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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Éabann G. Dargaard Dom Jun 05, 2011 8:18 am

Recuerdo del primer mensaje :

Oscuridad únicamente rota por las luces que apenas flotaban en las callejuelas de Londres. La noche había caído sobre Éabann sin que se diera cuenta, demasiado absorta en su trabajo. La había cogido cuando estaba recogiendo sus cachivaches en el mercado, todo ese plantel de objetos hechos con arcilla y cuentas, que iban desde pulseras hasta cuencos decorados con delicadeza y en los que ponía buena parte de su tiempo, cuando no estaba haciendo otras cosas. No le gustaba estar en la ciudad por la noche, sentía un cosquilleo en la nuca que le hacía girarse una y otra y otra vez como si esperara que en cualquier momento pudiera presentarse alguien a su espalda. Comenzaba a pensar que por la noche se volvía una auténtica paranoica, pero sabía demasiado bien lo que se podía ocultar entre las sombras.

Sus pasos eran rápidos, apenas audibles, de fondo se podía escuchar el bullicio de las calles más concurridas de la gran urbe, pero ella se movía por los callejones que lo rodeaban. Cualquiera hubiera pensado que era mucho más sensato todo lo contrario, dejarse ver directamente a la luz, pero sabía por experiencia que dejarse ver con la ropa que llevaba podría significar más problemas que ir por entre las sombras. Había vivido lo suficiente en una ciudad como para saber que los diferentes eran acusados cuando menos lo esperaban y llevaba a su espalda un hatillo que podría ser interpretado de muchas maneras diferentes y ninguna buenas.

Se detuvo por un momento, mirando a su alrededor, deslizando su clara mirada por la calle que tenía que atravesar asegurándose que no había nadie en la cercanías y se deslizó por ella hasta terminar en el otro callejón. De uno a otro, con rapidez y sin detenerse hasta que sintió una vez más el cosquilleo que había comenzado a sentir cada vez con más intensidad desde que estaba en París. Frunció el ceño por un momento, alzó el rostro, buscó, pero no encontró nada. Nada al menos que pudiera ser identificado. Apretó por un momento la larga falda que se movía a su alrededor con facilidad, tanteando sin darse cuenta de lo que hacía la daga que siempre llevaba sujeta a su muslo como asegurándose que se encontraba en el sitio.

Cálmate, no hay nadie ahí detrás…—susurró para sí, dando un par de pasos que la introducían de forma directa en el callejón.
Pero sí aquí delante.

La voz del hombre provocó que el rostro de Éabann reflejara por un instante, un solo momento, sorpresa mientras clavaba sus ojos en los del hombre de media edad que se encontraba a unos pocos pasos delante de ella, con una media sonrisa. Una sonrisa donde se podía ver el hueco de un molar que había desaparecido seguramente por la mala vida, quizá por un puñetazo bien dado, quizá porque la falta de higiene bucal había seguido su camino. Respiró hondo, notando como una bofetada el olor del alcohol que desprendía y su estómago, en el cual no había metido bocado desde la mañana, se encogió con asco.

Apártate de mi camino si no quieres que te lance una maldición que te los seque como si fueran frutos secos. —respondió con frialdad bajando de forma significativa hacia la entrepierna del hombre al decir aquellas palabras.
No me hagas reír, gitana.

La atención de la mujer vagó por el lugar, tenía dos posibilidades: seguir por el camino que a la larga era el más directo o salir en dirección contraria y buscar una nueva forma de llegar a su destino esquivando lo que podría convertirse en un problema mayor. El hombre dio un paso hacia delante, al tiempo que ella dio uno hacia atrás dispuesta a girarse y salir corriendo. No estaba de humor esa noche para defenderse de las intenciones malsanas y además el olor a alcohol comenzaba a marearla.

Malditos borrachos.
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Mensaje por Éabann G. Dargaard Lun Jun 27, 2011 2:38 pm

El torbellino de su mente era un continuo en ese momento, mientras miraba al hombre caído, sintiendo la empuñadura del arma en su mano derecha y el ligero escozor en su costado. Un torbellino que comenzó a calmarse como si las manos del vampiro, frías, duras, fueran lo que su cuerpo y su mente necesitaban en ese momento. De forma lenta, pero continuada, se relajó hasta el punto que se permitió apartar durante unos instantes la mirada del hombre y cerrar los ojos. La adrenalina que había activado su cuerpo se iba calmando como la marea de un mar que se encontraba en retirada, llevándose con ella toda la sensación de furia que había estallado en el mismo instante en el que el acero había rozado su piel y se había dado cuenta, de forma más instintiva que racional, de que aquello no se iba a solventar con palabras amables, ni con un diálogo que estaba claro que no hubiera servido para nada.

Había sido el instinto el que había tomado el control de su cuerpo y había sido este el que había hecho que le rompiera la nariz, haciendo que se encontrara retorciendo y mascullando en francés palabras inconexas. No pudo evitar sentir desprecio por el bulto que formaba el hombre, un desprecio que se acrecentaba por el olor a alcohol que parecía brotar de él hasta llegar a sus fosas nasales. Se había despertado en la realidad con rapidez después de los momentos en los que solo existía el vampiro, a una realidad que conocía demasiado bien: la de los bajos fondos. Allí la piedad no tenía cabida, aunque era cierto que la gitana procuraba no dañar más de lo necesario a los que se encontraban a su alrededor. Eso había provocado más de un problema en el pasado, sabía que en algún momento rompería todas las líneas y que estaría más cerca de lo que en realidad podría imaginarse, revoloteando como una mala señal o un mal augurio.

Un momento como aquel podría significar una debilidad y las debilidades eran aprovechadas por los que estaban a su alrededor y aun así intentaba por todos los medios mantenerse en equilibrio en una cuerda tendida a varios metros del suelo donde un paso en falso podría significar el fin o un desastre mucho peor, porque sabía lo que podría sucederle a una mujer en aquellas callejuelas infectadas de criminalidad. Lo que podría haber sucedido aquella misma noche si las cosas se hubieran torcido y hubiera sido atacada por tres hombres demasiado bebidos. Tenía sobre la cabeza la amenaza que había pronunciado Tharo, unas noches antes, sobre que debería cuidarse las espaldas y no deseaba volver a encontrarse en una situación como aquella.

El instinto le decía lo que tenía que hacer, mucho antes de que las palabras de él llegaran a acariciar sus oídos de la misma manera que estaban haciéndolo sus manos. No pudo evitar tensarse unos instantes cuando los dedos del vampiro se acercaron demasiado a aquel corte superficial que no era más que un recordatorio de lo cerca que había estado de sufrir una herida mucho peor. Era dolorosamente consciente del cuerpo del hombre que tenía a su espalda, de cada uno de sus gestos, caricias, susurros. Que le hablara en su idioma natal solo hacía que las barreras se tambalearan con más fuerza de lo que habían hecho hasta ese momento, que abrían griegas en unas defensas que cada vez estaban más y más destinadas a desmoronarse tratándose del vampiro. Lo odiaba, de la misma forma que le atraía y eso era algo que en ese momento no podía llegar a intentar siquiera racionalizar el por qué de ello. Para poder pensar sobre esa verdad aplastante que provocaba que el corazón se le disparara, necesitaba distancia y estaba claro que él no se la permitiría en ese momento. Y era consciente de que la distancia tampoco le daría una respuesta directa, porque en esos momentos las sensaciones nublaban lo suficiente su juicio como para tambalearse entre la luz y la oscuridad.

Sentir sus labios con esa suavidad en el lóbulo de su oreja, provocó que cerrara una vez más los ojos mientras aferraba con fuerza la daga, unos instantes, unos momentos. La decisión era difícil y a la vez fácil. Sabía que tenía razón, que tenía que hacer algo para evitar que el hombre la relacionara. Su ropa le haría llegar a la conclusión obvia de que era una gitana, su cabello moreno y sus ojos verdes no eran algo que pudiera diferir mucho entre los de su etnia, pero si buscaba más podría llegar a dar con ella. ¿Cuántos gitanos estaban en París en esos momentos? No los suficientes como para poder mantenerla a salvo. Además, ella misma se movía por los mismos lugares que el hombre al que había destrozado la nariz, solo era cuestión de tiempo que se volvieran a encontrar.

El estómago se tensó un instante mientras le miraba. El instinto de supervivencia le decía que la opción clara era terminar con aquello en aquel momento, pero su lucha interior la llevaba a intentar impedirlo. Se pasó la lengua por los labios, sintiéndolos hinchados, ligeramente doloridos por los encuentros anteriores con los labios del vampiro, tremendamente sensibilizados como el resto de su cuerpo que reaccionaba al más simple de los roces, aunque fuera el movimiento más nimio. Aquello no le había sucedido hasta aquel momento.

Supervivencia. Había actuado por puro instinto y aun así no era capaz de dejarse llevar hasta las últimas consecuencias, hasta arrebatar la vida de un hombre que se encontraba postrado en el suelo, con la nariz rota, con el dolor arrebolando en su mente, que no significaba ya una amenaza. Como había hecho cuando intentara escapar de él, a pesar de que había hecho un corte lo suficiente profundo como para que la sangre manara, sabía que no iba a ser mortal. Si el plan hubiera salido como ella hubiera pensado, el vampiro ya se encargaría de rematarlo. Respiró hondo, una, dos, tres veces volviendo la atención al fado que tenía en el suelo.

Sé lo que tengo que hacer, y aun así me resulta difícil dar el paso.—reconoció en apenas un susurro, frunciendo el ceño mientras miraba al hombre que se encontraba gimoteando en francés, con la sangre deslizándose entre sus manos apretadas contra el rostro. — Es una amenaza, me ha visto, le he roto la nariz, estoy segura de que no va a pasar la oportunidad de hacerme daño en el momento en el que pueda o nuestros caminos se crucen y más porque tú le acabas de dar mi nombre.—el tono era suave, hablando en alemán, girando por un momento el rostro para poder mirarlo con el ceño fruncido. ¿Lo habría hecho para impulsarla a actuar? Sabiendo su nombre solo había una dirección lógica en sus movimientos. ¿Recordaría esas palabras dichas en susurro en un idioma extraño y que se habían repetido en la conversación como su nombre? ¿Estaría lo suficientemente sobrio como para retenerlo y después ser capaz de llegar a la conclusión de qué era lo que estaba sucediendo? La gitana sabía que no podía permitirse la duda en una circunstancia como aquella. La duda de permitir que pusiera en peligro todo. — Te ha visto conmigo, no sé hasta qué punto eres conocido o no en París, y no voy ahora a hablar sobre una reputación propia que no tengo simplemente por ser lo que soy. Para ti no es una amenaza, no necesitarías casi ni hacer un gesto con la mano para poder aplastarlo como si fuera una maldita cucaracha.—apretó los dientes por un momento mirando al hombre que parecía que poco a poco se tranquilizaba aunque sabía que el dolor de una nariz rota debería estar haciéndole ver las estrellas en ese momento. Había tenido la suerte de no tener que sufrirlo en carnes propias, pero había visto a hombres desmayarse por el dolor. — Sé lo que tengo que hacer.

Lo sabía, pero se lo repitió porque necesitaba darse fuerzas para el acto que tenía que hacer a continuación. Con suavidad puso la mano en la del vampiro que tenía detrás, haciendo solo la presión justa para separar la mano de su cuerpo e indicarle que no pensaba salir corriendo en ese momento aunque estuviera deseando hacerlo. Su cuerpo pareció quejarse por el simple hecho de alejarse de la dura superficie de su pecho y eso no dejó de asustarla mientras se movía unos pasos notando el frescor de la noche primaveral parisina en la espalda, moviéndola la ropa y la larga cabellera oscura. Sabía lo que tenía que hacer, y sin embargo se quedó mirando al hombre con la daga en la mano, notando cómo se le resecaba la garganta y se le encogía aun más el estómago hasta dolerle. Sabía que era, como él había dicho, un acto de misericordia, pero aun así los movimientos que le llevaron a agacharse a su lado fueron hechos con rigidez, sin verdadera necesidad de hacerlo. La duda estaba allí, presente. Si hubiera arrebatado su vida en el momento que la furia bombardeaba su cuerpo, no hubiera sido tan difícil, pero en esos instantes la daga tembló en la mano mientras la alzaba y con un movimiento rápido la bajaba. En el último momento cambió de idea y giró la mano para golpearlo con fuerza en la sien con la clara intención de dejarlo inconsciente.

Alzó entonces la mirada hacia el vampiro, agachada tal y como estaba antes de volver a incorporarse, dando una patada al cuerpo del hombre para asegurarse que no se iba a levantar de nuevo al menos por el momento.
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Mensaje por Invitado Miér Jun 29, 2011 4:07 pm

No contaba con que Éabann fuera a matar a aquel hombre. No porque careciera de sentido común o del mínimo de inteligencia necesario para darse cuenta de que de no hacerlo bien podría considerarse amenazada por un nuevo enemigo; más bien, era porque su naturaleza de humana estaba en demasiados aspectos demasiado presente. Sería una estupidez generalizar y decir que todos los humanos son iguales, pero no es una estupidez, sino un hecho de experiencia, decir que todos los humanos, excepto algunos pocos individuos cuya moral era menos definida, estaban cortados por el mismo patrón y compartían rasgos comunes. Éabann, por muy diferente que pudiera parecerme alguna vez, no se escapaba de aquella pequeña generalización que la acercaba, no obstante, a los humanos más corrientes y la alejaba de la mayoría de vampiros propiamente dichos, como lo era yo además de algún que otro afortunado esparcido, como gotas de pintura en un lienzo, por aquí y por allí.

Uno de esos rasgos comunes que compartía Éabann con los demás, aparte de su mortalidad, era su moralidad. Podía decir, y de hecho con sus gestos lo decía, que era diferente del resto de personas con una cosmovisión marcada por la religión cristiana, pero sus valores estaban tan profundamente arraigados que era difícil, si no imposible, que pudiera renegar de ellos, y aquella era la muestra exacta. Podía justificarse como quisiera, quizá pensando que matar a un igual estaba mal o pensando que no se debía hacer a los demás lo que no querías que te hicieran a ti, pero fuera cual fuese la justificación estaba implícita en sus actos y era indiscutible: matar estaba mal.

En primer lugar, ¿quién se había encargado de meter semejante tontería en las cabezas de los humanos? Matar no está mal, sino que en ocasiones es un acto de misericordia. Matar siempre responde a una necesidad particular de la persona que es evidentemente superior a la otra, porque de lo contrario, no habría podido esta última ser matada por la otra. Matar es un simple acto que tiene consigo la toma de la vida de otra persona, pero no por ello estaba mal, y de hecho pensar que lo estaba era limitar las posibilidades de uno mismo.

Todos los seres tienen parte animal. Los humanos, escondida bajo la racionalidad; los cambiaformas y los licántropos muy a flor de pie, tanto que incluso los posee en determinadas ocasiones; los vampiros, también. Esa parte animal, que hace que te guíes por tus impulsos, hace que la necesidad de dar muerte a los demás esté implícita en la naturaleza de todos los seres, y cualquier construcción mental que haga parecer eso como un acto no sólo recriminable sino también punible era una auténtica estupidez. Suponía negar una parte básica de la naturaleza de los seres y, también, suponía que se negara la lucha del más fuerte contra el más débil para ascender de posiciones, cosa absolutamente necesaria para una sociedad dinámica y siempre regida por los mejores de entre todos los individuos... los vampiros, sobre todo algunos como yo.

Éabann estaba llena de valores que negaba aunque la caracterizaban, y su negativa a matarle era algo que yo no dudaba porque sabía que teniendo otra alternativa, como yo le había dicho al permitirle dejarlo inconsciente, se iría por las ramas y elegiría la menos dañina para el hombre que había intentado utilizarla ya no sólo una, sino dos veces. ¿Y luego alguien se preguntaba por qué despreciaba a los humanos? Eran los únicos seres que podían tropezar dos veces (y más...) con la misma piedra y seguir diciendo, con orgullo, que lo importante era levantarse cuando lo importante era precisamente ser capaz de esquivar el golpe con la piedra y, con él, la caída al suelo para que no des con la frente en el suelo. Los humanos eran incapaces de no justificarse y de no darse explicaciones por todo lo que hacían de la misma manera que, en su mayoría, eran incapaces de matar a sus iguales aunque estos se lo merecieran, y Éabann en aquel último caso era igual que los demás.

Poco la diferenciaba de aquel humano, movido por el alcohol pero que en cuanto se encontrara sobrio dudaría también a la hora de matarlo, y por eso mismo era por lo que su decisión, tomada al parecer de manera precipitada según sus movimientos dieron a entender a la hora de golpearle en la cabeza con la empuñadura de la daga, no me pilló de sorpresa. Era demasiado predecible, cuando desde el principio había tenido la oportunidad de irse por las ramas y buscar una alternativa diferente a la que le había propuesto como escapar... aunque me hubiera defraudado, de hacerlo, porque habría significado su fin y no me apetecía matarla sin jugar antes con ella aún más que como lo había estado haciendo hasta aquel momento.

Predecible. Aunque tienes razón en una cosa: de haber fallado tú, me habría encargado yo del asunto porque, asumámoslo, sea o no conocido en París no me viene nada bien tener a un borracho detrás de mis espaldas para tratar de acabar conmigo cuando está claro que el resultado va a ser totalmente diferente del que él se esperaría, dadas las circunstancias. Si al menos su sangre valiera la pena me lo pensaría, pero es que ni eso... Es una pérdida de tiempo. – sentencié, clavando la mirada en ella y manteniendo, aún, su lengua natal para que dejara de hacer esfuerzos intelectuales que por actuar de una manera tan sumamente predecible no había llevado a cabo en aquel momento. Tampoco me importaba lo más mínimo utilizar el alemán en vez del francés porque, para mí, ambas lenguas eran extranjeras y suponían el mismo esfuerzo que lo que podría suponerme cualquier lengua excepto el griego antiguo, más concretamente mi antiguo dialecto. A aquellas alturas ya pensaba en más idiomas que ese, pero aún seguía manteniendo ciertas estructuras mentales y ciertas expresiones que eran imposibles de traducir y que revelaban la lengua en la que me había criado y la lengua que había protagonizado mi vida como humano junto a otras como lo había sido el persa por mis propios orígenes... qué tiempos aquellos, sin duda mejores en ciertas cosas y peores en algunas otras.

Me acerqué a ella con pasos ágiles, felinos, en guardia; me acerqué a ella a una velocidad de nuevo superior a la que podía haber calculado que utilizaría o simplemente hubiera podido ver para tratar de esquivarme, y sólo cuando quedé frente a ella con los brazos cruzados sobre el pecho y una mueca, como reprendiéndola, terminé de acercarme a ella que, de nuevo y por acto reflejo, fue retrocediendo hasta la pared más próxima hasta dar con la espalda en ella.
Podías haber hecho muchas más cosas que dejarle inconsciente, aunque tampoco es que en las condiciones actuales puedas pensar en maneras llamativas y originales de irte por las ramas y ser innovadora respecto a cómo tratar a un borracho. Mucho menos con una herida en tu abdomen. Puedo escuchar los latidos de tu corazón en ella, el leve flujo de sangre que se va escapando con cada uno de ellos de la herida. Pum, pum... Cada vez más sangre se escapa, y cada vez impregna más el aire con su aroma, con su esencia y con lo que la hace tan apetitosa para mí. Y no queremos que se manche tu ropa de sangre, Éabann, no es algo que se vaya demasiado fácilmente al lavarlo. – murmuré, con tono ronco y algo divertido mientras con las manos ya estaba acariciando la piel de su abdomen, tersa y caliente por el contraste con la mía y húmedo por su sangre cayendo por él cada vez más. No era porque la herida fuera grande, sino más bien porque ya había pasado un rato desde que se la había hecho y sin que se la hubiera tocado ni intentado tapar con una venda para frenar el constante riego de sangre acabaría por aumentar la gravedad de aquella herida hasta que supusiera una amenaza que, de normal, no tendría por qué ser así.

Como buen samaritano, o como alguien que sabía aprovechar una buena oportunidad para beber sangre de una copa que estaba de buen ver, subí la tela de aquella especie de camisa que llevaba para dejar que su piel pudiera hacer contacto con el aire cálido de la noche y que la esencia de su sangre fuera aún más fuerte que como lo había sido hasta ese momento, simplemente deliciosa y penetrante como sólo aquella sangre podía serlo. El movimiento de genuflexión que hice para quedar con la boca frente a su abdomen apenas fue una centellada para la vista de alguien que no era un vampiro, pero frente a él la calma que mantuve para empezar a recorrer su vientre plano con los labios, jugando con ella y con su paciencia para que su piel se erizara era simplemente admirable, como todo lo que hacía.

En un momento dado, con la velocidad y certeza propias de alguien que había hecho el movimiento innumerables veces, hice un nudo con la tela sobre su vientre para que no se bajara y agarré sus muslos para que no se moviera a medida que iba subiendo, con mordiscos suaves, por su vientre hasta llegar a su herida, que apenas era un rasguño sangrante sobre el que pasé la lengua un par de veces con lentitud, de nuevo, para saborear cada gota de su sangre que entraba en mí. Después de aquello, comencé a succionar también con lentitud y sin hacer más heridas que la que tenía en aquel momento en el abdomen, así hasta que la herida dejó de sangrar y mi boca estuvo ensangrentada, mas no por ello me moví de allí, sino que me lamí los labios y la miré desde abajo, con una sonrisa torcida e intenciones obvias en vista de hacia dónde me puse a mirar después. Era una proposición indecente en toda regla, y sus piernas estaban inmovilizadas por mis manos en ellas, así que sería interesante ver cómo reaccionaba...
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Mensaje por Éabann G. Dargaard Miér Jul 20, 2011 6:06 am

Mientras que él se encontraba debatiendo en su mente sobre la moralidad, Éabann se encontraba en la suya pensando en la razón por la que no había arrebatado una vida, que a fin de cuentas resultaba ser el mismo tema. En su interior había sido claro lo que iba a hacer, cuando se acercó tenía en su mente los esquemas precisos para hacer descender la daga y acabar con la vida de aquel que había amenazado la suya, de aquel que podría convertirse en un auténtico dolor de muelas si decidía recordarla, si decidía volver a ver aquella escena en su cabeza, quizá para dañarla o quizá para intentar llegar al ser que le había derrotado con una sola mirada. Los humanos eran bastante estúpidos y sabía que había personas que en vez de alejarse de los sobrenatural se encontraban volviendo una y otra vez hacia ello como si fuera lo único emocionante de su vida. Si ella tuviera capacidad de decisión, y cada vez estaba más convencida de que no era el caso, podría asegurar que se mantendría alejada.

El problema es que la duda estaba en el fondo de su cabeza porque también sabía algo: el vampiro que tenía delante de ella la estaba fascinando hasta un punto que no había logrado ningún ser humano. Eso la aterraba, la provocaba rechazo e intentaba salir en dirección contraria por mucho que en su interior supiera que era difícil de lograr. Era como la fascinación que podía provocar un gran felino, los había visto en Londres y se había quedado embobada viéndolos. Sabía que eran peligrosos, pero había algo en la forma de moverse y en su mirada, que hacía que coquetear con el peligro no fuera tan disparatado. Al contrario, atraía, provocaba que se olvidara del peligro, al menos durante unos instantes, antes de que la realidad la volviera a golpear con rapidez, provocando que se diera cuenta de lo estúpida que estaba haciendo.

Allí, de pie delante del cuerpo inconsciente del borracho, Éabann escuchó las palabras del vampiro y no pudo evitar que el ceño se frunciera cuando la palabra “predecible” fue la primera que se escapó de sus labios. Debería haberse dado cuenta de que él estaría por delante de ella misma, incluso sabiendo qué llegaría a hacer en una situación como aquella, y sin embargo no dejó de molestarla porque si de algo había estado segura toda su vida era de que aunque en principio era igual que todos los demás, no era nada predecible. Siempre se lo habían dicho, esa seguridad se había instalado en su cabeza y estaba allí él para decirle lo contrario. Escipión era un dolor de muelas muy superior al del borracho que descansaba a sus pies, pero desde luego mucho más interesante.

Pensaba que tiempo era lo que más te sobraba, aunque me hago a la idea de que desperdiciar el tiempo en un humano que parece que lo único que sabe hacer es caerse…—se encogió de hombros por un momento provocando que en el gesto que sintiera un pinchazo en el costado que procuró no mostrar en el rostro. Había escozor en esa zona, un escozor que le indicaba que la herida seguía abierta y que con suavidad la sangre seguía manando. Sabía que aquello podría llevarla a más de un problema pero allí no tenía lo que necesitaba para poder curarse a si misma, sino que estaba en un carromato a las afueras y no sabía bien si podría llegar una vez que el sol comenzara a alzarse. En su mente estaba clara la sensación de que el tiempo era fugaz, de que podría terminarse todo con el chasquido de los dedos del vampiro que tenía delante y que en realidad no volvería a disfrutar del sol acariciando su rostro una vez que aquello finalizara. —Pensaba que la sangre era la sangre, aunque por lo que dices es bastante más similar a un buen vino o algo así.

Necesitaba romper el silencio, hablar, saber que podía hacerlo aunque no estuviera de lo más lúcido si tenía que ser sincera. Él la distraía. Quizá le echara la culpa al vampiro, pero la verdad es que se sentía un tanto abrumada por lo que había estado ocurriendo en aquellas horas. ¿Habían pasado horas? De nuevo se preguntaba por un tiempo que se había deslizado entre sus dedos sin apenas darse cuenta. Demasiado ocupada en intentar sobrevivir, en hacer fintas a una muerte segura, Éabann no se había dado cuenta del tiempo que había ido pasando. No sabía si era pronto aún o si le quedaban apenas un par de horas para finalizar. No sabía si aquellos eran los últimos instantes o seguiría habiendo más.

Y dejó de pensar.

Lo hizo en el mismo momento en el que vio cómo el vampiro se acercaba aunque no tuvo tiempo de reaccionar. Lo hizo en el mismo instante en el que notó una vez más la espalda contra la pared y su mirada en la suya, su voz acariciando sus oídos en su propio idioma. Y se dio cuenta de que estaba hablando en alemán porque le resultaba más fácil seguir sus palabras, porque le resultaba más natural, no por darse cuenta de forma consciente. Se le secó la garganta, pudo notar cómo el corazón se le aceleró y estuvo a punto de contestar como una estúpida un “no, no queremos”, pero consiguió atar rápidamente su lengua evitando parecer una estúpida. Maldito fuera.

Necesito llegar a mi carromato para curármela, no puedo hacerlo aquí de pie en un callejón con unos borrachos y un vampiro que parece estar encantado por la herida.—contestó mientras notaba las manos de él en la piel de su abdomen, no pudiendo evitar tensarse por un momento sin saber muy bien sus intenciones aunque se podía imaginar que no eran precisamente las mejores. — ¿Qué haces?

Una pregunta que sabía que no iba a tener respuesta mientras que miles de escalofríos diminutos como pequeñas llamas se deslizaban por su piel provocando un verdadero incendio en su interior. El roce de sus manos provocaban que su piel se sensibilizara todavía más, preparándose para la cometida de sus labios. Jamás había estado en una situación como aquella y las manos volaron sin saber demasiado bien dónde ponerse. Sin saber si atraer o rechazar. La daga se había perdido en el camino, seguramente caída a sus pies, pero siendo sincera, no se acordaba demasiado bien dónde había caído. En ese instante, si la mente había estado nublada hacía unos minutos, en esa ocasión estaba en plena tormenta que no sabía bien cómo apaciguar. Podía sentir cómo succionaba de la herida, mezclando el dolor del gesto con un cosquilleo de placer que no había sentido hasta ese momento más que en sus manos. Aquello debería preocuparla, pero mientras que duró aquello simplemente se dejó llevar. ¿Cuánto daño le podría hacer que tomara así la sangre? ¿Cuánta podría salir por aquel orificio que era apenas un rasguño en su piel dorada? Tuvo que morderse los labios para que un gemido no se escapara de entre ellos y cuando se detuvo, los ojos que se habían mantenido cerrados se volvieron a abrir.

Fueron unos instantes de confusión por su gesto. No era inocente, jamás hubiera dicho que lo fuera, pero había algo de “primera vez” en tener a un vampiro arrodillado tomándola por las piernas e inmovilizándola. Había estado con más de un hombre en su vida y sin embargo aquello se estaba convirtiendo en la situación más erótica que había vivido. ¿En qué punto la dejaba aquello? Ella que se vanagloriaba de que su moral no estaba cortada por el mismo patrón que el del resto de la sociedad y mucho menos de aquellos que vivían entre paredes de piedra se encontró mirándole a los ojos debatiéndose entre apartarse y aceptarle. Entre rechazarle y permitirle aquello que su mirada parecía indicar. Entre dejarse llevar por el momento de placer o dejar que la realidad aplastante de lo que era y de lo que podía hacer la golpeara.

Sin saber muy bien cómo una de sus manos llegó hasta el pelo de él, notando la textura suave entre sus dedos. Había sido en cierta manera el primero de los gestos que voluntariamente había hecho para tocarlo y se quedó con la mano inmóvil, el ceño fruncido. Sentía la garganta seca y el cuerpo excesivamente sensibilizado, cosas que hacían que intentara por todos los medios volver al punto de partida, aquel donde era capaz de controlar sus gestos, su cuerpo y sus palabras, al menos todo lo posible.

Será mejor que te levantes o vas a ensuciar tu ropa entre la inmundicia que hay en este callejón.—comentó intentando que su voz sonara tranquila, pero en verdad lo hizo ligeramente ronca, con los ojos verdes oscurecidos debido al momento que había vivido hacía apenas unos instantes. En su tono había habido una ligera broma, un toque que intentaba quitar hierro a un asunto que al menos para ella comenzaba a tomar carices demasiado serios y que no sabía cómo lidiar de forma coherente con ellos porque en su interior había una batalla que parecía no ser capaz de controlar.
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Cuando la Sombras cobran vida {Ciro} - Página 3 Empty Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}

Mensaje por Invitado Sáb Jul 30, 2011 9:56 am

Aquella situación, yo de rodillas delante de una mujer y a la altura perfecta para hacerle tocar el cielo con las manos, tenía mucho de conocido para mí porque no era la primera vez en absoluto que la vivía. De hecho, en toda mi inmortalidad, aquella situación se había repetido muchísimas veces por mi propio carácter y porque por ser vampiro las mujeres tendían a acercárseme mucho más que como lo habían hecho siendo humano... bueno, no, en realidad siendo humano también se me habían acercado tanto como siendo un no muerto porque mantenía los mismos rasgos, tanto físicos como psicológicos, y eso no era algo que hubiera cambiado, sino evolucionado, con los años.

Incluso como humano ya había podido decir que, frente a lo que era normal en mi época, había sido bien diferente. La mayoría de hombres a los que había conocido siendo humano y con los que me había criado nunca habían rechazado el contacto masculino además del femenino, siendo incluso reacios a aceptar el segundo, mientras que yo mismo siempre había huido del contacto, sexual al menos, de mi mismo género porque nunca me había interesado de esa manera. Los hombres como amigos, como rivales, como compañeros, como guerreros fieles, como súbditos y como cualquier otra categoría, pero nunca como amantes o como parejas porque ni yo era amigo de tener pareja ni me gustaba acercarme a ellos de esa manera.

La única pareja que había tenido siendo humano había sido fruto de un matrimonio de conveniencia con una princesa sátrapa para acercar a Esparta a la floreciente y superior en ambos aspectos Persia: pura maniobra política en la que ni siquiera que me hubiera dado hijos había cambiado que lo que sentía por ella fuera la más absoluta indiferencia... y atracción desnuda por su cuerpo, simple y llanamente. Cuando había estado con ella casado no me habían faltado las amantes y las demás compañeras de cama a las que, por otra parte, no volvía a ver después de utilizarlas y después de, como a toda mujer, hacerlas disfrutar del mejor contacto carnal que podrían tener en sus vidas, contacto tras el cual cualquier otro les parecería insípido, plano, y aburrido.

Ya desde humano, en resumen, había apuntado las maneras que después, como vampiro, cumpliría a rajatabla y con gusto porque me encantaba el sexo, era algo que siempre había estado en mí y que incluso de pequeño, cuando a una edad precoz hasta para los de mi alrededor había empezado a disfrutar de sus placeres, me había configurado de una manera acentuada sólo por el vampirismo. Por esa misma razón la sensualidad impregnaba mis acciones; la lujuria guiaba mis movimientos; la pasión era el motor que daba vida a mis propios movimientos vitales: todo en mí estaba condicionado por lo que había sido como humano, y apartar el sexo y todo lo relacionado de aquella ecuación era un auténtico error.

Por esa misma razón había sido inevitable que termináramos, tras todo aquel juego de provocaciones y tentaciones hacia ella por mi parte, como estábamos: yo de rodillas frente a ella, prometiéndole un mundo de placer sin límite que estaba dispuesto a ofrecerle y ella... ella, como siempre, negándose a lo que más deseaba hacer y cumpliendo con una máxima que a todas las mujeres del París de aquella época debían de haberles metido en la cabeza desde pequeñas y que guiaba sus vidas: todo lo que te vaya a dar placer es malo y tienes que evitarlo a toda costa porque, de lo contrario, Satanás te juzgará y arderás en las llamas del infierno. Típico.

No era cosa sólo, sin embargo, de las mujeres de aquella época ni de Éabann en particular con una fuerza que sólo podía sorprenderme: era típico de toda mujer en toda época que hubiera vivido y yo de eso sabía bastante. Siempre tenían una visión respecto al placer, y salvo notables excepciones, de que era algo de lo que tenían que sentirse culpables y de que era algo infernal, demoníaco y horrible; algo, además, que las condenaría para siempre por mucho que estuvieran deseándolo, y todas las acciones de Éabann eran dirigidas a ese mismo aspecto.

Ella estaba deseando que metiera la cabeza dentro de su falsa, arrancara toda la ropa interior que pudiera separarme de su intimidad y empezara a enseñarle lo que la experiencia y el buen hacer podrían suponer para ella, pero al mismo tiempo esa parte de su mente que pugnaba por dominar a la instintiva y que se empeñaba, inútilmente por cierto, en rechazar todo atisbo de placer que pudiera ponérmelo a mí más fácil volvía a hacer acto de presencia en aquel momento. Podía tratar de mentir con sus palabras, sus gestos conscientes o su mirada, pero de ahí a conseguir engañar a un mentiroso taimado como yo había demasiado, un trecho tal que ella no podría cruzarlo ni aunque lo intentara con todas sus fuerzas. Es como si un mentiroso aficionado quisiera engañar al maestro inventor de la mentira: inútil, infructuoso y una total pérdida de tiempo... pero ahí estaba ella, demostrando que aun sin ser inmortal se podía perder el tiempo como si se gozara de él en tanta abundancia como lo hacía yo. Admirable, pero inútil.

Alcé la ceja, con expresión divertida, mientras las manos se paseaban por sus muslos como si de un camino inexplorado y virgen se tratara, y ellas de un explorador que anhela encontrar todos sus secretos y recorrer todos sus recovecos: un tacto, en sí, tan lleno de sensualidad como la sonrisa torcida que esbocé tras relamerme visiblemente delante de ella por la perspectiva que tenía delante de mí... literalmente.
Mujeres, siempre igual... Nunca entenderé vuestra insana afición por negaros a admitir lo evidente y por negaros a aceptar las oportunidades que se os dan en bandeja, conformándoos entonces con las peores que os puede ofrecer la vida... o un vampiro, lo mismo me da. – murmuré, lo suficientemente alto para que ella lo escuchara y moviendo la cabeza hacia atrás, con su mano aún enredada en mi pelo, para aumentar la distancia que nos separaba... o al menos a esa parte de mi cuerpo y a la más delicada del suyo, pues mis manos, por su parte, seguían acariciando sus muslos con suavidad.

De improviso, y sin que probablemente se lo esperara, acerqué la boca a la tela de su ropa, a la que su piel se pegaba en aquella zona de la parte alta de los muslos y la parte baja del abdomen, y empecé a recorrerla a mordiscos por encima de la ropa que se alejaban de la fuerza que habría hecho de querer desangrarla o rematarla allí mismo y que se acercaban más, de nuevo, a los movimientos que haría de no tener el estorbo de la ropa de por medio y que, como los demás, conseguían despertar en su cuerpo sensaciones que ningún hombre habría despertado en ella jamás... porque no dudaba que ya no fuera doncella, pero de ahí a haber probado alguna vez al Hombre, con mayúscula, que podría hacer realidad todas las fantasías que ni siquiera se había atrevido a imaginar... vamos, que no. Tras un mordisco en la parte baja de su vientre, casi tan abajo que a punto estuve de haber tocado su entrepierna, me separé de ella del todo e incluso me levanté del suelo, sacudiendo el polvo de mis ropas falsamente humildes para dar una imagen de mí que no era la del Ciro real y mirándola de reojo un momento antes de volver a acercarme a ella, veloz como una centella, y sostenerla para que en cuanto perdió el equilibrio por no tenerme sujetándola no se cayera al suelo y no destrozara la preciosa piel dorada con un morado...

Si crees que es la inmundicia lo que me asusta, mal vas, Éabann... Tengo mucho tiempo de ensuciarme con ella para saber lo que es y para no preocuparme por un poco de suciedad, aunque la costumbre grabada a fuego me haga quitarme todo rastro de polvo de la ropa después de haberme separado de la superficie que proporcionaba dicho polvo. No te culpo, de todas maneras, por lo malo de la excusa, ya que tu capacidad de inventarte excusas creíbles no tiene que estar en su momento más álgido ahora mismo... sobre todo estando tan cerca de quien provoca en ti todo lo que estás sintiendo ahora mismo. – añadí, aún sujetándola para que no perdiera el equilibrio y, de paso, estuviera bajo mi control, que era como tenía que estar, en la oscuridad de aquel callejón en la que ella estaba probando más cosas que las que su mente podría asimilar, ni en aquel momento ni nunca. Se escapaba demasiado de su capacidad de aceptación encontrar a un vampiro que no se comportara como aquel que había matado a sus padres, ego eadem, y que además pudiera ser con ella igual que como no lo había sido aquel ser lleno de crueldad, de sadismo y de venganza... que sí, era yo mismo. Era una valiosa lección para que la aprendiera que una moneda no podía juzgarse sólo a la vista de una de sus caras, sino que dependía de ambas para poder ser comprendida en su totalidad, y ella no había visto sino una sola parte de mí, que era la que yo había decidido mostrar, sin aprender a buscar a ver si había más... Y conociéndola como empezaba a hacerlo, sabía que intentaría hacerlo aunque le costara la vida pero, al final, ¿qué precio era ese comparado con conocer a un hijo de la noche tan inmortal como los que poblaban sus pesadillas, pero infinitamente más atractivo? Uno, sin duda, suficiente...
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Mensaje por Éabann G. Dargaard Lun Ago 01, 2011 4:08 am

La capacidad de pensar parecía que se había quedado en un lado de la mente de la gitana. El hombre —vampiro, se rectificó— que se encontraba arrodillado delante de ella la llevaba más allá, mucho más allá de lo que había hecho un simple mortal. No estaba segura de si era por la atracción que se había instalado en su interior, por la sensación de peligro, por el placer de lo oscuro y de lo que debería estar en un lugar por completo diferente. No estaba segura de si era por ese acento que provocaba escalofríos, por el saber que podía acabar con su vida en un instante, por la necesidad de explorar. No estaba segura de si era por los conocimientos que pudiera tener en su cabeza o por un cuerpo que hacía que el suyo reaccionara de inmediato. O quizá fuera una mezcla de todo ello. Quizá fuera precisamente todo el conjunto el que hacía que quisiera acercarse al mismo tiempo que quería alejarse. Aunque en esos momentos el primero de los casos estaba ganando una batalla que ya sabía perdida de antemano.

Notaba la suavidad de su pelo en sus dedos, un cabello que parecía tener vida como todo él. ¿Cómo era posible cuando desde siempre había escuchado que en realidad estaban muertos? ¿Cómo era posible que se sintiera más viva que nunca antes con un ser que debería estar bajo tierra hacía siglos? Le inquietaba y le sorprendía a partes iguales, era como el fuego. Sabía que era peligroso, que podía quemar, que podía destrozar, matar, destruir, y sin embargo siempre había sentido una enorme curiosidad por él, una especie de magnetismo contra el que no podía luchar. El fuego era peligroso, salvaje, libre y por esas mismas razones podía pasarse horas y horas sentada delante de una fogata pensando. Porque pensar era algo que hacía demasiado a menudo, pensar era lo que impedía que pasara una línea imaginaria en la que no había vuelta atrás. Pensar era lo que estaba haciendo, en ese mismo momento, que se planteara todas las posibilidades y consecuencias de sus actos.

Unos actos que parecía que estaban hechos por otra persona diferente a ella. A una persona que le importaba algo lo que pensaran de ella en algo tan tremendamente cotidiano y normal como era el sexo. Éabann nunca había rechazado un beso —de una persona que le atrajera mínimamente— o una caricia. No era una santa, desde luego que no, pero había algo en el vampiro que tenía delante de ella que le hacía ser cuidadosa. Cuidadosa porque era como estar delante del fuego o de un tigre acechante. Dejarse llevar por el placer, cosa que estaba haciendo aunque no quisiera admitirlo, podía significar perder la vida. Y al mismo tiempo estaba deseando que su mente dejara de pensar, que sus ojos se cerraran y saborear hasta qué punto él podía hacerla alcanzar el cielo. Algo le decía que Escipión —una mueca se deslizó por su rostro sin poder evitarlo— podía llegar a ser ese punto más allá que siempre había deseado experimentar.

No, no podía ser, estaba segura de que lo sería. Si con unos besos y unas caricias había hecho que su mente se descolocara de aquella manera, había conseguido que dejara de respirar incluso, mareada, con la cabeza deslizándose en un lago de sensaciones y el cuerpo tan sensibilizado que incluso el ligero roce de su ropa comenzaba a ser inaguantable, no quería imaginar dejarse por completo en sus manos. Podía llegar a experimentar cosas que en su mente ni siquiera tenían una definición y en cierta manera eso la aterraba. La aterraba porque sería darle un poder mayor aún. Sabía que tenía poder en ella —otra cosa es que se dejara— y que ese poder lo podía utilizar para cualquier cosa. Eso era lo que la inquietaba, lo que la impedía dar ese paso hacia el abismo. Un paso hacia el abismo que era muy difícil de realizar.

Hizo una mueca ante su primer comentario, frunciendo el ceño por un momento mientras escuchaba sus palabras porque en ese momento se sentía estúpida por no haberse dejado llevar. Estúpida y a la vez aliviada. Estúpida, sí, pero al mismo tiempo…

Cualquier pensamiento lógico desapareció en el mismo instante en el que los labios de él se acercaron de nuevo a su cuerpo. Sus músculos se tensaron, sus piernas estuvieron a punto de doblarse, las sensaciones la atacaron como si fueran miles de agujas deslizándose por su piel. Miles de caricias, miles de llamas que pronto la iban a consumir en auténticas llamas. ¿Pensar? ¿Qué es eso? Sentía, únicamente sentía. Sentía sus manos y esos mordiscos que deberían haberla aterrado y que sin embargo provocaban una reacción muy diferente en su cuerpo. Los escalofríos la recorrían y su mano se tensó en el pelo del vampiro sin que se diera cuenta de lo que estaba haciendo. En esos instantes simplemente actuaba el instinto y ese instinto traicionero, lo mismo que su cuerpo, hacía que sus caderas se movieran ligeramente hacia él. Un movimiento instintivo que se alejaba de cualquier pensamiento racional. No, en ese momento no era Éabann en realidad o quizá lo fuera mucho más que en toda la anterior conversación. Se mordió los labios hasta hacerse daño, reabriendo aquella pequeña herida que él mismo la había hecho hacía un tiempo que parecía indefinible.

Respiró hondo, abrió los ojos, le buscó cuando se movió y notó una especie de vacío y de pérdida de equilibrio que no llegaba a comprender. Ella siempre había conseguido controlar cada una de sus acciones, cada uno de sus movimientos, cada sentimiento en cierta manera. Él la desestabilizaba, la sorprendía, la llevaba a los límites que no terminaba de comprender. Abrió los ojos, esos ojos verdes que se encontraban velados por un deje de pasión mientras que notaba las manos en sus caderas. En algún momento había soltado su pelo y las manos descansaban a ambos lados de su cuerpo buscando una sujeción que parecía que perdía a cada segundo que pasaba en su compañía. No, jamás olvidaría aquella noche aunque era cierto que no sabía bien si por una razón o por otra. La llevaba a cuestionarse todo. Cuestionarse lo que hacía, cuestionarse lo que pensaba, cuestionarse lo que sentía. Cuestionarse, preguntarse, querer saber más. Respiró hondo y le miró.

Sus palabras llegaron mientras que sus manos en un intento de recuperar un precario equilibrio habían vuelto a apoyarse con ligereza en la parte alta de sus brazos como si de esa manera pudiera mantenerse erguida. Estaba siendo, todo aquello, también un buen golpe para su ego. El golpe que necesitaba para darse cuenta de que había peces mucho más grandes que ella, poderes que no podía controlar. Se sentía como una niña, como ya hemos dicho, delante de un adulto. Sentía que no era tan capaz, ni tan inteligente, ni tan astuta como pensaba. Aunque en esos momentos los pensamientos estaban muy lejos de ser una realidad y mucho más cerca de tratarse de una utopía.

Estaba bromeando.—contestó aunque su voz sonó extraña a sus oídos, ronca, sencillamente sensual. Carraspeó buscando de esa manera volver a recuperar una firmeza que parecía que no existía ya, que se había disuelto de la misma forma que lo hacía el agua cuando le abrasaba el sol. Que se había evaporado surgiendo en su lugar un nuevo estado. Le miró a los ojos, porque aunque eran fríos, era el único lugar que quería mirar, porque si se fijaba en sus labios pensaría en sus dientes y en lo que había estado haciendo momentos antes. Respiró hondo unos instantes. — Rompes todos los esquemas que tenía en la cabeza. Es como si no pudiera encajarte en ningún lugar preciso. No eres como hubiera imaginado que era un vampiro, no al menos en parte, o más allá de unas características básicas que está claro que todos tenéis.—a la mierda la sutileza y la necesidad de decir las cosas con segundas, la gitana era una persona sincera que necesitaba decir las cosas. Frunció el ceño, una pequeña arruga que se formó en su frente a la altura de su entrecejo y que le hacía ver pensativa, alejada en cierta manera de la realidad en la que estaban. — ¿Qué es lo que quieres escuchar?—preguntó entonces, mientras que sus manos se deslizaban apenas unos instantes por sus brazos notando la fortaleza de los mismos, el tacto acerado de los músculos que había debajo, sabiendo que podrían romper cada uno de los huesos de su cuerpo en menos de un pestañeo. — Sabes mejor que yo misma lo que provocas en mi cuerpo mientras que mi mente se debate entre dejarse llevar o pararte los pies. Maldita sea, tienes un poder sobre mí que nadie había tenido antes y eso me hace plantearme en qué punto me deja eso a mí.

Fue un gruñido más que otra cosa y apartó las manos, buscando cruzarse de brazos, desviando la mirada hacia un lado como una niña pequeña que se había enfurruñado. Tenía derecho a aquella muestra, solo una pequeña. Tenía derecho a dejar ver una parte de sí misma que muy pocas personas veían. Tenía derecho a mostrarse confusa, indefensa, frustrada y furiosa por saber que él podía hacer cualquier cosa y que ella no tenía la más mínima de las posibilidades aunque en su interior buscara una y otra vez salidas, diferentes formas de acabar con todo aquello. Tenía derecho a mostrar esa otra Éabann que surgía pocas veces donde había inseguridad.

O al menos, eso es lo que ella pensaba.
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Mensaje por Invitado Miér Ago 03, 2011 4:17 pm

Ya sabía que era broma. Una simple chica humana de no más de veintitantos años de edad no tenía que dejarme claro, en absoluto, que era una broma lo que acababa de salir de sus labios porque era como dejarle claro a un experto algo sobre su propio campo de especialización. No es que yo fuera experto en bromas, aunque los sarcasmos sí que fueran muy propios de mí; más bien era que yo era un experto en analizar el tono de voz de las personas, sus intenciones con las palabras y, sobre todo, en captar al vuelo cosas obvias y tan evidentes como que el cielo es azul cuando no hay nubes que lo hagan cambiar de color, que el sol brilla ardiente, cegador y caluroso cuando no es de noche y está ocupado brillando en otras partes o que las estrellas pululaban, aquella noche, en el cielo nocturno como quien campa a sus anchas por él. A hechos obvios no podía ganarme, y aún así sus propios nervios por lo excitante de la situación que habíamos vivido hacía un momento hacía que ignorara lo obvio y me lo repitiera, dándole un carácter hasta absurdo.

No era para menos, en realidad, que se me diera tan bien reconocer lo obvio. Había sido general del ejército espartano, el más joven y el más brillante de todos los que habían pasado antes o después que yo por mi gloriosa (e inexistente en aquel momento) polis, y por eso mismo mi educación había sido siempre enfocada en aquella dirección, en la que prácticamente exigía que fuera capaz de calar a las personas con una sola mirada. Aquella habilidad, ya presente en mi naturaleza desde que había tenido uso de razón, sólo aumentó aún más con el crecimiento y con el desarrollo tanto de mi cuerpo como de mi mente, y su desarrollo alcanzó ritmos exponenciales cuando, al ir a la guerra, tomaba prisioneros y siempre sabía, al interrogarlos, cuándo mentían o cuándo decían la verdad.

La capacidad de analizar los tonos de voz de las personas (o seres, lo mismo daba) de mi alrededor me había evitado en numerosísimas ocasiones de entes que me querían mentir o que querían utilizarme a su antojo, precisamente a mí, y había llegado un momento en el que era tan automático y tan propio de mi persona que probablemente a los ojos de un desconocido había nacido con ella, pese a no haberlo hecho nunca por haberla adquirido con la práctica, en vez de con lo que mis progenitores hubieran puesto en mí al engendrarme.

Los tonos de voz, sin embargo, no era lo único que sabía analizar a la casi perfección. Los gestos, el lenguaje corporal instintivo y no totalmente premeditado y las acciones más diversas también servían como sujeto de análisis de mis capacidades y me permitían, junto a mi experiencia mucho mayor que la de cualquier ser con el que solía cruzarme, analizar a las personas hasta un punto que muchas veces superaba el propio entendimiento que tenían ellas de sí mismas ya que siempre tendían a engañarse y a obviar zonas menos claras de su propia personalidad o su mundo interior... pamplinas.

Éabann no era ninguna excepción, y eso los dos lo sabíamos demasiado bien. Yo ya sabía cómo era, probablemente mejor que ella misma; conocía sus limitaciones, sus detalles personales y las aristas que la hacían particularmente revoltosa para una simple humana, aunque lo normal para alguien tan joven como lo era ella, hasta para los seres mortales. Lo único de lo que no estaba tan seguro, y eso era por lo mismo por lo que nadie podría estarlo, era de sus limitaciones. Conocía el punto de partida, sí; conocía las posibilidades y parte de las circunstancias que rodearían su evolución, también... pero era incapaz, así como todo el mundo por muy inferior a mí que fuera, de ver hasta qué punto podría llegar y de qué manera evolucionaría la chica que tenía allí delante y que, por lo pronto, suponía un interesante y delicioso bocado, literalmente y no tan literalmente o sí si mi mente era juzgada como la de un hombre y no como la de un vampiro.

Que ella se negara era evidente, porque sabíamos los dos que iba a hacerlo y no cambiaría tan de plano de actitud respecto a mí; que, sin embargo, sacara una vena sincera que hasta entonces me había estado ocultado (en parte) para dejar sólo salir comentarios más bien tirando a benévolos o con los que creía que mejor se expresaba y menos me dejaba saber de ella por voluntad propia, porque el resto de cosas que yo utilizaría para averiguar más detalles sobre Éabann, además del viejo método de vigilarla de cerca, no estaban en su mano para controlarlas o, mejor, para impedir que llegaran a mi alcance. Yo era demasiado persuasivo; ella demasiado poco experimentada para llegar al nivel de alguien como yo en cuestión de juzgar a otras personas.

Una leve risa salió de entre mis labios con sus palabras, mezcla de falsa y verdadera, porque por fin hubiera decidido mandar a tomar viento fresco todos los eufemismos y me dijera la verdad con las palabras más simples y efectivas, que le evitaban tener que dar largas vueltas retóricas a un mensaje que, dicho más simplemente, se entendía exactamente igual, quizá incluso mejor. Aquello revelaba lo agotada que estaba mentalmente, pese a que siguiéramos utilizando (ella porque se había acostumbrado instintivamente al resultarle más fácil y yo porque hacerlo no me suponía ninguna dificultad a la hora de comunicarme) su idioma natal y pese a que ya no estuviera juzgándola tan intensamente como hasta aquel momento. Para que ella siguiera desarrollando su mente y poniéndola en equilibrio al filo de la navaja, como requería que estuviera si seguía hablando conmigo, aquella no sería mi última visita nocturna a Éabann y, por supuesto, tampoco la última vez que la probaría porque no probar una sangre como aquella era, sencillamente, una estupidez que se escapaba de entre mis posibilidades por la propia definición de mi ente, tan complejo den tantas cosas pero tan simple en otras.

Vaya, y yo que pensaba que serías lo suficientemente inteligente para no generalizar... Si se supone que con las personas no puedes hacerlo porque... ¿cómo decís? ¿Cada persona es un mundo y cuesta una vida entera conocerla? Sí, eso... Si se supone que con las personas no generalizas, ¿por qué hacerlo con un ser como lo soy yo? Tengo en común con un neófito lo mismo que tienes tú con cualquier otro ser humano que puedas encontrarte al cruzar una esquina: la raza, y muy probablemente la alimentación y cosas que se derivan de la raza y de la naturaleza no humana en mi caso. Si cada persona es un mundo, cada vampiro es algo muchísimo más amplio que eso porque hemos tenido más tiempo y más oportunidades para crecer, expandirnos y desarrollarnos: conocernos es casi imposible, y mucho menos si pretendes hacerlo con sólo unas horas en compañía de uno de ellos. Nada de lo que aprendas sobre la mente de un vampiro podrás aplicarlo en la de otro, a no ser que sea por puro azar, como pasa con las personas, así que no cometas el error de hacerlo porque ni te pega ni es digno de ti, Éabann... eres algo más inteligente que eso, no me defraudes. – contesté, aún sosteniéndola con una delicadeza que a ella, probablemente y por la imagen que tenía de los seres como yo pese a que le había demostrado que éramos capaces tanto del mayor daño como del mayor cuidado, le resultaría extraña cuando menos, y antecedente de algo que quería conseguir muy probablemente... típico.

En cuanto a lo de qué quiero escuchar... No lo sé, Éabann, ¿qué quiero escuchar? ¿Una canción popular austriaca susurrada con esa voz tan ronca que te sale en este momento porque la excitación en tu cuerpo es tal que de no sostenerte te caerías? ¿O mejor un discurso sobre la levedad del ser humano en un mundo en el que no es dueño de su destino? Sé de sobra qué poder tengo sobre ti porque es el mismo que tengo sobre cualquier ser humano con el que me encuentre: forma parte de mí, tanto como forma parte de ti esa faceta de la Éabann respondona, infantil y caprichosa que tanto estás alejando para dar paso a la racional que no hace nada más que molestar y creer que tiene un control del que carece. Suéltate, Gealach... Vive como si no hubiera mañana, déjate llevar y deja de estar tan preocupada por las consecuencias que tendrán tus actos porque te aseguro que a mí no podrían importarme menos y a la luz de los acontecimientos de esta noche no tienen que importarle a nadie más que a ti y a mí. ¿Quieres escuchar lo que en el fondo sospechas confirmado, para que así sepas que puedes dejarte guiar por tus impulsos? No voy a matarte esta noche. Mañana quién sabe, quizá me apetezca buscar en tu carromato algo de sangre fresca, pero hoy... Hoy estás a salvo de morir. – añadí, con una sonrisa torcida que quizá se contradecía con mis palabras pero que no les restaba ni un ápice de verdad porque, dicho en voz alta, pensaba cumplirlo.

No tenía necesidad alguna de matarla aquella noche ni de derramar inútilmente su sangre; era absolutamente contraproducente librarme de ella cuando ni siquiera en Austria hacía ya varios años lo había hecho, y desde luego, aunque dispusiera de una eternidad a mi favor, no iba a perder mi tiempo porque nunca había sido esa clase de personas, ni siquiera cuando había dejado de ser, técnicamente, persona. Y sin necesidad, no iba a hacerlo... faltaría más. Ni siquiera me había enfadado tanto.
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Mensaje por Éabann G. Dargaard Jue Ago 04, 2011 5:50 am

Había algo seguro en todo aquello: nadie, en su vida, había provocado tantos cambios emocionales en Éabann como estaba haciendo el vampiro en aquellas horas que llevaban juntos. El miedo, el temor seguían por ahí palpitando bajo toda la enmarañada red de sensaciones, emociones y acciones que llevaba a cabo. Pero por encima de ellos había otra serie de impredecibles y pasmosas emociones que provocaban que pasara de la excitación a una furia que comenzaba a amenazar con extinguirla. Las palabras del vampiro habían hecho que le genio que por regla general se encontraba oculto en el más profundo interior de Éabann, se desatara. La primera muestra fue que sus ojos brillaron por un momento y se entrecerraron. La segunda muestra fue que apretó los puños a pesar de sentir las palmas de las manos doloridas de cuando había apretado sus uñas hasta hacerse heridas. La tercera muestra fue su cuerpo tenso, hasta tal punto que tuvo que relajarse por unos instantes al notar cómo la herida del costado que escocía más que dolía en esos momentos, le recordó que cuanto más tensa se pusiera mucho peor puesto que tiraría.

Apretó los dientes hasta que se hizo daño y se dio cuenta de lo que estaba haciendo mientras sus palabras se deslizaban por su cuerpo como la lluvia, empapándola y haciendo que apretara un poco más los puños. Apartó la mirada de él dirigiéndola hacia un punto indefinido a su derecha, simplemente por el hecho de que necesitaba mirar un punto vacío donde concentrarse porque estaba a punto de hacer una estupidez y lo sabía. De la misma manera que sabía que no podía generalizar o que no podía confiar en su palabra del todo, tal y como él le había dicho en el principio de aquella conversación. Una conversación que estaba siendo extraña, difícil y extenuante. Una conversación que jamás olvidaría porque se había metido dentro de ella como ninguna otra. Eran recuerdos que permanecerían, aunque era cierto que sabía que esos mismos recuerdos variarían según el tiempo. De la misma manera que los recuerdos de su familia se habían ido centrando sobre todo en los mejores momentos, alejando aquellos que mostraban que no era todo tan idílico como pensaba.

El ser que tenía delante de ella comenzaba a sacar facetas de ella misma que creía bien enterradas y esa era otra muestra del poco control que tenía. Un control que en cierta manera era necesario para seguir hacia delante. No quería sentirse como una marioneta con la que él pudiera hace absolutamente todo lo que quería. Esa era una idea que aborrecía y era una de las razones por las que su carácter ser rebelaría una y otra vez. Aunque en ese momento la verdad es que era todo un poco más difícil y complicado, en cierta manera se había sentido herida, cosa absurda y estúpida considerando que lo que dijera aquel ser bebedor de sangre le debería importar básicamente… nada.

No sabía si analizar el hecho de que sus palabras hicieran mella en ella de aquella manera, no quería imaginar por qué sucedía ni qué implicaciones traería. Era absurdo que se sintiera dolorida porque él únicamente dijera lo que se le pasaba por la cabeza. Aun así, había sido así. Aquello la confundía más todavía. ¿No debería estar pensando en salir de allí y no en por qué le afectaban sus palabras? Y lo hacían, maldito fuera, más de lo que podrían afectar las palabras de cualquier otro desconocido e incluso de su pequeño círculo de amistades. Bufó. Un sonido poco femenino que casi era más característico de un gesto mientras apretaba un poco más el puño derecho.

Y entonces se quedó parada, sin saber qué contestar, cuando llegaron las palabras de que esa noche podría vivir. Esa noche, esas horas, un mañana en el que habría sol. Y al mismo tiempo la amenaza golpeó con fuerza su rostro como si lo hubiera hecho un puño. No podría estar segura. Aquel vampiro había tomado su sangre, la había testado como quien prueba una copa de vino, y en algún momento volvería. Un escalofrío se deslizó por su cuerpo, muy diferente a los que había sentido minutos antes, un escalofrío que amenazaba con dejarla completamente helada. Si antes la amenazaba rondaba su cabeza, ahora estaba presente del todo. Si antes de aquella noche el temor por andar de noche de un lado para otro era algo que llevaba siempre consigo, sabía que a partir de entonces no podría hacerlo.

Además que no podría permitir que nadie de sus conocidos, los humanos, estuvieran cerca de ella cuando el sol cayera. ¿Qué ocurriría si el vampiro que tenía delante decidía aparecer en ese momento? Desvió la mirada entonces en un acto instintivo hacia donde estaban los hombres que la habían atacado. Debía alejarse. Y eso la enfurecía de nuevo. Había entrado en su vida y se la había vuelto del revés en apenas unas horas. Era como una manada de elefantes que destrozaba todo a su paso y lo modelaba finalmente a su gusto. Oh, por los Dioses, que intentaba tranquilizarse o al final provocaría que la matara a una velocidad que ni ella misma se daría cuenta de lo que estaba ocurriendo.

Respiró hondo, una, dos, tres veces, pero en su cabeza burbujeaban todavía sus palabras haciendo que finalmente volviera a mirarlo con los ojos ligeramente entrecerrados durante un momento como si estuviera analizando lo que tardaría en desembarazarse de él. No era estúpida, sabía que no podría hacerlo, que cualquier pensamiento que tuviera al respecto directamente se quedaría en eso. Cualquier acción que pudiera hacer sería contrarrestada, a fin de cuentas él tenía la ventaja de la velocidad y de unos reflejos que seguramente serían mucho mayores que los suyos. Además que en ocasiones tenía la sensación de que se metía en su cabeza sabiendo lo que iba a hacer, a pensar o a hablar antes de que lo hiciera. Eso no quería decir que le gustara la sensación, ni mucho menos, pero tampoco podía negar lo evidente.

Casi me había olvidado que eras un vampiro, casi.—contestó arqueando una ceja mientras intentaba controlar la mano que como si tuviera vida propia seguía apretándose en su costado. Se había movido hacia atrás como si pegando su espalda contra la pared que tenía allí pudiera hacer que se fundiera con ella. — Aunque cada persona es diferente sí es cierto que suelen haber una serie de pautas que permiten saber cómo van a reaccionar o no, supongo que es algo cultural que hace que todos nos comportemos en ciertas ocasiones como se supone que deberíamos comportarnos lo que hace un poco más fácil saber qué puede querer, pensar u opinar la otra persona. Está claro que siendo un vampiro eso te importa poco y que vas a hacer lo que quieras, cuando quieras, y donde quieras. Y eso no sé si me impresiona o me asusta. Siempre he querido esa libertad.—apretó la mandíbula por un momento en un gesto que podría ser interpretado como tozudez u orgullo, cosa que no estaría muy lejos de la verdad. Dejó escapar lentamente el aire que había tomado y le miró una vez más a los ojos. La conocía hasta tal punto que parecía que era un libro abierto donde cada una de sus impresiones se escribían para que él pudiera verlas, analizarlas, y adelantarse a lo que pudiera hacer o decir. — No quieras saber lo que haría en este momento, además que tú mismo dijiste que no podía fiarme de todo lo que me decías sino que siempre iría lleno de mentiras y entre ellas podría discernir la verdad. Puedo confiar en ti ahora, en este momento, pensar que no harías nada para acaba con mi vida y dejarme llevar. Y quizá lo pague dentro de diez minutos.—se mordió por un momento el labio inferior sin darse cuenta de lo que hacía hasta que sintió un ligero pinchazo de dolor por tropezar con la herida y alzó el rostro de nuevo para poder mirarle con comodidad. — ¿Confiarías en ti mismo hasta el punto de dejarte llevar sin pensar en las consecuencias? ¿Serías capaz de perder el control de tus actos simplemente dejándote llevar por los instintos? En el fondo, tu mente es tan o más racional que la mía. Seguramente volveré a equivocarme, pero bueno…—hizo un ligero mohín por un momento. — Necesitas tenerlo todo controlado. Tu mente está funcionando continuamente, viendo las ventajas que cada acto pueden aportarte y calibrando las posibilidades. De acuerdo, eres lo suficientemente poderoso como para hacer lo que te venga en gana, pero bueno.—se encogió suavemente de hombros una vez más mirándole. — Dejarme llevarme por los instintos haría que te dejaría la puerta abierta para adentrarte por completo en mi interior y dudo mucho que sea prudente, considerando que ahora mismo ya puedes hacer conmigo lo que quieras y que me afectas de una manera a todos los niveles que no había ocurrido hasta este momento. Dejarme llevar podría significar que me hicieras mucho más daño de lo que puedes hacerme con tus manos o con tus dientes. Me confundes demasiado como para que no luche por controlarme lo suficiente.
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Cuando la Sombras cobran vida {Ciro} - Página 3 Empty Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}

Mensaje por Invitado Vie Ago 05, 2011 3:59 pm

Éabann podía creer que tenía el control total de la situación o podía pensar, con razones y desde hacía ya un buen rato, que lo había perdido del todo: era su elección creerlo y en función a esa clase de decisiones yo decidiría cómo comportarme con ella, si debería ser mejor o peor para ganarme su atracción (porque su confianza no iba a ganármela sólo en una noche, no era tan sencillo y eso quizá era lo que lo hacía interesante) y su atención y si tenía que comportarme, en la medida de las posibilidades que se me planteaban, de una manera u otra, elegir una posibilidad de actuación en vez de otra que, quizá, podría suponer un final de aquella partida algo menos bueno para mí, pese a que yo llevaba las de ganar. Lo que ella tenía que perder en aquel juego era su vida, su cordura o quizás las pocas respuestas y seguridades que había podido acumular en su cabeza para guiar su vida; lo que tenía que ganar, sin embargo, era la confianza de un vampiro que podía protegerla pero que, quizá, podría incluso matarla si le apetecía.

Las ganancias de aquel juego para ella eran un arma de doble filo con un final, sin embargo, que le regalaba una seguridad absolutamente inmerecida: la vida. Había dicho que no iba a matarla, y por una vez en lo que llevábamos de conversación iba a cumplir con mi palabra porque para una vez que había dicho la verdad había, incluso, que celebrarlo con cohetes y fuegos artificiales por lo poco frecuentemente que sucedía. La gente que me conocía, vampiros sobre todo, estaban acostumbrados a que la verdad no fuera una de mis opciones más recurrentes, sino más bien al contrario, y para los humanos que empezaban a vislumbrar apenas un rincón del enorme cuadro, lleno de matices y pinceladas de muy diferentes tonalidades y texturas, que era mi personalidad, aquella realidad a base de mentiras era una de las que antes se les quedaba por su instinto de supervivencia, que los hacía agarrarse a las pocas certezas que les daba para saber cómo actuar ante mí.

El instinto de supervivencia de Éabann demostraba estar en algún proceso del camino entre el lugar de su alumbramiento y su cuerpo, porque no hacía gala de él sino, más bien, gala de carecer de él. Así lo demostraron sus palabras, como queriendo decirme a mí que me comportara como le estaba diciendo a ella que se comportara y alegando que no, no podía hacerlo porque mi mente era demasiado racional, casi más que la suya. Si hubiera escuchado sus propias palabras seriamente o las hubiera pensado antes de decirlas se habría caído al suelo de culo por semejante ataque de risa que le habría entrado, pero en lugar de eso continuó tan seria como lo había estado hasta ese momento, igual de solemne e igual de digna, como una diosa pagana frente a una multitud de adoradores de otro dios que la consideran, como poco, un simple desecho humano aunque ella siga manteniéndose bella, digna y en su lugar, sin echar más brasas en la hoguera ardiente.

Sus palabras habían sido dichas sin pensar demasiado, al parecer, y es que quizá quería hasta con eso que me diera por enterado del mensaje, que era dejar de comportarme bien con ella, para dejar salir a la luz mi lado salvaje que, por otra parte, ya conocía, porque era el mismo que había decidido atacar a su familia en Austria hacía tantos años y el mismo cuyos dientes habían provocado cicatrices en sus brazos, marcas que tapaba de maneras burdas para quien sabía lo que se escondía debajo de las pulseras y que no estaba en su mano borrar de una vez por todas... aunque no se lo recomendaba, particularmente. Era una estupidez y un sinsentido tratar de eliminar el pasado y hacer como si no hubiera ocurrido, y la única manera de enfrentarse a dicho pasado es aprender de los errores del mismo para evitar afrontarlos... error para Éabann.

Ella no había aprendido nada de aquel vampiro, yo, que la había atacado tiempo atrás; no había evitado seguir cayendo en los mismos errores que la habían conducido a los dientes del depredador más efectivo que pudiera encontrarse en toda su vida y allí estaba, tratando de pegarse más a la pared para fundirse con ella mientras mis brazos seguían sosteniendo su cuerpo, ligero como el de una muñeca de trapo que con un simple agarre ya puedes sostener en el aire durante muchísimo tiempo. Y la libertad... Esa libertad de la que hablaba le estaba vedada siendo humana y la última de la cadena alimenticia para seres como los que poblaban sus pesadillas; esa libertad era un sueño, una utopía, que sólo podía conseguirse si dejaba de lado aquella vida a la que tan apegada demostraba estar y se unía a otra vida que le resultaría muchísimo más atractiva, práctica y bella para poder desarrollarse entera como persona y para satisfacer la curiosidad creciente de mí que albergaba en su interior... Pero no lo haría, era demasiado tozuda y demasiado orgullosa como para ver como alternativa librarse de los lazos de hierro que la ataban a la vida humana para alcanzar la tan preciada libertad, lo que demostraba que en su mente aquel sueño tenía la misma fuera que los restos de una estrella fugaz: nula.

Éabann, Éabann, Éabann... Íbamos muy bien hasta ahora, ¿sabes? Haciendo gala de tu importante sentido común y guiándote por él para suplir la carencia de tu instinto de supervivencia hasta que el agotamiento ha terminado por nublar tu mente y borrar de ella todo atisbo de lógica o de razón que pudiera tener, y no he dicho racionalidad sino razón, como en correcto e incorrecto siendo tus pensamientos los incorrectos. Cuando un vampiro te dice que no va a matarte tienes dos opciones: creerlo o no creerlo, hasta ahí llegáis todos los humanos, pero la parte del razonamiento que a ti se te ha escapado es que cuando un vampiro que ya te ha salvado más de una vez esta noche y con el que llevas hablando horas te dice que no va a matarte no es una mentira ni una simple falacia para que caigas en la trampa: es un hecho obvio. Si quisiera matarte, Gealach, ya lo habría hecho haría un buen rato, pero en lugar de eso sigues aquí vivita y coleando y aún con unas dudas más propias de un crío lechal que de una en teoría mujer adulta... Alegaré que estás cansada mentalmente para no condenar tu falta de rapidez mental y que no me defraudes, para que no elimines todo lo bien que has ido hasta ahora con unas simples palabras dichas sin pensar demasiado... – dije, riéndome al final a pesar de que hablaba totalmente en serio y los dos lo sabíamos o, más bien, deberíamos saberlo, porque si ella a aquellas alturas no era consciente de ello no le esperaba un futuro demasiado agradable conmigo.

Tras aquella risa, tan breve como sincera, acerqué su cuerpo al mío con facilidad gracias a aquella sujeción a la que la tenía sometida para que la debilidad no la invadiera y la miré a los ojos, con las cejas algo alzadas y con la mirada clavada en ella fijamente, como si quisiera ver a través de sus ojos en el interior de su cabeza y por eso mismo siguiera haciéndolo... aunque no necesitaba mirar tan en sus ojos para saber lo que se le estaba pasando por la cabeza en aquel momento: ventajas de haberla calado tan pronto.

¿Qué te dice, exactamente, que no estoy actuando siguiendo mis impulsos? ¿Qué lógica han seguido mis actos para que pienses que estoy siendo racional? Ninguna. Tratas de convencerte de que no puedo pedirte que hagas algo que no te atreves a hacer convenciéndote de que mis acciones son racionales cuando no han seguido lógica alguna aparte de la de mis deseos en cada momento... ¿Hay algo más irracional que eso en el mundo, acaso? ¿O es que me he vuelto una persona lógica de los pies a la cabeza en un par de noches y ni siquiera me había enterado? No, Éabann, pero que la falta de lógica no responda a la idea que tienes tú en la cabeza no significa tampoco que no exista o que no se dé... Pero voy a darte el capricho de ver lo que quieres ver, pequeña niña caprichosa, ya que al parecer estás deseando poner tu vida en peligro... Aunque me temo que tu gozo acabará cayendo en un pozo si es eso lo que buscas, pero en fin. – añadí, con una sonrisa maliciosa y justo antes de llevar su cuerpo contra la pared y apoyarlo en él rápidamente.

¿En qué consistía mi plan? Muy sencillo, extremadamente sencillo en realidad: darle al vampiro que ella quería ver... pero no exactamente a esa clase de vampiro sanguinario y sediento de sangre que ella recordaba de sus pesadillas, o al menos no totalmente. Con movimientos tan rápidos que ella no podía preverlos, aunque sí verlos, atrapé sus labios con los míos y empecé a besarla con rapidez, acariciando su cuerpo con las manos y traspasando varias capas de tela hasta rozar su piel con las yemas de los dedos, calentándola al instante y haciendo que su temperatura corporal contrastara con la mía, siempre tan gélida como era propio de los vampiros. Aquellos movimientos no seguían lógica aparte de la excitación y del calor de su cuerpo, que me motivaba para seguir acariciando su piel y para, incluso, cogerla de los muslos y hacer fuerza para que ella enredara las piernas en mi cintura y los movimientos que hacía pudiera sentirlos muchísimo mejor. De sus labios iba a su oreja, a recorrerla con los míos y a abandonarla justo después para pasar a su cuello, que recorría con apenas cuidado a base de besos y caricias, además de mordiscos extremadamente suaves que ni siquiera le hacían heridas ni conseguían sacarle sangre, además de nada aparte de calentarla. En cuanto lo consideré oportuno volví a sus labios, besándolos de nuevo y notando que ella respondía, hasta que yo mordí su labio inferior y estiré de él, mirándola con inocencia y con la mirada clavada en sus ojos.
Si quieres sigo demostrándote que te equivocas con palabras, aunque veo que prefieres los hechos que se ajustan a lo que te esperabas... ¿o quizá no era exactamente esto lo que esperabas? – murmuré, con tono de voz suficientemente audible para ella y, justo después, volviendo a atacar su cuello con los labios a la vez que acariciaba la piel de sus muslos por donde la estaba sujetando, aún con las piernas enredadas alrededor de mi cuerpo.
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Mensaje por Éabann G. Dargaard Dom Ago 07, 2011 10:13 am

Terminaría volviéndola loca. Había algo que le quebraba todos los esquemas, que jugaba con unas normas que Éabann no entendía. Unas normas ajenas a cualquiera de las que hubiera conocido. Desde el mismo instante que le había visto se había metido en un juego extraño, diferente, en el que se encontraba tanteando mientras las horas pasaban. El tiempo no había hecho que estuviera más cerca de entenderlo que al inicio, sino que avanzaba a base de acierto y error. Era como una persona que caminara por un laberinto y que buscara una salida: muchas veces se tropezaría con paredes que no podía salvar teniendo que dar la media vuelta, otras veces se daría cuenta de que había estando en círculos y más por suerte que por otra cosa quizá llegaría al centro o a la salida, eso no lo sabía en absoluto.

En el caso de la gitana era algo emocional. Iba, venía, era como estar en mitad de una tormenta en apenas un cascarón deteriorado. Así se sentía, en ese momento, sabiendo que el vampiro tenía cada vez más poder en ella. A medida que el tiempo pasaba y la adrenalina bajaba, el cansancio por el día que había tenido y por la noche que estaba viviendo, tanto física como mentalmente, pasaban su factura. Aun así, seguía alerta o todo lo alerta que podía estar. No era una persona sin juicio propio —aunque en ocasiones sentía como si fuera de esa manera—, sino que sabía que podía hacer algo más que lamentarse. Aunque el problema radicaba fundamentalmente en que según el momento no sabía si lo que quería era alejarse o acercarse todavía más a él.

Sí, su sentido de supervivencia era el que había evitado que se derrumbara o que diera más de un traspié aunque en ese momento se hubiera nublado por la sensación de rabia. Maldito fuera por hacerla ir con sus pensamientos hacia consideraciones que había esquivado como bien había podido a lo largo de toda su vida o, mejor dicho, de toda aquella noche. Parpadeó por un momento pensativa al darse cuenta de que casi había equiparado su vida con una noche. Una simple noche, el problema es que de simple tenía poco. Casi sentía cómo todo crujía a su alrededor, cambiando se sitio, y mostrándola que había caminos completamente nuevos por donde podía caminar que antes no estaban siquiera allí. Caminos que habían sido sombras difusas y que ahora se marcaban delante de ella con claridad. ¿Caminos? Por los Dioses, sí, caminos que diferían de los que al inicio de la noche estaba más que dispuesta de andar.

Caminos significaba futuro y quizá fuera que estuviera confiando en lo que él la decía, pero creía que podían ser viables. Se mordió el labio inferior mientras le miraba, intentando pensar con claridad mientras que su simple presencia la descolocaba. No podía echarle la culpa a él de todo, a fin de cuentas no podía cambiar, sino que se estaba dando cuenta de que tenía menos fuerza de voluntad de lo que pensaba. O que quizá las murallas y defensas que había alzado con total seguridad a lo largo de los años se estaban convirtiendo en polvo ante las acometidas de él.

De acuerdo, te creo, hoy no me matarás.—o al menos no lo haría en los siguientes minutos, podía darle ese beneficio de duda, aunque en sus ojos verdes había una pizca de sensación de que bien podría equivocarse. Estaba poniendo en sus manos su vida, aunque si tenía que ser sincera lo había estado haciendo durante toda la noche. Se lamió los labios por un momento al sentirlos resecos mientras le miraba. Su cuerpo más pegado al de él al acercarla el vampiro mientras le miraba a los ojos. ¿No le había dicho su abuela que no hiciera aquello? Bueno, pues las enseñanzas de su abuela no la habían servido demasiado para enfrentarse a ese ser en lo que iba de noche, por lo que directamente apartó el pensamiento. — La lógica del depredador, del que juega con su víctima y busca salvaguardar lo que quiere para después utilizarlo.—casi le retó con sus palabras mientras le miraba. Así era como se le había venido a la cabeza y aunque en ocasiones era mejor callar, parecía que todo el sentido común se estaba comenzando a evaporar de su mente. — Aunque claro está, tú te conoces mucho mejor que yo misma y lo único que estoy haciendo es dar palos de ciego que a la larga no me llevan a ningún sitio.—reconoció mientras le miraba con el ceño brevemente fruncido escuchando sus palabras. — Qué…

El resto de palabras se ahogaron en su boca de la misma manera que los pensamientos desaparecieron en el mismo instante en el que él la volvió a tocar. Sin darse cuenta, casi como un intento de mantenerse en equilibrio, entrelazó sus piernas en sus caderas mientras notaba con total claridad el cuerpo de él entre sus muslos. Parecía que había algún tipo de interruptor que provocaba que en el mismo instante en el que sentía sus labios su mente se desconectara, su parte racional desapareciera, y solo existieran los impulsos, el instinto. Ese mismo instinto que le llevó a sujetarse en sus hombros mientras notaba cómo sus manos la acariciaban, a besarle en los labios en cuanto tenía un instante, a rozar con los dientes su cuello sin llegar a morder porque a pesar de todo la advertencia dada hacía unas horas todavía seguía en el fondo de su memoria. No había pensamientos racionales, ni nada más allá del vampiro. Ni siquiera lo pensó mientras que buscaba sus labios para besarle dejando que la sensación de ansiedad que la recorría se extendiera a esos besos.

Hacía que todo su cuerpo pareciera arder con pequeñas brasas, con lentas llamas que la dejaban sin aliento. Llamas que se paseaban por su cuerpo al mismo ritmo que sus manos abrasando cualquier resquicio de pensamientos lógicos o racionales. El corazón bombeaba con fuerza la sangre sintiéndolo en las sienes y en cierta manera enmudeciendo cualquier otro sonido de los que hubiera a su alrededor. En ese momento no pensaba en la naturaleza sobrenatural del ser que tenía entre sus piernas, ni en otra cosa que no fuera en las sensaciones que provocaba que se quedara sin aliento.

Notó un pinchazo de dolor cuando él tomó su labio inferior y abrió los ojos para mirarle cuando volvió a hablar con el rostro ruborizado y la mirada ligeramente nublada. El corazón latiendo con rapidez y las manos en sus hombros para no perder el equilibrio. Se lamió con suavidad los labios notando el sabor metálico de un poco de sangre, sintiéndolos hinchados y sensibilizados por sus besos. No, desde luego aquello no era lo que se esperaba ni mucho menos. Ni si quiera estaba segura de qué pensaba que iba a hacer. En realidad no estaba siendo racional, qué demonios, en realidad no estaba pensando absolutamente nada.

Respiró hondo por un momento, solo un instante, porque pronto volvió a notar los labios de Escipión en su cuello haciendo que se estremeciera y que sus dedos se clavaran en los hombros de él. Respirando de forma entrecortada se movió por un momento para besar apenas el lateral de su cuello. Era distinto a la piel de un humano la cual estaba cálida, en cambio la del vampiro era fría en comparación con su propia temperatura la cual había subido a raíz de las caricias de él. Cerró los ojos dejándose llevar durante unos instantes por esos besos y sintiendo cómo su cuerpo se estremecía e incluso se movía hacia él como si buscara más de lo que estaba obteniendo.

Traidor. Así era su cuerpo: un auténtico traidor.

La verdad es que no estaba muy segura de qué esperar.—terminó por contestar, moviendo ligeramente el rostro buscando su mirada. Le gustaba demasiado mirar los ojos de la persona con la que hablaba como para sentirse cómoda de cualquier otra manera. — Y sigo sin estarlo.—frunció el ceño por un momento bajando la mirada hacia sus labios como si le atrajeran de una manera especial. — Es más, creo que haces que mi cerebro se olvide de trazar pensamientos, de cualquier tipo, algo muy poco frecuente por que por regla general funciona bastante bien.

Lo hacía, pero no cuando estaba él cerca. Al menos eso había demostrado esa noche y esa era una de las múltiples enseñanzas que se habían terminado por instalar en su cabeza: el vampiro podía hacer que dejara de pensar, que desconectara, que simplemente se guiara por los instintos. Y eso provocaba que se bamboleara de un extremo a otro.

Sí, como un barco de papel en mitad de una tormenta sabiendo que en cualquier momento podía sucumbir y que solo un milagro impediría que lo hiciera.
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Mensaje por Invitado Dom Ago 07, 2011 12:47 pm

Los humanos no solían esperarse las cosas que venían de un ataque de improvisación porque ni siquiera se esperaban las que ya eran de una manera u otra predecibles, al menos si tenías una mente como la mía y veías cosas predecibles en todas partes. Si habías vivido tanto tiempo como lo había hecho yo pocas cosas podían sorprenderte, no sólo porque ya lo habías visto todo sino también porque siempre te mantienes a la defensiva para evitar que nada te elimine, te hiera o intente acabar contigo: una muestra más del instinto de supervivencia que se daba hasta en un punto irracional de la cabeza que impedía hacer nada para dominarlo. Los humanos, sin embargo, solían carecer de la inteligencia y experiencia necesarias para ver lo que pasaría, ni siquiera aunque todas las señales apuntaran en esa misma dirección y no hubiera muchas más posibilidades de actuación se mirara por donde se mirase.

Para una humana que había encontrado en mucho tiempo con la inteligencia suficiente para eclipsar su total falta de instinto de supervivencia, al final había tenido que demostrar ser como todos y no poder imaginarse lo que pasaría cuando si teníamos en cuenta que llevaba un buen rato tentándola, jugando con ella y besándola cada vez que me apetecía se lo había dejado bastante claro. Para no pensar tan mal de Éabann, porque la chica me había caído bien y eso tenía que reconocérselo después de todo el rato que llevábamos juntos, jugando a una partida cuyas reglas las había escrito yo y lo seguía haciendo en cada momento para mantener el control que por derecho me parecía, alegaría cansancio para que ella no pudiera haberse esperado que la besara, que acariciara su cuerpo, que la pegara más al mío y que me comportara como si de un amante me tratara, dando por fin fuerza a lo que habíamos parecido durante varios momentos de la noche y a lo que seguiríamos pareciendo a los ojos de quien no comprendieran aquel vínculo que había entre nosotros... Éabann, muy probablemente, incluida dentro de aquellos.

Aquel agotamiento que tenía encima era razonable para ser una humana y haber vivido tantas cosas en una noche que, probablemente, muchos de su especie no habrían sido capaces de aguantar con la misma entereza que ella, y haberme lanzado a por su cuerpo podía significar, quizá y en su mente, una especie de momento de relajación o de pausa en aquella especie de control que estaba ejerciendo sobre ella, pero en realidad y en el fondo no podía considerarse eso, sino más bien una intensificación de dicho control ya que, a fin de cuentas, iba unido a lo último que habíamos hablado: su incapacidad para dejarse llevar. Aquello era una prueba más de que ella, por mucho que respondiera y por mucho que perdiera el control y este pasara de su mente a su cuerpo a la hora de dominar la situación seguían quedando resquicios de su inicial resistencia que, como posos en una taza de té, se pegaban a ella e impedían que sus acciones fueran claras, diáfanas y transparentes.

Respondía, sí, porque era inevitable que moviéndome contra su cuerpo como lo hacía (lo mejor que ella podría probar en su vida, y eso era un hecho se mirara por donde se mirase) y despertando en ella sensaciones que nunca nadie habría despertado, pero su entrega no era total porque tenía miedo de dejarse llevar y eso era algo que estaba en ella y que la configuraba tanto como lo hacía su tozudez, sus partes aniñadas, los rasgos de Éabann que había visto y que me quedaban por ver... todo, eso era algo que la hacía ser tan deliciosa como lo era, a su manera y no sólo teniendo en cuenta su sangre sino, también, su cuerpo y su personalidad... y todo aquello era lo que la hacía una presa divertida a la que volvería.

No porque su entrega no fuera total, sin embargo, iba a dejar yo de besar su cuello y de morderlo con una suavidad probablemente insospechada por ella en un ser como yo, pero que por no querer matarla era la que tocaba. No iba a dejar de rozar su cuerpo con las manos y tampoco entraba dentro de mis planes separarme de ella, sencillamente porque no me apetecía en absoluto hacerlo por mucho que sus palabras admitiendo que la dejaba sin pensamientos coherentes me indicaran que no opondría resistencia. Lo haría. De una mera u otra, terminaría resistiéndose a las sensaciones que su cuerpo se esforzaba por enviar a su cabeza, y terminaría por creer que aquello era otra trampa cuando sólo era un simple acto de placer, de disfrutar y de dejarnos llevar, aunque ella esa última parte no debía de comprenderla demasiado bien... y a las pruebas me remitía.

Dejé de besar su cuello antes de besar sus labios, aún sosteniendo su cuerpo y aún controlando cada uno de nuestros movimientos para que siguieran la senda que debían seguir y no cualquier otra, que no sería la adecuada.
No deberías esperar nada, Éabann, en absoluto. El secreto está en dejar que te sorprendan y en poseer la suficiente capacidad de reacción para que, si esa sorpresa no es adecuada o va directa a herirte, no sea capaz de hacerlo. En caso de sorpresas que te sean favorables, ¿por qué no aceptarlas? ¿Por qué no dejarte llevar, disfrutar de la sorpresa y vivirla como una oportunidad que se te da y que puede que nunca vuelva a repetirse? Tienes que vivir el día porque el día morirá para ti y nunca volverá, y los pensamientos que sólo quieren limitar esa vivencia están sobrevalorados... y no te imaginas hasta que punto. No es hasta que dejas de pensar que empiezas a vivir de verdad, y tiene su punto de ironía que tenga que venir un no-vivo a decirte el mayor secreto de la vida, aquel que muchos se esfuerzan en aprender para utilizarlo a su favor, pero así es la situación... – dije, encogiéndome de hombros y provocando cierto temblor en sus manos, que estaban sosteniendo mis hombros (o más bien siendo sostenidas por ellos) y que evité volviendo a su oreja, a recorrerla con los dientes y con los labios y a arrancarle escalofríos que la cercanía de su cuerpo me revelaba sin ser capaz de resistirse... u ocultarlo. No serviría de nada, de todas maneras, ya que su cuerpo era más rápido sintiendo que su mente intentando pensar.

Mis labios en su oreja, junto a mi cuerpo tan pegado al suyo que costaba diferenciar dónde empezaba uno y dónde terminaba el otro, aniquilaban sus pensamientos rápidamente, con la misma velocidad con la que un papel en una hoguera empezaba a ser consumido por las rojas, ardientes y mortales llamas y de la misma y destructiva manera. Hablarle a aquellas alturas en un idioma que no fuera el suyo sería una estupidez por su escasa, o casi nula, capacidad de concentración, unida totalmente al agotamiento que recorría su cuerpo como en oleadas, y si estaba cansada para pensar, más grande sería entonces su testarudez y su oposición a dejarse llevar por lo que sentía y por lo que terminaría queriendo recibir con todas sus ganas: a mí.

Estás agotada, Éabann... Demasiadas emociones para una sola noche, aunque te hayan servido para aprender más cosas que las que aprenderías encorvada sobre un libro a la luz de una vela en una oscura biblioteca de esta enorme ciudad. Tu cuerpo no se sostiene por sí mismo, apenas reaccionarías si te hablara en un idioma que no sea tu lengua madre y hasta empiezas a decir cosas que se contradicen con tu manera de pensar porque, si no, semejante ataque de sinceridad no tendría cabida en ti... – murmuré, momentos antes de aprovechar que tenía las manos danzando por la piel de sus muslos para, con un alarde de fuerza vampírica que no me costó ni una pizca de esfuerzo, sostener su cuerpo a peso y apartarla de la pared, haciendo que soltara sus piernas de mi cintura y que me permitiera, así, dejarla en el suelo un segundo antes de cogerla por la cintura y por detrás de las rodillas. El paso fue tan rápido que fue visto y no visto para una mente agotada como la suya, y que empezara a caminar en dirección a las afueras de la ciudad, con cuidado de ir por las calles menos transitadas pese a las pocas personas que había por aquella parte de la ciudad.

Ninguna palabra se escapaba de mis labios o de los suyos, o al menos no lo hizo durante el breve trayecto que tampoco duró demasiado, y que culminó en la entrada del campamento gitano, donde por su etnia supuse que viviría aunque ella no me hubiera dicho nada al respecto. Era bastante lógica, la deducción, y la dejé en el suelo en aquel momento, apoyándome contra el tronco de un árbol y observándola a ver si se movía, si decía algo, si me mataría con su elocuencia (difícil...) o si se quedaría allí quieta, sin saber o decir absolutamente nada.
Estás en casa, Éabann. Ve, descansa, vive tu vida por el día, pero no te olvides de que por la noche las sombras cobran vida y algunas se cuelan en tus pensamientos, trastocándolos y vigilándote... No pienses que te vas a librar tan fácilmente de mí porque seguiré observándote, Gealach... Y no te garantizo la seguridad de esta noche de no matarte pero, al fin y al cabo, ¿qué es la vida sin riesgos? Nada... Y lo sabes tan bien como yo. Ve. Nos volveremos a encontrar, te lo garantizo. – dije, en tono lo suficientemente alto para que ella lo escuchara y, al final, acercándome a ella y cogiéndola del mentón para que alzara la cabeza y me mirara a los ojos, para que viera en ellos que no mentía... aunque mentiría. Así, poco tardé en darle un último beso, con mi lengua fundiéndose con la suya y dejándola con muchas ganas de más en cuanto me separé, con una sonrisa torcida muy habitual en mí y haciendo un gesto de despedida antes de volver a fundirme en las sombras, cada vez menos abundantes por la cercanía del amanecer, y refugiándome en ellas hasta volver a mi ataúd... Una noche interesante aquella, sí.
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Cuando la Sombras cobran vida {Ciro} - Página 3 Empty Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}

Mensaje por Éabann G. Dargaard Lun Ago 08, 2011 5:31 am

Pensar podría convertirse en una auténtica prueba de fuerza de voluntad que en esos momentos se encontraba prácticamente inexistente. Razonar era algo que se quedaba en un último plano cuando el cansancio hacía acto de presencia y la debilidad por una sangre que había perdido por diversos motivos aquella sangre hacía que lo que necesitaba era echarse en una cama y dormir. Se lamió los labios por un momento una vez más, sintiéndolos resecos. Estaba en ese punto de agotamiento en el que todo parecía trascurrir tras una especie de burbuja, de unas nieblas, en las que las acciones y las palabras llegaban con unos segundos de margen. Era la sensación de mareo, de bruma, que indicaba con claridad que sus ojos necesitaban ser cerrados.

No había sido la primera vez que se había pasado una noche en vela, ni sería la última. Incluso había tenido que hacerlo durante hasta tres días seguidos —cosa que había hecho que terminara como si estuviera borracha, todo había que decirlo, durmiéndose en cuanto tenía una oportunidad— cuando se había alejado a la carrera de aquel grupo de gitanos una vez que la mujer que se había convertido en una amiga se había muerto. En cambio, aquella noche, no sería olvidada. Seguramente los recuerdos llegarían en muchas ocasiones —sobre todo los relacionados con el final de la noche— como pensamientos inconexos y nebulosos, pero estaban allí, presentes y configurando una parte de su vida que no volvería a ser igual.

El vampiro había hecho más marca en ella de lo que imaginaba. No llegaba hasta el punto de aquella fatídica noche en los bosques de Austria cuando había perdido su familia, cuando había recibido las cicatrices que poblaban su antebrazo, pero en cierta manera habían sido más profundas. Mucho más profundas. Habían ido directamente hacia el interior sin dejar en realidad unas marcas físicas visibles. Se habían anclado en la cabeza, en el alma si uno quería ponerse poético. Esas marcas iban a ser muy difíciles de hacerlas desaparecer e incluso imposible. Sí, serían imposible porque venían ancladas a los recuerdos de aquella noche.

En cierta manera había sido una noche productiva y de enseñanzas. Éabann en parte lo entendía así. Era cierto que se había pasado la mayor parte de las horas necesitando separarse del ser, pero también era cierto que sus palabras la habían hecho pensar más allá de los círculos habituales de su pensamiento. La habían dado razones para intentar aprender, para intentar saber hasta qué punto tenía razón y hasta qué punto estaba equivocado. Se había metido sin darse cuenta en la red que el vampiro había lanzado sobre ella encontrándose en ese momento completamente enredada en ella. Era en parte consciente de ello, no era tan estúpida como para ignorarlo, pero en gran parte no sabía hasta qué punto podía llegar la dependencia.

Más allá de una clara atracción física —por los Dioses, no era fácil encontrar a una persona tan atractiva y con esa forma de ser que arrasaba a su paso—, había una atracción intelectual. Para alguien como la gitana que tenía curiosidad por todo prácticamente eso era tan importante como lo primero. Nadie hubiera pensado eso de la gitana cuando la vieran por primera vez, a fin de cuentas no parecía de aquellas personas que se pasaban horas estudiando y en cierta manera no lo hacía: aprendía, sí, pero viendo lo que había a su alrededor. Era una forma de conocimiento mucho más práctico y que se relacionaba básicamente con lo que los historiadores más tarde conocerían como “cultura popular”.

Sus manos se deslizaron por un momento hasta notar su pelo en la zona de la nuca, sintiendo el cosquilleo que esta provocaba en la yema de sus dedos. Por un momento simplemente se quedó así, sintiendo. Sentir no era malo, era algo que siempre había aprendido, pero sentir en ese momento podía suponer muchas, demasiadas, cosas y no estaba del todo segura de si era capaz de enfrentarse a ello. Sentir significaba dejarse llevar, dejarse llevar significaba admitir que él tenía poder sobre ella, un poder que podría destruirla por completo. La liberación que él decía con sus palabras, esa liberación de no pensar, no estaba segura de si se lo podría permitir alguna vez, si sería capaz de simplemente cerrar los ojos —o abrirlos, según el caso— y ser capaz de que fueran sus instintos los que se movieran hacia delante, actuando por encima de la racionalidad de sus pensamientos.

Pensamientos que comenzaban a ser un caos. En ese momento su voz resultaba casi como una canción de cuna que la embotaba todavía más los sentidos y no le importaba reconocerlo. Estaba cansada, por lo que asintió brevemente cuando él habló. Le miraba a los ojos mientras las palabras caían directamente en su cabeza como la lenta lluvia de una tarde de verano, después de que la Tormenta hubiera descargado su fuerza sobre la tierra.

Creo que llevo casi veinticuatro horas despierta, además de que aunque la herida no está sangrando ahora mismo, escuece lo suficiente como para saber que necesito curarla.—comentó, con esa voz pastosa que indicaba con claridad que en cualquier momento podría cerrar los ojos.

Todo había sido culpa de una adrenalina que ya se había disipado prácticamente de su cuerpo, aunque eso no era algo que supiera. Para ella la energía que había estado haciéndola moverse y reaccionar se había ido evaporando. Se había relajado, cosa extraña porque no solía hacerlo nunca, y menos cuando se encontraba en peligro, estando delante de otras personas. No había dicho más que algo que el vampiro sabía, que entendía perfectamente, solo había rectificado las impresiones del ser milenario que tenía delante. En ese momento estaba mostrando la cara más vulnerable. Ante ese pensamiento no pudo más que abrir los ojos por un momento de golpe, mientras que sus manos se cerraban en un ligero puño. Sin apenas ser consciente se encontró en brazos del vampiro y moviéndose.

Era como flotar, esa era la sensación que tenía. En algún momento del breve trayecto terminó por apoyar la mejilla en el hombro de él mientras sus ojos apenas veían movimiento borroso a su alrededor. Nunca se había movido a aquella velocidad y no era capaz de diferenciar absolutamente nada de por donde pasaban hasta que finalmente llegaron a su destino. Los pies de Éabann tocaron suelo y miró por un momento a su alrededor, sorprendida de que hubieran llegado tan rápido a las afueras de París. Se había despejado un poco debido al aire fresco que había tocado sus mejillas al viajar a esa velocidad sobre humana y tuvo la suficiente fortaleza como para mantenerse en pie sin tambalearse aunque sí es cierto que se abrazó a sí misma como si de esa manera pudiera protegerse o quizá sujetarse.

La noche no volverá a cogerme en los callejones de París si puedo evitarlo.—comentó mientras le miraba a los ojos durante unos instantes.

No, no dejaría que volviera a cogerla de nuevo en los callejones y aun así cuando sus labios se rozaron volvió a notar cómo su cuerpo reaccionaba siguiendo aquel beso que hacía que todo su cuerpo temblara y notara la necesidad de seguir con el contacto mucho tiempo después de que el vampiro hubiera desaparecido entre las sombras. Sola, por primera vez en la noche, frunció el ceño y recordó, analizó y clasificó lo que había pasado aquella noche. Un estremecimiento la recorrió entonces, negando para sí y girándose para volver de nuevo en dirección hacia donde se encontraba su carromato.

Los perros del campamento le dieron la bienvenida y entonces supo que debería alejarse de allí por el bien de los gitanos que se encontraban a su alrededor que no sabían de su encuentro aquella noche. Aquello le dolía porque era una persona sociable, pero tampoco podía arriesgarse a que pasara de nuevo lo sucedido en Austria. Era cierto, no tenía que juzgar a todos por el mismo patrón, todos eran diferentes, pero había una serie de hechos que no podían cambiar: bebían sangre y estaba segura de que Escipión podía ser tan cruel o más que el vampiro que apenas era una nube en sus pensamientos.

Cuando cerró los ojos en el jergón de su carromato tras haberse curado la herida su mente volvió de nuevo hacia sueños de sangres y vampiros, pero por primera vez desde que había perdido su familia no había gritos de dolor, sino recordatorios de conversaciones sueltas de aquella noche y los ojos fríos del depredador que la había acompañado por las horas en las que la oscuridad era la norma y el sol parecía muy lejos de aparecer.
Éabann G. Dargaard
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