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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lieselotte Molier Vie Jul 08, 2011 9:37 am

La chica volvió a bajar su mirada por enésima vez aquella mañana. En sus manos sobresalía un trozo de papel con letras en él. Una carta. Lieselotte la había recibido apenas dos días después de su llegada a la ciudad, parecía que en el Vaticano estaban bien informados de todo lo que les ocurría a sus servidores. La chica volvió a releer el escrito; no podía estar equivocándose.

En la carta le mencionaban la existencia de una asociación de cazadores, una orden, que se alojaba a las afueras de la ciudad, en una amplia construcción. No daban muchos detalles más, pero no debía ser demasiado difícil de encontrar, pues en esos lares no abundaban los castillos, ni las iglesias, ni cualquier tipo de habitáculo que sobresaliera en demasía. Aún así llevaba ya minutos, tal vez horas, perdida por aquellos parajes, y aún no había encontrado el monasterio.

El sol ya estaba prácticamente en lo alto del cielo, y eso que ella había salido justo cuando éste despuntaba desde el horizonte. Había escogido ese momento para librarse de la mayoría de criaturas infernales que pudiesen querer atacarla, prefería llegar rápida y sana a su destino. Ya se dedicaría a cazar más tarde. El viaje no había sido difícil, hacía un calor terrible de verano, pero no iba a desfallecer, y bueno, no iba a rendirse en una exploración de nada. Tan sólo tenía que descubrir el emplazamiento de aquella iglesia.

Tras largo tiempo de caminata, el bosque empezó a inclinarse levemente, y al poco tiempo, los árboles se abrieron y dejaron paso a una construcción, tan antigua como enorme y majestuosa. Lieselotte se tomó su tiempo observándola, aún desde donde el círculo de árboles terminaba. ¿Sería aquel el monasterio del que le habían hablado en la carta? Bueno, no había ninguna otra edificación cerca, así que debería serlo. Por lo tanto, Lieselotte tragó saliva ¿la estarían observando desde allí? No pudo evitar sentirse inquieta, pero aún así se obligó a poner un pie detrás del otro para dirigirse a la fortificación.

Mientras avanzaba hacía allí, se bajó la capucha de su negra capa. La había llevado puesta para ocultar su identidad, aunque dudaba de que nadie la conociera allí, pero suponía que ahora ya no haría falta, y que más bien suscitaría desconfianza. Al acercarse al lugar, descubrió, no sin asombro, que las columnas le devolvían el reflejo. ¿Espejos? Vaya, nunca había estado realmente en ninguna base de cazadores, todo aquello le intrigaba y le picaba la curiosidad. ¿Cuántas cosas más iba a descubrir?

Finalmente, cuando pudo posicionarse justo delante de la edificio, se aclaró la garganta y levantó la cabeza, aunque no sabía exactamente hacia adonde mirar.

- Buenos días. – Dijo algo insegura, pues no sabía si estaba haciendo el ridículo o realmente allí había alguien. – He llegado hasta aquí siguiendo indicaciones. Me gustaría, a ser posible, por supuesto, hablar con el encargado del lugar. Muchas gracias.

Tras eso, terminó por guardarse la carta en un bolsillo de la capa y dejó caer los brazos a los lados. A la espera.


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Mensaje por Andrew Lawrence Jue Jul 14, 2011 2:07 pm

La carta del Vaticano había llegado hacía a penas cuatro días. Tardé dos en localizar a Argus Berthaneon, pero, finalmente, tras un primer encontronaza no muy amigable, logré comunicarle los deseos de la Santa Sede. Y, es que, nada ni nadie puede escapar de los designios de las altas esferas de Roma. Todo tenía que estar bajo su control. Al Santo Padre no se le escapaba ni una y todas las órdenes que se proclamasen de creencia católica tenían que mantener un estrecho vínculo de comunicación y diálogo con la Santa Sede.

En efecto, yo era ese vínculo.

Después de encontrar a Berthaneon (cosa que había sido pura casualidad, la verdad) él me puso al corriente de todo lo que tenía que saber acerca de la Orden del Castigo Divino. Una orden de monjes cazadores que tenían su asentamiento en un monasterio a las afueras de París. Yo debía actuar como embajador del Vaticano en la orden y comunicar todos los deseos y proyectos de Roma para con la orden.

El monasterio era bastante lúgubre y húmedo. Pero eso no me incomodaba en absoluto. No después de haber recorrido Rusia y Austria en pleno invierno con mi fiel corcel Lir. Además, yo estaba acostumbrado al frío y a la lluvia. Después de todo, soy inglés, hijo de una de las pocas familias católicas que quedan por esas tierras.

Me había pasado todo el día en el monasterio. Para empezar, debía escribir la correspondencia para el Vaticano, comunicándoles que había localizado a Berthaneon y, por lo tanto, ya podían empezar con las gestiones y el papeleo necesario. Me permití también dar un pequeño saludo en la misiva a mi viejo amigo Carlo Zeffirelli, que había sido mi instructor durante los años que pasé en la ciudad vaticana.

De pronto, la llama de la vela tembló. Las ventanas eran muy estrechas, pero aún así se permitía pasar la corriente. Era una señal clara; alguien había abierto la puerta principal.

Sin dudarlo ni un instante, dejé lo que estaba haciendo y me levanté del viejo escritorio inclinado (el que utilizaban los monjes copistas en el siglo XII). Cogí mi estaca y una pistola recargada con balas de madera. Por los pasos, juraría que eran tan sólo uno. No creía que ninguna criatura del infierno fuese tan tonta como para aparecerse en la guarida de un puñado de cazadores sola. Pero toda protección era poca.

Atravesé los pasillos de piedra hasta llegar al vestíbulo principal. Se trataba de una muchacha. En medio de la oscuridad del lugar no podía distinguir bien quién o qué era, tan sólo supe, por su figura, que era una muchacha.
-¿Indicaciones? ¿De quién? ¿Quién te ha traído aquí?-mi tono de voz sonó áspero y rudo.-Rápido, habla.


OFF: Permiso, espero no molestar


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Mensaje por Argus Berthaneon Jue Jul 14, 2011 8:54 pm

Y la enorme campana de plata comenzó a tronar, si bien era cierto, la carta de Constantinopla había llegado, era cierto. Tres jóvenes cazadores y un novato estaban volviendo a lo lejos en sus negros corceles, el enano que hacia su trabajo de dar aviso a los demás, tenía la vista de un águila y podía ver llegar a esas personas desde más de cinco millas de distancia, ya incluso distinguía que la polvareda que levantaban era solo provocada por rudos jinetes de oscuras vestimentas que se aproximaban hacia el sitio por el camino más alejado. La incursión de Constantinopla a la cual les habían enviado su comandante en jefe había resultado exitosa, aunque si bien ellos quisieran tener sus propias habitaciones como el padre Lawrence o el comandante Berthaneon, debían de superar mínimo veinte años tortuosos de duras cazas y lo más difícil era sobrevivir. Nadie había reparado en la presencia de una muchacha ni del padre Lawrence que estaban en la entrada de la iglesia, nadie reparaba en que si no se corrían les aplastarían, por la aparente prisa de los jinetes era seguro que uno estaba herido, no se detendrían y si las dos personas que estaban en el camino no se corrían, morirían aplastadas.
<< ¡La guardia cuatro se acerca, abrid paso!>>
Grito uno de esos jinetes, el que iba más rápido de todos, el que tenía su caballo más negro y ya con algunas canas, jinete y animal parecían exhaustos, como si no hubiesen dormido en varios días quizás por el cansancio de tal tremendo vieja, si bien era bastante lejos de su hogar donde tranquilamente los monjes de aquel sitio pudiesen haberse encargado, el trabajo fue para ellos, su cansada voz decía todo lo que nadie quería oír, uno de ellos estaba herido…
Y aunque eso significase una baja en las filas de la célula parisina, las campanas resonaban igualmente ya que al menos el hombre moriría cerca de los suyos, dentro del monasterio y recibiría la extrema unción de alguno de los curas, mientras que dentro de la barraca el ajetreo comenzaba a sentirse fuerte, ya que era tiempo de disponer el auxilio y la ayuda médica, las mujeres corrieron al encuentro en cuanto escucharon el grito de aquel hombre y los que estaban más cerca de las puertas grandes de madera las abrieron para darles paso y así no tener que provocarles una absurda espera.
El comandante escucho entonces el grito de estos, alertado luego de haber sido despertado por un sobresalto de la primer campanada, verlos a través de la enorme ventana amarillenta de su despacho y observar como el primer jinete llegaba, haciendo que su caballo salte ágilmente encima de la persona que parecía una mujer, pero…si los otros tres que le seguían traían consigo un herido, costaría mucho el esquivar al padre Andrew y a la otra figura.
<< ¡Tenemos a Jerry herido, traed médicos! ¡Tenemos un herido! ¡Hombre herido!>>
Y cuando era un herido, Argus sabía que no debía de haber otra cosa que bajar con el arma de cañón de oro y balas marcadas, el Vaticano le enviaba las balas marcadas con los nombres de cada uno de los soldados que tenían en la orden, una bala para la cabeza de dicho hombre que había dado su vida, el comandante sintió en su corazón un dejo de remordimiento, sabía que él debía de ir y no el novato, eran una manada, una jauría y trabajaban en contacto con un aquelarre de vampiros, era un trabajo difícil pero no…el debía de quedarse en el monasterio, aumentando kilos y haciéndose más viejo. Con mucho pesar entonces comenzó a bajar las escaleras, colocándose la capa por encima y con el maletín para los ritos finales de la vida de un monje de la orden, con el rostro ensombrecido y cansado…viejo.
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Mensaje por Lieselotte Molier Lun Jul 18, 2011 8:42 am

La espera se hizo larga para al joven muchacha que aguardaba ante la entrada al monasterio, con los brazos a banda y banda del cuerpo, esperando a que alguien decidiera hacer acto de presencia frente a ella. Quizás no iban ni a molestarse en recibirla, tal vez ya eran demasiados y una mujer, o más bien dicho, una niña, no les hacía falta. Los puños de Lieselotte se crisparon un momento cuando aquella idea pasó por su mente.

Seguidamente trató de relajarse y pensar con sangre fría. No iban a abrirle la puerta en dos segundos, más que nada porque antes de abrir a cualquiera que pasase por allí deberían hablar con algún cargo más alto que les diera el visto bueno, o algo. No iban a abrirle la puerta al primer desconocido que pasase. Además aquella puerta parecía enorme, seguramente tardarían sus buenos segundos en abrirse al completo, y eso contando con la ayuda de unos cuantos hombres fornidos, por supuesto.

Y entonces pudo verlo con sus propios ojos. Las puertas se abrieron y dejaron pasar a una sola figura, después se cerraron tras él. O tras ella, era difícil definirlo. La figura se aproximó poco más, lo justo para que la chica pudiera ver más o menos su perfil. Parecía un hombre, o una mujer bastante recta más alta que la propia Lieselotte, aunque no era demasiado complicado. Cuando aquella persona comenzó a hablar, la chica dejó de tener duda alguna sobre el género de su acompañante. Un hombre.

Vaya, como todos fueran así de parcos en aquél lugar iba a tener que traerse algunos muñequitos para tener alguien con quién hablar. Y qué manera de tratar a una dama, aunque bueno, ella era la hijastra de un sacerdote, tampoco la habían tratado nunca como tal, pero un “buenos días” no era pedir demasiado. Y más si ella ya los había dado. Pero bueno, debería comportarse lo más sumisamente posible, y sin dar problemas. Su aspecto ya hablaba en su contra, no podía dejar que también lo hiciera su personalidad y sus modales.

Acto seguido sacó de su bolsillo al carta que había llevado durante el trayecto y la alzó, mostrándosela al hombre, aunque dudaba que desde el lugar donde aquél se encontraba, pudiese advertir la marca del Vaticano.

- Cuando llegué a la ciudad llegó este mensaje del Vaticano. Me informaron sobre ésta orden y… - Pero sus palabras fueron ahogadas por grandes gritos que provenían de un ángulo que quedaba a la espalda de Lieselotte. Pronto una campana empezó a resonar.

La verdad es que no acababa de entender que chillaban todas esas voces. ¿Quizás era un ataque? Pero a esas horas del mediodía era algo muy extraño. ¿Brujos o cambiaformas, quizás? La muchacha se giró tan rápida como pudo, con los dos puñales en sendas manos ya preparados para la lucha, pero lo que vio fue como un caballo negro como el carbón se le venía encima y la saltaba limpiamente. Aún así, con un grito ahogado, la chica se lanzó al suelo para evitar ser aplastada. Al girar la cabeza vio a más de esos algo más alejados, pero con la misma ruta. Y ésa ruta era por encima de ella.

La chica se dispuso a salir de allí inmediatamente. Arrastrándose y rodando por el suelo hasta que quedó fuera del alcance de aquellos poderosos animales. Pronto todos desparecieron por el portón del monasterio, que alguien se había encargado de abrir. Dentro, se oían voces y gritos.

Con curiosidad, y con afán de ayudar, Lieselotte trató de aproximarse, aprovechando que las puertas se habían abierto para los jinetes. Quizás el hombre que antes había salido a hablar con ella le impediría el paso, pero era poco probable que la matase sin preguntar primero ¿no? En cualquier caso allí pasaba algo, pues la única palabra que la chica era capaz de oír era “herido… herido…”. Como si fuese una letanía.

Había ocurrido algo y por los gritos, algo grave. A tomar por culo el protocolo, Lie iba a entrar en el monasterio le gustase a quien le gustase. Quería saber qué narices estaba pasando allí, y si podía ayudar de algún modo. Por lo que volvió a guardarse los puñales en las mangas y se arremangó la falda del vestido y la capa, que ya parecía más marrón que negra. Luego, echó a correr hacia el monasterio y se internó en sus puertas.




[Off: Lo siento por la espera, es que los fines de semana no puedo escribir. Perdón.

Otra cosa, yo me he hecho un lio con la situación de los personajes xD Lieselotte estaba fuera esperando, luego Lawrence ponía que estábamos en un vestíbulo oscuro (o al menos él) y luego Argus ponía que Lawrence y Lie estaban fuera. Así que he cortado por lo sano y he puesto que estábamos fuera, inventándome un poco la historia de que Lawrence salía. Lo siento por hacerlo (no me gusta manejar a otros personajes sin su consentimiento, perdón), pero es que sino no había manera de entender nada de nada xD]


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Mensaje por Andrew Lawrence Vie Jul 29, 2011 5:36 am

La jovencita me entregó una carta. Tenía el sello de la Santa Sede. Parecía auténtica, aunque en París frecuentaban falsificadores muy buenos. Miré a la chica con la ceja enacarcada. La joven comenzó a hablar, pero fue interrumpida por el sonido atronador de las campanas. Alcé la vista y divisé, a lo lejos, como se acercaban a toda velocidad cuatro jinetes de la Orden.

Me aparté rápidamente del camino de los jinetes y sus bestias. Busqué con la mirada a la visitante, para comprobar si había logrado salir del paso. La encontré levantándose del suelo y limpiándose el polvo de la túnica. Yo aún estaba un poco aturdido.
-¡Herido, herido!
Aquel grito me devolvió a la realidad. Automáticamente, entré en el vestíbulo del monasterio. Aquel lugar que hacía unos instantes estaba vacío y muerto, se convirtió, de pronto, en un hervidero de monjes, cazadores y sanadores que luchaban por arremolinarse en torno al herido.

-Abrid paso, dejad paso.-intenté llegar al herido a base de empujones. Tendido en el suelo estaba Jerry. Su cuerpo se agitaba al ritmo de los espasmos y la sangre no paraba de brotarle de la boca, la garganta, el estómago...Y otro montón de sitios más que no me dio tiempo a examinar.

Entonces, llegó Berthaneon. LLevaba consigo el arma de oro. Y, aunque no se veía, la bala con el nombre del herido grabada a fuego. Cada uno teníamos nuestra propia bala. La que algún día nos arrebataría el último atisbo de vida que nos quedaba. Siempre que me ponía a pensarlo, un escalofrío recorría mi espalda.
-Espera, Argus. Tiene que haber otra solución. Quizá aún podamos salvarlo.- aunque no sabía demasiado de medicina, la experiencia me había enseñado algunas cosas.-Necesitamos gasas para limpiar la herida y parar la hemorragia.

Eché una mirada al rededor y mi vista se clavó en la de la chica, que había entrado en el monasterio con lo que supuse que era afán por echar una mano.
-Tú, chica. Ve a buscarlas.
Jerry respiraba entrecortadamente. Tenía un buen corte en el cuello. Seguramente le habían desgarrado la tráquea, lo cual le auguraba una muerte lenta y agónica. Para salvarlo íbamos a necesitar todo un milagro. Miré a Argus, que seguía empuñando el arma. Si no lográbamos hacer que su situación mejorase, tendría que apretar el gatillo y Jerry se convertiría en otro mártir de la causa. Aún no lograba entender que prentedía la Iglesia con todo esto. Pero el hecho es que, la lista de muertos seguía aumentando y sólo unos pocos lograban sobrevivir.


OFF: No importa Lie. Ha sido confusión por mi parte, pensaba que estabas en el vestíbulo del monasterio :S
Yo también siento la tardanza, pero estuve de viaje.



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