Me gusta amar a quien me ama, sin importar su condición [Priv. Indro - Dubhé ]

Ambos, ante los ojos de la sociedad, simulaban estar emparentados, ser tío y sobrina, en realidad eran acompañantes, no eran amantes, eran amigos, ambos se hacían más llevaderas sus maldiciones. Dubhé acompañaba a Indro en aquella vida inventada que se había forjado en Florencia. Esa noche había aceptado la invitación al teatro por parte de su “tío”, jamás se había negado a tal velada desde que convivían juntos. Se sentía bien el salir de aquella casa donde se sentía una intrusa, de ninguna forma era que el Doctor Stravinsky fuera descortés, eso nunca, él seguía siendo tan amable como la primera vez que Dubhé había cruzado palabra, tan sólo habían pasado un par de días desde su mudanza y ella aún no se acostumbraba a aquella casa, Indro en caso a parte se movía por los pasillos cómo si hubiera aprendido a gatear y luego a caminar en aquel lugar.

Aquella noche se recogió el cabello y estrenó un vestido nuevo, bastante sencillo, color champagne. Salió al pequeño jardín delantero y se encontró a Indro esperándola frente a un carruaje que ella no conocía, con el apoyo del brazo de él ingresó y en cuanto el subió, sin esperar a que él tomara asiento el vehículo comenzó a moverse. Los ojos de él resplandecían en la noche, gracias a la luz de luna que se colaba por las pequeñas ventanas, vibraban acompañados con una sonrisa de medio lado. Algo no estaba bien. Se cruzó de brazos durante todo el trayecto, podía suponer hacia que clase de lugar iba, ya había ocurrido aquello algún par de veces.

Se aproximaban al sonido producido por un violín, al notar aquello, un ladrillo se colocó en su estomago y ella sólo atinó a perder la postura y encorvarse un poco, cuando el ligero sonido se hizo cada vez más fuerte, tomó un poco de algodón de su bolso y se colocó un par de tapones en el oído, siempre llevaba consigo para esta clase de emergencias, su oído era sumamente sensible a los sonidos.

-Basta- dijo con voz enérgica y de la nada. Tal y cómo había supuesto el carruaje no había parado frente al teatro. Tenía el semblante un poco fruncido sin que fuera evidente que estaba enojada. Salió a medias del carruaje, imitándole -¿Dónde vamos?- preguntó. Si no le había dicho era por que sabía que ella no lo aprobaría. No lo aprobaría como aquella vez en Venecia, no lo aprobaría como aquella vez en Roma.

A regañadientes, entró al lugar en el que al parecer había una fiesta. Sus sospechas se confirmaron al observar a las mujeres que había en aquel lugar, su mirada viajo distraídamente por los atrevidos escotes, por las piernas bien torneadas de la mayoría pero al final su vista se detuvo en aquel violinista. Esquivo con la mirada al instrumento y al hombre que lo llevaba en las manos, y al esquivarlos, su mirada dio con los rizos dorados de la mujer que segundos después los animaría a pasar. Le sonrió de medio lado y relajó el gesto de su rostro y los brazos a los costados.

-Buenas Noches- le dijo, y saludó con una ligera inclinación. Era una mujer sumamente bella y sus movimientos denotaban que ella se sabía poseedora de tal belleza, sabía que ella, si era su deseo, podía opacar a todas las demás chicas del cuarto.

Esperó a que Indro los presentara, le dedicó un mirada de soslayo, le dejaría a cargo de la negociación, como siempre, como aquel par de veces.

Nunca lo aprobaría pero siempre acababa cediendo.

¡Le tenía harto! Cómo no, claro que le tenía harto. No soportaba verla cabizbaja y meditabunda, no soportaba verla enamorada. No soportaba el sentimiento platónico que se desprendía de cada uno de aquellos enamoramientos, ella era una mujer hermosa y con clase ¿cómo es que ninguno de sus amores terminaba por no mirarla como ella deseaba? Su verdadera molestia surgía desde las entrañas de su enorme egoísmo, no soportaba la idea de que llegara algún hombre y la alejara de él, la lastimara e inclusive la hiciera feliz. No eran celos de amante, eran los celos de un hermano mayor, más bien eran los celos de un padre, de un padre que no soporta la idea de perder a su hija. ¿Con un violinista? ¿Un violinista callejero? Eso era el menor de los detalles, un ladino que no se dignaba a poner los ojos en ella, esa era la verdadera naturaleza de aquel hombre que en realidad no conocía. Estaba harto de que cupido persiguiera a sus seres queridos, primero Dubhé luego el idiota de Daniil, ante sus ojos nunca habría alguien lo suficientemente bueno para ninguno. Su amigo le seguiría generando dolores de cabeza por siempre, ni la corona rusa le sacaría de la cabeza aquella obsesión rubia. Con él no podía hacer nada, nada más que esperar a que terminara solo y con unas cuantas joyas menos. Daniil era como su hermano, su igual, en cambio con Dubhé se sentía un padre que tenía él derecho de meter un poco su cuchara en la vida de su hija. Así es como aquella noche se vistió elegantemente para ir al teatro y a ella le tendió una trampa.

El carruaje se había detenido en su destino final, no era el teatro aunque en realidad adentro si se llevara acabo un espectáculo. ¿Qué mayor espectáculo que el de aquellas personas que venden su cuerpo? Mujeres hermosas con vestimentas exuberantes, danzando al ritmo de la mayor cantidad de monedas.

Descendió del carruaje, y le tendió la mano para ayudarle a bajar, escuchó con atención su pregunta y aquel dejo de molestia de su voz, se limitó a sellar sus labios con el dedo índice y con la mano que le había ofrecido bajar, tomó una de las manos de la muchacha, jalándola ligeramente, apremiándola indirectamente a bajar y a continuar hasta el final de la sorpresa.

Ambos se detuvieron en las sombras, a un paso de entrar al salón. Observó con detenimiento la escena y sonrió, como aquella mujer apremiaba al violinista para que tocara una melodía que acompañara sus pasos, sonrió y observó a Dubhé de soslayó, una ráfaga de exasperación le invadió al verle observar al violinista, soltó un ligero bufido y estaba a punto de sujetar su mano y darse media vuelta, cuando la misma mujer a la que había estado mirando se les acercó.

-Madame Seymour- le dijo tomando su mano e inclinándose caballerosamente para besar el dorso de la misma. – He recibido excelentes recomendaciones de su negocio y aún mejores de su persona- sonrió levantando el rostro –Es una encantadora fiesta- dijo haciendo un ademan hacia las otras muchachas, los músicos, la fuente de whisky y por último al estorbo que implicaban el resto de los clientes, a estos claro está, les dedico un semblante serio y una inclinación de su rostro cómo saludo.

-Soy Indro Galeotti y ella es mi sobrina.- se presentó cuidando el volumen de su voz dio un paso al frente y cubrió de las miradas curiosas a su acompañante, escondiendo su identidad. Creía una falta de respeto agregar que esperaba la extrema discreción de la que le habían hablado. –Esperaba hablar con usted con mayor privacidad.-