AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
Espacios libres: 11/40
Afiliaciones élite: ABIERTAS
Última limpieza: 1/04/24
En Victorian Vampires valoramos la creatividad, es por eso que pedimos respeto por el trabajo ajeno. Todas las imágenes, códigos y textos que pueden apreciarse en el foro han sido exclusivamente editados y creados para utilizarse únicamente en el mismo. Si se llegase a sorprender a una persona, foro, o sitio web, haciendo uso del contenido total o parcial, y sobre todo, sin el permiso de la administración de este foro, nos veremos obligados a reportarlo a las autoridades correspondientes, entre ellas Foro Activo, para que tome cartas en el asunto e impedir el robo de ideas originales, ya que creemos que es una falta de respeto el hacer uso de material ajeno sin haber tenido una previa autorización para ello. Por favor, no plagies, no robes diseños o códigos originales, respeta a los demás.
Así mismo, también exigimos respeto por las creaciones de todos nuestros usuarios, ya sean gráficos, códigos o textos. No robes ideas que les pertenecen a otros, se original. En este foro castigamos el plagio con el baneo definitivo.
Todas las imágenes utilizadas pertenecen a sus respectivos autores y han sido utilizadas y editadas sin fines de lucro. Agradecimientos especiales a: rainris, sambriggs, laesmeralda, viona, evenderthlies, eveferther, sweedies, silent order, lady morgana, iberian Black arts, dezzan, black dante, valentinakallias, admiralj, joelht74, dg2001, saraqrel, gin7ginb, anettfrozen, zemotion, lithiumpicnic, iscarlet, hellwoman, wagner, mjranum-stock, liam-stock, stardust Paramount Pictures, y muy especialmente a Source Code por sus códigos facilitados.
Victorian Vampires by Nigel Quartermane is licensed under a
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en https://victorianvampires.foroes.org
Últimos temas
Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Página 1 de 3.
Página 1 de 3. • 1, 2, 3
Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Oscuridad únicamente rota por las luces que apenas flotaban en las callejuelas de Londres. La noche había caído sobre Éabann sin que se diera cuenta, demasiado absorta en su trabajo. La había cogido cuando estaba recogiendo sus cachivaches en el mercado, todo ese plantel de objetos hechos con arcilla y cuentas, que iban desde pulseras hasta cuencos decorados con delicadeza y en los que ponía buena parte de su tiempo, cuando no estaba haciendo otras cosas. No le gustaba estar en la ciudad por la noche, sentía un cosquilleo en la nuca que le hacía girarse una y otra y otra vez como si esperara que en cualquier momento pudiera presentarse alguien a su espalda. Comenzaba a pensar que por la noche se volvía una auténtica paranoica, pero sabía demasiado bien lo que se podía ocultar entre las sombras.
Sus pasos eran rápidos, apenas audibles, de fondo se podía escuchar el bullicio de las calles más concurridas de la gran urbe, pero ella se movía por los callejones que lo rodeaban. Cualquiera hubiera pensado que era mucho más sensato todo lo contrario, dejarse ver directamente a la luz, pero sabía por experiencia que dejarse ver con la ropa que llevaba podría significar más problemas que ir por entre las sombras. Había vivido lo suficiente en una ciudad como para saber que los diferentes eran acusados cuando menos lo esperaban y llevaba a su espalda un hatillo que podría ser interpretado de muchas maneras diferentes y ninguna buenas.
Se detuvo por un momento, mirando a su alrededor, deslizando su clara mirada por la calle que tenía que atravesar asegurándose que no había nadie en la cercanías y se deslizó por ella hasta terminar en el otro callejón. De uno a otro, con rapidez y sin detenerse hasta que sintió una vez más el cosquilleo que había comenzado a sentir cada vez con más intensidad desde que estaba en París. Frunció el ceño por un momento, alzó el rostro, buscó, pero no encontró nada. Nada al menos que pudiera ser identificado. Apretó por un momento la larga falda que se movía a su alrededor con facilidad, tanteando sin darse cuenta de lo que hacía la daga que siempre llevaba sujeta a su muslo como asegurándose que se encontraba en el sitio.
—Cálmate, no hay nadie ahí detrás…—susurró para sí, dando un par de pasos que la introducían de forma directa en el callejón.
—Pero sí aquí delante.
La voz del hombre provocó que el rostro de Éabann reflejara por un instante, un solo momento, sorpresa mientras clavaba sus ojos en los del hombre de media edad que se encontraba a unos pocos pasos delante de ella, con una media sonrisa. Una sonrisa donde se podía ver el hueco de un molar que había desaparecido seguramente por la mala vida, quizá por un puñetazo bien dado, quizá porque la falta de higiene bucal había seguido su camino. Respiró hondo, notando como una bofetada el olor del alcohol que desprendía y su estómago, en el cual no había metido bocado desde la mañana, se encogió con asco.
—Apártate de mi camino si no quieres que te lance una maldición que te los seque como si fueran frutos secos. —respondió con frialdad bajando de forma significativa hacia la entrepierna del hombre al decir aquellas palabras.
—No me hagas reír, gitana.
La atención de la mujer vagó por el lugar, tenía dos posibilidades: seguir por el camino que a la larga era el más directo o salir en dirección contraria y buscar una nueva forma de llegar a su destino esquivando lo que podría convertirse en un problema mayor. El hombre dio un paso hacia delante, al tiempo que ella dio uno hacia atrás dispuesta a girarse y salir corriendo. No estaba de humor esa noche para defenderse de las intenciones malsanas y además el olor a alcohol comenzaba a marearla.
Malditos borrachos.
Sus pasos eran rápidos, apenas audibles, de fondo se podía escuchar el bullicio de las calles más concurridas de la gran urbe, pero ella se movía por los callejones que lo rodeaban. Cualquiera hubiera pensado que era mucho más sensato todo lo contrario, dejarse ver directamente a la luz, pero sabía por experiencia que dejarse ver con la ropa que llevaba podría significar más problemas que ir por entre las sombras. Había vivido lo suficiente en una ciudad como para saber que los diferentes eran acusados cuando menos lo esperaban y llevaba a su espalda un hatillo que podría ser interpretado de muchas maneras diferentes y ninguna buenas.
Se detuvo por un momento, mirando a su alrededor, deslizando su clara mirada por la calle que tenía que atravesar asegurándose que no había nadie en la cercanías y se deslizó por ella hasta terminar en el otro callejón. De uno a otro, con rapidez y sin detenerse hasta que sintió una vez más el cosquilleo que había comenzado a sentir cada vez con más intensidad desde que estaba en París. Frunció el ceño por un momento, alzó el rostro, buscó, pero no encontró nada. Nada al menos que pudiera ser identificado. Apretó por un momento la larga falda que se movía a su alrededor con facilidad, tanteando sin darse cuenta de lo que hacía la daga que siempre llevaba sujeta a su muslo como asegurándose que se encontraba en el sitio.
—Cálmate, no hay nadie ahí detrás…—susurró para sí, dando un par de pasos que la introducían de forma directa en el callejón.
—Pero sí aquí delante.
La voz del hombre provocó que el rostro de Éabann reflejara por un instante, un solo momento, sorpresa mientras clavaba sus ojos en los del hombre de media edad que se encontraba a unos pocos pasos delante de ella, con una media sonrisa. Una sonrisa donde se podía ver el hueco de un molar que había desaparecido seguramente por la mala vida, quizá por un puñetazo bien dado, quizá porque la falta de higiene bucal había seguido su camino. Respiró hondo, notando como una bofetada el olor del alcohol que desprendía y su estómago, en el cual no había metido bocado desde la mañana, se encogió con asco.
—Apártate de mi camino si no quieres que te lance una maldición que te los seque como si fueran frutos secos. —respondió con frialdad bajando de forma significativa hacia la entrepierna del hombre al decir aquellas palabras.
—No me hagas reír, gitana.
La atención de la mujer vagó por el lugar, tenía dos posibilidades: seguir por el camino que a la larga era el más directo o salir en dirección contraria y buscar una nueva forma de llegar a su destino esquivando lo que podría convertirse en un problema mayor. El hombre dio un paso hacia delante, al tiempo que ella dio uno hacia atrás dispuesta a girarse y salir corriendo. No estaba de humor esa noche para defenderse de las intenciones malsanas y además el olor a alcohol comenzaba a marearla.
Malditos borrachos.
Éabann G. Dargaard- Gitano
- Mensajes : 205
Fecha de inscripción : 09/05/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
La noche parisina era siempre igual de sosa, monótona, aburrida e insulsa que como llevaba siendo los más de cien años que llevaba en aquella ciudad. ¿Por qué, entonces, estaba allí y no en cualquier otra parte? Tenía todo un mundo al que poder ir si me apetecía y miles de humanos diferentes a los estirados de los franceses que catar, porque la opinión del mejor profesional en la materia era que su sangre sabía demasiado artificial y sosa al mismo tiempo: una promesa de algo que hacía tiempo que se había podrido y que aún así se engalanaba con capas de polvos y de telas diversas para ocultar la podredumbre interior. La sangre francesa era de lo peor, pero aún así encontrabas ciertas rosas en el estercolero que era la población de la ciudad. La mayoría de esas rosas se encontraban en la zona de las clases bajas, que eran los que menos ocultaban su situación de vida y los más auténticos de todos. Que fueran auténticos, sin embargo, no garantizaba que fueran a ser mejores, y es que siendo yo la competición y a lo que tendrían que aspirar si querían salir de su inmundicia humana el listón estaba puesto demasiado alto porque, a ver, ¿quién como yo en este mundo aparte de mí? Nadie. Me merecía lo mejor, en sangre y en absolutamente todo lo que se me antojara, precisamente por ser yo mismo y nadie más de quien se estaba hablando, y por aquella misma razón me quedaba en París, porque las perlas que se encontraban en aquella ciudad de vez en cuando superaban su inmundicia sangrienta general y porque era un destino la mar de solicitado, y si no que se lo dijeran a Éabann.
Aquella gitanilla había viajado por media Europa desde que la había asaltado en Austria, y aquella gitanilla con su deliciosa sangre y su piel morena había quedado marcada por mis dientes la fatídica noche para su familia en la que el destino se le había echado encima... quejica. ¿Qué mejor destino había que ser elegida por mí para alimentarme de ella y de su sangre? No se me ocurría ninguno mejor, y por eso mismo no podía haberlo, así que rastrearla hasta que había llegado a París era precisamente lo más adecuado por mi parte para asegurarme la presa y su sangre, aunque estando marcada por mí no había nadie más que tuviera derecho a tocarla, y era otro hecho.
Para asegurarme de que no la mataba en el proceso y de que su sangre me serviría para más días, la única razón aparte de por que estaba de buen ver para no matarla, aquella noche, apenas cuando acababa de anochecer que aún se veían las últimas luces del día fundidas con las de la noche, salí a la calle con ganas de masacre. La razón en realidad era que estaba aburrido a más no poder y una simple ciudad como lo era París con sus entretenimientos banales no bastaba para mantener a alguien como yo (vamos, sólo a mí porque soy único en mi especie) entretenido, así que el primer destino de la noche fue una iglesia de Montmartre, una de las capillas más pequeñas de la ciudad y en la que se encontraban monjas a mansalva... mi aperitivo preferido. Fue entrar en sus habitaciones con una sonrisa sádica y ni siquiera encontrar resistencia al margen de ponerse a orar juntas por que el Señor se llevara mi... ¿alma? Ah, ¿que yo tenía de eso? Qué cosas, oye. Y ni sus ruegos y lamentos les sirvieron de nada porque estaba aburrido y con sed, y la mejor manera de entretenerme pasaba por desmembrarlas (hecho) beber de sus sangres diversas (también hecho, y el veredicto resultante es pasable) y dejar los cadáveres por allá esparcidos mientras yo, con las manos en los bolsillos de mi pantalón oscuro, me alejaba de ahí, mirando al frente con una sonrisa torcida. ¿Siguiente destino? Ella.
No fue demasiado difícil ocultarme en las sombras y seguir a los gitanos que se iban del mercadillo, ella incluida; tampoco fue demasiado difícil notar que quien se le acercó era un simple humano borracho que apestaba a alcohol a kilómetros y que por lo triste me hizo tener que aguantarme la risa que quiso escapárseme. ¿Hola? ¿Originalidad a la hora de amenazar a alguien? Estaba claro que no se podía esperar de alguien como un simple humano nivel a la hora de intentar ser una simple amenaza efectiva, y ya en el momento en el que sus pullitas verbales me hicieron bostezar de puro aburrimiento me moví en el callejón hasta la esquina, donde la luz de la luna daba, para apoyarme en la pared. Con los brazos cruzados y la mirada clavada en él, que se congeló de puro terror, dibujé una sonrisa torcida y entrecerré los ojos, convirtiéndolos en cuestión de expresión en algo similar a una fiera esperando su presa.
– Boo – dije, en apenas un susurro que se escuchó perfectamente, haciendo que tragara saliva y que el olor de su sudor húmedo comenzara a inundar el ambiente, tapando incluso el de la sangre de Éabann y logrando por ello que pusiera los ojos en blanco, aburrido de lo sumamente planos que eran los humanos borrachos.
– ”Lárgate de mi vista, y deja ciertas cosas a quienes nos pertenecen.” – susurré directamente en su mente, con persuasión y alimentando su miedo de tal manera que le costó apenas unos segundos irse de allí con el rabo entre las piernas... nunca mejor dicho.
Cuando volvimos a encontrarnos solos en el callejón alcé la vista de nuevo hacia Éabann y estudié sus rasgos una vez más, volviendo a la expresión torcida de antes en cuanto la brisa arrastró una ráfaga de su aroma hacia mi posición en el callejón que, estratégicamente, era la perfecta para que nadie entrara ni saliera de él.
Aquella gitanilla había viajado por media Europa desde que la había asaltado en Austria, y aquella gitanilla con su deliciosa sangre y su piel morena había quedado marcada por mis dientes la fatídica noche para su familia en la que el destino se le había echado encima... quejica. ¿Qué mejor destino había que ser elegida por mí para alimentarme de ella y de su sangre? No se me ocurría ninguno mejor, y por eso mismo no podía haberlo, así que rastrearla hasta que había llegado a París era precisamente lo más adecuado por mi parte para asegurarme la presa y su sangre, aunque estando marcada por mí no había nadie más que tuviera derecho a tocarla, y era otro hecho.
Para asegurarme de que no la mataba en el proceso y de que su sangre me serviría para más días, la única razón aparte de por que estaba de buen ver para no matarla, aquella noche, apenas cuando acababa de anochecer que aún se veían las últimas luces del día fundidas con las de la noche, salí a la calle con ganas de masacre. La razón en realidad era que estaba aburrido a más no poder y una simple ciudad como lo era París con sus entretenimientos banales no bastaba para mantener a alguien como yo (vamos, sólo a mí porque soy único en mi especie) entretenido, así que el primer destino de la noche fue una iglesia de Montmartre, una de las capillas más pequeñas de la ciudad y en la que se encontraban monjas a mansalva... mi aperitivo preferido. Fue entrar en sus habitaciones con una sonrisa sádica y ni siquiera encontrar resistencia al margen de ponerse a orar juntas por que el Señor se llevara mi... ¿alma? Ah, ¿que yo tenía de eso? Qué cosas, oye. Y ni sus ruegos y lamentos les sirvieron de nada porque estaba aburrido y con sed, y la mejor manera de entretenerme pasaba por desmembrarlas (hecho) beber de sus sangres diversas (también hecho, y el veredicto resultante es pasable) y dejar los cadáveres por allá esparcidos mientras yo, con las manos en los bolsillos de mi pantalón oscuro, me alejaba de ahí, mirando al frente con una sonrisa torcida. ¿Siguiente destino? Ella.
No fue demasiado difícil ocultarme en las sombras y seguir a los gitanos que se iban del mercadillo, ella incluida; tampoco fue demasiado difícil notar que quien se le acercó era un simple humano borracho que apestaba a alcohol a kilómetros y que por lo triste me hizo tener que aguantarme la risa que quiso escapárseme. ¿Hola? ¿Originalidad a la hora de amenazar a alguien? Estaba claro que no se podía esperar de alguien como un simple humano nivel a la hora de intentar ser una simple amenaza efectiva, y ya en el momento en el que sus pullitas verbales me hicieron bostezar de puro aburrimiento me moví en el callejón hasta la esquina, donde la luz de la luna daba, para apoyarme en la pared. Con los brazos cruzados y la mirada clavada en él, que se congeló de puro terror, dibujé una sonrisa torcida y entrecerré los ojos, convirtiéndolos en cuestión de expresión en algo similar a una fiera esperando su presa.
– Boo – dije, en apenas un susurro que se escuchó perfectamente, haciendo que tragara saliva y que el olor de su sudor húmedo comenzara a inundar el ambiente, tapando incluso el de la sangre de Éabann y logrando por ello que pusiera los ojos en blanco, aburrido de lo sumamente planos que eran los humanos borrachos.
– ”Lárgate de mi vista, y deja ciertas cosas a quienes nos pertenecen.” – susurré directamente en su mente, con persuasión y alimentando su miedo de tal manera que le costó apenas unos segundos irse de allí con el rabo entre las piernas... nunca mejor dicho.
Cuando volvimos a encontrarnos solos en el callejón alcé la vista de nuevo hacia Éabann y estudié sus rasgos una vez más, volviendo a la expresión torcida de antes en cuanto la brisa arrastró una ráfaga de su aroma hacia mi posición en el callejón que, estratégicamente, era la perfecta para que nadie entrara ni saliera de él.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
La sensación de ser observada se amplió, ese cosquilleo molesto en la nuca que después provocó un escalofrío por su espalda al tiempo que veía cómo el rostro del hombre que miraba por encima de uno de sus hombros palidecía. Sin poder evitarlo echó un vistazo hacia atrás y pudo ver un hombre apoyado contra una de las paredes. Cualquiera pensaría que estaba relajado, sin embargo había algo en su posición que le recordó a Éabann a un felino a punto de atacar. Esa calma aparente que en realidad indicaba todo lo contrario, esa mirada fría que se cruzó por un momento con la de ella. Algo había que provocó que un nuevo escalofrío se deslizara por su espalda, un escalofrío que hizo que sus manos se humedecieran. Automáticamente frotó las manos contra la falda en un intento de que se secaran.
Un movimiento a su derecha hizo que se tensara, el hombre que hasta hacía unos instantes se había comportado como un auténtico idiota, parecía que había recuperado la inteligencia suficiente como para marcharse al ver a un depredador mayor que él. La morena no sabía bien qué hacer, si sentirse aliviada por la marcha del hombre o aterrorizada. Apretó, sin embargo, los dientes y automáticamente en un gesto de orgullo alzó la barbilla. No se dejaría atormentar, no se dejaría atemorizar aunque era cierto que el simple movimiento del hombre tapando la salida había provocado que su corazón comenzara a latir con más fuerza. La soledad y la oscuridad del callejón parecieron que aumentaban a la vez que la presencia del hombre llenaba el lugar. Había algo no natural en él, algo que provocaba que se moviera incómoda y claramente nerviosa. Los ojos de la gitana brillaron por un momento al tiempo que sus propios dones, aquellos que provenían de su sangre, le permitían ver más allá de las apariencias.
No tenía los dones de un hechicero, ni los de un vampiro, no tenía el poder suficiente como para hacer grandes ostentaciones de poder, pero sí había uno que estaba presente y es que podía saber, si se concentraba y miraba más allá de lo que sus ojos veían de manera habitual, qué clase de ser era el que tenía delante. La respuesta que sus ojos la dieron, el conocimiento de que aquel ser que tenía delante de ella no era precisamente humano, sino que era uno de esos temidos vampyr, provocó que Éabann desviara de forma automática la mirada buscando una salida.
—Supongo que debería darle las gracias.
Las palabras fueron dichas con tranquilidad, a pesar del reciente conocimiento de que aquel ser no era humano. De forma disimulada su mano vagó hasta el brazalete donde por un momento las cicatrices parecieron que la escocieron, como un dolor fantasma que en realidad no estaba allí y que no era más que un reflejo de los propios temores de la morena. Sabía que demostrar temor y miedo solo provocaría al ser, muchos de ellos se alimentaban casi tanto de esos sentimientos como de la sangre que bebían de sus víctimas. No es que hubiera tenido muchos contactos con esos seres, no desde aquella noche en la que aquel monstruo había arrebatado las vidas de todos sus seres queridos, pero había aprendido que era mucho mejor mantenerse alejados de ellos.
Las opciones no eran muchas, moverse y alejarse de aquel hombre que ocultaba en su interior a uno de los peores depredadores del mundo. Sí, esa era la mejor opción que podía tener. El callejón parecía cerrado por toda su presencia y por el lugar por el que pensaba marcharse era demasiado largo, demasiado oscuro. Aun así, decidió que era mejor internarse que mantenerse en ese mismo lugar parada durante más tiempo.
—Que tenga una buena noche.
Le miró de reojo un instante, antes de comenzar a andar unos metros, sin darle del todo la espalda. Cualquiera de las dos opciones no eran precisamente las más adecuadas. No quería darle la espalda, se sentía en desventaja si lo hacía, pero si pasaba junto a él casi podría ser peor. Malditas decisiones que en ese momento la impedían actuar con prontitud.
Un movimiento a su derecha hizo que se tensara, el hombre que hasta hacía unos instantes se había comportado como un auténtico idiota, parecía que había recuperado la inteligencia suficiente como para marcharse al ver a un depredador mayor que él. La morena no sabía bien qué hacer, si sentirse aliviada por la marcha del hombre o aterrorizada. Apretó, sin embargo, los dientes y automáticamente en un gesto de orgullo alzó la barbilla. No se dejaría atormentar, no se dejaría atemorizar aunque era cierto que el simple movimiento del hombre tapando la salida había provocado que su corazón comenzara a latir con más fuerza. La soledad y la oscuridad del callejón parecieron que aumentaban a la vez que la presencia del hombre llenaba el lugar. Había algo no natural en él, algo que provocaba que se moviera incómoda y claramente nerviosa. Los ojos de la gitana brillaron por un momento al tiempo que sus propios dones, aquellos que provenían de su sangre, le permitían ver más allá de las apariencias.
No tenía los dones de un hechicero, ni los de un vampiro, no tenía el poder suficiente como para hacer grandes ostentaciones de poder, pero sí había uno que estaba presente y es que podía saber, si se concentraba y miraba más allá de lo que sus ojos veían de manera habitual, qué clase de ser era el que tenía delante. La respuesta que sus ojos la dieron, el conocimiento de que aquel ser que tenía delante de ella no era precisamente humano, sino que era uno de esos temidos vampyr, provocó que Éabann desviara de forma automática la mirada buscando una salida.
—Supongo que debería darle las gracias.
Las palabras fueron dichas con tranquilidad, a pesar del reciente conocimiento de que aquel ser no era humano. De forma disimulada su mano vagó hasta el brazalete donde por un momento las cicatrices parecieron que la escocieron, como un dolor fantasma que en realidad no estaba allí y que no era más que un reflejo de los propios temores de la morena. Sabía que demostrar temor y miedo solo provocaría al ser, muchos de ellos se alimentaban casi tanto de esos sentimientos como de la sangre que bebían de sus víctimas. No es que hubiera tenido muchos contactos con esos seres, no desde aquella noche en la que aquel monstruo había arrebatado las vidas de todos sus seres queridos, pero había aprendido que era mucho mejor mantenerse alejados de ellos.
Las opciones no eran muchas, moverse y alejarse de aquel hombre que ocultaba en su interior a uno de los peores depredadores del mundo. Sí, esa era la mejor opción que podía tener. El callejón parecía cerrado por toda su presencia y por el lugar por el que pensaba marcharse era demasiado largo, demasiado oscuro. Aun así, decidió que era mejor internarse que mantenerse en ese mismo lugar parada durante más tiempo.
—Que tenga una buena noche.
Le miró de reojo un instante, antes de comenzar a andar unos metros, sin darle del todo la espalda. Cualquiera de las dos opciones no eran precisamente las más adecuadas. No quería darle la espalda, se sentía en desventaja si lo hacía, pero si pasaba junto a él casi podría ser peor. Malditas decisiones que en ese momento la impedían actuar con prontitud.
Éabann G. Dargaard- Gitano
- Mensajes : 205
Fecha de inscripción : 09/05/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
No había cambiado lo más mínimo en cuestión de esencia, de forma o simplemente de lo que la hacía ser Éabann, equiparable a su olor que desde aquella noche me había hecho sacar a relucir los colmillos en busca de más sangre. No había cambiado el movimiento sinuoso de su cuerpo, su piel dorada o sus ojos claros en contraste con su pelo oscuro, o como mucho quizá se habían desarrollado para hacerla menos mujer (ergo más apetecible) y menos niña, con todo lo que eso significaba. Y, sin embargo, su elocuencia seguía siendo tan grande que dejaba a Cicerón o a Cayo Sempronio Graco a la altura de balbuceos de bebé, y a los grandes maestros de retórica como Quintiliano a la altura de personas analfabetas... ¿Supones que deberías darme las gracias? Estaba claro que no era consciente del todo de la situación ni de con quién estaba tratando, y estaba también muy claro que aquella chica acabaría con mi paciencia y se ganaría ella misma su propio final. Encima de que iba a ser bueno con ella y no iba a matarla quería tentarme, al parecer, y por un momento me planteé si le gustaba que la dominaran o era sólo cosa de la estupidez humana aquella aparente sequedad con quien acababa de salvarla de una violación. Sería cosa de la estupidez humana, que por muy mona que fuera la chica seguía teniendo sus limitaciones más que obvias.
En cualquier caso ni siquiera me moví un milímetro de mi posición de espera, como en guardia, porque sabía que no había acabado de hablar, aunque para la perla de sabiduría auténtica que soltó después bien podía haberme ahorrado los momentos de espera, que uno podía ser inmortal (y de hecho lo era, punto para mí) pero lo que no era precisamente era paciente o deseoso de gastar su tiempo tan sumamente valioso en tonterías como lo era aquella. Que pasara una buena noche, decía... ¿Y ya estaba? En serio, su elocuencia estaba empezando a dejarme asombrado por la... calidad literaria, la eficacia del discurso y sobre todo por la cantidad de palabras y de ideas que contenía. Por favor, no tantas a la vez, que acabarás aturrullando mi cabeza y haciendo un lío... como que podía confundirme a mí, precisamente a mí...
Y como sus palabras daban tanto espacio a la observación, que además yo siempre llevaba a cabo de manera fiel y rigurosa, no pude evitar notar que se llevaba la mano al brazo en el que las marcas de mis dientes habían quedado marcadas cuando la había probado, así como también pude notar que no llegaba a apartar la vista de mí ni se giraba del todo para darme la espalda... chica lista. Si al final iba a resultar que aparte de pelo había algo dentro de esa cabecita, y todo, y la esperanza no estaba perdida del todo... Cosas de que mi gusto fuera tan bueno, que elegía tan bien que algo bueno y superior al resto de humanos tenía que tener la susodicha elegida.
Descrucé los brazos sobre el pecho, dejándolos caer en aparente tranquilidad a ambos lados de mi torso y dejando ver la extraña clase de chaleco cosido sin mangas negro que llevaba, aunque la tranquilidad que parecía verse por la postura era sólo nominal porque, con los años y la experiencia humana, nunca bajaba el estado de guardia. Siempre estaba en tensión, hasta en aquel momento en el que comencé a dar pasos rápidos en dirección a la gitanilla que se alejaba por la otra cara del callejón, y el silencio que acompañaba a los pasos era tal que probablemente no se diera cuenta de que estaba a su altura hasta que no abriera la boca, cosa que sucedería en breves porque estaba demasiado en bandeja la oportunidad de soltar un comentario de los míos como para dejarla pasar. Ella, que me liaba.
– Supones, supones... ¿Y ya está? ¿Te libro de pura bazofia inútil cuya utilidad en la vida es menor que la de una mota de polvo y sólo supones un agradecimiento? ¿Qué pasa con la gente de esta ciudad, por el amor de Satán? Ni cuando se os hace un favor sois capaces de reconocerlo... – le dije, encogiéndome de hombros de manera teatral y poniendo los ojos en blanco antes de clavarlos en ella, entrecerrados y analíticos, fríos como solían.
– Al menos dame un nombre, a no ser que prefieras que te llame Rosalinda de las Flores Silvestres del Campo... – añadí, mirándola aún a los ojos y caminando a su lado sin abandonar el toque animal de mis movimientos, toque que combinaba con la mirada hambrienta de mis ojos al dirigirla a ella porque su sangre... ¿cómo decirlo? Su sangre anulaba mi cena y me hacía querer tumbarla en alguna parte para servirme un festín. Sí, exacto, estaba sediento. Y mi mirada se desvió un instante hacia su brazo antes de seguir sosteniendo la suya en la oscuridad de aquel callejón que probablemente ella no lo supiera, pero que carecía de salida por la dirección que tomábamos.
En cualquier caso ni siquiera me moví un milímetro de mi posición de espera, como en guardia, porque sabía que no había acabado de hablar, aunque para la perla de sabiduría auténtica que soltó después bien podía haberme ahorrado los momentos de espera, que uno podía ser inmortal (y de hecho lo era, punto para mí) pero lo que no era precisamente era paciente o deseoso de gastar su tiempo tan sumamente valioso en tonterías como lo era aquella. Que pasara una buena noche, decía... ¿Y ya estaba? En serio, su elocuencia estaba empezando a dejarme asombrado por la... calidad literaria, la eficacia del discurso y sobre todo por la cantidad de palabras y de ideas que contenía. Por favor, no tantas a la vez, que acabarás aturrullando mi cabeza y haciendo un lío... como que podía confundirme a mí, precisamente a mí...
Y como sus palabras daban tanto espacio a la observación, que además yo siempre llevaba a cabo de manera fiel y rigurosa, no pude evitar notar que se llevaba la mano al brazo en el que las marcas de mis dientes habían quedado marcadas cuando la había probado, así como también pude notar que no llegaba a apartar la vista de mí ni se giraba del todo para darme la espalda... chica lista. Si al final iba a resultar que aparte de pelo había algo dentro de esa cabecita, y todo, y la esperanza no estaba perdida del todo... Cosas de que mi gusto fuera tan bueno, que elegía tan bien que algo bueno y superior al resto de humanos tenía que tener la susodicha elegida.
Descrucé los brazos sobre el pecho, dejándolos caer en aparente tranquilidad a ambos lados de mi torso y dejando ver la extraña clase de chaleco cosido sin mangas negro que llevaba, aunque la tranquilidad que parecía verse por la postura era sólo nominal porque, con los años y la experiencia humana, nunca bajaba el estado de guardia. Siempre estaba en tensión, hasta en aquel momento en el que comencé a dar pasos rápidos en dirección a la gitanilla que se alejaba por la otra cara del callejón, y el silencio que acompañaba a los pasos era tal que probablemente no se diera cuenta de que estaba a su altura hasta que no abriera la boca, cosa que sucedería en breves porque estaba demasiado en bandeja la oportunidad de soltar un comentario de los míos como para dejarla pasar. Ella, que me liaba.
– Supones, supones... ¿Y ya está? ¿Te libro de pura bazofia inútil cuya utilidad en la vida es menor que la de una mota de polvo y sólo supones un agradecimiento? ¿Qué pasa con la gente de esta ciudad, por el amor de Satán? Ni cuando se os hace un favor sois capaces de reconocerlo... – le dije, encogiéndome de hombros de manera teatral y poniendo los ojos en blanco antes de clavarlos en ella, entrecerrados y analíticos, fríos como solían.
– Al menos dame un nombre, a no ser que prefieras que te llame Rosalinda de las Flores Silvestres del Campo... – añadí, mirándola aún a los ojos y caminando a su lado sin abandonar el toque animal de mis movimientos, toque que combinaba con la mirada hambrienta de mis ojos al dirigirla a ella porque su sangre... ¿cómo decirlo? Su sangre anulaba mi cena y me hacía querer tumbarla en alguna parte para servirme un festín. Sí, exacto, estaba sediento. Y mi mirada se desvió un instante hacia su brazo antes de seguir sosteniendo la suya en la oscuridad de aquel callejón que probablemente ella no lo supiera, pero que carecía de salida por la dirección que tomábamos.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
No, él no podía dejarlo solo así. Había sido un inútil intento por su parte para intentar terminar la noche de la mejor manera posible, pero había sido consciente de que únicamente un milagro haría que el vampiro se volviera por donde había venido. Si había algo que sabía de ellos es que eran persistentes. Persistentes hasta el límite de conseguir lo que buscaban fuera por la buena o fuera por la mala. Algo le decía, el instinto de supervivencia seguramente, que tenía que alejarse de él todo lo posible. No necesitaba ser demasiado lista para darse cuenta de que el hombre, el vampiro, no sabía bien cómo referirse a él, quizá incluso “el ser”, que en ese momento caminaba a su lado buscaba algo. Se lamió por un momento pensativa los labios, los cuales estaban resecos por el simple hecho que el corazón la latía demasiado rápidamente, consciente de cada uno de los movimientos de él.
Esos movimientos: felinos, letales, perfectos, majestuosos. Esos movimientos que parecía que estuviera danzando en vez de moverse, como si todo para él resultara mucho más fácil. Esos movimientos que por un momento le provocaron una imagen del pasado de un ser similar que caminaba en vez de por un callejón adoquinado por en medio de un claro de un bosque. Si no fuera porque su aspecto era completamente diferente, casi hubiera jurado que eran la misma persona. Ese hecho no le tranquilizó en absoluto. Esperaba, casi rezaba aunque debía reconocer que no al Dios cristiano, que no fuera así. Su razón le decía que eran dos personas diferentes y que esos movimientos eran más por lo que el ser era que por la persona en sí. Para ella el vampiro que había matado a su familia estaba muerta, al menos no le habían dicho lo contrario, él no lo había hecho. Que desde que hubiera vuelto al continente sintiera el cosquilleo desagradable en la nuca no significaba que fuera él. Había miles de seres de la noche, quizá no tanto, pero sí lo suficiente como para que resultara absurdo pensar que se volverían a encontrar… si es que estaba vivo.
Él no le había dicho que lo estuviera y confiaba en el licántropo que la había salvado el pellejo, al menos eso era lo que ella creía.
—Resultaría mucho más eficaz y creíble esa muestra de “amor propio lastimado” si no supiera lo que es. —el tono era tranquilo, cuando se detuvo y en un movimiento fluido se puso delante de él frente a frente, aunque tuviera que alzar ligeramente la barbilla para poder mirarle a los ojos al ser más alto que ella. —¿Qué es lo que quiere? Si es un gracias, bien, gracias, ha sido muy amable por salvarme de un mosquito que si no llega a ser por su brillante intervención seguramente hubiera terminado con la imposibilidad de traer más bastardos a esta tierra. —apretó brevemente los dientes. Lo que estaba haciendo no era precisamente los más inteligente del mundo. Si hubiera sido un humano normal y corriente, no le hubiera importado, pero estaba en la posición exacta para que él se cansara, la cogiera del cuello y la estampara contra la pared, esa posibilidad la aterraba por que se parecía demasiado a la que ya había pasado con anterioridad. Dio un paso hacia atrás como si tal cosa y entrecerró los ojos verdes. —Usted tampoco me ha dado un nombre, ¿por qué debo ser yo la primera en hacerlo? Aunque viendo el horroroso nombre que se ha inventado en un momento…—arrugó la nariz en un mohín contrariado. —Gealach, estaría bien.
Era su segundo nombre, aquel que significaba Luna. No mucha gente lo tenía y menos sabían su significado. Era una estupidez habérselo dicho, pero algo le impedía decirle su nombre. ¿Qué demonios? Ni siquiera le debería haber contestado, pero la puñetera curiosidad estaba presente, esa curiosidad que la impelía a estar allí delante de él con el cuerpo recto, la barbilla erguida y su mirada en los ojos de él, cuando todo el mundo le había dicho que no debía mirar a un vampiro, que hacerlo directamente a los ojos era, cuando menos, estúpido.
Esos movimientos: felinos, letales, perfectos, majestuosos. Esos movimientos que parecía que estuviera danzando en vez de moverse, como si todo para él resultara mucho más fácil. Esos movimientos que por un momento le provocaron una imagen del pasado de un ser similar que caminaba en vez de por un callejón adoquinado por en medio de un claro de un bosque. Si no fuera porque su aspecto era completamente diferente, casi hubiera jurado que eran la misma persona. Ese hecho no le tranquilizó en absoluto. Esperaba, casi rezaba aunque debía reconocer que no al Dios cristiano, que no fuera así. Su razón le decía que eran dos personas diferentes y que esos movimientos eran más por lo que el ser era que por la persona en sí. Para ella el vampiro que había matado a su familia estaba muerta, al menos no le habían dicho lo contrario, él no lo había hecho. Que desde que hubiera vuelto al continente sintiera el cosquilleo desagradable en la nuca no significaba que fuera él. Había miles de seres de la noche, quizá no tanto, pero sí lo suficiente como para que resultara absurdo pensar que se volverían a encontrar… si es que estaba vivo.
Él no le había dicho que lo estuviera y confiaba en el licántropo que la había salvado el pellejo, al menos eso era lo que ella creía.
—Resultaría mucho más eficaz y creíble esa muestra de “amor propio lastimado” si no supiera lo que es. —el tono era tranquilo, cuando se detuvo y en un movimiento fluido se puso delante de él frente a frente, aunque tuviera que alzar ligeramente la barbilla para poder mirarle a los ojos al ser más alto que ella. —¿Qué es lo que quiere? Si es un gracias, bien, gracias, ha sido muy amable por salvarme de un mosquito que si no llega a ser por su brillante intervención seguramente hubiera terminado con la imposibilidad de traer más bastardos a esta tierra. —apretó brevemente los dientes. Lo que estaba haciendo no era precisamente los más inteligente del mundo. Si hubiera sido un humano normal y corriente, no le hubiera importado, pero estaba en la posición exacta para que él se cansara, la cogiera del cuello y la estampara contra la pared, esa posibilidad la aterraba por que se parecía demasiado a la que ya había pasado con anterioridad. Dio un paso hacia atrás como si tal cosa y entrecerró los ojos verdes. —Usted tampoco me ha dado un nombre, ¿por qué debo ser yo la primera en hacerlo? Aunque viendo el horroroso nombre que se ha inventado en un momento…—arrugó la nariz en un mohín contrariado. —Gealach, estaría bien.
Era su segundo nombre, aquel que significaba Luna. No mucha gente lo tenía y menos sabían su significado. Era una estupidez habérselo dicho, pero algo le impedía decirle su nombre. ¿Qué demonios? Ni siquiera le debería haber contestado, pero la puñetera curiosidad estaba presente, esa curiosidad que la impelía a estar allí delante de él con el cuerpo recto, la barbilla erguida y su mirada en los ojos de él, cuando todo el mundo le había dicho que no debía mirar a un vampiro, que hacerlo directamente a los ojos era, cuando menos, estúpido.
Éabann G. Dargaard- Gitano
- Mensajes : 205
Fecha de inscripción : 09/05/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
No necesitaba ser un vampiro de más de mil años para saber de sobra que estaba nerviosa. Sólo necesitaba ser, como lo era, un experto en lenguaje corporal, que hablaba siempre más que las personas que lo portaban... y ya ni te cuento si las personas tenían la elocuencia de Éabann, digna sólo de ser comparada con la de los grandes maestros de retórica. Saber analizar las expresiones y los gestos y mantener los tuyos más o menos neutrales ayudaba de tal manera que era capaz de saber que estaba nerviosa mientras que yo sólo estaba al acecho, como siempre. Permitía descubrir que no estaba tan aparentemente serena como pretendía hacerme creer... a mí. Era como si un niño de apenas años de vida quisiera enseñarle a un adulto algo que era mentira, haciéndoselo pasar por algo real: inútil, infructuoso y auténticamente hilarante. Vamos, que ella tratando de aparentar dignidad y frialdad era tan eficaz como intentar atravesar el escudo de un hoplita utilizando un grano de arroz... y quizá hasta estaba siendo muy generoso al hacer la comparación.
La conocía, a raíz de mi observación, lo suficientemente bien como para saber que no iba a dejar pasar aquello y que iba a entrar al juego. Era lo suficientemente bueno tejiendo mis trampas (y en todo, en realidad) como para saber que era cuestión de tiempo que cayera en la que había trazado con mis palabras, y como había previsto saltó directa a ella, enarbolando la originalísima baza de criticar mi propia acción de “amor propio herido”, según la había llamado. Casi me hizo desear ponerme a reírme en su cara, pero si el plan era comérmela (literalmente o no, quién sabe...), no era la mejor opción reírme de ella en su cara. Mujeres... siempre con detalles tan insignificantes que hacen las cosas más difíciles de lo que son en realidad. Quizá por eso me gustaban tanto... sería algo digno de preguntármelo alguna vez, la verdad.
Y su perorata siguió, restándole importancia al mismo que la había hecho recurrir a una amenaza bastante cutre y acabando por decirme un nombre que no era exactamente el que recordaba de ella. Éabann seguro que se llamaba, y si había preguntado había sido más bien por la supuesta cordialidad que la época ordenaba entre dos desconocidos, y no porque no supiera cuál era. Pero ella no había dicho Éabann, sino que había dicho Gealach, un nombre que no me sonaba recordar y que, a la vez, sí... ¿Solución? Sonreír, asentir como si me lo creyera y seguir mirándola mientras ella se giraba para quedarse mirándome frente a frente.
– Lo que soy... ¿y qué es lo que soy, si puede saberse? Me han llamado tantas cosas a lo largo del tiempo que realmente me plantearía premiarte si me dijeras algo original, aunque honestamente no creo que vayas a hacerlo. Y ahórrate el trato de formalidad, ¿quieres? Aburre. – le dije, alzando las cejas para dar vehemencia y (falsa) expresividad a mis palabras mientras no apartaba la fría vista de ella. Eso era lo único que contrastaba con mis palabras y lo único que revelaba que no había bajado aún la guardia: lo único que podía darle la sensación de que mi actuación estaba siendo precisamente eso, por muy bien que mintiera y lo vehementes que habían sonado mis palabras.
– Y no sé, ¿qué crees tú que quiero? ¿Lo mismo que a quien he espantado, quizá? Aunque debería bastarte mirarnos a los dos para ver la diferencia... y permíteme discrepar respecto a la importancia del mosquito. Mota de polvo le llamaría yo, aunque no te deja en muy buen lugar haber tenido que llegar a una amenaza verbal cuando yo sólo con un gesto ya le he hecho irse. Diferencias de nivel, aunque algo me dice que volverá... su inteligencia inexistente no le da para más. – añadí, con una mueca de falsa inocencia que se transformó en una calculadora cuando comencé a acercarme a ella con movimientos felinos, acorralándola contra la pared al obligarla a retroceder por puro miedo o por puro lo que fuera.
Sólo cuando ella estuvo pegada a la pared y yo a una distancia muy poco recomendable para los cánones de la época, esos que me encantaba saltarme, volví a torcer la boca en una media sonrisa maliciosa y juguetona, que era mi expresión más utilizada y la que más y mejor me definía casi siempre.
– Escipión. Ese nombre estaría bien... – si estuvieras hablando el mismo yo que hacía lo menos quinientos años, pero si ella no me había dado el auténtico nombre por el que se la conocía no iba a ser yo diferente. Cada uno recoge lo que siembra, y ella había sembrado mentiras... más de las habituales, claro está, que ni que hubiera hecho yo, precisamente yo, voto de sinceridad, sino más bien todo lo contrario.
Con una de las manos agarré el brazo en el que yo mismo la había mordido hacía tanto tiempo y lo alcé hasta la altura de mi rostro, con el brazalete que ocultaba la piel de su brazo de la vista en primer plano de visión. Aquel brazalete estaba impregnado de su esencia, y me hacía tener aún más ganas de reabrir las cicatrices que tenía ocultas para dejar la sangre correr por su brazo... deliciosa. Un simple banquete que ayudaría mucho a mi hambre de aquella noche, despertada gracias a ella.
Unos pasos rompieron el silencio de hasta aquel momento; unos pasos que se estaban dirigiendo, en la oscuridad del callejón, hasta donde estábamos Éabann (o Gealach, como le hiciera ilusión que la llamara, aunque seguía apostando en mi fuero interno por Rosalinda) y yo y unos pasos que eran indiscutiblemente humanos, además de que estaban acompañados por aquella peste a alcohol que había precedido al borracho de antes. Oh, qué bonito, ¡el borracho tiene amiguitos borrachuelos! ¡Qué felicidad! Y menudo incordio tener que aguantar a tres idiotas en vez de a uno, pero así es la noche parisina. Un muermo.
La conocía, a raíz de mi observación, lo suficientemente bien como para saber que no iba a dejar pasar aquello y que iba a entrar al juego. Era lo suficientemente bueno tejiendo mis trampas (y en todo, en realidad) como para saber que era cuestión de tiempo que cayera en la que había trazado con mis palabras, y como había previsto saltó directa a ella, enarbolando la originalísima baza de criticar mi propia acción de “amor propio herido”, según la había llamado. Casi me hizo desear ponerme a reírme en su cara, pero si el plan era comérmela (literalmente o no, quién sabe...), no era la mejor opción reírme de ella en su cara. Mujeres... siempre con detalles tan insignificantes que hacen las cosas más difíciles de lo que son en realidad. Quizá por eso me gustaban tanto... sería algo digno de preguntármelo alguna vez, la verdad.
Y su perorata siguió, restándole importancia al mismo que la había hecho recurrir a una amenaza bastante cutre y acabando por decirme un nombre que no era exactamente el que recordaba de ella. Éabann seguro que se llamaba, y si había preguntado había sido más bien por la supuesta cordialidad que la época ordenaba entre dos desconocidos, y no porque no supiera cuál era. Pero ella no había dicho Éabann, sino que había dicho Gealach, un nombre que no me sonaba recordar y que, a la vez, sí... ¿Solución? Sonreír, asentir como si me lo creyera y seguir mirándola mientras ella se giraba para quedarse mirándome frente a frente.
– Lo que soy... ¿y qué es lo que soy, si puede saberse? Me han llamado tantas cosas a lo largo del tiempo que realmente me plantearía premiarte si me dijeras algo original, aunque honestamente no creo que vayas a hacerlo. Y ahórrate el trato de formalidad, ¿quieres? Aburre. – le dije, alzando las cejas para dar vehemencia y (falsa) expresividad a mis palabras mientras no apartaba la fría vista de ella. Eso era lo único que contrastaba con mis palabras y lo único que revelaba que no había bajado aún la guardia: lo único que podía darle la sensación de que mi actuación estaba siendo precisamente eso, por muy bien que mintiera y lo vehementes que habían sonado mis palabras.
– Y no sé, ¿qué crees tú que quiero? ¿Lo mismo que a quien he espantado, quizá? Aunque debería bastarte mirarnos a los dos para ver la diferencia... y permíteme discrepar respecto a la importancia del mosquito. Mota de polvo le llamaría yo, aunque no te deja en muy buen lugar haber tenido que llegar a una amenaza verbal cuando yo sólo con un gesto ya le he hecho irse. Diferencias de nivel, aunque algo me dice que volverá... su inteligencia inexistente no le da para más. – añadí, con una mueca de falsa inocencia que se transformó en una calculadora cuando comencé a acercarme a ella con movimientos felinos, acorralándola contra la pared al obligarla a retroceder por puro miedo o por puro lo que fuera.
Sólo cuando ella estuvo pegada a la pared y yo a una distancia muy poco recomendable para los cánones de la época, esos que me encantaba saltarme, volví a torcer la boca en una media sonrisa maliciosa y juguetona, que era mi expresión más utilizada y la que más y mejor me definía casi siempre.
– Escipión. Ese nombre estaría bien... – si estuvieras hablando el mismo yo que hacía lo menos quinientos años, pero si ella no me había dado el auténtico nombre por el que se la conocía no iba a ser yo diferente. Cada uno recoge lo que siembra, y ella había sembrado mentiras... más de las habituales, claro está, que ni que hubiera hecho yo, precisamente yo, voto de sinceridad, sino más bien todo lo contrario.
Con una de las manos agarré el brazo en el que yo mismo la había mordido hacía tanto tiempo y lo alcé hasta la altura de mi rostro, con el brazalete que ocultaba la piel de su brazo de la vista en primer plano de visión. Aquel brazalete estaba impregnado de su esencia, y me hacía tener aún más ganas de reabrir las cicatrices que tenía ocultas para dejar la sangre correr por su brazo... deliciosa. Un simple banquete que ayudaría mucho a mi hambre de aquella noche, despertada gracias a ella.
Unos pasos rompieron el silencio de hasta aquel momento; unos pasos que se estaban dirigiendo, en la oscuridad del callejón, hasta donde estábamos Éabann (o Gealach, como le hiciera ilusión que la llamara, aunque seguía apostando en mi fuero interno por Rosalinda) y yo y unos pasos que eran indiscutiblemente humanos, además de que estaban acompañados por aquella peste a alcohol que había precedido al borracho de antes. Oh, qué bonito, ¡el borracho tiene amiguitos borrachuelos! ¡Qué felicidad! Y menudo incordio tener que aguantar a tres idiotas en vez de a uno, pero así es la noche parisina. Un muermo.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
La simple malicia parecía que acompañaba en cada uno de sus gestos al hombre que tenía delante. Los labios de la mujer se fruncieron con firmeza mientras que intentaba controlar lo incontrolable: su corazón, su cuerpo, su mirada. Dar muestras de valentía en vez de girarse y echar a correr estaban comenzando a ser una lucha que vencía en cada embate su fuerza de voluntad. Era como volver a meterse de lleno en una pesadilla que la acosaba por las noches en más de una ocasión, que provocaba que se levantara empapada en sudor, con el cabello oscuro pegado al rostro y las mantas envolviendo sus piernas revueltas, con un grito silencioso en la garganta. En cambio esa pesadilla era real, una pesadilla que la revolvía el estómago y la atenazaba la garganta. Aquella situación comenzaba a írsela de las manos, aunque en verdad ¿en algún momento no había sido así? ¿En algún momento había tenido el control de la situación?
Lo dudaba. Dudaba que hubiera tenido siquiera una oportunidad y eso le estaba poniendo también furiosa. Una furia que comenzaba a desatarse por debajo del temor y que la empezaba a envolver en un estallido mientras le miraba a los ojos apretando los dientes. Casi podía notar cómo estaba jugando con ella, pero ¿qué podía hacer una muchacha de veintitrés años contra un ser inmortal? Poca cosa. Sabía cuáles eran sus límites, unos límites que en ese momento comenzaban a difuminarse. Unos límites que no deseaba, que quería romper. En parte por su cabezonería innata, en parte porque no era una persona que se dejara someter con facilidad, Éabann se mantenía firme, una firmeza que se tambaleó cuando vio que se acercaba. En un acto instantáneo, reflejo casi, ella misma dio un paso hacia atrás volviendo a mantener la distancia que habían tenido en un primer momento.
La distancia era primordial si quería pensar con claridad, aunque pensar en ese momento comenzaba a estar provocando más bloqueos que una salida rápida de situación. Debería haber salido corriendo en primera opción, en vez de quedarse allí como una estúpida esperando… ¿qué demonios estaba esperando?
—No creo que le haga falta…—apretó los dientes al darse cuenta de cómo estaba hablando y finalmente, apretando los labios con obstinación comenzó de nuevo, podía darle ese pequeño capricho porque a ella misma tampoco es que le hicieran gracia las formalidades.—No hace falta que te diga qué eres, no soy como esos estúpidos entre los que te puedes pasear como si fueras uno más de ellos. No lo eres. —le miró a los ojos, andando hacia atrás a cada paso que él avanzaba hacia delante casi como si se encontraran en una coreografía prefijada. —He escuchado historias sobre los tuyos y puedo asegurar que dudo mucho que lo que intentes sea lo mismo que el borracho. —su espalda llegó entonces a apoyarse contra la pared y miró por un momento hacia atrás. Maldijo entre dientes, al darse cuenta de que al final había terminado acorralada. —Supongo que yo no tengo la apariencia de un animal a punto de saltar y devorar al personal, por muy tranquilo que parezca. Cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta de que eres peligroso.
Cuando la sujetó del brazo ahogó una exclamación e intentó soltarse, no hacía mucho del encuentro con Amaris en el circo donde su padre le había sujetado con fuerza por ese mismo brazo, lo tenía amoratado y dolorido, nada agradable. Además, siempre le ponía nerviosa que alguien le sujetara de esa manera. Su nombre llegó, sí, como en una bruma. Escipión. Creía haber leído algo, sí, en la biblioteca en Londres, sobre un general romano de hacía mucho tiempo. No era capaz de saber exactamente cuánto. Su forma de medir el tiempo en parte difería de la de aquellos que estaban acostumbrados a vivir entre casas de piedra. Apretó los dientes, haciendo un gesto con el brazo para soltarse al mismo tiempo que escuchaba los pasos acercarse.
¿Realmente alguien era tan estúpido como para volver después de…?
—Estaban aquí, ese chulo y la puta gitana. Se metieron por entre las sombras. Si nos damos prisa podremos encontrarlos.
Hablaba de forma tomada por el alcohol, pero era la misma voz. Definitivamente sí que había personas lo suficientemente estúpidas como para no saber darse cuenta de qué le había perdonado la vida.
¿Qué haría Éabann? Miró al hombre, al vampiro, que la estaba sujetando y después hacia el grupo de hombres que en ese momento se iban haciendo más visibles. Estaba en una encrucijada, ninguna de las dos opciones parecían la más viable, ninguna de las dos opciones era la sensata.
—Idiotas. —susurró al final, mirando a los hombres al tiempo que se revolvía por un momento. Algo le decía que al final iba a tener que salir de allí derramando sangre lo que no es que le apasionara de manera especial.
Lo dudaba. Dudaba que hubiera tenido siquiera una oportunidad y eso le estaba poniendo también furiosa. Una furia que comenzaba a desatarse por debajo del temor y que la empezaba a envolver en un estallido mientras le miraba a los ojos apretando los dientes. Casi podía notar cómo estaba jugando con ella, pero ¿qué podía hacer una muchacha de veintitrés años contra un ser inmortal? Poca cosa. Sabía cuáles eran sus límites, unos límites que en ese momento comenzaban a difuminarse. Unos límites que no deseaba, que quería romper. En parte por su cabezonería innata, en parte porque no era una persona que se dejara someter con facilidad, Éabann se mantenía firme, una firmeza que se tambaleó cuando vio que se acercaba. En un acto instantáneo, reflejo casi, ella misma dio un paso hacia atrás volviendo a mantener la distancia que habían tenido en un primer momento.
La distancia era primordial si quería pensar con claridad, aunque pensar en ese momento comenzaba a estar provocando más bloqueos que una salida rápida de situación. Debería haber salido corriendo en primera opción, en vez de quedarse allí como una estúpida esperando… ¿qué demonios estaba esperando?
—No creo que le haga falta…—apretó los dientes al darse cuenta de cómo estaba hablando y finalmente, apretando los labios con obstinación comenzó de nuevo, podía darle ese pequeño capricho porque a ella misma tampoco es que le hicieran gracia las formalidades.—No hace falta que te diga qué eres, no soy como esos estúpidos entre los que te puedes pasear como si fueras uno más de ellos. No lo eres. —le miró a los ojos, andando hacia atrás a cada paso que él avanzaba hacia delante casi como si se encontraran en una coreografía prefijada. —He escuchado historias sobre los tuyos y puedo asegurar que dudo mucho que lo que intentes sea lo mismo que el borracho. —su espalda llegó entonces a apoyarse contra la pared y miró por un momento hacia atrás. Maldijo entre dientes, al darse cuenta de que al final había terminado acorralada. —Supongo que yo no tengo la apariencia de un animal a punto de saltar y devorar al personal, por muy tranquilo que parezca. Cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta de que eres peligroso.
Cuando la sujetó del brazo ahogó una exclamación e intentó soltarse, no hacía mucho del encuentro con Amaris en el circo donde su padre le había sujetado con fuerza por ese mismo brazo, lo tenía amoratado y dolorido, nada agradable. Además, siempre le ponía nerviosa que alguien le sujetara de esa manera. Su nombre llegó, sí, como en una bruma. Escipión. Creía haber leído algo, sí, en la biblioteca en Londres, sobre un general romano de hacía mucho tiempo. No era capaz de saber exactamente cuánto. Su forma de medir el tiempo en parte difería de la de aquellos que estaban acostumbrados a vivir entre casas de piedra. Apretó los dientes, haciendo un gesto con el brazo para soltarse al mismo tiempo que escuchaba los pasos acercarse.
¿Realmente alguien era tan estúpido como para volver después de…?
—Estaban aquí, ese chulo y la puta gitana. Se metieron por entre las sombras. Si nos damos prisa podremos encontrarlos.
Hablaba de forma tomada por el alcohol, pero era la misma voz. Definitivamente sí que había personas lo suficientemente estúpidas como para no saber darse cuenta de qué le había perdonado la vida.
¿Qué haría Éabann? Miró al hombre, al vampiro, que la estaba sujetando y después hacia el grupo de hombres que en ese momento se iban haciendo más visibles. Estaba en una encrucijada, ninguna de las dos opciones parecían la más viable, ninguna de las dos opciones era la sensata.
—Idiotas. —susurró al final, mirando a los hombres al tiempo que se revolvía por un momento. Algo le decía que al final iba a tener que salir de allí derramando sangre lo que no es que le apasionara de manera especial.
Éabann G. Dargaard- Gitano
- Mensajes : 205
Fecha de inscripción : 09/05/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Y su gran alarde de originalidad a la hora de enfrentarse a la realidad de que era un vampiro consistió en, señoras y señores, irse por los verdes cerros de Europa central e ignorar el tema de mala manera. Que conste que yo eso no lo consideraba como algo original y que no me valía para darle el premio que le había sugerido, que consistía en no beber su sangre. ¿El porqué de un premio como aquel, que chocaba de tal manera con mis intereses? Sabía de sobra que no iba a poder ser original al llamarme vampiro, básicamente porque no hay demasiadas maneras de hacerlo que no se hayan oído si llevas vivo tanto tiempo como yo. Chupasangre está muy trillado; sanguijuela es muy propio de los asquerosos lobos que corrompían el mundo de los sobrenaturales con su debilidad y poca presencia; vampiro es el título genérico; inmortal es un hecho obvio porque éramos incapaces de morir de forma natural... Una serie de nombres que designaban de forma parcial a seres que los humanos no entendían, ¿y cómo podrían hacerlo? Éramos mejores que ellos, se mirara por donde se mirara, y seres limitados no pueden abarcar nunca a un ser infinitamente superior a ellos, de la misma manera que una gacela no puede mirar de forma objetiva a un león.
Y hablando de leones y de gacelas, yo seguía sosteniendo el brazo de Éabann a mi ritmo mientras los pasos y el olor a alcohol reinaban cada vez más en el callejón, casi haciendo que pusiera los ojos en blanco porque casos como aquellos revelaban que la estupidez humana no tenía límites. A veces hasta me avergonzaba haber sido uno de ellos, pero lo compensaba el hecho de que había evolucionado hasta ser algo mejor, hasta ser Ciro en vez de Pausanias, porque mi antiguo yo no tenía nada que ver con el actual y eso era un hecho.
– Cualquiera con dos dedos de frente excluye obviamente al ser de antes, que no es capaz de darse cuenta de absolutamente nada y encima se trae a gente de su calaña para que corran su misma suerte. – le dije, mirando en dirección a la salida del callejón en la que el hombre de antes volvía a hacer acto de presencia, acompañado sin embargo de dos intentos de personas que eran más músculo que cabeza y que parecían ser algo así como sus protectores... típico. Desde siempre los débiles se habían escudado en seres más fuertes, y yo había sido de las pocas excepciones regias de mi tiempo en las que yo podía defenderme por mí mismo. Por algo había sido criado como un espartiata, y no como un niño llorón o borracho como era aquel tipo.
Soltar el brazo de Éabann no costó demasiado, y girarme en dirección a ellos que enarbolaban palos y trozos de madera medio afilados además de cuchillos oxidados como si quisieran, de nuevo, enfrentarse a un hoplita con un grano de arroz tampoco lo hizo, aunque controlar la expresión para no echarme a reír en sus caras por lo tristes que eran ya lo hizo más, porque no había palabras para describir su patetismo en estado sumo. Con una mirada a los ojos de cada uno, ondas de dolor se expandían por sus mentes al hacer yo uso de un poder que sólo utilizaba cuando me habían tocado bastantes las narices, como era el caso. Cayeron los tres al suelo como sacos de patatas, retorciéndose por el dolor mientras yo permanecía inmóvil, inexpresivo y aún mirándoles fijamente, sin dejar de transmitirles cada vez más dolor.
– ¡Maldito demonio! ¡Déjanos en paz! – gritó uno de ellos, con las manos en la cabeza para tratar de frenar el dolor que les invadía. Y de no ser por que apestaban y no se merecían que alguien como yo les mordiera, hasta me habría planteado abrirles en canal allí en medio y beber de sus restos para que al menos hicieran algo útil con sus vidas, pero me controlé y lo único que hice fue poner expresión de inocencia suma, una que vista por cualquiera era tan factible como si de un niño se tratara.
– ¿Demonio yo? No, qué va... Ya quisieran los demonios ser como yo, o existir al menos. – respondí, con sorna e intensificando el dolor dentro de sus mentes hasta que, de pronto, lo detuve, haciendo que se levantaran y se fueran corriendo para aquella vez, seguro, no volver. Maldita escoria humana... en momentos como aquel era en los que más creía que la labor de los vampiros en el mundo era humanitaria para librarlo de basura inútil e infructuosa.
Giré la cabeza de nuevo hacia Éabann, sin cambiar lo más mínimo la expresión calculadora y fría de la cara y mirándola a los ojos, con la ceja levemente alzada.
– Idiotas, sí... Y quizá hasta te quedas corta a la hora de juzgar a seres como esos. Aunque negarte a decir en voz alta lo que soy no hace que me plantee darte el premio porque no eres ni serás la primera que lo sabe de sobra y no lo dice de una manera original. ¿Tanto pido? Sólo originalidad. – le dije, con voz falsamente afectada y sonriendo al final, justo antes de alzar la mano hasta uno de los mechones de su pelo y jugar con él entre los dedos, aprovechando que por la posición a la que habíamos vuelto ella seguía contra la pared y yo estaba cerca, muy cerca de ella.
El mechón de pelo girando y moviéndose entre los dedos desprendía la misma esencia que ella, el olor que como su sangre atraía inevitablemente, sobre todo a alguien que la había probado ya y que la había marcado para que no olvidara a quien pertenecía... quisiera ella o no.
– Así que has escuchado historias sobre “los míos” y cualquiera puede darse cuenta de que soy peligroso... ¿De verdad crees que yo soy como esos a los que llamas los míos, Gealach? Porque me defraudarías si pensaras así... – añadí, con falsa inocencia en la voz y manteniendo la mirada fría clavada en ella.
Y hablando de leones y de gacelas, yo seguía sosteniendo el brazo de Éabann a mi ritmo mientras los pasos y el olor a alcohol reinaban cada vez más en el callejón, casi haciendo que pusiera los ojos en blanco porque casos como aquellos revelaban que la estupidez humana no tenía límites. A veces hasta me avergonzaba haber sido uno de ellos, pero lo compensaba el hecho de que había evolucionado hasta ser algo mejor, hasta ser Ciro en vez de Pausanias, porque mi antiguo yo no tenía nada que ver con el actual y eso era un hecho.
– Cualquiera con dos dedos de frente excluye obviamente al ser de antes, que no es capaz de darse cuenta de absolutamente nada y encima se trae a gente de su calaña para que corran su misma suerte. – le dije, mirando en dirección a la salida del callejón en la que el hombre de antes volvía a hacer acto de presencia, acompañado sin embargo de dos intentos de personas que eran más músculo que cabeza y que parecían ser algo así como sus protectores... típico. Desde siempre los débiles se habían escudado en seres más fuertes, y yo había sido de las pocas excepciones regias de mi tiempo en las que yo podía defenderme por mí mismo. Por algo había sido criado como un espartiata, y no como un niño llorón o borracho como era aquel tipo.
Soltar el brazo de Éabann no costó demasiado, y girarme en dirección a ellos que enarbolaban palos y trozos de madera medio afilados además de cuchillos oxidados como si quisieran, de nuevo, enfrentarse a un hoplita con un grano de arroz tampoco lo hizo, aunque controlar la expresión para no echarme a reír en sus caras por lo tristes que eran ya lo hizo más, porque no había palabras para describir su patetismo en estado sumo. Con una mirada a los ojos de cada uno, ondas de dolor se expandían por sus mentes al hacer yo uso de un poder que sólo utilizaba cuando me habían tocado bastantes las narices, como era el caso. Cayeron los tres al suelo como sacos de patatas, retorciéndose por el dolor mientras yo permanecía inmóvil, inexpresivo y aún mirándoles fijamente, sin dejar de transmitirles cada vez más dolor.
– ¡Maldito demonio! ¡Déjanos en paz! – gritó uno de ellos, con las manos en la cabeza para tratar de frenar el dolor que les invadía. Y de no ser por que apestaban y no se merecían que alguien como yo les mordiera, hasta me habría planteado abrirles en canal allí en medio y beber de sus restos para que al menos hicieran algo útil con sus vidas, pero me controlé y lo único que hice fue poner expresión de inocencia suma, una que vista por cualquiera era tan factible como si de un niño se tratara.
– ¿Demonio yo? No, qué va... Ya quisieran los demonios ser como yo, o existir al menos. – respondí, con sorna e intensificando el dolor dentro de sus mentes hasta que, de pronto, lo detuve, haciendo que se levantaran y se fueran corriendo para aquella vez, seguro, no volver. Maldita escoria humana... en momentos como aquel era en los que más creía que la labor de los vampiros en el mundo era humanitaria para librarlo de basura inútil e infructuosa.
Giré la cabeza de nuevo hacia Éabann, sin cambiar lo más mínimo la expresión calculadora y fría de la cara y mirándola a los ojos, con la ceja levemente alzada.
– Idiotas, sí... Y quizá hasta te quedas corta a la hora de juzgar a seres como esos. Aunque negarte a decir en voz alta lo que soy no hace que me plantee darte el premio porque no eres ni serás la primera que lo sabe de sobra y no lo dice de una manera original. ¿Tanto pido? Sólo originalidad. – le dije, con voz falsamente afectada y sonriendo al final, justo antes de alzar la mano hasta uno de los mechones de su pelo y jugar con él entre los dedos, aprovechando que por la posición a la que habíamos vuelto ella seguía contra la pared y yo estaba cerca, muy cerca de ella.
El mechón de pelo girando y moviéndose entre los dedos desprendía la misma esencia que ella, el olor que como su sangre atraía inevitablemente, sobre todo a alguien que la había probado ya y que la había marcado para que no olvidara a quien pertenecía... quisiera ella o no.
– Así que has escuchado historias sobre “los míos” y cualquiera puede darse cuenta de que soy peligroso... ¿De verdad crees que yo soy como esos a los que llamas los míos, Gealach? Porque me defraudarías si pensaras así... – añadí, con falsa inocencia en la voz y manteniendo la mirada fría clavada en ella.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
La frialdad de su voz provocó que un escalofrío se deslizara por su espalda. Era como si no le importaran nada la vida de los humanos, pero ¿qué se esperaba? ¿Qué fuera un alma caritativa y bondadosa? Esa sí que hubiera sido toda una sorpresa, pero ¿un león podía ir en contra de su propia naturaleza? Lo dudaba. Dudaba que hubiera algo más que oscuridad en el hombre que tenía delante de ella y tenía que metérselo en la cabeza. Aunque desconfiaba de manera natural, sobre todo de los hombres, reconocía que siempre buscaba encontrar una chispa de luz. Estúpida. Eso era, una auténtica estúpida.
—El alcohol ha derretido las pocas ideas que hubiera podido tener en su vida. —respondió mientras miraba a los tres hombres con el ceño fruncido, los labios apretados formando una línea severa. —Siempre me he preguntado el por qué de esa afición por el alcohol que tienen algunos, cuando lo único que hace es volverles torpes, agresivos y estúpidos.
Aquello podía convertirse en un baño de sangre, pero una vez más el ser que estaba con ella en aquel callejón le sorprendió. Ni siquiera se inmuto, ni siquiera se movió. Había pensado que podría escabullirse en dirección a la salida si él lo hacía, si se entretenía con aquellos humanos. Supervivencia se llamaba. Se movió por un momento, buscando más distancia cuando él se giró hacia los humanos. A la luz de la luna pudo ver con claridad el brillo metálico de los cuchillos. ¿Pensaban en realidad que iban a poder hacer algo con aquello? En ese momento se dio cuenta de lo estúpida que había sido al pensar que quizá si le clavaba la daga… aunque, era una posibilidad que seguía ahí. Aunque la perdiera, aunque quizá no llegara ni siquiera a la boca del callejón, quizá pudiera darse la satisfacción ¿de qué? ¿De enfadarlo todavía más?
Con gesto de sorpresa la mujer pudo ver cómo los humanos caían al suelo sujetándose la cabeza como si un terrible dolor estuviera atravesándoles el cerebro. Aquello la dejó pálida mientras observaba, sin poder evitar que sus ojos se abrieran un poco más de lo habitual. Fueron unos segundos hasta que se esforzó por volver a recuperar su rosto más impasible. No quería que él viera cómo le había golpeado y sorprendido. ¿Cuántos poderes tendría el hombre que no conocía? En verdad se había metido en un problema que le sobrepasaba. Ella no tenía dones sobrenaturales más allá de los pocos otorgados por su sangre. Respiró hondo, intentando tranquilizarse y pensar con un mínimo de racionalizar. Dejarse llevar por el pánico solo iba a provocar que cometiera un error. Un error que podía ser fatal. Sus ojos verdes se apartaron a duras penas de los hombres que yacían en el suelo retorciéndose por el dolor.
—¿Tanto necesitas el reconocimiento? —preguntó entonces con el ceño fruncido mientras le miraba. —¿Tan aburrido estás? —negó brevemente para sí, mordiéndose la lengua de forma literal para controlar lo que estaba diciendo, para intentar hacerse entender a si misma que no era un humano el ser que tenía delante y que si perdía el control no iba a recibir solo un par de golpes. —Podría llamarte como lo han hecho, estoy segura, muchos de los humanos a lo largo de la historia: un frío, una sombra en la noche, un ángel nocturno, pero la verdad es que no dejas de ser un ser que te alimentas de sangre. No voy a decir que estás condenado porque está claro que no sientes que lo está y porque me resulta una palabra demasiado vinculada al cristianismo como para aceptarla. —fue ese el momento en el que cogió su mechón de pelo y le miró a los ojos. En un movimiento rápido alzó la mano para sujetarlo por la muñeca para detenerlo. No dejaba que le tocaran el pelo, únicamente a aquellas personas que significaban algo para ella, desde una amistad a otra cosa más profunda. Mantuvo la mano ahí notando la fortaleza que desprendía y la dureza de un cuerpo que parecía prácticamente mármol. —En existencia puede que lo seas, te mueves por algún tipo de magia, tomas sangre para sobrevivir, eres frío y letal. —le mantuvo la mirada, Escipión se llamaba, se tuvo que recordar. —Pero en esencia no te pareces en nada a lo que he escuchado. No... —se detuvo, lamiéndose los labios como si buscara la palabra precisa. —puedo imaginarme lo que eres capaz de hacer y eso no es algo que me ocurra.
Mierda, había dudado, su voz se había tambaleado y eso no le gustaba. Ella no dudaba, ni flaqueaba, ni buscaba que la otra persona la entendiera. No cuando su vida estaba en juego. No se había sentido tan insignificante en su vida, salvo el momento en el bosque y eso le ponía de mal humor. No le gustaba sentirse de esa manera, como si la otra persona pudiera controlarla con un chasquido de los dedos.
—El alcohol ha derretido las pocas ideas que hubiera podido tener en su vida. —respondió mientras miraba a los tres hombres con el ceño fruncido, los labios apretados formando una línea severa. —Siempre me he preguntado el por qué de esa afición por el alcohol que tienen algunos, cuando lo único que hace es volverles torpes, agresivos y estúpidos.
Aquello podía convertirse en un baño de sangre, pero una vez más el ser que estaba con ella en aquel callejón le sorprendió. Ni siquiera se inmuto, ni siquiera se movió. Había pensado que podría escabullirse en dirección a la salida si él lo hacía, si se entretenía con aquellos humanos. Supervivencia se llamaba. Se movió por un momento, buscando más distancia cuando él se giró hacia los humanos. A la luz de la luna pudo ver con claridad el brillo metálico de los cuchillos. ¿Pensaban en realidad que iban a poder hacer algo con aquello? En ese momento se dio cuenta de lo estúpida que había sido al pensar que quizá si le clavaba la daga… aunque, era una posibilidad que seguía ahí. Aunque la perdiera, aunque quizá no llegara ni siquiera a la boca del callejón, quizá pudiera darse la satisfacción ¿de qué? ¿De enfadarlo todavía más?
Con gesto de sorpresa la mujer pudo ver cómo los humanos caían al suelo sujetándose la cabeza como si un terrible dolor estuviera atravesándoles el cerebro. Aquello la dejó pálida mientras observaba, sin poder evitar que sus ojos se abrieran un poco más de lo habitual. Fueron unos segundos hasta que se esforzó por volver a recuperar su rosto más impasible. No quería que él viera cómo le había golpeado y sorprendido. ¿Cuántos poderes tendría el hombre que no conocía? En verdad se había metido en un problema que le sobrepasaba. Ella no tenía dones sobrenaturales más allá de los pocos otorgados por su sangre. Respiró hondo, intentando tranquilizarse y pensar con un mínimo de racionalizar. Dejarse llevar por el pánico solo iba a provocar que cometiera un error. Un error que podía ser fatal. Sus ojos verdes se apartaron a duras penas de los hombres que yacían en el suelo retorciéndose por el dolor.
—¿Tanto necesitas el reconocimiento? —preguntó entonces con el ceño fruncido mientras le miraba. —¿Tan aburrido estás? —negó brevemente para sí, mordiéndose la lengua de forma literal para controlar lo que estaba diciendo, para intentar hacerse entender a si misma que no era un humano el ser que tenía delante y que si perdía el control no iba a recibir solo un par de golpes. —Podría llamarte como lo han hecho, estoy segura, muchos de los humanos a lo largo de la historia: un frío, una sombra en la noche, un ángel nocturno, pero la verdad es que no dejas de ser un ser que te alimentas de sangre. No voy a decir que estás condenado porque está claro que no sientes que lo está y porque me resulta una palabra demasiado vinculada al cristianismo como para aceptarla. —fue ese el momento en el que cogió su mechón de pelo y le miró a los ojos. En un movimiento rápido alzó la mano para sujetarlo por la muñeca para detenerlo. No dejaba que le tocaran el pelo, únicamente a aquellas personas que significaban algo para ella, desde una amistad a otra cosa más profunda. Mantuvo la mano ahí notando la fortaleza que desprendía y la dureza de un cuerpo que parecía prácticamente mármol. —En existencia puede que lo seas, te mueves por algún tipo de magia, tomas sangre para sobrevivir, eres frío y letal. —le mantuvo la mirada, Escipión se llamaba, se tuvo que recordar. —Pero en esencia no te pareces en nada a lo que he escuchado. No... —se detuvo, lamiéndose los labios como si buscara la palabra precisa. —puedo imaginarme lo que eres capaz de hacer y eso no es algo que me ocurra.
Mierda, había dudado, su voz se había tambaleado y eso no le gustaba. Ella no dudaba, ni flaqueaba, ni buscaba que la otra persona la entendiera. No cuando su vida estaba en juego. No se había sentido tan insignificante en su vida, salvo el momento en el bosque y eso le ponía de mal humor. No le gustaba sentirse de esa manera, como si la otra persona pudiera controlarla con un chasquido de los dedos.
Éabann G. Dargaard- Gitano
- Mensajes : 205
Fecha de inscripción : 09/05/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
El olor de su pelo era lo que más cerca me tenía en aquel momento de beber su sangre, aunque por el momento sorprendentemente me estaba controlando más de lo que hubiera podido pensar en un primer momento. No porque no fuera capaz de controlarme, que lo era y mucho mejor que cualquier otro, sino más bien porque beber de su sangre era parte de la diversión y del plan de aquella noche porque, honestamente, las monjitas me habían sabido a muy poco. Su sangre era demasiado pura, y la carne de sus cuerpos que había mordido con mis colmillos para arrancarla y dejar paso al tesoro carmesí que escondían dentro de ellas era demasiado insípida. Sosa. Era sangre de quien no ha conocido la vida, sangre a la que le faltaba la esencia del pecado y de la vivacidad que por ser monjas no podían gozar.
La sangre de Éabann, al igual que su olor, estaba viva. Era una sangre con un aroma almizclado, salvaje, apetitoso. Era la típica sangre que atraía y que llamaba la atención en un grupo de mil esencias diferentes y que hacía que quisieras beber del portador hasta no dejar gota libre. Y por eso me sorprendía no estar bebiendo de ella, aunque si teníamos en cuenta que ella estaba cayendo poco a poco en mi trampa y que tarde o temprano volvería a tenerla a mi total disposición ni siquiera era algo valioso en lo que perder mi tiempo el asunto de lo que hacía o dejaba de hacer con ella. Y sus palabras... ah, sus palabras eran algo delicioso si querías echarte unas buenas risas, como ya tenía ganas de hacer por lo patético del humano que la había intentado atacar antes y su vuelta al callejón, casi como la segunda parte mala de un buen libro... y no es que a mí me gustara en exceso leer, pero sabía apreciar cuando un libro era bueno o no.
Sus palabras eran las palabras que ella utilizaba para tentarme a que la matara y las que me demostraban que no podía estarse con la boca cerrada (a no ser que tuviera otras cosas dentro, claro estaba...) a riesgo de ahogarse con el propio veneno de sus dardos de víbora. Estaba seguro de que si se mordía la lengua hasta se envenenaría y todo, y por eso era mejor que su lengua la mordiera yo para... ¿salvarla de su propio veneno? O simplemente catarlo y hacer que junto a su sangre pase a ser el postre del menú de la noche. Una idea mucho mejor, sin duda.
– ¿Aburrido? No puedes hacerte una idea, Gealach... Aunque tanto como necesitar el reconocimiento que sé que me merezco por razones obvias no, tampoco te pases en tus juicios que uno acertado por azar no va a hacerte mejor ni acertada en todos. Te queda tantísimo que aprender, gitanilla... – repliqué, mirándola a los ojos con curiosidad y frialdad a partes iguales, curiosidad que se vio compensada por ella diciendo lo que era.
Y no, no fue una muestra del más puro conocimiento en forma de perla saliendo por su boca, sino que fue una enumeración de los nombres más comunes por los que se conocía a los vampiros y una lista de la cual renegó para simplemente decirme que bebía sangre. Bravo, muy bien, ¿qué quieres al respecto por semejante deducción tan brillante que podría cambiar el futuro de la raza humana? Si tú misma has dicho que se notaba que era peligroso y que no era como los humanos, no es una deducción excesivamente complicada lo del vampiro, aunque un punto a su favor era negar la palabra condenado porque como bien había dicho ella misma no lo estaba. El vampirismo era una bendición, no una maldición en el sentido (aburridísimo e inútil) cristiano del término, sentido que odiaba a más no poder porque Dios no existía, estaba más que claro. Si lo hiciera, no mandaría a sus lacayos a solucionar sus problemas y tampoco permitiría el reinado y la existencia de criaturas de la noche, así que... Ciro gana. Como siempre, vamos, porque las ocasiones en las que yo no gano pueden contarse con los dedos de una mano.
Hablando de manos, ella alzó la suya para detener la mía en su cabello, como si no le gustara que lo tocara, y eso hizo que una sonrisa de corte diferente a las que había esbozado aquella noche apareciera, una traviesa que se combinó con la expresión de mis ojos mientras ella, por fin, hacía muestra de sentido común y dejaba de pretender que lo sabía todo de mí, e incluso admitía con su tono de voz que no sabía lo que era y que no era igual que los demás. Demasiadas deducciones obvias en muy poco rato, tendría que plantearme de verdad lo del premio.
– Bravo, muy bien, lo has hecho... ¿Tanto costaba admitirlo? Es un hecho obvio que puedes ver con los ojos, ni siquiera es algo que se escape de este mundo y de tu comprensión... Y si crees que por subir la mano voy a apartar la mía piensa otra vez, porque vas lista. – le dije, como una advertencia, antes de cambiar las tornas y coger yo su mano con relativa fuerza, poca para mí pero la suficiente para mantener la suya en su sitio sin que se moviera demasiado de mi control.
Con la misma expresión traviesa de antes sostuve de nuevo otro mechón de su pelo con la mano que tenía libre, jugando con él por pura cabezonería más que por que me apeteciera, porque lo que me apetecía era una cosa bastante más sangrienta y rojiza que ser medianamente delicado con ella. Y cuando ella iba a hacer el mismo movimiento de antes para quitar mi mano de su pelo, anduve más listo y sostuve ambas manos suyas por las muñecas con una mía, acariciando el brazalete que cubría uno de sus brazos. Ella estaba inmóvil y yo tenía el control: el sueño de cualquier persona con un mínimo de gusto, e iba a aprovechar esa situación para responder a uno de sus últimos comentarios.
Con rapidez suficiente para que ella no se lo esperara, puse el mechón detrás de su oreja y me acerqué a ella, agachándome porque era más alto que ella y sonriendo un instante sin que ella pudiera verme.
– Puedes imaginarte lo que soy capaz de hacer, y puede ocurrírsete eso mismo... Tan sólo tienes que buscar tus miedos más profundos y tus anhelos más escondidos, pues es lo que da vida y forma en tus pesadillas a los que se creen como yo y no son tales. Que lo que veas sea lo que quieras ver no puedo prometértelo, sin embargo, aunque a juzgar por todo no te parece ni tan malo lo que estás viendo... Éabann. – murmuré en su oído, en un susurro con la voz ronca y grave que siempre me salía y con cierto deje de mi propio dialecto espartano en el tono de las palabras. Y no lo había dicho por decir, sino más bien por la reacción de su propio cuerpo ya que siendo un experto (y hasta sin serlo) sabes que los escalofríos y ciertos detalles significan tanto miedo como atracción, que era lo que ella sentía en aquel momento aunque conscientemente no quisiera admitírselo. Allá ella.
La sangre de Éabann, al igual que su olor, estaba viva. Era una sangre con un aroma almizclado, salvaje, apetitoso. Era la típica sangre que atraía y que llamaba la atención en un grupo de mil esencias diferentes y que hacía que quisieras beber del portador hasta no dejar gota libre. Y por eso me sorprendía no estar bebiendo de ella, aunque si teníamos en cuenta que ella estaba cayendo poco a poco en mi trampa y que tarde o temprano volvería a tenerla a mi total disposición ni siquiera era algo valioso en lo que perder mi tiempo el asunto de lo que hacía o dejaba de hacer con ella. Y sus palabras... ah, sus palabras eran algo delicioso si querías echarte unas buenas risas, como ya tenía ganas de hacer por lo patético del humano que la había intentado atacar antes y su vuelta al callejón, casi como la segunda parte mala de un buen libro... y no es que a mí me gustara en exceso leer, pero sabía apreciar cuando un libro era bueno o no.
Sus palabras eran las palabras que ella utilizaba para tentarme a que la matara y las que me demostraban que no podía estarse con la boca cerrada (a no ser que tuviera otras cosas dentro, claro estaba...) a riesgo de ahogarse con el propio veneno de sus dardos de víbora. Estaba seguro de que si se mordía la lengua hasta se envenenaría y todo, y por eso era mejor que su lengua la mordiera yo para... ¿salvarla de su propio veneno? O simplemente catarlo y hacer que junto a su sangre pase a ser el postre del menú de la noche. Una idea mucho mejor, sin duda.
– ¿Aburrido? No puedes hacerte una idea, Gealach... Aunque tanto como necesitar el reconocimiento que sé que me merezco por razones obvias no, tampoco te pases en tus juicios que uno acertado por azar no va a hacerte mejor ni acertada en todos. Te queda tantísimo que aprender, gitanilla... – repliqué, mirándola a los ojos con curiosidad y frialdad a partes iguales, curiosidad que se vio compensada por ella diciendo lo que era.
Y no, no fue una muestra del más puro conocimiento en forma de perla saliendo por su boca, sino que fue una enumeración de los nombres más comunes por los que se conocía a los vampiros y una lista de la cual renegó para simplemente decirme que bebía sangre. Bravo, muy bien, ¿qué quieres al respecto por semejante deducción tan brillante que podría cambiar el futuro de la raza humana? Si tú misma has dicho que se notaba que era peligroso y que no era como los humanos, no es una deducción excesivamente complicada lo del vampiro, aunque un punto a su favor era negar la palabra condenado porque como bien había dicho ella misma no lo estaba. El vampirismo era una bendición, no una maldición en el sentido (aburridísimo e inútil) cristiano del término, sentido que odiaba a más no poder porque Dios no existía, estaba más que claro. Si lo hiciera, no mandaría a sus lacayos a solucionar sus problemas y tampoco permitiría el reinado y la existencia de criaturas de la noche, así que... Ciro gana. Como siempre, vamos, porque las ocasiones en las que yo no gano pueden contarse con los dedos de una mano.
Hablando de manos, ella alzó la suya para detener la mía en su cabello, como si no le gustara que lo tocara, y eso hizo que una sonrisa de corte diferente a las que había esbozado aquella noche apareciera, una traviesa que se combinó con la expresión de mis ojos mientras ella, por fin, hacía muestra de sentido común y dejaba de pretender que lo sabía todo de mí, e incluso admitía con su tono de voz que no sabía lo que era y que no era igual que los demás. Demasiadas deducciones obvias en muy poco rato, tendría que plantearme de verdad lo del premio.
– Bravo, muy bien, lo has hecho... ¿Tanto costaba admitirlo? Es un hecho obvio que puedes ver con los ojos, ni siquiera es algo que se escape de este mundo y de tu comprensión... Y si crees que por subir la mano voy a apartar la mía piensa otra vez, porque vas lista. – le dije, como una advertencia, antes de cambiar las tornas y coger yo su mano con relativa fuerza, poca para mí pero la suficiente para mantener la suya en su sitio sin que se moviera demasiado de mi control.
Con la misma expresión traviesa de antes sostuve de nuevo otro mechón de su pelo con la mano que tenía libre, jugando con él por pura cabezonería más que por que me apeteciera, porque lo que me apetecía era una cosa bastante más sangrienta y rojiza que ser medianamente delicado con ella. Y cuando ella iba a hacer el mismo movimiento de antes para quitar mi mano de su pelo, anduve más listo y sostuve ambas manos suyas por las muñecas con una mía, acariciando el brazalete que cubría uno de sus brazos. Ella estaba inmóvil y yo tenía el control: el sueño de cualquier persona con un mínimo de gusto, e iba a aprovechar esa situación para responder a uno de sus últimos comentarios.
Con rapidez suficiente para que ella no se lo esperara, puse el mechón detrás de su oreja y me acerqué a ella, agachándome porque era más alto que ella y sonriendo un instante sin que ella pudiera verme.
– Puedes imaginarte lo que soy capaz de hacer, y puede ocurrírsete eso mismo... Tan sólo tienes que buscar tus miedos más profundos y tus anhelos más escondidos, pues es lo que da vida y forma en tus pesadillas a los que se creen como yo y no son tales. Que lo que veas sea lo que quieras ver no puedo prometértelo, sin embargo, aunque a juzgar por todo no te parece ni tan malo lo que estás viendo... Éabann. – murmuré en su oído, en un susurro con la voz ronca y grave que siempre me salía y con cierto deje de mi propio dialecto espartano en el tono de las palabras. Y no lo había dicho por decir, sino más bien por la reacción de su propio cuerpo ya que siendo un experto (y hasta sin serlo) sabes que los escalofríos y ciertos detalles significan tanto miedo como atracción, que era lo que ella sentía en aquel momento aunque conscientemente no quisiera admitírselo. Allá ella.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Los humanos habían pasado a un segundo plano. La mirada de él era prácticamente hipnótica y ella necesitaba seguirla, como asegurándose de esa manera de lo próximo que iba a hacer, aunque algo le advertía que cuando él se moviera ella no iba a tener ni una sola posibilidad. Comenzaba a odiar esa maldita sensación, ser una simple humana delante de un ser que podría aplastarla con un dedo como si fuera una simple hormiga. Nunca le había ocurrido algo parecido, esa sensación en el estómago que provocaba nervios y, en el fondo, una cierta expectativa. No sabía qué esperar, era como si estuviera jugando al gato y al ratón con ella, como si buscara presionarla. Para una persona como Éabann que estaba acostumbrada a catalogar con rapidez a la otra persona, el vampiro se le escapaba por completo del entendimiento y eso la frustraba, en cierta manera la provocaba curiosidad. Y esa curiosidad no era para nada sana. Esa curiosidad se movía al mismo tiempo, pero de forma completamente, a l temor que sentía en el fondo, ese temor que bajaba y subía con cada uno de los movimientos de él y de sus palabras. No era estático, ni mucho menos, sino que fluctuaba pasando del simple cosquilleo advirtiéndola del peligro a unos índices que rayaban en el pánico.
Hasta esa noche, había estado completamente segura de que su vida podía mejorar, pero en ese momento le parecía todo fantasioso, como una neblina. En ese momento la vida se le presentaba excesivamente corta, dependiente de los deseos y caprichos de un ser inmortal. De un ser que había vivido seguramente más tiempo de lo que ella siquiera pudiera llegar a imaginar, más acontecimientos y vidas humanas de lo que nadie tenía derecho a vivir. Habría conocido a personas de todo tipo, hasta llegar al hastío que parecía que residía en cada una de sus palabras, en cada uno de sus gestos. ¿Cómo no podía ser de otra manera? ¿Quién no terminaría pensando que la eternidad no era otra cosa que una cadena de sucesos que tendían a repetirse? Parpadeó una vez, dos, mientras le escuchaba hablar.
—Ya veo que el ego que tienes es tremendo. —respondió sin más, mirándole ladeando por un momento el rostro. —Y no es fingido como suele ocurrir la mayor parte de las ocasiones, de esos petimetres que pueblan las reuniones sociales. —no, no lo era, siquiera pensarlo era como insultarlo. Él no fingía ser mejor que el resto, él directamente lo era y lo sabía. Eso la ponía más nerviosa si era posible. Nerviosismo que se convirtió en una mueca de cierto desagrado mientras fruncía el ceño en un gesto que reflejaba con total claridad en su rostro la consternación por sus palabras. La barbilla se alzó en un gesto automático, el maldito orgullo podía ser algo que perdiera a un hombre o a una mujer. Aun existían momentos en los que el cruce de espadas se hacían al amanecer… o de armas de fuego. Parecía como si la humanidad no hubiera perdido ese hecho tan obvio, el honor, que aunque dijeran que una mujer no tenía, estaba presente en la mujer morena de ojos verdes, ojos que en ese momento relampaguearon sin poder evitarlo. —No me gusta que me toquen el pelo, aunque ya veo que te da lo mismo. —¿y por qué iba a importarle lo más mínimo lo que ella dijera? Apretó con fuerza los labios un instante, antes de volver a hablar con rapidez y sin pensar. —No me cuesta admitir cuando hierro en un juicio, suelo hacerlo, pero no es algo que me ocurra con frecuencia. Y no me gusta que me lo restrieguen por la cara.
Necesitaba callarse, un silencio que impidiera que dijera más sandeces por minuto, pero la valentía que no estaba muy segura de donde había salido hablaba por ella. Valentía que podría confundirse con estupidez, pero se negaba a doblegarse. Una estupidez que había hecho que volviera a alzar la mano sin aprender la lección y en ese momento tenía ambas muñecas apresadas. La posición no era precisamente la mejor, se sentía indefensa y cuando él se movió hacia delante intentó controlar la respiración que se aceleró lo mismo que los latidos del corazón que parecía que se fueran a salir de su pecho con la rapidez con la que alateaban contra el mismo. Sus palabras fueron dichas como si fuera un susurro. Un susurro que podía escuchar con total claridad al tiempo que su aliento parecía quemarle en el lóbulo de la oreja. Más allá del mensaje, fue la última palabra lo que provocó que se tensara con si fuera la cuerda de un piano durante unos instantes, antes de que buscara soltarse, que tensara las muñecas como si con esa simple presión pudiera hacerlo aunque le doliera en el intento. Los ojos que se habían cerrado como por acto reflejo se abrieron y buscó su mirada sin pensar.
—¿Cómo demonios…? —que no fuera cristiana no significaba que no hubiera aprendido a “maldecir” con palabras que les correspondían y además los “entes malévolos” siempre habían estado presentes en todas las culturas, llevaran el nombre que llevaran. ¿Se habría metido en su mente? ¿Era eso? Intentó controlar el torrente de pensamientos que parecían querer desbordar su mente. —Sabías mi nombre desde el principio ¿verdad?. —apretó los dientes. Había estado a punto de espetarle un “Quién eres tú” en plena cara, pero algo le decía que no estaba preparada para contestar la respuesta.
Como tampoco estaba preparada para pensar en esas reacciones que él había insinuado en sus palabras y que estaban presentes. Algo le atraía y le provocaba a una mima vez rechazo. Las razones no las sabía, ni las comprendía, pero estaban ahí presentes. Apretó una vez más los labios, mientras le miraba, siendo demasiado consciente del cuerpo del hombre que le impedía moverse y de la sucia pared que tenía a su espalda.
No sabía cuál de ambas superficies era más fría.
Hasta esa noche, había estado completamente segura de que su vida podía mejorar, pero en ese momento le parecía todo fantasioso, como una neblina. En ese momento la vida se le presentaba excesivamente corta, dependiente de los deseos y caprichos de un ser inmortal. De un ser que había vivido seguramente más tiempo de lo que ella siquiera pudiera llegar a imaginar, más acontecimientos y vidas humanas de lo que nadie tenía derecho a vivir. Habría conocido a personas de todo tipo, hasta llegar al hastío que parecía que residía en cada una de sus palabras, en cada uno de sus gestos. ¿Cómo no podía ser de otra manera? ¿Quién no terminaría pensando que la eternidad no era otra cosa que una cadena de sucesos que tendían a repetirse? Parpadeó una vez, dos, mientras le escuchaba hablar.
—Ya veo que el ego que tienes es tremendo. —respondió sin más, mirándole ladeando por un momento el rostro. —Y no es fingido como suele ocurrir la mayor parte de las ocasiones, de esos petimetres que pueblan las reuniones sociales. —no, no lo era, siquiera pensarlo era como insultarlo. Él no fingía ser mejor que el resto, él directamente lo era y lo sabía. Eso la ponía más nerviosa si era posible. Nerviosismo que se convirtió en una mueca de cierto desagrado mientras fruncía el ceño en un gesto que reflejaba con total claridad en su rostro la consternación por sus palabras. La barbilla se alzó en un gesto automático, el maldito orgullo podía ser algo que perdiera a un hombre o a una mujer. Aun existían momentos en los que el cruce de espadas se hacían al amanecer… o de armas de fuego. Parecía como si la humanidad no hubiera perdido ese hecho tan obvio, el honor, que aunque dijeran que una mujer no tenía, estaba presente en la mujer morena de ojos verdes, ojos que en ese momento relampaguearon sin poder evitarlo. —No me gusta que me toquen el pelo, aunque ya veo que te da lo mismo. —¿y por qué iba a importarle lo más mínimo lo que ella dijera? Apretó con fuerza los labios un instante, antes de volver a hablar con rapidez y sin pensar. —No me cuesta admitir cuando hierro en un juicio, suelo hacerlo, pero no es algo que me ocurra con frecuencia. Y no me gusta que me lo restrieguen por la cara.
Necesitaba callarse, un silencio que impidiera que dijera más sandeces por minuto, pero la valentía que no estaba muy segura de donde había salido hablaba por ella. Valentía que podría confundirse con estupidez, pero se negaba a doblegarse. Una estupidez que había hecho que volviera a alzar la mano sin aprender la lección y en ese momento tenía ambas muñecas apresadas. La posición no era precisamente la mejor, se sentía indefensa y cuando él se movió hacia delante intentó controlar la respiración que se aceleró lo mismo que los latidos del corazón que parecía que se fueran a salir de su pecho con la rapidez con la que alateaban contra el mismo. Sus palabras fueron dichas como si fuera un susurro. Un susurro que podía escuchar con total claridad al tiempo que su aliento parecía quemarle en el lóbulo de la oreja. Más allá del mensaje, fue la última palabra lo que provocó que se tensara con si fuera la cuerda de un piano durante unos instantes, antes de que buscara soltarse, que tensara las muñecas como si con esa simple presión pudiera hacerlo aunque le doliera en el intento. Los ojos que se habían cerrado como por acto reflejo se abrieron y buscó su mirada sin pensar.
—¿Cómo demonios…? —que no fuera cristiana no significaba que no hubiera aprendido a “maldecir” con palabras que les correspondían y además los “entes malévolos” siempre habían estado presentes en todas las culturas, llevaran el nombre que llevaran. ¿Se habría metido en su mente? ¿Era eso? Intentó controlar el torrente de pensamientos que parecían querer desbordar su mente. —Sabías mi nombre desde el principio ¿verdad?. —apretó los dientes. Había estado a punto de espetarle un “Quién eres tú” en plena cara, pero algo le decía que no estaba preparada para contestar la respuesta.
Como tampoco estaba preparada para pensar en esas reacciones que él había insinuado en sus palabras y que estaban presentes. Algo le atraía y le provocaba a una mima vez rechazo. Las razones no las sabía, ni las comprendía, pero estaban ahí presentes. Apretó una vez más los labios, mientras le miraba, siendo demasiado consciente del cuerpo del hombre que le impedía moverse y de la sucia pared que tenía a su espalda.
No sabía cuál de ambas superficies era más fría.
Éabann G. Dargaard- Gitano
- Mensajes : 205
Fecha de inscripción : 09/05/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Una sonrisa, un amago de movimiento que quedó en un simple amago, la sujeción de sus muñecas aún firme en mis propias manos, un simple movimiento de los labios al cerrarlos cuando terminé la oración que rozó el lóbulo de su oreja, contrastando su calidez con mi frialdad y causando, junto al resto de la situación, escalofríos en su cuerpo. No la culpaba: estar con alguien como yo causaba escalofríos cuando menos y su reacción era perfectamente natural en aquellas circunstancias, sobre todo por lo que había dicho. Más que por lo que había dicho, en realidad, por aquel vocativo que había utilizado con ella: su nombre, el auténtico y no el que ella misma me había dicho. Quizá Gealach era una suerte de segundo nombre, pero no era con el que todo el mundo la conocía, y eso yo lo sabía de sobra a raíz de la investigación y observación a la que la había sometido cuando había descubierto su existencia, allá en Austria hacía algo de tiempo en cánones y medidas humanos y nada apenas en tiempo vampírico, el mío.
Y no me aparté ni siquiera cuando ella buscó mis ojos y los miró, así como tampoco lo hice cuando ella soltó una maldición y preguntó si su nombre lo sabía desde el principio, aunque más bien lo confirmó porque a la vista estaba que era así. Y como mi propia religión me impedía decir la verdad, sobre todo a alguien que ni me la estaba diciendo a mí desde el principio ni tenía intenciones de hacerlo, no iba a decirle que yo había sido el vampiro que la había atacado hacía tanto tiempo ni a decirle que sabía su nombre porque había estado observándola tanto tiempo atrás y mi buena (buenísima, en realidad) memoria me había impedido olvidarlo. No, lo que le iba a decir era una señora excusa que me iba a inventar sobre la marcha.
– Ajá, lo sabía. No es que sea algo muy difícil de averiguar, teniendo en cuenta que en los mercados los gitanos no suelen controlar mucho el tono de voz y para mí escucharos es algo tremendamente fácil. Llamar a gritos a una tal Éabann y que aparezcas tú justo después no es un razonamiento tremendamente difícil de hilar, además de que un nombre tan poco común en París no se olvida tan fácilmente, mucho menos si tienes buena memoria como es el caso. Pero de todas maneras quería que me lo dijeras tú para ver si ibas a ser sincera o si ibas a mentir... – le dije, en otro susurro dirigido a su oreja y que consiguió, de nuevo, lo mismo que mi voz y mi cercanía estaban haciendo: ponerla en tensión y que tuviera escalofríos que no podía controlar y que, además, no eran sólo cosa del miedo. Lo sabía demasiado bien.
Con la mano aún estaba controlando sus muñecas para que no se moviera, y ni que las tensara podía hacer que la soltara porque no me apetecía hacerlo, así que sólo desvié la mano hacia arriba para que quedara fuera de sus posibilidades lo de poder moverlas y fastidiárselas intentando luchar contra algo inevitable ya que, a fin de cuentas, sólo la soltaría cuando a mí me apeteciera, y no antes o después. Y ese cuando quisiera podía incluir una condición sine qua non, que era probar su sangre otra vez, aunque estando como estábamos no la veía demasiado dispuesta a colaborar.
– No te gusta que te toquen el pelo, no te gusta que te restrieguen por la cara que te has equivocado, no te gusta el alcohol, no te gustan los borrachos... ¿Te gusta algo, aparte del brazalete que llevas en el brazo tapando tu piel? – pregunté, de manera falsamente inocente y casi como si me interesara de verdad la historia del brazalete que sabía que ocultaba las marcas de mordiscos que mis propios dientes habían hecho en su piel hacía tiempo. Y de tan buen mentiroso que era, porque en lo que llevábamos de conversación pocas verdades llevaba dichas, volvió a resultar tan verídico como si aquellas palabras estuvieran en el fondo de mi... ¿corazón? Ah, ¿Qué yo tenía de eso? En el fondo de mi ser, al menos, que respecto a eso si puedo hablar sin mojarme demasiado.
– Brazalete que, por cierto, tienes algo flojo. – dije, bajando sus manos y dejándolas a una altura prudencial, soltando incluso la que no tenía puesto el brazalete y atándoselo bien, sin que le apretara incluso y acariciando la piel de su brazo con uno de mis dedos, fríos como el hielo.
El escalofrío que volvió a seguir en su piel hizo que la mueca de mis labios siguiera siendo torcida mientras la miraba a los ojos, estudiándola un momento.
– Noto miedo en tus ojos, gitana. Eres consciente de que si quisiera matarte ya lo habría hecho; ¿verdad, Éabann Gealach? No necesito tanto tiempo para hacerlo, e incluso podría haber dejado que el hombre aquel acabara con lo que había querido empezar y, piénsalo, ¿cómo habrías terminado? Probablemente violada y desangrándote en un rincón del callejón por alguien que no iba a recordar nada a la mañana siguiente, ni siquiera la muerte de una chica de ojos verdes cuyo orgullo es más grande que el del mismísimo Palacio de Versalles. No tienes por qué temerme de momento. – le dije, mintiendo de nuevo porque para su propio bien su sangre estaba demasiado deliciosa y hacía que tuviera razones de sobra para temerme, aunque teniendo en cuenta que pensaba dejarla viva de todas maneras para seguir teniendo acceso a su sangre su temor no era tan grande como podía llegar a serlo. O algo así, que lo mismo se me cruzaba el cable y le partía el cuello si se ponía demasiado arrogante.
Hablando de cuellos, precisamente aquel fue el momento de soltarla del todo y clavar la vista en el suyo, evitando relamerme visiblemente y sólo haciéndolo interiormente y de nuevo sin dejarla abandonar su posición contra la pared con mi propio cuerpo haciendo de muro de contención para que se moviera ni un milímetro sin mi consentimiento.
Y no me aparté ni siquiera cuando ella buscó mis ojos y los miró, así como tampoco lo hice cuando ella soltó una maldición y preguntó si su nombre lo sabía desde el principio, aunque más bien lo confirmó porque a la vista estaba que era así. Y como mi propia religión me impedía decir la verdad, sobre todo a alguien que ni me la estaba diciendo a mí desde el principio ni tenía intenciones de hacerlo, no iba a decirle que yo había sido el vampiro que la había atacado hacía tanto tiempo ni a decirle que sabía su nombre porque había estado observándola tanto tiempo atrás y mi buena (buenísima, en realidad) memoria me había impedido olvidarlo. No, lo que le iba a decir era una señora excusa que me iba a inventar sobre la marcha.
– Ajá, lo sabía. No es que sea algo muy difícil de averiguar, teniendo en cuenta que en los mercados los gitanos no suelen controlar mucho el tono de voz y para mí escucharos es algo tremendamente fácil. Llamar a gritos a una tal Éabann y que aparezcas tú justo después no es un razonamiento tremendamente difícil de hilar, además de que un nombre tan poco común en París no se olvida tan fácilmente, mucho menos si tienes buena memoria como es el caso. Pero de todas maneras quería que me lo dijeras tú para ver si ibas a ser sincera o si ibas a mentir... – le dije, en otro susurro dirigido a su oreja y que consiguió, de nuevo, lo mismo que mi voz y mi cercanía estaban haciendo: ponerla en tensión y que tuviera escalofríos que no podía controlar y que, además, no eran sólo cosa del miedo. Lo sabía demasiado bien.
Con la mano aún estaba controlando sus muñecas para que no se moviera, y ni que las tensara podía hacer que la soltara porque no me apetecía hacerlo, así que sólo desvié la mano hacia arriba para que quedara fuera de sus posibilidades lo de poder moverlas y fastidiárselas intentando luchar contra algo inevitable ya que, a fin de cuentas, sólo la soltaría cuando a mí me apeteciera, y no antes o después. Y ese cuando quisiera podía incluir una condición sine qua non, que era probar su sangre otra vez, aunque estando como estábamos no la veía demasiado dispuesta a colaborar.
– No te gusta que te toquen el pelo, no te gusta que te restrieguen por la cara que te has equivocado, no te gusta el alcohol, no te gustan los borrachos... ¿Te gusta algo, aparte del brazalete que llevas en el brazo tapando tu piel? – pregunté, de manera falsamente inocente y casi como si me interesara de verdad la historia del brazalete que sabía que ocultaba las marcas de mordiscos que mis propios dientes habían hecho en su piel hacía tiempo. Y de tan buen mentiroso que era, porque en lo que llevábamos de conversación pocas verdades llevaba dichas, volvió a resultar tan verídico como si aquellas palabras estuvieran en el fondo de mi... ¿corazón? Ah, ¿Qué yo tenía de eso? En el fondo de mi ser, al menos, que respecto a eso si puedo hablar sin mojarme demasiado.
– Brazalete que, por cierto, tienes algo flojo. – dije, bajando sus manos y dejándolas a una altura prudencial, soltando incluso la que no tenía puesto el brazalete y atándoselo bien, sin que le apretara incluso y acariciando la piel de su brazo con uno de mis dedos, fríos como el hielo.
El escalofrío que volvió a seguir en su piel hizo que la mueca de mis labios siguiera siendo torcida mientras la miraba a los ojos, estudiándola un momento.
– Noto miedo en tus ojos, gitana. Eres consciente de que si quisiera matarte ya lo habría hecho; ¿verdad, Éabann Gealach? No necesito tanto tiempo para hacerlo, e incluso podría haber dejado que el hombre aquel acabara con lo que había querido empezar y, piénsalo, ¿cómo habrías terminado? Probablemente violada y desangrándote en un rincón del callejón por alguien que no iba a recordar nada a la mañana siguiente, ni siquiera la muerte de una chica de ojos verdes cuyo orgullo es más grande que el del mismísimo Palacio de Versalles. No tienes por qué temerme de momento. – le dije, mintiendo de nuevo porque para su propio bien su sangre estaba demasiado deliciosa y hacía que tuviera razones de sobra para temerme, aunque teniendo en cuenta que pensaba dejarla viva de todas maneras para seguir teniendo acceso a su sangre su temor no era tan grande como podía llegar a serlo. O algo así, que lo mismo se me cruzaba el cable y le partía el cuello si se ponía demasiado arrogante.
Hablando de cuellos, precisamente aquel fue el momento de soltarla del todo y clavar la vista en el suyo, evitando relamerme visiblemente y sólo haciéndolo interiormente y de nuevo sin dejarla abandonar su posición contra la pared con mi propio cuerpo haciendo de muro de contención para que se moviera ni un milímetro sin mi consentimiento.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Maldito fuera una y mil veces, malditas las sensaciones que provocaban a través de todo su cuerpo. Apretó los dientes, no podía reprimir esos escalofríos, pero sí que quería intentar controlar sus emociones. ¿Acaso era aquello posible? Lo dudaba. Le miró a los ojos, sintiéndole demasiado cerca, sintiéndole en definitiva demasiado. Aquella posición se asemejaba demasiado a la de dos amantes, pero también a la de aquella noche cuando en vez de una pared tenía un árbol a su espalda. ¿Era posible temer y anhelar a un mismo tiempo? Maldijo esas reacciones que no podía controlar, esas pulsiones. La achacó a que llevaba demasiado tiempo en soledad o a que el miedo podía provocar una clara locura transitoria. Esa última opción era la mejor, la única para tomar. Locura transitoria. Respiró hondo por un momento y apretó los dientes mientras escuchaba su explicación.
Se estaba dejando enredar en esa red que estaba fabricando a su alrededor y ni siquiera se daba cuenta. En su mente aparecieron escenas como las que él narraba. Era cierto que la habían llamado, pero no sabía hasta qué punto él podría haberlo visto. Siempre procuraba marcharse antes de que el sol cayera, precisamente para evitar estar en la ciudad que le parecía muchas veces como una enorme trampa para ratones cuando seres como él aparecieran. Vale, corrección, seres como él no porque estaba claro que no había encontrado hasta ese momento ninguno que fuera tan peligroso. No era tan estúpida como para no ver que lo era, que era peligroso y letal, que se encontraba jugando con ella y que podría cansarse en cualquier momento. Caminaba por la cuerda floja, intentando que su equilibrio fuera lo suficientemente bueno como para no caerse porque abajo no había red. Era una caída libre que ocasionaría la pérdida de lo poco que le importaba en esa vida y era precisamente mantenerse lo más sana posible.
—Pues podrías habérmelo dicho directamente, aunque no te he mentido, no del todo. —le miró apoyando la espalda contra la pared y la cabeza, tomando un poco de distancia con él mientras fruncía en un gesto pensativo los labios. —Gealach es mi segundo nombre, pero no lo conoce nadie. No me gusta decirlo. Ninguno de los dos nombres es común en París. —ya podría haberse llamado María o Rocío. Ambos hubieran sido lo suficientemente normales como para que no se acordara.
Éabann, solo se le había ocurrido a su padre llamarla así. Ni siquiera era un nombre gitano, ni austriaco, era gaélico. Ébano. Cuando las manos quedaron libres automáticamente fue a frotarse el antebrazo derecho, coincidiendo un instante con la mano de él. Estaba dolorido, por la sujeción de él, pero también por lo ocurrido hacía días en el circo. Podía sentir la piel más sensibilizada casi arder, de la misma manera que lo hacía la piel que él había acariciado. ¿Un frío ardiente? ¿era posible aquella contradicción? Aquella noche parecía que todas se estaban agolpando en su interior y eso comenzaba a ponerla de los nervios, a molestarla más de lo que hubiera podido admitir unos instantes antes.
—Por supuesto que hay cosas que me gustan, pero me temo que en un callejón a oscuras son difíciles de tenerlas. —le miró a los ojos, la presión no disminuía y apenas se podía mover. Sus manos se posaron entonces, libres de ataduras, en el torso de él e hizo una pequeña presión consiguiendo que no se moviera ni siquiera un solo centímetro.
No había utilizado toda su fuerza, pero no necesitaba hacerlo para darse cuenta de que el hombre que estaba delante de ella era incluso más sólido que la pared que estaba a su espalda, que sería más fácil romper esta que mover al vampiro. Respiró hondo, pero el fétido aroma del lugar se metió en su nariz e hizo una mueca de desagrado. Para ser una persona que se había criado y vivido entre lo más bajo de lo bajo, era cierto que tenía ciertos gustos que rozaban la exquisitez y que no sabía bien de dónde procedían. Sus palabras no la tranquilizaron, mas bien al contrario, hicieron que temiera más aún las consecuencias de cada una de sus palabras y de sus movimientos.
—¿Crees que hubiera dejado que ese hombre me tocara? ¿Tan indefensa te parezco? —preguntó entonces con el ceño fruncido, herida en ese orgullo que él había indicado y que en realidad estaba más presente de lo que le hubiera gustado. Jamás había sido tan estúpida, pero él encendía en ella una llama que no solía prenderse. Buscó una vez más su mirada, como si reflejarse en los fríos orbes fuera a tranquilizarla cuando en realidad era todo lo contrario. —Si te dijera que me fio de ti, que puedo tranquilizarme a tu lado y pensar que no vas a abalanzarte sobre mí en cualquier momento, no sería yo y te estaría mintiendo. No me fio de ti, no puedo hacerlo, ni quiero hacerlo. No sé qué buscas, pero todo me indica que no es nada bueno. —apretó una vez más los labios, alzando la barbilla en gesto de orgullo.
Volvió a poner las manos en su torso e intentó hacer presión, entonces fue cuando giró el rostro para fijarse en los hombres que seguían en el suelo. No sabía si estaban muertos o estaban inconscientes, pero como fuera, aquella conversación, en aquel lugar, con aquellos silenciosos testigos le puso aún más nerviosa de lo que ya estaba por mucho que buscara tranquilizarse.
Se estaba dejando enredar en esa red que estaba fabricando a su alrededor y ni siquiera se daba cuenta. En su mente aparecieron escenas como las que él narraba. Era cierto que la habían llamado, pero no sabía hasta qué punto él podría haberlo visto. Siempre procuraba marcharse antes de que el sol cayera, precisamente para evitar estar en la ciudad que le parecía muchas veces como una enorme trampa para ratones cuando seres como él aparecieran. Vale, corrección, seres como él no porque estaba claro que no había encontrado hasta ese momento ninguno que fuera tan peligroso. No era tan estúpida como para no ver que lo era, que era peligroso y letal, que se encontraba jugando con ella y que podría cansarse en cualquier momento. Caminaba por la cuerda floja, intentando que su equilibrio fuera lo suficientemente bueno como para no caerse porque abajo no había red. Era una caída libre que ocasionaría la pérdida de lo poco que le importaba en esa vida y era precisamente mantenerse lo más sana posible.
—Pues podrías habérmelo dicho directamente, aunque no te he mentido, no del todo. —le miró apoyando la espalda contra la pared y la cabeza, tomando un poco de distancia con él mientras fruncía en un gesto pensativo los labios. —Gealach es mi segundo nombre, pero no lo conoce nadie. No me gusta decirlo. Ninguno de los dos nombres es común en París. —ya podría haberse llamado María o Rocío. Ambos hubieran sido lo suficientemente normales como para que no se acordara.
Éabann, solo se le había ocurrido a su padre llamarla así. Ni siquiera era un nombre gitano, ni austriaco, era gaélico. Ébano. Cuando las manos quedaron libres automáticamente fue a frotarse el antebrazo derecho, coincidiendo un instante con la mano de él. Estaba dolorido, por la sujeción de él, pero también por lo ocurrido hacía días en el circo. Podía sentir la piel más sensibilizada casi arder, de la misma manera que lo hacía la piel que él había acariciado. ¿Un frío ardiente? ¿era posible aquella contradicción? Aquella noche parecía que todas se estaban agolpando en su interior y eso comenzaba a ponerla de los nervios, a molestarla más de lo que hubiera podido admitir unos instantes antes.
—Por supuesto que hay cosas que me gustan, pero me temo que en un callejón a oscuras son difíciles de tenerlas. —le miró a los ojos, la presión no disminuía y apenas se podía mover. Sus manos se posaron entonces, libres de ataduras, en el torso de él e hizo una pequeña presión consiguiendo que no se moviera ni siquiera un solo centímetro.
No había utilizado toda su fuerza, pero no necesitaba hacerlo para darse cuenta de que el hombre que estaba delante de ella era incluso más sólido que la pared que estaba a su espalda, que sería más fácil romper esta que mover al vampiro. Respiró hondo, pero el fétido aroma del lugar se metió en su nariz e hizo una mueca de desagrado. Para ser una persona que se había criado y vivido entre lo más bajo de lo bajo, era cierto que tenía ciertos gustos que rozaban la exquisitez y que no sabía bien de dónde procedían. Sus palabras no la tranquilizaron, mas bien al contrario, hicieron que temiera más aún las consecuencias de cada una de sus palabras y de sus movimientos.
—¿Crees que hubiera dejado que ese hombre me tocara? ¿Tan indefensa te parezco? —preguntó entonces con el ceño fruncido, herida en ese orgullo que él había indicado y que en realidad estaba más presente de lo que le hubiera gustado. Jamás había sido tan estúpida, pero él encendía en ella una llama que no solía prenderse. Buscó una vez más su mirada, como si reflejarse en los fríos orbes fuera a tranquilizarla cuando en realidad era todo lo contrario. —Si te dijera que me fio de ti, que puedo tranquilizarme a tu lado y pensar que no vas a abalanzarte sobre mí en cualquier momento, no sería yo y te estaría mintiendo. No me fio de ti, no puedo hacerlo, ni quiero hacerlo. No sé qué buscas, pero todo me indica que no es nada bueno. —apretó una vez más los labios, alzando la barbilla en gesto de orgullo.
Volvió a poner las manos en su torso e intentó hacer presión, entonces fue cuando giró el rostro para fijarse en los hombres que seguían en el suelo. No sabía si estaban muertos o estaban inconscientes, pero como fuera, aquella conversación, en aquel lugar, con aquellos silenciosos testigos le puso aún más nerviosa de lo que ya estaba por mucho que buscara tranquilizarse.
Éabann G. Dargaard- Gitano
- Mensajes : 205
Fecha de inscripción : 09/05/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Cualquier movimiento por su parte era inútil. Cualquier resistencia tendría como resultado que yo me enfadara, aumentara la fuerza con la que la estaba inmovilizando contra la pared y todo acabara en tragedia... para ella. Cualquier simple gesto podía ser la causa de que ella misma pusiera en riesgo la buena suerte que había tenido hasta ese momento por haber tentado a mi apetito lo suficiente como parar querer beber más de ella, de su cuello o de cualquier otra parte de su cuerpo. Cualquier gesto la ponía en más peligro del que se imaginaba, y aún así no pensaba que fuera a renunciar a hacer esos mismos gestos o incluso a mostrar ese orgullo grande como Notre Dame o cualquier otro monumento parisino o de los alrededores que fuera susceptible de ser comparado con su enorme orgullo. ¿Y luego me decía a mí que era egocéntrico? El orgullo tenía que basarse en un fondo de ego del que ella no carecía, por mucho que no lo enseñara tampoco, y la iba empezando a conocer más de lo que ya lo había hecho cuando la había marcado lo suficiente como para saber que, a la defensiva como estaba, no iba a soltar prenda. Y esa era exactamente la clase de reto que a mí me apetecía: una víctima que por fin fuera más difícil de engatusar que las simples humanas que sólo con una mirada ya estaban derretidas.
Eso era lo que hacía a Éabann diferente: su tenacidad y su resistencia a lo que muchas veces era tan fácil como parpadear. Que fuera orgullosa, que fuera tenaz, que fuera resistente, que a pesar de que su cuerpo la traicionara no se rindiera... todo aquello eran características que la alejaban de lo estirado de la época en la que nos encontrábamos, y eran características que la hacían sobresalir de entre los humanos tanto como lo hacía su sangre, cosa que sabía gracias a la experiencia propia. No llegaba, sin embargo, al nivel de los vampiros ni tampoco al mío propio porque los milagros sólo se encontraban en Jerusalén, y ni eso porque la suerte de producirlos estaba de capa caída.
Y de nuevo tuvo que demostrar que era diferente y que su sentido común no era nada común al alzar las manos y plantarlas en mi pecho, haciendo fuerza (bueno, fuerza si la miras en sentido humano, si la miras en mi propio sentido es como un soplido intentando derrumbar un edificio) para intentar que me apartara de ella y consiguiendo exactamente lo contrario, que era que ni me moviera ni me separara tampoco de ella sino que sólo la mirara con la ceja alzada mientras ella, por su parte, me soltaba toda aquella perorata de cosas.
– Podía, sí, pero ¿recuerdas que estoy aburrido y que decirte directamente que sabía tu nombre no es para nada entretenido? Por favor, que uno tiene ya un criterio de lo que es aburrido y lo que no y se guía precisamente por él para determinar lo que hacer y lo que no. ¿O acaso creías que esto era todo aleatorio? – pregunté, mirándola a los ojos con sorpresa no real reflejada en el rostro y sin apartar la mirada de ella ni de los movimientos que hacía, inconscientes y automáticos y que en su mayoría eran aún escalofríos.
Si algo me ponía de los nervios era que no se me escuchara cuando hablaba y que no se me hiciera caso cuando, obviamente y como siempre, tenía razón. Si le había dicho que no tenía por qué temerme (de momento, aunque eso me lo había comido por arte de magia) no había ninguna razón para que nada que no fuera pura atracción existiera en ella, una atracción evidente porque sólo había que verme. Y aún así, no todos sus escalofríos se libraban de pertenecer a la categoría del miedo, así como todo su lenguaje corporal expresaba ese mismo miedo saliendo de todos sus poros, de esos tan susceptibles de clavar mis colmillos en ellos para sacar de su interior la sangre que me apetecía volver a beber una vez más, sobre todo a raíz de la cercanía de su olor que me tentaba y hacía que mis instintos de cazador se dispararan. De ahí que ella dijera que parecía un animal a punto de atacar: lo era. La cuestión era elegir el momento preciso para hacerlo.
Mi mirada se desvió de nuevo a su cuello tras pasar por sus ojos, y una sonrisa torcida de las mías, tan jodidamente típicas, volvió a la cara antes de encogerme de hombros teatralmente.
– Eres humana, ergo estás indefensa. Con un solo movimiento más fuerte que los que estoy haciendo tu cuerpo podría destrozarse por dentro en miles de pequeños trozos. Con un solo gesto tus huesos podrían partirse como si se trataran, en tu caso, de mantequilla recién hecha. Con una única acción podría hacer que nadie te reconociera, ¿y todo por qué? Porque eres frágil. Tu vida es corta, tu cuerpo es frágil, tu orgullo grande e injustificado respecto al peligro que puedes correr, no sólo por parte de un frío, como nos llamas, sino también por parte de un humano. No dudo que hayas estado en auténtico peligro frente al borracho, aunque lo que sí dudo es la magnitud del peligro teniendo en cuenta las circunstancias. – le dije, acercando la mano a su cuello y rozándolo con los dedos, fríos frente a su cálida piel.
– Sólo un simple movimiento de mi mano sobre tu cuello. – comencé a decir, deslizando la mano por su piel hasta abarcar la totalidad de su cuello, sin apretar pero sí en la postura perfecta para que un simple golpe de muñeca la dejara con el cuello partido. Tras otro escalofrío separé la mano y acerqué mis manos a las suyas, aún en mi pecho.
– Sólo un poco de fuerza podría dejarte indefensa y frágil como una pupée de porcelana rota en pedacitos. – añadí, con fría precisión casi científica y apartando después mis manos de las suyas para que, sin mover su intento de apartarme desde mi pecho, acercar mi boza de nuevo a su oreja, a la parte baja de la misma aquella vez porque estaba más cerca de su cuello, con los labios rozando su piel.
– Sólo un mordisco, una presión apenas perceptible de mis dientes sobre tu tersa piel... – añadí, favoreciendo el movimiento de mis labios contra su piel a medida que hablaba y casi sonriendo al final, sin moverme lo más mínimo de aquella posición. Y lo disfrutaría, de hacerlo, si tan sólo se quitaba de encima aquel miedo irracional (aunque justificado por su parte animal, instintiva) y se dejaba llevar, a sabiendas de que su vida no correría peligro porque no iba a matarla.
Subí los labios de su cuello a su oreja, de nuevo, después de haber estado amagando con morderla el suficiente tiempo como para que mi gesto le pillara por sorpresa y no se lo esperara.
– ¿Y sigues manteniendo que no estás indefensa...? Ni la daga que ocultas en el muslo te serviría de nada contra mí. – murmuré, en otro susurro ronco y grave de nuevo con el deje de mi dialecto, casi totalmente apartado de mi habla normal, y bajando la mano hasta su muslo para rozar, por encima de la tele, la daga que como respuesta contra mí había quedado totalmente inutilizada.
Eso era lo que hacía a Éabann diferente: su tenacidad y su resistencia a lo que muchas veces era tan fácil como parpadear. Que fuera orgullosa, que fuera tenaz, que fuera resistente, que a pesar de que su cuerpo la traicionara no se rindiera... todo aquello eran características que la alejaban de lo estirado de la época en la que nos encontrábamos, y eran características que la hacían sobresalir de entre los humanos tanto como lo hacía su sangre, cosa que sabía gracias a la experiencia propia. No llegaba, sin embargo, al nivel de los vampiros ni tampoco al mío propio porque los milagros sólo se encontraban en Jerusalén, y ni eso porque la suerte de producirlos estaba de capa caída.
Y de nuevo tuvo que demostrar que era diferente y que su sentido común no era nada común al alzar las manos y plantarlas en mi pecho, haciendo fuerza (bueno, fuerza si la miras en sentido humano, si la miras en mi propio sentido es como un soplido intentando derrumbar un edificio) para intentar que me apartara de ella y consiguiendo exactamente lo contrario, que era que ni me moviera ni me separara tampoco de ella sino que sólo la mirara con la ceja alzada mientras ella, por su parte, me soltaba toda aquella perorata de cosas.
– Podía, sí, pero ¿recuerdas que estoy aburrido y que decirte directamente que sabía tu nombre no es para nada entretenido? Por favor, que uno tiene ya un criterio de lo que es aburrido y lo que no y se guía precisamente por él para determinar lo que hacer y lo que no. ¿O acaso creías que esto era todo aleatorio? – pregunté, mirándola a los ojos con sorpresa no real reflejada en el rostro y sin apartar la mirada de ella ni de los movimientos que hacía, inconscientes y automáticos y que en su mayoría eran aún escalofríos.
Si algo me ponía de los nervios era que no se me escuchara cuando hablaba y que no se me hiciera caso cuando, obviamente y como siempre, tenía razón. Si le había dicho que no tenía por qué temerme (de momento, aunque eso me lo había comido por arte de magia) no había ninguna razón para que nada que no fuera pura atracción existiera en ella, una atracción evidente porque sólo había que verme. Y aún así, no todos sus escalofríos se libraban de pertenecer a la categoría del miedo, así como todo su lenguaje corporal expresaba ese mismo miedo saliendo de todos sus poros, de esos tan susceptibles de clavar mis colmillos en ellos para sacar de su interior la sangre que me apetecía volver a beber una vez más, sobre todo a raíz de la cercanía de su olor que me tentaba y hacía que mis instintos de cazador se dispararan. De ahí que ella dijera que parecía un animal a punto de atacar: lo era. La cuestión era elegir el momento preciso para hacerlo.
Mi mirada se desvió de nuevo a su cuello tras pasar por sus ojos, y una sonrisa torcida de las mías, tan jodidamente típicas, volvió a la cara antes de encogerme de hombros teatralmente.
– Eres humana, ergo estás indefensa. Con un solo movimiento más fuerte que los que estoy haciendo tu cuerpo podría destrozarse por dentro en miles de pequeños trozos. Con un solo gesto tus huesos podrían partirse como si se trataran, en tu caso, de mantequilla recién hecha. Con una única acción podría hacer que nadie te reconociera, ¿y todo por qué? Porque eres frágil. Tu vida es corta, tu cuerpo es frágil, tu orgullo grande e injustificado respecto al peligro que puedes correr, no sólo por parte de un frío, como nos llamas, sino también por parte de un humano. No dudo que hayas estado en auténtico peligro frente al borracho, aunque lo que sí dudo es la magnitud del peligro teniendo en cuenta las circunstancias. – le dije, acercando la mano a su cuello y rozándolo con los dedos, fríos frente a su cálida piel.
– Sólo un simple movimiento de mi mano sobre tu cuello. – comencé a decir, deslizando la mano por su piel hasta abarcar la totalidad de su cuello, sin apretar pero sí en la postura perfecta para que un simple golpe de muñeca la dejara con el cuello partido. Tras otro escalofrío separé la mano y acerqué mis manos a las suyas, aún en mi pecho.
– Sólo un poco de fuerza podría dejarte indefensa y frágil como una pupée de porcelana rota en pedacitos. – añadí, con fría precisión casi científica y apartando después mis manos de las suyas para que, sin mover su intento de apartarme desde mi pecho, acercar mi boza de nuevo a su oreja, a la parte baja de la misma aquella vez porque estaba más cerca de su cuello, con los labios rozando su piel.
– Sólo un mordisco, una presión apenas perceptible de mis dientes sobre tu tersa piel... – añadí, favoreciendo el movimiento de mis labios contra su piel a medida que hablaba y casi sonriendo al final, sin moverme lo más mínimo de aquella posición. Y lo disfrutaría, de hacerlo, si tan sólo se quitaba de encima aquel miedo irracional (aunque justificado por su parte animal, instintiva) y se dejaba llevar, a sabiendas de que su vida no correría peligro porque no iba a matarla.
Subí los labios de su cuello a su oreja, de nuevo, después de haber estado amagando con morderla el suficiente tiempo como para que mi gesto le pillara por sorpresa y no se lo esperara.
– ¿Y sigues manteniendo que no estás indefensa...? Ni la daga que ocultas en el muslo te serviría de nada contra mí. – murmuré, en otro susurro ronco y grave de nuevo con el deje de mi dialecto, casi totalmente apartado de mi habla normal, y bajando la mano hasta su muslo para rozar, por encima de la tele, la daga que como respuesta contra mí había quedado totalmente inutilizada.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Cada una de sus palabras era como si la estuvieran echando un jarro de agua helada por encima. Lo había pensado, por supuesto, pero otra cosa es que se lo dijera de aquella manera, tan tranquilo, como si no le importara nada y estaba segura de que así era. Se sentía como la mosca que ha caído en la telaraña. Atrapada, sin poder moverse, aunque luchara por hacerlo. Hipnotizada por los movimientos de la araña que se acercaba. O bien como aquel ratón que sabe que el gato está jugando con él, apareciendo y desapareciendo, esperando que se canse para lanzarse de golpe y atravesarlo con sus garras y sus dientes. El gato se divertía, el ratón moría. Era ley de vida y Éabann no quería convertirse en el ratón de aquella historia. Se negaba a serlo. Aunque se diera una y otra vez contra un muro, no bajaría la barbilla, ni la luz se apagaría en sus ojos. Su orgullo y su fortaleza era lo único que le había quedado después de que su familia desapareciera de un plumazo como si no fueran más que títeres a los que se les podía cortarlas alas. Sí, las alas y la vida.
Los hombros del vampiro le impedían ver con claridad más allá de su cuerpo salvo si miraba a los laterales. En ese momento, en esa postura, el hombre era todo lo que podía llegar a ver y en cierta manera eso era algo que le hacía sentir todavía más indefensa. Era como si todo su mundo se centrara en exclusiva en él, como si no hubiera nada más, como si toda la realidad que hasta hacía unos minutos era la que importaba hubiera desaparecido mostrándola que había algo mucho más importante y permanente, mucho más eterno. Sus palabras eran como golpes de realidad que por conocidos no dejaban de ser menos dolorosos.
—¿Cuánto llevas siguiéndome? —preguntó por fin mientras le miraba. ¿Sería solo aquella noche por casualidad? ¿o llevaría más tiempo? ¿Sería esa la razón por la que había sentido de vez en cuando ese cosquilleo como si alguien la estuviera vigilando? ¿Se había convertido sin saberlo en la secreta diversión de un ser milenario? Todas aquellas preguntas dependían de la respuesta de él y Éabann la anhelaba al mismo tiempo que la temía. Se encontraba jugando en una liga superior a la suya, no conocía las reglas y se movía por instintos, como un animal acorralado.
Un animal acorralado en al que sus palabras provocaron que le mirara con los ojos verdes quizá más abiertos de lo normal durante unos instantes. Sus palabras eran razón suficientes para temblar de miedo y juraría que otra persona en su posición ya tendría las piernas doblándose de los temblores. En el momento en el que su mano rozó su garganta no pudo evitar que todo su cuerpo se tensara aún más. Había algo que le resultaba extrañamente familiar. Un rumor sordo en el fondo de su cerebro, que se intensificaba con cada uno de los movimientos de él. El tacto frío de él imprimió más efecto sobre ese gesto, sintiendo su fuerza alrededor de su garganta. No hacía falta que se lo dijera, sabía lo que podría significar. Parecía como un león que estuviera jugando con una gacela, quizá no quisiera hacerle daño, pero un simple movimiento podía provocar que terminara con su vida partida por la mitad… literalmente.
Cerró los ojos, sin poder evitarlo, cuando los labios de él se acercaron hasta su cuello. Maldijo su cuerpo al darse cuenta de cómo le estaban afectando sus movimientos y sus gestos. Tenía que estar loca o haber algo en su cabeza que no estaba bien. Era sinuoso y letal como una serpiente, pero de la misma forma la atraía como la piel atraía a las abejas. Jamás se lo diría, prefería arrancarse la lengua de un mordisco que decir aquellas palabras en voz baja. Fue cuando la mano su mano bajó hasta el lugar donde se encontraba la daga, en su mulso, que abrió los ojos de golpe. Tenía que recuperar el control de su cuerpo y de esa voz que parecía que se había evaporado. Tragó saliva, una, dos veces, intentando y rezando a dioses que hacía mucho tiempo que habían perdido a la gran mayoría de sus adoradores, para que cuando hablara no la traicionara.
—¿Y tú acaso no tienes ninguna debilidad? —preguntó entonces, como un resorte, más que por defensa que por otra cosa, lamiéndose los labios que en ese momento se habían quedado resecos mientras le fruncía el ceño. Que le hubieran dicho cada uno de los defectos que había en su cuerpo mortal, cada una de las formas que podía morir simplemente porque él quisiera… había avivado el fuego una vez más. —¿Qué pasaría si el sol te encontrara fuera? ¿O el fuego? ¿O una estaca en el corazón? ¿O la decapitación? Nada de ajos y agua bendita, ni ríos infranqueables, ni lugares sagrados, no soy tan estúpida como para pensar en que eso puede funcionar, si lo pensara, te puedo asegurar que iría ajos a toda parte. —cerró los ojos solo un momento, intentando recuperar de esa forma el control de unas palabras que salían disparadas como si fuera un arco quien las lanzara. —Puede que contra ti no tenga nada que hacer, pero contra esos de allí. —hizo un gesto con la barbilla mirando a los despojos humanos. —…no estoy tan indefensa como se esperan.
Al menos eso quería creer. Había reconocido sin darse cuenta que sabía que contra él seguramente no tendría nada que hacer. Su fuerza, su velocidad, eran superiores a las de ella y su mirada indicaba que no dudaría en arrancarla de raíz la cabeza si se sobrepasaba, pero aun así no podía dejarse simplemente llevar, bajar la cabeza, volverse una mujer asustadiza. No sabía qué pasaría en las siguientes horas, había muchas todavía para llegar al amanecer.
Solo esperaba poder volver a ver al Astro Rey alzarse de nuevo.
Los hombros del vampiro le impedían ver con claridad más allá de su cuerpo salvo si miraba a los laterales. En ese momento, en esa postura, el hombre era todo lo que podía llegar a ver y en cierta manera eso era algo que le hacía sentir todavía más indefensa. Era como si todo su mundo se centrara en exclusiva en él, como si no hubiera nada más, como si toda la realidad que hasta hacía unos minutos era la que importaba hubiera desaparecido mostrándola que había algo mucho más importante y permanente, mucho más eterno. Sus palabras eran como golpes de realidad que por conocidos no dejaban de ser menos dolorosos.
—¿Cuánto llevas siguiéndome? —preguntó por fin mientras le miraba. ¿Sería solo aquella noche por casualidad? ¿o llevaría más tiempo? ¿Sería esa la razón por la que había sentido de vez en cuando ese cosquilleo como si alguien la estuviera vigilando? ¿Se había convertido sin saberlo en la secreta diversión de un ser milenario? Todas aquellas preguntas dependían de la respuesta de él y Éabann la anhelaba al mismo tiempo que la temía. Se encontraba jugando en una liga superior a la suya, no conocía las reglas y se movía por instintos, como un animal acorralado.
Un animal acorralado en al que sus palabras provocaron que le mirara con los ojos verdes quizá más abiertos de lo normal durante unos instantes. Sus palabras eran razón suficientes para temblar de miedo y juraría que otra persona en su posición ya tendría las piernas doblándose de los temblores. En el momento en el que su mano rozó su garganta no pudo evitar que todo su cuerpo se tensara aún más. Había algo que le resultaba extrañamente familiar. Un rumor sordo en el fondo de su cerebro, que se intensificaba con cada uno de los movimientos de él. El tacto frío de él imprimió más efecto sobre ese gesto, sintiendo su fuerza alrededor de su garganta. No hacía falta que se lo dijera, sabía lo que podría significar. Parecía como un león que estuviera jugando con una gacela, quizá no quisiera hacerle daño, pero un simple movimiento podía provocar que terminara con su vida partida por la mitad… literalmente.
Cerró los ojos, sin poder evitarlo, cuando los labios de él se acercaron hasta su cuello. Maldijo su cuerpo al darse cuenta de cómo le estaban afectando sus movimientos y sus gestos. Tenía que estar loca o haber algo en su cabeza que no estaba bien. Era sinuoso y letal como una serpiente, pero de la misma forma la atraía como la piel atraía a las abejas. Jamás se lo diría, prefería arrancarse la lengua de un mordisco que decir aquellas palabras en voz baja. Fue cuando la mano su mano bajó hasta el lugar donde se encontraba la daga, en su mulso, que abrió los ojos de golpe. Tenía que recuperar el control de su cuerpo y de esa voz que parecía que se había evaporado. Tragó saliva, una, dos veces, intentando y rezando a dioses que hacía mucho tiempo que habían perdido a la gran mayoría de sus adoradores, para que cuando hablara no la traicionara.
—¿Y tú acaso no tienes ninguna debilidad? —preguntó entonces, como un resorte, más que por defensa que por otra cosa, lamiéndose los labios que en ese momento se habían quedado resecos mientras le fruncía el ceño. Que le hubieran dicho cada uno de los defectos que había en su cuerpo mortal, cada una de las formas que podía morir simplemente porque él quisiera… había avivado el fuego una vez más. —¿Qué pasaría si el sol te encontrara fuera? ¿O el fuego? ¿O una estaca en el corazón? ¿O la decapitación? Nada de ajos y agua bendita, ni ríos infranqueables, ni lugares sagrados, no soy tan estúpida como para pensar en que eso puede funcionar, si lo pensara, te puedo asegurar que iría ajos a toda parte. —cerró los ojos solo un momento, intentando recuperar de esa forma el control de unas palabras que salían disparadas como si fuera un arco quien las lanzara. —Puede que contra ti no tenga nada que hacer, pero contra esos de allí. —hizo un gesto con la barbilla mirando a los despojos humanos. —…no estoy tan indefensa como se esperan.
Al menos eso quería creer. Había reconocido sin darse cuenta que sabía que contra él seguramente no tendría nada que hacer. Su fuerza, su velocidad, eran superiores a las de ella y su mirada indicaba que no dudaría en arrancarla de raíz la cabeza si se sobrepasaba, pero aun así no podía dejarse simplemente llevar, bajar la cabeza, volverse una mujer asustadiza. No sabía qué pasaría en las siguientes horas, había muchas todavía para llegar al amanecer.
Solo esperaba poder volver a ver al Astro Rey alzarse de nuevo.
Éabann G. Dargaard- Gitano
- Mensajes : 205
Fecha de inscripción : 09/05/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Y, además de orgullosa, Éabann tenía que demostrar que a diferencia de lo que era común entre los seres humanos ella poseía un mínimo de inteligencia (y paranoia, pero que en aquel momento coincidían) que la hacía, aparte de tener miedo, ser lo suficientemente listilla como para sospechar demasiadas cosas. No me venía demasiado bien, por no decir directamente que no me venía bien en absoluto, que ella sospechara de mí y me uniera con el vampiro que había matado a su familia, aunque lo fuera, básicamente por un rasgo de los humanos que nunca terminaría de considerar razonable: su apego a la familia. Eran seres tan sumamente primarios que si les quitabas la familia de en medio, en vez de darse cuenta de que les habías hecho un favor apartando estorbos de su camino eran capaz de sacar su vena desagradecida y echarte la culpa de perder a sus seres queridos. ¿Y luego se autoproclamaban los hijos de un dios que no existía y con derecho a poblar el mundo? Sólo tendrían el derecho de hacerlo si se convirtieran todos en algo que superara sus limitaciones de humanos, en vampiros, y como no iban a hacerlo porque la mayoría no merecía pasar a ser alguien similar en algunos aspectos a mí, tendrían que aprender a convivir con lo sumamente limitados que eran y con las imperfecciones que tenían y que se les desbordaban por cada poro de sus pieles.
Eso no quitaba, como ya he dicho, que hubiera excepciones listas y paranoicas como lo era Éabann, una de las razones por las que había decidido con vida al margen del sabor de su sangre y de las ganas que tenía de volver a hundir los colmillos en su piel para... bueno, para lo obvio, que cualquiera que no pudiera imaginárselo tenía que ser como mínimo humano (y dentro de los humanos estúpido a más no poder o subnormal profundo) para semejante carencia de cerebro y de inteligencia. En cualquier caso, su orgullo no podía no aparecer en escena en alguna de nuestras intervenciones verbales mutuas porque, si no, ella no era feliz, y recurrió a enumerar la lista de debilidades naturales que podrían acabar conmigo, demostrando que versada en la materia estaba y, a la vez, que ella misma no podría acabar conmigo. Obvio, al menos detalles como esos no se le pasaban por alto: más razones para considerar a la chica una excepción en cuanto a la cantidad de inteligencia habitual de los seres humanos.
Y sin apartar la mano del cuchillo de su muslo, llegando incluso a delinearlo con los dedos (y aprovechando, de paso, para acariciar su pierna ya que estaba a mano nunca mejor dicho), alcé la mirada hacia ella, con la interrogación dibujada en los rasgos y la posición del cuerpo no relajada en lo más mínimo, pues seguía automáticamente atento a cualquier movimiento inesperado para saltar hacia él. Aquello no venía tanto de mi naturaleza como inmortal como de mi pasado como hoplita, en el que me habían enseñado, aparte de la austeridad (ja) y el recato (ja) propio de la Esparta de mi época, la capacidad de estar siempre al acecho y siempre en guardia para proteger la propia vida y mantenerla siempre a salvo ya que, entonces, era lo único que teníamos porque ninguno de mis compañeros hoplitas habían terminado siendo vampiros: nadie había merecido la oportunidad, de nuevo por razones obvias, como lo había hecho yo, y por eso mismo no dudé en mantener la interrogación en mi mirada, clavada en sus ojos verdes.
– Yo no te he seguido, gitana paranoica. Caminaba por las calles de París cuando la noche estaba apenas cayendo, casi con los últimos rayos del sol, y de pura casualidad estaba en el mercado cuando han gritado tu nombre y te he visto. Después ha sido pura coincidencia encontrarte en los callejones; eso, o que atraes a una clase de seres con tus... llamémoslos dotes femeninas, que forman parte de mi cena, alimentación o lo que prefieras llamar al acto de alimentarme de su sangre. – dije, de nuevo mintiendo y de nuevo tan bien como antes, de una manera que nadie excepto yo podía saber que lo que decía no era la verdad sino algo que mi capacidad de inventarme las cosas sobre la marcha había conseguido.
La mano de su muslo había dejado hacía un rato de seguir el contorno del cuchillo para pasar a acariciarlo directamente por encima de la tela, haciendo que sintiera escalofríos inevitables por mi arte a la hora de usar las manos con una mujer y haciendo que tampoco se esperara el momento en el que metí la mano directamente bajo la tela para quitar, de un certero movimiento, el arma sujeta a su pierna por una cinta. La tiré detrás de mí, a una distancia que ella no podría recorrer conmigo aún encima, y saqué la mano justo después para apoyarla en la pared, a la altura de su cintura y muy cerca de ella.
– Pueden intentarlo tanto el sol como el fuego y como las estacas, pero te aseguro de que no tendrán la oportunidad porque no voy a dejarles. Nada como evitar lo que puede destruirte para hacer que desaparezca como posible amenaza, y nada como el instinto de supervivencia para garantizarme ver la próxima luna en el cielo. – añadí, siendo medianamente sincero por primera vez en toda la noche y, al acabar la frase, mirándola de nuevo, algo pensativo.
Los cuerpos de los tipos borrachos a los que había dejado inconscientes por el miedo y por el dolor seguían ahí tirados, siendo un obstáculo prácticamente insalvable que bloqueaba la única salida efectiva del callejón. Detrás de nosotros, además de la pared, no había salida visible que no fuera más pared que bloqueaba todo intento de huida, por lo que aunque no pegara mi cuerpo al suyo no podría salir de allí sin, como mínimo, darse un buen golpe contra el suelo por los cuerpos de los borrachos bloqueando el camino. Por eso mismo me separé rápidamente con una sonrisa enigmática y retrocedí un par de pasos en dirección a la salida del callejón para taparla y que le quedara la zona ensombrecida, la que guardaba la pared.
– Probemos algo, a ver hasta qué punto ese puede es una realidad o no. Estoy desarmado, tú también, e incluso me he separado de ti lo suficiente como para que puedas moverte, además de que planeo darte un par de minutos para que el dolor de las heridas de tu brazo se te pase. Y el experimento consiste en ver si eres capaz de salir de aquí, de este callejón, o si acabaré por dominarte. La prueba comienza ya. – le dije, cruzando los brazos sobre el pecho y con una sonrisa amplia (y falsa) dibujada en los labios porque hiciera lo que hiciera, ella misma lo había dicho: no podía conmigo. Y sería divertido ver cuándo se rendía y dejaba de intentarlo o si, por el contrario, sería tenaz hasta para eso. Que comience el juego en desigualdad de condiciones.
Eso no quitaba, como ya he dicho, que hubiera excepciones listas y paranoicas como lo era Éabann, una de las razones por las que había decidido con vida al margen del sabor de su sangre y de las ganas que tenía de volver a hundir los colmillos en su piel para... bueno, para lo obvio, que cualquiera que no pudiera imaginárselo tenía que ser como mínimo humano (y dentro de los humanos estúpido a más no poder o subnormal profundo) para semejante carencia de cerebro y de inteligencia. En cualquier caso, su orgullo no podía no aparecer en escena en alguna de nuestras intervenciones verbales mutuas porque, si no, ella no era feliz, y recurrió a enumerar la lista de debilidades naturales que podrían acabar conmigo, demostrando que versada en la materia estaba y, a la vez, que ella misma no podría acabar conmigo. Obvio, al menos detalles como esos no se le pasaban por alto: más razones para considerar a la chica una excepción en cuanto a la cantidad de inteligencia habitual de los seres humanos.
Y sin apartar la mano del cuchillo de su muslo, llegando incluso a delinearlo con los dedos (y aprovechando, de paso, para acariciar su pierna ya que estaba a mano nunca mejor dicho), alcé la mirada hacia ella, con la interrogación dibujada en los rasgos y la posición del cuerpo no relajada en lo más mínimo, pues seguía automáticamente atento a cualquier movimiento inesperado para saltar hacia él. Aquello no venía tanto de mi naturaleza como inmortal como de mi pasado como hoplita, en el que me habían enseñado, aparte de la austeridad (ja) y el recato (ja) propio de la Esparta de mi época, la capacidad de estar siempre al acecho y siempre en guardia para proteger la propia vida y mantenerla siempre a salvo ya que, entonces, era lo único que teníamos porque ninguno de mis compañeros hoplitas habían terminado siendo vampiros: nadie había merecido la oportunidad, de nuevo por razones obvias, como lo había hecho yo, y por eso mismo no dudé en mantener la interrogación en mi mirada, clavada en sus ojos verdes.
– Yo no te he seguido, gitana paranoica. Caminaba por las calles de París cuando la noche estaba apenas cayendo, casi con los últimos rayos del sol, y de pura casualidad estaba en el mercado cuando han gritado tu nombre y te he visto. Después ha sido pura coincidencia encontrarte en los callejones; eso, o que atraes a una clase de seres con tus... llamémoslos dotes femeninas, que forman parte de mi cena, alimentación o lo que prefieras llamar al acto de alimentarme de su sangre. – dije, de nuevo mintiendo y de nuevo tan bien como antes, de una manera que nadie excepto yo podía saber que lo que decía no era la verdad sino algo que mi capacidad de inventarme las cosas sobre la marcha había conseguido.
La mano de su muslo había dejado hacía un rato de seguir el contorno del cuchillo para pasar a acariciarlo directamente por encima de la tela, haciendo que sintiera escalofríos inevitables por mi arte a la hora de usar las manos con una mujer y haciendo que tampoco se esperara el momento en el que metí la mano directamente bajo la tela para quitar, de un certero movimiento, el arma sujeta a su pierna por una cinta. La tiré detrás de mí, a una distancia que ella no podría recorrer conmigo aún encima, y saqué la mano justo después para apoyarla en la pared, a la altura de su cintura y muy cerca de ella.
– Pueden intentarlo tanto el sol como el fuego y como las estacas, pero te aseguro de que no tendrán la oportunidad porque no voy a dejarles. Nada como evitar lo que puede destruirte para hacer que desaparezca como posible amenaza, y nada como el instinto de supervivencia para garantizarme ver la próxima luna en el cielo. – añadí, siendo medianamente sincero por primera vez en toda la noche y, al acabar la frase, mirándola de nuevo, algo pensativo.
Los cuerpos de los tipos borrachos a los que había dejado inconscientes por el miedo y por el dolor seguían ahí tirados, siendo un obstáculo prácticamente insalvable que bloqueaba la única salida efectiva del callejón. Detrás de nosotros, además de la pared, no había salida visible que no fuera más pared que bloqueaba todo intento de huida, por lo que aunque no pegara mi cuerpo al suyo no podría salir de allí sin, como mínimo, darse un buen golpe contra el suelo por los cuerpos de los borrachos bloqueando el camino. Por eso mismo me separé rápidamente con una sonrisa enigmática y retrocedí un par de pasos en dirección a la salida del callejón para taparla y que le quedara la zona ensombrecida, la que guardaba la pared.
– Probemos algo, a ver hasta qué punto ese puede es una realidad o no. Estoy desarmado, tú también, e incluso me he separado de ti lo suficiente como para que puedas moverte, además de que planeo darte un par de minutos para que el dolor de las heridas de tu brazo se te pase. Y el experimento consiste en ver si eres capaz de salir de aquí, de este callejón, o si acabaré por dominarte. La prueba comienza ya. – le dije, cruzando los brazos sobre el pecho y con una sonrisa amplia (y falsa) dibujada en los labios porque hiciera lo que hiciera, ella misma lo había dicho: no podía conmigo. Y sería divertido ver cuándo se rendía y dejaba de intentarlo o si, por el contrario, sería tenaz hasta para eso. Que comience el juego en desigualdad de condiciones.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Su piel reaccionó a la caricia del ser que se encontraba en ese momento delimitando la daga que llevaba en su muslo. Distrayéndola, puesto que debía reconocer que su mente había decidido por un momento desconectar simplemente sintiendo lo que sus dedos estaban haciendo aún por encima de la ropa. La tensión de su cuerpo persistía, por supuesto, pero era un maldito traidor que hacía que reaccionara a lo que no tenía que haber reaccionado. Nadie en su sano juicio, y Éabann comenzaba a estar preocupada por el suyo, estaría en un momento como aquel en el que su vida dependía de un ser caprichoso —y sensual—y estaría pensando en la extraña reacción que sus caricias estaban enviando directamente hasta sus sentidos. No, nadie en su sano juicio lo estaría haciendo. Apretó los dientes, concentrándose en las palabras de él y entrecerrando los ojos mientras escuchaba su explicación.
¿Creerle o no creerle? Esa era la cuestión. Era un mentiroso consumado, mucho mejor que los suyos y eso era algo que a Éabann le preocupaba. No era capaz de leer con facilidad en su interior de la misma forma que lo hacía con el resto de la humanidad, aunque era cierto que él no formaba parte de la misma, no al menos de manera literal, aunque sí estética. Su sentido común le indicaba que tenía que desconfiar, que con esa desconfianza podría llegar mucho más lejos que creyéndole a pies juntillas. Si le creía, cosa que no estaba dispuesta a hacer, provocaría que en un momento u otro la caída fuera muchísimo mayor. La historia que le relataba era verosímil, pero no terminaba de entrar en la cabeza de Éabann. Se mordió brevemente el labio inferior como si sintiendo ese dolor pudiera olvidarse de lo que la mano de él estaba haciendo por debajo de su falda en ese momento. Había intentado incluso llevar una mano para apartársela, pero la verdad es que sus movimientos habían sido tan rápidos como precisos.
Unos instantes después su daga volaba hacia atrás en una trayectoria que los ojos verdes de la mujer siguieron en parte puesto que era difícil hacerlo cuando el campo de visión estaba prácticamente centrado en el cuerpo del vampiro. Un suspiro de alivio se escapó de sus labios, no por el vuelo de su daga, sino porque la mano de él ya no estaba en contacto directo con su cuerpo. Era mucho más fácil pensar de esa manera y la verdad es que necesitaba hacerlo y rápido.
—Yo también evito a los que son como tú y aquí me tienes, en el callejón con uno de ellos. Evitar algo que nos molesta no significa que podamos librarnos de ello con facilidad y rapidez, ni mucho menos, casi diría que al contrario: que es cuando más rápido aparece. —respondió con el ceño fruncido, para mostrarle que esa situación no era precisamente con la que le hubiera gustado terminar el día. Ella llevaba esquivando las horas nocturnas desde que había llegado a París, pero una serie de circunstancias le habían hecho estar por esos callejones cuando ya debería haber estado en su carromato hacía al menos una hora, lejos de aquel peligro que sospechaba, pero que se había manifestado con muchísima más fuerza de lo que hubiera imaginado. —Que no lo busques y que pienses que lo evitas, no significa que antes o después te encuentres de lleno con ello, puedo vaticinar que antes o después habrá sol o fuego o estacas en tu futuro, no porque pueda leerlo, sino porque es algo que siempre estará planeando a tu alrededor.
Y que ella había descubierto que no podía evitar. Se había sobrepasado con sus palabras, estaba prácticamente segura de ello. Aunque en un primer momento no había querido que sonara a amenaza, en parte había sido así. Dudaba que fuera a encontrarlo durante el día o que fuera capaz de llegar hasta él con una estaca y una antorcha, algo le decía que tendría la seguridad suficiente en su refugio como para evitar intromisiones de humanos molestos como ella, pero… la esperanza era lo último que se perdía. Una esperanza que no pudo evitar que brillara en sus ojos cuando él se apartó de ella. Por un momento se sintió como mareada, quizá porque había estado en parte en tensión por su proximidad, quizá porque de repente era como si el apoyo que había tenido gracias a su cuerpo hubiera desaparecido. Quizá fuera por la rapidez con la que se había movido. Como fuera, él ya no estaba sujetándola y Éabann se movió apartándose de la pared mirándole con el ceño fruncido, esperando que llegara el próximo truco.
Sus palabras la dejaron por un momento quieta en el sitio mientras comenzaba a pensar en las posibilidades. Callejón sin salida, un fallo por su parte el haberse metido allí. La única forma de salir de allí además de volar —y no tenía esa capacidad desgraciadamente— era por donde él estaba. Su velocidad superaba con creces la suya, pero se equivocaba en algo: no estaba desarmada. Frotó de forma disimulada ese antebrazo que estaba dolorido por culpa de Tharo y de la fuerza de él hacía unos minutos mientras andaba. Sus ojos no veían con claridad pero sí que reconocía formas en el suelo.
—Si salgo… de aquí.—comenzó a hablar mientras andaba, arrastrando los pies, en la dirección a donde había caído la daga esperando poder encontrarla. —¿Prometes que no me seguirás? ¿Qué no habrá juegos de persecuciones ni nada de eso? —dudaba que lo hiciera, incluso si se lo prometía, pero necesitaba que hablara mientras ella buscaba la daga. ¿Qué demonios podía hacer con una daga? Poco, muy poco, salvo una estupidez. Tragó saliva por un momento, no debería estar demasiado lejos, había escuchado con claridad el sonido metálico cuando había dado contra las piedras del callejón y…—Nada de volver a aparecer en mi vida, ni a tener escenas como esta. Si consigo salir de aquí ambos seguiremos nuestros caminos y nos olvidaremos de esta noche como si no hubiera existido.
Pero sabía que iba a ser difícil, sino imposible, conseguirlo y no quería ni imaginar las palabras que podrían salir de sus labios si pasaba lo contrario, la opción más obvia de todas ellas. Su pie derecho tropezó con la daga, un sonido apenas audible para ella a metálico. Se agachó tomándola mientras la desenfundaba y dejaba que la tira en la que llevaba se enrollara en su mano izquierda. Ahora necesitaba pensar rápido y de forma eficaz, miró a los cuerpos que estaban inconscientes a unos pasos de ella. Una idea apareció en su cabeza, pero no sabía si funcionaría. ¿Los vampiros no podían soportar la visión de la sangre sin abalanzarse a por ella? Esa era la idea que su abuela le había transmitido, ¿funcionaría con él? Le miró, por un momento, intentando adivinar qué cruzaba esa mente centenaria pero no lo supo con exactitud. Era como darse contra un muro. Susurrando un lo siento, se agachó delante del primer hombre que se encontró, un fardo inmóvil y realizó un corte rápido en su antebrazo. La primera sangre apareció, limpió la daga en la ropa del hombre y se movió hacia la izquierda, lo más rápido posible: su intención despistarlo con la sangre e intentar salir del callejón por el posible flanco abierto. Una táctica vieja de distracción que no sabía que si funcionaría, pero algo tenía que intentar hacer.
No se iba a quedar en un rincón sin probar las posibilidades que se le abrían.
¿Creerle o no creerle? Esa era la cuestión. Era un mentiroso consumado, mucho mejor que los suyos y eso era algo que a Éabann le preocupaba. No era capaz de leer con facilidad en su interior de la misma forma que lo hacía con el resto de la humanidad, aunque era cierto que él no formaba parte de la misma, no al menos de manera literal, aunque sí estética. Su sentido común le indicaba que tenía que desconfiar, que con esa desconfianza podría llegar mucho más lejos que creyéndole a pies juntillas. Si le creía, cosa que no estaba dispuesta a hacer, provocaría que en un momento u otro la caída fuera muchísimo mayor. La historia que le relataba era verosímil, pero no terminaba de entrar en la cabeza de Éabann. Se mordió brevemente el labio inferior como si sintiendo ese dolor pudiera olvidarse de lo que la mano de él estaba haciendo por debajo de su falda en ese momento. Había intentado incluso llevar una mano para apartársela, pero la verdad es que sus movimientos habían sido tan rápidos como precisos.
Unos instantes después su daga volaba hacia atrás en una trayectoria que los ojos verdes de la mujer siguieron en parte puesto que era difícil hacerlo cuando el campo de visión estaba prácticamente centrado en el cuerpo del vampiro. Un suspiro de alivio se escapó de sus labios, no por el vuelo de su daga, sino porque la mano de él ya no estaba en contacto directo con su cuerpo. Era mucho más fácil pensar de esa manera y la verdad es que necesitaba hacerlo y rápido.
—Yo también evito a los que son como tú y aquí me tienes, en el callejón con uno de ellos. Evitar algo que nos molesta no significa que podamos librarnos de ello con facilidad y rapidez, ni mucho menos, casi diría que al contrario: que es cuando más rápido aparece. —respondió con el ceño fruncido, para mostrarle que esa situación no era precisamente con la que le hubiera gustado terminar el día. Ella llevaba esquivando las horas nocturnas desde que había llegado a París, pero una serie de circunstancias le habían hecho estar por esos callejones cuando ya debería haber estado en su carromato hacía al menos una hora, lejos de aquel peligro que sospechaba, pero que se había manifestado con muchísima más fuerza de lo que hubiera imaginado. —Que no lo busques y que pienses que lo evitas, no significa que antes o después te encuentres de lleno con ello, puedo vaticinar que antes o después habrá sol o fuego o estacas en tu futuro, no porque pueda leerlo, sino porque es algo que siempre estará planeando a tu alrededor.
Y que ella había descubierto que no podía evitar. Se había sobrepasado con sus palabras, estaba prácticamente segura de ello. Aunque en un primer momento no había querido que sonara a amenaza, en parte había sido así. Dudaba que fuera a encontrarlo durante el día o que fuera capaz de llegar hasta él con una estaca y una antorcha, algo le decía que tendría la seguridad suficiente en su refugio como para evitar intromisiones de humanos molestos como ella, pero… la esperanza era lo último que se perdía. Una esperanza que no pudo evitar que brillara en sus ojos cuando él se apartó de ella. Por un momento se sintió como mareada, quizá porque había estado en parte en tensión por su proximidad, quizá porque de repente era como si el apoyo que había tenido gracias a su cuerpo hubiera desaparecido. Quizá fuera por la rapidez con la que se había movido. Como fuera, él ya no estaba sujetándola y Éabann se movió apartándose de la pared mirándole con el ceño fruncido, esperando que llegara el próximo truco.
Sus palabras la dejaron por un momento quieta en el sitio mientras comenzaba a pensar en las posibilidades. Callejón sin salida, un fallo por su parte el haberse metido allí. La única forma de salir de allí además de volar —y no tenía esa capacidad desgraciadamente— era por donde él estaba. Su velocidad superaba con creces la suya, pero se equivocaba en algo: no estaba desarmada. Frotó de forma disimulada ese antebrazo que estaba dolorido por culpa de Tharo y de la fuerza de él hacía unos minutos mientras andaba. Sus ojos no veían con claridad pero sí que reconocía formas en el suelo.
—Si salgo… de aquí.—comenzó a hablar mientras andaba, arrastrando los pies, en la dirección a donde había caído la daga esperando poder encontrarla. —¿Prometes que no me seguirás? ¿Qué no habrá juegos de persecuciones ni nada de eso? —dudaba que lo hiciera, incluso si se lo prometía, pero necesitaba que hablara mientras ella buscaba la daga. ¿Qué demonios podía hacer con una daga? Poco, muy poco, salvo una estupidez. Tragó saliva por un momento, no debería estar demasiado lejos, había escuchado con claridad el sonido metálico cuando había dado contra las piedras del callejón y…—Nada de volver a aparecer en mi vida, ni a tener escenas como esta. Si consigo salir de aquí ambos seguiremos nuestros caminos y nos olvidaremos de esta noche como si no hubiera existido.
Pero sabía que iba a ser difícil, sino imposible, conseguirlo y no quería ni imaginar las palabras que podrían salir de sus labios si pasaba lo contrario, la opción más obvia de todas ellas. Su pie derecho tropezó con la daga, un sonido apenas audible para ella a metálico. Se agachó tomándola mientras la desenfundaba y dejaba que la tira en la que llevaba se enrollara en su mano izquierda. Ahora necesitaba pensar rápido y de forma eficaz, miró a los cuerpos que estaban inconscientes a unos pasos de ella. Una idea apareció en su cabeza, pero no sabía si funcionaría. ¿Los vampiros no podían soportar la visión de la sangre sin abalanzarse a por ella? Esa era la idea que su abuela le había transmitido, ¿funcionaría con él? Le miró, por un momento, intentando adivinar qué cruzaba esa mente centenaria pero no lo supo con exactitud. Era como darse contra un muro. Susurrando un lo siento, se agachó delante del primer hombre que se encontró, un fardo inmóvil y realizó un corte rápido en su antebrazo. La primera sangre apareció, limpió la daga en la ropa del hombre y se movió hacia la izquierda, lo más rápido posible: su intención despistarlo con la sangre e intentar salir del callejón por el posible flanco abierto. Una táctica vieja de distracción que no sabía que si funcionaría, pero algo tenía que intentar hacer.
No se iba a quedar en un rincón sin probar las posibilidades que se le abrían.
Éabann G. Dargaard- Gitano
- Mensajes : 205
Fecha de inscripción : 09/05/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
La posición firme, con los brazos cruzados y totalmente estático sin que mis músculos estuvieran, en absoluto, relajados del todo. Recordaba a un animal salvaje vigilando a su presa, acotando el terreno y calculando las distancias para saltar en dirección a ese animal que serviría de alimento del gran depredador que lo estaba acechando. La gacela era ella; el león, sin permanecer calmo un solo momento a pesar de la aparente tranquilidad de mi cuerpo, era yo. La distancia que había entre nosotros sería de unos pocos pies, quizá menos, y lo que estaba esperando era que ella hiciera algo, aparte de intentar amenazarme de una manera que no daba nada que se alejara de la risa. Y permanecía quieto mientras ella pensaba, su mente funcionando a toda velocidad tal y como lo reflejaba su cara y ella presa sólo de los escalofríos ya ocasionales que habían descendido desde que yo me había alejado de ella. La verdad, a cualquiera la situación le habría parecido aburrida a más no poder y probablemente lo fuera para un espectador externo, pero si eras yo tenías que saber apreciar cada sutil movimiento de ella, cada cambio de respiración en cuestión de intensidades y cada mínimo y sutil gesto que hacía en pos de prever su posible reacción y ataque.
Aún así, que ella intentara sacar su vena negociadora mientras caminaba en dirección igual a la que había seguido la daga en su caída propiciada por mí no era exactamente lo que me había esperado, quizá porque yo siempre había sido más aficionado a luchas cuerpo a cuerpo y directas en vez de a luchas más sutiles en las que la diplomacia hacía más que el choque de dos espadas... pamplinas. Esa era la clase de lucha de los débiles e indefensos; el tipo de combate de alguien que se sabe perdedor y que quiere salvaguardar su vida de la única manera posible, que era intentando llegar a las debilidades del enemigo y a un trato con él. Aquella reacción suya dejaba tan claro como sus palabras que ella estaba perdida, y que intentara llegar a un acuerdo conmigo mientras buscaba su daga a tientas no era lo más adecuado para hacer con alguien que probablemente tenía en la cabeza sólo abrir su garganta y beber su sangre, al menos metiéndonos en la mente de alguien como ella.
¿Y qué hizo, además de un intento (inútil, por cierto) de poner distancia entre los dos? Agacharse en dirección a los cuerpos caídos en combate y llevar a cabo el tópico más típico de la historia de las relaciones entre vampiros y humanos. Sí, exacto, abrir un corte en la piel de uno de los caídos que hiciera que el olor a sangre poblara el ambiente y que yo sólo alzara la ceja, como preguntándome en qué momento se le había ido la cabeza y la poca cordura del todo al garete y en qué momento había pensado de verdad que una triquiñuela como aquella iba a servir conmigo. ¿De verdad me tenía en tan poca estima y era tan incapaz de ver lo diferente que era de cualquier vampirillo de poca monta que pensaba que algo como eso iba a atraerme? ¿A mí? Porque con la peste a alcohol que desprendían los cuerpos, todo olor a sangre que pudiera atraerme (a una sangre insípida parisina de esas que tan poco me gustaba, todo hay que decirlo) quedaba totalmente anulado mientras ella aún esperaba cualquier movimiento por mi parte.
Tenía suerte de haberme pillado en un día relativamente tranquilo y juguetón y que por semejante estupidez cometida por su parte no estuviera pensando en matarla: tenía muchísima suerte. Y yo tenía, por mi parte, un talento natural para la mentira y la actuación que hacían factible la idea que se me estaba pasando por la cabeza con la cual probablemente le quitaría la tontería a Éabann de manera efectiva y haría que aquella tendencia suya a ser igual que el resto de los estúpidos humanos aun cuando tenía cosas mejores que ellos se fuera a freír espárragos en mantequilla al fuego de una noche de verano.
Para eso mismo, y durante los apenas dos segundos que transcurrieron desde que ella había herido al hombre hasta que a mí se me había ocurrido el plan, mi propio cuerpo reaccionó con velocidad animal agachándose junto al hombre aquel y mirando la herida con sed aparente mientras ella, más lenta por ser humana, aprovechaba aquella aparente distracción por mi parte para salir por el flanco que mi cuerpo había dejado libre. Y aquel precisamente fue su error: no prestar atención al vampiro agachado que en cuanto ella pasó cerca aprovechó para torcer la boca en una sonrisa torcida y maquiavélica.
Sus movimientos, en mi visión, eran lentos y tranquilos mientras que los míos eran veloces y certeros: no podía establecerse una competición entre ellos de la que pudiera sacarse algo en claro aparte de que yo era superior en velocidad y agilidad. Ella se movía como un caracol y yo como una liebre, y ni siquiera que echara a correr impidió que con más velocidad que ella me levantara y la cogiera de la cintura para llevarla, de nuevo, contra la pared, destrozando en mil pedazos la ilusión que podía haber mantenido de tener alguna posibilidad de escapar de mí. Su destino había quedado sellado por aquella noche en cuanto la había atrapado en aquel callejón, y más le valía empezar a asimilarlo si no quería acabar peor que como si me cabreaba mucho podía acabar.
Y allí estábamos, ella contra la pared y conmigo aún más cerca que como lo habíamos estado antes, impidiendo de nuevo que se moviera y con las manos en su cintura, descendiendo lentamente hasta sus caderas para que la sujeción fuera mejor mientras con la mirada la examinaba, prácticamente negando con la cabeza.
– Después de toda tu perorata de lo que llevamos de noche acerca de si soy peligroso o no, ¿de verdad pensabas que iba a dejarte irte tan felizmente? ¿Y utilizando una táctica de distracción tan patética como esa? Te contaré un secreto, Éabann... – comencé a decir, acercándome peligrosamente a su oreja y rozando su lóbulo con los labios con muchísima lentitud.
– Ya he cenado... – le dije, con una mueca torcida que ella no veía y que se completaba con mi cuerpo aún pegado sobre el suyo, haciendo barrera que ella no podía cruzar para salir de allí porque yo era más fuerte.
Ni siquiera entonces me separé de su oreja, sino que desvié los labios a su cuello para, a diferencia de antes, rozarlo y depositar en él caricias que se complementaban con el roce de mis propios dientes, sin llegar a hacerle ninguna herida sino sólo para completar el gesto que estaba haciendo que sus defensas se desmoronaran y cayeran como si estuvieran mal construidas o fueran débiles contra el estímulo adecuado: yo. Porque estaba claro que los escalofríos de su cuerpo ya no eran de terror sino que eran de otra cosa, y los gestos que hacía inconscientemente poco tenían que ver con el simple miedo que debería haber tenido de ser una humana normal, pero por suerte para ella no lo era, con las ventajas que aquello traía consigo.
– ¿Tú misma diciendo de confiar en las promesas de un ser como yo? ¿Qué te hace pensar que no la rompería y que no volvería a buscarte alguna que otra noche de mi eterna vida? ¿Y perder la oportunidad de probarte, no sólo tu sangre sino también tu interior? Piénsalo, no compensa... – añadí, de nuevo en su oreja y no siendo del todo sincero porque sí, quería volver a probar su sangre y también su interior, pero la parte de probar el cuerpo que en aquel momento estaba rozando también venía incluida en el significado de mis palabras, de una manera quizá más obvia para mí que probar si de verdad era en cuanto a carácter tan diferente del resto de humanos o sólo era simple enajenación mental transitoria que acabaría pasándosele.
– Relájate... – susurré con voz tranquilizadora y ronca en su oreja, volviendo a bajar a su cuello y centrándome en él y en volver a rozarlo durante un rato antes de subir hasta sus labios, frente a los que me quedé un momento, tan cerca que los estaba rozando mientras no quitaba la vista de encima a sus ojos verdes.
Aún así, que ella intentara sacar su vena negociadora mientras caminaba en dirección igual a la que había seguido la daga en su caída propiciada por mí no era exactamente lo que me había esperado, quizá porque yo siempre había sido más aficionado a luchas cuerpo a cuerpo y directas en vez de a luchas más sutiles en las que la diplomacia hacía más que el choque de dos espadas... pamplinas. Esa era la clase de lucha de los débiles e indefensos; el tipo de combate de alguien que se sabe perdedor y que quiere salvaguardar su vida de la única manera posible, que era intentando llegar a las debilidades del enemigo y a un trato con él. Aquella reacción suya dejaba tan claro como sus palabras que ella estaba perdida, y que intentara llegar a un acuerdo conmigo mientras buscaba su daga a tientas no era lo más adecuado para hacer con alguien que probablemente tenía en la cabeza sólo abrir su garganta y beber su sangre, al menos metiéndonos en la mente de alguien como ella.
¿Y qué hizo, además de un intento (inútil, por cierto) de poner distancia entre los dos? Agacharse en dirección a los cuerpos caídos en combate y llevar a cabo el tópico más típico de la historia de las relaciones entre vampiros y humanos. Sí, exacto, abrir un corte en la piel de uno de los caídos que hiciera que el olor a sangre poblara el ambiente y que yo sólo alzara la ceja, como preguntándome en qué momento se le había ido la cabeza y la poca cordura del todo al garete y en qué momento había pensado de verdad que una triquiñuela como aquella iba a servir conmigo. ¿De verdad me tenía en tan poca estima y era tan incapaz de ver lo diferente que era de cualquier vampirillo de poca monta que pensaba que algo como eso iba a atraerme? ¿A mí? Porque con la peste a alcohol que desprendían los cuerpos, todo olor a sangre que pudiera atraerme (a una sangre insípida parisina de esas que tan poco me gustaba, todo hay que decirlo) quedaba totalmente anulado mientras ella aún esperaba cualquier movimiento por mi parte.
Tenía suerte de haberme pillado en un día relativamente tranquilo y juguetón y que por semejante estupidez cometida por su parte no estuviera pensando en matarla: tenía muchísima suerte. Y yo tenía, por mi parte, un talento natural para la mentira y la actuación que hacían factible la idea que se me estaba pasando por la cabeza con la cual probablemente le quitaría la tontería a Éabann de manera efectiva y haría que aquella tendencia suya a ser igual que el resto de los estúpidos humanos aun cuando tenía cosas mejores que ellos se fuera a freír espárragos en mantequilla al fuego de una noche de verano.
Para eso mismo, y durante los apenas dos segundos que transcurrieron desde que ella había herido al hombre hasta que a mí se me había ocurrido el plan, mi propio cuerpo reaccionó con velocidad animal agachándose junto al hombre aquel y mirando la herida con sed aparente mientras ella, más lenta por ser humana, aprovechaba aquella aparente distracción por mi parte para salir por el flanco que mi cuerpo había dejado libre. Y aquel precisamente fue su error: no prestar atención al vampiro agachado que en cuanto ella pasó cerca aprovechó para torcer la boca en una sonrisa torcida y maquiavélica.
Sus movimientos, en mi visión, eran lentos y tranquilos mientras que los míos eran veloces y certeros: no podía establecerse una competición entre ellos de la que pudiera sacarse algo en claro aparte de que yo era superior en velocidad y agilidad. Ella se movía como un caracol y yo como una liebre, y ni siquiera que echara a correr impidió que con más velocidad que ella me levantara y la cogiera de la cintura para llevarla, de nuevo, contra la pared, destrozando en mil pedazos la ilusión que podía haber mantenido de tener alguna posibilidad de escapar de mí. Su destino había quedado sellado por aquella noche en cuanto la había atrapado en aquel callejón, y más le valía empezar a asimilarlo si no quería acabar peor que como si me cabreaba mucho podía acabar.
Y allí estábamos, ella contra la pared y conmigo aún más cerca que como lo habíamos estado antes, impidiendo de nuevo que se moviera y con las manos en su cintura, descendiendo lentamente hasta sus caderas para que la sujeción fuera mejor mientras con la mirada la examinaba, prácticamente negando con la cabeza.
– Después de toda tu perorata de lo que llevamos de noche acerca de si soy peligroso o no, ¿de verdad pensabas que iba a dejarte irte tan felizmente? ¿Y utilizando una táctica de distracción tan patética como esa? Te contaré un secreto, Éabann... – comencé a decir, acercándome peligrosamente a su oreja y rozando su lóbulo con los labios con muchísima lentitud.
– Ya he cenado... – le dije, con una mueca torcida que ella no veía y que se completaba con mi cuerpo aún pegado sobre el suyo, haciendo barrera que ella no podía cruzar para salir de allí porque yo era más fuerte.
Ni siquiera entonces me separé de su oreja, sino que desvié los labios a su cuello para, a diferencia de antes, rozarlo y depositar en él caricias que se complementaban con el roce de mis propios dientes, sin llegar a hacerle ninguna herida sino sólo para completar el gesto que estaba haciendo que sus defensas se desmoronaran y cayeran como si estuvieran mal construidas o fueran débiles contra el estímulo adecuado: yo. Porque estaba claro que los escalofríos de su cuerpo ya no eran de terror sino que eran de otra cosa, y los gestos que hacía inconscientemente poco tenían que ver con el simple miedo que debería haber tenido de ser una humana normal, pero por suerte para ella no lo era, con las ventajas que aquello traía consigo.
– ¿Tú misma diciendo de confiar en las promesas de un ser como yo? ¿Qué te hace pensar que no la rompería y que no volvería a buscarte alguna que otra noche de mi eterna vida? ¿Y perder la oportunidad de probarte, no sólo tu sangre sino también tu interior? Piénsalo, no compensa... – añadí, de nuevo en su oreja y no siendo del todo sincero porque sí, quería volver a probar su sangre y también su interior, pero la parte de probar el cuerpo que en aquel momento estaba rozando también venía incluida en el significado de mis palabras, de una manera quizá más obvia para mí que probar si de verdad era en cuanto a carácter tan diferente del resto de humanos o sólo era simple enajenación mental transitoria que acabaría pasándosele.
– Relájate... – susurré con voz tranquilizadora y ronca en su oreja, volviendo a bajar a su cuello y centrándome en él y en volver a rozarlo durante un rato antes de subir hasta sus labios, frente a los que me quedé un momento, tan cerca que los estaba rozando mientras no quitaba la vista de encima a sus ojos verdes.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
¡Había funcionado! Ese fue el pensamiento que cruzó de forma fugaz durante apenas unos segundos la mente de Éabann. Agradeció en un segundo más haber estado atenta a las indicaciones de su abuela y simplemente dejó que la inercia del movimiento, la adrenalina por la situación, siguiera su curso corriendo a toda la velocidad que le era posible. La morena no era una luchadora experimentada, sus conocimientos se basaban en instintos y en peleas de poca monta que había tenido a lo largo de su vida. Sabía dónde dar y sabía jugar sucio, pero solo cuando se trataban de humanos. Los seres sobrenaturales eran conocidos básicamente por las historias que su gente contaba alrededor de las fogatas y por los pocos y esparcidos encuentros que había tenido. A los vampiros los había esquivado como quien esquiva la peste desde aquel primer encuentro, por lo que en su mente estaban las configuraciones propias de alguien que no ha tenido contacto con ellos. Aun así, sabía que Escipión —no sabía de momento el nombre verdadero—no era un vampiro como los que le contaba su abuela. La letalidad de sus movimientos, el poder que había demostrado con los borrachos, su mirada que hablaba de muerte, la fuerza que tenía, le decían todo aquello. Y su instinto le hablaba de intentar salir de allí lo más rápido posible.
No sabía qué haría después, pero necesitaba alejarse. Además, por otra razón que le daba hasta vergüenza admitir: le atraía. ¿Cómo podía suceder cuando sentía que debía mantenerse a la distancia de un continente entero de él? Eso la molestaba y la enfadaba, en vez de dejarse arrollar por la presencia del vampiro necesitaba alejarse y pensar con claridad. Necesitaba derrumbar todos los pensamientos agradables que pudiera tener, relacionados principalmente por las reacciones a sus caricias, y concentrarse en que era un asesino a sangre fría que podría acabar con ella en menos de un parpadeo.
Y fue un parpadeo lo que valió para que su ilusión despareciera. ¿Cómo había sido tan ilusa? Casi podía ver la risa en su mirada cuando de nuevo se encontró empotrada contra una de las paredes. Los ojos de la gitana se abrieron durante unos segundos más de lo debido, al tiempo que volvía a sentir esa pared —que ya comenzaba a odiar— detrás de su espalda y a él anclado directamente contra ella. Los dientes habían golpeando entre ellos mientras que los ojos de la mujer le miraban, sujetando con firmeza la daga que llevaba en la mano derecha. Daga que no pensaba soltar porque le daba la seguridad que de otra manera no tendría. Con la izquierda se quitó un mechón moreno que se le había caído contra el rostro y que le impedía la visibilidad. Tonta, se dijo para sí, tonta por haber pensado que aquella triquiñuela, que ni ella misma estaba segura de que fuera a funcionar, fuera a hacer algún tipo de efecto en él.
Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo la mano izquierda se cerró en un puño en el pecho de él, sin hacer presión esta vez mientras que un lento escalofrío de fuego la recorría desde ese punto en el lóbulo de su oreja deslizándose por toda su espalda cuando habló. Y se odió por ello. Odiaba sentirse de aquella manera cuando debería haberse rebelado. Odiaba que su cuerpo reaccionara mientras que su mente intentaba funcionar con toda la velocidad posible, buscando alejarse de él. Se encontraba en una encrucijada entre cuerpo y mente que le dejaba temblando.
—Hubiera sido peor que me lanzara directamente contra ti ¿no crees?. —susurró apenas, porque sabía que él podía escaparle y porque en ese momento no se sentía preparada para hablar. Estaba segura de que su voz no conseguiría funcionar con corrección. Su acento estaba mucho mas intensificado que antes, como si le fuera imposible concentrarse en lo que estaba diciendo y, seamos sinceros, así era. —Necesitaba que te distrajeras y que enfocaras tu atención en otra cosa para darme aunque fuera un segundo. Sé que no puedo contra ti en fuerza ni en velocidad, ya me lo has mostrado. —no decía nada que él no supiera y no le estaba alabando por ello, solo era sincera. Esa sinceridad aplastante que muchas veces podía traerla más de un problema.
Se mordió el labio inferior con fuerza apretando los dientes para que ningún sonido se escapara de entre ellos, para intentar controlar una respiración que estaba segura de que iba a comenzar a acelerarse, lo mismo que los latidos de su corazón pero contra esos no podía hacer absolutamente nada. ¿Sería aquello todo? ¿Aquella noche? La mano izquierda seguía apoyada en forma de puño contra su pecho, sin empujar, sin moverse, la misma mano que llevaba la vaina que había utilizado para llevar la daga, entrelazada en la misma sin realmente estar sujeta los lazos de esta. Necesitaba espacio y ¿desde cuándo hacía tanto calor de repente? El paseo que estaba haciendo el vampiro por su cuello comenzaba a descentrarla y eso hizo un pequeño click en su cerebro.
—No hubiera confiado en ti, tú mismo me estás diciendo que no eres de confianza y está claro que superas a todos los de mi gente en cuanto a embustero y manipulador.—un cosquilleo demasiado agradable comenzaba a quedar tras el rastro de besos que estaba dejando en su cuello, lo que le desviaba de los pensamientos lógicos que debería haber estado teniendo. —Supongo que era otra forma estúpida de intentar conseguir tiempo. Estúpida porque no conseguí nada de lo que me proponía.—pero a la vez, en la mente de la morena, eso se quedaba anclado en su conocimiento y esperaba poder utilizarlo en el futuro, si es que tenía un futuro. Ni la sangre que la había afectado y los intentos de negociación habían sido una pérdida de tiempo. ¿Qué serviría entonces contra él?
“Relájate”, esa palabra llegó a su cerebro y durante unos segundos lo hizo, disfrutando únicamente de aquello que le estaba dando. Éabann era una mujer que disfrutaba de lo que le daban, de los placeres de la vida, de cada instante, pero también era una persona que necesitaba controlarse a sí misma y él estaba provocando que ese control que siempre había tenido se desmoronara. Abrió los ojos encontrándose con su mirada. Estaban tan pegados que estaba segura que sus propias respiraciones se entrelazaban si es que los vampiros hacían aquello. Intentó bucear en una mirada que en la que en realidad no había más que frío, que oscuridad y muerte, sangre y miedo. No de él, sino el que proporcionaba a los demás. Los verdes de ella mostraban un ligero aturdimiento que lentamente desapareció para mostrar algo más: decisión.
Ese era el momento más estúpido de su vida. La mano derecha aún mantenía sujeta con firmeza como si estuviera olvidada una daga. Una daga que estaba claro que no le haría nada si se la clavaba —opción que se le había pasado por la cabeza—, es más…no sabía si tenía la fuerza suficiente para hacerlo. Le habían dicho que eran duros como el mármol —e igual de bellos—y su mano izquierda así lo demostraba. Pero no sería ella si no hacía algún movimiento en ese instante. No al menos antes de sucumbir porque estaba dándose cuenta de que las posibilidades se le acababan y que la situación estaba llevada a un cariz que no hubiera imaginado en el primer momento que le había visto. La daga subió entonces hasta la garganta de él, cualquiera que los viera desde fuera pensaría que eran dos amantes entrelazados. Sus ojos verdes clavados en los de él. Podría romperle el cuello, incluso el brazo, podría matarla allí mismo, pero eso no le impidió hablar.
—Tu seguridad puede ser tu perdición, tu seguridad de ser superior a los humanos pueden llevarte a pensar que puedes destruirnos como pequeños insectos, quizá puedas hacerlo y estas sean mis últimas palabras, pero somos más que vosotros. —apretó brevemente los labios por un momento. A pesar de sus palabras no había odio. Maldita fuera, no podía odiarlo porque sería traicionar a esa parte de sí misma que había disfrutado sus caricias. —¿Por qué estás tan interesado en mí? Ya has cenado, tú mismo lo has dicho, te he ofrecido un sencillo tentempié y sin embargo no lo has aceptado. —mierda, se estaba pasando de la raya. —Suéltame.
Apenas apretó, lo suficiente como para qué él pudiera notar la mordedura fría del acero contra su piel ¿Lo notaría? ¿Saldría sangre? ¿Sería ese su último y estúpido acto? No rezó al dios de los cristianos, sino que en silencio elevó una plegaria a aquellos dioses que se encontraban más allá del entendimiento de la mayor parte de los habitantes de París en ese momento y que en cambio eran parte de ella misma.
No sabía qué haría después, pero necesitaba alejarse. Además, por otra razón que le daba hasta vergüenza admitir: le atraía. ¿Cómo podía suceder cuando sentía que debía mantenerse a la distancia de un continente entero de él? Eso la molestaba y la enfadaba, en vez de dejarse arrollar por la presencia del vampiro necesitaba alejarse y pensar con claridad. Necesitaba derrumbar todos los pensamientos agradables que pudiera tener, relacionados principalmente por las reacciones a sus caricias, y concentrarse en que era un asesino a sangre fría que podría acabar con ella en menos de un parpadeo.
Y fue un parpadeo lo que valió para que su ilusión despareciera. ¿Cómo había sido tan ilusa? Casi podía ver la risa en su mirada cuando de nuevo se encontró empotrada contra una de las paredes. Los ojos de la gitana se abrieron durante unos segundos más de lo debido, al tiempo que volvía a sentir esa pared —que ya comenzaba a odiar— detrás de su espalda y a él anclado directamente contra ella. Los dientes habían golpeando entre ellos mientras que los ojos de la mujer le miraban, sujetando con firmeza la daga que llevaba en la mano derecha. Daga que no pensaba soltar porque le daba la seguridad que de otra manera no tendría. Con la izquierda se quitó un mechón moreno que se le había caído contra el rostro y que le impedía la visibilidad. Tonta, se dijo para sí, tonta por haber pensado que aquella triquiñuela, que ni ella misma estaba segura de que fuera a funcionar, fuera a hacer algún tipo de efecto en él.
Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo la mano izquierda se cerró en un puño en el pecho de él, sin hacer presión esta vez mientras que un lento escalofrío de fuego la recorría desde ese punto en el lóbulo de su oreja deslizándose por toda su espalda cuando habló. Y se odió por ello. Odiaba sentirse de aquella manera cuando debería haberse rebelado. Odiaba que su cuerpo reaccionara mientras que su mente intentaba funcionar con toda la velocidad posible, buscando alejarse de él. Se encontraba en una encrucijada entre cuerpo y mente que le dejaba temblando.
—Hubiera sido peor que me lanzara directamente contra ti ¿no crees?. —susurró apenas, porque sabía que él podía escaparle y porque en ese momento no se sentía preparada para hablar. Estaba segura de que su voz no conseguiría funcionar con corrección. Su acento estaba mucho mas intensificado que antes, como si le fuera imposible concentrarse en lo que estaba diciendo y, seamos sinceros, así era. —Necesitaba que te distrajeras y que enfocaras tu atención en otra cosa para darme aunque fuera un segundo. Sé que no puedo contra ti en fuerza ni en velocidad, ya me lo has mostrado. —no decía nada que él no supiera y no le estaba alabando por ello, solo era sincera. Esa sinceridad aplastante que muchas veces podía traerla más de un problema.
Se mordió el labio inferior con fuerza apretando los dientes para que ningún sonido se escapara de entre ellos, para intentar controlar una respiración que estaba segura de que iba a comenzar a acelerarse, lo mismo que los latidos de su corazón pero contra esos no podía hacer absolutamente nada. ¿Sería aquello todo? ¿Aquella noche? La mano izquierda seguía apoyada en forma de puño contra su pecho, sin empujar, sin moverse, la misma mano que llevaba la vaina que había utilizado para llevar la daga, entrelazada en la misma sin realmente estar sujeta los lazos de esta. Necesitaba espacio y ¿desde cuándo hacía tanto calor de repente? El paseo que estaba haciendo el vampiro por su cuello comenzaba a descentrarla y eso hizo un pequeño click en su cerebro.
—No hubiera confiado en ti, tú mismo me estás diciendo que no eres de confianza y está claro que superas a todos los de mi gente en cuanto a embustero y manipulador.—un cosquilleo demasiado agradable comenzaba a quedar tras el rastro de besos que estaba dejando en su cuello, lo que le desviaba de los pensamientos lógicos que debería haber estado teniendo. —Supongo que era otra forma estúpida de intentar conseguir tiempo. Estúpida porque no conseguí nada de lo que me proponía.—pero a la vez, en la mente de la morena, eso se quedaba anclado en su conocimiento y esperaba poder utilizarlo en el futuro, si es que tenía un futuro. Ni la sangre que la había afectado y los intentos de negociación habían sido una pérdida de tiempo. ¿Qué serviría entonces contra él?
“Relájate”, esa palabra llegó a su cerebro y durante unos segundos lo hizo, disfrutando únicamente de aquello que le estaba dando. Éabann era una mujer que disfrutaba de lo que le daban, de los placeres de la vida, de cada instante, pero también era una persona que necesitaba controlarse a sí misma y él estaba provocando que ese control que siempre había tenido se desmoronara. Abrió los ojos encontrándose con su mirada. Estaban tan pegados que estaba segura que sus propias respiraciones se entrelazaban si es que los vampiros hacían aquello. Intentó bucear en una mirada que en la que en realidad no había más que frío, que oscuridad y muerte, sangre y miedo. No de él, sino el que proporcionaba a los demás. Los verdes de ella mostraban un ligero aturdimiento que lentamente desapareció para mostrar algo más: decisión.
Ese era el momento más estúpido de su vida. La mano derecha aún mantenía sujeta con firmeza como si estuviera olvidada una daga. Una daga que estaba claro que no le haría nada si se la clavaba —opción que se le había pasado por la cabeza—, es más…no sabía si tenía la fuerza suficiente para hacerlo. Le habían dicho que eran duros como el mármol —e igual de bellos—y su mano izquierda así lo demostraba. Pero no sería ella si no hacía algún movimiento en ese instante. No al menos antes de sucumbir porque estaba dándose cuenta de que las posibilidades se le acababan y que la situación estaba llevada a un cariz que no hubiera imaginado en el primer momento que le había visto. La daga subió entonces hasta la garganta de él, cualquiera que los viera desde fuera pensaría que eran dos amantes entrelazados. Sus ojos verdes clavados en los de él. Podría romperle el cuello, incluso el brazo, podría matarla allí mismo, pero eso no le impidió hablar.
—Tu seguridad puede ser tu perdición, tu seguridad de ser superior a los humanos pueden llevarte a pensar que puedes destruirnos como pequeños insectos, quizá puedas hacerlo y estas sean mis últimas palabras, pero somos más que vosotros. —apretó brevemente los labios por un momento. A pesar de sus palabras no había odio. Maldita fuera, no podía odiarlo porque sería traicionar a esa parte de sí misma que había disfrutado sus caricias. —¿Por qué estás tan interesado en mí? Ya has cenado, tú mismo lo has dicho, te he ofrecido un sencillo tentempié y sin embargo no lo has aceptado. —mierda, se estaba pasando de la raya. —Suéltame.
Apenas apretó, lo suficiente como para qué él pudiera notar la mordedura fría del acero contra su piel ¿Lo notaría? ¿Saldría sangre? ¿Sería ese su último y estúpido acto? No rezó al dios de los cristianos, sino que en silencio elevó una plegaria a aquellos dioses que se encontraban más allá del entendimiento de la mayor parte de los habitantes de París en ese momento y que en cambio eran parte de ella misma.
Éabann G. Dargaard- Gitano
- Mensajes : 205
Fecha de inscripción : 09/05/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Al final hasta ella, tan testaruda que parecía en un principio, había terminado por convencerse de que no tenía nada que hacer contra mí y contra ninguno de mi raza por extensión, pero teniendo en cuenta que yo era el mejor de entre los que constituíamos los no muertos, inmortales o como quisiera denominársenos, en aquel momento ella estaba indefensa contra mí y contra lo que a mí y sólo a mí me apeteciera hacer...le. Al fin y al cabo, inmovilizada contra la pared como lo estaba en aquel momento y con mi cuerpo encima del suyo frenando toda posibilidad de escape no tenía alternativa alguna aparte de esperar a que a mí me diera por sacarla de allí. Cualquier otra acción era una auténtica locura y un suicidio por su parte, y precisamente por eso no dudaba que fuera a intentar algo como eso, alguna acción propia de un animal acorralado y herido que no es sino un intento de deshacerse de su perseguidor, aquel que terminará por devorar al animal herido o a lo que quedaba de él.
Aquella situación recordaba demasiado a la de un animal cazando a otro, sobre todo teniendo en cuenta mis movimientos y los suyos propios, presa del pánico, de la indefensión y de sus instintos más profundos que simplemente eran deliciosos. ¿Por qué la gente no sacaría esos impulsos más a menudo? Se esforzaban en guiarse por un lado racional que no les favorecía en absoluto, dejando de lado el aspecto irracional que poblaba todas sus acciones y que desde las sombras controlaba los hilos de todos sus actos conscientes. Ella se estaba debatiendo entre lo racional y lo irracional; entre dejarse llevar por lo que cada uno de mis gestos, incluida mi cercanía, le provocaban y entre lo que su razón le decía acerca de mí, con palabras textuales suyas que era peligroso y un mentiroso mejor que su gente. Los gitanos no podían considerarse mentirosos en efecto si se comparaban conmigo, y sus triquiñuelas no eran nada aparte de balbuceos de niño comparado con el arte de quien lleva mintiendo dos vidas: una humana y una inmortal... y lo que quedaba de la segunda, que era toda la eternidad.
No iba a hacerme daño por mucho que quisiera intentar recurrir a amenazas o, incluso, a alzar el arma contra mí. No iba a herirme porque no era capaz y no tenía lo que había que tener, amén de que se necesitaba algo más que eso para matarme. ¿Una simple daga? Yo apuntaría más bien a hacerme arder antes en el fuego del infierno (si es que existía, que lo dudaba seriamente) y después a coger un hacha e intentar separar mi cabeza de mi cuerpo, pero con un arma como esa, no muy diferente a lo que sería un juguete para un niño, no conseguiría nada excepto sentir una falsa sensación de seguridad recorriendo su cuerpo, una sensación que quizá la ayudaría a soportar con su orgullo habitual la situación de creerse cercana a la muerte.
Y he ahí otra de las cosas que ella no terminaba de entender: no iba a matarla. Si quisiera hacerlo no me habría puesto a jugar con ella de aquella manera, como un gato cazando a un ratón y divirtiéndose con las reacciones de aquel animalito indefenso contra uno de sus depredadores que se había levantado con un día (noche en mi caso) especialmente travieso y juguetón. Además, ¿qué pasaba si el gato en cuestión tenía ganas de probar al ratón? No iba a cansarme de decir que yo quería probar a Éabann, y no por que dejara de hacerlo iba a dejar de ser tan verdad como lo era, pero en ciertos momentos su testarudez sobraba, sobre todo en aquel momento en el que se veía obligada a intentar amenazarme con algo tan cutre como un simple cuchillito que no sería mucho mayor que el que estuviera en cualquier hogar para cortar la carne de la cena.
Su acción me hizo poner los ojos en blanco y casi chasquear la lengua, cercano a la impaciencia que sólo ella de entre muchas personas lograba casi despertar. Por desgracia para su única motivación en la vida, que era hacerme perder la paciencia, mi carácter había sido forjado con fuego y rigidez hacía demasiado tiempo; tanto tiempo, en realidad, que ni siquiera me alejaba de mi objetivo y la impaciencia era borrada de raíz cada vez que amenazaba con aparecer, como era aquel momento. Por eso que volviera a clavar la mirada en ella, torciendo la cabeza en un gesto muy felino, casi como si fuera un gato callejero jugando a seducir a una gatita doméstica que no tenía nada que hacer contra los encantos del gato... y menuda comparación más acertada.
– Lo peor de todo es que sé que no estás bromeando y no quieres hacerme reír conscientemente con esto, sino que de verdad crees que haría algo contra mí... Algo inútil, por cierto, y que demuestra que de seres como yo sabes lo justo y necesario para saber quién te ha dejado indefensa, pero no el modo de hacerlo. Tu gente, como tú les llamas, tiene aún mucho que aprender en cuanto a nosotros, sobre todo en la capacidad de... ¿cómo lo has llamado? Manipular y soltar embustes. Nada que años de práctica no arreglen, siempre y cuando se tenga la natural predisposición. – le dije, con tono de voz de nuevo frío y lleno de precisión cercana a la médica mientras la miraba. A diferencia de ella, en cuya voz el acento había salido de una manera muchísimo más clara, a mí cuando se me escapaba era un simple deje, una cadencia de otros tiempos y un cambio en el ritmo que las palabras seguían para salir de mis labios. Nada como acento propiamente entendido, sino más bien algo propio de mi educación y de mi lengua materna, que era el griego, más concretamente el dialecto dórico.
Con la mirada clavada en ella bostecé visiblemente, acercando aún más la cuchilla a mi cuello y con la habilidad suficiente, fruto de muchos siglos manejando filos de espadas, para ni siquiera llegar a hacerme sangrar. La estaba probando, estaba jugando con ella, y ella lo sabía aunque no hiciera nada al respecto. Ni siquiera enseñarle los colmillos con el falso bostezo había sido suficiente para que hiciera el único movimiento que requería la acción que ella había comenzado y que se veía incapaz de llevar a cabo. ¿Y por qué lo sabía? Porque no tenía naturaleza de asesina ni de depredadora. Se había disculpado con un hombre inconsciente cuando le había herido, y su instinto de supervivencia estaba demasiado regido por esos estúpidos valores que la sociedad le había metido a fuego en la cabeza.
– ¿Vas a hacerlo hoy, mañana o dentro de un par de años? Tiempo tengo, eso desde luego, aunque ganas ya no puedo prometerte, ni a ti ni a ningún humano a los que soy superior de hecho, no de simple palabra. Tú misma lo has sabido en cuanto me has visto aparecer, y puede que seáis más, pero también las cucarachas son más que vosotros y habéis sabido dominar el mundo pasando por encima de ellas. Piensa que es prácticamente igual con nosotros, sólo que de vez en cuando hay ciertas excepciones que garantizan que una noche aburrida sin nada que hacer se convierta en algo menos monótono que de costumbre. – añadí, moviéndome rápidamente para separar el cuello de su daga, en vista de que no iba a hacer nada, y para atrapar sus brazos con los míos en un movimiento demasiado rápido y demasiado certero para ella, tanto que hasta se vio obligada a soltar la daga por pura inercia y a dejarla caer lejos de su alcance pero muy cerca del mío.
La situación, que desde el principio había estado a mí favor, reveló finalmente para ella y su inútil esperanza última de tener posibilidades de salir pronto de aquel callejón que era yo quien estaba al mando. Con ella sujeta por los brazos, que estaban en alto, la separé de la pared sobre la que estaba colocada y caminé con pasos rápidos y ágiles a un punto en el que no había paredes de por medio: el centro neurálgico del callejón. La giré, de manera que quedó de espaldas a mí, y fui deslizando las manos por sus brazos, desde sus muñecas hasta sus codos, para bajarlos hasta que se pudo rodear el vientre con ellos, la posición perfecta para que uno de mis brazos sostuviera los suyos mientras que el otro se quedaba en su espalda, más concretamente en sus hombros, y se movía lentamente hasta que la mano pudo apartar su pelo de su cuello, dejándolo totalmente libre para mí. Con un movimiento del pie y una hábil palanca, la daga se elevó del suelo hasta mi cintura, donde la cogí con el brazo que hasta entonces había estado en sus hombros.
Al segundo siguiente, era ella quien era amenazada en el cuello por una daga y era yo quien la amenazaba y la mantenía pegada a mí para que no se escapara, en un intento de domesticar a aquella fierecilla que estaba resultando ser Éabann. Y, ¿para qué mentir? Más diversión garantizada por su rebeldía.
– Nunca le digo que no a un buen tentempié, siempre y cuando no sea de unos simples borrachos, y tienes la suerte de que por alguna razón desconocida me has entrado por los ojos y me causas... ¿curiosidad? Supongo que es eso, sí. No todos los días se encuentra uno con una humana tan sumamente tozuda, orgullosa y deliciosa como lo eres tú, y te lo dice alguien con experiencia suficiente como para saber de qué habla. Quiero probarte, te lo he dicho. Esa es la razón principal de que tu corazón siga latiendo, aunque no sea esa la razón de su velocidad actual... – dije, con expresión traviesa que ella no veía y deslizando la punta de la daga por su piel para que notara el frío de la hoja, sin que se cortara el cuello sin embargo porque tenía demasiado control sobre algo como eso.
La daga, sin embargo, subió a sus labios e hizo una leve presión en el inferior, apenas lo suficiente para que una solitaria gota saliera, y en cuanto el líquido carmesí vio la luz de la luna solté la daga y con la mano libre, la que no la sujetaba, subí hasta su barbilla para girarle el rostro y que el olor me diera de lleno. Deliciosa, como la última vez, y apenas fue cuestión de milésimas de segundo que acercara mis labios al suyo inferior y bebiera aquella solitaria gota que caía por él para después caer en mi garganta. Deliciosa, sin duda alguna, y una razón de peso para dejarla viva. En cuanto la gota hubo desaparecido de mi garganta, separé mis labios de los suyos mas no evité que mi mano en su barbilla siguiera haciendo que me mirara a la cara mientras sonreía.
– ¿Ves? No era para tanto. – le dije, con falsa inocencia que de no conocerme podía resultar tan creíble como que para un cristiano Dios existía.
Aquella situación recordaba demasiado a la de un animal cazando a otro, sobre todo teniendo en cuenta mis movimientos y los suyos propios, presa del pánico, de la indefensión y de sus instintos más profundos que simplemente eran deliciosos. ¿Por qué la gente no sacaría esos impulsos más a menudo? Se esforzaban en guiarse por un lado racional que no les favorecía en absoluto, dejando de lado el aspecto irracional que poblaba todas sus acciones y que desde las sombras controlaba los hilos de todos sus actos conscientes. Ella se estaba debatiendo entre lo racional y lo irracional; entre dejarse llevar por lo que cada uno de mis gestos, incluida mi cercanía, le provocaban y entre lo que su razón le decía acerca de mí, con palabras textuales suyas que era peligroso y un mentiroso mejor que su gente. Los gitanos no podían considerarse mentirosos en efecto si se comparaban conmigo, y sus triquiñuelas no eran nada aparte de balbuceos de niño comparado con el arte de quien lleva mintiendo dos vidas: una humana y una inmortal... y lo que quedaba de la segunda, que era toda la eternidad.
No iba a hacerme daño por mucho que quisiera intentar recurrir a amenazas o, incluso, a alzar el arma contra mí. No iba a herirme porque no era capaz y no tenía lo que había que tener, amén de que se necesitaba algo más que eso para matarme. ¿Una simple daga? Yo apuntaría más bien a hacerme arder antes en el fuego del infierno (si es que existía, que lo dudaba seriamente) y después a coger un hacha e intentar separar mi cabeza de mi cuerpo, pero con un arma como esa, no muy diferente a lo que sería un juguete para un niño, no conseguiría nada excepto sentir una falsa sensación de seguridad recorriendo su cuerpo, una sensación que quizá la ayudaría a soportar con su orgullo habitual la situación de creerse cercana a la muerte.
Y he ahí otra de las cosas que ella no terminaba de entender: no iba a matarla. Si quisiera hacerlo no me habría puesto a jugar con ella de aquella manera, como un gato cazando a un ratón y divirtiéndose con las reacciones de aquel animalito indefenso contra uno de sus depredadores que se había levantado con un día (noche en mi caso) especialmente travieso y juguetón. Además, ¿qué pasaba si el gato en cuestión tenía ganas de probar al ratón? No iba a cansarme de decir que yo quería probar a Éabann, y no por que dejara de hacerlo iba a dejar de ser tan verdad como lo era, pero en ciertos momentos su testarudez sobraba, sobre todo en aquel momento en el que se veía obligada a intentar amenazarme con algo tan cutre como un simple cuchillito que no sería mucho mayor que el que estuviera en cualquier hogar para cortar la carne de la cena.
Su acción me hizo poner los ojos en blanco y casi chasquear la lengua, cercano a la impaciencia que sólo ella de entre muchas personas lograba casi despertar. Por desgracia para su única motivación en la vida, que era hacerme perder la paciencia, mi carácter había sido forjado con fuego y rigidez hacía demasiado tiempo; tanto tiempo, en realidad, que ni siquiera me alejaba de mi objetivo y la impaciencia era borrada de raíz cada vez que amenazaba con aparecer, como era aquel momento. Por eso que volviera a clavar la mirada en ella, torciendo la cabeza en un gesto muy felino, casi como si fuera un gato callejero jugando a seducir a una gatita doméstica que no tenía nada que hacer contra los encantos del gato... y menuda comparación más acertada.
– Lo peor de todo es que sé que no estás bromeando y no quieres hacerme reír conscientemente con esto, sino que de verdad crees que haría algo contra mí... Algo inútil, por cierto, y que demuestra que de seres como yo sabes lo justo y necesario para saber quién te ha dejado indefensa, pero no el modo de hacerlo. Tu gente, como tú les llamas, tiene aún mucho que aprender en cuanto a nosotros, sobre todo en la capacidad de... ¿cómo lo has llamado? Manipular y soltar embustes. Nada que años de práctica no arreglen, siempre y cuando se tenga la natural predisposición. – le dije, con tono de voz de nuevo frío y lleno de precisión cercana a la médica mientras la miraba. A diferencia de ella, en cuya voz el acento había salido de una manera muchísimo más clara, a mí cuando se me escapaba era un simple deje, una cadencia de otros tiempos y un cambio en el ritmo que las palabras seguían para salir de mis labios. Nada como acento propiamente entendido, sino más bien algo propio de mi educación y de mi lengua materna, que era el griego, más concretamente el dialecto dórico.
Con la mirada clavada en ella bostecé visiblemente, acercando aún más la cuchilla a mi cuello y con la habilidad suficiente, fruto de muchos siglos manejando filos de espadas, para ni siquiera llegar a hacerme sangrar. La estaba probando, estaba jugando con ella, y ella lo sabía aunque no hiciera nada al respecto. Ni siquiera enseñarle los colmillos con el falso bostezo había sido suficiente para que hiciera el único movimiento que requería la acción que ella había comenzado y que se veía incapaz de llevar a cabo. ¿Y por qué lo sabía? Porque no tenía naturaleza de asesina ni de depredadora. Se había disculpado con un hombre inconsciente cuando le había herido, y su instinto de supervivencia estaba demasiado regido por esos estúpidos valores que la sociedad le había metido a fuego en la cabeza.
– ¿Vas a hacerlo hoy, mañana o dentro de un par de años? Tiempo tengo, eso desde luego, aunque ganas ya no puedo prometerte, ni a ti ni a ningún humano a los que soy superior de hecho, no de simple palabra. Tú misma lo has sabido en cuanto me has visto aparecer, y puede que seáis más, pero también las cucarachas son más que vosotros y habéis sabido dominar el mundo pasando por encima de ellas. Piensa que es prácticamente igual con nosotros, sólo que de vez en cuando hay ciertas excepciones que garantizan que una noche aburrida sin nada que hacer se convierta en algo menos monótono que de costumbre. – añadí, moviéndome rápidamente para separar el cuello de su daga, en vista de que no iba a hacer nada, y para atrapar sus brazos con los míos en un movimiento demasiado rápido y demasiado certero para ella, tanto que hasta se vio obligada a soltar la daga por pura inercia y a dejarla caer lejos de su alcance pero muy cerca del mío.
La situación, que desde el principio había estado a mí favor, reveló finalmente para ella y su inútil esperanza última de tener posibilidades de salir pronto de aquel callejón que era yo quien estaba al mando. Con ella sujeta por los brazos, que estaban en alto, la separé de la pared sobre la que estaba colocada y caminé con pasos rápidos y ágiles a un punto en el que no había paredes de por medio: el centro neurálgico del callejón. La giré, de manera que quedó de espaldas a mí, y fui deslizando las manos por sus brazos, desde sus muñecas hasta sus codos, para bajarlos hasta que se pudo rodear el vientre con ellos, la posición perfecta para que uno de mis brazos sostuviera los suyos mientras que el otro se quedaba en su espalda, más concretamente en sus hombros, y se movía lentamente hasta que la mano pudo apartar su pelo de su cuello, dejándolo totalmente libre para mí. Con un movimiento del pie y una hábil palanca, la daga se elevó del suelo hasta mi cintura, donde la cogí con el brazo que hasta entonces había estado en sus hombros.
Al segundo siguiente, era ella quien era amenazada en el cuello por una daga y era yo quien la amenazaba y la mantenía pegada a mí para que no se escapara, en un intento de domesticar a aquella fierecilla que estaba resultando ser Éabann. Y, ¿para qué mentir? Más diversión garantizada por su rebeldía.
– Nunca le digo que no a un buen tentempié, siempre y cuando no sea de unos simples borrachos, y tienes la suerte de que por alguna razón desconocida me has entrado por los ojos y me causas... ¿curiosidad? Supongo que es eso, sí. No todos los días se encuentra uno con una humana tan sumamente tozuda, orgullosa y deliciosa como lo eres tú, y te lo dice alguien con experiencia suficiente como para saber de qué habla. Quiero probarte, te lo he dicho. Esa es la razón principal de que tu corazón siga latiendo, aunque no sea esa la razón de su velocidad actual... – dije, con expresión traviesa que ella no veía y deslizando la punta de la daga por su piel para que notara el frío de la hoja, sin que se cortara el cuello sin embargo porque tenía demasiado control sobre algo como eso.
La daga, sin embargo, subió a sus labios e hizo una leve presión en el inferior, apenas lo suficiente para que una solitaria gota saliera, y en cuanto el líquido carmesí vio la luz de la luna solté la daga y con la mano libre, la que no la sujetaba, subí hasta su barbilla para girarle el rostro y que el olor me diera de lleno. Deliciosa, como la última vez, y apenas fue cuestión de milésimas de segundo que acercara mis labios al suyo inferior y bebiera aquella solitaria gota que caía por él para después caer en mi garganta. Deliciosa, sin duda alguna, y una razón de peso para dejarla viva. En cuanto la gota hubo desaparecido de mi garganta, separé mis labios de los suyos mas no evité que mi mano en su barbilla siguiera haciendo que me mirara a la cara mientras sonreía.
– ¿Ves? No era para tanto. – le dije, con falsa inocencia que de no conocerme podía resultar tan creíble como que para un cristiano Dios existía.
Invitado- Invitado
Página 1 de 3. • 1, 2, 3
Temas similares
» (Flashback) Cuando las espadas chocan, la fuerza agotan ♦ Ciro
» una vida entre sombras
» Cuando la vida es un infierno
» Dime cuando nos conocimos y que eres en mi vida - Cedric White Relationship
» Like a Fairy Tale or... Nightmare? {+18 || Ciro}
» una vida entre sombras
» Cuando la vida es un infierno
» Dime cuando nos conocimos y que eres en mi vida - Cedric White Relationship
» Like a Fairy Tale or... Nightmare? {+18 || Ciro}
Página 1 de 3.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér Sep 18, 2024 9:16 am por Afiliaciones
» REACTIVACIÓN DE PERSONAJES
Mar Jul 30, 2024 4:58 am por Frederick Truffaut
» AVISO #49: SITUACIÓN ACTUAL DE VICTORIAN VAMPIRES
Miér Jul 24, 2024 2:54 pm por Nigel Quartermane
» Ah, mi vieja amiga la autodestrucción [Búsqueda activa]
Jue Jul 18, 2024 4:42 am por León Salazar
» Vampirto ¿estás ahí? // Sokolović Rosenthal (priv)
Miér Jul 10, 2024 1:09 pm por Jagger B. De Boer
» l'enlèvement de perséphone ─ n.
Sáb Jul 06, 2024 11:12 pm por Vivianne Delacour
» orphée et eurydice ― j.
Jue Jul 04, 2024 10:55 pm por Vivianne Delacour
» Le Château des Rêves Noirs [Privado]
Jue Jul 04, 2024 10:42 pm por Willem Fokke
» labyrinth ─ chronologies.
Sáb Jun 22, 2024 10:04 pm por Vivianne Delacour