Rosas blancas (Samuel A. Salvatore)

Es noche cerrada en el cementerio y no corre ni una pizca de brisa. La luna se alza majestuosa en el cielo, pero no está llena, por fortuna. Si lo estuviese, mis posibilidades de salir se habrían reducido aún más, mis hermanos jamás hubieran permitido que saliese en noche de luna llena sola hasta el cementerio. Ya les había costado tener que dejarme esta noche, pero nadie podía impedirlo. Nadie en el mundo podía hacer que yo no fuese al cementerio a llorarla.

Había pasado otro año más. Otro año más sin Freya, sin mamá. Su tumba es diferente a las tumbas del resto; mucho más modesta y pequeña, pero llena de flores de colores en especial las rosas blancas que ella tanto amaba. Es difícil encontrar rosas blancas, pero gracias a Dios sé muy bien como robarlas. Aunque la idea de robar no me agrada especialmente lo hago si no hay más remedio.

Me acerco hasta su tumba y me pongo de rodillas frente a ella. Me aparto entonces la capucha dejando ver mi rostro y mi cabello blanco del mismo color de las rosas que llevo en la mano. Suspiro cuando acaricio el nombre que grabamos en la tumba y la fecha de nacimiento y muerte. Ella, con su cabello oscuro y sus ojos claros. Su sonrisa siempre amable. La única persona que no miraba mi cabello albino con extrañeza ni sentí vergüenza de mi condición de niña bastarda, abandonada por todos. Ella que siempre me protegió y por ello murió.

Sin darme cuenta mis mejillas ya llevan un rato bañadas en lágrimas. Me percato de ello cuando unas pocas llegan hasta mis labios y noto el sabor salado de éstas. Saben a tristeza y a dolor por los recuerdos. Mis hermanos no han querido venir conmigo. Sé que aveces vienen solos, por separado. Son demasiado hombres para que nadie los vea llorar. Ni siquiera su propia hermana.

Dejo una rosa blanca en el centro justo de la tumba y luego procedo a colocar las demás con parsimonia, con tranquilidad. Tengo la sensación de que ella me observa desde alguna parte y me dice que me tome las cosas con calma, a mi ritmo. Necesito un rato más para serenarme, para poder volver al campamento. Por un momento lamento no haber cogido un caballo, pues llegaría el doble de rápido.

-Madre-digo, con la voz ahogada. No sé por donde empezar-. Todos te extrañamos mucho, madre, pero estamos más o menos bien. Los muchachos trabajan y yo ayudo en lo que puedo y he aprendido a cazar-me quito una lágrima del ojo-. Sé que es poco femenino, pero es algo que me mantiene distraída y con la tripa llena. También recuerdo que plantas se podían comer y cuales no. Recuerdo todo lo que me enseñaste y dijiste, Madre, pero sé que te quedaron muchas cosas por enseñarme, y...

En ese momento oigo un crujido. Me sobresalto y me pongo en pie de un bote. Agarro mi cuchillo de caza, con el que despellejo a los animales y me maldigo por no tener una estaca a mano. Mis hermano me habían dicho que los vampiros rondaban la zona, pero yo no les había hecho ni caso...No pensaba que nadie pudiera querer atacarme a mí.

Pero quizás estaba equivocada.