Un crudo despertar [Pablo]

Haber dicho que había dormido esa noche sería una osadía, no lo hice, no pude, no quise, no sé. Estuve atento a Nell toda la noche, por si quería vomitar otra vez, por si se sentía mal, por cualquier cosa, así que sólo me dediqué a dar vueltas en la cama, una al lado de la de ella, tan sólo divididas por el espacio paralelo que dejaba un buró. Supe que se había dormido profundamente cuando empezó a hablar en sueños... pesadillas más bien, hubo un momento en la noche, lo admito, que me tapé los oídos con la almohada, no quería escuchar los detalles de sus sueños impíos. En la madrugada, cuando el frío baja de las montañas, el cansancio me ganó, pero dormité a penas, dándole la espalda desde mi lugar, aún escuchándola y no fue hasta que gritó y se incorporó en su cama que me desperté de nuevo.

La resaca, esa se la perdonaba, esa yo la permití, esa no importaba, era el lidiar con los días posteriores a lo que le pasó lo que me dolía, me dolía por ella, yo qué. Se tranquilizó a mi lado, o eso parecía, sólo podía escuchar su respiración y como se movía de vez en cuando. Intenté dormir de nuevo pero ya no pude.

Quise creer que estaba dormida de nuevo y me puse de pie, preparar el desayuno sonaba como la mejor idea. Descalzo y sin haber descansado bien traté de deslizarme por la habitación sigilosamente, ella necesitaba dormir un poco más. Pero mis intentos por la discreción y no despertarla se vieron frustrados cuando la pata de la cama se puso en el camino de mi pie y golpeé el dedo pequeño del mismo.

-¡Fill de...! -grité de inmediato, maldiciendo en mi natal catalán, pero un segundo después me di cuenta de lo que había hecho y miré en dirección a Nell-, lo siento -le dije, sabiendo que si no estaba despierta, mi pequeña blasfemia lo había hecho.

Esperé a ver su reacción, bueno, al menos no la había despertado, me quedé muy quieto en el sitio donde me había golpeado, ese pequeño punto de mi cuerpo que era el dedo chiquito de mi pie aún dolía, y como los mil demonios pero lo único que hice fue frotarlo con el otro pie, el que no había sido golpeado, igualmente desnudo. El dolor pasó a segundo plano cuando me pidió que la matara, sonreí de lado y no respondí, caminé (cojeando, el dolor aún no se iba) hasta quedar de su lado y luego me senté al filo de la cama en ese hueco que su posición dejaba, pues estaba flexionada y pude hacerme un lugar en ese sitio.

-Es normal que quieras eso, no me imagino cómo debe ser tener los sentidos como los tenemos y con resaca -si yo había experimentado una resaca en mi vida estaba exagerando, quizá porque fui licántropo desde niño y sabía las consecuencias de un dolor de cabeza con las habilidades que adquirí cuando fui mordido, pero Nell... oh, pobre-, pero no quiero ser homicida, mejor te preparo algo de desayunar -ofrecí y coloqué mi mano sobre su hombro, quería regresar a la normalidad, o regresarle la normalidad a ella al menos, que no pensara en lo terrible de los días venideros, en lo horrible de lo que le había pasado.

-Anda, prepararé lo que me pidas -le dije dispuesto a irme a la cocina con cualquiera que fuera su petición para ese mañana.

No voy a mentir, al ver su reacción, después de la obvia sorpresa que me invadió, luego vino este sentimiento negro que se apoderó de mí, un aspaviento sombrío, porque sabía de qué sitio había venido aquello, sabía el por qué de su reacción y casi pude escuchar como mi corazón se hizo trizas como un traste viejo que se deja caer al suelo así sin más. Antonella es mi amiga, y verla así en ese momento me sacudió como nada antes, era esa misma a la que en las noches, cuando me aseguraba que ya estaba dormida, le susurraba al oído que fuera fuerte, porque yo no lo era, le pedía que fuera fuerte por los dos y ahora, de pronto y sin previo aviso, me tocaba a mi ser el fuerte de los dos y no sabía cómo manejarlo, no sabía cómo mantener la entereza, pero debía hacerlo, por ella, por mi, por los dos.

Guardé la distancia hasta que ella regresó a su posición en la cama, intenté sonreí cuando me dijo que lo había hecho sin querer, pero estoy seguro que fallé estrepitosamente, cerré los ojos y anoté mentalmente no volverla a tocar, por unos días al menos, no por mí, sino por su salud mental, ella debía saber que yo jamás le haría daño, pero su subconsciente, destrozado a estas alturas tras lo vivido no le daba las señales correctas, no podía culparla, sólo me quedaba aguardar paciente, a su lado como fiel guardián.

La escuché dudar sobre lo que quería para desayunar y me hizo su petición con ese tono dudoso que me hizo no estar seguro si lo decía en serio o sólo lo decía para salir de la situación.

-¿O prefieres que salgamos a comer? –aunque si los pocos ruidos de la casa le resultaban insoportables, no quería imaginarme lo que pasaría si salíamos a la calle-, mejor duerme otro poco –le dije con tono consolador y poniéndome de pie, la distancia ahora resultaba prudente y juré matar al desgraciado que le había hecho esto, que había impuesto esta distancia entre mi amiga y yo a la mala y por su estupidez, por haberle arruinado la vida así-. Si conociera algún remedio para la resaca créeme que… -me quedé callado a la mitad de la frase-, espera –le dije –tal vez conozco uno, mi madre… gitana –aclaré, pues obviamente mis recuerdos con mis padres de nacimiento eran menos-, preparaba una infusión de jengibre para los músicos de la caravana a los que les encantaba pasarse de copas, recuerdo que el olor no era agradable y supongo que su sabor mucho menos, pero era bastante efectivo –me quedé ahí parado recordando todo aquello, siempre que tenía un recuerdo de mi época con los gitanos mi aire se volvía menos cansino (como era lo común) y algo de luz brillaba en mi cara, o eso me habían dicho.

-¿Qué dices? –le pregunté para asegurarme, quizá sólo quería dormir un poco más, aunque conforme avanzaba la mañana los ruidos del exterior se hacían más y más constantes, así que no estuve seguro de que lo volvería a conseguir, además, qué importaba un trago de esa infusión si a los pocos minutos se iba a sentir mejor (físicamente, para lo otro ni siquiera los gitanos tenían un remedio), recuerdo que era un remedio bastante certero entre esos que me tendieron la mano cuando nadie más lo hizo, como Nell lo había hecho cuando llegué a París.

Una sonrisa se dibujó el mi rostro, estoy seguro de ello, al menos, después de todo el exabrupto había aceptado mi ofrecimiento, estaba seguro que había algo de jengibre en la cocina, sino sería todo un problema. La miré unos instantes más, pero era como observar a una desconocida, dentro sabía que seguía siendo Nell, mi amiga, pero algo en ella se había roto, había cambiado y me daba miedo de qué parte de ella podría ser, me daba miedo pensar que quizá jamás volvería a confiar en nadie, en que nunca más volvería a dejarse tocar por un hombre y maldije mi género en ese instante, ¿cómo le íbamos a hacer?, si era la única persona a la que me gustaba abrazar y estoy seguro que yo era el único que ella abrazaba sin recibir un golpe de por medio.

-No lo es –confirmé-, pero te ayudará –dije y me quedé a dos pasos de salir o de quedarme.

Asentí a una pregunta que jamás fue formulada y salí de la habitación rumbo a la cocina, dejé el agua en el juego para que hirviera y seguir con la preparación, tener un oído tan sensible como el mío tenía sus ventajas, sin necesidad de estar cuidando el agua en el fuego sabría cuando ya estuviera lista, así que regresé a la habitación a los pocos minutos, ella estaba en la cama hecha un ovillo y no supe si interrumpirla o no, su respiración me indicaba que estaba despierta pero tal vez quería no hablar.

Decidí que lo mejor era aguardar, retomé mi lugar en la cama y me quedé boca arriba mirando el techo y pensando, aunque nada llegaba a mi cabeza con claridad. Tenía las manos entrelazadas sobre mi abdomen y después de repasar mil veces todo una pregunta llegó a mí con fuerza.

-Nell… -me atreví a hablar pero no le di tiempo a que me respondiera-, ¿quieres dejar París? –caía incluso en la categoría de lo absurdo, pero en mi mente sonaba lógico, incluso parecía la única opción, alejarse de todo lo que le hiciera daño, de todo lo que le recordara su pesadilla personal. Antes de poder escuchar su respuesta el agua comenzó a hervir y me puse de pie bruscamente.

-Ahorita regreso con la infusión –dije y salí de nuevo, esta vez me tardaría más, tenía que preparar aquella especie de té amargo pero que le ayudaría con la resaca. Me tardé menos de diez minutos, traté de ser breve y ágil y regresé a la habitación con una taza de sencilla porcelana, algo desgastada pero que nos servía a los dos y la coloqué en el buró a su lado, el aroma, como lo había dicho no era el mejor.

-Tápate la nariz y toma –le aconsejé, pues si se quedaba oliéndolo jamás lo conseguiría.

La observé tomar la taza y arrugar la nariz de inmediato, se lo había advertido, ¿no lo había hecho?, traté de no sonreír de forma descarada, no quería que creyera que me burlaba de ella, todo menos eso. Su reacción, desde luego, era como la esperaba, incluso los zíngaros, acostumbrados al viejo brebaje hacían esas muecas de desagrado, aún recuerdo las pocas veces que yo tuve que probar ese mismo té, quizá por eso ahora no me embriago con tanta frecuencia, fui condicionado por ese horrible sabor, esta vez no puedo evitar de reír ante mis racionamiento, pero justo a tiempo, para no ser visto con aquel gesto que no viene al caso (quizá la situación está atacando mi cordura, más de lo que me gustaría aceptar) desvió la mirada y el rostro al sitio que tomaré para sentarme como si éste necesitara ser estudiado minuciosamente.

Finalmente me siento en la orilla de la cama, lejos de ella, lo suficiente, a la altura de sus rodillas, la posición es incómoda porque me siento a medias, no quiero que vuelva a comportarse como lo hizo, no quiero que me tenga miedo porque ella ha sido la única persona en esta ciudad que me ha hecho sentir en casa, sensación que no experimentaba desde que dejé el campamento gitano en Cataluña.

-No creas que hace milagros –advertí, traté de sonreír una vez más, pero qué complicado estaba resultando aquel día, mi expresión, estoy seguro, debía ser de pasmo, de perro sacado de una casa a punta de golpes sin entender qué sucede. Porque en realidad no entiendo lo que sucede-, pero pronto surtirá efecto –traté de sonar positivo, tarea difícil considerando todo.

Son tiempos difíciles para los soñadores, dicen.

Volvió a hacerse un ovillo, ¿qué no entendía lo difícil que era para mí verla de ese modo?, me mordí la lengua para no reclamarle, cómo iba a reclamarle cuando ella era la víctima. Normalmente ella era el campeador y yo el escudero, esta vez me tocaba a mí empuñar la espada. Miré fijamente a la pared que tenía frente a mí cuando la escuché hablar de nuevo.

-Lo que escuchaste –dije con voz calmada y baja, casi como un susurro, no volteé a verla, en cambio agaché la mirada que era lo que siempre hacía, agacharme y recibir lo que viniera, dicen que no hay que agacharse tanto como para que puedan hundir tu cara en el lodo, pero tampoco alzar tanto la cara como para que puedan cortarte la cabeza. Sabiduría de las calles, yo qué sé. Entrelacé las manos y recargué los brazos en las piernas-, tal vez si te vas… sanes más rápido –era mi idea, posiblemente no muy brillante, pero cualquier cosa que la ayudara a superar su pesadilla personal yo la apoyaría, así significara tener que separarme de la única persona que me ha tendido la mano en muchos años.

-Quiero que estés bien –finalmente giré la cabeza para verla, dije con tristeza –quiero ayudarte a que estés bien –declaré con esa misma voz suave, porque no tengo otra, pero hablé con seguridad rara en mí.

Reí ante su comentario sobre el sabor de aquella cosa, mi risa sin embargo fue un sonido apagado, casi como una tos que no quieres que se te escape en un momento inoportuno, porque mi boca se mantenía sellada y aquella reacción me vino de pronto y sin previo aviso, fue como si se escapara de mis labios. Qué absurdo era reír cuando el ambiente estaba enrarecido de ese modo, pero qué bien caía hacerlo, como si ese simple acto nos regresara la normalidad aunque fuera un poco.

Giré la cabeza y alcé la mano con la intención de tocarla, pero me arrepentí y sólo conseguí hacer un movimiento incómodo que terminó con mi mano posada en el borde de la cama, doblada de manera poco natural, y asentí.

-Pronto, no seas tan impaciente –le dije respecto a cuánto más tardaría la infusión de jengibre en hacer efecto. Regresé mi cabeza a la posición original, con la mirada absorta en un punto en la nada, entre la pared y el suelo y mis pensamientos. Tan absorto estaba en eso que no sentí sus movimientos a mi lado incluso cuando al hacerlos removió el colchón en el que ambos estábamos. Iba a responder su nueva pregunta cuando la sentí a mi lado, tocándome lo cual me llenó de alegría que creí no volvería a sentir, no a partir de su pesadilla que era mía también por añadidura. Giré el rostro una vez más pero ahora la tenía a un palmo de distancia, abrí los ojos tanto como pude, signo pues de la impresión, pero en mi cara una sonrisa que cruzaba toda mi faz seguramente me hacía lucir como un loco. Con esa mirada desorbitada y ese gesto de clara felicidad, moví la cabeza para sacudir un poco todo lo que había pasado, todo lo que se había dicho y asentí.

-Yo sólo… -trastabillé en mis palabras como es mi maldita costumbre, quiero decir algo y el lenguaje decide traicionarme, bufé y me recompuse-, yo quiero que estés bien –tomé su mano, la que estaba a mi alcance ahora que estaba sentada de ese modo, un temor comprensible me invadió, quizá volvería a reaccionar mal otra vez pero después de todo ella fue la que se acercó esta vez –perdón si sugerí que tenías que irte, yo… yo te apoyaría en cualquier decisión que tomes, lo sabes –hable, las palabras me salieron una tras otra, tal vez demasiado rápido pero si hago pausas me pasa lo que suele pasarme todo el tiempo, tartamudear y no decir nada-. Yo no tengo nada que perdonarte –le dije con firmeza -no me has hecho nada… -continué con la verdad, en realidad no me había hecho nada y su reacción no me ofendió, si acaso me entristeció por pensar lo mal que ahora estaba tras lo sucedido, no podía culparla por reaccionar así, después de todo pertenezco al género que ahora debe odiar como nada en esta vida. Ese es mi único pecado.

-Entonces… -una media sonrisa se delineó en mi rostro –juntos vamos a salir de esta –alcé ambas cejas, mi expresión era parecida a la de un chiquillo travieso, animado, lleno de fe –tú sólo dime qué tengo que hacer, y lo haré –apreté su mano y la miré directo a los ojos. Eso me tocaba a mí, ser su apoyo, porque ambos sabemos cuánto necesita en qué sostenerse ahora.

Su tacto se sentía irreal, casi desconocido como si no la hubiera tocado en años, algo se había roto y más nos valía a ambos no hacernos los tontos, lo sabíamos. Ese algo ahora desquebrajado entre ambos tenía que perder importancia, porque si nos enfocábamos sólo a eso, esta sociedad que me hace tanto bien podría terminar, su amistad me ha sentado bien y no voy a dejar que esto nos separe, no soy fuerte y lo sé, pero por Nell haré el intento y conquistaré batallas que de otro modo no podría si quiera librar. Guardé silencio, sentí cada partícula de su mano contra mi piel, como reconociéndola, dándome cuenta que ella seguía siendo la misma en esencia, aunque hubiesen manchado la misma, era mi deber borrar esas máculas.

-¿Insoportable? –me giré para verla con una sonrisa traviesa-, eso ya lo eras –traté de bromear pero no sé si aquello me salió bien, cerré los ojos haciendo un gesto extraño y luego sacudí la cabeza, solté su mano con suavidad y di palmaditas sobre ella antes de alejarme por completo y entrelazar las manos como si pusiera atención a un seminario científico muy importante-, y ya te aguantaba, no creo que vaya a ser diferente –o eso quería pensar, estaba luchando por tratar de fingir que las cosas seguirían normales, normales considerando el cómo nos afectaban los ciclos de la luna. Mi licantropía es mi maldición, pero en este instante, por primera vez desde que soy lo que soy, aquello cobraba un valor diferente, desde que fui mordido prefiero a los míos, me uno a los que son como yo, actúo en manada y estoy seguro que eso tuvo que ver con el modo en el que afiancé mi amistad con Antonella, eso y su forma de ser, desde luego. Los opuestos que se atraen, cumplimos la regla al pie de la letra.

Le sonreí después, sus palabras eran reconfortantes, no porque la idea de que ella me quisiera lo fuera (que lo era) sino porque sus palabras brindaban paz al ambiente tan desasosegado que nos envolvían. “Más que siempre”, asentí, qué podía agregar yo, nada, era sólo redundar.

Di un bote en mi lugar de modo que quedé ligeramente en su dirección y la observé de nuevo, lucía mal, no voy a mentir, pero algo en su expresión me decía que se iba a poner bien. Con el tiempo, claro.

-¿Cómo te sientes? –pregunté, ya había olvidado cuántas veces había formulado esa pregunta desde que me había soltado todo, pero esta vez preguntaba en un plano más superficial, quería saber si la infusión había hecho su trabajo bien o sólo la había sometido a una tortura innecesaria.

¿Cómo le hacía?, no tenía idea, no era algo que me hubiese preguntado con anterioridad, no era algo que importara si quiera, nos aguantábamos mutuamente y las preguntas salían sobrando, lo único importante era eso, que nos teníamos el uno al otro, y habíamos estado corriendo con suerte, nada se había metido en nuestro camino, nadie había osado a obstaculizar nuestra senda, hasta ahora, pero eran estos momentos los que importaban, los que medían nuestra capacidad, como los jugadores en equipo en los que nos habíamos convertido desde que nuestros caminos se cruzaron, de sortear de la mejor manera las trabas de la vida. Yo mejor que nadie sabía que de eso se trata esta existencia, de óbices y baches, la diferencia era que, desde que estaba con Nell, había navegado en un estupor de relativa calma, cosas como esta me golpeaban de frente, me dejaban ver que por más que quisiera fabricar la ilusión de tranquilidad, la vida se ríe de ti en la cara.

Sonreí con inseguridad y antes de que pudiera decir algo ella se acercó a mí, me alegró que fuera por voluntad propia, sin entender muy bien su intención sólo observé con detenimiento sus movimientos hasta que quedó hecha un ovillo en mi regazo, tras algunos segundos de pasmo, pude reaccionar y rodearla con mi brazo.

Los silencios entre nosotros nunca habían sido de este modo, cuando el silencio nos rodeaba era porque ambos tratábamos de normalizar la respiración de tanto reír, o porque pensábamos en qué nuevo lío queríamos meternos, nunca por miedo a quebrantar algo frágil; nada entre nosotros había sido frágil, tenía cimientos. Cerré los ojos y la apreté un poco contra mi cuerpo.

-Me alegra que te sientas mejor –me atreví a decir, no soportaba más que entre ambos no hubiera palabras, no bajo estas circunstancias, porque antes si no las había era porque ya nos habíamos dicho todo, y nos entendíamos sin ellas, ahora parecíamos más un par de desconocidos y yo me negaba a aceptar que eso éramos. Antonella era la única persona en París, y me atrevo a decir que en el mundo, que no me hace sentir un renegado, que me hace sentir parte de algo y no voy a dejarla ir tan fácil.

Iba a besar su cabello pero me arrepentí, no quería alterarla más, suficiente era ya que decidiera abrazarme de aquel modo, al menos aún me reconocía como Pablo, aquel que jamás le haría daño, aquel que no hubiera permitido, de haber podio, que le hicieran lo que le hicieron. Si ella lo decidía, podíamos quedarnos así por el resto de la tarde, tenerla de ese modo me regresaba la sensación de normalidad y eso era bueno, muy bueno considerando…

De nuevo el silencio nos envolvía y era terrible. Yo nunca había sido bueno para iniciar una conversación, nunca había sido bueno con las palabras en general, por eso me comunicaba a través de la música, y con mi violín como medio para hacerlo. ¿Cómo se suponía que iba a hacer esto?, ¿cómo podría decirle lo mucho que la quería y lo poco que me importaba lo que había pasado?, ¿qué eso no iba a cambiar nada?. Suspiré aun teniéndola entre mis brazos y luego sonreí cuando la escuché hablar, no tanto por lo que decía, sino porque a pesar de todo tenía ganas de bromear. Me separé un poco para poder verla a la cara y la tomé por los hombros.

-Sólo… no abuses, tú misma lo has dicho, sabe horrible, ¿vale la pena el remedio por una noche de borrachera? –yo también estaba bromeando, era de cierto modo reconfortante poder hacerlo de nuevo.

Con calma me separé y me puse de pie, caminé alrededor de la cama hasta el lado donde yo dormía. Ahí recargado en la pared estaba el violín resguardado por su estuche desgastado de cuero, como si me velara el sueño, como si en lugar de un mosquete usara el violín para defenderme en caso de una emergencia. Lo tomé y lo saqué con cuidado, no podía darme el lujo de maltratarlo, no tenía dinero para otro, además era regalo de mi madre gitana, mi único recuerdo de ella, jamás me perdonaría si algo le pasara.

-Me alegra que te sientas un poco mejor –me erguí y la miré desde mi sitio-, puedo… puedo tocar algo, si quieres –mi voz fue disminuyendo de volumen conforme iba hablando. No, las palabras no eran mi fuerte, pero quizá podría decirle algo mejor y más profundo con una melodía.

Me encogí de hombros y le sonreí con torpeza, el violín en una mano y el arco en otra. Era sólo una propuesta y ahora que había sido lanzada me sonaba estúpida. Si algo podía sanar mis heridas era la música, pero quien sabe si para Nell sería igual.