Nuevo Amanecer [Týr Sèitheach]

Le gustaba la naturaleza, eso era genial, a mi... se podría decir que también, me gustaban los exteriores, los lugares cerrados me asfixiaban, además de que siempre estaba rompiendo cosas y el margen de error era menos en espacios abiertos como este, por eso en la madrugada, antes del alba le dije a mis sirvientes que quería un sitio así, para correr y gritar a gusto sin que nadie me estuviera callando y sin el riesgo de romper los tontos jarrones que mi madre había usado para decorar nuestra casa en París, y luego la idea de nadar me invadió el pensamiento y fue de esas veces que no iba a descansar hasta conseguirlo, después de todo soy un niño rico al que se le cumplen todos sus caprichos, y aún así me siento incómodo en ese ambiente. Sonaba bien, poderla tener en mi casa para divertirnos y charlar con el pretexto del jardín, además que yo no tengo una pizca de habilidad o idea sobre jardinería, no podía arriesgarme a que las rosas que mi madre plantó con tanto amor se secaran, tenía mi propio jardinero, pero, sí, sí, prefería a Atenea.

Esperé su respuesta a mi pregunta y una carcajada se me escapó al solo verla como batallaba para darme una contestación, tengo esa extraña habilidad de poner incómodas a las personas, la mayoría de las veces me divierte; pero no tenía novio y eso era un alivio, no había hombre celoso con el cuál lidiar. Esta relación empezó como amistad, de una forma extraña pero así conozco a todo mundo, y como amistad iba a perdurar, sin embargo lo que le había dicho me había nacido del corazón (así digo todas las cosas después de todo), es hermosa e inteligente, además le podríamos agregar paciente por como me ha aguantado.

-¿Yo?, ¡no que va! -era inverosímil, pero ese era el meollo de mis problemas -pero me mandaron aquí para buscar esposa -le dije, a decir verdad eso me deprimía, no podía verme atado a una relación, teniendo responsabilidades y todo lo demás, pero también estaba consciente de mi edad y de mi posición como heredero Sèitheach-, la idea no me emociona -guardé silencio mirando el agua y las ondas que nuestros cuerpos provocaban-, amo la libertad como tú -le dije sonriendo, pero con un dejo de lucidez en mis palabras y mirada, cosa que muy pocas veces sucede.

Asentí con resignación cuando me preguntó que si buscaba esposa, así era, y sí, también me estaban obligando, mi madre que insistía en que hubiera un heredero ya, a mí la idea no me emocionaba en absoluto, pocas mujeres están dispuestas a compartir su vida con un tipo tan volátil como yo, y yo no estoy listo para el compromiso. No, toda esa idea de casarme no va conmigo, pero qué le voy a hacer, mi madre me lo está exigiendo. Pensando en eso de pronto sentí el agua salpicarme el rostro y giré para ver qué era lo que Atenea hacía, reí al verla patalear de ese modo, y mi risa se acentuó cuando la escuché decir aquello, tenía razón, no era momento de hablar sobre eso, que para mi equivalía a una sentencia de muerte.

-¡Tienes razón! –exclamé y me zambullí en el agua para luego salir con fuerza y salpicarla más de lo que ella estaba haciéndolo conmigo. De pronto desapareció y la busqué pero no se veía por ningún lado, me metí al agua una vez más y la miré nadar ahí con esa tranquilidad y sosiego que yo quise tener también, así que la imité.

Estábamos los dos así, nadando bajo el agua con habilidad, como nutrias, era divertido, yo salía a la superficie a tomar aire cada determinado tiempo y así estuvimos un rato.

En una de esas veces que salí a la superficie a tomar una bocanada de aire me quedé observando la línea del horizonte, ya era de día. Las cosas suelen ser impredecibles cuando se trata de mi, puede suceder lo que sea en cuanto pongo un pie en la calle, pero este había sido el mejor día desde que estaba en París, mi intención era nadar en este sitio, cosa que finalmente hice, pero el conocer a una chica que me entendiera tan bien era un pequeño plus que no siempre se presentaba, es más, que rara vez se presentaba. Sonreí con esa expresión de maniaco que tengo y me sumergí una vez más, fui tras Atenea, como si jugáramos a correr uno detrás del otro, pero nadando.

Finalmente la atrapé por la muñeca y ambos salimos a la superficie, riendo como niños, de esas veces que ríes hasta que pierde el sentido hacerlo.

-Siempre estoy buscando quién quiera jugar conmigo –le dije peinando mi cabello hacia atrás con toda el agua, “jugar” era una palabra que no aplicaba para un adulto como yo, pero que yo usaba impunemente-, así que fue una suerte encontrarte.

Off: ando todavía un poco enfermo, gracias! ^^

Definitivamente me gustaba cómo pensaba Atenea, ¿cómo decirlo?, pensaba similar a como yo lo hacía: la vida es un juego; eso era una verdad absoluta en mi visión de esta locura a la que llamamos existencia, y de todos modos para qué nos tomábamos la vida tan en serio si no íbamos a salir vivos de ella, esa era una frase que a menudo me decía mentalmente, y en voz alta y madre me regañaba, pero en el fondo también se reía.

Iba a contestar algo pero luego no estuve seguro qué, además que no podía pensar con mucha claridad (nada raro en mí) pues me seguía salpicando de agua y yo trataba de defenderme un poco, cuando menos me di cuenta nadaba rumbo a la orilla, había dicho algo de una carrera.

-¡Te doy ventaja! –le grité cuando ella ya iba algo lejos, pues me había agarrado totalmente desprevenido y no reaccioné a tiempo causa de estar pensando un montón de tonterías como es mi costumbre, en cuanto terminé de decir aquella frase la seguí pero ella evidentemente ganó y alcanzó la orilla, aunque no por mucho, soy un nadador veloz-. ¡Tú ganaste!, pero te di ventaja –le saqué la lengua cerrando los ojos muy fuerte, la verdad era que había ganado limpiamente pero no lo iba a admitir así de fácil, iba a agregar algo más cuando escuché su estómago y comencé a reír una vez más, no sé cuántas veces había reído esa mañana pero aunque mi rostro dolía ya, no me cansaba de hacerlo.

Fue entonces que mi estómago imitó al suyo y paré de reír para llevarme una mano al abdomen con cara de inocente.

-Parece que me contagiaste el hambre –era una broma, yo también tenía y mucha-, deberíamos ir a comer algo –dije al tiempo que me agachaba para exprimir un poco el agua de los extremos de mi pantalón, recordé toda nuestra plática, su origen y su trabajo-, yo invito –agregué entonces, a mi no me costaba nada invitarla a comer, ese día y cuando ella quisiera, de todos modos teníamos ya trazados muchos planes como para suponer que después de aquel día no nos volveríamos a ver, iríamos al circo, a Niza y ella cuidaría de las rosas que mi madre plantó con tanto cariño, esa mañana era la primera de muchas.

-Los tontos de mis sirvientes no aparecen –dije recordando que iba con ellos y que me había bajado del carruaje cuando éste aún estaba en movimiento-, pero podemos caminar, y tal vez en el camino los encontremos –o de plano llegar a pie a un sitio donde pudiéramos comer algo-. ¿Qué dices? –me planté frente a ella, con la ropa aún empapada, sacando el pecho y con las manos en las caderas, incluso la caminata podría ayudarnos a secarnos un poco, era una suerte que el sol ya estuviera en lo alto y calentando el suelo.

Off: Ya ando mejor, gracias! ^^

Había gente, sobre todo la que me ha conocido por años, que dice que nunca me han visto con otra expresión que no sea una sonrisa, y me gusta creer que es un cumplido; es difícil sacarme de mis casillas o provocar un mohín de tristeza en mí, la última vez, quizá, fue cuando murió mi padre, ¡vamos!, era mi padre y lo quería, por supuesto que iba a estar triste, pero es sólo en ese tipo de situaciones extremas en las que se me puede ver con otra expresión en mi cara que no sea una sonrisa loca, si no me salen las cosas no me enojo, lo vuelvo a intentar hasta que salga, si el día amanece con llovizna y no puedo salir a correr con mi perro no me entristezco, encuentro otras cosas que hacer; esa es la filosofía con la que me muevo y me funciona. Claro está que haber nacido en una familia privilegiada ha provocado que mis únicas desazones reales sean no tener el juguete que quería cuando niño, ¿qué sé yo de verdadero sufrimiento?, nada, pero no quiero averiguarlo.

Ella emprendió la caminata pero con un par de zancadas pude alcanzarla, ahora que estábamos hombro con hombre pude ver bien su estatura y complexión, pequeñita a comparación mía, que si bien no soy un hombre imponente soy bastante alto.

-Me escapé de ellos porque divertido –respondí como si esa fuera una respuesta válida y lógica, como si fuera lo más obvio del mundo, la seguí por donde señaló, yo no tenía idea de dónde estábamos y quería creer que ella tenía más idea, me tapé la boca para aguantarme la risa al escuchar su estómago gruñir, sólo aumentando el tono de burla al respecto; pero no lo hacía con mala intención, era gracioso, y ya pronto saciaríamos nuestra hambre, porque yo también estaba famélico.

-Venía en el carruaje –señalé el recorrido que según yo siguió el carruaje que me había llevado hasta ese sitio-, me harté y me aventé mientras seguía en movimiento –dije encogiéndome de hombros como si eso que había hecho no fuera de hecho peligroso –rodé –hice un ademán con las manos que indicaban como había rodado unos metros –y luego comencé a correr como… pues como loco –porque después de todo esa es la opinión popular sobre mi estado mental –estoy seguro que los idiotas no se dieron cuenta que escapé hasta muchos kilómetros después –concluí como si aquello fuera muy normal, porque de hecho en mí lo era.

Seguimos caminando, el sol y el viento ayudaron a que nuestras ropas se secaran un poco más rápido.

-Me gusta lo dulce –sí, estoy seguro que eso era toda una sorpresa –y la fruta, aunque la fruta es dulce –otra vez estaba hablando mucho y muy rápido, llegando a conclusiones absurdas o intrascendente-, también la comida de Gales, que es básicamente carne con patatas –me reí ante lo pobre que resultaba la cultura culinaria de mi país, sin embargo, al probar un platillo de aquel lugar inevitablemente recordaba mi hogar, el sitio donde me crié, por eso me gustaba tanto-, ¿y a ti?, quien sabe, tal vez algún día te invite a comer –le guiñé un ojo –y sería bueno saber para llevar un lugar donde sirvan eso –me encogí de hombros y seguí caminando a su lado. Me sentía cómodo a su lado, quizá por cómo nos habíamos conocido, yo qué sé.


Off: Con calma que no hay prisa ^^

Conforme avanzamos fui girando el cuerpo hasta quedar de espaldas al camino y de frente a ella, corría un gran peligro de tropezar, pero parecía que el suelo era mi mejor amigo, tropezaba con demasiada frecuencia. Cuando la gente cae en público normalmente se levanta fingiendo que no ha pasado nada y sigue su camino, el resto aguarda hasta que la víctima involuntaria desaparece para burlarse; no en mi caso, cuando caigo yo soy el primero en carcajearme y entonces los espectadores se sienten cómodos para hacerlo, y lo hacen también. Cuando te caes tantas veces como yo te da tiempo de notar ese tipo de cosas.

Me encogí de hombros cuando habló de los inútiles de mis sirvientes, daba igual, no importaba, pero si lograba encontrar el camino a casa, ya me escucharían.

-¡Oh!, ¡Tân! –solté las manos al cielo-, ¿qué no come ese perro?, creo que la otra vez lo vi comerse un una botella de absenta –reí-, estaba vacía –aclaré, aunque hubiera sido gracioso ver a ese perro tonto tambalearse de ebrio, reí más ante la sola imagen. Luego asentí nada más, sí, otra invitación, quería asegurarme de algún modo volverla a ver, no porque pocas personas me hacen sentir así de cómodo, ya sé que soy raro y pocos individuos lo consiguen, sino porque pocas personas se sienten cómodas en mi compañía, esos raros entes debían ser conservados con sumo cuidado.

La escuché atento, mi sonrisa permanente se acentuó al descubrir que a ambos nos gustaban los sabores dulces. Y es que cómo negarse a una tarta de fruta, de solo imaginármela me estaba mareando, qué clase de conversación era esa cuando ambos teníamos hambre.

-Pescado con verduras y arroz –repetí, era bueno saberlo, porque como había dicho antes, nos volveríamos a ver (de eso me encargaba yo) y podría deleitarla con su platillo favorito. Me llevé un dedo al mentón, estaba a punto de decir que yo no tenía un platillo favorito, o que nunca lo había meditado al menos cuando ambos volteamos en la misma dirección, el carruaje se acercaba a nosotros que íbamos a orillas del sendero. Entorné los ojos y me incliné un poco hacia el frente para ver mejor.

-Creo… -alargué la “o” pensativo -¡creo que sí! –exclamé al reconocer mi carruaje y mis caballos-, estos idiotas, seguro ni quiera me han visto –murmuré entre dientes, ¿por qué mi madre me enviaba a los sirvientes más inútiles de todo Gales?

-¿Quieres caminar o que nos lleven? –me giré hacia ella y puse las manos en jarra con gesto autosuficiente, la última palabra la tenía ella.

¿Por qué no había salido esa mañana con Tân?, esa era una pregunta interesante, una que no me había formulado pero que tenía mucho sentido. Siempre andaba con ese perro a mi lado, por algún azar del destino esa mañana simplemente le ordené quedarse en casa y lo hizo, nunca le enseñé trucos, a ser obediente mucho menos, pero era como si fuera más inteligente de lo que su apariencia de bono podía dar a entender, y cuando le pedía silencio dejaba de ladrar, cuando le decía que se sentara lo hacía y cuando simplemente decía que se quedara en casa, obedecía como si no tuviera más opción. Por toda respuesta me encogí de hombros, quizá si lo hubiera llevado conmigo no me hubiera perdido, con su olfato pudimos haber salido de aquel embrollo. Como sea ya estábamos ahí y el momento que Atenea conociera a mi perro ya llegaría. Me gustaba pensar que se llevarían bien desde el primer momento, ese animal tenía una rara capacidad de congeniar con la gente que yo lo hacía y detestar a aquellos que lo hacían conmigo. Los monjes tibetanos que me lo regalaron dijeron que estábamos hechos el uno para el otro, y eso lo confirmaba.

-Perfecto -dije en medio de una risa –entonces abordemos –miré de reojo a los inútiles de mis sirvientes que parecían alegres de verme, seguramente por no tener que rendirle cuentas a mi madre más que por otra cosa, pero me daba igual, del mismo modo noté sus miradas desaprobatorias al ver a mi acompañante, sin embargo y aunque no les gustara, yo era el amo y no tenían por qué cuestionarme.

Estiré mi mano para que Atenea la tomara y así los dos abordar, corrí los pocos metros que nos separaban del carruaje riendo como un niño, como me había encontrado en un principio con ella, aunque esta vez en trayecto fue considerablemente más corto.

-Se alegran de no tener que explicarle a mi madre que me había perdido –dije una vez que estuve frente a la pequeña puerta de la diligencia, uno de los dos sirvientes que esa mañana me habían perdido de vista la abría para que pudiera abordar-, eso es lo que pasa –dije sabiendo que me estaban escuchando, me daba igual-, ven –invité a Atenea a unirse a mí en el interior del vehículo.

-La señorita viene conmigo –fulminé con la mirada al mozo que aún sostenía la puerta, antes de que pudiera decir o hacer algo.

La vi insegura, y no la podía culpar. La gente que va bien vestida como yo, que tiene el dinero suficiente para un carruaje de esta índole y sirvientes, no suele tratar precisamente bien a los que son como Atenea, que por ser gitanos se les tacha desde ya como ladrones, pero yo… toda mi vida he buscado salirme de lo establecido, de la norma, simplemente porque vivir como se supone debo hacerlo es completamente aburrido, y en ese afán de molestar las buenas consciencias de la clase alta, suelo verme envuelto con gente como ella, con esta mujer frente a mí que no me juzga por mi locura y que ríe de mis tonterías, gente que vale la pena, qué sencillo suena y qué difícil resulta toparse con alguien así. Finalmente subió, lo que mis sirvientes pudieran decir me tenía sin cuidado.

Vi su gesto complicado, definitivamente estar en una diligencia era algo nuevo para ella y me encogí de hombros ante su pregunta. Mi madre debe entender que no soy más un niño, tal vez le cuesta trabajo porque soy su hijo, pero a pesar de tomar riesgos innecesarios (como robarle a un vampiro) sé cuidarme solo, ser un Sèitheach no sólo significa heredar una fortuna y una tradición de grandes curadores de arte, sino también implica una responsabilidad más allá del entendimiento del hombre promedio, un legado mágico que… ¿me preguntó si creía en magia?, comencé a reír de inmediato, tan sólo me percaté que sí, esa había sido su pregunta. ¿Se lo diría?

-Digamos que… -me quedé pensativo –que la magia y yo tenemos una estrecha relación, pero una magia verdadera, no como la que ves en los circos –le sonreí y me acerqué a ella, estaba sentada frente a mi así que sólo hizo falta inclinarme ligeramente hacia adelante y quedé muy cerca de su rostro -¿me crees si te digo que puedo hacer magia? –pregunté con ambas manos sobre mis rodillas y una sonrisa en mi rostro. Regresé a mi posición original cuando una imperfección del camino nos hizo tambalearnos.

Miré por la ventana, poco a poco los árboles eran sustituidos por casas y giré para verla cuando me formuló la segunda pregunta.

-Espero que no –a decir verdad, no tenía idea, quería creer que no-, no vivo precisamente en el centro, pero sí dentro de la ciudad así que tal vez unos minutos mal, no desesperes –continué con una sonrisa de lado y tono amable. La idea de ella conociendo a Tân me emocionaba de verdad.

Durante el tiempo que estuve viajando conocí a mucha gente, en esa gente desde luego a los zíngaros, al pueblo del que provenía Atenea y supe porque ellos me lo dijeron, que como yo, ellos también tenían habilidades especiales y que allá afuera había mucha más gente con capacidades que no nos imaginamos, me hablaron de los que cambian su forma a placer por la de algún animal, y de los hombres lobo, también desde luego de los vampiros, luego, conforme avancé en mi travesía pude conocer a esos seres y supe que la magia se manifestaba de muchas formas, no sólo como yo la conocía. Las palabras de Atenea me alegraron, en cierto modo es verdad, todos podemos hacer magia, incluso aquellos que pueden ser catalogados de humanos comunes y corrientes, si lo sabré yo, que mi vida ha sido consagrada al arte, además de a la magia, y he visto como los artistas crean su propia magia con un pincel en mano, o los compositores al crear sus melodías. Le sonreí ampliamente y asentí cuando pidió que le mostrara.

Lo pensé detenidamente antes de actuar, íbamos en movimiento así que molestar a mis sirvientes que iban al frente del carruaje no era opción, no quería que tuviéramos un accidente. Chasqueé los dedos, ya lo tenía. No podía mostrarle el verdadero poder de los Sèitheach que es la Nigromancia, ya que puede ser tachada de magia obscura, y de hecho lo es, así que lo que pensé fue en un hechizo simple. Señalé la puerta del carruaje, susurré algo (galés antiguo que nadie nunca entiende) y la puerta se abrió, la miré con las cejas levantadas y luego, susurrando algo de nuevo, la puerta se cerró. Como dije, un hechizo sencillo.

-Puedo hacer que las puertas se abran o incluso hacer estallar las cosas si conozco el hechizo indicado –le dije muy orgulloso de la tradición druida que me acompañaba.

Luego solté una carcajada cuando habló de aquel modo de Tân, me gustaba pensar que incluso sin conocerlo ya lo quería, ¿y cómo no querer a ese perro tonto?

-No te preocupes, ese perro tiene más carisma que yo –ni yo mismo sabía si era broma o en serio-. ¡Oh!, ya verás… mi madre plantó rosas en el jardín, le recuerdan Gales, y está lleno de otras flores y hasta hay una higuera, requiere muchos cuidados porque hay mucho qué cuidar pero… -la miré a los ojos –estoy seguro que harías un excelente trabajo.

TEMA CERRADO