. Soñó mucho en esos días en que esperó la segunda carta. Se atrevió a imaginar el matrimonio en Notre Dame, dejó que su imaginación volase hasta los hijos y la vida de campo que ella tanto añoraba. Y, cuando la segunda carta llegó, invitándola a comer con sus padres, la joven pensó que no cabía más en sí de felicidad.
Por su parte, los padres de Astrid sí se preocuparon de averiguar quién era este joven extranjero que había decidido cortejar a su hija de manera tan inadecuada y del que, en principio, no tenía la mejor de las opiniones. Lord Couserans casi sufrió un infarto cuando descubrió realmente de quién se trataba, pero no dijo nada, pues Sir Nicholas tuvo el buen tino de pedirle justa discreción y, aunque ello era difícil en una sociedad que dependía de las apariencias, los contactos sociales y el poder monárquico, la familia de Astrid supo estar a la altura de las circunstancias pedidas y era que quizás la única cosa verdadera que Constantin y Brigitte compartían de todo corazón era su deseo profundo de que ver a su hija realmente feliz.
Por su parte, Astrid –que no se dio cuenta nunca de tales ardides a sus espaldas– sólo pudo echarse en los brazos de sus padres y decirles cuán feliz era. Las horas que separaban a la joven de Lord McMahon le parecieron una larga tortura que encontró débil consuelo en las ensoñaciones, tan propias de las jóvenes de su edad.
A la noche siguiente, Astrid se había decidido por un traje de tonos rosas y blancos, de un audaz escote en V y mangas recogidas que dejaban al descubierto sus brazos, al tiempo que delineaban su armónica figura y que destacaban su elegancia y frescura. Se recogió el cabello en un elaborado moño que, sin embargo, lucía sobrio y adecuado a la ocasión; escogió un sencillo juego de diamantes para el prendedor del cabello, el colgante y los aros en forma de lágrimas, al tiempo que decidió llevar las manos sin adornos algunos.
A las siete de la tarde, el carruaje los estaba esperando. Allí los esperaba Sir Nicholas, a quien Astrid tuvo el gusto de conocer esa noche. Nuevamente aparecían allí los escudos y símbolos que ella ya viera en la carta recibida, pero a los que no dio mayor importancia. Lo único realmente importante era su reencuentro con Bryan. Quizás, esa noche, la Rueda de su Destino diera el más trascendental de todos los giros, aquél que definiera el rumbo de su vida y Astrid, joven y entusiasta como era, estaba dispuesta a aceptar lo que ese Destino quisiera regalarle, mientras fuera junto al joven aristócrata rumano.
***
Astrid De Couserans1- Realeza Rumana
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Re: Romanza: Obertura [Reservado]
Nicholas, tan prudente que incluso sorprendía a Bryan, creyó conveniente que el joven monarca fuera en un carruaje diferente al de Astrid, pues consideró, con cierta razón, que una calle parisina era demasiado mundana para el feliz encuentro, por lo que mandó a Bryan antes a casa para que esperase a Astrid y a su familia. Siendo Rey, no estaba acostumbrado a esperar enclaustrado mientras su visita llegaba. Aún así, siguiendo fielmente los consejos de su tutor personal, fue a casa y ordenó a todos los sirvientes, camareros y chefs que se prepararan para la llegada.
Decidió inspeccionar su atuendo, pues sabía que los Couserans tardarían varios minutos en llegar. Limpió su gabán, se acomodó la camisa aunque dejó el corbatín para otra ocasión y en lugar de ello tomó un sombrero de copa que combinara con su pantalón azul de lino. No era tan cómodo como la corona real, pero sabía que no podía usar tan característico atributo en Francia si deseaba pasar desapercibido. A su opinión, y también a la de las mucamas, a quienes pidió opinión, estaba en perfecto estado para recibir a aquella jovencita que lo hacía comportarse de modo tan extraño.
El sonido del carruaje de los Couserans hizo reaccionar a Bryan y se acomodó en la entrada, completamente emocionado por el encuentro. Tan pronto como Nicholas los hizo pasar, ver a Astrid le provocó un estado de ensoñación al que pocas veces había entrado y se acercó galantemente a tomar la mano derecha de la joven y besarla suavemente. Sabía que era inapropiado, pero esbozó una ligera y casi imperceptible sonrisa al notar la estupefacción pintada en Constantine y Brigitte, seguramente por la magnificencia de la casa Mcmahon, aunque era tan solo la mitad de lujosa que el Castelul.
Con su mano izquierda sobre la derecha de Astrid, la condujo por la sala hasta llevarla a comedor, donde habían retirado la larga mesa de banquetes y la habían reemplazado por una mesa de cuatro puestos, lujosa y lo suficientemente espaciosa como para que pudieran comer sin ninguna clase de incomodidad. Se sentaron en la mesa, siendo ayudados por los camareros, que también tenían fascinados a los visitantes y Bryan se presentó a Constantin y a Brigitte, puesto que no había tenido el placer de conocerlo gracias a las intermediaciones de Nicholas.
- Mi nombre es Bryan Mcmahon. Es sin duda un verdadero placer darles la bienvenida al Lion Accuil, la casa de verano de los Mcmahon & Doherty.
Tronó los dedos para que la cena diera inicio. Por supuesto, los sofisticados platillos venían de las mejores casas gastronómicas Rumanas, aunque también habían ciertos platillos de origen francés. Empezaron a comer, aunque Bryan esperó el huracán de preguntas que sabía que vendría por parte de los padres de Astrid, y en su mente meditaba todo lo que podía. Creía que era demasiado pronto, posiblemente ella no estaba lista, era posible que se acobardara ante un cargo tan importante y lo rechazara, pero deseaba pedir la mano de Astrid en matrimonio y lo haría esa noche, luego de la cena, y luego de revelarle su condición de Rey.
Decidió inspeccionar su atuendo, pues sabía que los Couserans tardarían varios minutos en llegar. Limpió su gabán, se acomodó la camisa aunque dejó el corbatín para otra ocasión y en lugar de ello tomó un sombrero de copa que combinara con su pantalón azul de lino. No era tan cómodo como la corona real, pero sabía que no podía usar tan característico atributo en Francia si deseaba pasar desapercibido. A su opinión, y también a la de las mucamas, a quienes pidió opinión, estaba en perfecto estado para recibir a aquella jovencita que lo hacía comportarse de modo tan extraño.
El sonido del carruaje de los Couserans hizo reaccionar a Bryan y se acomodó en la entrada, completamente emocionado por el encuentro. Tan pronto como Nicholas los hizo pasar, ver a Astrid le provocó un estado de ensoñación al que pocas veces había entrado y se acercó galantemente a tomar la mano derecha de la joven y besarla suavemente. Sabía que era inapropiado, pero esbozó una ligera y casi imperceptible sonrisa al notar la estupefacción pintada en Constantine y Brigitte, seguramente por la magnificencia de la casa Mcmahon, aunque era tan solo la mitad de lujosa que el Castelul.
Con su mano izquierda sobre la derecha de Astrid, la condujo por la sala hasta llevarla a comedor, donde habían retirado la larga mesa de banquetes y la habían reemplazado por una mesa de cuatro puestos, lujosa y lo suficientemente espaciosa como para que pudieran comer sin ninguna clase de incomodidad. Se sentaron en la mesa, siendo ayudados por los camareros, que también tenían fascinados a los visitantes y Bryan se presentó a Constantin y a Brigitte, puesto que no había tenido el placer de conocerlo gracias a las intermediaciones de Nicholas.
- Mi nombre es Bryan Mcmahon. Es sin duda un verdadero placer darles la bienvenida al Lion Accuil, la casa de verano de los Mcmahon & Doherty.
Tronó los dedos para que la cena diera inicio. Por supuesto, los sofisticados platillos venían de las mejores casas gastronómicas Rumanas, aunque también habían ciertos platillos de origen francés. Empezaron a comer, aunque Bryan esperó el huracán de preguntas que sabía que vendría por parte de los padres de Astrid, y en su mente meditaba todo lo que podía. Creía que era demasiado pronto, posiblemente ella no estaba lista, era posible que se acobardara ante un cargo tan importante y lo rechazara, pero deseaba pedir la mano de Astrid en matrimonio y lo haría esa noche, luego de la cena, y luego de revelarle su condición de Rey.
Bryan Mcmahon- Cambiante/Realeza
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Fecha de inscripción : 25/01/2011
Localización : Perdido entre las sombras de la noche
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