Lidérc Nasic Lacrocq

Alastor Nasic Lacrocq

937 años • Vampiro • Clase Media • Heterosexual • Húngaro

HABILIDADES DESTACADAS:

Descripción Psicológica

Se dice que la maldad está presente en cada uno de nosotros; una pequeña semilla que germina en base a los acontecimientos diarios de la vida y que, en algunas ocasiones, no es necesario despertar. Sin embargo, eso no significa que no esté presente en la profundidad de tu alma.

Lidérc, definición:
El lidérc es una especie de amante satánico, ördögszerető en húngaro, muy similar a un íncubo o súcubo. El Lidérc entra en las casas por las chimeneas o las cerraduras, trae la enfermedad y la muerte a sus víctimas. En las regiones del este de Hungría, y más allá, se dice que el Lidérc corre bastante rápido, vive en los cementerios y debe desaparecer con el primer canto de un gallo al amanecer.

Lidérc, el hombre:
Es difícil tratar de expresar en palabras las acciones que toma debido a su complejidad mental. Él no necesita ser un desquiciado para perpetrar todos y cada uno de los pecados que la religión prohíbe. Su maldad no se percibe en las sabias palabras que suele utilizar, porque es uno de los pocos inmortales que ha aprovechado la eternidad para instruirse. El antifaz que porta esconde cualquier atisbo de crueldad, su comportamiento irradia una educación superior a cualquiera, ante la mirada de los demás es un caballero, pero bajo el yugo de su tiranía, las fobias se disipan para abrirle espacio a una nueva pesadilla. Mata cuando tiene hambre y cuando quiere sentir el placer de la muerte en sus manos. Cada vida arrancada para él tiene que ser una obra de arte, pues la vida en si ya es una tragedia escrita por la tinta del destino, esto significa que debe tener un buen desenlace, como el que tuvo la suya y la de su familia. Mancharse de sangre al momento de beber, escupir blasfemias por la calle, sobrevivir en medio de la repugnancia y lo putrefacto, es lo más repulsivo que un vampiro puede hacer. Siendo de una especie absolutamente superior, cree que es una tontería comportarse como todo un cavernícola o una bestia cualquiera. A Lidérc no se le amenaza, si por alguna razón alguien intenta hacerlo él lo asesinará sin la más mínima señal de duda. Disfruta de su vampirismo como lo hace un mendigo con un festín digno de reyes. El orgullo es el cincel con el que fue construido su templo, no le importa que se burlen de él, que lo insulten, pues quien despide bazofias de otra persona, es él mismo quien está juzgando los propios defectos.



Él seduce y atrapa entre sus brazos a su víctima, le susurrara canciones al oído que embriagan de lascivia. El vampiro de la literatura romántica, ese que se vela los sueños de su amada doncella, el que le canta poesía a la luna y comparte una copa de vino con los fantasmas de su pasado. Amante de las mujeres, no se puede resistir a sus encantos, es él quien sucumbe ante el poder de una mirada femenina. Es adicto al sexo, ha reinventado este acto, durante siglos ha estado en la cama de diferentes mujeres, no importa la edad, la complexión, ni el nivel social; son damas a las cuales puede satisfacer en una noche, la gran mayoría no logra sobrevivir a los orgasmos a las que suele someterlas, las mortales son débiles, las vampiresas son… Amor es una palabra que no comprende del todo, sabe lo que es, pero asegura no sentirlo, muy diferente a lo que resulta ser la obsesión. Sorha e Ishtar. Ellas son las únicas con el poder suficiente para doblegarlo, una palabra de Sorha bastará para que se sienta como un niño en plena madrugada, esperando el calor del la muerte al llevárselo hasta el tártaro. Una mirada de Ishtar y se consumirá en su propio deseo. Son sus hermanas la fuente de todos sus delirios, nadie más que él tiene derecho a tocarlas, su posesión más valiosa y no comparte con absolutamente nadie. Ha puesto las reglas de su pequeño imperio, él manda, ellas obedecen. Si por determinada circunstancia, llega a enterarse de una falta por parte suya, las castigará desmedidamente y no es una tortura cualquiera.

Historia

No es necesario trasladarse hasta los inicios de su vida, toda su existencia se resume al último suspiro de su hermana.

En un día como cualquier otro, Lidérc se preparó para salir de cacería. Era el único hombre dentro de la familia pues su padre había tenido un brutal accidente con una manada de lobos, al menos eso fue lo que le contó su madre el día en que Alastor no regresó a casa. Cargado con su arco y flecha se perdió en la profundidad del obscuro bosque, en la cabaña se quedaron su madre, su hermana de 17 años y dos bebés. Él sentía una pasión descomunal por su hermana Lysipe, quien ya contaba con la edad suficiente para ser casadera, pero Lidérc no podía concebir la idea de entregársela a otro hombre, las gemelas no le importaban. Para la desgracia de ambos, un hombre ya la había divisado en el pueblo y estaba seguro de conseguirla por cualquier medio. Intentó seducirla pero Lysipe se negó, en su mente no había cabida para los hombres; ella le contó lo ocurrido a su hermano mayor, quien había jurado protegerla de cualquiera y sin pensarlo dos veces Lirdérc buscó y golpeó hasta el cansancio al desgraciado que se encontraba acosando a su hermana, sin saber que ese bastardo, no era un simple plebeyo.

Mientras el joven de 20 años se encontraba de cacería cinco hombres de extraña procedencia azotaron la cabaña en la cual ellos residían. Al ver la amenaza, su madre tomó entre sus brazos a las gemelas y se las cedió a Lysipe. Debajo de la cocina había un pequeño espacio para esconderse, fue allí donde las tres hermanas esperaron el regreso de su madre, fue en vano. Lysipe lo supo en cuanto escuchó el grito desgarrador de Leanan pidiendo clemencia. La arrastraron hasta la cocina por el cabello mientras la golpeaban fuertemente. Uno de ellos la encontró atractiva, comenzó a desnudarla. La pobre doncella dentro del hueco, lo único que pudo hacer fue observar por la rendija el acontecimiento tapándose la boca para no ser descubierta por sus sollozos y lágrimas. Pasados un par de minutos entre rasguños y lloriqueos, los hombres se sintieron desesperados por la falta de cooperación de la madre y al fin le dieron muerte. Cercenaron su cabeza con un hacha. Ensangrentada, la colocaron en el centro de la mesa. Estuvieron a punto de retirarse cuando una de las bebes comenzó a quejarse hasta que sus balbuceos se convirtieron en una nota estridente que atrajo la atención de los asesinos. Lysipe se mordía el labio con desdén. No sabía que hacer. La rendija se abrió lentamente y fue descubierto su escondite. No fue una sorpresa darse cuenta que uno de esos varones era el desgraciado que la había estado acosado. Ella cargaba a sus hermanas y aún así fue azotada al suelo. El cuerpo de las gemelas fue arrojado hasta uno de los rincones para ser asesinadas o vendidas después, primero se encargarían de la hermana mayor.

Lysipe se arrastró hasta que quedó atrapada en una de las esquinas; su mirada alternaba de la mirada lujuriosa del Conde, a la sonrisa hambrienta de sus hombres. Con un golpe arrojaron la cabeza de su madre sobre la mesa hasta el otro lado de la pequeña cocina y entre dos de ellos subieron a Lysipe a la mesa. Su fuerza no se podía comparar con la que ella poseía, al final la obligaron a abrirse de piernas. Desgarraron su vestido de campesina con la misma hacha con la que su madre fue decapitada. Su desnudo cuerpo fue el sendero perfecto para que ellos cometieran el pecado de la lujuria, la violaron una y otra vez. La sangre en su altar de Venus era derramada con cada embestida que le propiciaban. Sus pervertidos deseos los condujeron a allanar cada cavidad de la pobre Lysipe, quien con lágrimas en sus ojos, escuchaba el llanto incontenible de sus hermanas en el suelo. La belleza de la doncella se esfumó junto con su inocencia. Mientras los hombres se masturbaban para acabar y bañarla de sus fluidos, el conde dio la orden de que la asesinaran. En ese instante Lidérc entraba por la puerta principal de la cabaña, observó las marcas en la madera del suelo, escuchó los lamentos, dejó caer el ciervo y corrió hasta la cocina. Su primera visión fue Lysipe completamente desnuda con su caliz apuntándolo. Lo segundo fue la cabeza y el cuerpo de su madre separados. Quedó completamente atónito que olvidó a sus otras hermanas. Quería venganza y acabaría con todos esos desgraciados, uno por uno.

¿Qué iba a hacer Lidérc con dos bebés? Desesperado, las llevó a un claustro de mujeres, él acababa de prometer que vengaría la muerte de su madre y hermana, así que no podría cuidarlas, estarían mejor en el orfanato que a su lado. Una vez que se despidió con un beso en sus frentes y dejando una medalla sin valor en sus cuellos, le vendió su alma al diablo. En una taberna, donde se embriagó lo suficiente como para gritar a los cuatro vientos que sería capaz de cualquier cosa por obtener su venganza, un hombre se le aproximó, lo sedujo de una forma tan sutil que no se dio cuenta de lo ocurrido hasta el instante en que sintió la muerte besándole los labios. La noche se ciñó sobre él. Dos noches después se enteró en lo que se había convertido. Ese hombre le mostró las ventajas y desventajas de ser un condenado, pero la relación entre ellos no funcionó. Lidérc era demasiado estúpido para el vampiro, y este a su vez, extremadamente perfeccionista y ambicioso para el neofito. Lidérc no asesinaría a su creador, no podía. La sanguinaria bestia tampoco atentaría contra la mejor de sus creaciones. Lidérc era perfecto, despreciable, cruel, un maldito demonio que torturaba por gusto y asesinaba para saciar su sed. Pero su mente era demasiado pueril y pulirlo requería de tiempo. Así que el vampiro abandonó a su neofito con la esperanza de que si sobrevivía, podría buscarlo un par de siglos después cuando Lidérc ya tuviese la edad suficiente para pensar como un vampiro y no como un estúpido humano.

Sin un ejemplo que le sirviera como guía, Lidérc hizo de su vampirismo todo cuanto pudo, todo lo que izo, se revolcó en la cama de millones de mujeres y después las asesinaba, desgraciadamente sólo había una con la que quería estar… y dos que rondaban en su cabeza. ¡Maldición! Regresó al claustro en donde había dejado a sus hermanas de bebés. Pasaron diez años pero para él fue un abrir y cerrar de ojos. Al llegar a ese lugar observo la miseria en la que los niños vivían, él no tenía dinero para mejorarles la vida y escuchó que el lugar cerraría sus puertas por falta de dinero, fue así como su mente trabajo para darle una solución al problema. Lidérc tenía hambre, allí había alimento suficiente para un ejército… El primer niño le supo a gloria, el segundo a edén… uno a uno fue acabando con sus vidas. Completamente ciego por la sed y envenenado por el dulce sabor de la sangre, no se dio cuenta de lo que hacía. El niño al que le estaba succionando la vida, era una de sus hermanas. La reconoció al ver la medalla que el infante colgaba de su cuello, misma que sus hermanas portaban la noche que las abandonó. Se detuvo bruscamente y huyó de allí. No las quería matar por culpa de su debilidad. Sin embargo, el sabor de su sangre y la terrible desesperación de Lidérc, lo orillaron a regresar dos noches después. Los cadáveres que había dejado, aún continuaban allí, pues no había nadie que se hiciera cargo del lugar, los había aniquilado a todos.

Buscó entre los sobrevivientes a sus gemelas. Las encontró abrazadas la una a la otra, metidas en un agujero y con el pánico en sus pupilas. Tenían hambre, sed y a punto de morir. Las abrazó y simplemente se las llevó. Toda esa noche la pasó velando sus sueños. Cada madrugada las dejaba solas, tenía un par de horas antes de que saliera el sol para cazar a cualquier humano y regresar con ellas. Se alimentaba para no caer en el hambre y lastimarlas. Las cuidaba de día en la obscuridad de una casona en las lejanías del pueblo. Les enseño a dormir durante el día y estar despiertas durante la noche. Lidérc había pensado en su futuro y concretó que no las perdería como a Lysipe o a su madre. Había tomado la decisión de convertirlas en lo que él era, apenas cumplieran la mayoría de edad. Los años pasaron y convivieron como lo que eran, una familia, las niñas no sabían que él era un vampiro, siempre vivieron aisladas de los demás así que todo su universo era él. Las educó con pergaminos robados y un sinfín de cosas que él adquiría durante las madrugadas en las que iba a alimentarse, entre algunas de esas cosas se encontraban grimorios de magia y hechicería. De uno de ellos Lidérc obtuvo los nombres con los cuales las llamaría. Sorha e Ishtar. Los años pasaron y ellas se convirtieron en señoritas, ambas con la misma belleza, pero de carácter diferente. Lidérc era su mundo y ellas el de él. Poco a poco fueron las gemelas quienes comenzaron a mirar a Lidérc como hombre y no como su hermano mayor. Fue el demonio quien les tentó a los tres y en una noche como cualquier otra consumaron su amor en un incestuoso trío. Después de eso, Lidérc se obsesionó con ellas de la misma forma en que lo había hecho con Lysipe, sólo destacaba una diferencia a Sorha e Ishtar las amaría por el resto de la eternidad. A sus 19 años, les confeso lo que él era y el mundo que había afuera, fascinadas por semejante develación, confirmando que los monstruos en esos pergaminos si existen… Abrazaron su inmortalidad después de hacer el amor con él. Sus personalidades, lo poco que conocían del exterior les hicieron explorar nuevos horizontes, sin desprenderse del objeto al que ellas consideraban su amo, Lidérc. Los siglos juntos incrementaron la posesividad que él sentía por sus mujeres. Vivir en herejía, en medio del pecado, del incesto, era lo mejor que le había traído la vida, estar con ellas por toda la eternidad lo mejor de su vampirismo.

Pero la eternidad es demasiado tiempo y los lazos de sangre se van rompiendo con cada siglo que pasa. Cansada, aburrida y terriblemente asqueada de la maldad de sus hermanos. Ishtar fue la primera en darle vida al refrán 'Cría cuervos y te sacarán los ojos'; traicionó a sus hermanos de la peor forma en que pudo haberlo hecho alguien. Contrató a un cazador para librarse de las ataduras de Lidérc e inculpar a Sorha, sin embargo, en medio de la cacería hubo un pequeño error. Isthar no contempló la obsesión y devoción de Sorha para con su hermano, así que cuando el cazador estuvo a punto de acabar con el varón, Sorha se atravesó entre ellos y la estaca se clavo en su pecho en lugar del de Lidérc. Al ver esto, el vampiro supo que ella no pudo haberlo traicionado de esa manera y, mientras la vida de Sorha se esfumaba sobre sus brazos, Ithar atacó por la espalda. La traición le partió el alma, lo destrozó por completo ¡Era su hermana! Fue un error pensar que eso bastaría para detenerlo; el corazón putrido de Isthar fue sacado del torso en un abrir y cerrar de ojos...

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