AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La soledad por exelencia
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La soledad por exelencia
Era extraño que yo caminara por un cementerio donde, los restos que descansaban bajo metros de tierra y lápidas de piedra, no eran de algún familiar mío. Mi madre había muerto en Bucarest y su cuerpo había sido quemado en una pira funeraria, una vieja tradición del grupo de romaníes al que pertenecía. Mi padre seguía vivo, según sacando cuentas, y en su castillo de Bucarest. No poseía tíos, tías, primos o abuelos. Desconocía sus paraderos y sus caras no aparecían en mis memorias así que ¿qué era lo que me podría atraer de un lugar santo como este? Tal vez mi razón podría tomarse como una falta de respeto a las almas que yacían en sus lugares de descanso eterno pero no podría encontrar una excusa que encajara conmigo. Podía decir que me había perdido pero, vamos, llevaba poco tiempo en París y aún así conocía bastante el lugar; otra posibilidad era decir que venía a dejar flores a los cuerpos olvidados, sin embargo, por muy dulce que tuviera la cara mis intenciones eran otras, así que mi humor no podría pasar por la de una inocencia presente o la de empatía completa, solamente permanecería con una indiferencia inmutable; si quería sonar más romántica, la circunstancia que me llevaba a querer estar ahí era que la nostalgia de mis seres queridos, la pena que cargaba desde hace diecinueve años que me arrastraban a visitar todos los cementerios de las diferentes ciudades que había visitado para fingir que ahí estaban, mis padres, mi familia. Pero todo eso era una mentira muy bien disfrazada. La verdad era simple, me gustaban los cementerios porque era el lugar de soledad por excelencia. Todos los difuntos permanecían en sus tumbas en silencio, no había una sola voz que manifestara la presencia de una persona viva. Todo era muerte y soledad, y esto último se podía ver reflejado en el estado de las lápidas. Muchas, las de las personas que habían muerto hacía mucho tiempo y sin dejar familiares vivos, estaban cubiertas de ramas, llenas de suciedad, sus flores ahora carecían de vida y los nombres ahora eran remplazados por borrones apenas legibles. Otras, como los mausoleos, tenían ese aire místico y sagrado. Cada cierto tiempo eran limpiados y sus flores cambiadas por otras más nuevas.
Todo ese ambiente de tranquilidad era el que me llamaba la atención. Además de que era el único lugar donde mi ama no me encontraría o pensaría ir a buscarme. Ese día se había levantado con una vara en la mano, dispuesta a castigarme por la osadía de contestarle en voz alta que estaba harta de ella. No era ningún secreto pero sin pensarlo mi cabeza había reventado dentro de mi y me ordenaba que le gritara. Cuando miré su cara llena de odio y la vara en su mano traté de huir pero su mano detuvo mi brazo y me asestó un latigazo con su vara directo en mi mejilla derecha. Nadamás sentí el ardor en la piel y la sangre comenzar a salir de la herida. Entonces corrí como nunca lo había hecho en dirección al cementerio. Mi ama no me alcanzó nisiquiera a medio camino.
Cuando llegué al cementerio tenía una mano cubriéndome la mejilla y la otra aferrada a la corteza de un árbol. Respiraba bruscamente tratando de que me entrara mucho aire a los pulmones, aire que me faltaba. Me quité la mano de la mejilla y pude ver una línea curveada de color rojo, mi sangre.
- Desgraciada…
Dije al aire. Esta era una de las pocas veces que me había pegado pero ahora se había pasado. Me senté sobre una lápida y rasgué mi vestido para obtener un pedazo pequeño de tela para limpiarme. Mientras lo hacía trataba de tranquilizarme. Ya buscaría alguien del circo que me ayudara con esto más tarde.
Todo ese ambiente de tranquilidad era el que me llamaba la atención. Además de que era el único lugar donde mi ama no me encontraría o pensaría ir a buscarme. Ese día se había levantado con una vara en la mano, dispuesta a castigarme por la osadía de contestarle en voz alta que estaba harta de ella. No era ningún secreto pero sin pensarlo mi cabeza había reventado dentro de mi y me ordenaba que le gritara. Cuando miré su cara llena de odio y la vara en su mano traté de huir pero su mano detuvo mi brazo y me asestó un latigazo con su vara directo en mi mejilla derecha. Nadamás sentí el ardor en la piel y la sangre comenzar a salir de la herida. Entonces corrí como nunca lo había hecho en dirección al cementerio. Mi ama no me alcanzó nisiquiera a medio camino.
Cuando llegué al cementerio tenía una mano cubriéndome la mejilla y la otra aferrada a la corteza de un árbol. Respiraba bruscamente tratando de que me entrara mucho aire a los pulmones, aire que me faltaba. Me quité la mano de la mejilla y pude ver una línea curveada de color rojo, mi sangre.
- Desgraciada…
Dije al aire. Esta era una de las pocas veces que me había pegado pero ahora se había pasado. Me senté sobre una lápida y rasgué mi vestido para obtener un pedazo pequeño de tela para limpiarme. Mientras lo hacía trataba de tranquilizarme. Ya buscaría alguien del circo que me ayudara con esto más tarde.
Mikalya Tanvir- Gitano
- Mensajes : 160
Fecha de inscripción : 03/05/2011
Re: La soledad por exelencia
¿Qué mejor lugar que un cementerio para meditar con los miles de espíritus que te persiguen eternamente? Es la manera más educada para Vladímir de hacerlos "sentir como en casa", éra casi igual al cementerio de Moscow, solo que ese era más frío y con menos gente, al parecer este lugar es más popular, incluso por las noches, hombres con traje elegante se quedan en las cavernas cuidando una tumba de cualquier hombre importante ¿Para qué?, si sólo quedan nimiedades de su existencia, huesos y un olor fétido que podría inmovilizar hasta el mismísimo rey de las alcantarillas. No muy lejos de la entrada, Vladímir caminaba sobre las lápidas intentando no pisarlas por "respeto" (Si, claro) a los pobres mortales que descansaban saecula seculorum. El lugar estaba empestado de flores marchitas, ese olor nauseabundo a gusanos que morían aplastados bajo el taconeo de las burdas damas que visitaban a sus viejos esposos que, seguramente les engañó alguna vez -Que asco- Musitó Vladímir mientras seguía su camino escabroso por las lápidas que habían sido reventadas seguramente por un inepto que trabajaba allí.
Se quedó de pié en frente de un mausoleo, absurdamente adornado y lleno de flores, incluso, la decoración era más ostentosa que el salón principal de sus aposentos. -¿Quién lo diría?, incluso muertos viven mejor que yo... Malditos muertos, son tan afortunados.- Ríe con cierta ironía y trató de seguir su camino. Alguno de los muertos que llevaba sobre sus hombros fue asesinado ante los ojos de su primogénito, nunca lo olvidará, fue inexplicable la sensación al ver los azulados ojos del pequeño niño justo cuando la daga terminaba de traspasar el cuello de aquel hombre que quiso propasarse con él. Dicen que el odio se va dando poco a poco, pero sólo le costó un parpadeo a Vladímir para darse cuenta de la intensa y ponzoñosa mirada que el pequeño niño le dedicó, pero no tuvo tiempo de contemplar su odio, pues se marchó inmediatamente. Tenía la costumbre de ver el entierro de cada víctima, se convirtió en un morbo para él, la última vez que estuvo visitando el funeral de uno de sus miles de “presas” fue –Justamente aquí. “En memoria de Pierre Bonnet… Padre, esposo y amigo” 1789-1825 ¡Ja! Cliché, otro bastardo más en este mundo- No muy lejos de aquella lápida, se encontraba una pequeña mujer sentada en una de las lápidas con harapos puestos, sola, indefensa y al parecer débil, un perfecto bocadillo nocturno para un hombre tan sediento como Vladímir, rápidamente vira hacia ella, se acomoda su cabello, y se dirige a ella, a paso lento, al llegar a sus pies, respira profundamente y el aroma de la mujer lo cautivó por un segundo. –Velar por los muertos hace parte de los que trabajan aquí. ¿Qué haces sola acá? Cualquier hombre malo y despiadado podría hacerte daño, con este silencio sepulcral nadie se daría cuenta y créame, señorita, los muertos son muy buenos guardando secretos-
Se quedó de pié en frente de un mausoleo, absurdamente adornado y lleno de flores, incluso, la decoración era más ostentosa que el salón principal de sus aposentos. -¿Quién lo diría?, incluso muertos viven mejor que yo... Malditos muertos, son tan afortunados.- Ríe con cierta ironía y trató de seguir su camino. Alguno de los muertos que llevaba sobre sus hombros fue asesinado ante los ojos de su primogénito, nunca lo olvidará, fue inexplicable la sensación al ver los azulados ojos del pequeño niño justo cuando la daga terminaba de traspasar el cuello de aquel hombre que quiso propasarse con él. Dicen que el odio se va dando poco a poco, pero sólo le costó un parpadeo a Vladímir para darse cuenta de la intensa y ponzoñosa mirada que el pequeño niño le dedicó, pero no tuvo tiempo de contemplar su odio, pues se marchó inmediatamente. Tenía la costumbre de ver el entierro de cada víctima, se convirtió en un morbo para él, la última vez que estuvo visitando el funeral de uno de sus miles de “presas” fue –Justamente aquí. “En memoria de Pierre Bonnet… Padre, esposo y amigo” 1789-1825 ¡Ja! Cliché, otro bastardo más en este mundo- No muy lejos de aquella lápida, se encontraba una pequeña mujer sentada en una de las lápidas con harapos puestos, sola, indefensa y al parecer débil, un perfecto bocadillo nocturno para un hombre tan sediento como Vladímir, rápidamente vira hacia ella, se acomoda su cabello, y se dirige a ella, a paso lento, al llegar a sus pies, respira profundamente y el aroma de la mujer lo cautivó por un segundo. –Velar por los muertos hace parte de los que trabajan aquí. ¿Qué haces sola acá? Cualquier hombre malo y despiadado podría hacerte daño, con este silencio sepulcral nadie se daría cuenta y créame, señorita, los muertos son muy buenos guardando secretos-
Bogatyr- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 57
Fecha de inscripción : 09/02/2011
Re: La soledad por exelencia
Los pájaros hacían ruidos en las copas de los árboles, movían sus alas que se escuchaban como un rumbido fuerte y muy lento, luego se posaban en otro árbol y cantaban. En el momento en el que sus patas tocaban las ramas, múltiples hojas de diferentes tonalidades verdosas, emprendían su viaje hasta el suelo simulando una lluvia de esmeraldas. El sol no megaba mucho y las sombras que surgían de tumbas, árboles, mausoleos, todas ellas, hacían figuras en el suelo. La tierra estaba cubierta de cesped y lodo. En realidad el cementerio se encontraba en un estado bastante estético a la vista. Todo era belleza y brillo, irónicamente, también había vida y no solamente la mía. Muchas ardillas cruzaban delante de mi hacia algún árbol para recolectar sus frutos, otras trepaban por los árboles y se quedaban estáticas a medio camino, atentas a su alrededor. Y yo, por otro lado, permanecía sentada cual estatua. Sin moverme, apenas movía la mano que tapaba mi herida en el rostro. Ya no sangraba pero, dios, sí que dolía. No me había abierto la piel, eso lo sabía, pero seguramente me habría dejado una marca roja y una abertura ligera, no lo suficientemente grave como para dejar una cicatríz a lo largo del tiempo.
Mientras me quedaba sentada esperando el mejor momento para partir hacia el circo, mi mente pensaba en las posibles salidas de la miserable y triste vida en la que me encontraba. La idea más patética que cruzó mi mente fué la de enamorar a algún hombre rico, entonces me llevaría a vivir con él y sería felíz el resto de mis días, pero, esa era una idea muy sacada de los cuentos, nisiquiera Perrault creía en ese mito de vivir felíz. Sí, habían cuentos de jovenes plebeyas que, por milagro, habían encontrado a un príncipe y gracias a sus virtudes lo habían conquistado. Pero yo ¿qué maldita virtúd podía poseer? ¿Tocar la pandereta? ¿bailar? Sabía hacer cosas muy básicas como cocinar, limpiar ropa, barrer. Pero esas "cualidades" no atraerían a ningún hombre. ¿Que si era bonita? No lo sé, eso es algo que depende de las opniones de los demás, y aún siendo una belleza no me ayudaría mucho con la idea. Ahora, la segunda era desaparecer. Borrar mi rastro sobre París, tomar el dinero que tenía y largarme a cualquier otro lado, lejos, bastante lejos. Esa se me hacía más viable pero no contaba con el dinero necesario para realizar un viaje largo y dudaba poder vivir de la caridad. En las iglesias dan asilo a los gitanos, pero abusar de la buena obra de un sacerdote era prácticamente como pecar, así que no quería tampoco eso.
Aflojé mis brazos y estos cayeron a mis costados con cansancio, ya estaba harta de todo.
Tomé aire y mis pulmones se llenaron de los aromas que rodeaban el cementerio. Pino, resina, piedra, tierra, hierba, flores, flores muertas... perfume. Sí, en el ambiente rondaba la esencia de un perfume, lo que me hizo comenzar a buscar con la mirada la fuente de aquella inusualidad. Busqué entre las lápidas y varias veces fuí engañada por el correr frenético de las ardillas o el vuelo precipitado de las aves, hasta que un punto ligeramente amarillo comenzó a moverse y hacerse más y más grande. Achiqué los ojos para ver mejor, entonces la figura se fué aclarando.
Un hombre alto y rubio se acercaba. ¿Qué hacía un hombre en el cementerio? pensé, pero era prácticamente como rpeguntarme a mi misma qué hacía yo en el cementerio. Sonreí al escuchar su voz y las palabras que le acompañaban. Tenía razón, podrían violarme y nadie se enteraría, pero... bueno, ¿qué otra cosa peor a lo que ya había vivido podría pasarme?
Negué con la cabeza mientras reía
- Hablas de que alguien podría ¿matarme? ¿abusar de mi? ¿golpearme? ¿secuestrarme?- bufé - Cualquiera de esas cosas suena jugosa a comparación de lo que vivo a diario. Morir sería una salida fácil y rápida, ¿dolorosa? no lo sé, pero terminaría con mis problemas de tajo- dije pensativa, me encogí de hombros y proseguí - Abusar de mi ya no es algo nuevo, incluso sería satisfactorio; golpearme... ya he recibido una tunda esta mañana, otra más me sería indiferente, y en cuanto a secuestrarme, podría decir que no me opondría, la verdad dudo que alguien me encuentre útil, así que me dejarían a mi suerte a la primera oportunidad que tuvieran.- finalizé para después pararme de la lápida - Dudo que tu vengas a pedirme matrimonio porque te has enamorado de mi a primera vista, así que ¿cuál de todas las intenciones que ya te enumeré es la que vas a tomar?- pregunté cruzándome de brazos. Ya no le temía ni a mi sombra.
Mientras me quedaba sentada esperando el mejor momento para partir hacia el circo, mi mente pensaba en las posibles salidas de la miserable y triste vida en la que me encontraba. La idea más patética que cruzó mi mente fué la de enamorar a algún hombre rico, entonces me llevaría a vivir con él y sería felíz el resto de mis días, pero, esa era una idea muy sacada de los cuentos, nisiquiera Perrault creía en ese mito de vivir felíz. Sí, habían cuentos de jovenes plebeyas que, por milagro, habían encontrado a un príncipe y gracias a sus virtudes lo habían conquistado. Pero yo ¿qué maldita virtúd podía poseer? ¿Tocar la pandereta? ¿bailar? Sabía hacer cosas muy básicas como cocinar, limpiar ropa, barrer. Pero esas "cualidades" no atraerían a ningún hombre. ¿Que si era bonita? No lo sé, eso es algo que depende de las opniones de los demás, y aún siendo una belleza no me ayudaría mucho con la idea. Ahora, la segunda era desaparecer. Borrar mi rastro sobre París, tomar el dinero que tenía y largarme a cualquier otro lado, lejos, bastante lejos. Esa se me hacía más viable pero no contaba con el dinero necesario para realizar un viaje largo y dudaba poder vivir de la caridad. En las iglesias dan asilo a los gitanos, pero abusar de la buena obra de un sacerdote era prácticamente como pecar, así que no quería tampoco eso.
Aflojé mis brazos y estos cayeron a mis costados con cansancio, ya estaba harta de todo.
Tomé aire y mis pulmones se llenaron de los aromas que rodeaban el cementerio. Pino, resina, piedra, tierra, hierba, flores, flores muertas... perfume. Sí, en el ambiente rondaba la esencia de un perfume, lo que me hizo comenzar a buscar con la mirada la fuente de aquella inusualidad. Busqué entre las lápidas y varias veces fuí engañada por el correr frenético de las ardillas o el vuelo precipitado de las aves, hasta que un punto ligeramente amarillo comenzó a moverse y hacerse más y más grande. Achiqué los ojos para ver mejor, entonces la figura se fué aclarando.
Un hombre alto y rubio se acercaba. ¿Qué hacía un hombre en el cementerio? pensé, pero era prácticamente como rpeguntarme a mi misma qué hacía yo en el cementerio. Sonreí al escuchar su voz y las palabras que le acompañaban. Tenía razón, podrían violarme y nadie se enteraría, pero... bueno, ¿qué otra cosa peor a lo que ya había vivido podría pasarme?
Negué con la cabeza mientras reía
- Hablas de que alguien podría ¿matarme? ¿abusar de mi? ¿golpearme? ¿secuestrarme?- bufé - Cualquiera de esas cosas suena jugosa a comparación de lo que vivo a diario. Morir sería una salida fácil y rápida, ¿dolorosa? no lo sé, pero terminaría con mis problemas de tajo- dije pensativa, me encogí de hombros y proseguí - Abusar de mi ya no es algo nuevo, incluso sería satisfactorio; golpearme... ya he recibido una tunda esta mañana, otra más me sería indiferente, y en cuanto a secuestrarme, podría decir que no me opondría, la verdad dudo que alguien me encuentre útil, así que me dejarían a mi suerte a la primera oportunidad que tuvieran.- finalizé para después pararme de la lápida - Dudo que tu vengas a pedirme matrimonio porque te has enamorado de mi a primera vista, así que ¿cuál de todas las intenciones que ya te enumeré es la que vas a tomar?- pregunté cruzándome de brazos. Ya no le temía ni a mi sombra.
Mikalya Tanvir- Gitano
- Mensajes : 160
Fecha de inscripción : 03/05/2011
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