AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
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Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Recuerdo del primer mensaje :
Oscuridad únicamente rota por las luces que apenas flotaban en las callejuelas de Londres. La noche había caído sobre Éabann sin que se diera cuenta, demasiado absorta en su trabajo. La había cogido cuando estaba recogiendo sus cachivaches en el mercado, todo ese plantel de objetos hechos con arcilla y cuentas, que iban desde pulseras hasta cuencos decorados con delicadeza y en los que ponía buena parte de su tiempo, cuando no estaba haciendo otras cosas. No le gustaba estar en la ciudad por la noche, sentía un cosquilleo en la nuca que le hacía girarse una y otra y otra vez como si esperara que en cualquier momento pudiera presentarse alguien a su espalda. Comenzaba a pensar que por la noche se volvía una auténtica paranoica, pero sabía demasiado bien lo que se podía ocultar entre las sombras.
Sus pasos eran rápidos, apenas audibles, de fondo se podía escuchar el bullicio de las calles más concurridas de la gran urbe, pero ella se movía por los callejones que lo rodeaban. Cualquiera hubiera pensado que era mucho más sensato todo lo contrario, dejarse ver directamente a la luz, pero sabía por experiencia que dejarse ver con la ropa que llevaba podría significar más problemas que ir por entre las sombras. Había vivido lo suficiente en una ciudad como para saber que los diferentes eran acusados cuando menos lo esperaban y llevaba a su espalda un hatillo que podría ser interpretado de muchas maneras diferentes y ninguna buenas.
Se detuvo por un momento, mirando a su alrededor, deslizando su clara mirada por la calle que tenía que atravesar asegurándose que no había nadie en la cercanías y se deslizó por ella hasta terminar en el otro callejón. De uno a otro, con rapidez y sin detenerse hasta que sintió una vez más el cosquilleo que había comenzado a sentir cada vez con más intensidad desde que estaba en París. Frunció el ceño por un momento, alzó el rostro, buscó, pero no encontró nada. Nada al menos que pudiera ser identificado. Apretó por un momento la larga falda que se movía a su alrededor con facilidad, tanteando sin darse cuenta de lo que hacía la daga que siempre llevaba sujeta a su muslo como asegurándose que se encontraba en el sitio.
—Cálmate, no hay nadie ahí detrás…—susurró para sí, dando un par de pasos que la introducían de forma directa en el callejón.
—Pero sí aquí delante.
La voz del hombre provocó que el rostro de Éabann reflejara por un instante, un solo momento, sorpresa mientras clavaba sus ojos en los del hombre de media edad que se encontraba a unos pocos pasos delante de ella, con una media sonrisa. Una sonrisa donde se podía ver el hueco de un molar que había desaparecido seguramente por la mala vida, quizá por un puñetazo bien dado, quizá porque la falta de higiene bucal había seguido su camino. Respiró hondo, notando como una bofetada el olor del alcohol que desprendía y su estómago, en el cual no había metido bocado desde la mañana, se encogió con asco.
—Apártate de mi camino si no quieres que te lance una maldición que te los seque como si fueran frutos secos. —respondió con frialdad bajando de forma significativa hacia la entrepierna del hombre al decir aquellas palabras.
—No me hagas reír, gitana.
La atención de la mujer vagó por el lugar, tenía dos posibilidades: seguir por el camino que a la larga era el más directo o salir en dirección contraria y buscar una nueva forma de llegar a su destino esquivando lo que podría convertirse en un problema mayor. El hombre dio un paso hacia delante, al tiempo que ella dio uno hacia atrás dispuesta a girarse y salir corriendo. No estaba de humor esa noche para defenderse de las intenciones malsanas y además el olor a alcohol comenzaba a marearla.
Malditos borrachos.
Sus pasos eran rápidos, apenas audibles, de fondo se podía escuchar el bullicio de las calles más concurridas de la gran urbe, pero ella se movía por los callejones que lo rodeaban. Cualquiera hubiera pensado que era mucho más sensato todo lo contrario, dejarse ver directamente a la luz, pero sabía por experiencia que dejarse ver con la ropa que llevaba podría significar más problemas que ir por entre las sombras. Había vivido lo suficiente en una ciudad como para saber que los diferentes eran acusados cuando menos lo esperaban y llevaba a su espalda un hatillo que podría ser interpretado de muchas maneras diferentes y ninguna buenas.
Se detuvo por un momento, mirando a su alrededor, deslizando su clara mirada por la calle que tenía que atravesar asegurándose que no había nadie en la cercanías y se deslizó por ella hasta terminar en el otro callejón. De uno a otro, con rapidez y sin detenerse hasta que sintió una vez más el cosquilleo que había comenzado a sentir cada vez con más intensidad desde que estaba en París. Frunció el ceño por un momento, alzó el rostro, buscó, pero no encontró nada. Nada al menos que pudiera ser identificado. Apretó por un momento la larga falda que se movía a su alrededor con facilidad, tanteando sin darse cuenta de lo que hacía la daga que siempre llevaba sujeta a su muslo como asegurándose que se encontraba en el sitio.
—Cálmate, no hay nadie ahí detrás…—susurró para sí, dando un par de pasos que la introducían de forma directa en el callejón.
—Pero sí aquí delante.
La voz del hombre provocó que el rostro de Éabann reflejara por un instante, un solo momento, sorpresa mientras clavaba sus ojos en los del hombre de media edad que se encontraba a unos pocos pasos delante de ella, con una media sonrisa. Una sonrisa donde se podía ver el hueco de un molar que había desaparecido seguramente por la mala vida, quizá por un puñetazo bien dado, quizá porque la falta de higiene bucal había seguido su camino. Respiró hondo, notando como una bofetada el olor del alcohol que desprendía y su estómago, en el cual no había metido bocado desde la mañana, se encogió con asco.
—Apártate de mi camino si no quieres que te lance una maldición que te los seque como si fueran frutos secos. —respondió con frialdad bajando de forma significativa hacia la entrepierna del hombre al decir aquellas palabras.
—No me hagas reír, gitana.
La atención de la mujer vagó por el lugar, tenía dos posibilidades: seguir por el camino que a la larga era el más directo o salir en dirección contraria y buscar una nueva forma de llegar a su destino esquivando lo que podría convertirse en un problema mayor. El hombre dio un paso hacia delante, al tiempo que ella dio uno hacia atrás dispuesta a girarse y salir corriendo. No estaba de humor esa noche para defenderse de las intenciones malsanas y además el olor a alcohol comenzaba a marearla.
Malditos borrachos.
Éabann G. Dargaard- Gitano
- Mensajes : 205
Fecha de inscripción : 09/05/2011
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Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
La situación era cada vez más difícil, rodeada como se encontraba por él. Sin darse cuenta parecía que se perdía en su presencia, en cada uno de sus gestos. Los labios se apretaron en un gesto de frustración cuando él puso los ojos en blanco, cuando habló, cuando notó que cada uno de sus gestos solo servían para divertirlo. Eso le frustraba y le enfadaba a la vez, alguien que había aprendido a defenderse desde que tenía uso de razón, que había sobrevivido contra todo pronóstico, que se había esforzado por ser ella la que tomaba sus decisiones, la que perfilada el camino a seguir, se daba cuenta que en realidad no tenía nada que hacer. Él la cortaba las alas, la mostraba que todo lo que había temido una vez, podía ser mil veces peor. Le mostraba que delante de él no era más que un guijarro en el camino que podía ser pateado para lanzarlo bien lejos si uno quería. Que tenía la vida en sus manos, que podía arrebatársela con un simple gesto y en cambio… se maldijo a sí misma. En cambio ella no había podido siquiera cortarlo, hacerle un rasguño. Comenzaba a pensar que su sentido de la supervivencia, aquel que la había sacado de más de una situación problemática, simplemente se había apagado como una vela que ha recibido una corriente de aire.
Eso la enfurecía, tanto como para revolverse, como para intentar salir de allí como fuera. O quizá precisamente fuera el sentido de supervivencia el que le hacía quedarse quieta mirándole a los ojos con el ceño ligeramente fruncido mientras sus palabras calaban en sus huesos como si fuera una lluvia de verano cuando no está la protección de la ropa para impedirlo. El desprecio que mostraba por los seres humanos era insultante, era cierto que ella muchas veces los despreciaba, que muchas veces los consideraba poco más que molestos seres con los que tenía que convivir, pero una cosa era pensarlo ella y otra cosa era escucharlo. Además siempre había personas que merecían la pena dentro de todo aquel enjambre que zumbaba de un lado para otro como abejas sin reina a la que servir. La daga seguía con firmeza en mi mano ¿qué era lo que me impedía hacer un movimiento con la muñeca y acabar con aquello? Ni yo misma lo sabía. No era aprecio por una vida que estaba ya marchita, que había vivido demasiado tiempo, mucho más de lo que por naturaleza le hubiera tocado vivir.
Le ponía furiosa sus propias dudas que hacían que mantuviera la mano quieta cuando debería haber seguido un movimiento que le hiciera una hermosa sonrisa. Sentía los dedos fríos y rígidos en el mango de la misma, mientras sus ojos se mantenían en todo momento en los de él como si le retara con la mirada aunque no pudiera hacerlo de ninguna otra manera.
— Siempre ha sido suficiente como para poder manteneros alejados de vosotros, todo lo posible al menos. Se ha rumoreado que incluso algunos de los mios han servido a algunos de los tuyos por protección, esa información es la que ha recorrido los campamentos. No somos un grupo violento, solo queremos vivir en paz, necesitamos saber cómo alejarnos de los problemas, no meternos de lleno sobre ellas, pero te aseguro que lo aprendido esta noche no se olvidará y no quedará únicamente en mi cabeza.—no, no lo haría, lo utilizaría, formaría una historia, la lanzaría a las redes y sería escuchada.
No sería ella quien la protagonizara, no era su nombre el que buscaba que sonara, pero tenía la habilidad suficiente como para inventar una historia sobre la marcha que pudiera ayudar a los demás. En el alma de Éabann, a pesar de todo lo que pudiera decir o de pensar, sabía que se movía por intentar ayudar y por sobrevivir. Lo segundo siempre era lo primero, por mucho que a veces pareciera lo contrario. Ese bostezo era un auténtico insulto, la mano se tensó, los dedos aferrando con fuerza el mango de la daga. Hacerlo, simplemente, hacerlo y no pensar. Hacerlo, sentir la sangre golpeando su rostro. Le miró a los ojos y se maldijo porque sabía que ahora no podía hacerlo, que aunque le estuviera volviendo loca y la estuviera poniendo cada vez peor humor, que su vida dependía de ello, algo le decía que si lo hacía podría desencadenar algo muchísimo peor, podría provocar un verdadero enfado que la mandara para el otro barrio sin ni siquiera darse cuenta.
Maldito fuera.
— Desde luego… ha sido una interesante similitud. Te puedo asegurar que no me considero para nada una cucaracha.—no sabía bien de dónde había aparecido ese comentario que en cierta manera reflejaba un ligero sentido del humor que pensaba que se encontraría sepultado entre capas de incertidumbre y miedo. — Es más, me siento insultada por ello, odio a esos insectos, aunque tengo que reconocer que tienen una resistencia y una capacidad de supervivencia que no me importaría tener.
El golpe en la cabeza había sido demasiado, pero en sus palabras se notaba una cierta ironía que seguía ahí, directa y certera. Podría parecer que estaba bromeando, que le estaba quitando hierro al asunto, pero también le recordaba que los seres humanos también luchaban por su supervivencia, quizá no tenían tanta resistencia, pero sí capacidad de adaptación. Una capacidad de adaptación que no estaba preparada para nada pare el movimiento siguiente. La daga cayó, pudo escuchar el sonido que hacía contra el suelo una vez más y ella se sintió prácticamente desnuda y expuesta cuando una vez se encontró con los brazos sobre la cabeza. Como dos bailarines se movieron hasta el centro del callejón y aquella posición, nueva, hizo que un escalofrío la recorriera. Así estaba mucho más indefensa todavía. Podía notar la fuerza de los brazos de él sujetando los suyos sin apenas poder moverse, la presión en su cuerpo y su espalda contra el muro que era su espalda. Cerró los ojos, no pudo evitarlo, aquella caricia que le había hecho bajar los brazos había enviado miles de señales diferentes por todo su cuerpo, lo mismo que aquella otra que había apartado el cabello oscuro para mostrar la delicada zona de su nuca. El aire en aquella zona provocó un escalofrío que se convirtió en tensión cuando notó el filo frío de la daga.
Allí estaba, había traspasado la línea, aquel era su castigo. Sentía con claridad el filo en su cuello, esperando en cualquier momento la mordedura de la daga, pero no se produzco. El escuchar su voz sin ver su rostro, solo notándolo, hizo que se tensara. Aquellas palabras eran demasiado acertadas, maldito fuera, era como si pudiera meterse directamente en su mente para sacar de ella todo aquello que por su parte quería mantener oculto. Esa facilidad conseguía fascinarla a la vez que provocarla una sensación de indefensión que no había sentido desde hacía demasiado tiempo. Un momento tenía la daga en el cuello y al siguiente pinchaba su labio inferior, le miró a los ojos mientras se acercaba, notando cómo tomaba ese punto de vida entre sus labios. Debía reconocer que hasta ese momento no se había dado cuenta, no de forma consciente al menos, de lo terrible tentador que era. Ni que había algo terriblemente sensual en sus movimientos. Ese momento, de reconocimiento, no era el mejor, pero llegó como si le lanzaran un peso contra la cabeza. ¿Cómo podía ser cuando estaba sujeta, amenazada y con un vampiro que acababa de probar su sangre? ¿Cómo podía ser que su cuerpo reaccionara de aquella manera y que tuviera que controlarse para no apoyar por completo su cuerpo contra el de él y pedirle que volviera a hacerlo?
Estaba volviéndose loca, esa era la única razón. Loca de remate además. Así, al menos, lo sentía ella.
— No vuelvas a hacerlo.—dijo sin embargo mientras que se daba una bofetada mental. — Estoy segura de que todos estos trucos sirven para el resto de las mujeres con las que te tropiezas, pero no sirven conmigo. Ya lo has hecho, me has probado, ¿qué harás a continuación?
Sin darse cuenta apoyó brevemente la cabeza en su hombro para encontrarse en una mejor situación. Prefería mirarle, mirarle a los ojos que aunque no demostraran lo que estaba pensando, quizá pudiera darle alguna indicación. Por primera vez en toda la noche estaba tranquila, al menos de forma aparente. Al menos todo lo tranquila que podría estar una persona que se sentía apresada entre unos brazos, rodeándola, como si la envolvieran. Su lengua fue hasta ese punto en el que unos instantes antes había habido una gota carmesí, siento el rasguño que le había hecho la daga.
Eso la enfurecía, tanto como para revolverse, como para intentar salir de allí como fuera. O quizá precisamente fuera el sentido de supervivencia el que le hacía quedarse quieta mirándole a los ojos con el ceño ligeramente fruncido mientras sus palabras calaban en sus huesos como si fuera una lluvia de verano cuando no está la protección de la ropa para impedirlo. El desprecio que mostraba por los seres humanos era insultante, era cierto que ella muchas veces los despreciaba, que muchas veces los consideraba poco más que molestos seres con los que tenía que convivir, pero una cosa era pensarlo ella y otra cosa era escucharlo. Además siempre había personas que merecían la pena dentro de todo aquel enjambre que zumbaba de un lado para otro como abejas sin reina a la que servir. La daga seguía con firmeza en mi mano ¿qué era lo que me impedía hacer un movimiento con la muñeca y acabar con aquello? Ni yo misma lo sabía. No era aprecio por una vida que estaba ya marchita, que había vivido demasiado tiempo, mucho más de lo que por naturaleza le hubiera tocado vivir.
Le ponía furiosa sus propias dudas que hacían que mantuviera la mano quieta cuando debería haber seguido un movimiento que le hiciera una hermosa sonrisa. Sentía los dedos fríos y rígidos en el mango de la misma, mientras sus ojos se mantenían en todo momento en los de él como si le retara con la mirada aunque no pudiera hacerlo de ninguna otra manera.
— Siempre ha sido suficiente como para poder manteneros alejados de vosotros, todo lo posible al menos. Se ha rumoreado que incluso algunos de los mios han servido a algunos de los tuyos por protección, esa información es la que ha recorrido los campamentos. No somos un grupo violento, solo queremos vivir en paz, necesitamos saber cómo alejarnos de los problemas, no meternos de lleno sobre ellas, pero te aseguro que lo aprendido esta noche no se olvidará y no quedará únicamente en mi cabeza.—no, no lo haría, lo utilizaría, formaría una historia, la lanzaría a las redes y sería escuchada.
No sería ella quien la protagonizara, no era su nombre el que buscaba que sonara, pero tenía la habilidad suficiente como para inventar una historia sobre la marcha que pudiera ayudar a los demás. En el alma de Éabann, a pesar de todo lo que pudiera decir o de pensar, sabía que se movía por intentar ayudar y por sobrevivir. Lo segundo siempre era lo primero, por mucho que a veces pareciera lo contrario. Ese bostezo era un auténtico insulto, la mano se tensó, los dedos aferrando con fuerza el mango de la daga. Hacerlo, simplemente, hacerlo y no pensar. Hacerlo, sentir la sangre golpeando su rostro. Le miró a los ojos y se maldijo porque sabía que ahora no podía hacerlo, que aunque le estuviera volviendo loca y la estuviera poniendo cada vez peor humor, que su vida dependía de ello, algo le decía que si lo hacía podría desencadenar algo muchísimo peor, podría provocar un verdadero enfado que la mandara para el otro barrio sin ni siquiera darse cuenta.
Maldito fuera.
— Desde luego… ha sido una interesante similitud. Te puedo asegurar que no me considero para nada una cucaracha.—no sabía bien de dónde había aparecido ese comentario que en cierta manera reflejaba un ligero sentido del humor que pensaba que se encontraría sepultado entre capas de incertidumbre y miedo. — Es más, me siento insultada por ello, odio a esos insectos, aunque tengo que reconocer que tienen una resistencia y una capacidad de supervivencia que no me importaría tener.
El golpe en la cabeza había sido demasiado, pero en sus palabras se notaba una cierta ironía que seguía ahí, directa y certera. Podría parecer que estaba bromeando, que le estaba quitando hierro al asunto, pero también le recordaba que los seres humanos también luchaban por su supervivencia, quizá no tenían tanta resistencia, pero sí capacidad de adaptación. Una capacidad de adaptación que no estaba preparada para nada pare el movimiento siguiente. La daga cayó, pudo escuchar el sonido que hacía contra el suelo una vez más y ella se sintió prácticamente desnuda y expuesta cuando una vez se encontró con los brazos sobre la cabeza. Como dos bailarines se movieron hasta el centro del callejón y aquella posición, nueva, hizo que un escalofrío la recorriera. Así estaba mucho más indefensa todavía. Podía notar la fuerza de los brazos de él sujetando los suyos sin apenas poder moverse, la presión en su cuerpo y su espalda contra el muro que era su espalda. Cerró los ojos, no pudo evitarlo, aquella caricia que le había hecho bajar los brazos había enviado miles de señales diferentes por todo su cuerpo, lo mismo que aquella otra que había apartado el cabello oscuro para mostrar la delicada zona de su nuca. El aire en aquella zona provocó un escalofrío que se convirtió en tensión cuando notó el filo frío de la daga.
Allí estaba, había traspasado la línea, aquel era su castigo. Sentía con claridad el filo en su cuello, esperando en cualquier momento la mordedura de la daga, pero no se produzco. El escuchar su voz sin ver su rostro, solo notándolo, hizo que se tensara. Aquellas palabras eran demasiado acertadas, maldito fuera, era como si pudiera meterse directamente en su mente para sacar de ella todo aquello que por su parte quería mantener oculto. Esa facilidad conseguía fascinarla a la vez que provocarla una sensación de indefensión que no había sentido desde hacía demasiado tiempo. Un momento tenía la daga en el cuello y al siguiente pinchaba su labio inferior, le miró a los ojos mientras se acercaba, notando cómo tomaba ese punto de vida entre sus labios. Debía reconocer que hasta ese momento no se había dado cuenta, no de forma consciente al menos, de lo terrible tentador que era. Ni que había algo terriblemente sensual en sus movimientos. Ese momento, de reconocimiento, no era el mejor, pero llegó como si le lanzaran un peso contra la cabeza. ¿Cómo podía ser cuando estaba sujeta, amenazada y con un vampiro que acababa de probar su sangre? ¿Cómo podía ser que su cuerpo reaccionara de aquella manera y que tuviera que controlarse para no apoyar por completo su cuerpo contra el de él y pedirle que volviera a hacerlo?
Estaba volviéndose loca, esa era la única razón. Loca de remate además. Así, al menos, lo sentía ella.
— No vuelvas a hacerlo.—dijo sin embargo mientras que se daba una bofetada mental. — Estoy segura de que todos estos trucos sirven para el resto de las mujeres con las que te tropiezas, pero no sirven conmigo. Ya lo has hecho, me has probado, ¿qué harás a continuación?
Sin darse cuenta apoyó brevemente la cabeza en su hombro para encontrarse en una mejor situación. Prefería mirarle, mirarle a los ojos que aunque no demostraran lo que estaba pensando, quizá pudiera darle alguna indicación. Por primera vez en toda la noche estaba tranquila, al menos de forma aparente. Al menos todo lo tranquila que podría estar una persona que se sentía apresada entre unos brazos, rodeándola, como si la envolvieran. Su lengua fue hasta ese punto en el que unos instantes antes había habido una gota carmesí, siento el rasguño que le había hecho la daga.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Probablemente nunca dejara de sorprenderme la aparente capacidad de los humanos de obviar toda realidad que no se ajustara a la que les gustaba ver de ellos mismos, porque eso por su parte de no querer compararse a una cucaracha cuando visto desde mi perspectiva era lo que era no dejaba en demasiado buen lugar a su sentido común, ese que en toda la conversación me dejaba cada vez más claro que no debía de haber calado profundamente en sus pensamientos. Si no, tampoco lograba explicarme que siguiera queriendo resistirse, que su testarudez fuera tal que aún a pesar de estar en desigualdad e incluso inferioridad de condiciones quisiera seguir manteniendo su orgullo. Probablemente era eso lo que atrapaba mi curiosidad y hacía que pese a estar ganándose con creces que la matara no lo hiciera; tanto eso como, sin que se me olvidara, el sabor de su sangre.
Una vez la había vuelto a probar me había dado cuenta con creciente intensidad de que marcarla para que fuera sólo de mi propiedad y beber de ella en una primera ocasión no sólo no había sido un error (como ninguna de mis acciones, por otra parte), sino que además había sido algo que había merecido la pena hacer en su momento para volver a encontrarla y beber más de ella en aquel callejón. Y es que su sangre era almizclada, sabrosa y diferente; llena de matices, rica, viva y no tan sosa como solía ser la sangre de los parisinos precisamente porque ella no era de Francia, sino de Austria... Era una sangre diferente, exótica y vivaz, que hacía que no la soltara cuando ya la hube probado y que no tuviera mayores intenciones de hacerlo, y si tenía incluso que actuar con delicadeza para volver a beber de ella sin dañar al contenedor del contenido, al propio cuerpo de Éabann, lo haría porque aquella gota de sangre que había bebido de ella suponía un toque perfecto a la cena de aquella noche, a las monjitas que se habían metido donde nadie las llamaba al dedicar su vida a un dios que no era quien existía, sencillamente porque no era yo.
Tampoco se me pasó por alto el movimiento del cuerpo de Éabann de pegarse al mío y apoyar su cabeza en mi hombro, aún mirándome a los ojos y que contrastaba vivamente con sus palabras pidiéndome (más bien ordenándome, aunque por su bien iba a considerarlo una simple petición) que no volviera a beber de su sangre y advirtiéndome de que las estrategias que usaba con las demás mujeres no iban a servir con ella... Oh, qué bonito, encima quiere exclusividad por mi parte... Si no fuera tan como yo, probablemente soltaría un suspiro por lo adorable que había sonado aquello, pero ni para mí había sonado agradable ni yo era muy dado a suspiros naturales fruto de algo que no fuera estar exasperado perdido por alguna situación... y ni por esas. Mi paciencia así lo evitaba y así lo lograba.
Y ella, aún mirándome, tuvo que tentar aún más mi autocontrol, perfecto a aquellas alturas por cierto, y quiso hacer que al llevar su lengua a la herida que le había hecho con la daga, apenas una estupidez de rasguño que no le molestaría en absoluto en cuanto pasaran un par de días y se diera alguno de los remedios de hierbas de los suyos. ¿Y se preguntaba en serio qué iba a hacer a continuación, si con cada uno de los gestos inconscientes de su cuerpo sólo apuntaba en una posible dirección de actuación por mi parte? ¿Pensaba en serio que iba a quedarme sin volver a probarla sólo porque ella me lo había dicho, cuando yo hacía lo que quería sin que nadie pudiera frenarme? Ella era un capricho, uno que ya llevaba durando bastante tiempo y que iba a durar bastante más; un capricho que, además, sabía que iba a tener a mi disposición para lo que quisiera porque por algo la mantenía tan sujeta como lo estaba haciendo con mis brazos, con mi cuerpo y con mi presencia, no desdeñable ni siquiera frente a las fuerzas físicas que impedían que se moviera y se defendiera de mi presencia. Era inútil siquiera que lo intentara.
Ni siquiera me esforcé en responder a su pregunta, sino que decidí que una imagen valía más que mil palabras y que una acción valía más que mil imágenes. Iba a dejar que ella atara cabos solita y que supiera a lo que se atenía por tener una sangre tan apetitosa y tener cerca a un vampiro caprichoso que quería beber de ella.
Con otro movimiento tan veloz como inesperado para ella, atrapé su lengua con mis dientes y con los colmillos hice otro rasguño, teniendo también el cuidado suficiente de que no fuera demasiado grande y de que sólo sacara un pequeño riachuelo de sangre que no la mataría y que, además, podría cerrarse aplicando la presión suficiente para hacerlo. Era una herida pequeña en su lengua, que aún seguía atrapada entre mis dientes, y en vez de abrir la mandíbula para que ella pudiera sacarla me acerqué a ella lo suficiente como para que abriera la boca más de lo que la tenía por pura inercia, haciendo que justo en ese momento soltara su lengua y pasara a beber directamente de su boca, sellando sus labios con los míos y jugueteando con su lengua para sacar de ella la sangre que con aquel movimiento había sacado. Pese a que podía parecerlo a un espectador ajeno a la escena, el beso no era en absoluto mecánico o frío, sino que por parte de los dos estaba siendo algo bastante diferente, sobre todo por parte de ella. Yo me limitaba a beber de su sangre mientras mantenía su boca cerrada de la mejor manera posible y mientras la mantenía sujeta para que no se escapara; ella, sin embargo...
En cuanto me separé de ella, con una sonrisa taimada que iba a juego con mi expresión, me relamí los labios y los dientes sin dejar de mirarla a los ojos y de sostener su mandíbula en una sujeción apenas fuerte, si bien efectiva.
– Mis técnicas no iban a funcionar contigo, ¿no? Ahora bien, partiendo de esa base, ¿cómo explicas que no sólo te hayas dejado besar sin resistirte lo más mínimo sino que además también hayas participado? Podías haberte quedado quieta, podías haberte resistido o podías haber hecho como que no estaba pasando nada y aún así acabas de destruir con tus acciones lo que tus palabras habían dicho que iba a pasar. Y por cierto, está más que claro qué voy a seguir haciendo ahora. Probarte, catarte y saborearte suena a muy buen plan, y dado que tú estás empezando a perder la lucha contra tus instintos te recomiendo que te relajes y goces, no por tu bien, sino más bien porque lo disfrutarás más. – susurré, con tono de voz ronco que iba dirigido especialmente a ella y que, de nuevo, contaba con la cadencia lenta de un idioma de otros tiempos, otros momentos y otras culturas.
Llevaba inscrita, mi voz, la cadencia de una lengua que hacía tiempo que había desaparecido y que aún así volvía a mis pensamientos en ocasiones; llevaba reflejada en sí misma la esencia de la antigüedad que me caracterizaba y que me había permitido desarrollar todas mis tácticas tan bien como hasta ese momento estaban desarrolladas. Era un cazador experimentado y ella era la presa aquella noche, una que no se me iba a escapar y que iba a terminar estando bajo mi merced aunque una parte de su racionalidad se rebelara contra esa idea, e iba a ser mía aquella noche precisamente porque no podía resistirse ni había manera de que pudiera luchar contra ello. Estaba atrapada en algo mayor que ella desde que había posado mi vista en su cuerpo y desde que su aroma había vuelto a captar mi atención, y estaba totalmente atrapada en la red que había trazado con fidelidad y precisión científicas desde el momento en el que la había tocado por primera vez aquella noche, rememorando lo que había pasado hacía tanto tiempo. Y lo único que necesitaba era darse cuenta precisamente de eso para dejarse llevar del todo y renunciar a la estupidez que eran los remordimientos y las limitaciones de la racionalidad.
¿Que para ella estaba mal aquello? Para mí no porque era satisfacer mis deseos, así que no había ninguna razón de peso por la que pudiera justificar su comportamiento, por lo que nada impedía que la acercara de nuevo a mi boca, aún torcida en una sonrisa, y rozara sus labios con los míos en el camino a su oreja, sin dejar tampoco de rozar su piel porque provocar escalofríos en ella era tan fácil y divertido que no iba a dejar de hacerlo.
– Que seas capaz de mantener el sentido del humor hasta en una situación así te separa, junto a todo lo demás, de las simples cucarachas que son los humanos. No soy yo quien te lo está descubriendo, pese a que te esté admitiendo que eres diferente al resto de mortales. Lo sabes de sobra, y quizá sea ese conocimiento lo que hace que estés segura, en el fondo, de que no voy a matarte. Dejaré a tu criterio pensar si lo voy a hacer o no, y también dejaré a tu criterio pensar si mi autocontrol me permitirá beber de ti sin matarte o si, por el contrario, encontrarás la muerte en mis brazos esta noche. Yo sé las respuestas a esas cuestiones, aunque no voy a decírtelas porque le quitará interés a nuestro encuentro... – murmuré, un momento antes de volver a atacar su labio inferior y reabrir con mis colmillos la herida de la daga, sin hacerla mucho más grande sin embargo y controlando el flujo de sangre para que fuera apenas nimio, como si en mis planes estuviera desangrarla lentamente y matarla de placer de paso, cosa que tampoco iba demasiado desencaminada aunque no fuera cierta del todo. Con la lengua recorría su labio inferior, recogiendo parte de esa sangre y, de nuevo, bebiendo de ella, con un cuidado mucho mayor que el que había tenido hacía años en Austria porque mi intención ya no era matarla, sólo que eso ella no lo sabía.
Una vez la había vuelto a probar me había dado cuenta con creciente intensidad de que marcarla para que fuera sólo de mi propiedad y beber de ella en una primera ocasión no sólo no había sido un error (como ninguna de mis acciones, por otra parte), sino que además había sido algo que había merecido la pena hacer en su momento para volver a encontrarla y beber más de ella en aquel callejón. Y es que su sangre era almizclada, sabrosa y diferente; llena de matices, rica, viva y no tan sosa como solía ser la sangre de los parisinos precisamente porque ella no era de Francia, sino de Austria... Era una sangre diferente, exótica y vivaz, que hacía que no la soltara cuando ya la hube probado y que no tuviera mayores intenciones de hacerlo, y si tenía incluso que actuar con delicadeza para volver a beber de ella sin dañar al contenedor del contenido, al propio cuerpo de Éabann, lo haría porque aquella gota de sangre que había bebido de ella suponía un toque perfecto a la cena de aquella noche, a las monjitas que se habían metido donde nadie las llamaba al dedicar su vida a un dios que no era quien existía, sencillamente porque no era yo.
Tampoco se me pasó por alto el movimiento del cuerpo de Éabann de pegarse al mío y apoyar su cabeza en mi hombro, aún mirándome a los ojos y que contrastaba vivamente con sus palabras pidiéndome (más bien ordenándome, aunque por su bien iba a considerarlo una simple petición) que no volviera a beber de su sangre y advirtiéndome de que las estrategias que usaba con las demás mujeres no iban a servir con ella... Oh, qué bonito, encima quiere exclusividad por mi parte... Si no fuera tan como yo, probablemente soltaría un suspiro por lo adorable que había sonado aquello, pero ni para mí había sonado agradable ni yo era muy dado a suspiros naturales fruto de algo que no fuera estar exasperado perdido por alguna situación... y ni por esas. Mi paciencia así lo evitaba y así lo lograba.
Y ella, aún mirándome, tuvo que tentar aún más mi autocontrol, perfecto a aquellas alturas por cierto, y quiso hacer que al llevar su lengua a la herida que le había hecho con la daga, apenas una estupidez de rasguño que no le molestaría en absoluto en cuanto pasaran un par de días y se diera alguno de los remedios de hierbas de los suyos. ¿Y se preguntaba en serio qué iba a hacer a continuación, si con cada uno de los gestos inconscientes de su cuerpo sólo apuntaba en una posible dirección de actuación por mi parte? ¿Pensaba en serio que iba a quedarme sin volver a probarla sólo porque ella me lo había dicho, cuando yo hacía lo que quería sin que nadie pudiera frenarme? Ella era un capricho, uno que ya llevaba durando bastante tiempo y que iba a durar bastante más; un capricho que, además, sabía que iba a tener a mi disposición para lo que quisiera porque por algo la mantenía tan sujeta como lo estaba haciendo con mis brazos, con mi cuerpo y con mi presencia, no desdeñable ni siquiera frente a las fuerzas físicas que impedían que se moviera y se defendiera de mi presencia. Era inútil siquiera que lo intentara.
Ni siquiera me esforcé en responder a su pregunta, sino que decidí que una imagen valía más que mil palabras y que una acción valía más que mil imágenes. Iba a dejar que ella atara cabos solita y que supiera a lo que se atenía por tener una sangre tan apetitosa y tener cerca a un vampiro caprichoso que quería beber de ella.
Con otro movimiento tan veloz como inesperado para ella, atrapé su lengua con mis dientes y con los colmillos hice otro rasguño, teniendo también el cuidado suficiente de que no fuera demasiado grande y de que sólo sacara un pequeño riachuelo de sangre que no la mataría y que, además, podría cerrarse aplicando la presión suficiente para hacerlo. Era una herida pequeña en su lengua, que aún seguía atrapada entre mis dientes, y en vez de abrir la mandíbula para que ella pudiera sacarla me acerqué a ella lo suficiente como para que abriera la boca más de lo que la tenía por pura inercia, haciendo que justo en ese momento soltara su lengua y pasara a beber directamente de su boca, sellando sus labios con los míos y jugueteando con su lengua para sacar de ella la sangre que con aquel movimiento había sacado. Pese a que podía parecerlo a un espectador ajeno a la escena, el beso no era en absoluto mecánico o frío, sino que por parte de los dos estaba siendo algo bastante diferente, sobre todo por parte de ella. Yo me limitaba a beber de su sangre mientras mantenía su boca cerrada de la mejor manera posible y mientras la mantenía sujeta para que no se escapara; ella, sin embargo...
En cuanto me separé de ella, con una sonrisa taimada que iba a juego con mi expresión, me relamí los labios y los dientes sin dejar de mirarla a los ojos y de sostener su mandíbula en una sujeción apenas fuerte, si bien efectiva.
– Mis técnicas no iban a funcionar contigo, ¿no? Ahora bien, partiendo de esa base, ¿cómo explicas que no sólo te hayas dejado besar sin resistirte lo más mínimo sino que además también hayas participado? Podías haberte quedado quieta, podías haberte resistido o podías haber hecho como que no estaba pasando nada y aún así acabas de destruir con tus acciones lo que tus palabras habían dicho que iba a pasar. Y por cierto, está más que claro qué voy a seguir haciendo ahora. Probarte, catarte y saborearte suena a muy buen plan, y dado que tú estás empezando a perder la lucha contra tus instintos te recomiendo que te relajes y goces, no por tu bien, sino más bien porque lo disfrutarás más. – susurré, con tono de voz ronco que iba dirigido especialmente a ella y que, de nuevo, contaba con la cadencia lenta de un idioma de otros tiempos, otros momentos y otras culturas.
Llevaba inscrita, mi voz, la cadencia de una lengua que hacía tiempo que había desaparecido y que aún así volvía a mis pensamientos en ocasiones; llevaba reflejada en sí misma la esencia de la antigüedad que me caracterizaba y que me había permitido desarrollar todas mis tácticas tan bien como hasta ese momento estaban desarrolladas. Era un cazador experimentado y ella era la presa aquella noche, una que no se me iba a escapar y que iba a terminar estando bajo mi merced aunque una parte de su racionalidad se rebelara contra esa idea, e iba a ser mía aquella noche precisamente porque no podía resistirse ni había manera de que pudiera luchar contra ello. Estaba atrapada en algo mayor que ella desde que había posado mi vista en su cuerpo y desde que su aroma había vuelto a captar mi atención, y estaba totalmente atrapada en la red que había trazado con fidelidad y precisión científicas desde el momento en el que la había tocado por primera vez aquella noche, rememorando lo que había pasado hacía tanto tiempo. Y lo único que necesitaba era darse cuenta precisamente de eso para dejarse llevar del todo y renunciar a la estupidez que eran los remordimientos y las limitaciones de la racionalidad.
¿Que para ella estaba mal aquello? Para mí no porque era satisfacer mis deseos, así que no había ninguna razón de peso por la que pudiera justificar su comportamiento, por lo que nada impedía que la acercara de nuevo a mi boca, aún torcida en una sonrisa, y rozara sus labios con los míos en el camino a su oreja, sin dejar tampoco de rozar su piel porque provocar escalofríos en ella era tan fácil y divertido que no iba a dejar de hacerlo.
– Que seas capaz de mantener el sentido del humor hasta en una situación así te separa, junto a todo lo demás, de las simples cucarachas que son los humanos. No soy yo quien te lo está descubriendo, pese a que te esté admitiendo que eres diferente al resto de mortales. Lo sabes de sobra, y quizá sea ese conocimiento lo que hace que estés segura, en el fondo, de que no voy a matarte. Dejaré a tu criterio pensar si lo voy a hacer o no, y también dejaré a tu criterio pensar si mi autocontrol me permitirá beber de ti sin matarte o si, por el contrario, encontrarás la muerte en mis brazos esta noche. Yo sé las respuestas a esas cuestiones, aunque no voy a decírtelas porque le quitará interés a nuestro encuentro... – murmuré, un momento antes de volver a atacar su labio inferior y reabrir con mis colmillos la herida de la daga, sin hacerla mucho más grande sin embargo y controlando el flujo de sangre para que fuera apenas nimio, como si en mis planes estuviera desangrarla lentamente y matarla de placer de paso, cosa que tampoco iba demasiado desencaminada aunque no fuera cierta del todo. Con la lengua recorría su labio inferior, recogiendo parte de esa sangre y, de nuevo, bebiendo de ella, con un cuidado mucho mayor que el que había tenido hacía años en Austria porque mi intención ya no era matarla, sólo que eso ella no lo sabía.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Una vorágine de sensaciones la rodearon como si estuviera en un torbellino. Un torbellino que hacía que el suelo pareciera temblar bajo sus pies y hacerla sentir ingrávida. Su mente parecía que se había apagado en el mismo instante que su lengua había sido atrapada por sus colmillos, en el momento en el que la herida había sido abierta y un gemido de dolor mezcla con placer se había escapado. El sabor de su propia sangre explotó en su boca al tiempo que el beso, ese beso que jamás hubiera considerado que fuera a ocurrir ni en las más extrañas de las pesadillas, ese beso que la marcaba y la mareaba, provocó que todo su cuerpo sufriera una sacudida. ¿Alguien, alguna vez, hubiera pensado que aquello pudiera ser tan condenadamente sensual? Sus manos se sujetaron a si misma incapaces de hacer algo más, su cuerpo de forma instintiva se apoyó en el de él y sus ojos se cerraron. Su mente se enturbió a la velocidad que él marcaba con cada uno de sus gestos, con cada una de esas caricias que estaba haciendo que su cabeza volara lejos, alto, hasta el cielo y de vuelta si era posible hacer aquella comparación.
Cuando abrió los ojos y le miró, les tenía nublados, ligeramente velados. Durante unos instantes se quedó solo mirándole intentando entender qué demonios la estaba ocurriendo. No, aquella no era ella. Sí, tomaba lo que quería cuando quería, si era necesario y le apetecía, pero esa atracción que sentía por él era nueva y devastadora. Provocaba que su mente se desconectara, que fuera incapaz de pensar con racionalidad y que fueran los impulsos los que desatados guiaran cada uno de sus actos. El cuerpo había ganado a la mente, se comportaba de una forma que contradecía sus palabras y le hacía sentir, cuando menos, sorprendida. Y expectante. No sabía si le retaba de forma continua porque era lo que tenía que hacer o porque esperaba ver por dónde iba, qué hacía, cómo lo hacía. Sentía curiosidad, una curiosidad insana que se extendía como el veneno por todo su cuerpo, en ese instante desde sus labios. La lengua estaba dolorida, notaba aún el sabor metálico de la misma en su boca, pero también el sabor de él. Lo mismo que si aspiraba, podía olerle a él. Y eso era algo que no necesitaba ver, ni sentir, ni olfatear, ni saborear.
Estaba totalmente presente en cada uno de sus movimientos. Frunció el ceño de golpe, su mente activándose como si le hubieran dado un mazazo al escuchar sus palabras. Se movió, intentando soltarse, un movimiento que no servía para nada porque estaba completamente sujeta. Su presencia se arremolinaba a su alrededor y la mantenía inmóvil. Lo peor es que tenía razón y odiaba que la tuviera. No quería que su ego aumentara todavía más. En ese momento casi le hubiera gustado ser insensible a todos los impulsos que él la mandaba. Porque eran muchos y arrolladores, porque sabía que si se relajaba disfrutaría más y porque, maldita sea, quería hacerlo. Su espalda se envaró de forma automática. Un acto instintivo más que otra cosa, una forma de su estúpido orgullo que salía a la luz. Además su voz, la cadencia, era algo que se le metía en el cuerpo y la provocaba escalofríos: era mágica, era seda negra en forma de sonidos, era terciopelo oscuro que la hipnotizaba y la llevaba hacia delante. No podía dejarla indiferente, ya fuera seduciéndola —aunque dudaba que lo hiciera a propósito— o caldeando su sangre de forma muy diferente.
Nunca había deseado tanto en su vida matar a alguien y a la vez volver a probar sus labios.
— Me has cogido por sorpresa.—pobre excusa, pero aun tenía la mente demasiado confusa como para reaccionar de una manera diferente. En ocasiones se preguntaba por qué era tan obstinada y no hacía lo que cualquier otra mujer en su sano juicio hubiera hecho en ese momento: callar y disfrutar. Bueno, otra mujer en su sano juicio seguramente se hubiera mantenido inmóvil, sin moverse, procurando pasar inadvertida para un ser milenario como aquel. Con un suerte, incluso, ni siquiera se hubiera fijado en ella aunque algo le decía que Escipión—nombre que no terminaba de gustarle para él, tendría que buscarle uno nuevo— conseguía lo que se proponía de cualquier mujer con la que se cruzara. Y maldita fuera, eso le molestaba. — No soy un maldito vino español para que me puedas catar cuando te apetezca. Es más, no voy a dejar que lo hagas. No sé cómo, pero no lo haré. Conseguiré que sepa repugnante.—aquel estallido infantil no iba para nada con su carácter pero estaba tan consternada consigo mismo que no hablaba en plena facultad de capacidades. — Me haces parecer un barril de cerveza que se ha cruzado delante de tí. Y lo peor de todo es que estoy cada vez más segura que es así como me ves. Mierda.
No era una persona que dijera de forma normal palabras malsonantes, pero en ese momento se resistía. Se resistía a dejarse caer, se resistía a que esa atracción fulgurante tomara por completo su campo de actuación. Se resistía a permitir que la anulara por completo, a que la dejara como un caparazón que únicamente se dejaba llevar. Se resistía a ser un simple cordero en el matadero, un recipiente sin más, que le podía proporcionar lo que deseaba. Y lo que necesitaba. Ya había cenado le había dicho, pero algo le decía que como un depredador una vez que probaba la sangre no podría resistirse. Se resistía, también, porque la imagen de un bosque lejano volvían de vez en cuando aunque debía reconocer que eran dos situaciones completamente distintas: en la primera el que la atacó había sido como un animal sediento de sangre que solo buscaba acabar con todo, en cambio la persona que la sujetaba en ese momento era sensual y seductor. Eran dos polos opuestos que hacían que por momentos se olvidara que era un vampiro. Dos polos opuestos que la seducían, la adentraban en una red de sensualidad como no había sentido en su vida. Era como si la pusieran entre un hermoso florete y una desastrosa hacha y le dieran a elegir. ¿Una muerte rápida y sangrienta? ¿O una muerte lenta a la que podía desear?
¿A la que ya deseaba? No, no a la muerte, sino al adalid de la misma, al heraldo, al encargado de llevarla a cabo. Maldito fuera por hacerla sentir de aquella manera.
No fue capaz de responder cuando volvió a sentir el pinchazo de la herida abierta, se esforzó por mantener los ojos abiertos, pero se hacía difícil cuando pugnaban por cerrarse y de esa manera notar, sentir, saborear aquellos momentos. Definitivamente algo no podía estar bien en su cerebro, en su cabeza. Tomaba lo que quería como un conquistador que llegaba a unas tierras nuevas. Lo tomaba sin importarle nada más y eso la aterrorizaba porque sabía que podía tomar lo que quisiera y que en el fondo ella no podría evitarlo. Podría resistirse, lo hacía, quería hacerlo, su cuerpo incluso protestó y se movió. Incluso se echó hacia atrás lo justo como para que una vez más su cabeza chocara contra la zona de su torso y su hombro, separándose apenas unos centímetros para poder abrir los ojos y mirarle, hablar, decir las palabras que se encontraban en su interior.
— Sabes que seguiré luchando ¿verdad? Que por mucho que presiones, que tantees, que fuerces seguiré haciéndolo. No voy a ser una persona muda e inerte, no voy a permitir que me conviertas en poco más que una cáscara. Si vuelves a acercarte te juro que te morderé.—se detuvo mirándole por un momento, apretando los labios, mientras que un hilillo apenas más rojizo que sus propios labios que se encontraban hinchados por el beso anterior y por su propia herida, se deslizara hasta llegar al mentón. Sus ojos verdes fijos en los de él. — No sé a qué estás acostumbrado, no sé si piensas que todos tienen que arrodillarse ante ti y alabarte, besando cada centímetro de suelo que pisas, pero yo no soy así. Nadie conseguirá hacerlo.
Y lo creía de verdad. Nadie había podido, hasta ese momento, hacerla cambiar. Nadie había conseguido dominarla ni cuando lo habían intentado. Podía amoldarse y lo hacía con frecuencia, podía pasar por una mujer sumisa, pero no lo era. En su interior habitaba una ansia de libertad que pocas personas sentían, una ansia de ser ella misma, que seguía presente.
Y lo que más estaba odiando de esos momentos es que él conseguía que esa ansia disminuyera, que sus instintos la borraran, que fuera su propio cuerpo el que reaccionara de esa manera ante su proximidad cuando sabía que podría arrebatarla todo con una sola palabra.
Cuando abrió los ojos y le miró, les tenía nublados, ligeramente velados. Durante unos instantes se quedó solo mirándole intentando entender qué demonios la estaba ocurriendo. No, aquella no era ella. Sí, tomaba lo que quería cuando quería, si era necesario y le apetecía, pero esa atracción que sentía por él era nueva y devastadora. Provocaba que su mente se desconectara, que fuera incapaz de pensar con racionalidad y que fueran los impulsos los que desatados guiaran cada uno de sus actos. El cuerpo había ganado a la mente, se comportaba de una forma que contradecía sus palabras y le hacía sentir, cuando menos, sorprendida. Y expectante. No sabía si le retaba de forma continua porque era lo que tenía que hacer o porque esperaba ver por dónde iba, qué hacía, cómo lo hacía. Sentía curiosidad, una curiosidad insana que se extendía como el veneno por todo su cuerpo, en ese instante desde sus labios. La lengua estaba dolorida, notaba aún el sabor metálico de la misma en su boca, pero también el sabor de él. Lo mismo que si aspiraba, podía olerle a él. Y eso era algo que no necesitaba ver, ni sentir, ni olfatear, ni saborear.
Estaba totalmente presente en cada uno de sus movimientos. Frunció el ceño de golpe, su mente activándose como si le hubieran dado un mazazo al escuchar sus palabras. Se movió, intentando soltarse, un movimiento que no servía para nada porque estaba completamente sujeta. Su presencia se arremolinaba a su alrededor y la mantenía inmóvil. Lo peor es que tenía razón y odiaba que la tuviera. No quería que su ego aumentara todavía más. En ese momento casi le hubiera gustado ser insensible a todos los impulsos que él la mandaba. Porque eran muchos y arrolladores, porque sabía que si se relajaba disfrutaría más y porque, maldita sea, quería hacerlo. Su espalda se envaró de forma automática. Un acto instintivo más que otra cosa, una forma de su estúpido orgullo que salía a la luz. Además su voz, la cadencia, era algo que se le metía en el cuerpo y la provocaba escalofríos: era mágica, era seda negra en forma de sonidos, era terciopelo oscuro que la hipnotizaba y la llevaba hacia delante. No podía dejarla indiferente, ya fuera seduciéndola —aunque dudaba que lo hiciera a propósito— o caldeando su sangre de forma muy diferente.
Nunca había deseado tanto en su vida matar a alguien y a la vez volver a probar sus labios.
— Me has cogido por sorpresa.—pobre excusa, pero aun tenía la mente demasiado confusa como para reaccionar de una manera diferente. En ocasiones se preguntaba por qué era tan obstinada y no hacía lo que cualquier otra mujer en su sano juicio hubiera hecho en ese momento: callar y disfrutar. Bueno, otra mujer en su sano juicio seguramente se hubiera mantenido inmóvil, sin moverse, procurando pasar inadvertida para un ser milenario como aquel. Con un suerte, incluso, ni siquiera se hubiera fijado en ella aunque algo le decía que Escipión—nombre que no terminaba de gustarle para él, tendría que buscarle uno nuevo— conseguía lo que se proponía de cualquier mujer con la que se cruzara. Y maldita fuera, eso le molestaba. — No soy un maldito vino español para que me puedas catar cuando te apetezca. Es más, no voy a dejar que lo hagas. No sé cómo, pero no lo haré. Conseguiré que sepa repugnante.—aquel estallido infantil no iba para nada con su carácter pero estaba tan consternada consigo mismo que no hablaba en plena facultad de capacidades. — Me haces parecer un barril de cerveza que se ha cruzado delante de tí. Y lo peor de todo es que estoy cada vez más segura que es así como me ves. Mierda.
No era una persona que dijera de forma normal palabras malsonantes, pero en ese momento se resistía. Se resistía a dejarse caer, se resistía a que esa atracción fulgurante tomara por completo su campo de actuación. Se resistía a permitir que la anulara por completo, a que la dejara como un caparazón que únicamente se dejaba llevar. Se resistía a ser un simple cordero en el matadero, un recipiente sin más, que le podía proporcionar lo que deseaba. Y lo que necesitaba. Ya había cenado le había dicho, pero algo le decía que como un depredador una vez que probaba la sangre no podría resistirse. Se resistía, también, porque la imagen de un bosque lejano volvían de vez en cuando aunque debía reconocer que eran dos situaciones completamente distintas: en la primera el que la atacó había sido como un animal sediento de sangre que solo buscaba acabar con todo, en cambio la persona que la sujetaba en ese momento era sensual y seductor. Eran dos polos opuestos que hacían que por momentos se olvidara que era un vampiro. Dos polos opuestos que la seducían, la adentraban en una red de sensualidad como no había sentido en su vida. Era como si la pusieran entre un hermoso florete y una desastrosa hacha y le dieran a elegir. ¿Una muerte rápida y sangrienta? ¿O una muerte lenta a la que podía desear?
¿A la que ya deseaba? No, no a la muerte, sino al adalid de la misma, al heraldo, al encargado de llevarla a cabo. Maldito fuera por hacerla sentir de aquella manera.
No fue capaz de responder cuando volvió a sentir el pinchazo de la herida abierta, se esforzó por mantener los ojos abiertos, pero se hacía difícil cuando pugnaban por cerrarse y de esa manera notar, sentir, saborear aquellos momentos. Definitivamente algo no podía estar bien en su cerebro, en su cabeza. Tomaba lo que quería como un conquistador que llegaba a unas tierras nuevas. Lo tomaba sin importarle nada más y eso la aterrorizaba porque sabía que podía tomar lo que quisiera y que en el fondo ella no podría evitarlo. Podría resistirse, lo hacía, quería hacerlo, su cuerpo incluso protestó y se movió. Incluso se echó hacia atrás lo justo como para que una vez más su cabeza chocara contra la zona de su torso y su hombro, separándose apenas unos centímetros para poder abrir los ojos y mirarle, hablar, decir las palabras que se encontraban en su interior.
— Sabes que seguiré luchando ¿verdad? Que por mucho que presiones, que tantees, que fuerces seguiré haciéndolo. No voy a ser una persona muda e inerte, no voy a permitir que me conviertas en poco más que una cáscara. Si vuelves a acercarte te juro que te morderé.—se detuvo mirándole por un momento, apretando los labios, mientras que un hilillo apenas más rojizo que sus propios labios que se encontraban hinchados por el beso anterior y por su propia herida, se deslizara hasta llegar al mentón. Sus ojos verdes fijos en los de él. — No sé a qué estás acostumbrado, no sé si piensas que todos tienen que arrodillarse ante ti y alabarte, besando cada centímetro de suelo que pisas, pero yo no soy así. Nadie conseguirá hacerlo.
Y lo creía de verdad. Nadie había podido, hasta ese momento, hacerla cambiar. Nadie había conseguido dominarla ni cuando lo habían intentado. Podía amoldarse y lo hacía con frecuencia, podía pasar por una mujer sumisa, pero no lo era. En su interior habitaba una ansia de libertad que pocas personas sentían, una ansia de ser ella misma, que seguía presente.
Y lo que más estaba odiando de esos momentos es que él conseguía que esa ansia disminuyera, que sus instintos la borraran, que fuera su propio cuerpo el que reaccionara de esa manera ante su proximidad cuando sabía que podría arrebatarla todo con una sola palabra.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Fecha de inscripción : 09/05/2011
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Su tendencia natural era la rebelión, no la sumisión a la que la tenía sujeta en aquel momento. Era como un ave que siempre intenta extender las alas todo lo que su envergadura le permite para alzar el cielo, y la comparación resultaba acertada si se tenía en cuenta que lo que aquella pajarita quería hacer era volar de allí, correr de vuelta hacia su nido y volver a la seguridad de las plumas de su madre pájaro en vez de quedarse con aquel que sostenía sus alas y la obligaba a bailar a su son una melodía que no le gustaba, la de la sumisión. Era comprensible si se tenía esto en cuenta, a pesar de ser una comparación, que ella no quisiera quedarse quietecita entre mis brazos a pesar de que su cuerpo reaccionara de manera natural a los encantos (innegables y obvios) de su predador natural, que era yo. ¿Y por qué? Quizá porque los gitanos siempre tenían demasiadas ideas utópicas de libertad en la cabeza, y quizá también porque en el fondo ella era así per se y no había nada que hacer al respecto porque le daba cierto encanto y cierta autonomía respecto al resto de gente de su raza que le permitía poder decir con seguridad de no equivocarse que Ciro no iba a matarla. No mucha gente podía decir eso, así que debería considerarse afortunada... al menos si fuera capaz de ver esa realidad.
¿Y qué era lo que la obcecaba tanto que le impedía ver algo que estaba bastante claro? Su propio miedo, innato y que no podía quitarse de encima al igual que tampoco podía sacudirse las sensaciones que yo producía en su cuerpo, no todas relacionadas con ese miedo innato por mucho que racionalmente quisiera convencerse de que la estaba manipulando o de que era culpa mía que su cuerpo estuviera comportándose de manera tan contradictoria respecto a su mente. Si quería echarme la culpa de que su propio cuerpo reaccionara allá ella, pero no era asunto mío que mantuviera su mente sujeta a tales ataduras por su parte que entraba en contradicción con sus deseos más profundos, esos que me guiaban a mí por la vida y por mis actos y esos que lograban que yo fuera como era y no de otra manera.
Decirme, de hecho, que la había pillado por sorpresa sonaba más a excusa aún que todas las que me había dicho hasta el momento, que habían sido bastantes, y dejaba tanto o más claro hasta el momento que ella misma estaba totalmente a mi control, porque la capacidad de inventarse excusas tan malas teniendo en cuenta que la inteligencia no era algo que no existiera en ella hablaba por sí misma mejor que cualquier otra palabra que ella pudiera intentar decirme, aunque teniendo en cuenta las circunstancias y las chorradas que decía por su boca, dudaba incluso de que pudiera decir algo con sentido después de un beso como el que le acababa de dar.
Sus propias palabras seguían saliendo de su boca sin control, revelando la molestia que le provocaba que la viera como un simple vino español o como un barril de cerveza que se había cruzado en mi camino. Por suerte para ella, si fuera un vino español (de la ribera del Ebro, más concretamente) o un barril de cerveza su suerte sería mucho peor que la de estar a mi merced y ser incluso besada o saboreada por mí, un privilegio que no muchas mujeres vivas podían decir que habían tenido, tanto por mi edad como mi ligera tendencia a asesinar a mis víctimas para beber su sangre. Ella era una auténtica excepción al respecto, y probablemente aquello era lo que no le entraba en la cabeza con aquel pesimismo que parecía haberse apoderado de ella, el mismo que la obligaba a rebelarse contra mí para salvar una vida que ya estaba salvada por mis nulas intenciones por el momento de acabar con ella, ya que mi paciencia también tiene un límite, por muy difuso que parezca, y si ella lo alcanzaba firmaría su sentencia de muerte.
Y sus palabras seguían demostrando aquella tenacidad y testarudez suya hasta el punto que resultaba algo cansina. Si hubiera sido con motivo, con la razón de presentar una lucha contra alguien que planeaba acabar con ella, la cosa hubiera sido diferente, pero recordarme cosas de ella que ya sabía y que, de hecho, eran la razón por la cual seguía viva y respirando era, cuando menos, absurdo y una pérdida de tiempo. Al menos lo era si no se tenía en cuenta que con sus palabras había sacado un hilillo de sangre, de su propia sangre de la herida de la lengua, que caía por su piel, abriendo un camino por la superficie dorada similar a la de las yermas tierras de la Persia de mi época. Como buen sediento de todo recurso, fue inevitable que acercara de nuevo mi lengua a ella y que de su barbilla hasta de nuevo sus labios recogiera la gota de sangre, junto al hilo, que se esforzaba en teñir su piel de un color que no era el suyo original ni el que le pertenecía.
Su amenaza cayó en saco roto. Me había vuelto a acercar, y no me había mordido. Es más, quien había mordido había sido yo a ella, con relativa fuerza para que abriera los labios y careciendo de esa fuerza lo suficiente como para no hacerle ninguna herida nueva, sino sólo aprovechar de nuevo la de su lengua, que seguía abierta como una grieta que revelaba los frutos de su interior, aquella sangre que cada vez más me hacía saber que mantenerla con vida, pese a todo, no era una mala decisión por mi parte... como ninguna de las que tomaba.
Aquel beso fue aún más brutal que el interior. Sin llegar a reabrirle la herida, bebí de ella con ansia y con intensidad, llegando incluso a hacer presión con mi propia lengua en la suya para cerrarle la herida y que el flujo de sangre se detuviera, reabriendo por el camino la herida, apenas una diminutez, de su labio inferior que, junto al superior, estaba hinchado tanto por la incisión anterior de la daga como por los besos que no se cansaba de devolverme.
– ¿Alguien te ha pedido que dejes de luchar en algún momento? No pareces terminar de entenderlo, y es sorprendente teniendo en cuenta que tenía tu inteligencia en mayor estima. No quiero que dejes de luchar ni que dejes de intentar resistirte, precisamente porque si te detienes dejarás de ser Éabann. Es con ella, contigo, con quien estoy pasando la noche y es a ella a quien estoy probando a cada momento, no exactamente de la manera que tú crees pero... ¿para qué esforzarme siquiera en explicártelo o en dejártelo aún más claro si te niegas a entender? Te obsesionas con la idea de ser un simple licor en mis labios, cuando es algo más, algo mayor. Eso dice más de ti de lo que piensas. – susurré, de nuevo la cadencia presente en mis palabras como casi siempre estaba. A veces trataba de ocultarla, por ser un testimonio demasiado fiel de otra época que me había forjado; otras veces, como aquella, no me esforzaba en simular la cadencia de la época decimonónica cuando la mía era muchísimo mejor, con más fuerza y personalidad propias al igual que yo.
La mano que mantenía sujetos sus brazos alrededor de su vientre acarició la piel de estos un instante, contrastando las temperaturas de las dos superficies así como su dureza de una manera que resultaba mejor que como era normalmente con los humanos, probablemente porque el calor de su cuerpo era superior al de la mayoría de humanos que se convertían en mi cena.
– Esperaba que no me mordieras, por cierto. No querrías destrozarte los dientes contra una superficie más dura que la que ellos están acostumbrados a tratar, ¿no? ¿O es que acaso pensabas que de hacerlo no tendría consecuencias para ti? No de mí, al menos no directas, sino más bien de mi propio cuerpo... Quizá por eso no lo has hecho, aunque... no, si no lo has hecho es porque... ¿te he pillado por sorpresa, otra vez? Sí, será eso, sobre todo con la lentitud con la que me he movido y el tiempo que has tenido para predecir en qué iba a acabar mi movimiento. Y no espero que beses cada centímetro del suelo que piso, por el amor de Satán. Tus labios sabrían asquerosos después, y pudiendo besar otras cosas más interesantes no es algo que entre en mis planes, lo de estropear tu sabor. – añadí, con tono divertido y arrastrado mientras la miraba a los ojos, volviendo a apretar el abrazo que la mantenía apoyada contra mi espalda para que su mente no viera, en aquella relativa suavidad, una oportunidad de escapar que no era tal.
Si aún no le entraba en la cabeza que era la dominada, y yo el dominador; si aún no comprendía que era quien estaba cautiva, y yo quien la mantenía así; si aún no lo comprendía, no tenía de qué preocuparse: tenía toda una eternidad y todo el lapso de su vida humana incluido en ella para demostrar hasta qué punto era yo quien tenía el control de la situación desde antes de verla aquella noche, más bien desde que la había marcado en aquel bosque de aquel país que era Austria.
– Estoy acostumbrado a todo. He vivido tantas cosas que pocas me pillan de novedad o suponen alguna variación a lo que ya he vivido, tú incluida. Sin embargo, tú no eres exactamente igual que lo que he conocido y es por eso por lo que me interesas: otorgas ese pequeño margen de diferencia respecto a lo ya vivido que me estoy esforzando por explorar esta noche. Tu curiosidad y tu orgullo, sobre todo, cambian las cosas, aunque no negaré que eres similar a gente que ya he conocido y cuyas vidas ya han pasado a ser poco más que motas de polvo en mi memoria. Quizá cambies, quizá no. Esa es una de las cosas que quiero averiguar. – añadí, mirándola a los ojos de nuevo y antes de volver a colocar su espalda contra mi pecho, con su cabeza fija mirando al frente. La mano que sostenía hasta ese momento su barbilla fue a su hombro, deslizando la prenda hasta dejar su piel dorada a la vista de la luz, aunque no permaneció mucho tiempo así, pues enseguida fue mi piel marmórea la que ocupó la superficie de la suya al bajar yo mis labios hacia aquella nueva zona de su cuerpo.
Sólo caricias, apenas mordiscos juguetones y nada agresivos y algún beso suelto ocuparon la zona hasta que una nueva y brevísima incisión fue hecha en su hombro, sacando una lágrima de sangre que lamí antes de cerrar aquella pequeña herida, anecdótica totalmente, y volver a mirar al frente con la barbilla apoyada en la zona que acababa de besar.
– Deliciosa. – susurré, con el volumen suficiente sin embargo para que ella lo oyera.
¿Y qué era lo que la obcecaba tanto que le impedía ver algo que estaba bastante claro? Su propio miedo, innato y que no podía quitarse de encima al igual que tampoco podía sacudirse las sensaciones que yo producía en su cuerpo, no todas relacionadas con ese miedo innato por mucho que racionalmente quisiera convencerse de que la estaba manipulando o de que era culpa mía que su cuerpo estuviera comportándose de manera tan contradictoria respecto a su mente. Si quería echarme la culpa de que su propio cuerpo reaccionara allá ella, pero no era asunto mío que mantuviera su mente sujeta a tales ataduras por su parte que entraba en contradicción con sus deseos más profundos, esos que me guiaban a mí por la vida y por mis actos y esos que lograban que yo fuera como era y no de otra manera.
Decirme, de hecho, que la había pillado por sorpresa sonaba más a excusa aún que todas las que me había dicho hasta el momento, que habían sido bastantes, y dejaba tanto o más claro hasta el momento que ella misma estaba totalmente a mi control, porque la capacidad de inventarse excusas tan malas teniendo en cuenta que la inteligencia no era algo que no existiera en ella hablaba por sí misma mejor que cualquier otra palabra que ella pudiera intentar decirme, aunque teniendo en cuenta las circunstancias y las chorradas que decía por su boca, dudaba incluso de que pudiera decir algo con sentido después de un beso como el que le acababa de dar.
Sus propias palabras seguían saliendo de su boca sin control, revelando la molestia que le provocaba que la viera como un simple vino español o como un barril de cerveza que se había cruzado en mi camino. Por suerte para ella, si fuera un vino español (de la ribera del Ebro, más concretamente) o un barril de cerveza su suerte sería mucho peor que la de estar a mi merced y ser incluso besada o saboreada por mí, un privilegio que no muchas mujeres vivas podían decir que habían tenido, tanto por mi edad como mi ligera tendencia a asesinar a mis víctimas para beber su sangre. Ella era una auténtica excepción al respecto, y probablemente aquello era lo que no le entraba en la cabeza con aquel pesimismo que parecía haberse apoderado de ella, el mismo que la obligaba a rebelarse contra mí para salvar una vida que ya estaba salvada por mis nulas intenciones por el momento de acabar con ella, ya que mi paciencia también tiene un límite, por muy difuso que parezca, y si ella lo alcanzaba firmaría su sentencia de muerte.
Y sus palabras seguían demostrando aquella tenacidad y testarudez suya hasta el punto que resultaba algo cansina. Si hubiera sido con motivo, con la razón de presentar una lucha contra alguien que planeaba acabar con ella, la cosa hubiera sido diferente, pero recordarme cosas de ella que ya sabía y que, de hecho, eran la razón por la cual seguía viva y respirando era, cuando menos, absurdo y una pérdida de tiempo. Al menos lo era si no se tenía en cuenta que con sus palabras había sacado un hilillo de sangre, de su propia sangre de la herida de la lengua, que caía por su piel, abriendo un camino por la superficie dorada similar a la de las yermas tierras de la Persia de mi época. Como buen sediento de todo recurso, fue inevitable que acercara de nuevo mi lengua a ella y que de su barbilla hasta de nuevo sus labios recogiera la gota de sangre, junto al hilo, que se esforzaba en teñir su piel de un color que no era el suyo original ni el que le pertenecía.
Su amenaza cayó en saco roto. Me había vuelto a acercar, y no me había mordido. Es más, quien había mordido había sido yo a ella, con relativa fuerza para que abriera los labios y careciendo de esa fuerza lo suficiente como para no hacerle ninguna herida nueva, sino sólo aprovechar de nuevo la de su lengua, que seguía abierta como una grieta que revelaba los frutos de su interior, aquella sangre que cada vez más me hacía saber que mantenerla con vida, pese a todo, no era una mala decisión por mi parte... como ninguna de las que tomaba.
Aquel beso fue aún más brutal que el interior. Sin llegar a reabrirle la herida, bebí de ella con ansia y con intensidad, llegando incluso a hacer presión con mi propia lengua en la suya para cerrarle la herida y que el flujo de sangre se detuviera, reabriendo por el camino la herida, apenas una diminutez, de su labio inferior que, junto al superior, estaba hinchado tanto por la incisión anterior de la daga como por los besos que no se cansaba de devolverme.
– ¿Alguien te ha pedido que dejes de luchar en algún momento? No pareces terminar de entenderlo, y es sorprendente teniendo en cuenta que tenía tu inteligencia en mayor estima. No quiero que dejes de luchar ni que dejes de intentar resistirte, precisamente porque si te detienes dejarás de ser Éabann. Es con ella, contigo, con quien estoy pasando la noche y es a ella a quien estoy probando a cada momento, no exactamente de la manera que tú crees pero... ¿para qué esforzarme siquiera en explicártelo o en dejártelo aún más claro si te niegas a entender? Te obsesionas con la idea de ser un simple licor en mis labios, cuando es algo más, algo mayor. Eso dice más de ti de lo que piensas. – susurré, de nuevo la cadencia presente en mis palabras como casi siempre estaba. A veces trataba de ocultarla, por ser un testimonio demasiado fiel de otra época que me había forjado; otras veces, como aquella, no me esforzaba en simular la cadencia de la época decimonónica cuando la mía era muchísimo mejor, con más fuerza y personalidad propias al igual que yo.
La mano que mantenía sujetos sus brazos alrededor de su vientre acarició la piel de estos un instante, contrastando las temperaturas de las dos superficies así como su dureza de una manera que resultaba mejor que como era normalmente con los humanos, probablemente porque el calor de su cuerpo era superior al de la mayoría de humanos que se convertían en mi cena.
– Esperaba que no me mordieras, por cierto. No querrías destrozarte los dientes contra una superficie más dura que la que ellos están acostumbrados a tratar, ¿no? ¿O es que acaso pensabas que de hacerlo no tendría consecuencias para ti? No de mí, al menos no directas, sino más bien de mi propio cuerpo... Quizá por eso no lo has hecho, aunque... no, si no lo has hecho es porque... ¿te he pillado por sorpresa, otra vez? Sí, será eso, sobre todo con la lentitud con la que me he movido y el tiempo que has tenido para predecir en qué iba a acabar mi movimiento. Y no espero que beses cada centímetro del suelo que piso, por el amor de Satán. Tus labios sabrían asquerosos después, y pudiendo besar otras cosas más interesantes no es algo que entre en mis planes, lo de estropear tu sabor. – añadí, con tono divertido y arrastrado mientras la miraba a los ojos, volviendo a apretar el abrazo que la mantenía apoyada contra mi espalda para que su mente no viera, en aquella relativa suavidad, una oportunidad de escapar que no era tal.
Si aún no le entraba en la cabeza que era la dominada, y yo el dominador; si aún no comprendía que era quien estaba cautiva, y yo quien la mantenía así; si aún no lo comprendía, no tenía de qué preocuparse: tenía toda una eternidad y todo el lapso de su vida humana incluido en ella para demostrar hasta qué punto era yo quien tenía el control de la situación desde antes de verla aquella noche, más bien desde que la había marcado en aquel bosque de aquel país que era Austria.
– Estoy acostumbrado a todo. He vivido tantas cosas que pocas me pillan de novedad o suponen alguna variación a lo que ya he vivido, tú incluida. Sin embargo, tú no eres exactamente igual que lo que he conocido y es por eso por lo que me interesas: otorgas ese pequeño margen de diferencia respecto a lo ya vivido que me estoy esforzando por explorar esta noche. Tu curiosidad y tu orgullo, sobre todo, cambian las cosas, aunque no negaré que eres similar a gente que ya he conocido y cuyas vidas ya han pasado a ser poco más que motas de polvo en mi memoria. Quizá cambies, quizá no. Esa es una de las cosas que quiero averiguar. – añadí, mirándola a los ojos de nuevo y antes de volver a colocar su espalda contra mi pecho, con su cabeza fija mirando al frente. La mano que sostenía hasta ese momento su barbilla fue a su hombro, deslizando la prenda hasta dejar su piel dorada a la vista de la luz, aunque no permaneció mucho tiempo así, pues enseguida fue mi piel marmórea la que ocupó la superficie de la suya al bajar yo mis labios hacia aquella nueva zona de su cuerpo.
Sólo caricias, apenas mordiscos juguetones y nada agresivos y algún beso suelto ocuparon la zona hasta que una nueva y brevísima incisión fue hecha en su hombro, sacando una lágrima de sangre que lamí antes de cerrar aquella pequeña herida, anecdótica totalmente, y volver a mirar al frente con la barbilla apoyada en la zona que acababa de besar.
– Deliciosa. – susurré, con el volumen suficiente sin embargo para que ella lo oyera.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Respondió a ese nuevo beso, de una forma que hasta ella misma la avergonzaba, como un sediento que le otorgaban agua tras pasarse días sin beber. No lo entendía, no sabía por qué respondía de aquella manera a unos impulsos que hacían que perdiera el norte. O sí, quizá lo hiciera, pero se siguiera negando lo evidente: la atraía. La envolvía de tal forma que el miedo parecía pasar a un segundo plano, que permanecía de forma subterránea debajo de una marea de sensaciones que tenía que confesar: hasta ese momento no había sentido. Una mezcla en el que el dolor se mezclaba con el placer, en el que el temor se unía en estrecho abrazo con la más pura de las atracciones. Podía mentirse, decirse lo contrario, pero en el fondo de su ser lo sabía. Y era ese conocimiento lo que provocaba que lo rechazara. Su mente racional, esa que se encontraba bajo toda la burbuja de emociones, intentaba salir vencedora en una lucha que estaba perdiendo con cada uno de sus gestos. Era como un canto de sirena del que no podía escaparse. Un canto de sirena que la alejaba de toda capacidad de habla o de pensamiento. La asustaba y la fascinaba a un mismo tiempo, entendiendo por fin por qué la gente podía acercarse a uno de ellos. Nunca le había pasado algo así.
Y nunca le volvería a pasar. Ya se ha dicho antes: había visto vampiros con anterioridad, más allá de aquel que había acabado con su familia y que esperaba que estuviera en las mismas entrañas del Infierno. Le habían parecido seres pálidos, de ojos fríos y sonrisas que merecían que les rompieran todos los dientes. Fríos, estáticos, le habían parecido poco más que cadáveres andantes. Quizá fuera porque su don así se lo había hecho ver, quizá porque así era cómo los veía en su imaginación y esa imaginación se trasladaba a los seres de esas características que se encontraba. Seres oscuros, llenos de defectos que se acentuaban. No entendía la atracción que muchos sentían hacia ellos, la necesidad de acercarse, de estar a su alrededor. No comprendía a los humanos que buscaban su compañía e incluso su protección. No entendía por qué necesitaban estar cerca de ellos, ni que los tocaran. No llegaba a su cabeza por qué alguien bebería de ellos o les permitiría que tomaran su sangre. Le parecía algo repugnante.
Ahora tenía que comerse cada una de sus palabras. Aunque su roce pudiera provocar en un primer momento molestia, incomodidad, lo cierto es que su piel parecía anhelarlas. No era inmune, no lo había sido en ningún momento. Él no era como esos cadáveres andantes que se habían presentado a sus ojos, que habían poblado sus pesadillas. El impacto en sus sentidos había sido tal que parecía concentrarse en él por encima de todo lo demás y eso la enfurecía una vez más. Se estaba comportando de una forma incoherente. Luchaba porque necesitaba hacerlo para reafirmarse a sí misma, luchaba porque era lo que siempre hacía. Luchaba porque estaba tanto en su sangre como en su naturaleza. Que él le dijera que esa era una de las razones de que le atrajera solo provocó que quisiera gritar.
Un bufido, bastante poco femenino por cierto, se escapó de entre sus labios. Era un sonido que mostraba con más claridad que las palabras lo que le sacaba de quicio. Se revolvió un momento como si buscara soltarse, aunque es cierto que no pudo evitar detenerse ante la simple caricia de su mano en su brazo. El frío que casi parecía congelar su piel y que sin embargo provocaba una agradable sensación por los nervios de su brazo, como un cosquilleo que buscaba alcanzarla el estómago. Aquella dualidad de emociones estaba consiguiendo que el cansancio apareciera y desapareciera de forma intermitente, puesto que en cuanto se relajaba, había algo —una palabra, un gesto, una mirada— que provocaba que automáticamente la adrenalina volviera a dispararse.
Era como estar en una noria o en un tiovivo, subiendo y bajando sin parar. Arriba y abajo, miedo y placer, sensaciones que parecían unidas cuando estaba con aquel ser. Vampiro. La sola palabra le daba escalofríos, la sola palabra provocaba miedo y le incitaba a pensar en escenas donde la sangre era protagonista. Y allí estaba él. Sí, la sangre era la protagonista. Lo era de un juego tremenda y cruelmente erótico. Intentaba pensar con claridad al mismo tiempo que intentaba controlarse, hacer que la sangre fría que supuestamente tenía hiciera acto de presencia porque parecía que su presencia le había hecho el cerebro papilla, siendo incapaz de aunar dos palabras con coherencia.
— ¿Duro?—preguntó durante un instante mientras le miraba, no a los ojos como había estado haciendo hasta ese momento, sino que sus ojos bajaron hasta sus labios. No le habían parecido duros hacía unos instantes cuando le besaban, pero quizá sería mejor creerlo. No lo había mordido, era cierto, no porque le hubiera sorprendido, sino porque no había querido hacerlo o porque no había pensado en ello. El gesto que hubiera sido automático en otras ocasiones cuando un beso le desagradaba, había sido ineficaz porque no había sentido el deseo de poner en hechos las palabras que había dicho. Una vez más había quedado como una estúpida que parecía tener un problema entre lo que decía y lo que después hacía, como si tuviera una cierta bipolaridad que no hubiera sido detectada con anterioridad. — No, no lo has hecho.—confesó, al tiempo que buscaba las palabras que fueran más acertadas, unas palabras que pusieran de manifiesto… no estaba del todo segura de qué tendría que reflejar. — No me has tomado por sorpresa y no sé por qué he reaccionado de la forma que lo he hecho y no cómo debería haberlo hecho o al menos te había dicho que lo haría. Creo que voy a achacarlo a un momento de locura transitoria porque de otra manera esto no tiene ningún tipo de sentido.—frunció el ceño por un momento. — Eres una maldita caja de sorpresas que tienes miles de una cerradura diferentes que cuando se abre muestra una realidad distinta a lo que debería haber sido. Una mezcla de sintonías que tendría que chirriar en mi oído y que en cambio hasta puedo asegurar que suena bien en el fondo, lo que me confunde y me aturde aun mismo tiempo. Y eso me enfurece.—para reforzar sus palabras se movió de nuevo, solo unos pocos centímetros y seguramente ni eso, puesto que la presión de hierro de sus brazos era una constante. Una presión que estaba ahí, que apretaba cuando menos lo esperaba para indicarla que no podía moverse y que él tenía la sartén por el mango como se solía decir. Era dominante y ególatra, se sentía superior a los demás y lo peor de todo es que la morena se daba cuenta que tenía razones para que se sintiera así, pero no podía permitirlo. No al menos en cuanto a ella se trataba. — Parece que nada de lo que he vivido hasta el momento, de lo que he conocido, sea real. Rompes todas las malditas normas y esquemas. Haces lo que quieres, cuando quieres, y no hay consecuencias aparentes.—se quedó por un momento quieta, mirando un momento más sus ojos. — Ahora me pregunto sí alguna vez has sido adorado como si de un dios te trataras. ¿Ves? Esto no tiene el más mínimo sentido, nada lo tiene. Debería insultarte llamándote diablo o demonio o ese “Satán” del que hablas, pero entonces te reirías de mi a la cara.
Aquellas palabras la quemaban en la boca mientras las pronunciaba tanto como las que él volcaba en sus oídos, tanto como el gesto de girarla una vez más para que mirara hacia el frente, hacia ese lugar donde la libertad se podía paladear. Allí estaba, la boca del callejón, a apenas unos metros y en cambio no podía alcanzarla. Allí estaba, esperándola. ¿Por qué no gritaba? ¿Por qué no chillaba hasta quedarse afónica? ¿Por qué no intentaba que alguien fuera a ayudarla? Porque estaba segura de que solo sería una sangría, una matanza, que él acabaría con ellos. Le había sorprendido que los borrachos que estaban tumbados en el suelo siguieran con vida. Le había sorprendido que no les hubiera destrozado delante de ella. No sabía la razón, pero en cierta manera ese hecho insignificante para él, había provocado que ella se tranquilizara en cierta forma.
Cerró los ojos cuando sintió esa caricia sobre su hombro, que eran tan impactantes como sus palabras. Respiró hondo porque se sentía si aliento. Sintió el roce de sus colmillos provocando una incisión, el dolor y después una sensación diferente que comenzaba a reconocer. Era el gato que lamía satisfecho la nata que había quedado en el plato de leche. Casi podía imaginarse su sonrisa de depredador. Apretó sin darse cuenta los puños, tomando su propia ropa puesto que no podía hacer nada más cuando escuchó esa única palabra. “Deliciosa”.
— ¿Y qué sucederá cuando te canses? ¿O cuando descubras que no soy más que una humana que es lo suficientemente estúpida como para tener orgullo y curiosidad?—se movió un instante sin saber si buscaba separarse o acercarse, solo abriendo los ojos mirando hacia el frente. — ¿Cuándo pase una raya que estoy segura de que has trazado?—volvió el rostro entonces, encontrándose con la cabeza de él, su cabello le hizo cosquillas en sus labios durante un instante, apenas rozando con su respiración, con sus labios quizá, la delicada zona de su sien.
Y nunca le volvería a pasar. Ya se ha dicho antes: había visto vampiros con anterioridad, más allá de aquel que había acabado con su familia y que esperaba que estuviera en las mismas entrañas del Infierno. Le habían parecido seres pálidos, de ojos fríos y sonrisas que merecían que les rompieran todos los dientes. Fríos, estáticos, le habían parecido poco más que cadáveres andantes. Quizá fuera porque su don así se lo había hecho ver, quizá porque así era cómo los veía en su imaginación y esa imaginación se trasladaba a los seres de esas características que se encontraba. Seres oscuros, llenos de defectos que se acentuaban. No entendía la atracción que muchos sentían hacia ellos, la necesidad de acercarse, de estar a su alrededor. No comprendía a los humanos que buscaban su compañía e incluso su protección. No entendía por qué necesitaban estar cerca de ellos, ni que los tocaran. No llegaba a su cabeza por qué alguien bebería de ellos o les permitiría que tomaran su sangre. Le parecía algo repugnante.
Ahora tenía que comerse cada una de sus palabras. Aunque su roce pudiera provocar en un primer momento molestia, incomodidad, lo cierto es que su piel parecía anhelarlas. No era inmune, no lo había sido en ningún momento. Él no era como esos cadáveres andantes que se habían presentado a sus ojos, que habían poblado sus pesadillas. El impacto en sus sentidos había sido tal que parecía concentrarse en él por encima de todo lo demás y eso la enfurecía una vez más. Se estaba comportando de una forma incoherente. Luchaba porque necesitaba hacerlo para reafirmarse a sí misma, luchaba porque era lo que siempre hacía. Luchaba porque estaba tanto en su sangre como en su naturaleza. Que él le dijera que esa era una de las razones de que le atrajera solo provocó que quisiera gritar.
Un bufido, bastante poco femenino por cierto, se escapó de entre sus labios. Era un sonido que mostraba con más claridad que las palabras lo que le sacaba de quicio. Se revolvió un momento como si buscara soltarse, aunque es cierto que no pudo evitar detenerse ante la simple caricia de su mano en su brazo. El frío que casi parecía congelar su piel y que sin embargo provocaba una agradable sensación por los nervios de su brazo, como un cosquilleo que buscaba alcanzarla el estómago. Aquella dualidad de emociones estaba consiguiendo que el cansancio apareciera y desapareciera de forma intermitente, puesto que en cuanto se relajaba, había algo —una palabra, un gesto, una mirada— que provocaba que automáticamente la adrenalina volviera a dispararse.
Era como estar en una noria o en un tiovivo, subiendo y bajando sin parar. Arriba y abajo, miedo y placer, sensaciones que parecían unidas cuando estaba con aquel ser. Vampiro. La sola palabra le daba escalofríos, la sola palabra provocaba miedo y le incitaba a pensar en escenas donde la sangre era protagonista. Y allí estaba él. Sí, la sangre era la protagonista. Lo era de un juego tremenda y cruelmente erótico. Intentaba pensar con claridad al mismo tiempo que intentaba controlarse, hacer que la sangre fría que supuestamente tenía hiciera acto de presencia porque parecía que su presencia le había hecho el cerebro papilla, siendo incapaz de aunar dos palabras con coherencia.
— ¿Duro?—preguntó durante un instante mientras le miraba, no a los ojos como había estado haciendo hasta ese momento, sino que sus ojos bajaron hasta sus labios. No le habían parecido duros hacía unos instantes cuando le besaban, pero quizá sería mejor creerlo. No lo había mordido, era cierto, no porque le hubiera sorprendido, sino porque no había querido hacerlo o porque no había pensado en ello. El gesto que hubiera sido automático en otras ocasiones cuando un beso le desagradaba, había sido ineficaz porque no había sentido el deseo de poner en hechos las palabras que había dicho. Una vez más había quedado como una estúpida que parecía tener un problema entre lo que decía y lo que después hacía, como si tuviera una cierta bipolaridad que no hubiera sido detectada con anterioridad. — No, no lo has hecho.—confesó, al tiempo que buscaba las palabras que fueran más acertadas, unas palabras que pusieran de manifiesto… no estaba del todo segura de qué tendría que reflejar. — No me has tomado por sorpresa y no sé por qué he reaccionado de la forma que lo he hecho y no cómo debería haberlo hecho o al menos te había dicho que lo haría. Creo que voy a achacarlo a un momento de locura transitoria porque de otra manera esto no tiene ningún tipo de sentido.—frunció el ceño por un momento. — Eres una maldita caja de sorpresas que tienes miles de una cerradura diferentes que cuando se abre muestra una realidad distinta a lo que debería haber sido. Una mezcla de sintonías que tendría que chirriar en mi oído y que en cambio hasta puedo asegurar que suena bien en el fondo, lo que me confunde y me aturde aun mismo tiempo. Y eso me enfurece.—para reforzar sus palabras se movió de nuevo, solo unos pocos centímetros y seguramente ni eso, puesto que la presión de hierro de sus brazos era una constante. Una presión que estaba ahí, que apretaba cuando menos lo esperaba para indicarla que no podía moverse y que él tenía la sartén por el mango como se solía decir. Era dominante y ególatra, se sentía superior a los demás y lo peor de todo es que la morena se daba cuenta que tenía razones para que se sintiera así, pero no podía permitirlo. No al menos en cuanto a ella se trataba. — Parece que nada de lo que he vivido hasta el momento, de lo que he conocido, sea real. Rompes todas las malditas normas y esquemas. Haces lo que quieres, cuando quieres, y no hay consecuencias aparentes.—se quedó por un momento quieta, mirando un momento más sus ojos. — Ahora me pregunto sí alguna vez has sido adorado como si de un dios te trataras. ¿Ves? Esto no tiene el más mínimo sentido, nada lo tiene. Debería insultarte llamándote diablo o demonio o ese “Satán” del que hablas, pero entonces te reirías de mi a la cara.
Aquellas palabras la quemaban en la boca mientras las pronunciaba tanto como las que él volcaba en sus oídos, tanto como el gesto de girarla una vez más para que mirara hacia el frente, hacia ese lugar donde la libertad se podía paladear. Allí estaba, la boca del callejón, a apenas unos metros y en cambio no podía alcanzarla. Allí estaba, esperándola. ¿Por qué no gritaba? ¿Por qué no chillaba hasta quedarse afónica? ¿Por qué no intentaba que alguien fuera a ayudarla? Porque estaba segura de que solo sería una sangría, una matanza, que él acabaría con ellos. Le había sorprendido que los borrachos que estaban tumbados en el suelo siguieran con vida. Le había sorprendido que no les hubiera destrozado delante de ella. No sabía la razón, pero en cierta manera ese hecho insignificante para él, había provocado que ella se tranquilizara en cierta forma.
Cerró los ojos cuando sintió esa caricia sobre su hombro, que eran tan impactantes como sus palabras. Respiró hondo porque se sentía si aliento. Sintió el roce de sus colmillos provocando una incisión, el dolor y después una sensación diferente que comenzaba a reconocer. Era el gato que lamía satisfecho la nata que había quedado en el plato de leche. Casi podía imaginarse su sonrisa de depredador. Apretó sin darse cuenta los puños, tomando su propia ropa puesto que no podía hacer nada más cuando escuchó esa única palabra. “Deliciosa”.
— ¿Y qué sucederá cuando te canses? ¿O cuando descubras que no soy más que una humana que es lo suficientemente estúpida como para tener orgullo y curiosidad?—se movió un instante sin saber si buscaba separarse o acercarse, solo abriendo los ojos mirando hacia el frente. — ¿Cuándo pase una raya que estoy segura de que has trazado?—volvió el rostro entonces, encontrándose con la cabeza de él, su cabello le hizo cosquillas en sus labios durante un instante, apenas rozando con su respiración, con sus labios quizá, la delicada zona de su sien.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Fecha de inscripción : 09/05/2011
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Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Para ella, yo era como una caja de sorpresas, como un cofre cerrado y con miles de posibles aperturas que cada vez dejaban ver algo distinto del interior y de lo que escondía por dentro, probablemente su objetivo último a la hora de relacionarse conmigo, ya que había empezado a hacerlo y estaba haciéndolo en aquel momento. Para mí, ella era un bocado apetitoso y que era sólo para mí, tanto por su sabor como por la curiosidad e interés, ambos de la mano, que su personalidad producía en mí por ser diferente, en cierto modo, a lo que me tenía acostumbrado. Me recordaba a las jóvenes persas de mi época como humano: siempre tan altivas, tan bellas y tan aparentemente distantes, si bien ella era diferente. Poseía un fuego que no quedaba anulado por las pretensiones de las hijas de los sátrapas, que la hacía singular y única; poseía unas ansias de libertad que la alejaban de las estrictas persas que tanto me habían atraído, por mi propio origen, en mi juventud dorada... Esa que tanto, según sus propias palabras, le hacía preguntarse.
Su inteligencia quedaba confirmada en momentos como aquellos, en los que se había dado cuenta ella sola de que si mi pose era tal y como era, era únicamente porque ya había sido así en vida humana y sólo se había visto incentivada con los años. De donde no había una buena base, no se podía sacar absolutamente nada de lo que se quiera construir después, y había algo que había hecho que yo terminara siendo como había sido, una simple evolución natural de mi propia personalidad y circunstancias con el larguísimo tiempo que la eternidad me había otorgado como un regalo para poder desarrollar toda mi potencialidad, que aún podía mejorarse todavía más... Todo era cuestión de tiempo y encontrar a las personas adecuadas para que me dejen expandir todas mis posibilidades, y tenía la impresión (acertada, por supuesto, que al fin y al cabo era mi impresión y no podía ser de otra manera) de que Éabann era una de esas personas que me harían desarrollar alguna parte de mí al máximo.
Al final iba a resultar que haberla marcado había sido buena idea y todo, porque aunque ella mantuviera que era libre y que se seguiría rebelando eternamente contra quien intentara sujetarla, yo sabía muy bien que la red ya la había atrapado y que aun cuando se sintiera libre y fuera de mi alcance seguiría anhelando volver a mí. Aunque ella se pensara y se creyera fuera de mi hechizo, ya la había atrapado lo suficiente como para que soñara conmigo y con mi presencia. Aunque pensara que ya no iba a saber más de mí y que cuando las heridas, apenas pequeños picotazos, se curaran me olvidaría, mi marca seguiría en su piel, en la de su brazo, recordándole que había alguien que la había marcado y la consideraba como suya... porque lo era. Quisiera o no evitarlo, ya no podía cambiar una realidad que era así: ella me pertenecía. Punto, y no había mayor discusión posible al respecto.
Cuando giró su cabeza en dirección a la mía, que seguía mirando al frente apoyada en su hombro, apenas fui consciente de su gesto visiblemente hasta que ella no acarició con sus labios la zona de mis sienes, momento en el que me giré hacia ella, aún con los restos de su última pregunta mezclados con su sangre en los labios. Temía por su vida cuando me cansara de ella, y también se preguntaba qué pasaría cuando cruzara la línea que seguro había trazado... y que, en su caso, parecía no vislumbrarse nunca en el amplio abanico de posibilidades que su futuro en mis manos significaba. Su línea no era recta y rígida, sino muy flexible de acuerdo a su carácter y a la persona por quien la había trazado; su línea no sería fácilmente cruzada, sencillamente porque yo me encargaba de volver a dibujarla cada vez que ella amenazaba con hacerlo.
Era la consecuencia de que quisiera vivir al límite conmigo aun cuando yo no quería matarla: me veía obligado a redefinir los límites en cada momento para que ella no los cruzara porque sabía que merecía la pena hacerlo y no matarla, ya no sólo por su sangre sino además por todo lo que ella traía consigo en función de originalidad y reacciones inesperadas, ya que ella también era una casa de muñecas con miles habitaciones por abrir y por descubrir frente a mí, que era un auténtico caserón con también muchas habitaciones trampa y vacías entre todas las que verdaderamente ocultaban partes de mi auténtico yo... Y ella, por suerte o por desgracia, se encontraba en el corredor de aquel caserón que era yo, tocando las puertas para probar suerte y ver si encontraba una habitación vacía, una falsa que escondía algo auténtico o una realmente auténtica... Y no iba a darle ninguna pista que la ayudara en su camino por aquel corredor, que acabaría bifurcándose en otros más estrechos y más oscuros hasta que quizá encontrara algo de su total interés. Sería ella la que aguantaría todo el camino sin ayuda por mi parte.
Giré la cabeza lentamente hasta quedar mirando a Éabann, que seguía con los labios a la altura de mi sien y a quien le hice bajar la cabeza para que quedara a la altura de mis ojos porque, manías propias, yo siempre miraba a la gente a los ojos. Se decía que eran el espejo del alma, y si excluías los míos de aquella generalización podía considerarse hasta verdadera. Cuando se trata con humanos, siempre es necesario mirarles a los ojos para conseguir lo que quieras de ellos y para conseguir provocar las sensaciones adecuadas con una sola mirada, siempre y cuando se posea la suficiente habilidad para hacerlo. Si se trata con vampiros, mirar a los ojos es una buena manera de saber por aproximación la edad de aquel con el que te encuentras y planear, así, tu encuentro y tus acciones. Si se trata de Éabann, es divertido comprobar que sus reacciones siempre se producen antes en sus ojos que en el resto de su cuerpo, amén que también era más fácil llegar a provocar lo que quería provocar en ella si lo hacía desde los ojos junto al resto de acciones más o menos automáticas de mi cuerpo.
– Te lo preguntas... Y tienes varias opciones para elegir en función de en qué centres tu atención. Si es respecto al acto de preguntártelo en sí, puedes hacerte tus propias ideas y suponer que son verdad o puedes, por otra parte, preguntarme directamente y atenerte a que quizá no me apetezca decirte la verdad. O quizá sí, quién sabe... Respecto a mí puede que te conteste y puede que no. Respecto a la razón por la que te lo preguntas, puede que tu pensamiento sea verdad o puede que sea algo que haya crecido con los años en mí sin ninguna base anterior tan definida como es tener a una muchedumbre que me alabara. ¿Quién sabe? Bueno, yo lo sé, pero ya me has entendido... – dije, con voz divertida y mirándola aún con cierta sorna reflejada en los ojos, porque a no ser que ella se lanzara a preguntar yo no diría nada, y aunque lo hiciera no podía augurar que iba a decirle la verdad, sencillamente porque la verdad no era algo que me saliera de forma automática y no tenía ganas de cambiar esa parte de mí cuando quizá ni se lo había ganado.
La sonrisa torva seguía en mi cara, al igual que la fuerte sujeción a la que la tenía sometida desde hacía un rato pero que estaba lo suficientemente bien pensada como para que no le resultara dañina sino placentera, exactamente igual que todo lo que le estaba haciendo, mordiscos incluidos. Por eso estaba siendo suave, para que ella no tuviera excusa alguna aparte de su propia mente, su orgullo y testarudez nata para querer alejarse de algo que los dos sabíamos que le encantaba, como era yo. Quizá ella pudiera engañarse a sí misma, pero a mí no lograba engañarme porque tenía demasiado dominio en el arte de conocer y juzgar a las personas en función de lo que muestran y en función, también, de lo que ocultan, algo casi tan importante como lo que se puede ver para juzgar a alguien.
– Ahora dime tú si estás dispuesta a correr el riesgo o preferirás amargarte pensando en lo que podría haber sido de no haberte rendido. Dime si vas a arriesgarte lo suficiente como para probar por tu cuenta qué pasará como sigas así o, por el contrario, qué sucederá cuando cruces esa raya que dices que he trazado en la situación. ¿Lo harás? ¿Tendrás el suficiente valor como para satisfacer tu curiosidad y preguntar, además de coger al toro por los cuernos y demostrar tu valía, o prefieres comportarte como una simple niña que ante la mínima dificultad se achanta y se rinde? Porque algo puedo asegurarte: ya sé que eres una simple humana orgullosa y curiosa, no es algo que me haya pasado desapercibido. Y aún así sigues viva, quizá eso signifique que no es suficiente para cruzar el límite que, según tú, he impuesto antes de hacerte algo... ¿Tú qué crees? – pregunté, clavando la mirada de sus ojos a su cuello y marcando el siguiente destino de mis labios: la tierna piel que cubría su cuello y que ocultaba una auténtica fuente de sangre que era de mis favoritas.
Un solo mordisco más fuerte de lo normal bastaría para que su cuerpo perdiera la sangre que acumulaba por debajo de la zona de su cuello, extendiéndose por el resto de su anatomía; un solo mordisco con más intensidad que los que le estaba dando bastaría para acabar con su vida de un plumazo y para terminarla para siempre, y por eso parecía que al aumentar la intensidad poco a poco estaba jugando con fuego y manteniéndome en la cuerda floja en la cual, si perdía el equilibrio, sería ella quien perdería la partida... Y un pensamiento de idiotas era ese, el de que no sería capaz de mantenerla viva cuando lo estaba haciendo, alternando besos y caricias entre cada uno de los mordiscos que iban subiendo por su cuello en dirección a su oreja, en cuyo lóbulo me entretuve a base de gestos carentes de toda delicadeza sin llegar a hacerla sangrar hasta que decidí detenerme, sólo respirando tan cerca de ella y con mi cuello al alcance de sus labios, quizá para un mordisco si quería romperse los dientes o quizá para que se dejara guiar por lo que su cuerpo le pedía con todos sus pequeños e inconscientes gestos.
– Adelante... Soy todo oídos y tengo tiempo de sobra para ver cómo vas a reaccionar. – susurré, en apenas un murmullo de voz grave y ronca con mi propia cadencia marcando cada una de las palabras. Y realmente lo esperaba, a ver con qué me sorprendía aquella vez.
Su inteligencia quedaba confirmada en momentos como aquellos, en los que se había dado cuenta ella sola de que si mi pose era tal y como era, era únicamente porque ya había sido así en vida humana y sólo se había visto incentivada con los años. De donde no había una buena base, no se podía sacar absolutamente nada de lo que se quiera construir después, y había algo que había hecho que yo terminara siendo como había sido, una simple evolución natural de mi propia personalidad y circunstancias con el larguísimo tiempo que la eternidad me había otorgado como un regalo para poder desarrollar toda mi potencialidad, que aún podía mejorarse todavía más... Todo era cuestión de tiempo y encontrar a las personas adecuadas para que me dejen expandir todas mis posibilidades, y tenía la impresión (acertada, por supuesto, que al fin y al cabo era mi impresión y no podía ser de otra manera) de que Éabann era una de esas personas que me harían desarrollar alguna parte de mí al máximo.
Al final iba a resultar que haberla marcado había sido buena idea y todo, porque aunque ella mantuviera que era libre y que se seguiría rebelando eternamente contra quien intentara sujetarla, yo sabía muy bien que la red ya la había atrapado y que aun cuando se sintiera libre y fuera de mi alcance seguiría anhelando volver a mí. Aunque ella se pensara y se creyera fuera de mi hechizo, ya la había atrapado lo suficiente como para que soñara conmigo y con mi presencia. Aunque pensara que ya no iba a saber más de mí y que cuando las heridas, apenas pequeños picotazos, se curaran me olvidaría, mi marca seguiría en su piel, en la de su brazo, recordándole que había alguien que la había marcado y la consideraba como suya... porque lo era. Quisiera o no evitarlo, ya no podía cambiar una realidad que era así: ella me pertenecía. Punto, y no había mayor discusión posible al respecto.
Cuando giró su cabeza en dirección a la mía, que seguía mirando al frente apoyada en su hombro, apenas fui consciente de su gesto visiblemente hasta que ella no acarició con sus labios la zona de mis sienes, momento en el que me giré hacia ella, aún con los restos de su última pregunta mezclados con su sangre en los labios. Temía por su vida cuando me cansara de ella, y también se preguntaba qué pasaría cuando cruzara la línea que seguro había trazado... y que, en su caso, parecía no vislumbrarse nunca en el amplio abanico de posibilidades que su futuro en mis manos significaba. Su línea no era recta y rígida, sino muy flexible de acuerdo a su carácter y a la persona por quien la había trazado; su línea no sería fácilmente cruzada, sencillamente porque yo me encargaba de volver a dibujarla cada vez que ella amenazaba con hacerlo.
Era la consecuencia de que quisiera vivir al límite conmigo aun cuando yo no quería matarla: me veía obligado a redefinir los límites en cada momento para que ella no los cruzara porque sabía que merecía la pena hacerlo y no matarla, ya no sólo por su sangre sino además por todo lo que ella traía consigo en función de originalidad y reacciones inesperadas, ya que ella también era una casa de muñecas con miles habitaciones por abrir y por descubrir frente a mí, que era un auténtico caserón con también muchas habitaciones trampa y vacías entre todas las que verdaderamente ocultaban partes de mi auténtico yo... Y ella, por suerte o por desgracia, se encontraba en el corredor de aquel caserón que era yo, tocando las puertas para probar suerte y ver si encontraba una habitación vacía, una falsa que escondía algo auténtico o una realmente auténtica... Y no iba a darle ninguna pista que la ayudara en su camino por aquel corredor, que acabaría bifurcándose en otros más estrechos y más oscuros hasta que quizá encontrara algo de su total interés. Sería ella la que aguantaría todo el camino sin ayuda por mi parte.
Giré la cabeza lentamente hasta quedar mirando a Éabann, que seguía con los labios a la altura de mi sien y a quien le hice bajar la cabeza para que quedara a la altura de mis ojos porque, manías propias, yo siempre miraba a la gente a los ojos. Se decía que eran el espejo del alma, y si excluías los míos de aquella generalización podía considerarse hasta verdadera. Cuando se trata con humanos, siempre es necesario mirarles a los ojos para conseguir lo que quieras de ellos y para conseguir provocar las sensaciones adecuadas con una sola mirada, siempre y cuando se posea la suficiente habilidad para hacerlo. Si se trata con vampiros, mirar a los ojos es una buena manera de saber por aproximación la edad de aquel con el que te encuentras y planear, así, tu encuentro y tus acciones. Si se trata de Éabann, es divertido comprobar que sus reacciones siempre se producen antes en sus ojos que en el resto de su cuerpo, amén que también era más fácil llegar a provocar lo que quería provocar en ella si lo hacía desde los ojos junto al resto de acciones más o menos automáticas de mi cuerpo.
– Te lo preguntas... Y tienes varias opciones para elegir en función de en qué centres tu atención. Si es respecto al acto de preguntártelo en sí, puedes hacerte tus propias ideas y suponer que son verdad o puedes, por otra parte, preguntarme directamente y atenerte a que quizá no me apetezca decirte la verdad. O quizá sí, quién sabe... Respecto a mí puede que te conteste y puede que no. Respecto a la razón por la que te lo preguntas, puede que tu pensamiento sea verdad o puede que sea algo que haya crecido con los años en mí sin ninguna base anterior tan definida como es tener a una muchedumbre que me alabara. ¿Quién sabe? Bueno, yo lo sé, pero ya me has entendido... – dije, con voz divertida y mirándola aún con cierta sorna reflejada en los ojos, porque a no ser que ella se lanzara a preguntar yo no diría nada, y aunque lo hiciera no podía augurar que iba a decirle la verdad, sencillamente porque la verdad no era algo que me saliera de forma automática y no tenía ganas de cambiar esa parte de mí cuando quizá ni se lo había ganado.
La sonrisa torva seguía en mi cara, al igual que la fuerte sujeción a la que la tenía sometida desde hacía un rato pero que estaba lo suficientemente bien pensada como para que no le resultara dañina sino placentera, exactamente igual que todo lo que le estaba haciendo, mordiscos incluidos. Por eso estaba siendo suave, para que ella no tuviera excusa alguna aparte de su propia mente, su orgullo y testarudez nata para querer alejarse de algo que los dos sabíamos que le encantaba, como era yo. Quizá ella pudiera engañarse a sí misma, pero a mí no lograba engañarme porque tenía demasiado dominio en el arte de conocer y juzgar a las personas en función de lo que muestran y en función, también, de lo que ocultan, algo casi tan importante como lo que se puede ver para juzgar a alguien.
– Ahora dime tú si estás dispuesta a correr el riesgo o preferirás amargarte pensando en lo que podría haber sido de no haberte rendido. Dime si vas a arriesgarte lo suficiente como para probar por tu cuenta qué pasará como sigas así o, por el contrario, qué sucederá cuando cruces esa raya que dices que he trazado en la situación. ¿Lo harás? ¿Tendrás el suficiente valor como para satisfacer tu curiosidad y preguntar, además de coger al toro por los cuernos y demostrar tu valía, o prefieres comportarte como una simple niña que ante la mínima dificultad se achanta y se rinde? Porque algo puedo asegurarte: ya sé que eres una simple humana orgullosa y curiosa, no es algo que me haya pasado desapercibido. Y aún así sigues viva, quizá eso signifique que no es suficiente para cruzar el límite que, según tú, he impuesto antes de hacerte algo... ¿Tú qué crees? – pregunté, clavando la mirada de sus ojos a su cuello y marcando el siguiente destino de mis labios: la tierna piel que cubría su cuello y que ocultaba una auténtica fuente de sangre que era de mis favoritas.
Un solo mordisco más fuerte de lo normal bastaría para que su cuerpo perdiera la sangre que acumulaba por debajo de la zona de su cuello, extendiéndose por el resto de su anatomía; un solo mordisco con más intensidad que los que le estaba dando bastaría para acabar con su vida de un plumazo y para terminarla para siempre, y por eso parecía que al aumentar la intensidad poco a poco estaba jugando con fuego y manteniéndome en la cuerda floja en la cual, si perdía el equilibrio, sería ella quien perdería la partida... Y un pensamiento de idiotas era ese, el de que no sería capaz de mantenerla viva cuando lo estaba haciendo, alternando besos y caricias entre cada uno de los mordiscos que iban subiendo por su cuello en dirección a su oreja, en cuyo lóbulo me entretuve a base de gestos carentes de toda delicadeza sin llegar a hacerla sangrar hasta que decidí detenerme, sólo respirando tan cerca de ella y con mi cuello al alcance de sus labios, quizá para un mordisco si quería romperse los dientes o quizá para que se dejara guiar por lo que su cuerpo le pedía con todos sus pequeños e inconscientes gestos.
– Adelante... Soy todo oídos y tengo tiempo de sobra para ver cómo vas a reaccionar. – susurré, en apenas un murmullo de voz grave y ronca con mi propia cadencia marcando cada una de las palabras. Y realmente lo esperaba, a ver con qué me sorprendía aquella vez.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Su conversación tenía miles de caminos diferentes, miles de recovecos con los que tenía que tener cuidado. No era una conversación sencilla, ni directa, había que aprender a leer entre líneas, a ver más allá de las palabras. Éabann no había tenido una educación privilegiada, por mucho que supiera leer y escribir, no había leído a los clásicos más allá de algún libro contado. No porque no le gustara, sino porque era aún demasiado joven y su vida no había sido la de una privilegiada. Aun así, podía notar la sutilizas de las palabras de él. Necesitaba estar atenta para darse cuenta, algo que era difícil cuando tenía que luchar contra esas sensaciones que la dejaban temblando como si se encontrara desnuda en mitad de una tormenta. Se sentía como una principiante frente a un profesor mucho mayor y más sabio que ella. Éabann sabía que no tenía la verdad universal, que había mucho que tenía que aprender, que la vida era un continuo aprendizaje que no se terminaba nunca, pero era como ser un niño de cuatro años y encontrarse de repente con Aristóteles: no había ni punto de comparación.
Se debatía entre la curiosidad que sentía por saber más sobre él y la racionalidad que le indicaba que debía apartarse. Entre lanzarse para saber todo lo que pudiera y retraerse sin más, haciendo que nada le importaba. Era sincero al menos diciéndole que podía hacer las preguntas, otra cosa es que él contestara con la verdad. Podía imaginarse las razones e incluso comprenderlas. ¿A quién le gustaría que otra persona supiera lo que guardaba en realidad dentro? ¿O sus debilidades? La gitana lo comprendía porque ella misma procuraba mantener a la gente al margen de grandes partes de su vida. Eso provocaba soledad, mucha, demasiada incluso, pero no se había vuelto a abrir realmente por completo a nadie desde lo sucedido en aquel bosque de Austria hacía tantos años ya.
Había personas que se habían colado en su vida, personas que sabían retazos de ella o que tenían un cuadro más completo. Era un lienzo diferente según la persona que se cruzaba: un simple bosquejo para algunos, rayas sin conexión para otros, un dibujo apenas visible o, en muy pocas ocasiones, un paisaje completo pero sin color, donde faltaba ese último hecho que hacía que pudiera ser vista en su totalidad. En el caso del vampiro que tenía a su lado mirándola a los ojos, estaba claro que solo había vislumbrado un punto indefinido en mitad de un enorme lienzo. Caminaba por una cuerda suspendida a varios metros de altura, buscando un equilibrio que se negaba a llegar. No había suelo al que caer, al menos no si quería seguir viviendo, y solo podía ir hacia delante porque hacia atrás era imposible. ¿Sería capaz de preguntar? ¿De saciar una curiosidad que aumentaba a cada segundo?
Aquella decisión era importante, importante porque en cierta forma le había dado la posibilidad de decidir. No se lo había impuesto, no la había obligado a ello. Y ahora que lo pensaba, todo aquello hubiera sido más fácil si él hubiera usado alguno de esos dones oscuros que poseían, algunos de esos poderes que sabía que tenían. Lo sabía por lo que había escuchado, por lo que había visto. Hacía unos minutos había dejado inconscientes a tres hombres únicamente con mirarles. No sabía qué había ocurrido, pero por sus gestos les había provocado un enorme dolor. Eso, en parte, era algo que temía. Alguien tan poderoso sin nada que le controlara —porque para Éabann dudaba que hubiera alguien pudiera hacerlo— tenía un sinfín de posibilidades para poder dañarla. Y no lo había hecho. No sabía la razón y la intrigaba. Sí, el temor seguía presente, pero estaba dando paso cada vez más a una curiosidad que nada tenía que ver con este.
Tenía que ver, mucho, con esa atracción, pero había algo más. Sentía curiosidad por él más allá de las sensaciones que provocaba deslizándose por todo su cuerpo. Su razonamiento y su forma de actuar eran cambiantes y volubles, no conseguía saber qué iba a decir o pensar, no sabía cómo se iba a comportar en el segundo siguiente. Una mente inquieta como la de la gitana, que se vanagloriaba en cierta manera de saber conocer a las personas más allá de lo que escondían, quería comprender. Comprender y aprender, saber qué se escondía tras él y dentro de él. Una estupidez para humana que podía ver cómo su vida finalizaba con el simple gesto de sus dedos o sus colmillos atravesando su piel hasta llegar a las venas que corrían por debajo con su sangre corriendo de forma alocada por ellas, como si fuera una manada de caballos desbocados.
Se lamió por un segundo los labios, procurando no volver a abrir esa pequeña herida que escocía cuando hacía ese simple movimiento. Le odiaba, odiaba cómo le hacía sentir en el mismo momento en el que sus labios llegaban a rozar su piel. Odiaba que con ese gesto que podría provocarle una muerte instantánea su cuerpo temblara de necesidad, sus manos se aferraran a su propia ropa puesto que no podían hacerlo a nada más. Odiaba que sus ojos verdes se cerraran de forma automática como si de esa manera pudiera simplemente sentir, olvidando que era un ser que debía temer el que realizaba ese camino por su cuello a apenas unos milímetros de su sangre. Odiaba no revolverse, quedándose estática y sintiendo su cuerpo débil por el simple hecho de que él decidiera tocar esa zona de su cuello que era tan sensible y que parecía haberse sensibilizado aun más. Odiaba los cosquilleos que provocaban sus caricias y los pinchazos de dolor que provocaban esos dientes rozando su piel hasta llegar al lóbulo de su oreja. Odiaba no poder clavar las uñas en ningún lado más allá de su propia ropa cuando se tensaba. Odiaba que fuera él el que desencadenara esta tormenta de sensaciones que la dejaba sin aliento o, mejor dicho, con el aliento entrecortado.
Hablar, tenía que hablar, por lo que abrió los ojos y se encontró con su cuello a unos pocos centímetros. En un gesto que pudiera pasar por casual su nariz rozó el cuello de él un instante notando la textura fría y dura, como si se tratara de mármol que hizo que un escalofrío la recorriera. Desde luego, su piel no era suave y cálida, era la primera de las diferencias que tenía que entender. Y aun así, esa textura no la desagradó, sino que provocó que la recorriera por un momento de nuevo con la nariz antes de detenerse en la misma posición en la que estaba antes de ese pequeño escrutinio que había sido hecho en un intento de no parecer necesitada por hacerlo.
— Al final me has contestado con otra pregunta.—comentó, en un ligero susurro, porque no necesitaba alzar la voz y porque una vez no estaba segura de que pudiera hablar con normalidad si lo hiciera. Buscó su mirada porque no era él el único que necesitaba ver los ojos del otro cuando hablaba, quizá porque se sentía más segura, quizá porque buscaba en ellos algún indicio detrás de ese muro que había delante en todo momento. — Solo puedo hacer conjeturas de por qué sigo aquí o de por qué estás haciendo todo esto. Solo puedo pensar, pero no puedo dar una repuesta que solo podrías darme tú. ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? Y por qué parece que te intereso tanto, más allá de degustar mi sangre. No, ya lo sé, no tengo que pensar que hay algo más, sería estúpido pensar que quieres algo de mí más allá de la sangre, y en cambio…—frunció pensativa el ceño mientras buscaba concentrarse en sus palabras. — Supongo que tiene que ver con lo que me dijiste al primero, que estabas aburrido y que necesitabas diversión. ¿Lo haces? ¿Te diviertes?—no había un reproche en esa pregunta como podría parecer en un primer momento, únicamente curiosidad. ¿Aquello le divertía? Se movió un poco, tensando su cuerpo que de forma inconsciente buscaba soltarse porque estaba en ella, de la misma forma que estaba el querer saber más. — ¿Está saliendo la noche como la imaginabas? Tanto tiempo debe provocar el hastío, el pensar que todo es igual una y otra y otra vez. ¿Qué haces de forma habitual por la noche además de alimentarte?
Demasiadas preguntas, era como si con su comentario Escipión —y seguía sin sonarle bien el nombre— hubiera abierto la caja de Pandora provocando que todos los males —en este caso preguntas— de Éabann fluyeran. Había más, muchas más, pero en ese momento los ojos verdes de la mujer volvieron a desviarse una vez más hacia el mentón de él donde un rastro de su propia sangre se encontraba allí comenzando a estar reseco. Era una simple prueba de que no eran iguales, de que sus preguntas podían caer en saco roto, de que tenía que tener la mente clara y pensar que aquello no era más que una especie de tregua que se podía romper en cualquier momento, de la misma forma que de vez en cuando ella buscaba romper la prisión de su brazo sin estar relajada del todo en ningún momento —salvo cuando sus labios rozaban su piel aunque no lo reconocería—. Su aliento rozó la piel del cuello de él una vez más, cuando giró un poco la cabeza buscando verle con más comodidad. Era como estar en una jaula de hierro en aquella posición donde su brazo la mantenía sujeta contra la longitud de su cuerpo.
Se debatía entre la curiosidad que sentía por saber más sobre él y la racionalidad que le indicaba que debía apartarse. Entre lanzarse para saber todo lo que pudiera y retraerse sin más, haciendo que nada le importaba. Era sincero al menos diciéndole que podía hacer las preguntas, otra cosa es que él contestara con la verdad. Podía imaginarse las razones e incluso comprenderlas. ¿A quién le gustaría que otra persona supiera lo que guardaba en realidad dentro? ¿O sus debilidades? La gitana lo comprendía porque ella misma procuraba mantener a la gente al margen de grandes partes de su vida. Eso provocaba soledad, mucha, demasiada incluso, pero no se había vuelto a abrir realmente por completo a nadie desde lo sucedido en aquel bosque de Austria hacía tantos años ya.
Había personas que se habían colado en su vida, personas que sabían retazos de ella o que tenían un cuadro más completo. Era un lienzo diferente según la persona que se cruzaba: un simple bosquejo para algunos, rayas sin conexión para otros, un dibujo apenas visible o, en muy pocas ocasiones, un paisaje completo pero sin color, donde faltaba ese último hecho que hacía que pudiera ser vista en su totalidad. En el caso del vampiro que tenía a su lado mirándola a los ojos, estaba claro que solo había vislumbrado un punto indefinido en mitad de un enorme lienzo. Caminaba por una cuerda suspendida a varios metros de altura, buscando un equilibrio que se negaba a llegar. No había suelo al que caer, al menos no si quería seguir viviendo, y solo podía ir hacia delante porque hacia atrás era imposible. ¿Sería capaz de preguntar? ¿De saciar una curiosidad que aumentaba a cada segundo?
Aquella decisión era importante, importante porque en cierta forma le había dado la posibilidad de decidir. No se lo había impuesto, no la había obligado a ello. Y ahora que lo pensaba, todo aquello hubiera sido más fácil si él hubiera usado alguno de esos dones oscuros que poseían, algunos de esos poderes que sabía que tenían. Lo sabía por lo que había escuchado, por lo que había visto. Hacía unos minutos había dejado inconscientes a tres hombres únicamente con mirarles. No sabía qué había ocurrido, pero por sus gestos les había provocado un enorme dolor. Eso, en parte, era algo que temía. Alguien tan poderoso sin nada que le controlara —porque para Éabann dudaba que hubiera alguien pudiera hacerlo— tenía un sinfín de posibilidades para poder dañarla. Y no lo había hecho. No sabía la razón y la intrigaba. Sí, el temor seguía presente, pero estaba dando paso cada vez más a una curiosidad que nada tenía que ver con este.
Tenía que ver, mucho, con esa atracción, pero había algo más. Sentía curiosidad por él más allá de las sensaciones que provocaba deslizándose por todo su cuerpo. Su razonamiento y su forma de actuar eran cambiantes y volubles, no conseguía saber qué iba a decir o pensar, no sabía cómo se iba a comportar en el segundo siguiente. Una mente inquieta como la de la gitana, que se vanagloriaba en cierta manera de saber conocer a las personas más allá de lo que escondían, quería comprender. Comprender y aprender, saber qué se escondía tras él y dentro de él. Una estupidez para humana que podía ver cómo su vida finalizaba con el simple gesto de sus dedos o sus colmillos atravesando su piel hasta llegar a las venas que corrían por debajo con su sangre corriendo de forma alocada por ellas, como si fuera una manada de caballos desbocados.
Se lamió por un segundo los labios, procurando no volver a abrir esa pequeña herida que escocía cuando hacía ese simple movimiento. Le odiaba, odiaba cómo le hacía sentir en el mismo momento en el que sus labios llegaban a rozar su piel. Odiaba que con ese gesto que podría provocarle una muerte instantánea su cuerpo temblara de necesidad, sus manos se aferraran a su propia ropa puesto que no podían hacerlo a nada más. Odiaba que sus ojos verdes se cerraran de forma automática como si de esa manera pudiera simplemente sentir, olvidando que era un ser que debía temer el que realizaba ese camino por su cuello a apenas unos milímetros de su sangre. Odiaba no revolverse, quedándose estática y sintiendo su cuerpo débil por el simple hecho de que él decidiera tocar esa zona de su cuello que era tan sensible y que parecía haberse sensibilizado aun más. Odiaba los cosquilleos que provocaban sus caricias y los pinchazos de dolor que provocaban esos dientes rozando su piel hasta llegar al lóbulo de su oreja. Odiaba no poder clavar las uñas en ningún lado más allá de su propia ropa cuando se tensaba. Odiaba que fuera él el que desencadenara esta tormenta de sensaciones que la dejaba sin aliento o, mejor dicho, con el aliento entrecortado.
Hablar, tenía que hablar, por lo que abrió los ojos y se encontró con su cuello a unos pocos centímetros. En un gesto que pudiera pasar por casual su nariz rozó el cuello de él un instante notando la textura fría y dura, como si se tratara de mármol que hizo que un escalofrío la recorriera. Desde luego, su piel no era suave y cálida, era la primera de las diferencias que tenía que entender. Y aun así, esa textura no la desagradó, sino que provocó que la recorriera por un momento de nuevo con la nariz antes de detenerse en la misma posición en la que estaba antes de ese pequeño escrutinio que había sido hecho en un intento de no parecer necesitada por hacerlo.
— Al final me has contestado con otra pregunta.—comentó, en un ligero susurro, porque no necesitaba alzar la voz y porque una vez no estaba segura de que pudiera hablar con normalidad si lo hiciera. Buscó su mirada porque no era él el único que necesitaba ver los ojos del otro cuando hablaba, quizá porque se sentía más segura, quizá porque buscaba en ellos algún indicio detrás de ese muro que había delante en todo momento. — Solo puedo hacer conjeturas de por qué sigo aquí o de por qué estás haciendo todo esto. Solo puedo pensar, pero no puedo dar una repuesta que solo podrías darme tú. ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? Y por qué parece que te intereso tanto, más allá de degustar mi sangre. No, ya lo sé, no tengo que pensar que hay algo más, sería estúpido pensar que quieres algo de mí más allá de la sangre, y en cambio…—frunció pensativa el ceño mientras buscaba concentrarse en sus palabras. — Supongo que tiene que ver con lo que me dijiste al primero, que estabas aburrido y que necesitabas diversión. ¿Lo haces? ¿Te diviertes?—no había un reproche en esa pregunta como podría parecer en un primer momento, únicamente curiosidad. ¿Aquello le divertía? Se movió un poco, tensando su cuerpo que de forma inconsciente buscaba soltarse porque estaba en ella, de la misma forma que estaba el querer saber más. — ¿Está saliendo la noche como la imaginabas? Tanto tiempo debe provocar el hastío, el pensar que todo es igual una y otra y otra vez. ¿Qué haces de forma habitual por la noche además de alimentarte?
Demasiadas preguntas, era como si con su comentario Escipión —y seguía sin sonarle bien el nombre— hubiera abierto la caja de Pandora provocando que todos los males —en este caso preguntas— de Éabann fluyeran. Había más, muchas más, pero en ese momento los ojos verdes de la mujer volvieron a desviarse una vez más hacia el mentón de él donde un rastro de su propia sangre se encontraba allí comenzando a estar reseco. Era una simple prueba de que no eran iguales, de que sus preguntas podían caer en saco roto, de que tenía que tener la mente clara y pensar que aquello no era más que una especie de tregua que se podía romper en cualquier momento, de la misma forma que de vez en cuando ella buscaba romper la prisión de su brazo sin estar relajada del todo en ningún momento —salvo cuando sus labios rozaban su piel aunque no lo reconocería—. Su aliento rozó la piel del cuello de él una vez más, cuando giró un poco la cabeza buscando verle con más comodidad. Era como estar en una jaula de hierro en aquella posición donde su brazo la mantenía sujeta contra la longitud de su cuerpo.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Fecha de inscripción : 09/05/2011
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Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Preguntas a preguntas, preguntas como respuestas, preguntas como intento de averiguar algo, preguntas y cuestiones que sólo conseguían elevar palabras vacías al aire y dar tiempo o margen a la persona para poner en orden sus pensamientos: esa era la clase de conversación que estábamos manteniendo Éabann y yo, una basada en preguntas. Preguntas mías que servían como respuesta a las suyas, enredando aún más la clara línea de sus pensamientos e interpretaciones acerca de mi ¿persona? para que lograra comprender que no iba a ser tan fácil como mirarme una vez poder averiguarlo todo sobre mí. Parecía un antiguo pedagogo griego enseñando a su joven alumno latino que las cosas no vienen fácilmente descritas en la Ilíada y la Odisea, sino que hay que saber leer entre líneas para ser capaz de averiguar las verdades que contienen ambas obras, sin duda mejores en su lengua original que en sus pálidas y malas traducciones aunque ya las hubiera leído ambas de las dos maneras. Ella era la joven alumna llena de curiosidad y de afán de saber más que se transformaba en preguntas; preguntas bien dirigidas, preguntas mal dirigidas y preguntas que buscaban deshacer un complicado nudo con las tiernas manos de un infante que carece de la habilidad, paciencia y experiencia necesarias para hacerlo. Encantadora.
Sus preguntas revelaban su curiosidad, y mostraban su afán insaciable por conocer algo más de quien la estaba sujetando, aunque también revelaban que las estaba utilizando como mera distracción por estar yo demasiado cerca para lo que su cordura podía pedirle. Y no la culpaba, porque estaba más que claro que mi propio cuerpo pegado al suyo no era algo que la ayudara demasiado a pensar con claridad, cosa que no era en absoluto mi objetivo. Lo que yo quería era probar su lado instintivo y desviar la balanza de su lucha interna hacia la parte no racional de sus acciones. Lo que yo quería era que se dejara guiar por su lenguaje corporal innato y que dejara de comportarse como una niña asustada por el castigo que por hacer lo que quiere le espera por parte de un mayor. ¿No se suponía que era una mujer adulta y responsable de sus acciones, además de independiente en tal grado que podía decidir por sí misma? Que actuara como tal, no como lo estaba haciendo con aquella lucha interna suya que empezaba a cansar.
Y su curiosidad, mezclada sin embargo con su intento desesperado por distraerse de algo que estaba fuera de su alcance, se traducía en forma de preguntas de temas variados, todas acerca de mí y todas haciendo que me planteara si mentiría o si, por el contrario, le diría la verdad. Tenía la opción de decirle lo que quería oír y dejarla tranquila, la de mezclar verdades con mentiras o la de ser sincero, y que me lo estuviera pensando significaba que mentiras del todo no iba a decirle, quizá porque me había caído en gracia pese a sus contradicciones tan sumamente humanas y, al mismo tiempo, entretenidas precisamente por eso. Ella era capaz de entretenerme en más de una manera, cosa que no muchos humanos podían decir poniendo la mano en el fuego para asegurarse de eso mismo, y ya no sólo con su curiosidad sino también con su imaginación, de la que con total y absoluta seguridad no carecía. De hecho, sería divertido probarla a ver qué respuestas daba ella a sus mismas preguntas, ya que eran meros intentos de distraerse que luchaban con sus impulsos por acercarse.
La lucha de intereses de su interior era clara y manifiesta, reflejada sobre todo en sus acciones. Renegar de sus impulsos y ser racional: las preguntas. Guiarse por ellos y disfrutar del momento, la cercanía y la innegable atracción: su nariz moviéndose por mi cuello no una, sino ya dos veces, quizá en un intento de desquitarse de la atracción que no podía eliminar, sencillamente porque estaba dentro de mi naturaleza. Lo había estado siendo humano con las mujeres espartanas y extranjeras, y lo había estado con mayor intensidad aún en mi vida inmortal con casi toda mujer que mereciera la pena observar sin que te entraran ganas de apartar la mirada por puro asco, y ella no era ni la primera ni la última que caía en el embrujo, aunque sí que era de las pocas que podía decir que había atraído mi atención hasta el punto que lo había hecho. Ya podía sentirse orgullosa, ya.
Una sonrisa taimada se extendió por mi rostro, sin que éste se moviera un solo momento de la posición en la que estaba, a medida que sus palabras iban calando más profundamente en mí y me convencían de qué era lo mejor para hacer. La solución iba a ser simple: no facilitarle las cosas para que siguiera demostrando su posible potencial, que era lo que en el fondo me atraía más de ella. Una de cal y una de arena, como solía decirse, y se traducía en aquel momento como una mentira y una verdad, quizás incluso en cada una de las preguntas que llevarían la mentira inscrita en ciertos rasgos de verdad que no podía evitar. Verdades a medias, o quizá mentiras que se acercaban demasiado a algo que había sido verdad, como mi presentación como Escipión en vez de como Ciro o incluso como Pausanias, pues si no sabía quién era Publio Cornelio Escipión, dudaba que supiera quién había sido el ilustre Pausanias... Yo.
– Soy Escipión, ¿recuerdas? Y lo que hago aquí ya te lo puedes imaginar tú sola: buscar cierto entretenimiento. – le dije, con tono de voz divertido y con la primera tanda de medias verdades inscritas en las palabras. Era Escipión, sí, pero también había sido Francesco, Ciro, Pausanias, Alexandros, Dion... Era Escipión, sí, pero también era otros evolucionados hasta llegar a un mismo yo que se encontraba allí para tanto entretenerme como buscarla a ella después de haber marcado su piel, su cuerpo y su memoria como únicamente mías, y de nadie más.
– Me interesas por tu sangre y porque eres diferente, además de porque no eres fácil de obtener o, al menos, no tanto como a lo que llevo tiempo acostumbrado a catar y a experimentar. Respecto a la diversión, podría entretenerme más... si estuvieras con menos ropa y con menos sangre encima, pero tampoco voy a quejarme teniendo en cuenta que suficientemente entretenido es tener a una fierecilla como tú dominada y bajo mi total control. De nuevo con la sonrisa taimada la miré, con los ojos rasgados entrecerrados y mirándola con atención y diversión patentes en mi mirada, además de la sed inevitable por la cercanía de su herida del labio.
Con un movimiento rápido, apenas vislumbrable por sus ojos por la velocidad que llevaba implícito, atrapé de nuevo su labio inferior con los dientes y lo recorrí con la lengua, tanto la zona de su herida en la que quedaba la sangre seca como la parte que, por los mordiscos que vinieron después con relativa suavidad, se hinchó, deseosa de más como toda ella aunque nunca fuera a admitirlo. Y no iba a hacerlo, aunque su cuerpo fuera un esclavo de sus pasiones y de sus deseos más profundos, así como tampoco lo haría ni me diría que se moría de ganas de que volviera a enseñarle lo que era un beso de verdad. Podía haber probado a muchos, o quizá no a tantos: ni lo sabía ni me importaba; pero, por mucha experiencia que tuviera, ningún beso era equiparable al de un vampiro con más de dos milenios de experiencia en aquellos temas, además de con un expediente intachable en su propia vida como humano. Absolutamente nadie era capaz de igualarme en aquello, y si Éabann quería convencerse de lo contrario allá ella.
Y porque no iba a pedirlo aunque lo estuviera deseando sólo mantuve aquella insana cercanía, superior a sus instintos a no ser que su fuerza de voluntad fuera semejante a la inculcada por la fuerza a los jóvenes soldados espartanos cuando comenzaban su educación como hoplitas. Rozaba sus labios con los míos, y si respirara mi propio aliento calentaría la superficie hinchada sobre la que me estaba apoyando, tentándola sin palabras y con gestos que se completaban con la mirada inquisidora y tentativa de mis ojos en los suyos. Vamos, lo estás deseando. Y lo estaba haciendo de verdad, aunque más que lo haría porque no entraba dentro de mis intenciones detener aquella tentación que era exclusiva para ella.
– Nunca planeo lo que sucederá cada noche ni nunca la imagino antes de lo que sucederá en un intento de que se separe de lo que ya he vivido. Intento inútil, por cierto, porque la historia tiende a repetirse constantemente aunque intente hacer algo diferente. Me alimento, busco interés, lo que surja. Nada que siga un plan predefinido, sino que más bien depende de lo que tenga ganas esa noche. – contesté con la única verdad completa de todas las que había dicho, contestando sobre sus labios y marcando bien cada palabra para que el roce fuera continuado y le impidiera olvidar que la tentación seguía viva... y aumentando.
– Ahora seré yo quien pregunte algo. ¿Has creído de verdad lo que he dicho o sospechas que te he mentido en algo? – añadí, con expresión calculadora y la ceja alzada, estudiándola en más de una manera. La respuesta a aquella pregunta era otra prueba dirigida hacia Éabann, una por la que vería si de verdad era tal como yo esperaba o me defraudaría... Si lo creía a pies juntillas, mostraría que era menos original de lo que pensaba y, por tanto, más sustituible y destruible. Si, por el contrario, no me creía o sólo lo hacía en parte, demostraría que merecía la pena que siguiera viviendo. De aquella pregunta dependía su vida, por lo que por su bien tendría que contestarla de manera adecuada o, por el contrario, atenerse a las consecuencias.
Sus preguntas revelaban su curiosidad, y mostraban su afán insaciable por conocer algo más de quien la estaba sujetando, aunque también revelaban que las estaba utilizando como mera distracción por estar yo demasiado cerca para lo que su cordura podía pedirle. Y no la culpaba, porque estaba más que claro que mi propio cuerpo pegado al suyo no era algo que la ayudara demasiado a pensar con claridad, cosa que no era en absoluto mi objetivo. Lo que yo quería era probar su lado instintivo y desviar la balanza de su lucha interna hacia la parte no racional de sus acciones. Lo que yo quería era que se dejara guiar por su lenguaje corporal innato y que dejara de comportarse como una niña asustada por el castigo que por hacer lo que quiere le espera por parte de un mayor. ¿No se suponía que era una mujer adulta y responsable de sus acciones, además de independiente en tal grado que podía decidir por sí misma? Que actuara como tal, no como lo estaba haciendo con aquella lucha interna suya que empezaba a cansar.
Y su curiosidad, mezclada sin embargo con su intento desesperado por distraerse de algo que estaba fuera de su alcance, se traducía en forma de preguntas de temas variados, todas acerca de mí y todas haciendo que me planteara si mentiría o si, por el contrario, le diría la verdad. Tenía la opción de decirle lo que quería oír y dejarla tranquila, la de mezclar verdades con mentiras o la de ser sincero, y que me lo estuviera pensando significaba que mentiras del todo no iba a decirle, quizá porque me había caído en gracia pese a sus contradicciones tan sumamente humanas y, al mismo tiempo, entretenidas precisamente por eso. Ella era capaz de entretenerme en más de una manera, cosa que no muchos humanos podían decir poniendo la mano en el fuego para asegurarse de eso mismo, y ya no sólo con su curiosidad sino también con su imaginación, de la que con total y absoluta seguridad no carecía. De hecho, sería divertido probarla a ver qué respuestas daba ella a sus mismas preguntas, ya que eran meros intentos de distraerse que luchaban con sus impulsos por acercarse.
La lucha de intereses de su interior era clara y manifiesta, reflejada sobre todo en sus acciones. Renegar de sus impulsos y ser racional: las preguntas. Guiarse por ellos y disfrutar del momento, la cercanía y la innegable atracción: su nariz moviéndose por mi cuello no una, sino ya dos veces, quizá en un intento de desquitarse de la atracción que no podía eliminar, sencillamente porque estaba dentro de mi naturaleza. Lo había estado siendo humano con las mujeres espartanas y extranjeras, y lo había estado con mayor intensidad aún en mi vida inmortal con casi toda mujer que mereciera la pena observar sin que te entraran ganas de apartar la mirada por puro asco, y ella no era ni la primera ni la última que caía en el embrujo, aunque sí que era de las pocas que podía decir que había atraído mi atención hasta el punto que lo había hecho. Ya podía sentirse orgullosa, ya.
Una sonrisa taimada se extendió por mi rostro, sin que éste se moviera un solo momento de la posición en la que estaba, a medida que sus palabras iban calando más profundamente en mí y me convencían de qué era lo mejor para hacer. La solución iba a ser simple: no facilitarle las cosas para que siguiera demostrando su posible potencial, que era lo que en el fondo me atraía más de ella. Una de cal y una de arena, como solía decirse, y se traducía en aquel momento como una mentira y una verdad, quizás incluso en cada una de las preguntas que llevarían la mentira inscrita en ciertos rasgos de verdad que no podía evitar. Verdades a medias, o quizá mentiras que se acercaban demasiado a algo que había sido verdad, como mi presentación como Escipión en vez de como Ciro o incluso como Pausanias, pues si no sabía quién era Publio Cornelio Escipión, dudaba que supiera quién había sido el ilustre Pausanias... Yo.
– Soy Escipión, ¿recuerdas? Y lo que hago aquí ya te lo puedes imaginar tú sola: buscar cierto entretenimiento. – le dije, con tono de voz divertido y con la primera tanda de medias verdades inscritas en las palabras. Era Escipión, sí, pero también había sido Francesco, Ciro, Pausanias, Alexandros, Dion... Era Escipión, sí, pero también era otros evolucionados hasta llegar a un mismo yo que se encontraba allí para tanto entretenerme como buscarla a ella después de haber marcado su piel, su cuerpo y su memoria como únicamente mías, y de nadie más.
– Me interesas por tu sangre y porque eres diferente, además de porque no eres fácil de obtener o, al menos, no tanto como a lo que llevo tiempo acostumbrado a catar y a experimentar. Respecto a la diversión, podría entretenerme más... si estuvieras con menos ropa y con menos sangre encima, pero tampoco voy a quejarme teniendo en cuenta que suficientemente entretenido es tener a una fierecilla como tú dominada y bajo mi total control. De nuevo con la sonrisa taimada la miré, con los ojos rasgados entrecerrados y mirándola con atención y diversión patentes en mi mirada, además de la sed inevitable por la cercanía de su herida del labio.
Con un movimiento rápido, apenas vislumbrable por sus ojos por la velocidad que llevaba implícito, atrapé de nuevo su labio inferior con los dientes y lo recorrí con la lengua, tanto la zona de su herida en la que quedaba la sangre seca como la parte que, por los mordiscos que vinieron después con relativa suavidad, se hinchó, deseosa de más como toda ella aunque nunca fuera a admitirlo. Y no iba a hacerlo, aunque su cuerpo fuera un esclavo de sus pasiones y de sus deseos más profundos, así como tampoco lo haría ni me diría que se moría de ganas de que volviera a enseñarle lo que era un beso de verdad. Podía haber probado a muchos, o quizá no a tantos: ni lo sabía ni me importaba; pero, por mucha experiencia que tuviera, ningún beso era equiparable al de un vampiro con más de dos milenios de experiencia en aquellos temas, además de con un expediente intachable en su propia vida como humano. Absolutamente nadie era capaz de igualarme en aquello, y si Éabann quería convencerse de lo contrario allá ella.
Y porque no iba a pedirlo aunque lo estuviera deseando sólo mantuve aquella insana cercanía, superior a sus instintos a no ser que su fuerza de voluntad fuera semejante a la inculcada por la fuerza a los jóvenes soldados espartanos cuando comenzaban su educación como hoplitas. Rozaba sus labios con los míos, y si respirara mi propio aliento calentaría la superficie hinchada sobre la que me estaba apoyando, tentándola sin palabras y con gestos que se completaban con la mirada inquisidora y tentativa de mis ojos en los suyos. Vamos, lo estás deseando. Y lo estaba haciendo de verdad, aunque más que lo haría porque no entraba dentro de mis intenciones detener aquella tentación que era exclusiva para ella.
– Nunca planeo lo que sucederá cada noche ni nunca la imagino antes de lo que sucederá en un intento de que se separe de lo que ya he vivido. Intento inútil, por cierto, porque la historia tiende a repetirse constantemente aunque intente hacer algo diferente. Me alimento, busco interés, lo que surja. Nada que siga un plan predefinido, sino que más bien depende de lo que tenga ganas esa noche. – contesté con la única verdad completa de todas las que había dicho, contestando sobre sus labios y marcando bien cada palabra para que el roce fuera continuado y le impidiera olvidar que la tentación seguía viva... y aumentando.
– Ahora seré yo quien pregunte algo. ¿Has creído de verdad lo que he dicho o sospechas que te he mentido en algo? – añadí, con expresión calculadora y la ceja alzada, estudiándola en más de una manera. La respuesta a aquella pregunta era otra prueba dirigida hacia Éabann, una por la que vería si de verdad era tal como yo esperaba o me defraudaría... Si lo creía a pies juntillas, mostraría que era menos original de lo que pensaba y, por tanto, más sustituible y destruible. Si, por el contrario, no me creía o sólo lo hacía en parte, demostraría que merecía la pena que siguiera viviendo. De aquella pregunta dependía su vida, por lo que por su bien tendría que contestarla de manera adecuada o, por el contrario, atenerse a las consecuencias.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Éabann estaba segura de que aquella situación no estaba bajo su control desde el mismo momento en el que le había visto aparecer, pero aún así buscaba maneras de volver a recuperarlo. Bailaba de un lado para otro con tal facilidad que provocaba que se sintiera en cierta manera mareada —o quizá fuera por tenerle demasiado cerca y esos gestos que la llevaban a perder el control—, era como cuando uno daba vueltas con los ojos cerrados y finalmente no sabías dónde estabas, ni dónde estaba el arriba y el abajo, cuando la cabeza flotaba como si se encontrara en una nube y el cuerpo volaba ligeramente ingrávido. Al menos esa era la sensación que tenías. La verdad es que te encontrabas en un punto, moviéndote como si el alcohol hubiera hecho mella y con una cara realmente estúpida. Solo esperaba que en su caso no fuera así, puesto que la compostura, esa misma que en ocasiones parecía que iba a salir volando lo mismo que su cuerpo que no era nada ingrávido, era lo que tenía para poder enfrentarse a él.
No, no era tan estúpida de pensar que estaba haciéndolo en igual de condiciones. Él había tenido más de veintitrés años para conseguir llegar hasta ese momento. No sabía el tiempo que llevaba en la tierra, pero sabía por las historias —aquellas que comenzaba a pensar que tenían que ser revisadas cuanto antes— que podían vivir varias vidas. La pregunta que se encontraba en la punta de su lengua, esa que quemaba por salir, era preguntarle cuánto tiempo llevaba sobre la tierra, pero ¿la contestaría o simplemente se reiría? ¿Llegaría incluso a comprenderlo? Quería creer que sí. Había vivido el suficiente tiempo entre casas de piedra y libros para saber cómo pensaban, aunque en ocasiones se le fueran las fechas. Era diferente, el tiempo era diferente, aunque en el fondo no dejaba de ser el mismo, pero en ese momento tenía que concentrarse en él.
Se estaba concentrando más en el vampiro de lo que hubiera pensado. Y para su total desazón se daba cuenta de que esperaba cada una de sus palabras, cada uno de sus roces. Era como si le alimentara la mente, como si provocara que cerraduras de su cabeza que habían estado bien ocultas buscaran abrirse. No era fácil seguir a una persona que tenía más cultura, que había vivido más, que había leído más, pero Éabann no sería otra cosa, pero obstinada y terca un rato largo. Lo que no tenía en conocimientos, lo suplantaba con facilidad en la necesidad de preguntar y de saber. La curiosidad era una constante en su vida, cierto, que la lanzaba directamente al querer saber. A veces podía ser como un niño que preguntaba por todo, se interesaba por todo, necesitaba entenderlo todo. Un niño que podría ser molesto si se empecinaba en saber, si buscaba y necesitaba ir más allá. Un niño que en ese momento tenía su concentración en el vampiro que la sujetaba con fuerza y a la vez sin llegar a hacerle un daño que pudiera provocar que se revolviera con más fuerza.
Le miró escuchando sus palabras, empapándose de ellas. Arrugó brevemente la nariz, un solo instante, mientras le escuchaba. Maldijo que necesitara escuchar ese deje de su voz que le hacía preguntarse de dónde sería. No se parecía a ninguno que hubiera escuchado hasta el momento. Ella que se consideraba capaz de desentrañar los misterios de la persona que estaba delante y bucear, de saber lo que se ocultaba, se daba de forma continua contra un muro que no podía traspasar. ¿Quería hacerlo? Esa era la pregunta que revoloteaba en su mente. ¿Estaba dispuesta a ello? ¿Qué significaría? Significaría que aquel ser había penetrado más en sus defensas de lo que hubiera imaginado, que no era tan indiferente como hubiera querido creer. Sería darle una consideración mucho más importante de la que debería, cosa que no llegaba a comprender del todo. En minutos había pasado del terror más absoluto, a la curiosidad más abrasadora, y vuelta a empezar. Aquella sensación de impotencia aumentaba y disminuía, provocando que el cansancio mental fuera en aumento, pero aun así estaba deseando seguir tensando la cuerda y sabiendo, conociendo, intentando abrir puertas que se encontraban completamente cerradas.
No pensó. No podía hacerlo cuando sus labios se encontraron de nuevo. Era imposible cuando las sensaciones empapaban su mente provocando que un cortocircuito llegara hasta desconectar esa parte racional y simplemente aparecer durante unos instantes la parte que más profundamente se encontraba atrapada bajo su voluntad. Respondió a aquella caricia, lo haría y lo hizo, no podía quedarse quieta. Respondió porque quería hacerlo y porque al mismo tiempo lo necesitaba. No entendía cómo algo que debería producirla rechazo, la acercaba a él. Su misma esencia viajaba hasta sus labios traspasándose a su cuerpo, su propia sangre, aquella que viajaba en su cuerpo iba hasta él, introduciéndose en él. Era extraño, jamás hubiera imaginado algo así, no de esa manera al menos. Siempre había creído que la forma de alimentarse de un ser como el que tenía delante era aterradora, provocando disgusto y desde luego rechazo. Era sangre, ¿qué clase de ser se alimentaría de ella? Y en cambio en ese callejón de París, Éabann estaba comprendiendo hasta qué punto aquellos gestos podían ser una seducción en toda regla, una búsqueda de romper unas barreras que se encontraban en su mente y que parecían flaquear. Visto así, de esa forma, por muy humana que fuera, no era repulsivo, sino que se paseaba más por el filo de la caricia más sensual que había recibido en toda su vida.
Sin embargo se detuvo, notando el roce de sus labios con cada palabra. Era difícil concentrarse estando así, tan cerca y a la vez tan lejos, difícil el pensar con claridad cuando las hormonas se disparaban, cuando el corazón parecía retumbar con fuerza contra su pecho, cuando necesitaba seguir con una caricia que se había detenido demasiado pronto y que había hecho que todo su cuerpo se tensara al mismo tiempo y se relajara. Se clavó las uñas en las palmas de la mano para concentrarse en él antes de que todo se fuera a un viaje sin retorno, antes de que se dejara llevar por completo. No, aquello no podía pasar, por mucho que deseaba que pasara. Una contradicción en si misma que se mantenía, aunque era verdad que con menos fuerza. El asalto estaba siendo eficaz, más de lo que hubiera imaginado; un asalto constante, continuo, que abría brechas en las murallas que la impedían dejarse llevar por la situación. ¿Qué era lo que se lo impedía? En ese momento solo le llegaban ecos de lo que se suponía que tenía que hacer. Negó, abrió los ojos y se concentró en lo que él estaba diciendo. Tarea difícil y ardua, casi imposible mientras que movía brevemente la cabeza de nuevo, intentando con ese gesto aclararse las ideas y provocando un ínfimo roce de sus labios.
— No, no me lo he creído todo.—contestó, esta vez con voz más firme que no dejaba de estar ligeramente enronquecida, por lo que se esforzó en carraspear por un momento para aclarársela. Había dicho las palabras por instinto, más que por una razón lógica y se detuvo unos segundos para pensar con más claridad en lo que él había dicho, buscando bucear en esas palabras hasta llegar a la verdad. — No eres una sola persona, quiero decir… —frunció el ceño por un momento, rozando sus labios, cierto, pero terminando por echarse hacia atrás para mirarlo con algo más de comodidad. — No eres un solo nombre, sino que bucear en tu interior es mucho más difícil y más complejo, decirme que eres “Escipión” es como decirme que el sol sale por el este. Hay algo más, tú eres algo más. Desde el momento has dejado claro que eres más complejo que uno de los humanos con los que me cruzo cada día. Por otro lado, sí, buscas algo que te saque de una existencia que se ha vuelto árida, aburrida, poco emocionante. ¿Hasta qué punto te parezco entretenida? No lo sé, no estoy segura y no pienso relajarme lo suficiente como para creer que puedo sacarte del hastío, no al menos totalmente.—paseó por un momento los ojos por su rostro con gesto pensativo, como si quisiera mirar más allá, aunque no pudiera hacerlo. — Eres un depredador, como un felino. Esa es la impresión que me has dado.—desvió entonces la mirada fijándola un instante en el inicio del callejón para hablar sin mirarle. — Eres confuso; un acertijo del que no tengo una respuesta y del que no puedo evitar desconfiar. Y eso me impulsa a seguir hablando, en vez de cerrarme en el mutismo.
Se daba cuenta de que podría haber hecho aquello, podría haber evitado hablar, simplemente permanecer callada desafiándole con la mirada. Era otra opción, otra elección que no había hecho. Rompía los esquemas habituales y la impulsaba hacia delante. Respiró hondo, un instante, notando cómo su pecho se expandía e hizo un gesto de desagrado de forma automática cuando el olor del callejón y del alcohol se filtró directamente en su olfato indicándola que por mucho que lo olvidara —y lo había hecho—, se encontraba en un callejón sin salida.
No, no era tan estúpida de pensar que estaba haciéndolo en igual de condiciones. Él había tenido más de veintitrés años para conseguir llegar hasta ese momento. No sabía el tiempo que llevaba en la tierra, pero sabía por las historias —aquellas que comenzaba a pensar que tenían que ser revisadas cuanto antes— que podían vivir varias vidas. La pregunta que se encontraba en la punta de su lengua, esa que quemaba por salir, era preguntarle cuánto tiempo llevaba sobre la tierra, pero ¿la contestaría o simplemente se reiría? ¿Llegaría incluso a comprenderlo? Quería creer que sí. Había vivido el suficiente tiempo entre casas de piedra y libros para saber cómo pensaban, aunque en ocasiones se le fueran las fechas. Era diferente, el tiempo era diferente, aunque en el fondo no dejaba de ser el mismo, pero en ese momento tenía que concentrarse en él.
Se estaba concentrando más en el vampiro de lo que hubiera pensado. Y para su total desazón se daba cuenta de que esperaba cada una de sus palabras, cada uno de sus roces. Era como si le alimentara la mente, como si provocara que cerraduras de su cabeza que habían estado bien ocultas buscaran abrirse. No era fácil seguir a una persona que tenía más cultura, que había vivido más, que había leído más, pero Éabann no sería otra cosa, pero obstinada y terca un rato largo. Lo que no tenía en conocimientos, lo suplantaba con facilidad en la necesidad de preguntar y de saber. La curiosidad era una constante en su vida, cierto, que la lanzaba directamente al querer saber. A veces podía ser como un niño que preguntaba por todo, se interesaba por todo, necesitaba entenderlo todo. Un niño que podría ser molesto si se empecinaba en saber, si buscaba y necesitaba ir más allá. Un niño que en ese momento tenía su concentración en el vampiro que la sujetaba con fuerza y a la vez sin llegar a hacerle un daño que pudiera provocar que se revolviera con más fuerza.
Le miró escuchando sus palabras, empapándose de ellas. Arrugó brevemente la nariz, un solo instante, mientras le escuchaba. Maldijo que necesitara escuchar ese deje de su voz que le hacía preguntarse de dónde sería. No se parecía a ninguno que hubiera escuchado hasta el momento. Ella que se consideraba capaz de desentrañar los misterios de la persona que estaba delante y bucear, de saber lo que se ocultaba, se daba de forma continua contra un muro que no podía traspasar. ¿Quería hacerlo? Esa era la pregunta que revoloteaba en su mente. ¿Estaba dispuesta a ello? ¿Qué significaría? Significaría que aquel ser había penetrado más en sus defensas de lo que hubiera imaginado, que no era tan indiferente como hubiera querido creer. Sería darle una consideración mucho más importante de la que debería, cosa que no llegaba a comprender del todo. En minutos había pasado del terror más absoluto, a la curiosidad más abrasadora, y vuelta a empezar. Aquella sensación de impotencia aumentaba y disminuía, provocando que el cansancio mental fuera en aumento, pero aun así estaba deseando seguir tensando la cuerda y sabiendo, conociendo, intentando abrir puertas que se encontraban completamente cerradas.
No pensó. No podía hacerlo cuando sus labios se encontraron de nuevo. Era imposible cuando las sensaciones empapaban su mente provocando que un cortocircuito llegara hasta desconectar esa parte racional y simplemente aparecer durante unos instantes la parte que más profundamente se encontraba atrapada bajo su voluntad. Respondió a aquella caricia, lo haría y lo hizo, no podía quedarse quieta. Respondió porque quería hacerlo y porque al mismo tiempo lo necesitaba. No entendía cómo algo que debería producirla rechazo, la acercaba a él. Su misma esencia viajaba hasta sus labios traspasándose a su cuerpo, su propia sangre, aquella que viajaba en su cuerpo iba hasta él, introduciéndose en él. Era extraño, jamás hubiera imaginado algo así, no de esa manera al menos. Siempre había creído que la forma de alimentarse de un ser como el que tenía delante era aterradora, provocando disgusto y desde luego rechazo. Era sangre, ¿qué clase de ser se alimentaría de ella? Y en cambio en ese callejón de París, Éabann estaba comprendiendo hasta qué punto aquellos gestos podían ser una seducción en toda regla, una búsqueda de romper unas barreras que se encontraban en su mente y que parecían flaquear. Visto así, de esa forma, por muy humana que fuera, no era repulsivo, sino que se paseaba más por el filo de la caricia más sensual que había recibido en toda su vida.
Sin embargo se detuvo, notando el roce de sus labios con cada palabra. Era difícil concentrarse estando así, tan cerca y a la vez tan lejos, difícil el pensar con claridad cuando las hormonas se disparaban, cuando el corazón parecía retumbar con fuerza contra su pecho, cuando necesitaba seguir con una caricia que se había detenido demasiado pronto y que había hecho que todo su cuerpo se tensara al mismo tiempo y se relajara. Se clavó las uñas en las palmas de la mano para concentrarse en él antes de que todo se fuera a un viaje sin retorno, antes de que se dejara llevar por completo. No, aquello no podía pasar, por mucho que deseaba que pasara. Una contradicción en si misma que se mantenía, aunque era verdad que con menos fuerza. El asalto estaba siendo eficaz, más de lo que hubiera imaginado; un asalto constante, continuo, que abría brechas en las murallas que la impedían dejarse llevar por la situación. ¿Qué era lo que se lo impedía? En ese momento solo le llegaban ecos de lo que se suponía que tenía que hacer. Negó, abrió los ojos y se concentró en lo que él estaba diciendo. Tarea difícil y ardua, casi imposible mientras que movía brevemente la cabeza de nuevo, intentando con ese gesto aclararse las ideas y provocando un ínfimo roce de sus labios.
— No, no me lo he creído todo.—contestó, esta vez con voz más firme que no dejaba de estar ligeramente enronquecida, por lo que se esforzó en carraspear por un momento para aclarársela. Había dicho las palabras por instinto, más que por una razón lógica y se detuvo unos segundos para pensar con más claridad en lo que él había dicho, buscando bucear en esas palabras hasta llegar a la verdad. — No eres una sola persona, quiero decir… —frunció el ceño por un momento, rozando sus labios, cierto, pero terminando por echarse hacia atrás para mirarlo con algo más de comodidad. — No eres un solo nombre, sino que bucear en tu interior es mucho más difícil y más complejo, decirme que eres “Escipión” es como decirme que el sol sale por el este. Hay algo más, tú eres algo más. Desde el momento has dejado claro que eres más complejo que uno de los humanos con los que me cruzo cada día. Por otro lado, sí, buscas algo que te saque de una existencia que se ha vuelto árida, aburrida, poco emocionante. ¿Hasta qué punto te parezco entretenida? No lo sé, no estoy segura y no pienso relajarme lo suficiente como para creer que puedo sacarte del hastío, no al menos totalmente.—paseó por un momento los ojos por su rostro con gesto pensativo, como si quisiera mirar más allá, aunque no pudiera hacerlo. — Eres un depredador, como un felino. Esa es la impresión que me has dado.—desvió entonces la mirada fijándola un instante en el inicio del callejón para hablar sin mirarle. — Eres confuso; un acertijo del que no tengo una respuesta y del que no puedo evitar desconfiar. Y eso me impulsa a seguir hablando, en vez de cerrarme en el mutismo.
Se daba cuenta de que podría haber hecho aquello, podría haber evitado hablar, simplemente permanecer callada desafiándole con la mirada. Era otra opción, otra elección que no había hecho. Rompía los esquemas habituales y la impulsaba hacia delante. Respiró hondo, un instante, notando cómo su pecho se expandía e hizo un gesto de desagrado de forma automática cuando el olor del callejón y del alcohol se filtró directamente en su olfato indicándola que por mucho que lo olvidara —y lo había hecho—, se encontraba en un callejón sin salida.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Fecha de inscripción : 09/05/2011
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Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Su futuro pendía de un hilo, de un ligero resultado de una pequeña prueba que le había hecho apenas de pasada, con una simple frase que en sí misma incluía mucho más de lo que las palabras encerraban en sus propios significados. Los dobles sentidos, los gestos, las miradas y la cercanía: todo aquello que formaba parte del nivel metalingüístico de la conversación que manteníamos ella y yo en aquel momento sin que pudiera moverse de mi férreo control suponía el doble sentido que no esperaba que ella comprendiera, sencillamente porque yo era demasiado bueno en los dobles sentidos como para hacerlos tan al alcance de alguien que no tenía experiencia alguna con ellos al margen de burdos intentos que no podían competir contra palabras auténticamente expertas en ocultar las verdaderas intenciones.
En toda palabra que decía yo había implícita una idea diferente de la que decía en realidad, una idea que sólo estaba al alcance de las personas que estuvieran lo suficientemente despiertas y cuya mente fuera lo suficientemente rápida como para deducir en un tiempo no peligroso para la persona poseedora de dicha mente que no iba con mis intenciones claras por la no-vida porque, de lo contrario, no podría llevar a cabo esas intenciones mías. Al fin y al cabo, si a la gente le dices que haga algo hará exactamente lo contrario, y precisamente con mis palabras lo que yo quería era conducir a la gente por el camino que yo quería, que era el contrario al que mis palabras decían. Ellos pensaban que habían ganado y yo disfrutaba del dominio de la situación que venía implícito en mi siempre indiscutible victoria en todos los aspectos de la vida porque algo estaba claro: siempre ganaba. De una manera u otra, la victoria siempre era mía, y aun cuando por cuestiones de táctica me veía obligado a fingir que había perdido una batalla, el resultado de la guerra siempre iba en mi favor. Éabann no era una excepción.
La red había sido tejida de tal manera tan hábil por mi parte que, quisiera o no, ya estaba atrapada en ella. Sus movimientos respondían a una falsa sensación de libertad que sólo era la posibilidad de elegir entre todas las opciones que yo había seleccionado para ella, y en esa leve amplitud de miras se encontraba, precisamente, el interés que la situación podía tener para los dos. Al fin y al cabo ella no era libre, y eso era un hecho obvio, pero pese a todo lograba irse siempre por las ramas e inventarse opciones que, aunque no desentonaban demasiado con las predispuestas por mí, sí suponían la suficiente variación como para que sólo cupieran dos opciones en mí: que o me irritara su aparente testarudez o, por el contrario y como había sucedido, que me atrajera hasta el punto de querer probarla.
La intención era ver si aquella testarudez y aquella originalidad suya metidas ambas en una mente al parecer despierta eran pura fachada o si, por el contrario, eran rasgos propios de Éabann que la hacían diferente en cierto modo a las personas que me rodeaban y me habían rodeado en el transcurso de varias vidas humanas, que era lo que había durado la mía. Era como querer comprobar si una pieza de tela aparentemente original y rompedora se correspondía con el patrón y con las miles de piezas de tela idénticas que conformaban el taller del sastre o si, por el contrario y pese a compartir los rasgos comunes del resto de las telas, ella poseía un patrón diferente y original que garantizaría la atención del cliente caprichoso en busca de algo diferente a lo que estaba acostumbrado.
Su respuesta confirmó lo que me imaginaba en base a sus acciones y a su comportamiento de hasta ese momento: no se creía del todo lo que le había dicho, sencillamente porque era demasiado complejo como para que apenas un par de frases pudieran abarcar tal complejidad que era la vida de alguien que había vivido tanto como lo había hecho yo, mucho más que lo que viviría ella si las teorías catastrofistas de cumplían y el mundo finalmente se terminaba, cosa que dudaba. No podía haber una razón racional para que tuviera aquella seguridad, y que por una vez se dejara guiar por una intuición hizo que casi quisiera gritar un ”Aleluya” porque, honestamente, ya le había costado hacer semejante esfuerzo que, por supuesto, quedó en agua de borrajas.
Que se dejara guiar un momento por su intuición venía acompañado de mil momentos más de la razón intentando guiar sus acciones, una razón totalmente sobrevaloradas porque, en el fondo, no existía como tal. Se podía pretender una supuesta superioridad a los animales, dudosa a no ser que se fuera un vampiro, pero de ahí a pretender que algo unía a todos los humanos y que ese algo era la capacidad de pensar de una manera no seguida por los impulsos había un trecho, uno que hacía que aquella fe ciega que tenían todos en la razón, al igual que en el supuesto dios cristiano, me hiciera poner los ojos en blanco por su aparentemente infinita estupidez. Lo miraban todo desde su perspectiva, desde una limitada y reducida bajo la que intentaban dominar un mundo que ni comprendían ni les pertenecía en absoluto, pues pertenecía en verdad a quienes lo dominábamos desde las sombras. Éramos los titiriteros que controlábamos a las marionetas, con supuesta autonomía, y que sólo a veces se interesaban por ellas porque parecían moverse solas... esas, sin duda, eran las que menos de toda la masa ingente, aburrida y monótona de seres que poblaban el mundo en general y la ciudad de París en particular.
– Respuesta correcta, seguida de un consejo por mi parte: sé selectiva a la hora de elegir qué crees o no, pero tampoco rechaces absolutamente todo lo que se te diga porque quizá entre las mentiras se esconda algo más de verdad de lo que se pueda aparentar en un primer vistazo. Es cuestión de aprender a seleccionar lo que sirve de lo que no, nada que con la experiencia no se aprenda o que no esté al alcance de cualquiera, seres humanos incluidos. – dije, mirándola a los ojos desde la distancia que se había empeñado en poner entre nosotros mientras la examinaba, la estudiaba y no me perdía detalle de ninguno de sus gestos porque, en realidad, esa parte metalingüística de su trozo de conversación era casi más interesante que sus palabras.
Esos gestos suyos eran los que mostraban la lucha entre sus impulsos e instintos y la realidad, y esos gestos suyos eran los que reflejaban que ella estaba intentando luchar contra algo que le quedaba muy grande y que muchos habían sufrido antes que ella: la sensualidad y el magnetismo de los vampiros frente a los humanos. Éramos sus perfectos depredadores y los que, con armas como nuestra esencia sobrehumana y la belleza que nos caracterizaba, cazábamos a nuestras presas y las atraíamos para que fueran nuestras y supusieran nuestro alimento final. Esos gestos suyos eran los que revelaban que a pesar de encontrarse atrapada entre mis brazos en el fondo no quería abandonar aquella prisión, y esos gestos suyos confirmaban todas mis impresiones porque el lenguaje verbal podía mentir, pero el corporal nunca lo hacía a buen lector atento a cada uno de los diferentes matices.
– Y que te confirme que no te haya dicho toda la verdad, aunque tú misma te des cuenta de que soy un ser complejo, no hace sino alentar tu curiosidad como una brisa de aire es capaz de hacer que una llama se eleve, orgullosa. Es fácil ver que no vas a rendirte ni a dejar de preguntar, también porque tú misma has confirmado que no vas a recurrir a la opción fácil que es el mutismo. No me decepcionas, Éabann, ni siquiera aunque hagas cosas que te puedan parecer soluciones desesperadas a medidas desesperadas como también estoy seguro de que piensas. Sientes curiosidad. Pues bien, intenta saciarla. ¿No soy un depredador? Tal vez siga queriendo jugar con mi presa y estudiarla más porque me resulta entretenida hasta el punto de querer catarla de nuevo... – añadí, concluyendo con el acercamiento sutil que había estado haciendo hasta ese momento hacia sus labios y, amagando sólo con besarlos, bajando la cabeza por su cuello con una sonrisa torva y llenándolo de caricias suaves y fuertes, alternadas y que eran apenas el camino en dirección a la parte de su pecho que su vestimenta no cubría.
Con la clase de precisión sólo proporcionada por la amplia experiencia, el descenso por su cuello y recorrido de su pecho hasta llegar a su escote apenas costó tiempo, si bien sí el suficiente como para que su piel continuara estremeciéndose y que no se esperara el momento en el que llegué y, con toda la calma del mundo, hice un leve corte con el colmillo, apenas visible, en la superficie visible de uno de sus pechos, del que la sangre manó de nuevo y del que comencé a beber con gestos que más que dolorosos eran placenteros para ella a pesar de lo delicado de la zona: así hasta que cerré su herida y volví a mirarla, con los ojos clavados en los suyos.
– Está en tus manos seguir pareciéndome interesante o dejar de hacerlo y, por ende, acabar con tu vida, aunque algo me dice que la decisión está tomada de antemano. – concluí, antes de robarle otro beso que, aquella vez, fue por el mero hecho de hacerlo y no por reabrir sus heridas, que en cuanto me separé delineé con la lengua antes de sonreír, de nuevo de manera taimada. Y con aquella iba ya ninguna sonrisa auténtica en lo que llevaba de, probablemente, década.
En toda palabra que decía yo había implícita una idea diferente de la que decía en realidad, una idea que sólo estaba al alcance de las personas que estuvieran lo suficientemente despiertas y cuya mente fuera lo suficientemente rápida como para deducir en un tiempo no peligroso para la persona poseedora de dicha mente que no iba con mis intenciones claras por la no-vida porque, de lo contrario, no podría llevar a cabo esas intenciones mías. Al fin y al cabo, si a la gente le dices que haga algo hará exactamente lo contrario, y precisamente con mis palabras lo que yo quería era conducir a la gente por el camino que yo quería, que era el contrario al que mis palabras decían. Ellos pensaban que habían ganado y yo disfrutaba del dominio de la situación que venía implícito en mi siempre indiscutible victoria en todos los aspectos de la vida porque algo estaba claro: siempre ganaba. De una manera u otra, la victoria siempre era mía, y aun cuando por cuestiones de táctica me veía obligado a fingir que había perdido una batalla, el resultado de la guerra siempre iba en mi favor. Éabann no era una excepción.
La red había sido tejida de tal manera tan hábil por mi parte que, quisiera o no, ya estaba atrapada en ella. Sus movimientos respondían a una falsa sensación de libertad que sólo era la posibilidad de elegir entre todas las opciones que yo había seleccionado para ella, y en esa leve amplitud de miras se encontraba, precisamente, el interés que la situación podía tener para los dos. Al fin y al cabo ella no era libre, y eso era un hecho obvio, pero pese a todo lograba irse siempre por las ramas e inventarse opciones que, aunque no desentonaban demasiado con las predispuestas por mí, sí suponían la suficiente variación como para que sólo cupieran dos opciones en mí: que o me irritara su aparente testarudez o, por el contrario y como había sucedido, que me atrajera hasta el punto de querer probarla.
La intención era ver si aquella testarudez y aquella originalidad suya metidas ambas en una mente al parecer despierta eran pura fachada o si, por el contrario, eran rasgos propios de Éabann que la hacían diferente en cierto modo a las personas que me rodeaban y me habían rodeado en el transcurso de varias vidas humanas, que era lo que había durado la mía. Era como querer comprobar si una pieza de tela aparentemente original y rompedora se correspondía con el patrón y con las miles de piezas de tela idénticas que conformaban el taller del sastre o si, por el contrario y pese a compartir los rasgos comunes del resto de las telas, ella poseía un patrón diferente y original que garantizaría la atención del cliente caprichoso en busca de algo diferente a lo que estaba acostumbrado.
Su respuesta confirmó lo que me imaginaba en base a sus acciones y a su comportamiento de hasta ese momento: no se creía del todo lo que le había dicho, sencillamente porque era demasiado complejo como para que apenas un par de frases pudieran abarcar tal complejidad que era la vida de alguien que había vivido tanto como lo había hecho yo, mucho más que lo que viviría ella si las teorías catastrofistas de cumplían y el mundo finalmente se terminaba, cosa que dudaba. No podía haber una razón racional para que tuviera aquella seguridad, y que por una vez se dejara guiar por una intuición hizo que casi quisiera gritar un ”Aleluya” porque, honestamente, ya le había costado hacer semejante esfuerzo que, por supuesto, quedó en agua de borrajas.
Que se dejara guiar un momento por su intuición venía acompañado de mil momentos más de la razón intentando guiar sus acciones, una razón totalmente sobrevaloradas porque, en el fondo, no existía como tal. Se podía pretender una supuesta superioridad a los animales, dudosa a no ser que se fuera un vampiro, pero de ahí a pretender que algo unía a todos los humanos y que ese algo era la capacidad de pensar de una manera no seguida por los impulsos había un trecho, uno que hacía que aquella fe ciega que tenían todos en la razón, al igual que en el supuesto dios cristiano, me hiciera poner los ojos en blanco por su aparentemente infinita estupidez. Lo miraban todo desde su perspectiva, desde una limitada y reducida bajo la que intentaban dominar un mundo que ni comprendían ni les pertenecía en absoluto, pues pertenecía en verdad a quienes lo dominábamos desde las sombras. Éramos los titiriteros que controlábamos a las marionetas, con supuesta autonomía, y que sólo a veces se interesaban por ellas porque parecían moverse solas... esas, sin duda, eran las que menos de toda la masa ingente, aburrida y monótona de seres que poblaban el mundo en general y la ciudad de París en particular.
– Respuesta correcta, seguida de un consejo por mi parte: sé selectiva a la hora de elegir qué crees o no, pero tampoco rechaces absolutamente todo lo que se te diga porque quizá entre las mentiras se esconda algo más de verdad de lo que se pueda aparentar en un primer vistazo. Es cuestión de aprender a seleccionar lo que sirve de lo que no, nada que con la experiencia no se aprenda o que no esté al alcance de cualquiera, seres humanos incluidos. – dije, mirándola a los ojos desde la distancia que se había empeñado en poner entre nosotros mientras la examinaba, la estudiaba y no me perdía detalle de ninguno de sus gestos porque, en realidad, esa parte metalingüística de su trozo de conversación era casi más interesante que sus palabras.
Esos gestos suyos eran los que mostraban la lucha entre sus impulsos e instintos y la realidad, y esos gestos suyos eran los que reflejaban que ella estaba intentando luchar contra algo que le quedaba muy grande y que muchos habían sufrido antes que ella: la sensualidad y el magnetismo de los vampiros frente a los humanos. Éramos sus perfectos depredadores y los que, con armas como nuestra esencia sobrehumana y la belleza que nos caracterizaba, cazábamos a nuestras presas y las atraíamos para que fueran nuestras y supusieran nuestro alimento final. Esos gestos suyos eran los que revelaban que a pesar de encontrarse atrapada entre mis brazos en el fondo no quería abandonar aquella prisión, y esos gestos suyos confirmaban todas mis impresiones porque el lenguaje verbal podía mentir, pero el corporal nunca lo hacía a buen lector atento a cada uno de los diferentes matices.
– Y que te confirme que no te haya dicho toda la verdad, aunque tú misma te des cuenta de que soy un ser complejo, no hace sino alentar tu curiosidad como una brisa de aire es capaz de hacer que una llama se eleve, orgullosa. Es fácil ver que no vas a rendirte ni a dejar de preguntar, también porque tú misma has confirmado que no vas a recurrir a la opción fácil que es el mutismo. No me decepcionas, Éabann, ni siquiera aunque hagas cosas que te puedan parecer soluciones desesperadas a medidas desesperadas como también estoy seguro de que piensas. Sientes curiosidad. Pues bien, intenta saciarla. ¿No soy un depredador? Tal vez siga queriendo jugar con mi presa y estudiarla más porque me resulta entretenida hasta el punto de querer catarla de nuevo... – añadí, concluyendo con el acercamiento sutil que había estado haciendo hasta ese momento hacia sus labios y, amagando sólo con besarlos, bajando la cabeza por su cuello con una sonrisa torva y llenándolo de caricias suaves y fuertes, alternadas y que eran apenas el camino en dirección a la parte de su pecho que su vestimenta no cubría.
Con la clase de precisión sólo proporcionada por la amplia experiencia, el descenso por su cuello y recorrido de su pecho hasta llegar a su escote apenas costó tiempo, si bien sí el suficiente como para que su piel continuara estremeciéndose y que no se esperara el momento en el que llegué y, con toda la calma del mundo, hice un leve corte con el colmillo, apenas visible, en la superficie visible de uno de sus pechos, del que la sangre manó de nuevo y del que comencé a beber con gestos que más que dolorosos eran placenteros para ella a pesar de lo delicado de la zona: así hasta que cerré su herida y volví a mirarla, con los ojos clavados en los suyos.
– Está en tus manos seguir pareciéndome interesante o dejar de hacerlo y, por ende, acabar con tu vida, aunque algo me dice que la decisión está tomada de antemano. – concluí, antes de robarle otro beso que, aquella vez, fue por el mero hecho de hacerlo y no por reabrir sus heridas, que en cuanto me separé delineé con la lengua antes de sonreír, de nuevo de manera taimada. Y con aquella iba ya ninguna sonrisa auténtica en lo que llevaba de, probablemente, década.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Escuchó sus palabras como quien escucha las de un maestro que le está dando una clase. Escuchó su entonación y su forma de decirlas más allá de las palabras dichas en sí. Siguió ese consejo que le había dado, el que mirara más allá. Aquel consejo que le había dado su abuela ya en el pasado y que gustaba de practicar. Que no fuera un contrincante contra él en el juego de las medias verdades, de los sutiles gestos del cuerpo, de la entonación de la voz, no significaba que Éabann no jugara. Era como si fueran dos jugadores que se encontraran en ligas diferentes, paseándose por su propio camino hasta que se habían cruzado en aquel momento y en aquel lugar. Dos mundos que se tocaban en ciertos puntos solo unos instantes para volver a separarse. No era tan ingenua como para considerar que le conocía o que le podría llegar a conocer, ni siquiera con lo que llevaba de noche, pero sí era lo suficientemente impulsiva como para querer hacerlo. Llegar a esa conclusión le había llevado sus buenos minutos y su buena ración de incertidumbre. Las preguntas se agolpaban y las respuestas eran escasas y cuando llegaban muchas veces no eran satisfactorias.
El camino que había comenzado aquel anochecer no le hubiera imaginado capaz de colocarla en una posición en la que parecía que todo en lo que había estado creyendo hasta el momento se tambaleara. Estaba creciendo a cada minuto, porque la sola presencia de él hacía que intentara esforzarse, le hacía pensar e hilar posibles situaciones, posibles respuestas. Provocaban que intentara seguir hacia delante en vez de quedarse parada. Era como si en aquel tiempo en el que estaba todo diera un salto, como si hasta el momento hubiera estado adormilada, viviendo una vida que pasaba ante sus ojos cargada de un cierto de monotonía. Era el segundo momento en el que se había cruzado con un vampiro, la primera vez había perdido a la familia, esta segunda vez parecía que terminaría por destrozar las raíces sobre las que había fabricado su existencia hasta ese momento.
Éabann era una persona lo suficientemente orgullosa como para creer que mientras la gente iba ella estaba de vuelta, al menos en gran parte de las situaciones. No es que mirara a la gente con condescendencia, no a la mayoría al menos, pero se estaba dando cuenta de que siempre había estado un paso por delante, un paso por delante que en aquellos momentos no significaba nada puesto que se encontraba como mínimo diez por detrás de él. Podría rendirse, bajar todas las defensas y decidir que ya había tenido suficiente. Podría doblegarse a un viento que soplaba con demasiada fuerza y que estaba a cada instante amenazando con romperla. Podría simplemente mirar hacia otro lado, decir que aquello no iba consigo, que el silencio era la solución o que era el momento oportuno para pedir clemencia. Sí, podría hacerlo, pero no lo haría porque si sobrevivía aquella noche, sus actos y sus palabras eran los que indicarían cómo se iba a sentir con ella misma.
Era consciente de que él jugaba con ella, que la retaba con cada palabra sabiendo que hiciera lo que hiciera no llegaría siquiera a rozarle, que sería un punto diminuto en una existencia que había durado más años de los que seguramente pudiera imaginar. Aquella noche no significaba nada para él, mientras que para la morena de ojos verdes significaba un punto de inflexión. Era el momento en el que tenía que tomar decisiones. No pudo evitar que un escalofrío la recorriera, no producto de la atracción esta vez, ni siquiera del temor, sino de la revelación. Aquel acontecimiento no iba a ser un encuentro fortuito más, no iba a ser una noche pasada en un callejón, ni siquiera iba a ser un vampiro alimentándose de ella. Aquel momento marcaría algo que no llegaba del todo a comprender. La sombra había estado planeando sobre ella misma y en ese momento se había asentado en su cabeza haciéndola consciente. Lo había sido en cierta forma de manera intuitiva, había estado allí, por eso se había movido. No, tenía que ser sincera, no es que se hubiera dado cuenta en ese momento, sino que había sido materializado en pensamientos. La libertad de decisión que había tenido hasta ese momento, parecía que comenzaba a ahogarse. Tenía una libertad, por supuesto, pero bajo una serie de normas que estaban prefijadas de antemano y que ella conocería según fuera tocando las teclas incorrectas de una melodía que era, desde luego, más compleja de las que había tocado durante toda su vida.
Las palabras de él eran como una esencia inmaterial que se deslizaba por su cuerpo de la misma manera que hacían sus gestos. Debía de dejar de pensar de aquella manera, pero ese magnetismo contra el que luchaba, era mucho más poderoso de lo que jamás hubiera imaginado. Todo lo que había escuchado antes, era pura bazofia. Todo lo que había visto antes, simplemente no existía. Y eso era algo que le cabreaba, por decirlo de manera suave. La complejidad de cada uno de aquellos instantes de su vida eran un torbellino que crecía y disminuía. No había un gran momento de acción, no era que estuvieran en plena pelea física, ni siquiera había habido movimientos bruscos, pero era mucho más agotador que todo lo anterior. Era una lucha intelectual en al que Éabann tenía todas las de perder y en la que se mantenía con tenacidad. ¿Qué era lo que quería demostrar? ¿Qué era digna de seguir viviendo? ¿O simplemente que era mucho más orgullosa de lo que a simple vista podía parecer? La tranquilidad que demostraba era una máscara que se quebraba con cada uno de sus movimientos y no fue menos en esa ocasión.
Con gesto sorprendido observó cómo él se movía, acercándose hasta la piel de su pecho, aquella que la camisa que llevaba dejaba al descubierto y que mostraba con claridad la piel dorada que ya comenzaba lentamente a ponerse morena gracias al tiempo pasado al aire y al sol. Sintió la incisión que provocó sus colmillos y los gestos de su lengua tomando esas gotas carmesís que eran parte de su vida. Y un gemido murió apenas en sus labios cuando se mordió con fuerza la lengua, provocando una mueca de dolor, al mismo tiempo que se clavaba más fuerza las uñas en las palmas de la mano hasta que le dolió. Placer, sí, placer y dolor que se juntaban. Pero fue su gesto, aquel beso que simplemente fue como un susurro provocado, lo que terminó por sorprenderla, quizá porque había dado por hecho que cada uno de los movimientos de acercamiento traerían consigo la consiguiente pérdida de sangre. Frunció el ceño mientras le miraba, ladeando brevemente la cabeza lo justo para apoyar durante unos instante la mejilla en su hombro y de esa forma verle un poco mejor. La diferencia de constitución y de altura hacía que la sujeción la hiciera sentirse incluso más indefensa.
— Gracias por el consejo, lo tendré en cuenta.—comentó, intentando no trasmitir en sus palabras un deje de ironía que estaba flotando sin que pudiera evitarlo. Se controló intentando dejar de hacer estupideces durante unos instantes y le miró con firmeza, aunque en silencio, durante unos instantes. — Terminaré pareciendo un niño pequeño que únicamente hace preguntar uno y mil porqués.—susurró para sí, negando por un momento, desviando la mirada hacia el callejón solo un instante. Él parecía que en mitad de aquella oscuridad, de aquel callejón lleno de inmundicia, estaba puesto para sobresalir y mostrar que siempre había algo mejor y superior. — ¿Es de mala educación preguntar por la edad? Entre los tuyos quiero decir. Sé que llevas tiempo caminando por la tierra, en cierta manera lo muestras por tu forma de comportarte y por todo lo que te he dicho hasta ahora. Tu nombre suena a romano, no a italiano, sino a romano, un general creo que era. He podido leer algo cuando estaba en…—se quedó callada unos instantes, ¿qué más daba? A fin de cuentas aquello había sido otro momento de su vida que ya había quedado atrás, ahora estaba en aquella ciudad francesa y ni siquiera sabía si iba a pasar de aquella noche. — Londres. El tiempo es relativo, es algo que pasa y que hemos puesto una medida, pero que en realidad solo es nuestra creación, pero somos… bueno, al menos yo lo soy, dependiente de ello.—su mirada bajó brevemente hacia esos labios que hacía unos instantes habían rozado los suyos y que habían tomado la sangre de su pecho con el gusto de un gato cuando se encontraba con nata en su plato de leche. Aquella no era la mejor de las imágenes. — Eres un depredador, sí. Ese fue el primer pensamiento que se me vino a la cabeza en cuanto te vi aparecer. Lo que no entiendo es por qué sabiendo lo que eres y lo que puedes hacer, no estoy ahora mismo luchando por soltarme.—en ese momento no lo estaba haciendo, pero llevaba intentándolo desde el primer momento. — Y… ¿qué les has hecho?—miró a las personas que se encontraban tiradas en el suelo para que entendiera a qué se refería. — No los has tocado, ni siquiera les has rozado, y están inconscientes, ni se mueven.
¿Admiración o curiosidad? ¿O una mezcla de ambas? Éabann siguió con la mirada fija en los bultos que se encontraban en el suelo con el ceño fruncido. Era tan frustrante saber que si por casualidad conseguía escapar de allí, aunque fuera solo por un instante, podría utilizar lo que fuera que había utilizado con aquellos hombres y dejarla tumbada en el suelo sin capacidad de moverse… No, no tenía que dejarse llevar por el miedo, ni por el pánico que pareció que llegaba de nuevo en una oleada. No tenía que hacerlo porque no era algo bueno para ella misma y era ella la que tenía que preocuparla en ese momento por muy egoísta que fuera ese pensamiento.
El camino que había comenzado aquel anochecer no le hubiera imaginado capaz de colocarla en una posición en la que parecía que todo en lo que había estado creyendo hasta el momento se tambaleara. Estaba creciendo a cada minuto, porque la sola presencia de él hacía que intentara esforzarse, le hacía pensar e hilar posibles situaciones, posibles respuestas. Provocaban que intentara seguir hacia delante en vez de quedarse parada. Era como si en aquel tiempo en el que estaba todo diera un salto, como si hasta el momento hubiera estado adormilada, viviendo una vida que pasaba ante sus ojos cargada de un cierto de monotonía. Era el segundo momento en el que se había cruzado con un vampiro, la primera vez había perdido a la familia, esta segunda vez parecía que terminaría por destrozar las raíces sobre las que había fabricado su existencia hasta ese momento.
Éabann era una persona lo suficientemente orgullosa como para creer que mientras la gente iba ella estaba de vuelta, al menos en gran parte de las situaciones. No es que mirara a la gente con condescendencia, no a la mayoría al menos, pero se estaba dando cuenta de que siempre había estado un paso por delante, un paso por delante que en aquellos momentos no significaba nada puesto que se encontraba como mínimo diez por detrás de él. Podría rendirse, bajar todas las defensas y decidir que ya había tenido suficiente. Podría doblegarse a un viento que soplaba con demasiada fuerza y que estaba a cada instante amenazando con romperla. Podría simplemente mirar hacia otro lado, decir que aquello no iba consigo, que el silencio era la solución o que era el momento oportuno para pedir clemencia. Sí, podría hacerlo, pero no lo haría porque si sobrevivía aquella noche, sus actos y sus palabras eran los que indicarían cómo se iba a sentir con ella misma.
Era consciente de que él jugaba con ella, que la retaba con cada palabra sabiendo que hiciera lo que hiciera no llegaría siquiera a rozarle, que sería un punto diminuto en una existencia que había durado más años de los que seguramente pudiera imaginar. Aquella noche no significaba nada para él, mientras que para la morena de ojos verdes significaba un punto de inflexión. Era el momento en el que tenía que tomar decisiones. No pudo evitar que un escalofrío la recorriera, no producto de la atracción esta vez, ni siquiera del temor, sino de la revelación. Aquel acontecimiento no iba a ser un encuentro fortuito más, no iba a ser una noche pasada en un callejón, ni siquiera iba a ser un vampiro alimentándose de ella. Aquel momento marcaría algo que no llegaba del todo a comprender. La sombra había estado planeando sobre ella misma y en ese momento se había asentado en su cabeza haciéndola consciente. Lo había sido en cierta forma de manera intuitiva, había estado allí, por eso se había movido. No, tenía que ser sincera, no es que se hubiera dado cuenta en ese momento, sino que había sido materializado en pensamientos. La libertad de decisión que había tenido hasta ese momento, parecía que comenzaba a ahogarse. Tenía una libertad, por supuesto, pero bajo una serie de normas que estaban prefijadas de antemano y que ella conocería según fuera tocando las teclas incorrectas de una melodía que era, desde luego, más compleja de las que había tocado durante toda su vida.
Las palabras de él eran como una esencia inmaterial que se deslizaba por su cuerpo de la misma manera que hacían sus gestos. Debía de dejar de pensar de aquella manera, pero ese magnetismo contra el que luchaba, era mucho más poderoso de lo que jamás hubiera imaginado. Todo lo que había escuchado antes, era pura bazofia. Todo lo que había visto antes, simplemente no existía. Y eso era algo que le cabreaba, por decirlo de manera suave. La complejidad de cada uno de aquellos instantes de su vida eran un torbellino que crecía y disminuía. No había un gran momento de acción, no era que estuvieran en plena pelea física, ni siquiera había habido movimientos bruscos, pero era mucho más agotador que todo lo anterior. Era una lucha intelectual en al que Éabann tenía todas las de perder y en la que se mantenía con tenacidad. ¿Qué era lo que quería demostrar? ¿Qué era digna de seguir viviendo? ¿O simplemente que era mucho más orgullosa de lo que a simple vista podía parecer? La tranquilidad que demostraba era una máscara que se quebraba con cada uno de sus movimientos y no fue menos en esa ocasión.
Con gesto sorprendido observó cómo él se movía, acercándose hasta la piel de su pecho, aquella que la camisa que llevaba dejaba al descubierto y que mostraba con claridad la piel dorada que ya comenzaba lentamente a ponerse morena gracias al tiempo pasado al aire y al sol. Sintió la incisión que provocó sus colmillos y los gestos de su lengua tomando esas gotas carmesís que eran parte de su vida. Y un gemido murió apenas en sus labios cuando se mordió con fuerza la lengua, provocando una mueca de dolor, al mismo tiempo que se clavaba más fuerza las uñas en las palmas de la mano hasta que le dolió. Placer, sí, placer y dolor que se juntaban. Pero fue su gesto, aquel beso que simplemente fue como un susurro provocado, lo que terminó por sorprenderla, quizá porque había dado por hecho que cada uno de los movimientos de acercamiento traerían consigo la consiguiente pérdida de sangre. Frunció el ceño mientras le miraba, ladeando brevemente la cabeza lo justo para apoyar durante unos instante la mejilla en su hombro y de esa forma verle un poco mejor. La diferencia de constitución y de altura hacía que la sujeción la hiciera sentirse incluso más indefensa.
— Gracias por el consejo, lo tendré en cuenta.—comentó, intentando no trasmitir en sus palabras un deje de ironía que estaba flotando sin que pudiera evitarlo. Se controló intentando dejar de hacer estupideces durante unos instantes y le miró con firmeza, aunque en silencio, durante unos instantes. — Terminaré pareciendo un niño pequeño que únicamente hace preguntar uno y mil porqués.—susurró para sí, negando por un momento, desviando la mirada hacia el callejón solo un instante. Él parecía que en mitad de aquella oscuridad, de aquel callejón lleno de inmundicia, estaba puesto para sobresalir y mostrar que siempre había algo mejor y superior. — ¿Es de mala educación preguntar por la edad? Entre los tuyos quiero decir. Sé que llevas tiempo caminando por la tierra, en cierta manera lo muestras por tu forma de comportarte y por todo lo que te he dicho hasta ahora. Tu nombre suena a romano, no a italiano, sino a romano, un general creo que era. He podido leer algo cuando estaba en…—se quedó callada unos instantes, ¿qué más daba? A fin de cuentas aquello había sido otro momento de su vida que ya había quedado atrás, ahora estaba en aquella ciudad francesa y ni siquiera sabía si iba a pasar de aquella noche. — Londres. El tiempo es relativo, es algo que pasa y que hemos puesto una medida, pero que en realidad solo es nuestra creación, pero somos… bueno, al menos yo lo soy, dependiente de ello.—su mirada bajó brevemente hacia esos labios que hacía unos instantes habían rozado los suyos y que habían tomado la sangre de su pecho con el gusto de un gato cuando se encontraba con nata en su plato de leche. Aquella no era la mejor de las imágenes. — Eres un depredador, sí. Ese fue el primer pensamiento que se me vino a la cabeza en cuanto te vi aparecer. Lo que no entiendo es por qué sabiendo lo que eres y lo que puedes hacer, no estoy ahora mismo luchando por soltarme.—en ese momento no lo estaba haciendo, pero llevaba intentándolo desde el primer momento. — Y… ¿qué les has hecho?—miró a las personas que se encontraban tiradas en el suelo para que entendiera a qué se refería. — No los has tocado, ni siquiera les has rozado, y están inconscientes, ni se mueven.
¿Admiración o curiosidad? ¿O una mezcla de ambas? Éabann siguió con la mirada fija en los bultos que se encontraban en el suelo con el ceño fruncido. Era tan frustrante saber que si por casualidad conseguía escapar de allí, aunque fuera solo por un instante, podría utilizar lo que fuera que había utilizado con aquellos hombres y dejarla tumbada en el suelo sin capacidad de moverse… No, no tenía que dejarse llevar por el miedo, ni por el pánico que pareció que llegaba de nuevo en una oleada. No tenía que hacerlo porque no era algo bueno para ella misma y era ella la que tenía que preocuparla en ese momento por muy egoísta que fuera ese pensamiento.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Por mucho que tratara de controlarse o de reprimir las sensaciones que cada poro de su cuerpo conducía directamente a su cabeza, y por mucho que intentara hacerme ver que cada uno de mis gestos no tenía consecuencias, no podía engañarme, no cuando yo mismo era un maestro con una técnica depurada en el arte del engaño y ella apenas una aprendiz. Era como si un simple alumno novato quisiera igualar al creador de un arte en ese mismo arte: inútil e infructuoso, porque cuando el alumno apenas ha previsto uno de los pasos del maestro, este paso habrá sido apenas una parte de un paso muchísimo mayor que logrará desequilibrar al pobre alumno demasiado orgulloso como para afrontar que no es capaz de vencer a ciertas personas.
Aún así, la situación no era exactamente igual. El maestro en el arte no solía ser tan retorcido y poco sincero con el alumno (y con todo el mundo, que tampoco es que el alumno fuera tan especial o algo así), además de querer probarlo tanto y de tantas maneras, literales o no, como lo hacía yo. El alumno no era tan orgulloso como ella, y tampoco atrapaba el interés y la atención del maestro tanto como Éabann lo hacía conmigo, quizá en parte por el hecho de que siendo mujer lo tenía mucho más fácil que cualquier hombre para conseguirlo porque, a diferencia de otros muchos vampiros e incluso humanos que conocía yo sólo me sentía atraído por mujeres. ¿Qué tenían los hombres de atractivo cuando no había ninguno más atractivo y atrayente que yo? Era inútil, pues la competencia contra mí incluso para mi propio gusto quedaba descartada.
Las mujeres, sin embargo, tenían algo diferente: algo que lograba atraerme pese a todo y algo que en su día había hecho que me fijara en Éabann por su cuerpo antes que por su sangre, acarreando ese interés consigo todo lo que había conseguido: la marca, matar a su familia, beber de ella y habernos reencontrado allí. Ella no sabía que yo era el vampiro que poblaba sus pesadillas desde entonces ni tampoco que yo había sido quien, para quitar estorbos de en medio, había matado a sus allegados, pero aún así sabía de sobra que aunque se enterara volvería a mí.
Cualquier persona a quien le arrebataran alguien importante probablemente odiaría a quien había cometido semejante acción, y cualquier persona estaría en su derecho (según las absurdas normas sociales) de incluso tomar represalias contra ese asesino que había hecho lo que había hecho. De esa generalización sólo escapaba cualquier persona a quien yo hubiera arrebatado un familiar o alguien cercano, en aquel caso Éabann, precisamente porque soy yo de quien se está hablando, y más racionalmente porque no dejaba a las víctimas solas, sino que las observaba, las vigilaba y las seguía para no perderlas de vista; tendía redes hacia mi persona que hacían que la conexión sucediera y fuera automática, y cuando dicha conexión tenía lugar por mucho que pasara e incluso por mucho que llegara a conocer mi identidad como asesino, no podría ser capaz de alejarse de mí mucho tiempo.
Todo el mundo volvía a lo que le atraía, por muy doloroso que fuera; todo el mundo se sentía atraído por los vampiros, que ejercíamos un embrujo inevitable sobre nuestras víctimas potenciales; todo el mundo nos odiaba y nos amaba al mismo tiempo, y aunque en muchas cosas sí lo fuera Éabann no era una excepción respecto a ese tema. Su propio cuerpo y sus gestos automáticos revelaban aquella atracción, aquel éxito de la red que había tenido hacia ella y que la había acercado a mí más de lo que probablemente ella se imaginara, pues con toda seguridad aunque quisiera alejarse no podría, y sólo su orgullo impediría que no tomara represalias por anhelar lo que sólo yo podía darle, y lo que ella deseaba de mí que era, aparte de mi contacto y de mis palabras, de saber más de mí, todo yo. Ella me deseaba, de una manera similar a cómo la deseaba yo aunque sin el factor de que de ella podía alimentarme físicamente mientras ella de mí sólo intelectualmente.
Aquella suerte de alimento mutuo no se rompería aunque se enterara de ciertas cosas que, por otro lado, no iba a contarle, a no ser que ella se pusiera pesara y a mí se me cruzara el cable lo suficiente como para hacerlo. Aquella suerte de relación tampoco se quebraría por muchas medias verdades en vez de verdades enteras que dijera, y si no se había partido hasta aquel momento, no lo haría ya. La red, de nuevo, estaba tan bien tejida y extendida sobre ella que su movimiento era inexorable e inevitable: ya no podría salir de mis garras, y ni aunque quisiera lo haría... aunque los dos supiéramos que, en el fondo, no quería.
– ¿No te das cuenta de que ya eres una niña pequeña preguntando cosas sin control? Eres joven hasta entre los tuyos, pues no debes de superar el cuarto de siglo y mis dudas tengo de que tan siquiera llegues a él. Si ya muchos de los sénex de entre los tuyos te consideran apenas una niña algo crecida, muy pueril, ¿qué te hace pensar que alguien como yo, de quien sabes con total seguridad que ha vivido mucho más que tú, no va a establecer la similitud entre la curiosidad infantil y la tuya? Lo tuyo es un gran contraste: acciones de niña en cuerpo de mujer joven y desarrollada; pensamientos seguramente maduros frente a pensamientos no tanto. Eres una dualidad de la que no se puede arrancar la parte infantil, Éabann, así que no te esfuerces en negarla ni en rechazar admitir lo que es: tú misma. Eres una niña pequeña, y también eres una adulta. – respondí, mirándola mientras se apoyaba con la mejilla en mi hombro y estudiándola, apenas con un vistazo.
Cuerpo de mujer y mentalidad fresca de niña, que tenía algo de atrayente por su orgullo y por su curiosidad diferentes a las de los adultos e incluso a las de muchos niños a los que se obligaba a perder la niñez muy pronto. Carencia de inocencia y a la vez ingenuidad en sus acciones y en su comportamiento... Todos sus rasgos se podían enunciar de manera dual, y bastaba un simple vistazo para llegar a esa conclusión que, quizá, ni siquiera sus más allegados habrían sabido poner en palabras.
La mirada en sus ojos continuó fija, al igual que la sujeción en la que con el rato iba sintiéndose cada vez menos incómoda. Todo era cuestión de que se relajara para que dejara de serle molesta aquella suerte de abrazo en el que estaba atrapada contra mi pecho, el mejor lugar en el que podía considerarse presa de todos los que pudieran ocurrírsele sin duda alguna porque ninguno de ellos me incluía a mí...
– Entre nosotros no solemos preguntarnos la edad, a no ser que sea en situaciones extrañas y que se consideren excepciones a la regla. No necesitamos preguntarla para saberla o, al menos, intuirla, y nos basta una mirada para saber si un vampiro es viejo o no, al margen del cuerpo con el que fue convertido. Hay algunos recién convertidos con apariencia de ancianos, y también hay algunos con apariencia de adolescentes que fácilmente superan el medio milenio de antigüedad: todo depende de cada uno y de sus propias circunstancias personales. No voy a decirte mi edad, no porque sea de mala educación o de buena educación, sino más bien porque tengo curiosidad por ver cuántos años me echas a pesar de mi cuerpo relativamente juvenil. – le dije, pasando la mirada de sus ojos a mi propio cuerpo para corroborar mis palabras y para que viera que hasta yo sabía que podía aparentar juventud, de una manera tal, de hecho, que aunque ni siquiera recordara a qué edad humana me habían convertido sí sabía que había sido alrededor de los veinticinco años, tampoco mucho más. Era en aquel momento en el que había descendido de tocar la cúspide de la gloria más brillante y absoluta para un espartano, y era en aquel momento en el que había probado la inmortalidad para no dejarla nunca más... Qué tiempos aquellos.
– Y sí, Escipión es un nombre latino. Publio Cornelio Escipión fue un general latino que, entre otras cosas, derrotó a Aníbal, un general cartaginés que le había estado haciendo la vida complicada al Imperio hasta ese momento, hace ya mucho tiempo en cualquier medida que apliques. Y respecto a lo que les he hecho, piensa simplemente que se han topado con algo que les ha provocado más que lo que son capaces de soportar, que tampoco es mucho en vista de que son humanos y, además y para colmo, bastante débiles. No pretendas que un buen mago te revele todos sus trucos de primeras, Éabann, porque si lo haces acabarás dándote con un buen canto en los dientes cuando no consigas saber lo que quieres saber. – le dije, encogiéndome de hombros y sin dar más detalles respecto a nada, ni siquiera respecto a que yo había conocido al Escipión que se llevaba la fama y que por eso me había puesto su nombre como si fuera mío, porque sabía exactamente que él y yo nos parecíamos más de lo que podía pensarse a simple vista, no sólo en lo buenos generales que habíamos sido sino también en otros aspectos más... personales, el ingenio entre otras cosas.
Volví a dirigir la mirada hacia ella, que por no haber hecho las preguntas adecuadas o, al menos, de la manera adecuada, se había quedado sólo con una parte de la verdad en lugar de, en un alarde de suerte, haberla conocido entera como quizá podía haber sido de haberme pillado del humor suficiente. Agaché la cabeza en dirección a sus labios, de nuevo, y volví a detenerme en aquel movimiento para que sólo la cercanía perdurara mientras esperaba, con todo el tiempo del mundo, que ella dijera algo.
Aún así, la situación no era exactamente igual. El maestro en el arte no solía ser tan retorcido y poco sincero con el alumno (y con todo el mundo, que tampoco es que el alumno fuera tan especial o algo así), además de querer probarlo tanto y de tantas maneras, literales o no, como lo hacía yo. El alumno no era tan orgulloso como ella, y tampoco atrapaba el interés y la atención del maestro tanto como Éabann lo hacía conmigo, quizá en parte por el hecho de que siendo mujer lo tenía mucho más fácil que cualquier hombre para conseguirlo porque, a diferencia de otros muchos vampiros e incluso humanos que conocía yo sólo me sentía atraído por mujeres. ¿Qué tenían los hombres de atractivo cuando no había ninguno más atractivo y atrayente que yo? Era inútil, pues la competencia contra mí incluso para mi propio gusto quedaba descartada.
Las mujeres, sin embargo, tenían algo diferente: algo que lograba atraerme pese a todo y algo que en su día había hecho que me fijara en Éabann por su cuerpo antes que por su sangre, acarreando ese interés consigo todo lo que había conseguido: la marca, matar a su familia, beber de ella y habernos reencontrado allí. Ella no sabía que yo era el vampiro que poblaba sus pesadillas desde entonces ni tampoco que yo había sido quien, para quitar estorbos de en medio, había matado a sus allegados, pero aún así sabía de sobra que aunque se enterara volvería a mí.
Cualquier persona a quien le arrebataran alguien importante probablemente odiaría a quien había cometido semejante acción, y cualquier persona estaría en su derecho (según las absurdas normas sociales) de incluso tomar represalias contra ese asesino que había hecho lo que había hecho. De esa generalización sólo escapaba cualquier persona a quien yo hubiera arrebatado un familiar o alguien cercano, en aquel caso Éabann, precisamente porque soy yo de quien se está hablando, y más racionalmente porque no dejaba a las víctimas solas, sino que las observaba, las vigilaba y las seguía para no perderlas de vista; tendía redes hacia mi persona que hacían que la conexión sucediera y fuera automática, y cuando dicha conexión tenía lugar por mucho que pasara e incluso por mucho que llegara a conocer mi identidad como asesino, no podría ser capaz de alejarse de mí mucho tiempo.
Todo el mundo volvía a lo que le atraía, por muy doloroso que fuera; todo el mundo se sentía atraído por los vampiros, que ejercíamos un embrujo inevitable sobre nuestras víctimas potenciales; todo el mundo nos odiaba y nos amaba al mismo tiempo, y aunque en muchas cosas sí lo fuera Éabann no era una excepción respecto a ese tema. Su propio cuerpo y sus gestos automáticos revelaban aquella atracción, aquel éxito de la red que había tenido hacia ella y que la había acercado a mí más de lo que probablemente ella se imaginara, pues con toda seguridad aunque quisiera alejarse no podría, y sólo su orgullo impediría que no tomara represalias por anhelar lo que sólo yo podía darle, y lo que ella deseaba de mí que era, aparte de mi contacto y de mis palabras, de saber más de mí, todo yo. Ella me deseaba, de una manera similar a cómo la deseaba yo aunque sin el factor de que de ella podía alimentarme físicamente mientras ella de mí sólo intelectualmente.
Aquella suerte de alimento mutuo no se rompería aunque se enterara de ciertas cosas que, por otro lado, no iba a contarle, a no ser que ella se pusiera pesara y a mí se me cruzara el cable lo suficiente como para hacerlo. Aquella suerte de relación tampoco se quebraría por muchas medias verdades en vez de verdades enteras que dijera, y si no se había partido hasta aquel momento, no lo haría ya. La red, de nuevo, estaba tan bien tejida y extendida sobre ella que su movimiento era inexorable e inevitable: ya no podría salir de mis garras, y ni aunque quisiera lo haría... aunque los dos supiéramos que, en el fondo, no quería.
– ¿No te das cuenta de que ya eres una niña pequeña preguntando cosas sin control? Eres joven hasta entre los tuyos, pues no debes de superar el cuarto de siglo y mis dudas tengo de que tan siquiera llegues a él. Si ya muchos de los sénex de entre los tuyos te consideran apenas una niña algo crecida, muy pueril, ¿qué te hace pensar que alguien como yo, de quien sabes con total seguridad que ha vivido mucho más que tú, no va a establecer la similitud entre la curiosidad infantil y la tuya? Lo tuyo es un gran contraste: acciones de niña en cuerpo de mujer joven y desarrollada; pensamientos seguramente maduros frente a pensamientos no tanto. Eres una dualidad de la que no se puede arrancar la parte infantil, Éabann, así que no te esfuerces en negarla ni en rechazar admitir lo que es: tú misma. Eres una niña pequeña, y también eres una adulta. – respondí, mirándola mientras se apoyaba con la mejilla en mi hombro y estudiándola, apenas con un vistazo.
Cuerpo de mujer y mentalidad fresca de niña, que tenía algo de atrayente por su orgullo y por su curiosidad diferentes a las de los adultos e incluso a las de muchos niños a los que se obligaba a perder la niñez muy pronto. Carencia de inocencia y a la vez ingenuidad en sus acciones y en su comportamiento... Todos sus rasgos se podían enunciar de manera dual, y bastaba un simple vistazo para llegar a esa conclusión que, quizá, ni siquiera sus más allegados habrían sabido poner en palabras.
La mirada en sus ojos continuó fija, al igual que la sujeción en la que con el rato iba sintiéndose cada vez menos incómoda. Todo era cuestión de que se relajara para que dejara de serle molesta aquella suerte de abrazo en el que estaba atrapada contra mi pecho, el mejor lugar en el que podía considerarse presa de todos los que pudieran ocurrírsele sin duda alguna porque ninguno de ellos me incluía a mí...
– Entre nosotros no solemos preguntarnos la edad, a no ser que sea en situaciones extrañas y que se consideren excepciones a la regla. No necesitamos preguntarla para saberla o, al menos, intuirla, y nos basta una mirada para saber si un vampiro es viejo o no, al margen del cuerpo con el que fue convertido. Hay algunos recién convertidos con apariencia de ancianos, y también hay algunos con apariencia de adolescentes que fácilmente superan el medio milenio de antigüedad: todo depende de cada uno y de sus propias circunstancias personales. No voy a decirte mi edad, no porque sea de mala educación o de buena educación, sino más bien porque tengo curiosidad por ver cuántos años me echas a pesar de mi cuerpo relativamente juvenil. – le dije, pasando la mirada de sus ojos a mi propio cuerpo para corroborar mis palabras y para que viera que hasta yo sabía que podía aparentar juventud, de una manera tal, de hecho, que aunque ni siquiera recordara a qué edad humana me habían convertido sí sabía que había sido alrededor de los veinticinco años, tampoco mucho más. Era en aquel momento en el que había descendido de tocar la cúspide de la gloria más brillante y absoluta para un espartano, y era en aquel momento en el que había probado la inmortalidad para no dejarla nunca más... Qué tiempos aquellos.
– Y sí, Escipión es un nombre latino. Publio Cornelio Escipión fue un general latino que, entre otras cosas, derrotó a Aníbal, un general cartaginés que le había estado haciendo la vida complicada al Imperio hasta ese momento, hace ya mucho tiempo en cualquier medida que apliques. Y respecto a lo que les he hecho, piensa simplemente que se han topado con algo que les ha provocado más que lo que son capaces de soportar, que tampoco es mucho en vista de que son humanos y, además y para colmo, bastante débiles. No pretendas que un buen mago te revele todos sus trucos de primeras, Éabann, porque si lo haces acabarás dándote con un buen canto en los dientes cuando no consigas saber lo que quieres saber. – le dije, encogiéndome de hombros y sin dar más detalles respecto a nada, ni siquiera respecto a que yo había conocido al Escipión que se llevaba la fama y que por eso me había puesto su nombre como si fuera mío, porque sabía exactamente que él y yo nos parecíamos más de lo que podía pensarse a simple vista, no sólo en lo buenos generales que habíamos sido sino también en otros aspectos más... personales, el ingenio entre otras cosas.
Volví a dirigir la mirada hacia ella, que por no haber hecho las preguntas adecuadas o, al menos, de la manera adecuada, se había quedado sólo con una parte de la verdad en lugar de, en un alarde de suerte, haberla conocido entera como quizá podía haber sido de haberme pillado del humor suficiente. Agaché la cabeza en dirección a sus labios, de nuevo, y volví a detenerme en aquel movimiento para que sólo la cercanía perdurara mientras esperaba, con todo el tiempo del mundo, que ella dijera algo.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
La gitana arrugó brevemente la nariz, un gesto que era más un mohín que un gesto de desagrado. Se reconocía joven, pero los acontecimientos por los que había ido pasando su vida le habían dado la sensación de que le hacía madurar con rapidez. Que él le dijera lo contrario en cierta forma le hacía pensar, una vez más. Pensar en si todas sus impresiones no eran más que producto de su imaginación o si en realidad aquel vampiro le conocía tan bien en apenas unos minutos o una hora. ¿Cuánto tiempo había pasado? No estaba segura. El tiempo de nuevo, ese que marcaba cada uno de sus movimientos y acciones en cierta manera. Alzó el rostro hacia el cielo que ya estaba completamente negro y donde las estrellas brillaban con suavidad cubiertas en parte por alguna que otra nube que se deslizaba ocultándolas a la vista de aquellos que se encontraban en París a esas horas. Fue un gesto sutil, más pensativo que consciente como consecuencia de una encadenación de pensamientos que no tenían un hilo directo, sino que se desviaban en su camino.
Como desviación fue el que le mirara a los labios cuando la mirada volvió al callejón en vez de a los ojos, apenas unos segundos antes de parpadear repentinamente y alzar la mirada hacia los ojos del vampiro como si de esa manera pudiera centrarse más en sus palabras. No estaba despistada, no, había sido en un momento en el que él había callado y en el que Éabann había notado cómo su mente se iba durante esos instantes para intentar resolver esa cuestión. La preocupaba, en parte, ser considerada como una niña puesto que significaba que aún no había madurado lo suficiente, en cambio, por otra, no le disgustaba la idea. Los niños eran más libres que los adultos, podían ir y venir, podían preguntar y esperar una respuesta, podían ser curiosos y en cierta forma rebeldes, podían presionar hasta el límite y salir más o menos victoriosos siempre y cuando tuvieran cuidado de no tensar la cuerda hasta el punto de romperla. Éabann echaba en cierta manera de menos aquella infancia que había sido truncada, aquella inocencia y aquella sensación de seguridad que había desaparecido.
La seguridad, sí, esa seguridad que había ido construyendo y que de repente había vuelto a ser destruida como si nada por el ser que la tenía sujeta contra su pecho. En su mente no pudo evitar en la distancia abismal que había en dos gestos tan parecidos y a la vez tan diferentes: la seguridad que le proporcionaba estar en el regazo de su padre cuando era pequeña, apoyada contra él, y el ligero nerviosismo que sentía en aquel momento. Aunque se relajara, y estaba lo más relajada que podía encontrarse en una situación como aquella, no llegaría a sentir ese atisbo de seguridad en el que uno puede ceder el control a otra persona sabiendo que esa persona no haría nada para perjudicarla, sino todo lo contrario. Hacía mucho que no sentía aquello, que no se dejaba la libertad suficiente como para confiar de una manera tan ciega. Siempre había algo que le impedía, algo que se encontraba en el fondo de su mente y que de repente podía saltar haciéndole que todas las alarmas se dispararan.
De un plumazo alejó lo que estaba pensando para concentrarse en sus palabras porque eran mucho más interesantes y porque quería intentar investigar qué había de cierto y qué había de falso. Se lo estaba tomando como un reto, un reto en el que intentar desvelar entre todo el entramado la verdad o al menos los retazos de verdad que él pudiera dejar pasar. No había olvidado lo que había dicho antes y no lo olvidaría, tenía que estar lista y despierta, aunque costara. Y le costaba precisamente porque la sensación de su proximidad la dispersaba lo suficiente como para que la mente se le entumeciera y eso no podía ser. Sería tan fácil moverse un poquito, unos centímetros y probar una vez sus labios… Sí, era demasiado fácil, demasiado cerca, demasiado tentador. Respiró hondo, dejando una vez más que escapara con lentitud de sus labios esperando de esa manera tranquilizarse, de momento tenía que pensar, después ya vería qué hacer.
Hablaba sobre asuntos que le interesaban, sobre el tal Escipión y antes sobre la edad. Intentó rememorar todo lo sabía sobre ambos hechos, sobre la antigüedad de los vampiros y sobre Roma. Había escuchado algo, algo de un tal Aníbal que había cruzado los Alpes con elefantes. Intentó recordar todo lo que sabía sobre ese hecho, que no era mucho puesto que no era una estudiosa del tema y que solo lo había leído porque le había parecido curioso e interesante. La historia lo era, lo mismo que los libros de viajes sobre lugares exóticos que había en la biblioteca de la casa de Londres. Ambos habían sido sus puntos de referencia en cuanto a lectura y había leído todo lo que había podido sobre ello. En los años que había aprendido a leer al principio le costaba demasiado hacerlo, pero lentamente había conseguido una fluidez que le permitía hacerlo lo suficientemente bien como para no tardar días con el libro más fino. El problema es que no había tenido la posibilidad de seguir con ese entrenamiento tan fundamental en una educación que era, cuando menos, precaria aunque más de lo que podían decir muchas mujeres de la época y más de su condición social. Era algo que tenía que agradecer.
— Es cierto, para ti no soy más que una niña en comparación a la edad que debes de tener por muy joven que parezca. Sí, sabía que la edad física no significa la edad real, al menos así lo había escuchado. Mi abuela decía que mirara en los ojos aunque no tenía que fijarme demasiado porque podíais controlarnos con una simple mirada, podríais hacer todo lo que quisierais aunque tengo la sensación de que no lo necesitáis en realidad y que son solo cuentos para intentar comprender un poco más por qué algunas personas se comportan como se comportan.—se quedó pensativa, mirándole, observando cada uno de sus rasgos intentando ver más allá de esa apariencia juvenil y atractiva, de esos ojos claros y de su cabello, de la altura o de la fuerza que demostraba, de un cuerpo que estaba claro que había sido adecuado en el ejercicio constante.
No había sido en vida una persona sedentaria, sino alguien que se había movido y sus movimientos naturales, hablaban de alguien que había estado acostumbrado a postrar a gente a su alrededor. Era majestuoso, sí, esa era la palabra, y regio. No es que hubiera visto muchos reyes en su vida, pero sí había visto a bastantes nobles y el vampiro que la sujetaba tenía ese aura característica que le hacía separarse en parte de la gente que tenía a su alrededor —o debajo de él en consideración—. Éabann se sentía como una niña que le ponían delante un acertijo que tenía que desvelar en un tiempo, un tiempo que transcurría, que no era mucho y que podría provocar distintas reacciones.
— ¿Edad? Desde luego muchos, es más, para mí serías un anciano por mucho que parezcas un hombre joven. No sé cuántas vidas has vivido, pero tus ojos son fríos y tu cuerpo es como si fuera de roca, como si fuera mármol. Ambas cosas me dicen que llevas muchas vidas viviendo, muchos siglos. La elección de tu nombre, Escipión, puede indicar que eres de esa época o que viviste en ella. Podrías haberme dicho otro nombre, pero has elegido ese. No había recordado hasta ahora… hasta que has dicho todo lo demás. —sí, había sido como si de repente todas las piezas encajaran, no sobre el vampiro, pero sí sobre de qué le sonaba ese nombre. Miró una vez más a los hombres, no había sido una respuesta que le satisfacía, pero tampoco podría pensar que le iba a decir todo de golpe y porrazo. — No esperaba que lo hicieras pero tenía que preguntar, llámalo curiosidad o simple cuestión de supervivencia. Sé que si intento salir de aquí, podrías hacerme lo mismo que les has hecho a ellos sin siquiera moverte del sitio, ni tensarte, solo mirándoles. Te puedo asegurar que no me hace mucha gracia la posibilidad de terminar inconsciente y tirada en el suelo.
Un sueldo que tendría más suciedad que otra cosa. No, Éabann no era una mujer que se asustara por un poco de suciedad, pero tampoco la iba buscando si podía evitarlo. Se movió entonces, apenas unos segundos y se detuvo a apenas unos milímetros de sus labios. Fue un gesto más instintivo que racional, como excusa se puso que de esa manera podría mirarle mucho mejor a los ojos.
— Y por cierto, Roma no era un Imperio cuando Escipión y Aníbal se enfrentaron, era una República.—ahí estaba parte de lo que le chirriaba de la explicación que le había dado, era una tontería, algo completamente sutil, pero había salido de sus labios sin siquiera pensar.
Como desviación fue el que le mirara a los labios cuando la mirada volvió al callejón en vez de a los ojos, apenas unos segundos antes de parpadear repentinamente y alzar la mirada hacia los ojos del vampiro como si de esa manera pudiera centrarse más en sus palabras. No estaba despistada, no, había sido en un momento en el que él había callado y en el que Éabann había notado cómo su mente se iba durante esos instantes para intentar resolver esa cuestión. La preocupaba, en parte, ser considerada como una niña puesto que significaba que aún no había madurado lo suficiente, en cambio, por otra, no le disgustaba la idea. Los niños eran más libres que los adultos, podían ir y venir, podían preguntar y esperar una respuesta, podían ser curiosos y en cierta forma rebeldes, podían presionar hasta el límite y salir más o menos victoriosos siempre y cuando tuvieran cuidado de no tensar la cuerda hasta el punto de romperla. Éabann echaba en cierta manera de menos aquella infancia que había sido truncada, aquella inocencia y aquella sensación de seguridad que había desaparecido.
La seguridad, sí, esa seguridad que había ido construyendo y que de repente había vuelto a ser destruida como si nada por el ser que la tenía sujeta contra su pecho. En su mente no pudo evitar en la distancia abismal que había en dos gestos tan parecidos y a la vez tan diferentes: la seguridad que le proporcionaba estar en el regazo de su padre cuando era pequeña, apoyada contra él, y el ligero nerviosismo que sentía en aquel momento. Aunque se relajara, y estaba lo más relajada que podía encontrarse en una situación como aquella, no llegaría a sentir ese atisbo de seguridad en el que uno puede ceder el control a otra persona sabiendo que esa persona no haría nada para perjudicarla, sino todo lo contrario. Hacía mucho que no sentía aquello, que no se dejaba la libertad suficiente como para confiar de una manera tan ciega. Siempre había algo que le impedía, algo que se encontraba en el fondo de su mente y que de repente podía saltar haciéndole que todas las alarmas se dispararan.
De un plumazo alejó lo que estaba pensando para concentrarse en sus palabras porque eran mucho más interesantes y porque quería intentar investigar qué había de cierto y qué había de falso. Se lo estaba tomando como un reto, un reto en el que intentar desvelar entre todo el entramado la verdad o al menos los retazos de verdad que él pudiera dejar pasar. No había olvidado lo que había dicho antes y no lo olvidaría, tenía que estar lista y despierta, aunque costara. Y le costaba precisamente porque la sensación de su proximidad la dispersaba lo suficiente como para que la mente se le entumeciera y eso no podía ser. Sería tan fácil moverse un poquito, unos centímetros y probar una vez sus labios… Sí, era demasiado fácil, demasiado cerca, demasiado tentador. Respiró hondo, dejando una vez más que escapara con lentitud de sus labios esperando de esa manera tranquilizarse, de momento tenía que pensar, después ya vería qué hacer.
Hablaba sobre asuntos que le interesaban, sobre el tal Escipión y antes sobre la edad. Intentó rememorar todo lo sabía sobre ambos hechos, sobre la antigüedad de los vampiros y sobre Roma. Había escuchado algo, algo de un tal Aníbal que había cruzado los Alpes con elefantes. Intentó recordar todo lo que sabía sobre ese hecho, que no era mucho puesto que no era una estudiosa del tema y que solo lo había leído porque le había parecido curioso e interesante. La historia lo era, lo mismo que los libros de viajes sobre lugares exóticos que había en la biblioteca de la casa de Londres. Ambos habían sido sus puntos de referencia en cuanto a lectura y había leído todo lo que había podido sobre ello. En los años que había aprendido a leer al principio le costaba demasiado hacerlo, pero lentamente había conseguido una fluidez que le permitía hacerlo lo suficientemente bien como para no tardar días con el libro más fino. El problema es que no había tenido la posibilidad de seguir con ese entrenamiento tan fundamental en una educación que era, cuando menos, precaria aunque más de lo que podían decir muchas mujeres de la época y más de su condición social. Era algo que tenía que agradecer.
— Es cierto, para ti no soy más que una niña en comparación a la edad que debes de tener por muy joven que parezca. Sí, sabía que la edad física no significa la edad real, al menos así lo había escuchado. Mi abuela decía que mirara en los ojos aunque no tenía que fijarme demasiado porque podíais controlarnos con una simple mirada, podríais hacer todo lo que quisierais aunque tengo la sensación de que no lo necesitáis en realidad y que son solo cuentos para intentar comprender un poco más por qué algunas personas se comportan como se comportan.—se quedó pensativa, mirándole, observando cada uno de sus rasgos intentando ver más allá de esa apariencia juvenil y atractiva, de esos ojos claros y de su cabello, de la altura o de la fuerza que demostraba, de un cuerpo que estaba claro que había sido adecuado en el ejercicio constante.
No había sido en vida una persona sedentaria, sino alguien que se había movido y sus movimientos naturales, hablaban de alguien que había estado acostumbrado a postrar a gente a su alrededor. Era majestuoso, sí, esa era la palabra, y regio. No es que hubiera visto muchos reyes en su vida, pero sí había visto a bastantes nobles y el vampiro que la sujetaba tenía ese aura característica que le hacía separarse en parte de la gente que tenía a su alrededor —o debajo de él en consideración—. Éabann se sentía como una niña que le ponían delante un acertijo que tenía que desvelar en un tiempo, un tiempo que transcurría, que no era mucho y que podría provocar distintas reacciones.
— ¿Edad? Desde luego muchos, es más, para mí serías un anciano por mucho que parezcas un hombre joven. No sé cuántas vidas has vivido, pero tus ojos son fríos y tu cuerpo es como si fuera de roca, como si fuera mármol. Ambas cosas me dicen que llevas muchas vidas viviendo, muchos siglos. La elección de tu nombre, Escipión, puede indicar que eres de esa época o que viviste en ella. Podrías haberme dicho otro nombre, pero has elegido ese. No había recordado hasta ahora… hasta que has dicho todo lo demás. —sí, había sido como si de repente todas las piezas encajaran, no sobre el vampiro, pero sí sobre de qué le sonaba ese nombre. Miró una vez más a los hombres, no había sido una respuesta que le satisfacía, pero tampoco podría pensar que le iba a decir todo de golpe y porrazo. — No esperaba que lo hicieras pero tenía que preguntar, llámalo curiosidad o simple cuestión de supervivencia. Sé que si intento salir de aquí, podrías hacerme lo mismo que les has hecho a ellos sin siquiera moverte del sitio, ni tensarte, solo mirándoles. Te puedo asegurar que no me hace mucha gracia la posibilidad de terminar inconsciente y tirada en el suelo.
Un sueldo que tendría más suciedad que otra cosa. No, Éabann no era una mujer que se asustara por un poco de suciedad, pero tampoco la iba buscando si podía evitarlo. Se movió entonces, apenas unos segundos y se detuvo a apenas unos milímetros de sus labios. Fue un gesto más instintivo que racional, como excusa se puso que de esa manera podría mirarle mucho mejor a los ojos.
— Y por cierto, Roma no era un Imperio cuando Escipión y Aníbal se enfrentaron, era una República.—ahí estaba parte de lo que le chirriaba de la explicación que le había dado, era una tontería, algo completamente sutil, pero había salido de sus labios sin siquiera pensar.
Éabann G. Dargaard- Gitano
- Mensajes : 205
Fecha de inscripción : 09/05/2011
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Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Los rumores que corrían sobre nosotros eran perfectamente justificables por nuestra esencia y por nuestros rasgos propios de depredadores que nos daban superioridad contra las presas que cazábamos. Además, se daba la característica de que el ser humano siempre tiende a mitificar algo que no comprende del todo y algo que se muestra, ante ellos, como un misterio (un misterio necesario en nuestro caso, necesario por el carácter cerrado y relativamente secreto de la existencia de seres como los vampiros y, en mi opinión, totalmente sobrevalorado porque todos deberían saber que había seres superiores a ellos, pero en fin...): exactamente lo que había pasado con nosotros. Si juntabas nuestras capacidades sobrehumanas, nuestro encanto superior y todos los detalles que nos hacían atractivos a su vista lograbas mitificarnos, convirtiendo en rumores y en habladurías cosas que eran, a la vez, verdad y no.
Sabía de vampiros que encandilaban con la mirada y que poseían la habilidad de persuadir y de seducir a sus víctimas de manera artificial, algo que yo conseguía con los que me rodeaban de una manera absolutamente natural y ya no premeditada. En vida podía haber sido así para conseguir mejor mis objetivos, pero había llegado a un punto en el que lo premeditado anteriormente se había convertido en algo natural y sin planear en absoluto, por lo que no necesitaba poseer una habilidad sobrehumana para ser capaz de hechizar con mis palabras, acciones, gestos y miradas. Para mí, era una manera de compensar la carencia de encanto natural personal con una habilidad que había venido con la edad y, sobre todo, con el cruce de la humanidad al vampirismo, pues lo había visto en varios compañeros míos.
¿Para qué querer poseer una habilidad como esa cuando se podía causar dolor por medio de la mente o se podía, incluso, alterar la realidad efectivamente para conseguir que ciertas humanas morenas no pudieran identificar a un asesino con un vampiro sensual que, en realidad, eran ambas caras de una moneda más complicada de entender que simplemente eso? Era inútil, y quien se conformaba con eso carecía de ambición suficiente como para poder llegar a ser algo en la vida como vampiro y, sobre todo, como ser, ya fuera humano o alguien que sólo se parecía a mí en la denominación y en la nomenclatura porque, en lo demás, no había más similitudes que me igualaran con seres que eran obviamente inferiores a mí, y aquella inferioridad era claramente visible se mirara por donde se mirara y se pusieran bajo la lupa de comparación los aspectos de uno y otro que se quisieran elegir, aleatoriamente incluso.
Incluso Éabann, que en ciertas cosas podía pecar de niña inocente que en el fondo era y no era a la vez, no era la excepción a una norma general de comportamiento muy presente en todos los seres: se creían superiores a sus capacidades. No debía sorprenderme, y de hecho no lo hacía del todo al margen de arrancarme una sonrisa condescendiente, su última corrección tras tocar en sus intervenciones de su parte de la conversación los temas como mi edad, situándome alrededor de la época de Roma (ni tan mal para alguien cuya educación probablemente no había sido muy depurada y tampoco tenía por qué saber mi auténtica edad, sobre todo porque yo no se lo había dicho) y otros como que la opción de huir de mí quedaba totalmente descartada porque podría acabar con las posaderas, aparte de otras cosas, en el suelo. No, de verdad, yo era algo más delicado que eso... ¿Acaso pensaba que me gustaba la comida sucia de la mugre humana del suelo? Que uno era depredador con muchos siglos de experiencia, sí, pero aún lograba ser diferente de muchos de nosotros en mi especial afán por mantener el recipiente en el que iba envuelta la comida limpio y de buen ver. Al fin y al cabo, y ya que si se escapaba demostraría que valía menos de lo que había pensado y por ende no importaría utilizarla de todas las maneras posibles, al menos disfrutaría del contenido tanto como del continente, y no era plan de que lo estropeara o lo manchara llegado el caso, que por su bien esperaba que no llegara y, por mi bien... me resultaba totalmente indiferente, quizá con una ligera tendencia a querer que siguiera viva por razones puramente prácticas: si moría, adiós a mi aperitivo de sangre tan deliciosa como la suya y adiós a aquel rato que llevaba tejiendo mi red de influencia sobre ella.
– Quizá no tengas razón en lo que has dicho, a pesar de tu razonamiento. También podía haberte dicho que me llamaba Galileo, y no por ello pertenecer a su época, o también podía haberte dicho que mi nombre era Abderramán, como el califa de la antigua Al-Ándalus, y por ello tampoco pertenecer a dicha época. ¿Tiene algo que ver la elección totalmente no premeditada de un nombre para centrarme en una época? Escipión es una figura histórica que, si se investiga, y esto está al alcance de cualquiera con un cierto nivel de educación, se puede conocer, y por tanto también se puede adoptar como figura a la que se admira y se respeta. Otro consejo por mi parte es que no te fíes de lo que te diga la lógica, así como tampoco de lo que te dice la razón. El mundo no es ordenado, lógico y racional, sino que es aleatorio, ilógico y caótico. No domina lo que puedes pensar y comprender de una manera que se aleje de lo animal, sino precisamente esto último. Y todo porque los humanos os esforzáis en reprimir esa parte de vosotros que, sin embargo, con semejante represión no hace sino guiar vuestras acciones con más fuerza. – dije, y me faltó decir un y así os va que, sin embargo, no dije porque aunque supiera que era verdad y era culpa única y exclusiva del ser humanos todas las desgracias que les pasaban, tampoco era cuestión de decir a Éabann eso mismo cuando, probablemente, aún luchara en su interior por separar los instintos de la razón.
Siempre me había parecido un intento burdo tratar de elevar al hombre de entre sus iguales animales. No era superior a ellos, así como tampoco era un ser dominante del mundo, pues tenía que venir un ser efectivamente superior a ellos para enseñarles que, a fin de cuentas, su reinado no era nada aparte de algo permitido como apariencia por seres que, en algunos aspectos, se parecían a mí. Su lucha contra sus instintos en un intento de negarlos sólo conseguía reafirmarlos con mayor fuerza que la que habían tenido hasta ese momento, también bastante importante, y por eso era hasta gracioso ver cómo al tratar de negar cierta parte de ellos mismos lograban exactamente lo contrario a lo que pretendían: una contradicción que sólo los humanos podían llevar a cabo.
No olvidaba que yo partía de uno de ellos, aunque sí que recordaba también que incluso siendo humano había sido superior. La diferencia radicaba en el tiempo y en la evolución, pues no sólo el poder vampírico daba fuerza a los inmortales, sino también el paso del tiempo y las experiencias que éste traía consigo en cada momento, pues a fin de cuentas hacía evolucionar para llevar a acto todas las posibles potencias que radican dentro del cuerpo humano. Los vampiros gozábamos de oportunidades de las que ellos carecían, y por eso éramos superiores, aparte de porque algunos simplemente lo éramos y no había que preguntarse mucho más al respecto.
– No te tiraría al suelo, por cierto. No creo que lo sintieras aunque lo hiciera, porque si llegaras a escapar podrías muy fácilmente considerarte mujer muerta, pero aún así sabes que soy un depredador y, además, uno al que le gusta bastante jugar con todo lo que se encuentra por delante, así que deberías imaginarte que no todo sería fácil y rápido, sino que más bien sería al contrario. O quizá no. Depende de cómo sea la situación, mi humor en ese preciso instante y tu comportamiento exacto a la hora de huir de este abrazo del que, admítelo, ni siquiera quieres irte. – añadí, con una sonrisa taimada mientras la miraba a los ojos, acortando cada vez más aquella distancia que había entre nosotros y que ella se había esforzado en acortar aún más instintivamente, por fin haciendo caso a sus instintos, hasta que me detuve con sus labios rozando los míos.
La mirada, en aquel momento, estaba clavada en la suya y se tornó fría y académica: exactamente igual que la de mis antiguos maestros cuando yo apenas era un niño y me obligaron a aprender a leer y escribir en griego antiguo, básico aunque no demasiado importante en una polis como lo era Esparta.
– Qué daño ha hecho la historiografía romana a pobres mentes manipulables y que no combinan sus lecturas con un estudio en profundidad, de verdad... Roma era un imperio, aún entonces. Un imperio colonial, un imperio transmarino que en la organización administrativa podía carecer de las instituciones adecuadas pero cuya sociedad era ya aristocrática y prácticamente igual a la posterior. Aunque nominalmente se considere res publica, Roma nunca ha poseído una auténtica república, al menos no como los que teorizan sobre el Estado han llegado a decir. Lo de Roma fue un imperio que mutó con el tiempo hasta despojarse de las medias tintas que ocultaban la realidad de un poder cada vez más centralizado y jerarquizado, nada más. Todo eso está obviamente oculto por los historiadores posteriores que querían mantener la imagen de aparente república por su odio hacia los sistemas monárquicos y tiránicos griegos, pero la realidad es bien diferente. Todo eso se puede descubrir leyendo entre líneas sus obras. – expliqué, con aire de quien sabía de lo que hablaba (básicamente porque lo hacía) y mirándola medio de reojo, casi bostezando por la clase de historia que acababa de pegarme yo solo frente a alguien que, quizá, no se había sumergido tanto en los entresijos de la historia y de su transmisión como lo había hecho yo, aunque también porque yo lo había vivido en primera persona tras abandonar, de una vez y para siempre antes de su destrucción, Esparta.
El movimiento de mis labios contra los suyos había hecho de la lección improvisada algo mucho más sensual y tentador que lo que era en sí, y mi objetivo era, al mantener la distancia e incluso delinear su labio inferior con la lengua, tentarla. Había visto cómo un cierto resquicio de instinto en vez de razón quería salir, pero quería ver más: quería que liberara a la auténtica Éabann porque entonces sería cuando se desinhibiría totalmente y cuando mostrara a la ella que convivía con la racional que, hasta entonces, había luchado en la batalla por el control de su cuerpo pero que a partir de ese momento llevaba, aún más que antes, las de perder... y habla un experto en batallas.
Sabía de vampiros que encandilaban con la mirada y que poseían la habilidad de persuadir y de seducir a sus víctimas de manera artificial, algo que yo conseguía con los que me rodeaban de una manera absolutamente natural y ya no premeditada. En vida podía haber sido así para conseguir mejor mis objetivos, pero había llegado a un punto en el que lo premeditado anteriormente se había convertido en algo natural y sin planear en absoluto, por lo que no necesitaba poseer una habilidad sobrehumana para ser capaz de hechizar con mis palabras, acciones, gestos y miradas. Para mí, era una manera de compensar la carencia de encanto natural personal con una habilidad que había venido con la edad y, sobre todo, con el cruce de la humanidad al vampirismo, pues lo había visto en varios compañeros míos.
¿Para qué querer poseer una habilidad como esa cuando se podía causar dolor por medio de la mente o se podía, incluso, alterar la realidad efectivamente para conseguir que ciertas humanas morenas no pudieran identificar a un asesino con un vampiro sensual que, en realidad, eran ambas caras de una moneda más complicada de entender que simplemente eso? Era inútil, y quien se conformaba con eso carecía de ambición suficiente como para poder llegar a ser algo en la vida como vampiro y, sobre todo, como ser, ya fuera humano o alguien que sólo se parecía a mí en la denominación y en la nomenclatura porque, en lo demás, no había más similitudes que me igualaran con seres que eran obviamente inferiores a mí, y aquella inferioridad era claramente visible se mirara por donde se mirara y se pusieran bajo la lupa de comparación los aspectos de uno y otro que se quisieran elegir, aleatoriamente incluso.
Incluso Éabann, que en ciertas cosas podía pecar de niña inocente que en el fondo era y no era a la vez, no era la excepción a una norma general de comportamiento muy presente en todos los seres: se creían superiores a sus capacidades. No debía sorprenderme, y de hecho no lo hacía del todo al margen de arrancarme una sonrisa condescendiente, su última corrección tras tocar en sus intervenciones de su parte de la conversación los temas como mi edad, situándome alrededor de la época de Roma (ni tan mal para alguien cuya educación probablemente no había sido muy depurada y tampoco tenía por qué saber mi auténtica edad, sobre todo porque yo no se lo había dicho) y otros como que la opción de huir de mí quedaba totalmente descartada porque podría acabar con las posaderas, aparte de otras cosas, en el suelo. No, de verdad, yo era algo más delicado que eso... ¿Acaso pensaba que me gustaba la comida sucia de la mugre humana del suelo? Que uno era depredador con muchos siglos de experiencia, sí, pero aún lograba ser diferente de muchos de nosotros en mi especial afán por mantener el recipiente en el que iba envuelta la comida limpio y de buen ver. Al fin y al cabo, y ya que si se escapaba demostraría que valía menos de lo que había pensado y por ende no importaría utilizarla de todas las maneras posibles, al menos disfrutaría del contenido tanto como del continente, y no era plan de que lo estropeara o lo manchara llegado el caso, que por su bien esperaba que no llegara y, por mi bien... me resultaba totalmente indiferente, quizá con una ligera tendencia a querer que siguiera viva por razones puramente prácticas: si moría, adiós a mi aperitivo de sangre tan deliciosa como la suya y adiós a aquel rato que llevaba tejiendo mi red de influencia sobre ella.
– Quizá no tengas razón en lo que has dicho, a pesar de tu razonamiento. También podía haberte dicho que me llamaba Galileo, y no por ello pertenecer a su época, o también podía haberte dicho que mi nombre era Abderramán, como el califa de la antigua Al-Ándalus, y por ello tampoco pertenecer a dicha época. ¿Tiene algo que ver la elección totalmente no premeditada de un nombre para centrarme en una época? Escipión es una figura histórica que, si se investiga, y esto está al alcance de cualquiera con un cierto nivel de educación, se puede conocer, y por tanto también se puede adoptar como figura a la que se admira y se respeta. Otro consejo por mi parte es que no te fíes de lo que te diga la lógica, así como tampoco de lo que te dice la razón. El mundo no es ordenado, lógico y racional, sino que es aleatorio, ilógico y caótico. No domina lo que puedes pensar y comprender de una manera que se aleje de lo animal, sino precisamente esto último. Y todo porque los humanos os esforzáis en reprimir esa parte de vosotros que, sin embargo, con semejante represión no hace sino guiar vuestras acciones con más fuerza. – dije, y me faltó decir un y así os va que, sin embargo, no dije porque aunque supiera que era verdad y era culpa única y exclusiva del ser humanos todas las desgracias que les pasaban, tampoco era cuestión de decir a Éabann eso mismo cuando, probablemente, aún luchara en su interior por separar los instintos de la razón.
Siempre me había parecido un intento burdo tratar de elevar al hombre de entre sus iguales animales. No era superior a ellos, así como tampoco era un ser dominante del mundo, pues tenía que venir un ser efectivamente superior a ellos para enseñarles que, a fin de cuentas, su reinado no era nada aparte de algo permitido como apariencia por seres que, en algunos aspectos, se parecían a mí. Su lucha contra sus instintos en un intento de negarlos sólo conseguía reafirmarlos con mayor fuerza que la que habían tenido hasta ese momento, también bastante importante, y por eso era hasta gracioso ver cómo al tratar de negar cierta parte de ellos mismos lograban exactamente lo contrario a lo que pretendían: una contradicción que sólo los humanos podían llevar a cabo.
No olvidaba que yo partía de uno de ellos, aunque sí que recordaba también que incluso siendo humano había sido superior. La diferencia radicaba en el tiempo y en la evolución, pues no sólo el poder vampírico daba fuerza a los inmortales, sino también el paso del tiempo y las experiencias que éste traía consigo en cada momento, pues a fin de cuentas hacía evolucionar para llevar a acto todas las posibles potencias que radican dentro del cuerpo humano. Los vampiros gozábamos de oportunidades de las que ellos carecían, y por eso éramos superiores, aparte de porque algunos simplemente lo éramos y no había que preguntarse mucho más al respecto.
– No te tiraría al suelo, por cierto. No creo que lo sintieras aunque lo hiciera, porque si llegaras a escapar podrías muy fácilmente considerarte mujer muerta, pero aún así sabes que soy un depredador y, además, uno al que le gusta bastante jugar con todo lo que se encuentra por delante, así que deberías imaginarte que no todo sería fácil y rápido, sino que más bien sería al contrario. O quizá no. Depende de cómo sea la situación, mi humor en ese preciso instante y tu comportamiento exacto a la hora de huir de este abrazo del que, admítelo, ni siquiera quieres irte. – añadí, con una sonrisa taimada mientras la miraba a los ojos, acortando cada vez más aquella distancia que había entre nosotros y que ella se había esforzado en acortar aún más instintivamente, por fin haciendo caso a sus instintos, hasta que me detuve con sus labios rozando los míos.
La mirada, en aquel momento, estaba clavada en la suya y se tornó fría y académica: exactamente igual que la de mis antiguos maestros cuando yo apenas era un niño y me obligaron a aprender a leer y escribir en griego antiguo, básico aunque no demasiado importante en una polis como lo era Esparta.
– Qué daño ha hecho la historiografía romana a pobres mentes manipulables y que no combinan sus lecturas con un estudio en profundidad, de verdad... Roma era un imperio, aún entonces. Un imperio colonial, un imperio transmarino que en la organización administrativa podía carecer de las instituciones adecuadas pero cuya sociedad era ya aristocrática y prácticamente igual a la posterior. Aunque nominalmente se considere res publica, Roma nunca ha poseído una auténtica república, al menos no como los que teorizan sobre el Estado han llegado a decir. Lo de Roma fue un imperio que mutó con el tiempo hasta despojarse de las medias tintas que ocultaban la realidad de un poder cada vez más centralizado y jerarquizado, nada más. Todo eso está obviamente oculto por los historiadores posteriores que querían mantener la imagen de aparente república por su odio hacia los sistemas monárquicos y tiránicos griegos, pero la realidad es bien diferente. Todo eso se puede descubrir leyendo entre líneas sus obras. – expliqué, con aire de quien sabía de lo que hablaba (básicamente porque lo hacía) y mirándola medio de reojo, casi bostezando por la clase de historia que acababa de pegarme yo solo frente a alguien que, quizá, no se había sumergido tanto en los entresijos de la historia y de su transmisión como lo había hecho yo, aunque también porque yo lo había vivido en primera persona tras abandonar, de una vez y para siempre antes de su destrucción, Esparta.
El movimiento de mis labios contra los suyos había hecho de la lección improvisada algo mucho más sensual y tentador que lo que era en sí, y mi objetivo era, al mantener la distancia e incluso delinear su labio inferior con la lengua, tentarla. Había visto cómo un cierto resquicio de instinto en vez de razón quería salir, pero quería ver más: quería que liberara a la auténtica Éabann porque entonces sería cuando se desinhibiría totalmente y cuando mostrara a la ella que convivía con la racional que, hasta entonces, había luchado en la batalla por el control de su cuerpo pero que a partir de ese momento llevaba, aún más que antes, las de perder... y habla un experto en batallas.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
El ceño de la mujer se frunció con suavidad mientras escuchaba sus palabras. Era cierto, ¿por qué había fijado esa fecha? Quizá porque en el fondo había intuido que podría ser una señal o una pista en esa loca idea de intentar comprenderlo, de ver más allá de sus simples palabras. Quizá porque ella misma había dado un nombre que en realidad era el propio. Ese nombre, gaélico, que siempre quedaba desconocido porque no solía darlo. Era preferible que la llamaran Éabann. Gealach, esa referencia a la luna, siempre hacía que sintiera algo encogiéndose. No sabía por qué había hecho que el vampiro lo supiera, había sido un nombre dicho con cariño entre sus familiares. Lo recordaba ahora, sin saber muy bien por qué. Quizá porque necesitaba aferrarse a un momento en el que la felicidad podía rozarse con los dedos. No entendía bien por qué en aquella época no lo había visto. Algunas veces creía que ese refrán que decía que no se sabía lo que se tenía hasta que se perdía estaba destinado directamente para ella.
Le miró, intentando saber hasta qué punto se había equivocado. Nombres que solo eran susurros sin eco en su mente, que le indicaban épocas que solo había escuchado o leído, aparecieron en sus labios. Hablaba de una forma que le hacía sentir pequeña e insignificante. Que le hacía querer superar esa barrera —una barrera que tenía más que claro que no podría salvarla— e intentar aprender, superarse, saber más. Sí, saber más. El hecho de que él hablara de esos nombres que apenas significaban nada para ella, hacía que su curiosidad siguiera aumentando, y que la necesidad de conocer las cosas se pusiera en primera fila. Seguramente él no lo estaría haciendo a propósito, pero estaba despertando en ella el ansia de saber. No se había equivocado demasiado al comprarla con una niña. Los niños preguntaban, querían saber lo que había a su alrededor, querían saber los porqués de lo que ocurría. Ella quería comprenderlos.
Siempre había sido así, pero esos aginozazos que él la metía únicamente los aumentaba porque en cierta manera se habían convertido en una especie de reto. Un reto que se estaba autoimponiendo. En su cabeza, en ese momento, no estaba el pensamiento de si sobreviviría a aquella noche porque en su mente comenzaban a aparecer los planes que tenía que seguir para conseguirlo, planes como intentar ir a la Biblioteca —porque París tendría que tener una— y adentrarse entre sus baldas para conseguir la información suficiente sobre esos nombres que le estaba diciendo. Los mecanismos de su cerebro viajaban con rapidez. Tendría que hacer lo posible por compaginar su trabajo, aquel que le daba unos ingresos suficientes para no malvivir, con los viajes a la Biblioteca y las horas que tendría que pasar allí. Agradecía que le enseñaran desde pequeña la necesidad de trabajar duro porque sabía que le costaría. Llevaba varios años sin apenas leer, lo que hacía que tuviera miedo ¿y si no conseguía volver a hacerlo? No se lo confesaría a él, no, porque a fin de cuentas dudaba que le importara.
Estaba claro que el vampiro tenía muchas cualidades diferentes, la curiosidad que provocaba en Éabann solo aumentaba a cada una de sus palabras. Tenía una forma de hablar y de comportarse que en ocasiones chocaban. Como el momento en el que le dio una clase de historia que no hubiera pensado que haría. Con atención pensó en lo que le decía y lo comparó con los pocos conocimientos sobre el tema que tenía. Se mordió el labio inferior un instante, apenas un momento, lo justo para sentir el pinchazo de dolor mientras notaba ese cosquilleo que provocaba con total claridad la cercanía de él y sus labios. Lo más extraño de todo es que la sensación de tranquilidad se quedaba en ella instalado más que el temor que seguía de fondo. Y la forma en la que su estómago se encogía iba aminorando, lo mismo que los locos latidos de su corazón.
Era cierto que latía con fuerza, pero a pesar de que su actitud seguramente la enfurecería más tarde, en ese instante tenía que reconocer que latía por otra cuestión muy diferente. Era consciente de que la tela de araña en la que tejía su embrujo seguía a su alrededor, apretándola cada vez más, pero también era consciente de que resistirse únicamente provocaría que se cerrara más contra ella misma. Había decidido, sin darse siquiera cuenta, centrarse en las palabras que él decía, bebiendo de ellas y guardándolas porque él era más inteligente y más culto, mucho más. Algunas personas eran incapaces de reconocer un hecho como aquel, pero Éabann no tenía muchos problemas a ese respecto. Y menos cuando era algo tan obvio. Había estado acostumbrada a estar rodeada de personas que la superaban en sabiduría, muchas veces por las edades que tenían. Sabía que con la edad venían los conocimientos, ella tendría que tomarlos la mayoría de ellos por la metodología de ensayo y error, salvo algunos que pudiera ir tomando de otras personas. Así era como funcionaba, sobre todo entre su gente: historias que eran contadas de forma orla y Éabann tenía buena memoria para ellas. Había trasmitido su conocimiento a otras personas en las noches que pasaba junto a las hogueras, muchas de ellas en forma de fábulas o cuentos, pero que seguían presentes. Era su forma de mantener viva la memoria de su familia, aquella que había desaparecido pero que en el fondo seguían presentes a cada paso que daba.
—Si el mundo fuera lógico, ordenado y racional está claro que no estaríamos en este momento en esta situación. Sé que no lo es, pero en ocasiones necesito pensar de forma ordenada para poder llegar a una conclusión más o menos verdadera. Es cierto que puedes haberme mentido, es más, no me extrañaría que lo hubieras hecho, de la misma manera que yo no te dije toda la verdad cuando me presenté, pero parece que conoces bien aquella época. Sí, es cierto, muchos de los acontecimientos y de los conocimientos del pasado se pueden encontrar en los libros, tienes mucho tiempo para leer si es lo que te gusta, aunque algo me dice que prefieres la acción a pasarte horas sentado encorvado en una mesa. No dudo que lo hagas, que puedas hacerlo si quieres y que un depredador puede mantenerse inmóvil, pero siempre buscando algo que satisfaga sus deseos, sean los que quieran en ese momento.—tensó su cuerpo ligeramente, como tanteando hasta qué punto estaba bien sujeta y pudo notar con claridad que la presa de hierro no había disminuido, sino que ella misma había permitido que su cuerpo se relajara lo suficiente como para notar la presión mucho menor. Le miró a los ojos, sus labios rozándose contra los de él a cada palabra que daba. Su aliento cálido acariciando los labios del ser atemporal que tenía delante de ella. —No soy demasiado buena siguiendo órdenes y tú eres demasiado bueno dándolas. No quiero terminar muerta, no es mi intención, ni mi deseo. Comprendo lo que podrías llegar a hacerme, he visto el juego que los gatos suelen hacer los ratones y cómo muchas veces aunque no quieran, el pobre animal indefenso termina destrozado entre sus zarpas. Te puedo asegurar que no me gustaría convertirme en ese ratón. Y aún así lo único que puedo esperar es hasta que el sol se alce porque por muy antiguo que seas, por muchos años que tengas, no puedo creer que el Sol no te afecte.—quizá estuviera desvelando demasiado, quizá se le riera en la cara y le dijera que eso también era falso, que en realidad sí que podía caminar a la luz del sol. Si era así, sabría que no tendría más escapatoria. Movió ligeramente el rostro lo justo para que sus labios siguieran ese camino notando los de él debajo, no era un beso propiamente dicho, un roce apenas que perfilaba los labios de él hecho por un instinto y por la curiosidad. Los sentía sobre los de ella, firmes y suaves como seda, duros sin embargo y fríos, sin la calidez que podría tener el cuerpo de un humano. Sentía las manos doloridas allí donde sus propias uñas se habían clavado, donde seguían haciéndolo para recordarse ¿el qué? Comenzaba a estar insegura de saber qué era lo que tenía que recordar. —Sin embargo no era un Imperio al uso con una figura de emperador como pasará más tarde, con un tal… ¿Augusto? Mira, no sé mucho sobre ello, lo reconozco, pero me gustaría aprender y lo haré. Quizá así pueda discutirte con más razones lo que está claro que tú conoces mucho mejor que yo. No sé mucho sobre sistemas políticos, ni sobre organizaciones que van más allá del entendimiento que he podido tener del funcionamiento de un grupo de gitanos o de lo que ha aparecido en los libros que he leído.
Reconoce aquello, esa incultura, le provocaba que el estómago volviera a encogérsele. Su cuerpo no se movió, no cambio de posición salvo, quizá, para ponerse un tanto más cómoda con la espalda por fin apoyada contra el pecho de él. Más relajada quizá porque estaba cansada de mantenerse con la espalda todo lo recta posible, quizá porque en ese momento sentía más curiosidad por los cambios que se podían producir en los ojos de él. Ojos que apenas le decían nada, que eran un maldito muro con el que se daba una y otra y otra vez sin descanso, pero que al mismo tiempo podían tener ligeros matices, ínfimos apenas, casi imperceptibles y que si no estaba atenta se los perdería.
Le miró, intentando saber hasta qué punto se había equivocado. Nombres que solo eran susurros sin eco en su mente, que le indicaban épocas que solo había escuchado o leído, aparecieron en sus labios. Hablaba de una forma que le hacía sentir pequeña e insignificante. Que le hacía querer superar esa barrera —una barrera que tenía más que claro que no podría salvarla— e intentar aprender, superarse, saber más. Sí, saber más. El hecho de que él hablara de esos nombres que apenas significaban nada para ella, hacía que su curiosidad siguiera aumentando, y que la necesidad de conocer las cosas se pusiera en primera fila. Seguramente él no lo estaría haciendo a propósito, pero estaba despertando en ella el ansia de saber. No se había equivocado demasiado al comprarla con una niña. Los niños preguntaban, querían saber lo que había a su alrededor, querían saber los porqués de lo que ocurría. Ella quería comprenderlos.
Siempre había sido así, pero esos aginozazos que él la metía únicamente los aumentaba porque en cierta manera se habían convertido en una especie de reto. Un reto que se estaba autoimponiendo. En su cabeza, en ese momento, no estaba el pensamiento de si sobreviviría a aquella noche porque en su mente comenzaban a aparecer los planes que tenía que seguir para conseguirlo, planes como intentar ir a la Biblioteca —porque París tendría que tener una— y adentrarse entre sus baldas para conseguir la información suficiente sobre esos nombres que le estaba diciendo. Los mecanismos de su cerebro viajaban con rapidez. Tendría que hacer lo posible por compaginar su trabajo, aquel que le daba unos ingresos suficientes para no malvivir, con los viajes a la Biblioteca y las horas que tendría que pasar allí. Agradecía que le enseñaran desde pequeña la necesidad de trabajar duro porque sabía que le costaría. Llevaba varios años sin apenas leer, lo que hacía que tuviera miedo ¿y si no conseguía volver a hacerlo? No se lo confesaría a él, no, porque a fin de cuentas dudaba que le importara.
Estaba claro que el vampiro tenía muchas cualidades diferentes, la curiosidad que provocaba en Éabann solo aumentaba a cada una de sus palabras. Tenía una forma de hablar y de comportarse que en ocasiones chocaban. Como el momento en el que le dio una clase de historia que no hubiera pensado que haría. Con atención pensó en lo que le decía y lo comparó con los pocos conocimientos sobre el tema que tenía. Se mordió el labio inferior un instante, apenas un momento, lo justo para sentir el pinchazo de dolor mientras notaba ese cosquilleo que provocaba con total claridad la cercanía de él y sus labios. Lo más extraño de todo es que la sensación de tranquilidad se quedaba en ella instalado más que el temor que seguía de fondo. Y la forma en la que su estómago se encogía iba aminorando, lo mismo que los locos latidos de su corazón.
Era cierto que latía con fuerza, pero a pesar de que su actitud seguramente la enfurecería más tarde, en ese instante tenía que reconocer que latía por otra cuestión muy diferente. Era consciente de que la tela de araña en la que tejía su embrujo seguía a su alrededor, apretándola cada vez más, pero también era consciente de que resistirse únicamente provocaría que se cerrara más contra ella misma. Había decidido, sin darse siquiera cuenta, centrarse en las palabras que él decía, bebiendo de ellas y guardándolas porque él era más inteligente y más culto, mucho más. Algunas personas eran incapaces de reconocer un hecho como aquel, pero Éabann no tenía muchos problemas a ese respecto. Y menos cuando era algo tan obvio. Había estado acostumbrada a estar rodeada de personas que la superaban en sabiduría, muchas veces por las edades que tenían. Sabía que con la edad venían los conocimientos, ella tendría que tomarlos la mayoría de ellos por la metodología de ensayo y error, salvo algunos que pudiera ir tomando de otras personas. Así era como funcionaba, sobre todo entre su gente: historias que eran contadas de forma orla y Éabann tenía buena memoria para ellas. Había trasmitido su conocimiento a otras personas en las noches que pasaba junto a las hogueras, muchas de ellas en forma de fábulas o cuentos, pero que seguían presentes. Era su forma de mantener viva la memoria de su familia, aquella que había desaparecido pero que en el fondo seguían presentes a cada paso que daba.
—Si el mundo fuera lógico, ordenado y racional está claro que no estaríamos en este momento en esta situación. Sé que no lo es, pero en ocasiones necesito pensar de forma ordenada para poder llegar a una conclusión más o menos verdadera. Es cierto que puedes haberme mentido, es más, no me extrañaría que lo hubieras hecho, de la misma manera que yo no te dije toda la verdad cuando me presenté, pero parece que conoces bien aquella época. Sí, es cierto, muchos de los acontecimientos y de los conocimientos del pasado se pueden encontrar en los libros, tienes mucho tiempo para leer si es lo que te gusta, aunque algo me dice que prefieres la acción a pasarte horas sentado encorvado en una mesa. No dudo que lo hagas, que puedas hacerlo si quieres y que un depredador puede mantenerse inmóvil, pero siempre buscando algo que satisfaga sus deseos, sean los que quieran en ese momento.—tensó su cuerpo ligeramente, como tanteando hasta qué punto estaba bien sujeta y pudo notar con claridad que la presa de hierro no había disminuido, sino que ella misma había permitido que su cuerpo se relajara lo suficiente como para notar la presión mucho menor. Le miró a los ojos, sus labios rozándose contra los de él a cada palabra que daba. Su aliento cálido acariciando los labios del ser atemporal que tenía delante de ella. —No soy demasiado buena siguiendo órdenes y tú eres demasiado bueno dándolas. No quiero terminar muerta, no es mi intención, ni mi deseo. Comprendo lo que podrías llegar a hacerme, he visto el juego que los gatos suelen hacer los ratones y cómo muchas veces aunque no quieran, el pobre animal indefenso termina destrozado entre sus zarpas. Te puedo asegurar que no me gustaría convertirme en ese ratón. Y aún así lo único que puedo esperar es hasta que el sol se alce porque por muy antiguo que seas, por muchos años que tengas, no puedo creer que el Sol no te afecte.—quizá estuviera desvelando demasiado, quizá se le riera en la cara y le dijera que eso también era falso, que en realidad sí que podía caminar a la luz del sol. Si era así, sabría que no tendría más escapatoria. Movió ligeramente el rostro lo justo para que sus labios siguieran ese camino notando los de él debajo, no era un beso propiamente dicho, un roce apenas que perfilaba los labios de él hecho por un instinto y por la curiosidad. Los sentía sobre los de ella, firmes y suaves como seda, duros sin embargo y fríos, sin la calidez que podría tener el cuerpo de un humano. Sentía las manos doloridas allí donde sus propias uñas se habían clavado, donde seguían haciéndolo para recordarse ¿el qué? Comenzaba a estar insegura de saber qué era lo que tenía que recordar. —Sin embargo no era un Imperio al uso con una figura de emperador como pasará más tarde, con un tal… ¿Augusto? Mira, no sé mucho sobre ello, lo reconozco, pero me gustaría aprender y lo haré. Quizá así pueda discutirte con más razones lo que está claro que tú conoces mucho mejor que yo. No sé mucho sobre sistemas políticos, ni sobre organizaciones que van más allá del entendimiento que he podido tener del funcionamiento de un grupo de gitanos o de lo que ha aparecido en los libros que he leído.
Reconoce aquello, esa incultura, le provocaba que el estómago volviera a encogérsele. Su cuerpo no se movió, no cambio de posición salvo, quizá, para ponerse un tanto más cómoda con la espalda por fin apoyada contra el pecho de él. Más relajada quizá porque estaba cansada de mantenerse con la espalda todo lo recta posible, quizá porque en ese momento sentía más curiosidad por los cambios que se podían producir en los ojos de él. Ojos que apenas le decían nada, que eran un maldito muro con el que se daba una y otra y otra vez sin descanso, pero que al mismo tiempo podían tener ligeros matices, ínfimos apenas, casi imperceptibles y que si no estaba atenta se los perdería.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
A pesar de toda la situación, en la que ella seguía atrapada con aquel abrazo en el que si se aplicaba algo más de fuerza las consecuencias serían letales para ella, si se relajaba como lo había estado haciendo hasta aquel momento lo tendría mucho más fácil e, incluso, cómodo para ella. Parecía no estar presente en su naturaleza el concepto de seguir la corriente y dejar que quien domine la situación mande sobre los dominados: la actitud que precisamente me había llamado la atención de ella, además de su constante afán por saber más. Ella, en resumen, que era conformada por cosas como aquellas y por rasgos más notorios que la separaban de lo aburrida que era la sociedad parisina con su individuo (de cualquier clase, eso es indiferente) media. Quizá sería porque ella no era parisina, sino austriaca, y de hecho eso cobraba más sentido que pensar que era una excepción en un mosaico como París, lleno de teselas que eran tanto autóctonas como extranjeras y en el que sólo las extranjeras eran dignas de admirarse... como era mi caso.
La lucha de su mente contra su cuerpo era aún visible, y su propia tenacidad le impediría rendirse pese a que yo tenía razón, como siempre, en lo que le había dicho. El fallo típico de la historiografía seguida a rajatabla que era considerar a la república como tal en vez de cómo a un aparato de gobierno aristocrático con tintes (y rasgos) de imperio transmarino no se lo tenía en cuenta, aunque sí que quisiera remarcar un error que no era tal y del que hablaba alguien con el más auténtico conocimiento de causa. Había estado enrolado en embarcaciones para conquistar territorios; había conocido a personajes de la “república” naciente que habían marcado la historia, personajes como Escipión mismo, Cicerón, César, Sila, Mario... Había vivido el período, como tantos otros que eran una parte fundamental de la cultura de aquella parte del mundo y que se ignoraban de una manera que resultaba alarmante, teniendo en cuenta que eran parte de la base que los hacía ser como eran, y no de otra manera.
Pero Éabann quería aprender. Su orgullo injustificado, como había resultado ser en aquel momento, se encontraba también en conflicto con su afán de conocimientos proporcionado por su curiosidad innata y, también, con la natural tendencia a absorber conocimientos de cualquier tipo de quien ejerce un magnetismo irresistible sobre ella... es decir, yo. La red, ya tejida, funcionaba de tal manera que aquel contacto de aquella noche no se le olvidaría fácilmente e incluso querría volver a repetirlo, además de que suponía una lucha de su cuerpo contra su mente incluso en su afán de conocimientos. La racionalidad posiblemente le diría que no merecía la pena intentar preguntar a alguien que mentía con la misma facilidad con la que se movía, y esa era mucha; la curiosidad, sin embargo, no respondía a cánones tan estrictos e incluso le diría que no perdía nada por intentar averiguar más cosas que la tenían atrapada en aquellos hilos de la red y que conformaban parte de la cultura (ingente en cánones humanos) de quien la mantenía presa contra parte de su voluntad, la parte que sin duda respondía a su racionalidad... Ah, dulce dicotomía que la conformaba... Un contraste entre el querer y el deber que marcaba sus acciones y determinaba, por tanto, las mías, que no dejaban de amoldarse a las suyas para que ni su propio orgullo le arrebatara la vida que, en aquel momento, era mía... quisiera ella o no, porque era una decisión tomada de antemano.
– Objeto. Aunque el mundo fuera racional, lógico y ordenado seguiríamos en esta situación porque incluso entonces manda la ley del más fuerte y la ley natural de alguien alzándose victorioso sobre su alimento... o sobre algo que le interesa conseguir. La racionalidad sólo buscaría motivos lógicos, que responden a silogismos aristotélicos perfectamente construidos, que confirmen ese carácter de lo que sucede. Ni en un mundo racional y ordenado dejarían de suceder las cosas como suceden, precisamente porque no es cosa del mundo sino del azar y de las decisiones de ciertos seres influyentes, y esas cosas no cambian de un día para otro. Aunque respecto a lo otro, te doy la razón. Soy un hombre de acción, y no precisamente alguien que disfrute pasándose las noches encerrado en bibliotecas e investigando sobre cosas que puede que sepa o puede que no, aunque no voy a negarte que más de una vez lo he hecho porque es necesario, llegado a cierto punto. – le dije, rozando con deliberada lentitud sus labios en aquel movimiento y en aquellas palabras que, en sí mismas, encerraban más verdad junta que probablemente y a excepción de la clase de historia de Roma todo lo que le había contado.
Era muy cierto que yo no soportaba ser pasivo, a pesar de que la experiencia me hubiera enseñado a ser paciente; también, era cierto que yo era muy parecido a un depredador como ella misma en su ejemplo había dicho, y los depredadores saben esperar al momento preciso para atacar y que la víctima no se resista. Pero me diferenciaba de ellos en que mezclaba ciertos aspectos del ermitaño ilustrado que ella había reflejado, pues no siempre me guiaba por los impulsos de depredador sino que, a veces, me guiaba por la genuina curiosidad y por el mero interés... como era el caso. La sangre de Éabann era buena, lo suficiente para que quisiera volver a beberla y para que me planteara abrir nuevas heridas en su piel dorada para beber con más intensidad, pero lo que me refrenaba era precisamente lo que ella ignoraba, la razón por la cual ella seguía viva y no tendría que temer por su vida a no ser que cruzara una línea de la cual, en aquel momento, estaba muy alejada. La razón era que me divertía, me entretenía y me fascinaba por ser diferente, y eso era lo que evitaría que aquel juego del gato y el ratón, como lo había llamado ella, acabara de otra manera que como acabaría: con el gato soltando al ratón para irse a su guarida diurna y con el ratoncillo soñando con el momento de volver al juego que, en cierto modo, era lo único que le había hecho sentir vivo de verdad.
– Juegas con fuego con tus palabras y tu incapacidad para seguir órdenes, pero si piensas que esto es ser bueno dándolas es que careces de la experiencia suficiente para saber que no he hecho sino empezar. Y se dice que quien juega con fuego se quema, pero te aseguro que aunque tu baile esté teniendo lugar muy cerca de las llamas no vas a caer en ellas de momento. La línea invisible que he trazado y que si te comportas de una manera no adecuada supondrá tu muerte, ¿recuerdas? Pues esa línea aún está muy lejos de tu baile a veces ciego, tanto como el sol de tener la oportunidad de afectarme. – añadí, con falsa inocencia en la mirada que contrastaba con el cada vez más deliberadamente sensual movimiento de mis labios contra los suyos, propiciado por aquella cercanía que la presa de casi hierro que la mantenía sujeta imponía para que sus deseos se cumplieran aunque ella fuera, en sí misma, incapaz de llevar a cabo las acciones que los cumplirían.
– Augusto, sí, un título honorífico que fue puesto a un tal Octavio, adoptado de Cayo Julio César y seguidor de sus propios pasos... Si no hubiera sido por el camino de César, Augusto no habría tenido una guía que seguir aunque no es susceptible de negación que el propio Augusto innovara... La figura del emperador, por ejemplo, es idea suya, aunque sólo porque a César lo mataron antes de que le diera tiempo a nombrarse algo diferente de dictator. Aprender está en tu mano, Éabann, pero no es fácil ni poco tedioso inmiscuirse en los entresijos de la historia, aunque no sea necesariamente política. No dudo que con tu curiosidad y tenacidad seas capaz de hacerlo, pero el conocimiento es muy limitado si no aprendes a leer entre líneas y esa es una habilidad que se consigue con el tiempo y la práctica, y una que sólo ahora conmigo estás empezando a comprender y aprender... Aunque necesitas bastante más que eso para poder ser capaz de mantener conmigo una discusión sobre ciertos temas, que es lo que pretendes, pero si con esto te rindieras dejarías de ser la Éabann que empiezo a conocer, así que no pretendo que lo hagas. Ilumíname con lo que crees saber sólo si crees que estás en el momento adecuado de escuchar lo que de verdad es. – añadí, volviendo a anular la distancia que nos separaba para atrapar su labio inferior con los dientes, reabriendo su herida sin que por ello creciera y haciendo que su propia boca se llenara de su sangre, dándole un sabor diferente que pude probar y apreciar en el momento en el que la besé, de nuevo, en un beso que era la auténtica definición del acto mismo en vez de los burdos intentos humanos de conseguir alcanzar algo que yo daba de la manera más perfecta que se podía concebir. Cosas de la experiencia.
Al separarnos, tras cerrar de nuevo su herida, la giré de tal manera que quedó con su pecho contra el mío y con mis manos en su espalda, en la parte baja, sujetándola con la misma fuerza de antes para que no se separara. Si hasta ese momento desde fuera habíamos parecido amantes, en aquel momento la impresión era aún más viva, sobre todo porque la cercanía de su boca con la mía era, de nuevo, prácticamente nula.
– Tu permiso para hacer preguntas sigue en pie, por cierto, y ahora que has reconocido tu ignorancia relativa aunque tu orgullo se haya rebelado contra la idea de hacerlo quizá me plantee decirte la verdad del todo respecto a alguna de ellas, o al menos la parte de verdad que no me lleve horas contarte para abarcarla por completo. – añadí, de nuevo con la cadencia impresa en mis palabras, cadencia que no me abandonaba en ningún momento y que junto a mis movimientos ejercían el embrujo que, aunque quisiera evitar, ya la había atacado de manera inexorable y a aquellas alturas imposible de detener o de revertir. Ya era aún más mía que lo que su marca reflejaba, y eso era algo que sólo tenía que asimilar, si podía, para que comprendiera hasta qué punto su voluntad no le pertenecía del todo.
– Lo que sí te puede garantizar más verdades que mentiras es un intercambio equivalente en el que tú me digas cosas de ti, cosas que por la mera observación y deducción no pueda saber ya. – añadí, encogiéndome de hombros y dándole una pista básica para saber qué tendría que darme a cambio de que yo le diera la verdad. Nunca hacía nada si no conseguía, con ello, algún objetivo que me beneficiara, y aquella situación no era ninguna excepción.
La lucha de su mente contra su cuerpo era aún visible, y su propia tenacidad le impediría rendirse pese a que yo tenía razón, como siempre, en lo que le había dicho. El fallo típico de la historiografía seguida a rajatabla que era considerar a la república como tal en vez de cómo a un aparato de gobierno aristocrático con tintes (y rasgos) de imperio transmarino no se lo tenía en cuenta, aunque sí que quisiera remarcar un error que no era tal y del que hablaba alguien con el más auténtico conocimiento de causa. Había estado enrolado en embarcaciones para conquistar territorios; había conocido a personajes de la “república” naciente que habían marcado la historia, personajes como Escipión mismo, Cicerón, César, Sila, Mario... Había vivido el período, como tantos otros que eran una parte fundamental de la cultura de aquella parte del mundo y que se ignoraban de una manera que resultaba alarmante, teniendo en cuenta que eran parte de la base que los hacía ser como eran, y no de otra manera.
Pero Éabann quería aprender. Su orgullo injustificado, como había resultado ser en aquel momento, se encontraba también en conflicto con su afán de conocimientos proporcionado por su curiosidad innata y, también, con la natural tendencia a absorber conocimientos de cualquier tipo de quien ejerce un magnetismo irresistible sobre ella... es decir, yo. La red, ya tejida, funcionaba de tal manera que aquel contacto de aquella noche no se le olvidaría fácilmente e incluso querría volver a repetirlo, además de que suponía una lucha de su cuerpo contra su mente incluso en su afán de conocimientos. La racionalidad posiblemente le diría que no merecía la pena intentar preguntar a alguien que mentía con la misma facilidad con la que se movía, y esa era mucha; la curiosidad, sin embargo, no respondía a cánones tan estrictos e incluso le diría que no perdía nada por intentar averiguar más cosas que la tenían atrapada en aquellos hilos de la red y que conformaban parte de la cultura (ingente en cánones humanos) de quien la mantenía presa contra parte de su voluntad, la parte que sin duda respondía a su racionalidad... Ah, dulce dicotomía que la conformaba... Un contraste entre el querer y el deber que marcaba sus acciones y determinaba, por tanto, las mías, que no dejaban de amoldarse a las suyas para que ni su propio orgullo le arrebatara la vida que, en aquel momento, era mía... quisiera ella o no, porque era una decisión tomada de antemano.
– Objeto. Aunque el mundo fuera racional, lógico y ordenado seguiríamos en esta situación porque incluso entonces manda la ley del más fuerte y la ley natural de alguien alzándose victorioso sobre su alimento... o sobre algo que le interesa conseguir. La racionalidad sólo buscaría motivos lógicos, que responden a silogismos aristotélicos perfectamente construidos, que confirmen ese carácter de lo que sucede. Ni en un mundo racional y ordenado dejarían de suceder las cosas como suceden, precisamente porque no es cosa del mundo sino del azar y de las decisiones de ciertos seres influyentes, y esas cosas no cambian de un día para otro. Aunque respecto a lo otro, te doy la razón. Soy un hombre de acción, y no precisamente alguien que disfrute pasándose las noches encerrado en bibliotecas e investigando sobre cosas que puede que sepa o puede que no, aunque no voy a negarte que más de una vez lo he hecho porque es necesario, llegado a cierto punto. – le dije, rozando con deliberada lentitud sus labios en aquel movimiento y en aquellas palabras que, en sí mismas, encerraban más verdad junta que probablemente y a excepción de la clase de historia de Roma todo lo que le había contado.
Era muy cierto que yo no soportaba ser pasivo, a pesar de que la experiencia me hubiera enseñado a ser paciente; también, era cierto que yo era muy parecido a un depredador como ella misma en su ejemplo había dicho, y los depredadores saben esperar al momento preciso para atacar y que la víctima no se resista. Pero me diferenciaba de ellos en que mezclaba ciertos aspectos del ermitaño ilustrado que ella había reflejado, pues no siempre me guiaba por los impulsos de depredador sino que, a veces, me guiaba por la genuina curiosidad y por el mero interés... como era el caso. La sangre de Éabann era buena, lo suficiente para que quisiera volver a beberla y para que me planteara abrir nuevas heridas en su piel dorada para beber con más intensidad, pero lo que me refrenaba era precisamente lo que ella ignoraba, la razón por la cual ella seguía viva y no tendría que temer por su vida a no ser que cruzara una línea de la cual, en aquel momento, estaba muy alejada. La razón era que me divertía, me entretenía y me fascinaba por ser diferente, y eso era lo que evitaría que aquel juego del gato y el ratón, como lo había llamado ella, acabara de otra manera que como acabaría: con el gato soltando al ratón para irse a su guarida diurna y con el ratoncillo soñando con el momento de volver al juego que, en cierto modo, era lo único que le había hecho sentir vivo de verdad.
– Juegas con fuego con tus palabras y tu incapacidad para seguir órdenes, pero si piensas que esto es ser bueno dándolas es que careces de la experiencia suficiente para saber que no he hecho sino empezar. Y se dice que quien juega con fuego se quema, pero te aseguro que aunque tu baile esté teniendo lugar muy cerca de las llamas no vas a caer en ellas de momento. La línea invisible que he trazado y que si te comportas de una manera no adecuada supondrá tu muerte, ¿recuerdas? Pues esa línea aún está muy lejos de tu baile a veces ciego, tanto como el sol de tener la oportunidad de afectarme. – añadí, con falsa inocencia en la mirada que contrastaba con el cada vez más deliberadamente sensual movimiento de mis labios contra los suyos, propiciado por aquella cercanía que la presa de casi hierro que la mantenía sujeta imponía para que sus deseos se cumplieran aunque ella fuera, en sí misma, incapaz de llevar a cabo las acciones que los cumplirían.
– Augusto, sí, un título honorífico que fue puesto a un tal Octavio, adoptado de Cayo Julio César y seguidor de sus propios pasos... Si no hubiera sido por el camino de César, Augusto no habría tenido una guía que seguir aunque no es susceptible de negación que el propio Augusto innovara... La figura del emperador, por ejemplo, es idea suya, aunque sólo porque a César lo mataron antes de que le diera tiempo a nombrarse algo diferente de dictator. Aprender está en tu mano, Éabann, pero no es fácil ni poco tedioso inmiscuirse en los entresijos de la historia, aunque no sea necesariamente política. No dudo que con tu curiosidad y tenacidad seas capaz de hacerlo, pero el conocimiento es muy limitado si no aprendes a leer entre líneas y esa es una habilidad que se consigue con el tiempo y la práctica, y una que sólo ahora conmigo estás empezando a comprender y aprender... Aunque necesitas bastante más que eso para poder ser capaz de mantener conmigo una discusión sobre ciertos temas, que es lo que pretendes, pero si con esto te rindieras dejarías de ser la Éabann que empiezo a conocer, así que no pretendo que lo hagas. Ilumíname con lo que crees saber sólo si crees que estás en el momento adecuado de escuchar lo que de verdad es. – añadí, volviendo a anular la distancia que nos separaba para atrapar su labio inferior con los dientes, reabriendo su herida sin que por ello creciera y haciendo que su propia boca se llenara de su sangre, dándole un sabor diferente que pude probar y apreciar en el momento en el que la besé, de nuevo, en un beso que era la auténtica definición del acto mismo en vez de los burdos intentos humanos de conseguir alcanzar algo que yo daba de la manera más perfecta que se podía concebir. Cosas de la experiencia.
Al separarnos, tras cerrar de nuevo su herida, la giré de tal manera que quedó con su pecho contra el mío y con mis manos en su espalda, en la parte baja, sujetándola con la misma fuerza de antes para que no se separara. Si hasta ese momento desde fuera habíamos parecido amantes, en aquel momento la impresión era aún más viva, sobre todo porque la cercanía de su boca con la mía era, de nuevo, prácticamente nula.
– Tu permiso para hacer preguntas sigue en pie, por cierto, y ahora que has reconocido tu ignorancia relativa aunque tu orgullo se haya rebelado contra la idea de hacerlo quizá me plantee decirte la verdad del todo respecto a alguna de ellas, o al menos la parte de verdad que no me lleve horas contarte para abarcarla por completo. – añadí, de nuevo con la cadencia impresa en mis palabras, cadencia que no me abandonaba en ningún momento y que junto a mis movimientos ejercían el embrujo que, aunque quisiera evitar, ya la había atacado de manera inexorable y a aquellas alturas imposible de detener o de revertir. Ya era aún más mía que lo que su marca reflejaba, y eso era algo que sólo tenía que asimilar, si podía, para que comprendiera hasta qué punto su voluntad no le pertenecía del todo.
– Lo que sí te puede garantizar más verdades que mentiras es un intercambio equivalente en el que tú me digas cosas de ti, cosas que por la mera observación y deducción no pueda saber ya. – añadí, encogiéndome de hombros y dándole una pista básica para saber qué tendría que darme a cambio de que yo le diera la verdad. Nunca hacía nada si no conseguía, con ello, algún objetivo que me beneficiara, y aquella situación no era ninguna excepción.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Sus palabras eran el agua del sediento en mitad del Desierto y Éabann bebía de ellas con ansiedad, mirándole a los ojos. Lejos había quedado el lugar en el que se encontraban, el callejón, París. Lejos estaba de su atención el hecho de que en ese momento se encontrara aprisionada en la trampa mortal de sus brazos que la asían como si se trataran de barrotes de metal. En sus palabras, ella encontraba lo que había estado ansiando desde que tenía uso de razón: conocimiento. El conocimiento de saber más, de entender más, de comprender más. Allí, esa noche parisina de una primavera en la que el frío estaba presente aunque no era sentido, Éabann se había encontrado con la persona que podría dar respuesta a unas preguntas que ni siquiera sabía que se encontraban formuladas. Unas preguntas que respondía Escipión respondía con la afilada y la milimétrica precisión de un médico utilizando un bisturí. Era cierto, sin embargo, que utilizaba términos que podrían escapársele, que debido a su falta de conocimientos previos podrían resultar borrosas para ella, pero aún así, Éabann las absorbía como la tierra lo hacía con las gotas de lluvia.
Las necesitaba, necesitaba escucharlas, necesitaba perderse en ese momento en las entonaciones de su voz. Una voz que podría resultar amenazadora y que sin embargo en ese instante resultaba la más conocida porque la gitana había caído en la trampa tejida por el cazador. Se había convertido en más presa en ese momento que en lo que había durado una confrontación que sabía que estaba perdida de antemano. En ese instante, Éabann era una cautiva que admiraba a aquel que la había capturado. Su cuerpo se había relajado sin darse cuenta, su presencia había caído sobre ella para que en esos segundos en los que compartía con ella aunque fueran nimios conocimientos se olvidara de por qué tenía que moverse, luchar, impedir ser atrapada entre una red demasiado bien orquestada como para poder hacer otra cosa que no fuera aceptar que se encontraba ante una presencia que era, sin duda, superior.
Los ojos verdes de ella se mantenían abiertos, atentos, bebiendo lo mismo que lo hacían el resto de los sentidos. Su mente funcionaba a más revoluciones de lo que había hecho durante toda su vida. Necesitaba clasificar una información que podría escapársele si no lo hacía de esa manera. Una información, que como él mismo le había dicho, no tenía por qué ser verdadera. Tenía que discernir, escuchar su voz y su forma de hablar, mirar más allá de las simples palabras que se encontraban dichas e intentar alcanzar el significado verdadero que se encontraba oculto. No dudaba que él tenía mucho más que decir del tema, al contrario, estaba claro que sus conocimientos superaban con creces los suyos. Era como ser una moto de polvo frente a una enorme montaña, como un grano de arena en mitad de uno de esos desiertos de los que había escuchado hablar. La gitana sabía lo que sabía por lo que había podido vivir, por lo que había escuchado, por lo que había sentido. Sus conocimientos, la mayor parte al menos, no se encontraban en unos libros que habían sido durante buena parte de su vida unos objetos a los que no había podido tener acceso o que cuando había sido así, no había podido leer ni descifrar lo que se encontraba en sus páginas. Aquello había cambiado, pero no lo suficientemente rápido como para poder alcanzar ni siquiera el nivel mínimo que estaba segura de que pediría en cualquiera de las instituciones de aprendizaje. Y, sin embargo, ella estaba deseando superar sus limitaciones.
Sentía un lento cosquilleo deslizándose desde sus labios hasta el resto de su cuerpo. Se encontraba completamente sensibilizada a cada uno de sus gestos, de sus movimientos, y aunque eso la aterraba y, en cierta manera, la confundía, la lucha se había detenido durante el tiempo que él estuvo hablando. Todos sus terminaciones nerviosas mandaban señales contradictorias que seguramente provocarían que una vez pasada la adrenalina que hacía que su cuerpo funcionara, se sintiera agotada. Estaba bailando en el borde afilado de una espada, intentando no cortarse, intentando no morir desangrada, algo que no podía olvidar del todo, que su mente irracional, aquella que se encontraba fuera de todo acto racional, le recordaba a cada momento que pasaba junto al ser que se encontraba junto a ella en aquel momento. Supervivencia, lo llamaban, ese instinto que quedaba cuando lo demás estaba relegado a un lugar en el que la mente humana había relegado hacía tiempo. Supervivencia y esa misma supervivencia le decía que se fijara, que observa, que intentara aprender, porque en el aprendizaje podría estar el momento de liberación que tanto ansiaba… y a la vez tanto detestaba.
Un ligero estremecimiento que no estaba segura si había sido provocado por el temor o por esa atracción que sentía por su captor, se deslizó como fuego líquido por su columna vertebral cuando no se le pasó por alto un matiz que había estado allí en todo momento. Por unas palabras que la dejaron confusas mientras le hablaba de fuego y de sol. ¿Sería verdad? Se estremeció de nuevo. ¿Estaría diciendo que el sol no llegaría a afectarlo? O quizá estuviera hablando que el sol estaba lejos todavía de salir por el horizonte. ¿Cuánto faltaba? Había perdido el sentido del tiempo, ella que se vanagloriaba de saber la mayor parte de las ocasiones el tiempo que quedaba hasta los puntos clave del sol para poder orientarse en esos tecnicismos sobre horas de los que tan aficionados se habían vueltos los que vivían en las casas de piedra, habían desaparecido prácticamente para ella. No existía. En ese momento, era como si se encontrara en un momento en el que el tiempo había dejado la ecuación y que el espacio hacía tiempo que había dejado de importar.
Su mente se nubló cuando sus labios se volvieron a unir, cuando un gemido se escapó de sus labios producto —al menos así esperaba ese punto de racionalizar que se activó durante un segundo— del pinchazo que los colmillos del vampiro habían provocado de nuevo, haciendo que el sabor metálico de la sangre explotara en su boca. Nadie la había besado de aquella manera y sabía que nadie volvería a hacerlo. Se clavó las uñas en las manos una vez más, notando el dolor en un burdo intento de mantener su mente consciente mientras que parecía que nieblas se apoderaban de ella, como sucedía en Londres cuando el sol caía. El movimiento posterior, en un momento poco lúcido, la recordó a un pase de baile hasta que sus cuerpos se abrieron para encontrarse en frente el duro pecho del vampiro. Las manos estaban por fin libres y los puños que había hecho se liberaron notándolas doloridas, seguramente porque había hecho más fuerza que lo que hubiera esperado. Escuchó, de nuevo, porque eso era lo único que podía hacer, y alzó el rostro para poder mirarle a los ojos mientras lo hacía.
—Hablas del libre albedrío en cierta manera, aquel del que el cristianismo tanto proclama. Un libre albedrío que está claro que se ha roto en el mismo momento en el que tú estás poniendo sobre mí tu voluntad de mantenerme sujeta y apresada en esta clase de… intercambio de opiniones a la que no me puedo negar porque como bien dices, es lo único que me mantiene danzando junto a un fuego que aunque brille, no llega a quemarme.—el tono era suave, mientras intentaba recomponer en su mente pedazos de impresiones que había ido teniendo mientras le escuchaba, dándole una consistencia que en ese momento sentía que se le escapaba. —Volviendo solo momentáneamente a Augusto, sus innovaciones estuvieron sobre todo en el hecho de que supo mantener los nombres de unas instituciones que cuando el falleció poco tenían de las originales ¿no es cierto? Quiero decir, que lo que hizo fue fomentar el poder en una sola persona, mientras que unos años antes se encontraba en manos de un grupo determinado de la sociedad. Es algo que seguirá presente, que hemos heredado de nosotros, y que por mucha Revolución que haya siempre estará. Siempre habrá alguien que busque ejercer su dominio sobre nosotros, como luchas de poder constantes entre distintas fuerzas que lo único que intentan es conseguir el placer de ponerse sobre encima de las demás.—se quedó brevemente, pensativa, negando para sí. —Que no me guste, no significa que sea así, aunque no sé hasta qué punto los actos irracionales nos marcan frente a las respuestas racionales que damos. El pensar nos da la capacidad de movernos en una u otra dirección, aunque ahora me estás haciendo pensar que en realidad no es más que una especie de respuesta irracional a la que queremos dar un punto de racionalidad.—no sabía si se estaba explicando, puesto que incluso para ella misma estaba difuso. Como todo aquel tema, por lo que con un gesto de la cabeza, como un movimiento negativo, clavó una vez más los ojos en él para mirarle con fijeza, pensativa. —¿Qué es lo que quieres saber de mí? ¿Qué puedo tener tan interesante como para que tú quieras conocerlo? Sabes quién soy, creo que lo sabes mucho mejor que yo en ocaisones.—frunció el ceño mientras le miró a los ojos, lamiéndose por un momento el labio inferior para después bajar la mirada hacia sus manos que giradas mostraban rastros de sangre provocadas por sus uñas, una palma donde se veían las medias lunas provocadas por los anteriores momentos de aquella conversación. —¿Eres capaz de ver el sol? ¿De caminar bajo él? Antes… esa es la impresión que me has dado, aunque quizá signifique que aún está lejos el momento del amanecer.
Las necesitaba, necesitaba escucharlas, necesitaba perderse en ese momento en las entonaciones de su voz. Una voz que podría resultar amenazadora y que sin embargo en ese instante resultaba la más conocida porque la gitana había caído en la trampa tejida por el cazador. Se había convertido en más presa en ese momento que en lo que había durado una confrontación que sabía que estaba perdida de antemano. En ese instante, Éabann era una cautiva que admiraba a aquel que la había capturado. Su cuerpo se había relajado sin darse cuenta, su presencia había caído sobre ella para que en esos segundos en los que compartía con ella aunque fueran nimios conocimientos se olvidara de por qué tenía que moverse, luchar, impedir ser atrapada entre una red demasiado bien orquestada como para poder hacer otra cosa que no fuera aceptar que se encontraba ante una presencia que era, sin duda, superior.
Los ojos verdes de ella se mantenían abiertos, atentos, bebiendo lo mismo que lo hacían el resto de los sentidos. Su mente funcionaba a más revoluciones de lo que había hecho durante toda su vida. Necesitaba clasificar una información que podría escapársele si no lo hacía de esa manera. Una información, que como él mismo le había dicho, no tenía por qué ser verdadera. Tenía que discernir, escuchar su voz y su forma de hablar, mirar más allá de las simples palabras que se encontraban dichas e intentar alcanzar el significado verdadero que se encontraba oculto. No dudaba que él tenía mucho más que decir del tema, al contrario, estaba claro que sus conocimientos superaban con creces los suyos. Era como ser una moto de polvo frente a una enorme montaña, como un grano de arena en mitad de uno de esos desiertos de los que había escuchado hablar. La gitana sabía lo que sabía por lo que había podido vivir, por lo que había escuchado, por lo que había sentido. Sus conocimientos, la mayor parte al menos, no se encontraban en unos libros que habían sido durante buena parte de su vida unos objetos a los que no había podido tener acceso o que cuando había sido así, no había podido leer ni descifrar lo que se encontraba en sus páginas. Aquello había cambiado, pero no lo suficientemente rápido como para poder alcanzar ni siquiera el nivel mínimo que estaba segura de que pediría en cualquiera de las instituciones de aprendizaje. Y, sin embargo, ella estaba deseando superar sus limitaciones.
Sentía un lento cosquilleo deslizándose desde sus labios hasta el resto de su cuerpo. Se encontraba completamente sensibilizada a cada uno de sus gestos, de sus movimientos, y aunque eso la aterraba y, en cierta manera, la confundía, la lucha se había detenido durante el tiempo que él estuvo hablando. Todos sus terminaciones nerviosas mandaban señales contradictorias que seguramente provocarían que una vez pasada la adrenalina que hacía que su cuerpo funcionara, se sintiera agotada. Estaba bailando en el borde afilado de una espada, intentando no cortarse, intentando no morir desangrada, algo que no podía olvidar del todo, que su mente irracional, aquella que se encontraba fuera de todo acto racional, le recordaba a cada momento que pasaba junto al ser que se encontraba junto a ella en aquel momento. Supervivencia, lo llamaban, ese instinto que quedaba cuando lo demás estaba relegado a un lugar en el que la mente humana había relegado hacía tiempo. Supervivencia y esa misma supervivencia le decía que se fijara, que observa, que intentara aprender, porque en el aprendizaje podría estar el momento de liberación que tanto ansiaba… y a la vez tanto detestaba.
Un ligero estremecimiento que no estaba segura si había sido provocado por el temor o por esa atracción que sentía por su captor, se deslizó como fuego líquido por su columna vertebral cuando no se le pasó por alto un matiz que había estado allí en todo momento. Por unas palabras que la dejaron confusas mientras le hablaba de fuego y de sol. ¿Sería verdad? Se estremeció de nuevo. ¿Estaría diciendo que el sol no llegaría a afectarlo? O quizá estuviera hablando que el sol estaba lejos todavía de salir por el horizonte. ¿Cuánto faltaba? Había perdido el sentido del tiempo, ella que se vanagloriaba de saber la mayor parte de las ocasiones el tiempo que quedaba hasta los puntos clave del sol para poder orientarse en esos tecnicismos sobre horas de los que tan aficionados se habían vueltos los que vivían en las casas de piedra, habían desaparecido prácticamente para ella. No existía. En ese momento, era como si se encontrara en un momento en el que el tiempo había dejado la ecuación y que el espacio hacía tiempo que había dejado de importar.
Su mente se nubló cuando sus labios se volvieron a unir, cuando un gemido se escapó de sus labios producto —al menos así esperaba ese punto de racionalizar que se activó durante un segundo— del pinchazo que los colmillos del vampiro habían provocado de nuevo, haciendo que el sabor metálico de la sangre explotara en su boca. Nadie la había besado de aquella manera y sabía que nadie volvería a hacerlo. Se clavó las uñas en las manos una vez más, notando el dolor en un burdo intento de mantener su mente consciente mientras que parecía que nieblas se apoderaban de ella, como sucedía en Londres cuando el sol caía. El movimiento posterior, en un momento poco lúcido, la recordó a un pase de baile hasta que sus cuerpos se abrieron para encontrarse en frente el duro pecho del vampiro. Las manos estaban por fin libres y los puños que había hecho se liberaron notándolas doloridas, seguramente porque había hecho más fuerza que lo que hubiera esperado. Escuchó, de nuevo, porque eso era lo único que podía hacer, y alzó el rostro para poder mirarle a los ojos mientras lo hacía.
—Hablas del libre albedrío en cierta manera, aquel del que el cristianismo tanto proclama. Un libre albedrío que está claro que se ha roto en el mismo momento en el que tú estás poniendo sobre mí tu voluntad de mantenerme sujeta y apresada en esta clase de… intercambio de opiniones a la que no me puedo negar porque como bien dices, es lo único que me mantiene danzando junto a un fuego que aunque brille, no llega a quemarme.—el tono era suave, mientras intentaba recomponer en su mente pedazos de impresiones que había ido teniendo mientras le escuchaba, dándole una consistencia que en ese momento sentía que se le escapaba. —Volviendo solo momentáneamente a Augusto, sus innovaciones estuvieron sobre todo en el hecho de que supo mantener los nombres de unas instituciones que cuando el falleció poco tenían de las originales ¿no es cierto? Quiero decir, que lo que hizo fue fomentar el poder en una sola persona, mientras que unos años antes se encontraba en manos de un grupo determinado de la sociedad. Es algo que seguirá presente, que hemos heredado de nosotros, y que por mucha Revolución que haya siempre estará. Siempre habrá alguien que busque ejercer su dominio sobre nosotros, como luchas de poder constantes entre distintas fuerzas que lo único que intentan es conseguir el placer de ponerse sobre encima de las demás.—se quedó brevemente, pensativa, negando para sí. —Que no me guste, no significa que sea así, aunque no sé hasta qué punto los actos irracionales nos marcan frente a las respuestas racionales que damos. El pensar nos da la capacidad de movernos en una u otra dirección, aunque ahora me estás haciendo pensar que en realidad no es más que una especie de respuesta irracional a la que queremos dar un punto de racionalidad.—no sabía si se estaba explicando, puesto que incluso para ella misma estaba difuso. Como todo aquel tema, por lo que con un gesto de la cabeza, como un movimiento negativo, clavó una vez más los ojos en él para mirarle con fijeza, pensativa. —¿Qué es lo que quieres saber de mí? ¿Qué puedo tener tan interesante como para que tú quieras conocerlo? Sabes quién soy, creo que lo sabes mucho mejor que yo en ocaisones.—frunció el ceño mientras le miró a los ojos, lamiéndose por un momento el labio inferior para después bajar la mirada hacia sus manos que giradas mostraban rastros de sangre provocadas por sus uñas, una palma donde se veían las medias lunas provocadas por los anteriores momentos de aquella conversación. —¿Eres capaz de ver el sol? ¿De caminar bajo él? Antes… esa es la impresión que me has dado, aunque quizá signifique que aún está lejos el momento del amanecer.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Fecha de inscripción : 09/05/2011
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Creía en el principio del intercambio equivalente, o al menos creía en él lo suficiente para mantenerlo y garantizar el aspecto de que algo era justo cuando, en realidad, siempre era yo quien terminaba beneficiándose. Siempre iba a sacar tajada de la situación en la que me encontrara porque por algo me metía en dicha situación, además de que siempre era yo quien merecía sacar el máximo beneficio de aquella situación por tratarse de mí y de nadie más, y aquella no era ninguna excepción. Ni siquiera aunque ella fuera la depositaria de mi interés y la que lo recibía iba a librarse de ser una simple herramienta para entretenerme en mi larga y eterna vida, y eso era así se mirara por donde se mirase. Siendo ella, además, tan inteligente como había demostrado serlo era obvio que lo sabía... pero la diversión no era esa. La diversión era verla luchar contra todas sus posibilidades para salir entera de allí.
La diversión de la situación, y donde radicaba mi mayor interés como espectador de una lucha en su interior, era precisamente ver la manera que tenía de intentar aprovechar cada milimétrico espacio que mis palabras dejaban y tratar de salir de su apresamiento por esa rendija que, inmediatamente después de ser abierta, se cerraba para no dejarla pasar y que todas sus posibilidades se esfumaran. La estaba pinchando con mis palabras, además de con mis dientes cada vez que la mordía, y la estaba forzando a sacar lo mejor de su intelecto para salir de la situación y, sobre todo, ver si de verdad era mejor que el común de los humanos y que eran ciertamente patéticos.
Los humanos se creían que lo sabían todo, a pesar de lo fugaz de sus vidas, y ese ego injustificado se aplicaba a todo aspecto de la vida hasta caracterizar una cultura de la visión infinita de progreso a manos, precisamente, humanas. Para una vez que me encontraba con una excepción, que aunque era más inteligente que la media ni siquiera lo admitía abiertamente y de hecho admitía su ignorancia, probar hasta qué punto era diferente y merecía la pena que me hiciera seguir mi impulso de no matarla sino exprimirla al máximo a la vez que la atraía hacia mí para que no se separara y volviera... como los dos, en mayor o menos medida, sabíamos que acabaría haciendo.
No le quedaba, en realidad, mayor alternativa que volver hacia mí después de haberme probado y después de haber comparado a mi perfección con el resto de personas a las que tendría que enfrentarse diariamente. Era como tratar de comparar la ambrosía divina y el néctar de sabor más puro con el lodo más lleno de bichos y demás formas de vida a la hora de comer: no había color, y tampoco comparación posible. Era el complemento perfecto a su personalidad, a su afán de superarse a sí misma y a su sed de conocimientos. Era el complemento perfecto a cualquier anhelo, por oscuro que fuese, de los que rondaban en su interior y era, probablemente, el único que con sus acciones voluntarias o involuntarias sacaría lo mejor de ella mientras que los demás sólo someterían esas mismas acciones a juicios.
En cierto modo, y aunque pareciera que con mantenerla atrapada; con mis preguntas, palabras y control de la situación y de su propio cuerpo y con todo lo que hacía la limitaba lo que estaba haciendo era llevarla al máximo de sus posibilidades para descubrir cuáles eran y para tratar de rebasarlas. En ella, en vez de la monotonía propia de los parisinos de pura cepa, había futuro, promesas y una cierta vitalidad que la hacía destacar y ser susceptible de ser utilizada por mí en un uso que, al final, era mejor que el que la sociedad haría de ella. Yo sólo la utilizaba, además de para mi propia satisfacción e interés, para mejorarla y hacerla más próxima (aunque nunca sin alcanzarla, que los milagros no existían) a la perfección y superioridad de un vampiro. La estaba utilizando para hacerla mejor que los simples humanos, y para que no pudiera negar que su lugar estaba más volviendo a mí que rodeándose de pura escoria. La utilizaba para trazar mi red en torno a ella... y para que ella volviera. Un plan perfecto, sin duda, que incluso podía tolerar responder con algo parecido a la verdad, a una versión limitada de ella al menos.
– No compares las palabras de un pagano orgulloso con las del cristianismo, Éabann, porque no son tales. El libre albedrío no existe, pero no es cosa de las decisiones caprichosas de un supuesto dios sino de las decisiones más fundadas de ciertos seres que tienen potestad para decidir sobre esa clase de temas. Es menos aleatorio de lo que pueda parecer, y tú te encuentras en un límite peligroso entre la libertad y la no libertad, aunque eso ha sido así antes incluso de que yo me encontrara contigo. – respondí, encogiéndome de hombros de manera teatral tras aquella lección de libre albedrío, cortesía de Ciro, que había recibido en apenas un momento y que probablemente asimilaría aunque quisiera luchar contra ella. La sola idea de carecer de libertad y de que fuera yo quien controlara sus movimientos, cosa que se encontraba detrás de las palabras en sí mismas, entraba en conflicto directo con su personalidad y no le sería tan fácil de aceptar aunque su inteligencia supiera que era verdad. Era como un marionetista que controlaba los hilos invisibles de sus acciones en un alcance mayor que el que ella podía apreciar y en más situaciones que aquella que compartíamos, y la imagen mental no podía ser más acertada en ese respecto.
– Respecto a Augusto, acabas de hablar con más precisión que muchos estudiosos del tema. Está dentro de la naturaleza humana el ansia de poder y de dominación de los demás, así como ser superior y que alguien tenga que alabarle para suplir las carencias interiores que provocan una necesidad de recibir alabanzas ajenas ante la incapacidad de alabarse a uno mismo. Todos los impulsos irracionales son los que te mueven en una dirección u otra. Alimentarte, respirar, reproducirte, incluso desplazarte... Todos son actos que compartimos con los animales, hasta con los más rastreros desde el punto de vista de la cosmovisión que compartes con la época en la que vives, y lo único que pretende la racionalidad es convertir en algo controlable una cosa que escapa de nuestro control. Es como pretender que puedes dominar a una bestia y convencerte a ti mismo de que la suerte que corres al no ser destrozado por ella y las acciones que esta te obliga a hacer para huir de su mortal ataque es control racional sobre ella, en vez de algo inevitable. Tienes razón, sí, aunque explicándotelo yo te quede más claro que con tus propias palabras por el estado de tu mente ahora mismo. – añadí, con una media sonrisa divertida en alusión al confuso estado de su mente en aquel momento tras toda la presión a la que la estaba sometiendo y que no se detendría en aquel momento porque aún quedaba bastante de su mente que explorar en pos de alcanzar todo lo que quería.
La última pregunta que me había hecho, la de querer saber lo que yo buscaba de ella, se quedó en hiato en aquel momento porque mis labios estuvieron demasiado ocupados, de pronto, en recorrer su cuello y parte de sus hombros, la parte que su camisa dejaba a la vista, en busca del mejor lugar para volver a hacer una incisión diminuta de la que la gota se sangre comenzó a manar lentamente antes de encontrar su destino en mis labios, en mi garganta y en mi interior. Aquella herida no era ni más grande ni más pequeña que las anteriores, pero de ella saqué algo más de sangre que de las anteriores antes de cerrarla y que no quedara más que la zona algo roja y abultada en contraste con su piel dorada.
Los momentos siguientes los dediqué a subir por su cuello y el hueso de su mandíbula con los labios en dirección a los suyos para morderlos y jugar con ellos un rato con la mirada fija en sus ojos sin moverla de ellos un instante. Ella no lo percibía todavía, pero uno de los hombres que había en el suelo estaba empezando a moverse y aquella podía ser la situación perfecta para poner a prueba aún más a Éabann. Aún distraída como estaba por mi prolongado contacto, como estaba resultando ser de una manera totalmente prevista por mí para dar tiempo a los lentos movimientos de aquel hombre, apenas se dio cuenta del momento en el que estuvo en pie sosteniendo la misma daga de Éabann hasta que no la giré, de nuevo con su espalda apoyada en mi pecho, y enfrentó al hombre cara a cara.
Sus maldiciones de marinero borracho volvieron a resonar por el callejón y me hicieron poner los ojos en blanco, aún sujetándola contra mi pecho y haciendo que nos calificara desde puta a chulo hasta zorra y anormal, pasando por una cantidad importante de insultos que me hicieron casi bostezar de malos y previsibles (además de aplicables con fuertes matices de realismo a él mismo y a toda su progenie) mientras sostenía a Éabann entre mis brazos y me acercaba a su oreja con una sonrisa maquiavélica. Su mente estaba cansada, ¿no? Iba a dejar que descansara un momento para que me demostrara hasta dónde llegaba su vitalidad.
– Todo tuyo, Éabann, demuéstrame qué es lo que sabes hacer... Y respecto al tema del sol, prefiero que te hagas tú tus propias teorías y que me digas cuál es la que mejor te suena. Es más divertido así. – murmuré en un alemán austriaco perfecto que sabía que era una lengua que le supondría menos esfuerzo mental que el francés, si bien en ambos idiomas mi cadencia se mantenía porque pertenecía a mi lengua, el griego antiguo... Incluso hablando en aquella lengua tenía mi propio ritmo y manera de hacerlo que me había caracterizado durante mucho tiempo por ser un dote de mi elocuencia y carisma, artes ambas esenciales para la oratoria que como general había tenido que manejar.
Aprovechando que el hombre se había movido de tal manera que la forzaba a manejarse en la zona sin salida del callejón, la solté para darle libertad de movimientos pero sin dejar de mantenerme vigilante para que no se escapara al ver la oportunidad, ya que aunque quisiera no podría huir de mí... ni en aquel momento ni nunca más. Con los brazos cruzados sobre el pecho me apoyé en la pared, dispuesto con una media sonrisa a contemplar el espectáculo e intervenir sólo si las cosas se ponían difíciles para ella, cosa que dudaba pero que siempre podía ocurrir.
La diversión de la situación, y donde radicaba mi mayor interés como espectador de una lucha en su interior, era precisamente ver la manera que tenía de intentar aprovechar cada milimétrico espacio que mis palabras dejaban y tratar de salir de su apresamiento por esa rendija que, inmediatamente después de ser abierta, se cerraba para no dejarla pasar y que todas sus posibilidades se esfumaran. La estaba pinchando con mis palabras, además de con mis dientes cada vez que la mordía, y la estaba forzando a sacar lo mejor de su intelecto para salir de la situación y, sobre todo, ver si de verdad era mejor que el común de los humanos y que eran ciertamente patéticos.
Los humanos se creían que lo sabían todo, a pesar de lo fugaz de sus vidas, y ese ego injustificado se aplicaba a todo aspecto de la vida hasta caracterizar una cultura de la visión infinita de progreso a manos, precisamente, humanas. Para una vez que me encontraba con una excepción, que aunque era más inteligente que la media ni siquiera lo admitía abiertamente y de hecho admitía su ignorancia, probar hasta qué punto era diferente y merecía la pena que me hiciera seguir mi impulso de no matarla sino exprimirla al máximo a la vez que la atraía hacia mí para que no se separara y volviera... como los dos, en mayor o menos medida, sabíamos que acabaría haciendo.
No le quedaba, en realidad, mayor alternativa que volver hacia mí después de haberme probado y después de haber comparado a mi perfección con el resto de personas a las que tendría que enfrentarse diariamente. Era como tratar de comparar la ambrosía divina y el néctar de sabor más puro con el lodo más lleno de bichos y demás formas de vida a la hora de comer: no había color, y tampoco comparación posible. Era el complemento perfecto a su personalidad, a su afán de superarse a sí misma y a su sed de conocimientos. Era el complemento perfecto a cualquier anhelo, por oscuro que fuese, de los que rondaban en su interior y era, probablemente, el único que con sus acciones voluntarias o involuntarias sacaría lo mejor de ella mientras que los demás sólo someterían esas mismas acciones a juicios.
En cierto modo, y aunque pareciera que con mantenerla atrapada; con mis preguntas, palabras y control de la situación y de su propio cuerpo y con todo lo que hacía la limitaba lo que estaba haciendo era llevarla al máximo de sus posibilidades para descubrir cuáles eran y para tratar de rebasarlas. En ella, en vez de la monotonía propia de los parisinos de pura cepa, había futuro, promesas y una cierta vitalidad que la hacía destacar y ser susceptible de ser utilizada por mí en un uso que, al final, era mejor que el que la sociedad haría de ella. Yo sólo la utilizaba, además de para mi propia satisfacción e interés, para mejorarla y hacerla más próxima (aunque nunca sin alcanzarla, que los milagros no existían) a la perfección y superioridad de un vampiro. La estaba utilizando para hacerla mejor que los simples humanos, y para que no pudiera negar que su lugar estaba más volviendo a mí que rodeándose de pura escoria. La utilizaba para trazar mi red en torno a ella... y para que ella volviera. Un plan perfecto, sin duda, que incluso podía tolerar responder con algo parecido a la verdad, a una versión limitada de ella al menos.
– No compares las palabras de un pagano orgulloso con las del cristianismo, Éabann, porque no son tales. El libre albedrío no existe, pero no es cosa de las decisiones caprichosas de un supuesto dios sino de las decisiones más fundadas de ciertos seres que tienen potestad para decidir sobre esa clase de temas. Es menos aleatorio de lo que pueda parecer, y tú te encuentras en un límite peligroso entre la libertad y la no libertad, aunque eso ha sido así antes incluso de que yo me encontrara contigo. – respondí, encogiéndome de hombros de manera teatral tras aquella lección de libre albedrío, cortesía de Ciro, que había recibido en apenas un momento y que probablemente asimilaría aunque quisiera luchar contra ella. La sola idea de carecer de libertad y de que fuera yo quien controlara sus movimientos, cosa que se encontraba detrás de las palabras en sí mismas, entraba en conflicto directo con su personalidad y no le sería tan fácil de aceptar aunque su inteligencia supiera que era verdad. Era como un marionetista que controlaba los hilos invisibles de sus acciones en un alcance mayor que el que ella podía apreciar y en más situaciones que aquella que compartíamos, y la imagen mental no podía ser más acertada en ese respecto.
– Respecto a Augusto, acabas de hablar con más precisión que muchos estudiosos del tema. Está dentro de la naturaleza humana el ansia de poder y de dominación de los demás, así como ser superior y que alguien tenga que alabarle para suplir las carencias interiores que provocan una necesidad de recibir alabanzas ajenas ante la incapacidad de alabarse a uno mismo. Todos los impulsos irracionales son los que te mueven en una dirección u otra. Alimentarte, respirar, reproducirte, incluso desplazarte... Todos son actos que compartimos con los animales, hasta con los más rastreros desde el punto de vista de la cosmovisión que compartes con la época en la que vives, y lo único que pretende la racionalidad es convertir en algo controlable una cosa que escapa de nuestro control. Es como pretender que puedes dominar a una bestia y convencerte a ti mismo de que la suerte que corres al no ser destrozado por ella y las acciones que esta te obliga a hacer para huir de su mortal ataque es control racional sobre ella, en vez de algo inevitable. Tienes razón, sí, aunque explicándotelo yo te quede más claro que con tus propias palabras por el estado de tu mente ahora mismo. – añadí, con una media sonrisa divertida en alusión al confuso estado de su mente en aquel momento tras toda la presión a la que la estaba sometiendo y que no se detendría en aquel momento porque aún quedaba bastante de su mente que explorar en pos de alcanzar todo lo que quería.
La última pregunta que me había hecho, la de querer saber lo que yo buscaba de ella, se quedó en hiato en aquel momento porque mis labios estuvieron demasiado ocupados, de pronto, en recorrer su cuello y parte de sus hombros, la parte que su camisa dejaba a la vista, en busca del mejor lugar para volver a hacer una incisión diminuta de la que la gota se sangre comenzó a manar lentamente antes de encontrar su destino en mis labios, en mi garganta y en mi interior. Aquella herida no era ni más grande ni más pequeña que las anteriores, pero de ella saqué algo más de sangre que de las anteriores antes de cerrarla y que no quedara más que la zona algo roja y abultada en contraste con su piel dorada.
Los momentos siguientes los dediqué a subir por su cuello y el hueso de su mandíbula con los labios en dirección a los suyos para morderlos y jugar con ellos un rato con la mirada fija en sus ojos sin moverla de ellos un instante. Ella no lo percibía todavía, pero uno de los hombres que había en el suelo estaba empezando a moverse y aquella podía ser la situación perfecta para poner a prueba aún más a Éabann. Aún distraída como estaba por mi prolongado contacto, como estaba resultando ser de una manera totalmente prevista por mí para dar tiempo a los lentos movimientos de aquel hombre, apenas se dio cuenta del momento en el que estuvo en pie sosteniendo la misma daga de Éabann hasta que no la giré, de nuevo con su espalda apoyada en mi pecho, y enfrentó al hombre cara a cara.
Sus maldiciones de marinero borracho volvieron a resonar por el callejón y me hicieron poner los ojos en blanco, aún sujetándola contra mi pecho y haciendo que nos calificara desde puta a chulo hasta zorra y anormal, pasando por una cantidad importante de insultos que me hicieron casi bostezar de malos y previsibles (además de aplicables con fuertes matices de realismo a él mismo y a toda su progenie) mientras sostenía a Éabann entre mis brazos y me acercaba a su oreja con una sonrisa maquiavélica. Su mente estaba cansada, ¿no? Iba a dejar que descansara un momento para que me demostrara hasta dónde llegaba su vitalidad.
– Todo tuyo, Éabann, demuéstrame qué es lo que sabes hacer... Y respecto al tema del sol, prefiero que te hagas tú tus propias teorías y que me digas cuál es la que mejor te suena. Es más divertido así. – murmuré en un alemán austriaco perfecto que sabía que era una lengua que le supondría menos esfuerzo mental que el francés, si bien en ambos idiomas mi cadencia se mantenía porque pertenecía a mi lengua, el griego antiguo... Incluso hablando en aquella lengua tenía mi propio ritmo y manera de hacerlo que me había caracterizado durante mucho tiempo por ser un dote de mi elocuencia y carisma, artes ambas esenciales para la oratoria que como general había tenido que manejar.
Aprovechando que el hombre se había movido de tal manera que la forzaba a manejarse en la zona sin salida del callejón, la solté para darle libertad de movimientos pero sin dejar de mantenerme vigilante para que no se escapara al ver la oportunidad, ya que aunque quisiera no podría huir de mí... ni en aquel momento ni nunca más. Con los brazos cruzados sobre el pecho me apoyé en la pared, dispuesto con una media sonrisa a contemplar el espectáculo e intervenir sólo si las cosas se ponían difíciles para ella, cosa que dudaba pero que siempre podía ocurrir.
Invitado- Invitado
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Las palabras de él fueron como una bofetada que hubiera dolido más que si se la hubiera dado de forma física. Frunció el ceño mientras le miraba, con atención, escuchando sus palabras. Aquella noche estaba claro que iba a cambiar muchos —o al menos algunos— de los pilares sobre los que había ido edificando toda su vida. El libre albedrío, la sensación de poder decidir por ella misma, era uno de los pilares claves. No era cristiana, la idea de un Dios ultraterreno y poderoso que todo lo podía no iba con ella, no lo podía ver, no lo podía sentir, era un ente que no existía. En cambio, en su mente, había otro tipo de creencias que se adecuaban mejor con ella misma. Había vivido buena parte de su vida al aire libre, donde la Naturaleza era la que guiaba cada uno de sus días. Había sido su abuela la que le había ido mostrando los cambios que se iban produciendo a su alrededor, el paso de las estaciones, cómo después de un invierno especialmente duro uno podía encontrar un brote que indicaba que la vida volvería de nuevo. En parte, quizá por eso, había adaptado su punto de vista a una forma de ver la religiosidad que se acercaba más al paganismo. Quizá no tuvieran nombres precisos las fuerzas que movían el Universo tal y como ella lo veía, quizá no tuvieran una identificación clara, pero estaban allí.
Una vez más su interior se revelaba ante la idea de que la estuvieran controlando por mucho que él la hubiera demostrado de diversas formas a lo largo del tiempo que llevaban en ese callejón que era de esa manera. Lo hacía porque creía que tener una posibilidad de cambiar las cosas, de amoldarlas a su propia decisión, a su propia voluntad, era lo único que en realidad necesitaba para seguir hacia delante. Le miró, a punto de soltar un bufido que no llegó a salir de sus labios porque resultaría como el berrinche de una niña ante un adulto. Aun así, en su mente sonó de forma clara mientras entrecerraba los ojos. La libertad de decisión era algo que le habían enseñado, una libertad que siempre terminaba, era cierto, en el momento en el que se cruzaba con la de otra persona. En ese momento, Éabann estaba en una situación en la que su voluntad chocaba con la del vampiro, teniendo todas las de perder. Esa era una de las razones contras las que se revelaba en todo caso. La lucha de fuerzas, por ver quien tenía el momento de dominación, era algo que era continuo. No era tan estúpida como para no verlo, estaba allí, uno solo necesitaba abrir los ojos.
Estaba incluso en la misma naturaleza, con esos actos irracionales que él decía. Desde el depredador que cazaba a un animal más pequeño, hasta el continuo ir y venir de las aguas en una playa que iba erosionando las rocas las cuales se mantenían inmóviles a pesar de todo. En realidad, no sabía bien por qué había pensado de aquella manera, pero el hecho es que lo estaba haciendo. Tomaba ejemplos que ella conocía para poder poner imágenes a lo que el vampiro le explicaba. Era la forma en que tenía de relacionar y aprender, si no encontraba ese punto de encuentro entre conceptos puramente teóricos y la realidad en la que había sido criada seguramente las palabras no dejarían de caer al vacío, desapareciendo minutos más tarde. Estaba aprendiendo más en esas horas que lo que había hecho en el resto de su vida y eso era lo que la mantenía en pie, activa y pensando.
Casi estuvo a punto de gritar cuando él la dio la razón en algo tan simple como lo de Augusto. Se sentía como una niña que había recibido una carantoña en la cabeza de un adulto, un golpecito que le indicaba que había hecho bien la tarea. El reconocimiento de haber hecho algo bien, aunque fuera eso, hizo que la sonrisa apareciera de forma rápida en sus labios aunque se esforzó rápidamente en hacerla desaparecer puesto que bastante tenía ya como para que él se diera cuenta de lo que le afectaba. No debería hacerlo, es más, se sentía extraña por admitir que lo hacía. Extraña porque la atracción que sentía hacia aquel ser que no dejaba de ser un ser de la noche no debería haber existido ni mucho menos. Una atracción que traspasaba los límites de lo físico y que alcanzaba hasta el punto intelectual, ese punto que hacía que quisiera saber más, aprender más. Junto provocaba una bomba de relojería que provocaba que temblara en cierta manera, que su mundo se agitara y se estremeciera como si un terremoto estuviera a punto de hacer desaparecer esos pilares sobre los que había ido fabricando su vida. Él era el causante de ello, tan claro lo veía como quien sabe que por la mañana el sol saldrá por el Este.
— Al final volvemos a lo mismo, a la idea de que hay una serie de seres superiores que mantienen aprisionados a los demás bajo su voluntad.—contestó con el ceño fruncido mientras le miraba, porque estaba claro quién era ahí el ser superior y quién estaba marcada a hacer una serie de cosas bajo su voluntad. — Mi libertad personal está ahora más en entredicho que a inicios de la noche, cuando al menos sabía que mi vida era capaz de seguir por más de esta noche salvo que ocurriera algo como esto, que está claro que se escapa por completo a mi voluntad.—susurró, sin esforzarse de alzar la voz porque sabía que él podría escucharla perfectamente, incluso si apenas hablaba. Le miró a los ojos una vez más, mientras que sus uñas golpeaban de forma rítmica contra la camisa de él, en apenas un ligero movimiento que indicaba que se encontraba pensativa, gesto que solía hacer demasiado a menudo cuando su mente funcionaba en un intento de resolver un enigma. — Lo que me estás diciendo es que necesitamos superar la idea de racionalidad para poder aceptar lo que hay en nuestro interior, esos impulsos irracionales que nos marcan, conocerlos y utilizarlos.—al menos eso es lo que ella había entendido, aunque quizá se estaba alejando del tema. Apartó la mirada, fijándola en el torso que tenía delante sin ver en realidad la tela oscura. — Y utilizarlo, además, para poder conseguir estar en la capa de arriba de la pirámide, por decirlo de alguna manera, donde no haya otras fuerzas que nos puedan dominar, sino ser uno mismo el que es capaz de dominar y de ejercer el poder. De esa manera sería la única forma de conseguir una libertad que se escapa a los que no pueden llegar a ello…
La mente se volvió a desconectar en el mismo momento en el que los labios del vampiro se deslizaron por su piel. Sus manos, ahora libre de sujeción, se aferraron por un momento a lo primero que encontraron que resultó ser la ropa de él puesto que sentía cómo las rodillas podían llegar a flaquearla en cualquier momento. ¿Alguna vez alguien había provocado aquello en la gitana? La respuesta era que seguramente no con aquella intensidad. Durante unos segundos, su mente parecía estar revoloteando por un lugar en el que los intentos de pensar se había extinguido en el mismo segundo en el que él había decidido jugar en su piel. Le costó darse cuenta de lo que estaba ocurriendo hasta que su mente se activó más por puro instinto que por un gesto racional, escuchando las palabras que el hombre les estaba dirigiendo con rapidez. Fue como si de repente volviera a la realidad, como si despertara de un sueño en el que se encontraba. Sus palabras en el oído hicieron que un escalofrío bajara por su espalda, hacía demasiado tiempo que no escuchaba su idioma natal y escucharlo de él hizo que demasiados recuerdos aparecieran, recuerdos que tuvo que echar a un lado porque en ese momento no había tiempo para ello.
No le dio tiempo a replicar cuando el hombre se movió con rapidez hacia ella, en un segundo que pareció eterno pudo ver el brillo de la daga ante la ligera iluminación de un rayo de luna. En un movimiento que era más producto de los instintos que de una preparación, la gitana fintó hacia la derecha dejando que el hombre pasara de largo. Sabía que en fuerza no podía equipararse, por lo que se concentró en su propia agilidad y rapidez, quizá entorpecida por la ropa que llevaba y que no era la más apropiada para una pelea de los barrios bajos. La daga amenazante pasó a pocos centímetros de su estómago, lo que hizo que se echara hacia atrás. Sus sentidos estaban comenzando a despertarse después de unos minutos de embotamiento gracias a la presencia del vampiro, el cual sabía que se encontraba en uno de los laterales del callejón. Sintió cómo la cogían por el brazo derecho, aquel donde llevaba el brazalete de cuero y donde estaba ya amoratado y dolorido, haciendo una breve mueca. Aprovechó entonces para dar una patada en la zona trasera de la rodilla del hombre seguida por un codazo en el estómago que hizo que se agachara durante unos instantes.
Tenía dos posibles salidas, terminar lo que estaba haciendo o intentar escapar de allí. Sabía que no llegaría muy lejos si la segunda opción se perfilaba como la ganadora, además la daga, que el hombre sostenía con la mano que no la sujetaba como si la vida le fuera en ello, era una de las pocas pertenencias que habían conseguido llevarse conmigo en aquella fatídica noche. Aquel instante fue lo único que el hombre necesitaba para recuperarse lo suficiente como para soltar una cuchillada que aunque buscó esquivar notó cómo rasgaba la camisa y llegaba a tocar la zona de su abdomen de forma superficial, lo justo para que sintiera la mordida del acero y que la furia que llevaba controlando hasta el momento se liberara. En un movimiento quizá demasiado poco pensado le soltó un codazo en plena cara cuando volvió a acercarse a ella escuchando con claridad el “crack” de la nariz al romperse y le arrebató la daga cuando se llevó la mano que la sujetaba a la cara tras soltar un alarido de dolor.
Éabann se quedó entonces inmóvil con la respiración entrecortada, la mano en el costado y la daga en la otra apretándola hasta que los nudillos se le pusieron blancos mirando al hombre que había tenido la mala suerte de cruzarse con ellos aquella noche en aquel callejón perdido de París.
Una vez más su interior se revelaba ante la idea de que la estuvieran controlando por mucho que él la hubiera demostrado de diversas formas a lo largo del tiempo que llevaban en ese callejón que era de esa manera. Lo hacía porque creía que tener una posibilidad de cambiar las cosas, de amoldarlas a su propia decisión, a su propia voluntad, era lo único que en realidad necesitaba para seguir hacia delante. Le miró, a punto de soltar un bufido que no llegó a salir de sus labios porque resultaría como el berrinche de una niña ante un adulto. Aun así, en su mente sonó de forma clara mientras entrecerraba los ojos. La libertad de decisión era algo que le habían enseñado, una libertad que siempre terminaba, era cierto, en el momento en el que se cruzaba con la de otra persona. En ese momento, Éabann estaba en una situación en la que su voluntad chocaba con la del vampiro, teniendo todas las de perder. Esa era una de las razones contras las que se revelaba en todo caso. La lucha de fuerzas, por ver quien tenía el momento de dominación, era algo que era continuo. No era tan estúpida como para no verlo, estaba allí, uno solo necesitaba abrir los ojos.
Estaba incluso en la misma naturaleza, con esos actos irracionales que él decía. Desde el depredador que cazaba a un animal más pequeño, hasta el continuo ir y venir de las aguas en una playa que iba erosionando las rocas las cuales se mantenían inmóviles a pesar de todo. En realidad, no sabía bien por qué había pensado de aquella manera, pero el hecho es que lo estaba haciendo. Tomaba ejemplos que ella conocía para poder poner imágenes a lo que el vampiro le explicaba. Era la forma en que tenía de relacionar y aprender, si no encontraba ese punto de encuentro entre conceptos puramente teóricos y la realidad en la que había sido criada seguramente las palabras no dejarían de caer al vacío, desapareciendo minutos más tarde. Estaba aprendiendo más en esas horas que lo que había hecho en el resto de su vida y eso era lo que la mantenía en pie, activa y pensando.
Casi estuvo a punto de gritar cuando él la dio la razón en algo tan simple como lo de Augusto. Se sentía como una niña que había recibido una carantoña en la cabeza de un adulto, un golpecito que le indicaba que había hecho bien la tarea. El reconocimiento de haber hecho algo bien, aunque fuera eso, hizo que la sonrisa apareciera de forma rápida en sus labios aunque se esforzó rápidamente en hacerla desaparecer puesto que bastante tenía ya como para que él se diera cuenta de lo que le afectaba. No debería hacerlo, es más, se sentía extraña por admitir que lo hacía. Extraña porque la atracción que sentía hacia aquel ser que no dejaba de ser un ser de la noche no debería haber existido ni mucho menos. Una atracción que traspasaba los límites de lo físico y que alcanzaba hasta el punto intelectual, ese punto que hacía que quisiera saber más, aprender más. Junto provocaba una bomba de relojería que provocaba que temblara en cierta manera, que su mundo se agitara y se estremeciera como si un terremoto estuviera a punto de hacer desaparecer esos pilares sobre los que había ido fabricando su vida. Él era el causante de ello, tan claro lo veía como quien sabe que por la mañana el sol saldrá por el Este.
— Al final volvemos a lo mismo, a la idea de que hay una serie de seres superiores que mantienen aprisionados a los demás bajo su voluntad.—contestó con el ceño fruncido mientras le miraba, porque estaba claro quién era ahí el ser superior y quién estaba marcada a hacer una serie de cosas bajo su voluntad. — Mi libertad personal está ahora más en entredicho que a inicios de la noche, cuando al menos sabía que mi vida era capaz de seguir por más de esta noche salvo que ocurriera algo como esto, que está claro que se escapa por completo a mi voluntad.—susurró, sin esforzarse de alzar la voz porque sabía que él podría escucharla perfectamente, incluso si apenas hablaba. Le miró a los ojos una vez más, mientras que sus uñas golpeaban de forma rítmica contra la camisa de él, en apenas un ligero movimiento que indicaba que se encontraba pensativa, gesto que solía hacer demasiado a menudo cuando su mente funcionaba en un intento de resolver un enigma. — Lo que me estás diciendo es que necesitamos superar la idea de racionalidad para poder aceptar lo que hay en nuestro interior, esos impulsos irracionales que nos marcan, conocerlos y utilizarlos.—al menos eso es lo que ella había entendido, aunque quizá se estaba alejando del tema. Apartó la mirada, fijándola en el torso que tenía delante sin ver en realidad la tela oscura. — Y utilizarlo, además, para poder conseguir estar en la capa de arriba de la pirámide, por decirlo de alguna manera, donde no haya otras fuerzas que nos puedan dominar, sino ser uno mismo el que es capaz de dominar y de ejercer el poder. De esa manera sería la única forma de conseguir una libertad que se escapa a los que no pueden llegar a ello…
La mente se volvió a desconectar en el mismo momento en el que los labios del vampiro se deslizaron por su piel. Sus manos, ahora libre de sujeción, se aferraron por un momento a lo primero que encontraron que resultó ser la ropa de él puesto que sentía cómo las rodillas podían llegar a flaquearla en cualquier momento. ¿Alguna vez alguien había provocado aquello en la gitana? La respuesta era que seguramente no con aquella intensidad. Durante unos segundos, su mente parecía estar revoloteando por un lugar en el que los intentos de pensar se había extinguido en el mismo segundo en el que él había decidido jugar en su piel. Le costó darse cuenta de lo que estaba ocurriendo hasta que su mente se activó más por puro instinto que por un gesto racional, escuchando las palabras que el hombre les estaba dirigiendo con rapidez. Fue como si de repente volviera a la realidad, como si despertara de un sueño en el que se encontraba. Sus palabras en el oído hicieron que un escalofrío bajara por su espalda, hacía demasiado tiempo que no escuchaba su idioma natal y escucharlo de él hizo que demasiados recuerdos aparecieran, recuerdos que tuvo que echar a un lado porque en ese momento no había tiempo para ello.
No le dio tiempo a replicar cuando el hombre se movió con rapidez hacia ella, en un segundo que pareció eterno pudo ver el brillo de la daga ante la ligera iluminación de un rayo de luna. En un movimiento que era más producto de los instintos que de una preparación, la gitana fintó hacia la derecha dejando que el hombre pasara de largo. Sabía que en fuerza no podía equipararse, por lo que se concentró en su propia agilidad y rapidez, quizá entorpecida por la ropa que llevaba y que no era la más apropiada para una pelea de los barrios bajos. La daga amenazante pasó a pocos centímetros de su estómago, lo que hizo que se echara hacia atrás. Sus sentidos estaban comenzando a despertarse después de unos minutos de embotamiento gracias a la presencia del vampiro, el cual sabía que se encontraba en uno de los laterales del callejón. Sintió cómo la cogían por el brazo derecho, aquel donde llevaba el brazalete de cuero y donde estaba ya amoratado y dolorido, haciendo una breve mueca. Aprovechó entonces para dar una patada en la zona trasera de la rodilla del hombre seguida por un codazo en el estómago que hizo que se agachara durante unos instantes.
Tenía dos posibles salidas, terminar lo que estaba haciendo o intentar escapar de allí. Sabía que no llegaría muy lejos si la segunda opción se perfilaba como la ganadora, además la daga, que el hombre sostenía con la mano que no la sujetaba como si la vida le fuera en ello, era una de las pocas pertenencias que habían conseguido llevarse conmigo en aquella fatídica noche. Aquel instante fue lo único que el hombre necesitaba para recuperarse lo suficiente como para soltar una cuchillada que aunque buscó esquivar notó cómo rasgaba la camisa y llegaba a tocar la zona de su abdomen de forma superficial, lo justo para que sintiera la mordida del acero y que la furia que llevaba controlando hasta el momento se liberara. En un movimiento quizá demasiado poco pensado le soltó un codazo en plena cara cuando volvió a acercarse a ella escuchando con claridad el “crack” de la nariz al romperse y le arrebató la daga cuando se llevó la mano que la sujetaba a la cara tras soltar un alarido de dolor.
Éabann se quedó entonces inmóvil con la respiración entrecortada, la mano en el costado y la daga en la otra apretándola hasta que los nudillos se le pusieron blancos mirando al hombre que había tenido la mala suerte de cruzarse con ellos aquella noche en aquel callejón perdido de París.
Éabann G. Dargaard- Gitano
- Mensajes : 205
Fecha de inscripción : 09/05/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Cuando la Sombras cobran vida {Ciro}
Para toda persona idealista, con muchas novelas de caballería y una visión muy medieval estancada en la cabeza, una batalla no era nada aparte de un baile entre dos contendientes armados con espadas, armaduras y diferentes artefactos que les protegerían y matarían, con suerte, a su rival. Una danza, como era la guerra ante los ojos de mucho, carecía de todo peligro excepto para los bailarines, que eran los combatientes de aquel combate singular que a los ojos de los demás parecía ensayado, metódico e incluso dulce e inocente, pero que para los ojos de quien están dentro es absolutamente todo lo contrario. Una auténtica batalla es un baile, sí, pero un baile desnudo en el borde de un precipicio y en el que has apostado tu vida contra el mismísimo diablo, si es que existe un ser así. Una batalla es un encuentro de vida o muerte que pone a toda persona inmersa en ella en su lugar y que desnuda las almas, si es que también existen, de las personas para mostrarlas tal y como son. Una batalla tiene de baile la apariencia, pero no el riesgo ni las implicaciones ni consecuencias.
Como humano me había criado en una sociedad guerrera en la que lo primero que se enseñaba, casi antes que a leer o a escribir, era el arte de la guerra. Para los ojos de un extraño, la educación espartana podía suponer algo burdo, bárbaro o incluso inhumano si se comparaba incluso con otras educaciones de la época, como la ateniense. Habiéndome criado en ella, y a pesar de ser conocedor de sus múltiples limitaciones, había aprendido a apreciarla, a hacerla mía y a enarbolarla en los demás aspectos de mi existencia como algo que me había terminado por forjar, como un herrero a un endeble trozo de metal, hasta lo que finalmente me había convertido. Aquella educación me había grabado a fuego en la mente, con la intensidad de las filigranas de los más expertos herreros y joyeros, el valor de la lucha, de las personas y de la batalla, y aquellos valores sólo habían ido creciendo más y más con los años en lugar de perder su fundamento.
Que los hombres sólo son esclavos de sus pasiones en vez de seres racionales y exactos lo había aprendido de niño, y lo había confirmado en la guerra cuando bajo determinadas circunstancias de no control de ciertos impulsos se mostraban tal y como eran en realidad: bestiales, sin un ápice de carisma o de algo que los apartara de los cerdos que se revolvían en las pocilgas a la espera de ser sacrificados.
Que la batalla era el máximo objetivo al que alguien podía aspirar para sacar su auténtico yo era también algo que, por haberlo vivido en mis carnes, sabía de sobra. Mi experiencia como general, vencedor en Platea y conquistador de Tebas y Bizancio me había enseñado que la piedad era una debilidad y un privilegio que sin justificar era totalmente absurdo e innecesario, y la misma experiencia me había enseñado que sólo despojándonos de todos los convencionalismos sociales que las épocas nos inculcaban podíamos llegar a mostrarnos tal y como éramos y podríamos ver a los demás tal y como sus madres los habían parido, sin que hubiera por medio ninguna clase de deformación por ocultamiento de algunos rasgos por parte de quien los poseía.
Que la lucha, versión a menor escala de la batalla, era también la mejor manera de conseguir que alguien en solitario pudiera demostrar cómo era en su interior sin que se mostraran alteraciones de ese ser verdadero de ningún tipo era algo que, también, mi propia educación me había enseñado y que con los años veía con más y más frecuencia. Al fin y al cabo, sólo quien está a punto de morir o quien está defendiéndose para hacerlo es capaz de renunciar a las cosas materiales que tantas veces atan a una persona para ser capaz de luchar con uñas y dientes, fiereza animal y fuerza no menos animal. Aquello era el instinto de supervivencia, el que eliminaba todas las tonterías que los humanos tenían metidas en la cabeza acerca de ellos mismos o de sus sobrevaloradas capacidades para demostrar exactamente cuáles eran esas mismas capacidades.
Mi objetivo, aquella noche, había sido Éabann prácticamente desde el principio de la misma. Ya no sólo, como ya había dicho por activa y por pasiva, beber su sangre, sino también beber de su personalidad y beber de alguien que se asemejaba más de lo que le convenía a otras épocas que no eran la suya; a otras costumbres que ella no tenía por qué conocer; a otras esencias que levantaban consigo viejos recuerdos y nuevos intereses por mi parte. Quizá no fuera culpa suya ser como era (y de hecho era culpa de sus padres y de las circunstancias, que la habían moldeado de aquella manera y no de otra), pero tenía aquella esencia suya que me había atraído como la luz del fuego a los insectos por la noche con la diferencia de que la atracción había sido mutua.
Una vez establecido el contacto, lo que quedaba era por mi parte ver si merecía la pena que gastara parte de mi inmortal vida en ella o si, por el contrario, mi amplísimo tiempo podía ser gastado en algo más interesante. Había visto sus respuestas, sus gestos y sus movimientos; había probado su inteligencia, y también su sangre, además de algo de su cuerpo; había empezado a conocerla mejor que muchas personas a su alrededor por lo bien que se me daba conocer a las personas... Pero había una prueba que aún no había pasado, a pesar de todo su sentido común (a veces, como por ejemplo en su lucha interior entre el deber y el querer, inexistente) y de su inteligencia, y aquella prueba era la lucha.
Había calculado que los entes aquellos se levantarían, aunque no había calculado el momento exacto en el que lo harían, y la idea de ponerla precisamente a ella a la prueba a la que había sometido a mis soldados antes de cualquier gran batalla a la que les había conducido a la victoria me había parecido, y me seguía pareciendo, cuando menos muy atractiva. La razón principal era que ella se mostraría en sus movimientos y acciones tal y como era, y si aquel tal y como era se comportaba de la manera que yo creía que se iba a comportar sólo confirmaría mi impresión inicial de que Éabann Gealach merecía la pena para convertirse en algo así como mi capricho personal... aún más que lo que era, ya se entiende.
¿Qué mejor lugar, por otra parte, que aquel para presenciar el espectáculo? Los otros dos hombres no se levantarían: una sola mirada mía había terminado por debilitar sus frágiles mentes e invocar el dolor de nuevo para que no quisieran regresar a ellas. No había más personas que ella y su atacante, porque yo sólo lo observaba todo atento a la escena y a los movimientos de ambos, y el baile entre las dos fieras podía comenzar... y apenas unos momentos después de mi pensamiento lo hizo. Primero fue una especie de danza con el cuerpo de ella, ágil como un junco, esquivando las estocadas de él. Aburrido. Después pasó el hombre al ataque de manera errónea y ella le arrojó, con movimientos felinos y poco pulidos, al suelo, momento en el que un movimiento de él hizo “clic” en algún resorte interno de Éabann para que ella despertara su rabia y le partiera la nariz, recuperando la daga aunque con una pequeña imperfección en su cuerpo, en forma de herida en el abdomen.
Al momento siguiente de que ella se quedara mirando al hombre que había tentado a la suerte y la había atacado, hombre que en aquel momento y en un francés entrecortado por los sollozos y el miedo pedía piedad, volví a encontrarme detrás de ella desde la posición en la que antes había estado, que era apoyado de manera indolente y aún en guardia, cosa inevitable, contra una pared. Las manos recorrieron su perfil con cuidado, relajándola a medida que mi contacto había que se olvidara del hombre que buscaba su redención y consiguiendo que el blanco de sus nudillos apretados contra la empuñadura del arma pasara a ser el dorado normal de su piel.
Unos instantes, los que estuve evaluando su comportamiento, fueron los necesarios para que ella se tranquilizara del todo. El resultado del análisis había sido que ella era exactamente como pensaba, quizá con el lado animal más a la luz que lo que ella misma dejaba ver o podía, siquiera, imaginar. Su dicotomía había quedado anulada en aquel momento, y todo lo que no fueran sus instintos estaba siendo dejado de lado en aquel nuevo instante en el que mis manos se deslizaban con cierto cuidado por su ropa, levantándola a mi paso por la altura de su abdomen para dejar que a la herida abierta le diera el fino aire de la noche parisina, impregnándolo con su olor tan penetrante, profundo, atrayente.
– Remátale o déjale inconsciente, tú eliges, pero así no puede estar... Y lo sabes, Éabann. Si sigue consciente verá demasiado y sus propias pesadillas le harán cometer el error de intentar buscarte... o buscarme a mí, y sabes de sobra que con alguien tan vulgar no tendré la más mínima piedad. Un acto de misericordia, será lo que estás obligada a hacer ya no sólo por mí sino por las circunstancias. Aunque esté ebrio es capaz de recordar detalles: no tiene suficiente alcohol para anular su memoria y un rostro como el tuyo no se olvida fácilmente. Puede ser tu ruina... Sobre todo si recuerda que te ha visto conmigo, independientemente de mi naturaleza. ¿Qué harás...? – murmuré en su oído, con tono arrastrado y deje persuasivo que se potenció, sobre todo, al utilizar el alemán en vez de el francés como habíamos estado haciendo en aquel momento. Cambiar de un idioma a otro no me costaba mayor esfuerzo que utilizar alguna lengua que dominara, porque ambas las tenía extremadamente domesticadas, y aquella arma de persuasión que estaba utilizando contra ella era la clave de tanto que no me entendiera el hombre cuya mente se había roto definitivamente como que ella acabara de convencerse que era lo que tenía que hacer... Aunque en el fondo incluso yo mismo esperara que acabaría yéndose por las ramas, como acostumbraba.
Mis manos llevaban un rato acariciando su piel, tersa bajo las telas de sus llamativas ropas, en dirección a su herida, que apenas con un par de toques superficiales y en los bordes de la misma supieron que aquello era un simple corte accidental que podría curarse enseguida, aunque sin desaprovechar la oportunidad de beber de aquella fuente abierta en su piel. La cercanía de nuestros cuerpos, además, favorecía que no se olvidara (como si fuera posible) que seguía detrás de ella y que mi cabeza terminó por posarse en su hombro, concretamente en un movimiento cortesía de mi barbilla y que me permitía observar la situación de más de cerca y, si hacía el esfuerzo de respirar, pudiera absorber su olor, tan atrayente y tan particular. Un giro apenas perceptible de mi cabeza fue lo que necesité para volver a dejar mis labios en su oreja, rozándola con suavidad que era, en aquel momento, la mayor que podría recibir en su vida. Todo lo mejor lo podría recibir de mí, y también todo lo peor: aquel era el secreto de su atracción y de que a partir de ese momento sintiera su vida insípida sin mí delante para sazonarla... Habiendo probado los límites, el término medio se vuelve aún más aburrido, y una sonrisa torcida era la única prueba visible de la satisfacción que producía haber encerrado a una presa algo más difícil que las habituales.
– Elige, Éabann Gealach... – murmuré, de nuevo.
Como humano me había criado en una sociedad guerrera en la que lo primero que se enseñaba, casi antes que a leer o a escribir, era el arte de la guerra. Para los ojos de un extraño, la educación espartana podía suponer algo burdo, bárbaro o incluso inhumano si se comparaba incluso con otras educaciones de la época, como la ateniense. Habiéndome criado en ella, y a pesar de ser conocedor de sus múltiples limitaciones, había aprendido a apreciarla, a hacerla mía y a enarbolarla en los demás aspectos de mi existencia como algo que me había terminado por forjar, como un herrero a un endeble trozo de metal, hasta lo que finalmente me había convertido. Aquella educación me había grabado a fuego en la mente, con la intensidad de las filigranas de los más expertos herreros y joyeros, el valor de la lucha, de las personas y de la batalla, y aquellos valores sólo habían ido creciendo más y más con los años en lugar de perder su fundamento.
Que los hombres sólo son esclavos de sus pasiones en vez de seres racionales y exactos lo había aprendido de niño, y lo había confirmado en la guerra cuando bajo determinadas circunstancias de no control de ciertos impulsos se mostraban tal y como eran en realidad: bestiales, sin un ápice de carisma o de algo que los apartara de los cerdos que se revolvían en las pocilgas a la espera de ser sacrificados.
Que la batalla era el máximo objetivo al que alguien podía aspirar para sacar su auténtico yo era también algo que, por haberlo vivido en mis carnes, sabía de sobra. Mi experiencia como general, vencedor en Platea y conquistador de Tebas y Bizancio me había enseñado que la piedad era una debilidad y un privilegio que sin justificar era totalmente absurdo e innecesario, y la misma experiencia me había enseñado que sólo despojándonos de todos los convencionalismos sociales que las épocas nos inculcaban podíamos llegar a mostrarnos tal y como éramos y podríamos ver a los demás tal y como sus madres los habían parido, sin que hubiera por medio ninguna clase de deformación por ocultamiento de algunos rasgos por parte de quien los poseía.
Que la lucha, versión a menor escala de la batalla, era también la mejor manera de conseguir que alguien en solitario pudiera demostrar cómo era en su interior sin que se mostraran alteraciones de ese ser verdadero de ningún tipo era algo que, también, mi propia educación me había enseñado y que con los años veía con más y más frecuencia. Al fin y al cabo, sólo quien está a punto de morir o quien está defendiéndose para hacerlo es capaz de renunciar a las cosas materiales que tantas veces atan a una persona para ser capaz de luchar con uñas y dientes, fiereza animal y fuerza no menos animal. Aquello era el instinto de supervivencia, el que eliminaba todas las tonterías que los humanos tenían metidas en la cabeza acerca de ellos mismos o de sus sobrevaloradas capacidades para demostrar exactamente cuáles eran esas mismas capacidades.
Mi objetivo, aquella noche, había sido Éabann prácticamente desde el principio de la misma. Ya no sólo, como ya había dicho por activa y por pasiva, beber su sangre, sino también beber de su personalidad y beber de alguien que se asemejaba más de lo que le convenía a otras épocas que no eran la suya; a otras costumbres que ella no tenía por qué conocer; a otras esencias que levantaban consigo viejos recuerdos y nuevos intereses por mi parte. Quizá no fuera culpa suya ser como era (y de hecho era culpa de sus padres y de las circunstancias, que la habían moldeado de aquella manera y no de otra), pero tenía aquella esencia suya que me había atraído como la luz del fuego a los insectos por la noche con la diferencia de que la atracción había sido mutua.
Una vez establecido el contacto, lo que quedaba era por mi parte ver si merecía la pena que gastara parte de mi inmortal vida en ella o si, por el contrario, mi amplísimo tiempo podía ser gastado en algo más interesante. Había visto sus respuestas, sus gestos y sus movimientos; había probado su inteligencia, y también su sangre, además de algo de su cuerpo; había empezado a conocerla mejor que muchas personas a su alrededor por lo bien que se me daba conocer a las personas... Pero había una prueba que aún no había pasado, a pesar de todo su sentido común (a veces, como por ejemplo en su lucha interior entre el deber y el querer, inexistente) y de su inteligencia, y aquella prueba era la lucha.
Había calculado que los entes aquellos se levantarían, aunque no había calculado el momento exacto en el que lo harían, y la idea de ponerla precisamente a ella a la prueba a la que había sometido a mis soldados antes de cualquier gran batalla a la que les había conducido a la victoria me había parecido, y me seguía pareciendo, cuando menos muy atractiva. La razón principal era que ella se mostraría en sus movimientos y acciones tal y como era, y si aquel tal y como era se comportaba de la manera que yo creía que se iba a comportar sólo confirmaría mi impresión inicial de que Éabann Gealach merecía la pena para convertirse en algo así como mi capricho personal... aún más que lo que era, ya se entiende.
¿Qué mejor lugar, por otra parte, que aquel para presenciar el espectáculo? Los otros dos hombres no se levantarían: una sola mirada mía había terminado por debilitar sus frágiles mentes e invocar el dolor de nuevo para que no quisieran regresar a ellas. No había más personas que ella y su atacante, porque yo sólo lo observaba todo atento a la escena y a los movimientos de ambos, y el baile entre las dos fieras podía comenzar... y apenas unos momentos después de mi pensamiento lo hizo. Primero fue una especie de danza con el cuerpo de ella, ágil como un junco, esquivando las estocadas de él. Aburrido. Después pasó el hombre al ataque de manera errónea y ella le arrojó, con movimientos felinos y poco pulidos, al suelo, momento en el que un movimiento de él hizo “clic” en algún resorte interno de Éabann para que ella despertara su rabia y le partiera la nariz, recuperando la daga aunque con una pequeña imperfección en su cuerpo, en forma de herida en el abdomen.
Al momento siguiente de que ella se quedara mirando al hombre que había tentado a la suerte y la había atacado, hombre que en aquel momento y en un francés entrecortado por los sollozos y el miedo pedía piedad, volví a encontrarme detrás de ella desde la posición en la que antes había estado, que era apoyado de manera indolente y aún en guardia, cosa inevitable, contra una pared. Las manos recorrieron su perfil con cuidado, relajándola a medida que mi contacto había que se olvidara del hombre que buscaba su redención y consiguiendo que el blanco de sus nudillos apretados contra la empuñadura del arma pasara a ser el dorado normal de su piel.
Unos instantes, los que estuve evaluando su comportamiento, fueron los necesarios para que ella se tranquilizara del todo. El resultado del análisis había sido que ella era exactamente como pensaba, quizá con el lado animal más a la luz que lo que ella misma dejaba ver o podía, siquiera, imaginar. Su dicotomía había quedado anulada en aquel momento, y todo lo que no fueran sus instintos estaba siendo dejado de lado en aquel nuevo instante en el que mis manos se deslizaban con cierto cuidado por su ropa, levantándola a mi paso por la altura de su abdomen para dejar que a la herida abierta le diera el fino aire de la noche parisina, impregnándolo con su olor tan penetrante, profundo, atrayente.
– Remátale o déjale inconsciente, tú eliges, pero así no puede estar... Y lo sabes, Éabann. Si sigue consciente verá demasiado y sus propias pesadillas le harán cometer el error de intentar buscarte... o buscarme a mí, y sabes de sobra que con alguien tan vulgar no tendré la más mínima piedad. Un acto de misericordia, será lo que estás obligada a hacer ya no sólo por mí sino por las circunstancias. Aunque esté ebrio es capaz de recordar detalles: no tiene suficiente alcohol para anular su memoria y un rostro como el tuyo no se olvida fácilmente. Puede ser tu ruina... Sobre todo si recuerda que te ha visto conmigo, independientemente de mi naturaleza. ¿Qué harás...? – murmuré en su oído, con tono arrastrado y deje persuasivo que se potenció, sobre todo, al utilizar el alemán en vez de el francés como habíamos estado haciendo en aquel momento. Cambiar de un idioma a otro no me costaba mayor esfuerzo que utilizar alguna lengua que dominara, porque ambas las tenía extremadamente domesticadas, y aquella arma de persuasión que estaba utilizando contra ella era la clave de tanto que no me entendiera el hombre cuya mente se había roto definitivamente como que ella acabara de convencerse que era lo que tenía que hacer... Aunque en el fondo incluso yo mismo esperara que acabaría yéndose por las ramas, como acostumbraba.
Mis manos llevaban un rato acariciando su piel, tersa bajo las telas de sus llamativas ropas, en dirección a su herida, que apenas con un par de toques superficiales y en los bordes de la misma supieron que aquello era un simple corte accidental que podría curarse enseguida, aunque sin desaprovechar la oportunidad de beber de aquella fuente abierta en su piel. La cercanía de nuestros cuerpos, además, favorecía que no se olvidara (como si fuera posible) que seguía detrás de ella y que mi cabeza terminó por posarse en su hombro, concretamente en un movimiento cortesía de mi barbilla y que me permitía observar la situación de más de cerca y, si hacía el esfuerzo de respirar, pudiera absorber su olor, tan atrayente y tan particular. Un giro apenas perceptible de mi cabeza fue lo que necesité para volver a dejar mis labios en su oreja, rozándola con suavidad que era, en aquel momento, la mayor que podría recibir en su vida. Todo lo mejor lo podría recibir de mí, y también todo lo peor: aquel era el secreto de su atracción y de que a partir de ese momento sintiera su vida insípida sin mí delante para sazonarla... Habiendo probado los límites, el término medio se vuelve aún más aburrido, y una sonrisa torcida era la única prueba visible de la satisfacción que producía haber encerrado a una presa algo más difícil que las habituales.
– Elige, Éabann Gealach... – murmuré, de nuevo.
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