Una larga noche... (Priv.)

Como todas las noches, esa faceta suya había desaparecido completamente… ese empresario que solo pensaba en el bien de todas y cada una de sus fábricas había quedado renegado a la parte más lejana de su mente, aquella que en esos momentos, cuando la luna hacía su aparición, en absoluto tenía permitida la palabra. Su cabeza muchas veces era algo así como un juicio en el que dependiendo del momento en el que se encontraba podía hablar una parte u otra… la defensa o la acusación. Sonrió pensando que esa noche, al igual que todas las demás, sería esa parte “mala”, la “acusación”, la que debería aparecer en su mente, la que tendría la palabra durante todo el tiempo en el que la luna se encontrase en lo alto de aquel cielo estrellado que adornaba la ciudad de París…

Sin embargo esa noche iba a hacer las cosas de una forma totalmente diferente y es que no iría al burdel como solía hacer. No era de los que le gustaba esperar, sentado en cualquier cómo asiento, a que las mujeres o la fortuna le llegasen. No ni mucho menos, él prefería caminar, ir en búsqueda de algún rincón, de algún lugar donde pudiese palpar en el ambiente esa libertad que solía estar presente en él cuando el cielo era más oscuro que el propio carbón…

Como siempre se vistió con un traje que decía que no era un hombre de cualquier clase, baja o media.. No, él tenía dinero, tenía el suficiente como para estar pagando a mujeres que le hiciesen sentir como muchos hombres de negocios o gente de clase alta más deseaba pero él era diferente a todos ellos… su manera de ser, de ver las cosas, no era como la del resto. En sí no le importaba el dinero que cobraba a esas mujeres por cumplir todos y cada uno de sus deseos, por tan solo acompañarlas o llevarlas hasta la locura… No le importaba en absoluto, solo quería ver como ellas disfrutaban entre sus brazos. No era un hombre al que le gustase que le hiciesen esto o aquello… prefería ver como cualquiera se derretía entre sus brazos, en sus caricias y en sus besos. Sonrió de medio lado al recordar la cantidad de mujeres que habían estado con él y aún continuaban buscándole e incluso se relamió los labios. No pensaba que hubiese algo malo en absoluto en todo eso… en los placeres más ocultos de la vida. Por mucho que en ese año 1800 todo el mundo viese mal esa diversión, estaba seguro de que llegaría un momento en el que la gente se diese cuenta de que era algo sano, no era nada diabólico o que fuese en contra de la iglesia y esas leyendas que se creaban a diestro y siniestro… Era algo normal y corriente. Para él todos los seres humanos no eran más que animales… unos se calmaban, otros se dejaban llevar por sus instintos. Para él, era más divertido este segundo tipo…

En el mismo momento en el que salió de su casa, se encendió un cigarrillo con aquel encendedor de metal dorado que siempre llevaba encima. El viento no iba a ser problema para que esa mecha prendiese y es que se encontraban en verano. El calor solía notarse mucho en ese tiempo pero cuando la noche hacía su aparición uno se podía encontrar a gusto en la calle y es que corría una marea de aire fresco que realmente se agradecía muchísimo…

Tan solo la claridad de aquella luna llena que adornaba el cielo parisino era testigo de cada uno de los pasos de ese cortesano que tantas cosas escondía… tantas que estaba seguro ningún humano podría entenderlo jamás. El muchacho moreno, de ojos tan azules que podían incluso asustar como atraer a cualquiera, desconocía por completo la posible existencia de seres que se saliesen de lo normal por lo que jamás se había parado a pensar en ese tipo de cosas… De todos modos, sus pasos no tenían un destino fijo, sus pies se movían tal y como querían, por donde más gustaban… Incluso llegó a cerrar sus ojos para ver dónde le llevaba esa noche el destino. Una media sonrisa apareció en su rostro y es que le gustaba el azar y el destino, le encantaba ver como se dejaba llevar y después veríamos lo que ocurría…

Un instante después abrió los ojos para darse cuenta de que se encontraba en una zona que, a pesar de que las horas no eran las más propicias… estaba repleta de gente. Carruajes tirados por caballos con señoritas que se quedaban mirando a su persona, hombres acompañados de sus mujeres, otros que parecían volver a casa después de una jornada no del todo agotadora de trabajo. Sin duda alguna se podía notar en el ambiente que esa zona era lo suficientemente “rica” como para que pudiese ganar bien de dinero en ese lugar… No le importaba estar con una “dama” de clase alta o con una chica cualquiera mientras todo fuese interesante…