When we were kings [Indro Galeotti]

No recordaba que Italia fuera tan hermosa, no recordaba que tuviera tanto color y tanta vida, incluso en las noches de primavera como esa, se daba cuenta que viajar tanto le impedía tener recuerdos vívidos de ciertos lugares y eso no sólo lo molestaba, lo enfurecía, porque de qué servía viajar si con el tiempo las imágenes de los paisajes que conocía se volvían imágenes borrosas en su mente.

Sin embargo, aquella vez no planeaba quedarse demasiado, había dejado pendientes en París que requerían ser atendidos con premura, sólo iba a una cosa, a encontrarse con ese hombre que se hacía llamar su amigo, y no sólo eso, sino que había enviado una emisaria para contactarlo, pensó que alguien que se había tomado tantas molestias merecía el mismo trato, por eso había ido personalmente a Italia, para conocer su rostro, para saber su identidad.

Había ido solo al lugar porque podía defenderse por sí mismo, y porque algo le decía que no corría peligro. En su historia, que no era corta, sólo había tenido un amigo, uno de verdad, y separaron caminos por razones igual de trascendentes que superfluas, por todo y por nada, pero no habían acabado mal, sólo se habían separado, se preguntó qué sería de él, y después de esa noche, haría lo posible por buscarlo, invitarlo a París, revivir viejos tiempos. Por ahora, tenía que terminar con esto.

Dentro de la bolsa de su abrigo llevaba el trozo de papel que la señorita Noiret le había dado, donde claramente estaba escrita una dirección, esa dirección, tenía la puerta de gruesa madera frente a él y ansioso dio un par de golpes a la aldaba en forma de león que daba la bienvenida. Un león, pensó, una figura imponente y altiva, probablemente buena muestra del dueño de esa casa, a quien estaba a punto de conocer.

Así que oficialmente era su sobrina, lo miró detenidamente con una ceja arqueada, inquisitivo pero otra cosa llamó su atención, si le había dado un título familiar debía apreciar a esta chica más de lo que se imaginaba, ahora le creía, creía que no intentaba nada con ella y que la tenía bajo su protección de forma completamente limpia. Se sintió orgulloso de su cínico amigo, y por algo tenía esa epígrafe en su vida, por algo era su único amigo, incluso algo más que un amigo, aunque su apariencia dijera lo contrario, lo consideraba un hermano mayor, sí, el mismo que se encargaba de molestarlo (como buen hermano mayor) pero también el que le daba consejos y guías, bofetadas cuando eran necesarias. Pensando todo aquello desvió la mirada, no quería que Mihai se diera cuenta de la forma en como lo estaba viendo, no quería ser descubierto en la admiración secreta que le tenía.

-Porque lo eres, idiota -sonrió, le era indispensable, pero no diría esa palabra en su oración -porque tú los has dicho, han pasado 300 años, ¿por qué habremos de perder contacto otra vez? -se defendió y miró a su amigo con algo de suspicacia, era sólo capricho, hacerlo enojar tal vez o había algo más en su negativa de ir a Francia.

-¿O qué?, ¿alguien que ofendiste en el pasado está ahí? -retó, no era descabellado lo que decía, no conociéndolo, sabiendo que su forma de ser, tan segura y tan insolente no era bien tomada por todos precisamente, y a Mihai no le podía importar menos, claro, esa era una de las tantas cosas que le admiraba, su capacidad de descaro, algo que él era incapaz de tener-, es una ciudad grande, y créeme, no te van a estar buscando, ni que fueras tan importante -rió, así era su forma de comunicarse, no había otra, era como lo había analizado unos momentos antes, el hermano mayor y el hermano menor que se molestan pero se quieren incondicionalmente.

-Somos seres inmortales, mi querido Daniil- pronunció suavemente con una excelente pronunciación del nombre de su amigo, le gustaba así, impecable con la “e” floja que tiempo atrás el mismo medico se había encargado en remarcarle una y otra vez hasta el cansancio, inevitablemente sonrió, a pesar de su apariencia y de los miles de años que cargaba a cuestas, le encantaban esos pequeños detalles. Se levantó de su asiento y atravesó la pequeña estancia - ¿Qué son 300 años para nosotros? – lo dejó unos instantes solo, entró a su recamara para sacar una de las botellas que guardaba ahí – En términos mortales sólo nos hemos dejado de ver una semana – volvió a recargarse en el marco de la puerta, con mayor porte que la primera vez, tan sólo apoyando su espalda y sosteniendo la botella para descorcharla.

Pensó unos segundos en como contestarle por que Daniil jamás se iría sin una respuesta.- Yo ofendo a mucha gente con mi simple presencia - nada era más cierto, la molestia que sentía por algunas personas era inherente a su raza o condición social y otras tantas le guardaban alguna rencilla pasada - A ti mismo, mi mejor amigo, algunas de mis acciones te parecen una ofensa ¿no es así? – Sabía que él le cuestionaba muchos de sus compartimientos, las relaciones casuales que había sostenido con algunas personas de su mismo sexo por enumerar sólo un ejemplo; ¿Qué diría de su cínica relación con la Iglesia? Sabía que su amigo le tenía consideraciones y dejaba pasar ciertas cosas por alto pero eso no quería decir que Daniil Stravinsky las aprobara.

- Y te equivocas, reconozco que existen cosas más importantes que tú y yo- el no se creía tan importante no por nada había logrado pasar desapercibido y vivir una vida tranquila por tantos años, él era sumamente calculador, la mayoría de las veces pensaba 3 veces las cosas antes de tomar una decisión- y siempre existirán personas más enfermas - pero ninguna como aquella bestia en la que estaba pensando, sus años incalculables le habían trastornado aunque pensaba que la naturaleza ya lo había hecho así – mucho más enfermas de lo que tú y yo jamás podemos estarlo y eso es decir demasiado.- Ninguno de los dos era una perita en dulce, ambos tenían virtudes y defectos, más de los segundos pero estos diferían en campos diferentes de su personalidad, en eso radicaba uno de los grandes ganchos que habían cimentado y ahora mantenían esa amistad, cada uno tenía la capacidad de compensar los defectos del otro aunque pocas veces pedían consejos directamente el uno del otro, siempre era así, un intercambio de palabras informal, como mirarse en un espejo, observar hablar a ese reflejo que es perfecto en donde radican todas nuestras fallas.

- Pero brindemos – quitó el corcho y aquel espumoso elixir comenzó a desbordarse de la boca de la botella, deslizándose con pasos largos se acercó rápidamente a Daniil – una vez más por nosotros porque nada más vale la pena.- aún tenía liquido rojo en su copa así que en un gesto no ajeno a ellos le ofreció beber de la misma botella. Aunque pareciera no estaba desviándose del tema, sólo que consideraba que aquella noche merecía era una celebración y no una reprimenda por ser un niño caprichoso que no quiere irse con su amigo y prefiere quedarse a jugar en su territorio, con sus juguetes, en su hogar.

-Una semana es mucho tiempo –reclamó de inmediato, con tono que era lo mismo sobreactuado que real, tres siglos o una semana, sin su amigo eran una eternidad, sin ese que lo complementaba, que lo balanceaba y lo ponía en su lugar, era casi como si pudiera cometer las peores estupideces de su vida en ese lapso de tiempo sin Indro que lo estuviera controlando. Lo miró salir y regresar, se quedó en su mismo sitio sentado y el otro estaba ahí de pie con esa elegancia que no era la natural en los de su especie, lo de Indro iba más allá, era el saberse mejor que los demás y no alardearlo, como un león que reina en la sabana, que no necesita hacer saber a los demás que él es el rey, lo sabe tan bien que su sola presencia lo da a entender, así se podía definir la estampa de aquel vampiro. Lo miró así, en esa posición y en su rostro no había otra cosa más que admiración, nunca lo aceptaría en voz alta, ni en voz baja, nunca lo aceptaría de ningún modo, pero eso era lo que sentía por su amigo, una profunda admiración.

Lo escuchó hablar y no hizo más que girar los ojos, aunque era cierto, pero también estaba ese cinismo que no compartían, siempre ahí fluyendo naturalmente, sin embargo sabía que en sus palabras había una verdad velada, algo que no quería decirle pero que en su vaguedad dejaba entrever, algo entre líneas que debía desentrañar, entrecerró los ojos y lo miró acercarse con la copa, la recibió pero seguía con expresión de suspicacia, brindó sin decir nada y dio un sorbo.

-Ajá –gesticuló con ironía cuando el otro hubo terminado de hablar-, y de todos esos más enfermos que tú y yo –ahora que lo analizaba, eso era ofensivo, pero ya habría tiempo de reclamar -¿quién es quién te espera en París para saldar cuentas? –podía tener cara de ingenuo, y serlo a veces, pero no era tonto, no con Indro al menos, lo conocía demasiado bien como para saber cuándo le estaba ocultando algo, sobre todo algo que se antojaba trascendental-. Está bien –dijo dándose falsamente por vencido-, te propongo algo… acompáñame unos días, ¿qué dices? –insistió en el tema-, dame el grandísimo honor de contar con tu presencia –esta vez habló con sarcasmo poco común en él, era un lenguaje que sólo utilizaba con su amigo.

Dio otro sorbo a la copa sin dejar de mirarlo, esperando la respuesta, no cedería fácil, eso era un hecho, pero él tampoco, podía ser muy necio cuando se lo proponía, rivalizando incluso con el vampiro frente a él, que era el rey de los testarudos. Dejó la copa a medio beber sobre una mesa y se puso de pie, se acercó a su amigo y se plantó de frente, si se les veía así no sólo se podían notar sus evidentes diferencias físicas, sino también en su porte, si bien ambos gallardos, Daniil era todo calma e Indro poseía una aura incendiaria.

-¿Me vas a hacer rogarte? –preguntó, nuevamente caustico, pero con una sonrisa de lado, porque también, debía aceptarlo, le gustaba enfrentarlo a sabiendas que tenía todas las de perder, no sólo en aquella ocasión, sino siempre.

Debía de admitir (más nunca se lo diría) que a él mismo una semana le parecía una eternidad, una eternidad en la que no podía observarle y dedicarle esas miradas, la desaprobatoria de “lo estás haciendo mal” o aquella brillosa y juguetona de “me diviertes y no sabes cuánto te estimo”, un lapso de tiempo en la que no podía escuchar su voz realmente más que en recuerdo, ese recuerdo sonoro que se veía nublado por su propia subjetividad y que, ahora se daba cuenta, que tenía poco que ver con el sonido original. Sin él diciéndole que era un anciano o un amargado. Rió ante el reproche, ese reproche que los refería más a un berrinche de niños.

-Muchos- contestó de inmediato a la pregunta, sin embargo sabía que Daniil identificaba la evasiva, a él no podía ocultarle nada porque lo conocía muy bien pero los detalles de aquel personaje nórdico se los guardaría un poco más tal vez unos días, no quería manchar la noche de su encuentro con esa clase de noticias.

-Tengo a Dubhé buscando a un patán que me debe un ajuste de cuentas – Era mejor así, hablar de uno de esos rencores recientes, de esos corajes y odios que albergaba y que eran tan comunes en él como era común en cualquier otro respirar o en el mismo Daniil amar y entregarse a cada una de sus amantes por la brevedad del momento. Palpó sus puños en espera del ansiado momento de ajustar cuentas y poder estrellarlos en su proporcionado rostro. Más que al patán Dubhé tenía como misión localizar el cuadro que el infeliz había vendido. Arrugó el rostro, tan sólo era una coincidencia que el susodicho se encontrara en Paris. Mientras lo escuchaba hablar mantenía aquel gesto de desagrado, no por él sino por los demás. Cuando esos ojos cafés se apartaron de él, aprovechó para suavizar su mirada color aguamarina y a dejar la botella y su copa en el mueble más próximo. No apartó su viste de él en ningún momento, inclusive cuando Daniil se acercó a él con aquella agilidad que caracterizaba a los de su raza. Ambos frente a frente pronunciando aquellas palabras que podían desbaratarle. Él jamás lo haría rogar o al menos esa nunca sería su opción a primera instancia.

Ambas miradas se encontraron durante instantes infinitos, en los que él pudo ahondar en las diferencias de ambas, las de ambos de profundidades inhumanas, la de Daniil poseía una calidad que lo abstraía y de la cual él carecía porque el fuego no era sinónimo de la misma.

-Te devuelvo la propuesta, Daniil – pausó -quédate unos días, así tendremos más tiempo para conversar. Tú casa es mi casa.- Aquella expresión era ajena en aquellas tierras pero lo escuchó, en la casa de un español, de la boca de unos sus sirvientes provenientes de la Nueva España. - Dame tiempo de arreglar mis asuntos aquí por si decido ir contigo. Apuesto que tú hiciste lo mismo antes de venir - Lo sujeto del hombro, haciendo presión como ya le caracterizaba, un agarre fuerte sin ser agresivo, aunque a Daniil jamás podría lastimarlo - Dame tiempo y date tiempo a ti también para convencerme.

Aquella sonrisa de lado se acentuó conforme aquellas palabras emergían de su boca, arrogantes pero que con su amigo salían sinceras y eran más un juego de fuerza para cubrir sus propias carencias y no parecer vulnerable, porque ante él se encontraba una de las pocas personas que estimaba.

Suspiró resignado, sabiendo que no le soltaría la verdad así como así, que la usaría como artimaña más para anclarlo a Italia. No le molestaba pasar tiempo con él, al contrario, extrañaba su compañía como un loco, era hasta ese momento que se daba cuenta de la magnitud de aquello, de cuánto lo extrañaba, y de cuánto lo había hecho durante todos esos años, de cuánto echaba de menos verle el rostro cínico y escucharlo diciéndole que todo lo que hacía estaba mal (esa era una exageración en la mente de Daniil, no siempre era de ese modo, pero siempre lo recordaría así, reprendiéndolo), luego simplemente entrecerró los ojos al escucharlo hablar de quien era evidentemente el chivo expiatorio para dejar de lado aquello que no quería decirle, no por ahora al menos.

Indro habló con tanta pasión y arrojo que supo que, aunque era un asunto menos delicado, era también importante, al referirse a “ese patán”, del que Daniil no tenía conocimiento, siseó como solía hacerlo cuando hablaba de viejas rencillas, enemigos si se quería, aunque al vampiro ruso no le gustaba esa palabra, él nunca había tenido alguno, pero sabía que por la personalidad de su amigo, éste se ganaba varios cada siglo con cierta facilidad.

Lo escuchó hablar, tratándolo de convencer de quedarse unos días más, parecía una competencia de a ver quién convencía a quién primero, sin embargo desde el principio supo que él sería quien tendría que ceder. Asintió mientras oía con atención, aunque sintió la necesidad de aclararle algo.

-No, la verdad vine en cuanto tuve oportunidad, dejé las cosas lo mejor que pude pero debo regresar… -dijo porque era la verdad –pronto –concluyó enfatizando en esa pequeña palabra de dos sílabas que marcaba la cortedad de su tiempo juntos. Miró la mano de su amigo en su hombro y evitó hacer contacto visual por un momento hasta que cruzó su mirada con la de Indro con una sonrisa dibujada en su rostro-, unos días nada más –trató de sonar severo y contundente pero con aquella expresión le resultaba imposible.

Luego arqueó una ceja y se tuvo que aguantar una carcajada.

-¿Es un reto? –era casi como una pregunta retórica, parecía que ellos dos sólo podían hablarse de ese modo, retándose y preguntar aquello era como preguntar si el cielo era azul, claro que era un reto lanzado con descaro-. Está bien, sólo recuerda que tengo que regresar pronto a Francia, me intriga qué puede ser eso que no me quieres decir –lo señaló con el dedo impunemente directo al rostro, como si apuntara a ese punto intermedio entre sus poderosas cejas pobladas –y por eso me quedo, no porque me guste estar contigo –bromeó, no le iba a decir que de hecho sí le gustaba su compañía, que era de las pocas personas (vampiros o lo que fuera) a las que quería de una forma tan férrea. Era cierto que iba por la vida ayudando y preocupándose, creando lazos innecesarios, tratando de lidiar con la pérdida de modo infructuoso, pero con Mihai era distinto, el cariño por su amigo era más profundo y duradero, imperecedero a diferencia de muchas otras cosas en la vida y en el mundo.

-¿Me vas a dar un recorrido por Florencia?, creo que no he estado aquí desde el Renacimiento –hizo un recuento rápido dando un aproximado muy vago sobre su última vez en esa región de Italia.

Todos debían regresar, el algún punto todos debían regresar de donde habían partido, él mismo algún día regresaría al territorio donde él creía que había vivido durante su humanidad, volver a aquel paisaje, ahora vedado en su memoria, que era el único que sus ojos habían visto bajo los inclementes rayos solares, dibujando sombras y contrastes que ahora sólo podía imaginar u observar en trazos sobre un lienzo, atraves de los ojos de otros que si contaban con tal privilegio, tal vez por ese motivo y en un principio de una manera inconscientemente se había dedicaba al arte, no a crearlo porque no contaba con la sensibilidad propia de un artista. Regresaría a aquellas tierras para ponerle fin a sus días pero mientras tanto, en ese momento, todo el resto de la tierra era un lugar sorprendente e inquietante al que podía llamar hogar. Asintió pesadamente ante el apuro que denotaban las palabras de su amigo.

– Esta bien, Daniil - negó suavemente con la cabeza -pensé que podrías quedarte un tiempo más prolongado. – Unos días, por la severidad de su voz sabía bien que no seria ni una semana, tendría asuntos que no podían ser descuidados pero en su trastornada cabeza pensó que tal vez podría cambiar de opinión y residir con él en Florencia, también ahí había hospitales y galenos de renombre, se había atrevido a pensarlo y hasta a hacerse ilusiones imaginando por lo que podría volver a ser porque no tenía mucho tiempo que Daniil había llegado a París, no tanto para que formara lazos de alguna índole pero estaba claro lo erróneo de su pensamiento, nunca acertaba en lo que respectaba a Daniil y sus sentimientos, siempre lo olvidaba, ya lo habían dicho antes “el que olvida está condenado a cometer los mismos errores una y otra vez” tal vez no fueran las palabras exactas.

-Claro que es un reto!- respondió enérgico, soltando el agarre de su hombro. - Hay tantas cosas que te intrigarían de mi, Daniil- rió - tal vez, sólo tal vez y con tan poco tiempo logres que te diga aquello que te intriga. Necesitaba algunas horas para sopesar todas sus opciones y decidir si era apropiado advertirle o no a Daniil sobre el monstruo que era su antiguo enemigo.

-¿Unos días? ¡Qué injusto eres!- la voz le vibró con entusiasmo fingido para ocultar su decepción y recelo.- - dos semanas, un mes, unas largas vacaciones... - "una vida" pensó - así es como debería de ser - rezongó.

Al instante de la mención de un recorrido por Florencia, bufó sonoramente como señal de que lo que Daniil había dicho no era más que una tontería, ¿podría mostrarle Florencia en tan solo unos días? ¿Como hacerle descubrir cada detalle que rodeaba a aquella ciudad tan renacentista? ¿como mostrarle lo maravilloso que era que aquella época vibrara velada en cada uno de esos muros y arcos de medio punto? ¿como lo lograría en "tan sólo unos días"? – No seas tonto, quédate con tu imagen renacentista – se alejó unos cuantos pasos de Daniil e hizo un ademán con la mano derecha que le restaba importancia y volvió a sujetar la copa para beber de nuevo de ella - así era mucho más divertida – rió. Aquello no era del todo cierto por algo él mismo había decidido escoger las cercanías de aquella ciudad como su lugar de residencia y Daniil lo sabía, lo meditó unos segundos y luego de estos colocó pesadamente la copa sobre el mueble del cual la había desprendido y resopló resignado, su interlocutor tampoco era una persona a la que podía hacer flaquear es más él mismo flaqueaba ante su presencia.

Comúnmente nadie podría hacerle cambiar de parecer y con la necedad que le caracterizaba sería un mal anfitrión pero era él, era Daniil y tenía ese don que... no podía negarle nada -Haré todo lo posible - cedió con voz sería como si de un ultimátum se tratara, recobrando la compostura que él le hacía perder para luego volver a mostrar un atisbo de esa debilidad - Aunque siempre me he imaginado que ha de ser mucho más bella de día.- suavemente pronuncio aquellas palabras que juntas eran una idea suicida, mortal y hermosa. Sonrió débilmente observando a Daniil a los ojos. Hasta ese momento no se había preocupado por el tiempo transcurrido desde la llegada de Daniil, ese tiempo que poco a poco se acaba desde que él había aporreado la puerta de su casa, estaba seguro que en otros lugares la luz del sol ya invadía tejados, estatuas, monumentos y campos, tal vez en poco tiempo también ahí amanecería.

Sabía, porque lo conocía bien que la idea de tan sólo unos días no le sentaría bien, pero aparte que en verdad necesitaba regresar a Francia, estaba el hecho de que tontamente pensaba que ahora que se había reencontrado tal vez lo seguiría hasta París, ¿por qué?, no sabía, tal vez porque el haría lo mismo pero esa relación se basaba en ese tipo de disputas insignificantes y en ver quién salía victorioso de ellas, ambos se encontraban en un empate técnico, ya que ninguno de los dos llevaba un marcador y dichos altercados pasaban a importar tan poco tan rápido como cambiaban de tema. Entornó los ojos cuando Indro continuó hablando, de verdad había tantas cosas que lo intrigaban de él, tantas cosas no dichas… en ambas direcciones, porque también Daniil tenía recelosamente guardados misterios sobre su persona.

-Lo siento –dijo con sinceridad, había una parte de él que aunque oculta era poderosa, una que lo obligaba a no querer decepcionar a su amigo, por sobre todas las personas, una que lo orillaba a decirle que sí a todo, sin embargo también poseía un fuerte sentido común que lo obligaba a pensar dos veces las cosas, posiblemente porque estaba muy al tanto de cómo era su relación con ese vampiro que tenía al frente, una lucha constante por el poder, sonaba mal, pero era un eterno enfrentamiento para ver quién sometía a quién y ninguno cedía fácilmente-, ya tendremos tiempo –completó, porque sí, tiempo tenían de sobra, y Daniil aún albergaba la esperanza de que Indro recapacitara y lo acompañara al territorio galo.

Rió ante el comentario de que Florencia era mejor en el Renacimiento, de eso no podía tener certeza hasta que lo corroborara con sus propios ojos.

-Me gustaría ver cuánto ha cambiado –alzó el mentón, empecinado con la idea, sonrió cuando su amigo dijo que haría lo posible, aunque ninguno cedía con facilidad ambos se daban el lujo de pequeñas debilidades como esa, como diciendo “no te daré lo que pides, pero cumpliré este capricho tuyo para que no te enojes”, su gesto cambió rápidamente ante el último apunte de su amigo, su sonrisa se tornó triste, lo siguió con la mirada pues el otro se desenvolvía por la habitación mientras él se mantenía en su sitio-. Debe serlo –suspiró dándole la razón, porque había cosas que no podía rebatirle, ni a él ni a nadie, como el hecho que los sitios, sobre todo tan hermosos como Florencia, eran más hermosos bajo el cobijo del sol.

Se cruzó de brazos, se recargó en el umbral de la puerta y sus piernas formaron un cuatro que parecía caerse, con la pierna derecha flexionada por sobre la derecha, ambas apoyadas en el suelo.

-¿Para qué me mandaste llamar? –preguntó de la nada, en realidad no habían discutido ese punto, y aunque su expresión era relajada su pregunta sonó firme, urgida de una respuesta-, ¿para plantar en mí esa duda?, sobre eso que te impide ir a Francia –aclaró, porque hasta ahora era el único motivo que podía encontrar, aunque de una cosa estuvo seguro, si su amigo era receloso al respecto y se mostraba tan reacio a visitar París era por una muy buena razón.

“Ya tendrían tiempo” eso estaba claro, en algún punto de sus no vidas volverían a toparse a no ser que algún cazador atravesara su corazón con una estaca o que el astro sol lo sorprendiera al alba. Ignoró su comentario y prosiguió. Luego cuando lo encontró aún interesado por explorar Florencia tuvo que contener su entusiasmo por que para él la ciudad Florencia era como una “vampiresa de piedra”. Con pasos calmos y firmes recorrió todos los caminos que podían ser trazados en aquella pequeña estancia y sólo se detuvo cuando notó en la voz de su invitado aquel vestigio de tristeza. Asintió como si aquel gesto le sirviera para sacudir sus ideas y dejarlas ahí de donde habían salido, nostalgia envuelta en tristeza, aquel rincón oscuro y confinado de donde no deberían escapar. La pregunta subsecuente lo desconcertó ¿Es que acaso debía tener un motivo para mandarlo a llamar? Y todo aquella nostalgia en su ser quedo detrás. Aguzó su mirada que desde hace algunos minutos se clavaba en los ojos obscuros de Daniil. Observó su porte y la postura en la que se encontraba, aquella pregunta había salido de la nada. Sus palabras eran como un choque en el pecho y por unos segundos le faltó el aire.

-¿Crees que eres tan importante como para que haya un motivo en especifico por el cual te mande a llamar?- aquella pregunta era una trampa, precisamente el no haber ningún motivo aparente era la prueba más veraz de que realmente lo estimaba. Si no sintiera al vampiro ruso como un miembro de su familia ni si quera el advertirle o hablarle de aquella “amenaza” hubiera sido suficiente - ¿Qué me deja sin sueño plantearte… mis asuntos?- el sentimentalismo nostálgico había quedado atrás, dijo aquello levantando la cabeza, sabia en el fondo de su ser que aquella era una de los tantos retos que se ponía con Daniil, una de sus pequeñas batallas así como sabía, desde el momento de la negativa de Daniil a quedarse, que él sería el perdedor -No, Daniil… no seas iluso- soltó las palabras, suaves y tirantes -Entiendo que estés confundido debido a que pude ir yo mismo a Paris, saludar, charlar, salir a cazar y darte tres palmadas en la espalda ¿no? – Y ahora veía que de esa forma debió de haber actuado, hubiera sido más fácil para el zafarse del compromiso de quedarse, hubiera sido él quien lo rechazara, en ese momento no sería “el vencido” -Sólo quise hacer más interesantes las cosas, me gusta jugar Daniil- después de tantos años en ese mundo, en ese cuerpo, necesitaba de aquellas emociones, enredos y dificultades, jugar era un placer de niños que el mismo disfrutaba por eso mismo se había presentado con su nuevo nombre y no con el que su viejo amigo conocía, lo había traído hasta él, y su juego continuaba con Arlo haciéndose pasar por él pero la emoción le había ganado y su juego había terminado como telaraña a la que destruyes con tan sólo el roce de la mano -Yo no te traje hasta aquí con otro motivo más que el de reencontrarme contigo- su voz no denotaba ofensa, enojo, era totalmente sincera.

-Haré todos los preparativos para que conozcas lo mejor de la Florencia Nocturna- gran parte de estos ya estaban hechos, luego de tanto tiempo en Italia no existía ni una sola puerta que no se abriera ante su paso. Sonrió con esa sonrisa que Daniil debía temer.

Se encogió de hombros soltando sonora carcajada cuando el otro aceptó que no había motivo en especial para que él estuviera ahí, la verdad, en el fondo, lo sabía. Era increíble que a pesar de los siglos transcurridos lo hubiera localizado con relativa facilidad en una ciudad totalmente ajena para ambos, servía que él no se cambiara el nombre como el vampiro que tenía enfrente, nunca iba a entender esa manía; se preguntó si le había estado siguiendo el rastro desde que se habían separado, pero no formuló la pregunta, no quería saber la respuesta, quería creer que sí, que él era tan importante para Indro, como éste lo era para él.

-Ten cuidado –lo señaló con la mano que sostenía la copa, estirando sólo el dedo índice y mirándolo por el borde de aquel trasto de cristal-, juegas con fuego a veces y, ya sabes lo que dicen –sonrió de lado, sabía que no le iba a hacer caso, que ni siquiera lo estaba escuchando, nunca lo hacía cuando trataba de aconsejarlo de todos modos, al contrario de él que, si a alguien prestaba atención era a Mihai, en parte porque le enseñó todo para ser un vampiro y no morir en el intento.

-Me alegro –dijo quedo, no quería admitir en voz alta que él también se alegraba de su encuentro, no porque su relación se basaba en no mostrar debilidad uno delante del otro, aunque siendo como era, Daniil siempre terminaba haciéndolo, llorando aferrado a la solapa de su amigo recordando en momento preciso que hizo el hallazgo de su familia muerta-. Aún podemos hacer todas esas cosas –otro sorbo para prolongar el momento de concluir la frase –charlar, salir a cazar, sólo… las palmaditas no, golpeas muy duro –sonrió bromeando.

Y ahí estuvo, esa sonrisa que a base de experiencia había aprendido a temer, y que temería en los años por venir, la sonrisa que decía a todas luces que nadie en su sano juicio debía hacer tratos con Indro Galeotti, porque siempre tenía algo preparado, un as bajo la manga, una sorpresa que podía resultar divertida y fascinante para él, pero no tanto para la otra parte involucrada. Lo había hecho con anterioridad, le había hecho propuestas y extendido invitaciones que terminaban de algún modo con Indro riéndose a su costa. Ese vampiro tenía la maravillosa, pero catastrófica habilidad de torcer todo a su antojo, y Daniil, pobre diablo, siempre era la víctima.

-Espera, espera –habló con firmeza –sólo unas cuantas condiciones –suspiró dejando la copa sobre una mesa, no intentaba beber más esa noche –nada de burdeles, nada de fiestas, nada de tabernas –enumeró, no era que no disfrutara sitios como esos, pero si Indro lo tenía preparado de antemano siempre resultaba algo que en definitiva a él no le tocaba gozar. Lo miró significativamente esperando su respuesta impaciente.

-¿Y bien? –apresuró y soltó las manos al aire como si dejara de aferrarse a algo invisible-, ¿cuánto comienza mi recorrido por la Florencia nocturna? –sonaba impaciente, sí, pero frente a Indro, Daniil era un niño caprichoso porque sabía que sus deseos serían órdenes, no nadie más compartía tantas facetas y tantos lazos de diversos tipos, porque aunque a la distancia el tiempo que pasaron juntos era poco a comparación con el que habían pasado separados, ese poco tramo de sus vidas había sido crucial para ambos.

Hizo caso omiso a sus palabras, sabía perfectamente lo que decían de jugar con fuego y en el fondo llevaba años queriendo quemarse; apuró lentamente la copa y luego la acercó a su rostro para respirar su aroma. Nunca en su estado consciente se había caracterizado por ser violento, tal vez era un cínico pero a aquella bestia que en un principio había sido (después de su transformación) la sabía controlar perfectamente bien aunque con ello sentía que perdía una parte de sí, una parte de sí que era del conocimiento de aquel instinto salvaje, un pasado velado para si mismo, tal vez por eso se aferraba a la profunda amistad que sentía por el vampiro que tenía delante suyo, Daniil, constantemente herido, frecuentemente remendado, nunca curado del todo, un doctor que se mantiene enfermo, el vampiro más humano y roto que conocía. Ladeó la cabeza un poco, para permitir que esos pensamientos se deslizaran aún lado y dejaran de estorbar. Algún día llegaría a la conclusión de que aquel era un movimiento obsesivo y un método para acomodar las memorias dentro de sí, por que el espacio ahí ya no le era suficiente.Con él sentía la libertad de hacer cuando desplante se le ocurriera pero sólo se limitó a soltar un bufido más indignan te que en anterior y a dejarse caer pesadamente en el sillón, siempre cuidando de no derramar el liquido contenido en su copa. Aquellas restricciones le echaron abajo todos los planes, aunque claro está, habían sido construidos en minutos, truculentos y excesivos planes que él sabía de antemano Daniil no aceptaría.

-¡Es usted un aguafiestas, Doctor Stravinsky!- dijo aquello con el tono de voz que usaría un paciente enfermo del corazón al que le han prohibido las emociones fuertes, como aquel que le prohíben la sal por su excesiva retención de líquidos, aquel vicioso al que le prohíben el alcohol por su mal hepático. Agregó un ademán tan exagerado que casi provocó que su copa de vino cayera al suelo. -¡Claro que podemos hacer todas esas cosas y más!- replicó y sonrió al escuchar la queja de su fuerza -yo más bien desearía romperte la cara, pero no podemos lograrlo todo en esta vida- Negó con la cabeza, recapitulando las palabras de su amigo -¿Sabes que hieres mis sentimientos? Quería presentarte a cuanto ser engreído hay en esta ciudad, ¡que conozcas a las personas que tengo que soportar! que compartas “compartas mi pena, mi inconformidad”- Pensó en la sociedad vampirica italiana a la que conocía tan bien, con los que se mezclaba cuando estaba de humor o necesitaba simplemente descargar algún enojo oculto -Ni te esfuerces, ninguno es idóneo con tantas restricciones-

Aquella estancia no contaba con ventanas y él lo había deseado así no fuera ser que por despiste de los sirvientes el terminara hecho un cumulo de cenizas, dejo la copa en el suelo y se incorporó, caminó hacía su habitación, no hizo ninguna señal a Daniil para que lo acompañara por qué no era necesaria, entre ellos no existía esa clase de barreras de intimidad, esperaba que lo siguiera por curiosidad. Se acercó al ventanal que daba hacía la extensión trasera de su hogar, una planicie de proporciones discretas que se continuaba con una finca un poco más allá donde se pierde la vista. Sostuvo uno de los bordes de la cortina, le encantaba la textura del terciopelo entre sus dedos, levantó cautelosamente la tela y con el rabillo del ojo observó atraves de la fina ranura que se había formado.

-Está por amanecer- alzó la voz -No quiero que duermas, no quiero que descanses mientras estés en mi presencia- Una petición sería, enérgica, no era una súplica que salía desgarrada desde aquel Mihai que había muerto al salir de Moldavia, o tal vez sí.

Lo observó moverse por la estancia con aquello movimientos felinos que desde la noche que se habían conocido lo habían dejado deslumbrado, como un niño que observa a un adulto, al adulto en el que quiere convertirse, dio un par de pasos para acercarse cuando se dejó caer en sillón y puso las manos en jarra, soltando una sonora carcajada cuando Indro le habló de aquel modo, irónico, mordaz pero también ofendido, le encantaba ofenderlo, porque por un segundo, por el momento que duraba la ofensa, los papeles se cambiaban y Daniil era el fuerte e Indro el que se somete.

Se encogió de hombros con gesto inocente al haber echado abajo los maquiavélicos planes de su amigo, pues había aprendido a base de experiencia que llegar a un acuerdo con ese vampiro era pactar un trato con el mismísimo diablo.

-Debe ser muy interesante –suspiró y posó su mirada en los ojos color agua del otro-, la sociedad vampírica de Florencia, quiero decir –aclaró, sí, ya se lo imaginaba, un montón de pomposos vampiros engreídos, uno creyéndose mejor que el otro, y todos creyéndose Dios, regodeándose en su supuesta maldad que no conoce límites, en sus riquiezas y lo mucho que disfrutan del sexo y la muerte, nada diferente a otros vampiros de otras latitudes. Como en él, como en Daniil, había algo realmente mal en Indro, algo que no permitía a ambos terminar de encajar con los suyos, quizá por eso su amistad era tan sólida, ahí radicaba la clave de su éxito, ambos eran iguales en ese sentido y al no poder encajar en ningún sitio inevitablemente se encontraron, parias de su estirpe. Cierto era que cuando llegaron a asistir a alguna fiesta, era el vampiro más viejo el que hacía la parte difícil, a Daniil le gustaba mantenerse a su sombra, no le molestaba no ser el centro de atención, su amigo era un manto protector como el que lo cobijó una vez que estuvo fuera del castillo de la duquesa que tomó su vida y le brindó la inmortalidad. Dejaba a Indro el trabajo sucio, por así decirlo, porque era capaz de ejecutarlo más eficazmente. Sin embargo, la imagen de su amigo rodeado de esos vampiros que definitivamente no los representaban le pareció graciosa y quiso reír pero no lo hizo, o no pudo más bien, cuando lo notó su anfitrión se ponía de pie y se movía, tardó un par de segundos en comprender y él mismo emprender la marcha.

Subieron escaleras y pasaron puertas, y puertas, aunque el lugar no era ostentosamente grande, definitivamente era demasiado para albergar sólo al vampiro y a su sobrina putativa, no podía quejarse o culparlo, él pecaba de lo mismo, su casa en París era demasiado para él solo. Al avanzar observó o trató de hacerlo, los detalles, esos que hablan más de las personas que sus palabras, como siempre, el buen gusto y un toque adusto eran la constante. Ambos entraron a la habitación, Daniil se quedó un par de pasos atrás observando a su amigo que miraba por esa trampilla como un niño pequeño que espía.

-Eso suena como una amenaza -bromeó riendo ante sus palabras-. No me asustes –pidió, aunque el tono de broma seguía ahí-, Mihai –remató usando ese nombre que era un chiste privado entre ambos, algo que sólo ellos entenderían, el privilegio que sólo el viejo doctor ruso podía tener, que Indro, antes Mihai Koval, sólo le otorgaría a él.

Permaneció en su lugar, manteniendo esa posición que había adoptado hasta que finalmente se decidió a dejar que la cortina se escurriera poco a poco por su mano. Lo encaró luego de ese momento de desesperación por que eso es lo que había sido una súplica desesperada, se reprimió a sí mismo unos instante en los que bajó la vista, cerró los ojos y luego poco a poco los llevó de la alfombra hasta el café obscuro de los ojos de su acompañante. Aquello era tan extraño ¿Cuántos siglos tenía sin tener un arrebato como ese? La respuesta era sencilla, los mismos años que tenía sin ver al vampiro que tenía enfrente. Lo observó con detenimiento, con la curiosidad de un infante y daba las gracias que él siguiera tal cual lo había dejado en Moldavia, era lo que se esperaba de un vampiro pero cuando se está acostumbrado a ver envejecer a las personas de tu alrededor, es un alivio que alguien permanezca de una forma perenne, su piedra angular.

-No, no es una amenaza- le corrigió una vez compuesta su cordura, sin embargo no podía verse perturbado, no ante él, no ante Daniil – es una orden… - contestó tajante, tanto que las palabras sonaron en un solo golpe. Con el semblante serio clavó sus ojos verdes en los de su amigo. - Sin embargo Daniil, hoy podrás descansar de tu viaje.- agregó suavizando un poco su voz. Había estado tanto tiempo consigo mismo que en esa etapa de su vida había pocas cosas inherentes a él que no controlara y ahora sabía que Daniil, su amigo ¿qué va? Si recordase tener familia, sería el equivalente a un hermano, tenía el poder de quitarle esa paz perpetua a la que estaba acostumbrado – A pesar de que somos inmortales, estarás muerto del viaje. ¿Deseas beber algo? ¿Algo que no sea alcohol? – preguntó señalando lo que habían bebido desde su llegada. Esa noche descansarían, Daniil de su viaje, por su parte él de todo y nada. Unos días no le eran suficientes para profundizar en sus vidas, y ambos lo sabían, por el momento querían recordar viejos tiempos, volver a ser el Daniil desvalido que conoció y el Mihai resuelto que una vez fue.

Amaba el sitio donde se encontraba. Firenze, el nombre de la ciudad en italiano, le encantaba sus noches, su aire, el aroma a campo que se respiraba en su finca, adoraba la tierra que mojada por el roció le hacía pensar en su hogar, un lugar que se encontraba perdido en algún lugar de su velada memoria. Sin embargo supo que en ella no tendría la oportunidad de incomodar a Daniil, sus restricciones eran molestas y a pesar de todo muy propias de su amigo. Tal vez si no era en esata ocasión sería en otra vida pero no podía permitir un distanciamiento como aquel, un distanciamiento de tres siglos. Tendría que viajar a la capital francesa durante una temporada para poder molestar al vampiro ruso, en el que ahora era su “territorio”, la decisión estaba tomada más era una decisión personal que ni Daniil sabría, seguramente antes de irse le dejaría su dirección y él en un arrebato, iría a Francia a tocar su puerta.

Sonrió ante las palabras de su amigo. El balance volvía a su sitio, una eterna lucha, un combate de siglos que parecía prolongarse hasta el final de los tiempos; hasta que uno desistiera. Ellos no iba a acabar bien, eso estaba claro, eso lo creía Daniil con firmeza, y no se refería a su relación, sino como individuos, su destino inevitable era consumirse ante el reinado de Apolo, la verdadera pregunta era quién sucumbiría primero, parecía una carrera que ambos querían y ansiaban perder.

Esa noche Daniil aceptó ir de cazaría, «por los viejos tiempos», había dicho, y es que no se sentía con nadie más cómodo en esa tarea que con el que le enseñó todo aquello. Sus ojos verde como el de las aguas cercanas al Nuevo Mundo (había escuchado) fue lo primero que vio en realidad al dejar el castillo Hristov, era un demonio, lo sabía, esa retórica y ese cinismo apuntaban a que venía del mismo Hades, pero también era quien lo había salvado de una segunda muerte artera. Eres más que un amigo, su hermano y una columna que sostenía su existencia entera.

Esa noche ambos amigos se rencontraron, se recordaron y se reconocieron, los años habían cambiado muy poco en ellos, salieron a conquistar la penumbra como dos chiquillos que no miden consecuencias. Sólo junto a Indro, Daniil lograba sentirse vampiro, porque aunque Raina lo había convertido, era su amigo quien le había enseñado todo; junto a Indro, Daniil era el cazador nocturno que se suponía debía ser.

Las noches que siguieron, el vampiro ruso no pudo escaparse más de los retorcidos planes de su amigo. Fiestas, tabernas, burdeles, lo visitaron todo, y aunque Daniil insistía en que eso no era para él, compartir tiempo con Indro le bastaba, bromear, recordar, tener nuevas vivencias para rememorarlas luego, conocer la Florencia del 1800, mejor guía que su amigo no pudo tener, porque veía su expresión cuando le explicaba el tramado de las calles, y escuchaba su voz con tanta evocación al platicarle lo que él había vivido ya en esos lugares que sonreía para sí mismo, que Mihai fuese feliz lo hacía feliz a él también.

Aunque la felicidad fuese relativa, y parecía que para ambos era un concepto bastante lejano.

Daniil lamentó, realmente lamentó la brevedad de su visita, pero se dio cuenta que debió prevenirlo, que una vez que volviera ver esos ojos felinos querría quedarse otros cien años o más al lado de Indro, porque Indro, a parte de su familia, era la única otra persona que le había provocado desear no morir; y conforme la hora de su partida se fue acercando, un fuego desconocido se apoderó de su cuerpo, un ardor casi furioso, el saber que Indro había declinado su invitación, eso era, pero más allá, el hecho de que por vez primera su amigo no hubiese cedido a su capricho.

La despedida fue terrible, Daniil anotó con su pulcra escritura (misma que Indro acusaba de “demasiado femenina”) su dirección actual en París, con la leve esperanza de que fuera a visitarlo al menos; París y Florencia le parecieron los puntos más alejados del mapa en ese instante.

TEMA FINALIZADO