AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Hacia la ciudad del Vaticano { lawrence}
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Hacia la ciudad del Vaticano { lawrence}
Tras la huida a caballo desde el castillo de Lady Vandervilt nos subimos al tren, yo habia arreglado el cierre de la cadena y me lo habia vuelto a colgar ocultandolo de la vista bajo el corsé, durante los dias que tardamos en llegar a Roma apenas intercambiamos palabras, yo me habia quedado conmocionada por las palabras de la vampira y por la forma en que Lawrence habia acabado con ella, yo tambien habia matado muchas veces, estaba acostumbrada, pero lo habia hecho tras una lucha a espada, terminando con una estocada certera en un punto vital...
Lady vandervilt habia sido marcada con la cruz de el padre Lawrence, su piel se habia quemado y sus gritos y la mirada fija sin vida de su cabeza cortada me perseguia durante la noche, despertandome de golpe entre sudores frios. Durante el dia cruzabamos alguna mirada y el resto lo pasabamos mirando por la ventana del compartimento, esta vez no lo compartiamos con nadie y la verdad habia sido un alivio, no hubiera podido soportar la charla insesante de otra señora como la anterior, ni ver el rostro de ninguna otra niña que pudiera recordarme fugazmente a mi pequeña.
Rezaba en silencio cada noche por ella, sabia que el padre Lawrence tambien lo hacia, a veces podia oirlo susurrar mientras dormia y sin él saberlo el arrullo de sus palabras me ayudaba a conciliar el sueño, solo eran murmullos que no lograba oir claramente, pero me hacia sentir que estaba a mi lado, que no estaba sola y las pesadillas desaparecian.
El silvido agudo del tren me despertó de la ultima cabezada que habia dado tras el desayuno y me quedé mirando a Lawrence - ya estamos en Roma...? - fue una pregunta que no necesitó respuesta pues el mismo hombre que nos picó los billetes pasó anunciandolo con su voz de Baritono, ambos miramos hacia la puerta cerrada del corpartimento cuando esta se abrió y nos lo dijo tambien a nosotros directamente y se perdio por el pasillo despertando a la gente y abriendo puertas, cogimos las cosas y bajamos del tren, mi aspecto no era el que me hubiera gustado tanto lio y al final iria con aquella ropa, pero en esos momentos ya me daba igual, si Lady Vandervilt habia dicho la verdad, la iglesia tenia algo que ver con la desaparecion de mi hija asi que no iba a pararme a pensar en nimiedades ni en causar buena impresion, nadie me iba a impedir entrar al vaticano, si ser gitana era un impedimento le pediria al padre de Lawrence que me bautizara alli mismo, pero tenia que saber que habia pasado con mi hija, yo tenia que entrar con él.
Miré a un lado y a otro, toda la gente subia en carruajes, el centro de Roma no parecia estar cerca, allí no habia nada mas que la estacion, aproveché una distraccion del padre Lawrence para ir hacia una señora - Disculpe... señora, vamos de camino al vaticano... - dije señalando hacia Lawrence - le importaria acercarnos un poco? - me miró de arriba abajo con mala cara - yo... no le pido que me deje entrar dentro, podria engancharme fuera... - a la mujer se le encogio la cara y arrugó la nariz como si estuviera percibiendo algo mal oliente, dio un portazo al carruaje y levantando la barbilla le hizo una señal al cochero para que siguiera adelante, cuando se fue caminé derrotada hacia Lawrence y de pronto alguien nos chistó, miré hacia allí con el ceño fruncido, solo veia un brazo que salia por la ventana y nos indicaba que nos acercaramos al carruaje, parecia que el padre Lawrence iba a decirme algo pero yo me acerque hacia allí , cuando llegué a la altura de la ventana la puerta del carruaje se abrió y pude ver a la mujer que habia dentro, me quedé boquiabierta - teneis suerte de que me guste incumplir las normas de la sociedad actual... - dijo con una gran sonrisa y yo no podia creer a quien tenia ante mis ojos, aquella mujer era una artista gitana que se habia casado con un hombre muy rico de la alta sociedad, a quien todos habian dado de lado por contraer matrimonio con una mujer de tal raza, pero era un hombre bonachon que habia enviudado muy joven y siendo un sesenton aquella 20 añera era la alegria de su vida, ¿ que mas daba que otros no lo vieran con buenos ojos? sabia que en el fondo todos sus amigos lo envidiaban, el solo se habia atrevido a hacer lo que otros deseaban y no se atrevian.
Le daba todos los caprichos del mundo, vestidos, joyas... y la tenia como una reina, era la comidilla de los campamentos gitanos y la envidia de muchas mujeres como ella que deseaban algun dia encontrar algo asi.
Pero ahora aquella mujer parecia estar dispuesta a dejarnos subir a su carruaje - he oido que quieres ir al vaticano verdad,? no se que hacen un cura y una gitana juntos y camino a la ciudad del vaticano...parece el argumento de una novela de Jane Austen, ¿ que tal si me la contais por el camino?, - le contesté con una expresion divertida en el rostro
miré al padre Lawrence y le sonrei - Vamos! Nos llevan! - lo llamé y subi al carruaje
Lady vandervilt habia sido marcada con la cruz de el padre Lawrence, su piel se habia quemado y sus gritos y la mirada fija sin vida de su cabeza cortada me perseguia durante la noche, despertandome de golpe entre sudores frios. Durante el dia cruzabamos alguna mirada y el resto lo pasabamos mirando por la ventana del compartimento, esta vez no lo compartiamos con nadie y la verdad habia sido un alivio, no hubiera podido soportar la charla insesante de otra señora como la anterior, ni ver el rostro de ninguna otra niña que pudiera recordarme fugazmente a mi pequeña.
Rezaba en silencio cada noche por ella, sabia que el padre Lawrence tambien lo hacia, a veces podia oirlo susurrar mientras dormia y sin él saberlo el arrullo de sus palabras me ayudaba a conciliar el sueño, solo eran murmullos que no lograba oir claramente, pero me hacia sentir que estaba a mi lado, que no estaba sola y las pesadillas desaparecian.
El silvido agudo del tren me despertó de la ultima cabezada que habia dado tras el desayuno y me quedé mirando a Lawrence - ya estamos en Roma...? - fue una pregunta que no necesitó respuesta pues el mismo hombre que nos picó los billetes pasó anunciandolo con su voz de Baritono, ambos miramos hacia la puerta cerrada del corpartimento cuando esta se abrió y nos lo dijo tambien a nosotros directamente y se perdio por el pasillo despertando a la gente y abriendo puertas, cogimos las cosas y bajamos del tren, mi aspecto no era el que me hubiera gustado tanto lio y al final iria con aquella ropa, pero en esos momentos ya me daba igual, si Lady Vandervilt habia dicho la verdad, la iglesia tenia algo que ver con la desaparecion de mi hija asi que no iba a pararme a pensar en nimiedades ni en causar buena impresion, nadie me iba a impedir entrar al vaticano, si ser gitana era un impedimento le pediria al padre de Lawrence que me bautizara alli mismo, pero tenia que saber que habia pasado con mi hija, yo tenia que entrar con él.
Miré a un lado y a otro, toda la gente subia en carruajes, el centro de Roma no parecia estar cerca, allí no habia nada mas que la estacion, aproveché una distraccion del padre Lawrence para ir hacia una señora - Disculpe... señora, vamos de camino al vaticano... - dije señalando hacia Lawrence - le importaria acercarnos un poco? - me miró de arriba abajo con mala cara - yo... no le pido que me deje entrar dentro, podria engancharme fuera... - a la mujer se le encogio la cara y arrugó la nariz como si estuviera percibiendo algo mal oliente, dio un portazo al carruaje y levantando la barbilla le hizo una señal al cochero para que siguiera adelante, cuando se fue caminé derrotada hacia Lawrence y de pronto alguien nos chistó, miré hacia allí con el ceño fruncido, solo veia un brazo que salia por la ventana y nos indicaba que nos acercaramos al carruaje, parecia que el padre Lawrence iba a decirme algo pero yo me acerque hacia allí , cuando llegué a la altura de la ventana la puerta del carruaje se abrió y pude ver a la mujer que habia dentro, me quedé boquiabierta - teneis suerte de que me guste incumplir las normas de la sociedad actual... - dijo con una gran sonrisa y yo no podia creer a quien tenia ante mis ojos, aquella mujer era una artista gitana que se habia casado con un hombre muy rico de la alta sociedad, a quien todos habian dado de lado por contraer matrimonio con una mujer de tal raza, pero era un hombre bonachon que habia enviudado muy joven y siendo un sesenton aquella 20 añera era la alegria de su vida, ¿ que mas daba que otros no lo vieran con buenos ojos? sabia que en el fondo todos sus amigos lo envidiaban, el solo se habia atrevido a hacer lo que otros deseaban y no se atrevian.
Le daba todos los caprichos del mundo, vestidos, joyas... y la tenia como una reina, era la comidilla de los campamentos gitanos y la envidia de muchas mujeres como ella que deseaban algun dia encontrar algo asi.
Pero ahora aquella mujer parecia estar dispuesta a dejarnos subir a su carruaje - he oido que quieres ir al vaticano verdad,? no se que hacen un cura y una gitana juntos y camino a la ciudad del vaticano...parece el argumento de una novela de Jane Austen, ¿ que tal si me la contais por el camino?, - le contesté con una expresion divertida en el rostro
miré al padre Lawrence y le sonrei - Vamos! Nos llevan! - lo llamé y subi al carruaje
Selene Vonderville- Gitano
- Mensajes : 51
Fecha de inscripción : 20/07/2010
Localización : Paris
Re: Hacia la ciudad del Vaticano { lawrence}
El viaje a Roma había sido agotador. Apenas había pegado ojo en aquellos días. Las palabras de Lady Vandervilt aún resonaban en mis oídos. "Fueron los tuyos. Los tuyos se la llevaron"
Aquello me confirmó todo lo que había estado sospechando durante esas dos locas semanas; la hija de Selene era alguien especial. ¿Por qué si no los vampiros irían a buscarla? ¿por qué si no la Iglesia la protegería? No tenía ni idea de qué podía tratarse. Pero estaba dispuesto a averiguarlo en Roma. Carlo me contaría todo lo que estaba pasando. Algo me decía que iba mucho más allá de lo que Selene o yo mismo podríamos haber imaginado.
Al menos, el anillo estaba a salvo. Era lo único que me consolaba. Estaba deseando llegar al Vaticano para desvelar la condenada inscripción que había en él. ¿Qué presagiaría?
La pobre Selene tampoco había dormido mucho. Sabía que lo estaba pasando horriblemente mal por su hija. Yo trataba de animarla como podía. "Tranquila. Está con los buenos. La Iglesia nunca dejaría que le pasara nada malo. Está a salvo" pero lo cierto es que ni yo mismo sabía qué pensar. Una cosa estaba clara; la niña era poderosa.
Lo único que podía hacer durante esos días en el tren era rezar y leer la Biblia, una y otra vez. Rezar porque el viaje fuera sin ingún impedimento, rezar porque todo se solucionara pronto. Pero, la verdad, es que estaba harto de rezar. LLegaba un punto en que me pasaba todo el viaje levantado, dando vueltas por los vagones, paranoico. Como un perro olisqueando a su presa.
Selene y yo apenas hablábamos. Ella tenía demasiadas cosas en la cabeza. Estaba sufriendo. Y a mí se me partía el corazón cada vez que la veía en ese estado. Pero, ¿qué más podía hacer?
Al tercer día, llegamos por fín a nuestro destino. Roma. Cuando el tren paró en la estación, se formó un gran revuelo. Todo el mundo comenzó a vaciar sus compartimentos y coger sus maletas. Selene y yo hicimos lo mismo, aunque no llevábamos demasiadas cosas. Una maleta para lo dos. Y su interior estaba más lleno de armas que de ropa.
Sabía que sería difícil que nos dejasen entrar en el Vaticano. Bueno, para Selene sería difícil. No estaba del todo seguro que le permitiesen el acceso. Claro que yo estaría allí para interceder por ella. Esperaba que mis acredenciales fuesen suficiente. Después de todo, me había pasado los últimos 20 años de mi vida manchandome las manos de sangre para ellos, mientras la Iglesia vivía en la opulencia. Es lo menos que me debían.
Selene bajó del tren antes que yo, pero me di cuenta de la escena que la muchacha acababa de sufrir. La mujer del carruaje cerró en un portazo y dejó a Selene con la palabra en la boca. Apreté los puños, indignado. Desde que viajaba con la joven gitana, era más consciente de la discriminación a la que estaban sometidos sus gentes. La Iglesia, por supuesto, a penas movía un dedo. Sí, mi Iglesia...mi querida Iglesia...A penas movía un dedo.
Quería cantarle las cuarenta a la ricachona del carruaje. Es más, estaba deseando ver la cara que ponía cuando viera que un sacerdote estaba abogando a favor de una muchacha gitana. Pero ya no merecía la pena, pues la mujer se había marchado.
-Malditos ricachones...Se creen...-murmuré para mí. Íbamos a tenerlo crudo para llegar al Vaticano. No teníamos dinero suficiente para alquilar un carruaje nosotros dos solos. Pero, cuando me quise dar cuenta, Selene había desaparecido de mi lado, pero escuché su voz que gritaba cerca.
Alcé la vista. Estaba subida en un carruaje. No pude evitar dibujar una sonrisa. ¿Cómo había conseguido...? Subí de un salto al carruaje. Estaba comandado por una mujer también de piel oscura, pero iba ataviada con vestidos y joyas caras. Aquello era extraño.
-¿Quién es esta mujer?-le susurré a Selene, mientras observaba de reojo a nuestra acompañante.
-Esta mujer, querido cura, es la que os va a llevar al Vaticano.-contestó con una sonrisa. El coche de caballos se puso en marcha.
Arqueé una ceja. Mi desconfianza habitual me impedía fiarme mucho de ella. Pero esta vez, decidí acallar mis instintos. Si Selene confiaba en ella, a mí me bastaba.
-Y...Contadme, quiero saber, ¿qué hace un cura viajando con una joven gitana?
-Son asuntos del Estado Eclesiástico...Selene...-la miré, improvisando una mentira.-Quiere unirse al culto católico y necesita firmar unos papeles.
-Ya...-contestó la mujer, sin creérselo demasiado.
Aquello me confirmó todo lo que había estado sospechando durante esas dos locas semanas; la hija de Selene era alguien especial. ¿Por qué si no los vampiros irían a buscarla? ¿por qué si no la Iglesia la protegería? No tenía ni idea de qué podía tratarse. Pero estaba dispuesto a averiguarlo en Roma. Carlo me contaría todo lo que estaba pasando. Algo me decía que iba mucho más allá de lo que Selene o yo mismo podríamos haber imaginado.
Al menos, el anillo estaba a salvo. Era lo único que me consolaba. Estaba deseando llegar al Vaticano para desvelar la condenada inscripción que había en él. ¿Qué presagiaría?
La pobre Selene tampoco había dormido mucho. Sabía que lo estaba pasando horriblemente mal por su hija. Yo trataba de animarla como podía. "Tranquila. Está con los buenos. La Iglesia nunca dejaría que le pasara nada malo. Está a salvo" pero lo cierto es que ni yo mismo sabía qué pensar. Una cosa estaba clara; la niña era poderosa.
Lo único que podía hacer durante esos días en el tren era rezar y leer la Biblia, una y otra vez. Rezar porque el viaje fuera sin ingún impedimento, rezar porque todo se solucionara pronto. Pero, la verdad, es que estaba harto de rezar. LLegaba un punto en que me pasaba todo el viaje levantado, dando vueltas por los vagones, paranoico. Como un perro olisqueando a su presa.
Selene y yo apenas hablábamos. Ella tenía demasiadas cosas en la cabeza. Estaba sufriendo. Y a mí se me partía el corazón cada vez que la veía en ese estado. Pero, ¿qué más podía hacer?
Al tercer día, llegamos por fín a nuestro destino. Roma. Cuando el tren paró en la estación, se formó un gran revuelo. Todo el mundo comenzó a vaciar sus compartimentos y coger sus maletas. Selene y yo hicimos lo mismo, aunque no llevábamos demasiadas cosas. Una maleta para lo dos. Y su interior estaba más lleno de armas que de ropa.
Sabía que sería difícil que nos dejasen entrar en el Vaticano. Bueno, para Selene sería difícil. No estaba del todo seguro que le permitiesen el acceso. Claro que yo estaría allí para interceder por ella. Esperaba que mis acredenciales fuesen suficiente. Después de todo, me había pasado los últimos 20 años de mi vida manchandome las manos de sangre para ellos, mientras la Iglesia vivía en la opulencia. Es lo menos que me debían.
Selene bajó del tren antes que yo, pero me di cuenta de la escena que la muchacha acababa de sufrir. La mujer del carruaje cerró en un portazo y dejó a Selene con la palabra en la boca. Apreté los puños, indignado. Desde que viajaba con la joven gitana, era más consciente de la discriminación a la que estaban sometidos sus gentes. La Iglesia, por supuesto, a penas movía un dedo. Sí, mi Iglesia...mi querida Iglesia...A penas movía un dedo.
Quería cantarle las cuarenta a la ricachona del carruaje. Es más, estaba deseando ver la cara que ponía cuando viera que un sacerdote estaba abogando a favor de una muchacha gitana. Pero ya no merecía la pena, pues la mujer se había marchado.
-Malditos ricachones...Se creen...-murmuré para mí. Íbamos a tenerlo crudo para llegar al Vaticano. No teníamos dinero suficiente para alquilar un carruaje nosotros dos solos. Pero, cuando me quise dar cuenta, Selene había desaparecido de mi lado, pero escuché su voz que gritaba cerca.
Alcé la vista. Estaba subida en un carruaje. No pude evitar dibujar una sonrisa. ¿Cómo había conseguido...? Subí de un salto al carruaje. Estaba comandado por una mujer también de piel oscura, pero iba ataviada con vestidos y joyas caras. Aquello era extraño.
-¿Quién es esta mujer?-le susurré a Selene, mientras observaba de reojo a nuestra acompañante.
-Esta mujer, querido cura, es la que os va a llevar al Vaticano.-contestó con una sonrisa. El coche de caballos se puso en marcha.
Arqueé una ceja. Mi desconfianza habitual me impedía fiarme mucho de ella. Pero esta vez, decidí acallar mis instintos. Si Selene confiaba en ella, a mí me bastaba.
-Y...Contadme, quiero saber, ¿qué hace un cura viajando con una joven gitana?
-Son asuntos del Estado Eclesiástico...Selene...-la miré, improvisando una mentira.-Quiere unirse al culto católico y necesita firmar unos papeles.
-Ya...-contestó la mujer, sin creérselo demasiado.
Andrew Lawrence- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 22/01/2010
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