Mon petit poignet (Adrianne)

por **Bernard Trevillette** Sáb Mar 26, 2011 5:12 am

Listo en un pis-pas. De bons jours, mon ciel! Tu viens d'arriver au monde. Mi último perfume estaba preparado y finiquitado. Más tarde elegiría el frasquito para aquel maravilloso halo de Dios. Fête, fête!, pensaba mientras aspaba los brazos y me zarandeaba de un lado al otro de mi pequeño laboratorio perfumero. Subí las escaleras hasta mi habitáculo y escuché los primeros sonidos gruñescos de la poignet, mi muñequita Adrianne. Oh, se acababa de despertar. Entré en su habitación y me quité el sombrero cilíndrico. -Bonjour, bonjour! -exclamé mientras le colocaba el sombrero sobre su dulce cara, que era lo único que sobresalía de la cama.- Tenemos que trabajar. Lo tengo todo listo, mi amor. ¿Te cuento algo? - Otro gruñido mañanero se escuchó de debajo del sombrero, y una mano salió de debajo de las sábanas para quitarse el sombrero. Atrapé su mano, y agarrándola del brazo, levanté a la pequeña Adrianne hasta dejarla completamente enfrente mío, en posición de vals. -Bailemos...

¿Crees que no hay motivos? -comencé a moverme con suavidad mientras ella sollozaba aún dormitando. Sus ojos verdes permanecían ocultos bajo sus párpados. Estaba demasiado acostumbrada a esos cambios bruscos- He terminado el perfume... Mais... ¿Qué nombre le pondremos, poignet? -hice otro movimiento simulando bailar con ella, y me fijé en su camisón con escote barco que cubría su joven cuerpo.- Vístete, mon amour, y baja en cuanto puedas. Hay mucho que hacer.

La dejé sobre la cama, de nuevo, aún dormitando. Salí al pasillo, cerrando su puerta. Respiré hondo. No sabía cómo iba a decírselo, no tenía la más mínima idea para comenzar a hablar con ella. Mi pequeñita no se merecía eso, no de esa manera. Entré en mi dormitorio y contemplé la cama recién hecha. Marla debía andar por allí. La mesita derecha permanecía con el cajón entreabierto, y en él, la carta a medioabrir. Volví a cogerla asegurándome de que la puerta de mi habitación estaba cerrada y leí su contenido de nuevo. Adonis, hermano, ¿por qué le haces esto?

por **Adrianne Trevillette** Miér Mar 30, 2011 5:22 am

El bosque era tan inmenso que daba miedo penetrar en él. Los árboles bailaban con el silbido del viento, y a cada paso que daba, el aire se sentía más puro y limpio entre tanta belleza. Gaia estaba allí, podía notarla, y casi olía su perfume; el de las flores de invierno, el de las piñas secas en el suelo; incluso, el de los conejos hambrientos de paz. Se escuchaba la tranquilidad por doquier.
Quizá aquello era lo único que podía consolar mi llanto y acallar mi deprimido estado de ánimo. Lo había hecho mal, había huído, y había dejado a mi familia destapada frente al frío del invierno que se aproximaba. Yo lo sabía. Siempre lo había sabido. Ese momento tendría que llegar, y yo debería desposarme con el hombre que eligiesen mis padres.
"Adrianne, hermana. ¡Ojalá me hubieran desposado a mí con mi mejor amigo, y no con un desconocido! No sé de qué te quejas" Pero las palabras de Leslie no servían para otra cosa que para empeorar la situación. Era precisamente por eso, porque él había sido mi amigo de siempre.

Lloraba, y nadie me comprendía. Ahora era una fugitiva de mi propia familia. Viviría una vida furtiva lejos de ellos como una proscrita en un bosque a las afueras de una gran ciudad. Sería la escoria familiar.
Y las ramas de los árboles. Oh, ¡cómo crujían! Eran puro arte ante mis pupilas cristalinas por las lágrimas. Todo cuanto había allí parecía protegerme.

Y luego... El miedo. Lobos, aullidos. Luna llena... Y un mordisco del que jamás podría olvidarme. ¿Quién había sido? Eran seis lobos, ¿cuál de ellos me había mordido, obligándome a pasar dos años de vaivenes anímicos y sin un instructor que me enseñase qué sucedía y cómo debía hacerlo.
Oh, espera. Él se acerca. Cubre su rostro con una tela. Sus ojos son verdes. Muy verdes. Mon dieu, qué bellos. "Descubre mi rostro", me susurraba. J'y vais, j'y vais! Al fin, al fin sabría quién era él.
Mi mano en su tela, sólo tenía que apartarla. Su rostro era...

-Bonjour, bonjour!!
Bernard...

Mi cama estaba sudorosa, y mi vestido muy pegado a mi cuerpo. Los movimientos y las palabras de Bernard los percibía en la lejanía, por muy cerca que él estuviese de mí.
-¿Qué pasa? ¿Qué hora es?
Me levantó de golpe, apartando mis sábanas. Y me obligó a bailar con él. No pude evitar reír. Hablaba de un perfume. Hablaba, siempre hablaba. Él nunca callaba. Terminó de hablar, y se fue.
Abrí el armario de golpe y elegí un vestido de gasa gris. Los brazos eran de rejilla. Sería perfecto para el comienzo de la primavera. Me vestí y me recogí el cabello en una larga trenza, pinté mis labios con carmín rojizo y descendí las escaleras para ver el plan. Aún era temprano. La perfumería estaba cerrada.
-¿Bernard? ¿Qué prisa hay? -pregunté desde abajo.

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