...If these trees could talk [Adda Vinográdova]

Había salido con la firme intención de dejar de hacerse el tonto y cumplir con las exigencias de su familia. Los Sèitheach tenían la fortuna que tenían gracias a una cosa y sólo una, el arte, comercializaban con lo que otros creían era sólo una muestra del deseo sublime por lo estético intrínseco en el ser humano; se podría decir de un modo llano que mercaban con lo que se suponía debían ser sentimientos y nada más. ¿Quién podría culparlos?, era un negocio fructífero y por alguna razón la antigua familia de brujos tenía buen ojo para ello, incluso Týr, el próximo patriarca por herencia, quien aunque era volátil en su personalidad, era igual de hábil que sus ancestros para los negocios. Ese era un motivo por el que estaba en la inmortal París, cuna de muchos artistas emergentes, y debía encontrar piezas con plusvalía, que con el tiempo aumentaran su valor, sí, por eso estaba ahí, pero había un motivo mayor, uno que Týr prefería ignorar, el de buscar una esposa para poder acceder a ese patriarcado al que estaba destinado desde el momento de su nacimiento.

Su búsqueda, sin embargo, fue infructuosa, recorrió varias galerías y no pudo ver más que artistas encasillados y repetitivos, estaba seguro que debía haber uno, aunque fuera uno con suficiente talento para asombrarlo; como aquel joven escandinavo que había conocido unos 7 u 8 años atrás y al que le había pedido que fuera a París para encontrarse, pero nunca llegó, ese chico sí que tenía talento.

Después de vagar por París, por el distrito que poseía la mayor cantidad de galerías no supo cómo fue a parar a ese sitio, lejos de la ciudad y del arte que con tanto ahínco debía buscar y valuar. Pero supuso que necesitaba un respiro y era todo, no era como si su madre le estuviera colocando una espada en el cuello apresurándolo a encontrar al próximo Jacques-Louis David, al contrario de ese otro asunto, la presión por encontrar esposa era mayor, más latente y más pertinaz. Suspiró.

-No quiero casarme –dijo en voz alta, no era raro que dijera en voz alta lo que estaba pensando, si lo hacía mientras estaba acompañado, con más razón esa tarde que se creía solo en el jardín, mientras tomaba con delicadeza una orquídea color morado encendido, etiquetada al pie como "Cattleya labiata", traída del nuevo mundo.

Por unos momentos más se dedicó a observar la flor hasta que una voz proveniente de ningún sitio habló claramente, era una mujer, de eso estuvo seguro, pero no supo la procedencia; la arquitectura caprichosa del jardín e impedía saber con exactitud la fuente de la voz que tan claramente le dijo lo obvio: si no quería casarse, no tenía por qué hacerlo. Se giró y se recargó en la jardinera que guardaba celosamente las flores del nuevo mundo, miró hacia arriba pero por pura coincidencia, como si aquella voz fuese la de un ser divino que le hablara desde el cielo.

-Pero entonces no me dan mi herencia –dijo como si aquello fuese lo más obvio del mundo, era extraño que lo primero que hiciera no fuera exigir que aquella persona (o ser) que le hablaba se identificara, pero para Týr cualquier cosa le parecía lógica y maravillosa y solía jerarquizar de muy extraña forma sus prioridades, en ese caso prefería seguir discutiendo el asunto que lo aquejaba que saber la identidad de su interlocutor.

Se mantuvo en su sitio y movía los ojos de un lado para otro, aunque en realidad no estaba enfocado en buscar a la persona que le hablaba, quien lo viera pensaría que estaba loco, quien lo conociera lo podía comprobar. Su expresión era más relajada, más incluso que cuando se creía solo, su sonrisa infantiloide adornaba su rostro y sus ojos maniacos bien abiertos exploraban el lugar.

-Aunque puede ser mejor –continuó encogiéndose de hombros-, tal vez me hace falta experimentar la pobreza –se llevó un índice a la barbilla como si pensara concienzudamente –sería divertido, ¿no? –porque claro, a él le parecía divertido cualquier cosa descabellada, como de pronto ser pobre como lo había planteado, por un momento pareció que hablaba consigo mismo más que con la misteriosa voz -¿tú qué crees? –aquella pregunta confirmó que no, que no se había olvidado de su interlocutor omnipresente, que le hablaba como la voz de su conciencia.

-Nah –soltó un resoplido –también podría convencer a una mujer que se case conmigo y que disfrute de mi dinero a cambio de que me deje en paz –ahí estaba. Típico de él, hablando una tontería tras otra sin razonarla, haciendo planes disparatados –aunque queda el problema de tener un hijo –aunque era verdad que esa parte le emocionaba más que casarse, quería tener una niña sólo para molestar a su familia, pues la tradición dictaba que tenía que ser un primogénito varón. –No importa –sacudió las manos como si tratara de ahuyentar un molesto mosquito que lo rondaba, sólo era un ademán para restarle importancia –al final haré lo que mi madre quiere, qué más da –dijo con algo de resignación.

La verdad no sabía porque le contaba todo eso a una voz sin rostro, de verdad que no medía consecuencias y peligros, podía ser un psicópata a la espera de su próxima víctima, o un ladrón y ahora como si nada lo había enterado que provenía de una familia adinerada. Pero así era él, parecía que hacía las cosas sin pensar aunque cuando lo ameritaba, era más sagaz de lo que su apariencia podía dar a entender.

-¡Las mujeres sí que son complicadas! –exclamó cuando ella explicó que las mujeres sólo se casaban una vez, pensó en su madre, ¿habría amado a su padre desde el principio?, por lo que sabía se habían casado por un convenio entre ambas familias, pero recordaba con lujo de detalle el día que su padre fue enterrado en aquel peñasco detrás de la casa y justo frente al mar, nunca había visto a su madre más desconsolada, si no lo había amado en un principio, estaba seguro que había aprendido a hacerlo.

Se giró cuando escuchó movimiento, era muy tenue, como una ardilla habilidosa que se mueve entre las ramas, dirigió su vista a la fuente del sonido y frente a él poco a poco se fue dibujando una mujer de clara belleza, de cabello rubio y facciones que parecían esculpidas por el propio Miguel Ángel, por un segundo Týr creyó que era una visión y sonrió de lado, no era raro que tuviera visiones, estiró la mano y al sentir el contacto de su interlocutora anónima hasta entonces, supo que era real.

-Soy Týr –sacó el pecho orgulloso por alguna razón, omitiendo su apellido. Los franceses destrozan el galés antiguo, pensó, por eso nunca decía su nombre de familia-, y no te preocupes –sonrió tanto que incluso cerró los ojos –me alegra que no seas un árbol o algo así, creí que ya me estaba volviendo loco –eso era una broma, pero una muy personal, Adda, como se había presentado, no sabía que de hecho el joven frente a ella estaba loco, o al menos así lo consideraban todos los que llegaban a conocerlo. La miró con una ceja arqueada cuando ella planteó aquella posibilidad, de encontrar a alguien que amara, que se amaran mutuamente, se encogió de hombros.

-La sola idea del matrimonio me da nauseas, no es que no crea en el amor –dijo con convicción, tanta que aquello no podía ser otra cosa más que la pura verdad -¿tú qué crees?, ¿eres casada? –preguntó, sí era una pregunta de carácter personal pero si alguien carecía de conocimientos sobre el espacio privado de alguien ese era el joven brujo.

Se giró para volver a ver la orquídea que había llamado su atención en un principio y un gesto completamente ajeno a él se apoderó de su rostro, algo similar a la melancolía.

-Es bueno tener alguien con quien hablar, ¿sabes? –la miró de nuevo y otra vez en su rostro había locura y luz, lo usual en él –y que no sea una planta de este jardín –por su tono usual era difícil distinguir entre broma y algo serio, a veces, incluso él no sabía ver la diferencia, estaba acostumbrado.

Solté una carcajada sincera, definitivamente me gustaba su forma de pensar; “todos nos estábamos volviendo locos”, por supuesto, tenía mucho sentido (o lo hacía para mí, lo que después me hizo reflexionar en que tal vez no lo tenía del todo), lo hacíamos pero la mayoría no se daba cuenta. Era una sentencia que desde ahora iba a formar parte de lo que creía firmemente, porque me quedaba bien, como un traje hecho a la medida. La locura suele tener una connotación peyorativa, la forma en cómo me han tachado de loco y demente, lo hacen con afán de ofender, sin embargo para mí no hay nada más alejado de una ofensa que ser catalogado de eso, la locura para mí es… es la única forma que conozco para hablar, actuar, relacionarme, a veces me resulta bien, a veces no, pero así es la vida, sin importar el grado de cordura, no puedes andar tratando de agradar a todos. La vi negar con la cabeza y me encogí de hombros, me hubiera servido saber la opinión de alguien casado, pero ya encontraría a esa persona en el futuro, no importaba.

-Entonces –aparté la vista de la flor y sonreí –tenemos un trato, hablaremos cuando necesitemos alguien que nos escuche –dije tomando su mano y sacudiéndola exageradamente, de modo que ese gesto cerrara el trato –la verdad no vengo muy a menudo aquí, me perdí por la zona y me apreció un sitio interesante –dije como si nada, porque perderme para mí era algo extremadamente común-. No, tú no tienes nada de malo, es mejor hablar con un humano que con una flor pero… -me detuve, llevé mi dedo a la barbilla y torcí las cejas en un gesto de estar pensando algo a fondo –suelo hablar mucho con mi perro, aunque un animal al menos respira ¿no? –lo que estaba diciendo para mí era trascendental aunque para cualquier otra persona resultara el balbuceo de un hombre claramente fuera de sus cabales.

La miré alejarse sin saber cuál era su intención, intrigado y fascinado por igual, luego vino de regreso y me mirada con expresión cómplice, me pregunta algo que… ningún adulto antes me había preguntado y que siempre había querido escuchar.

-¡¿Jugar?! –mi voz fue la de un niño emocionado que por fin encuentra compañero de travesuras-, ¡yo siempre quiero jugar! –mi madre suele decirme que cuando algo me emociona mis ojos se ven más claros, como si la luz les diera directamente y estoy seguro que en ese instante así lucían. La seguí mientras ella corría, aunque no apresurando mucho el paso para no alcanzarla a propósito.

Por su velocidad parecía que iba sobre nubes, flotando y avanzando con paso lento, tan sólo quería prolongar el momento, el juego, la persecución que dos adultos estaban llevando a cabo como si de niños se tratara, soltó una carcajada cuando ella lo retó y entonces sí, aceleró el paso para correr con toda su velocidad, o gran parte de ella al menos. La ventaja que le había dado era bastante así no la alcanzó con facilidad, hasta que ella cayó golpeada por un árbol, entonces sí, Týr dio un sprint para llegar a su lado, trató de gritar su nombre pero recordó que no se lo había dicho.

-¡Señorita! –dijo al no saber cómo nombrarla y finalmente estuvo a su lado-, ¿te encuentras bien? –preguntó agachándose a su lado para comprobar que estuviera en condiciones de ponerse de pie, cuando ella se incorporó el joven brujo sintió un alivio enorme y se irguió para luego extender su mano y así ayudarla a imitarlo-, creo que este juego resultó más peligroso de lo que creíamos –bromeó al tiempo que le daba su mano y la ayudaba a ponerse en pie.

-Quizá debamos jugar algo de menos contacto –dijo entre risas, pues el juego que llevaban a cabo en realidad era inofensivo-, deberías poner atención a dónde corres –volvió a bromear y la miró con una sonrisa de lado indicando que, aunque estuviera diciendo todo eso y apuntando lo ridículo de la situación, no lo hacía como ofensa.

Suspiró y miró la copa del árbol con el que su compañera de juegos había chocado, quién le hubiera dicho que ese día, al perderse como era su costumbre, se iba a topar a alguien que no sólo no lo tiraba de a loco, sino que se prestaba a sus comportamientos zagales.


Off: Siento lo mala de mi respuesta, mejoraré, lo juro ;_;

Una vez que la ayudó a ponerse de pie la miró curioso mientras ella parecía debatir algo en su interior, y luego miró su mano, la que lo había soltado como si estuviera hecho de carbón ardiendo, sonrió de lado, ahora lo entendía y le dio risa internamente por no haberse dado cuenta antes. Tenía la mente tan dispersa la mayoría del tiempo que no se había percatado antes, sus padres, sobre todo su padre quien había sido quien le había enseñado todo respecto a sus poderes, lo había regañado hasta el cansancio siendo él un niño y adolescente. “Tu distracción podría costarte caro” le decía con frecuencia, también alegaba que no todos los brujos, como ellos, tenían las mejores de las intenciones y entonces arqueó una ceja mirando a Adda, ¿ella que intenciones tendría?

-Me alegra ver que estás bien –prefirió responder y él mismo se sacudió un poco la ropa, una vestimenta fina pero algo descuidada pues odiaba las formalidades, apariencia que aumentaba al verlo a él y como portaba el atuendo, con esa mirada de loco y esa sonrisa socarrona-. Y sí –luego dijo sin más, respondiendo a la pregunta realmente importante, respondiendo con simpleza a un cuestionamiento que sonaba mucho más trascendental, pero así era él, tenía una capacidad nata de restarle solemnidad a ciertas cosas.

-No te preocupes –decidió creer que las intenciones de su compañera de juegos de esa tarde no eran malas, ya vería después-, me alegra que lo hayas notado, yo me distraigo con facilidad y no detecto la magia tan bien como debería –se rascó la cien con el dedo índice como acentuando ese carácter despistado del que hablaba. Lo era, sí, bastante despistado e hiperactivo, pero cuando se lo proponía y se concentraba lograba ser brillante, además que por su linaje mágico tenía una capacidad considerable en esas artes, su único problema radicaba en su falta de concentración, no sólo para la magia, sino para todo.

-¿Sabes? –habló después como si viniera de una conversación previa que jamás se llevó a cabo-, viajé mucho tiempo antes de llegar a París y no me había topado a tantos brujos –sí, porque decía la palabra tal cual incluso a sabiendas que había gente que los tachaba de tener pacto con Satanás-, pero en esta ciudad, ¡wow!, hay en todos lados –dijo como un niño emocionado que platica una aventura a su madre, imaginaria o no-. Me alegro por ello –dijo en tono más reflexivo aunque su expresión era la misma, de completa desfachatez.

El momento previo de juego se vio mitigado de pronto por la conversación que ahora estaban llevando, una plática que merecía más seriedad que la que Týr podía ser capaz de dar, sin embargo por primera vez en muchos años la sonrisa que parecía tatuada se borró dejando sobre su faz una línea recta cruzando su blanquecina piel, frunció ligeramente el ceño ante las palabras de Adda. Conocía bien todo sobre esos otros seres que se camuflaban con los humanos comunes y corrientes; después de todo a quién le tenía más miedo esos días era el vampiro ese al que le había robado una pintura, no dudaba que lo estuviera buscando, sólo que ahora comprobaba que París parecía llamar más y más poderosamente la atención de todo aquel ser que no gozara de una mortalidad cualquiera, vampiros, licántropos, cambiaformas y brujos como ellos, algo debía tener la capital francesa para poseer un imán tan poderoso, sólo que no sabía qué.

-¿Cazadores? –fue, sin embargo, lo que más llamó su atención, sabía que había gente entrenada por el clero para ir detrás de los chupa sangre y los hombres lobo, pero que atacaran a los que eran como él, eso era nuevo aunque de algún modo tenía sentido, ya lo había dicho antes, la gente solía creer que la magia provenía de tener un pacto con Satanás, rió para sí mismo ante el pensamiento, sus padres le habían dicho que por eso mismo no debía andar pregonando por ahí sobre sus poderes, pero también le había aclarado con especial énfasis que su magia no venía de un trato con el diablo, que la suya, la suya en específico, la de los Sèitheach era más antigua que muchas cosas que aseguraban serlo-. Nunca me he topado con uno, pero tendré cuidado –dijo después y la observó, ella miraba el cielo y sintió como éste se cerraba para no dejar pasar los rayos del sol.

-¿Qué hace ese broche tuyo? –preguntó con curiosidad, sabía de los objetos mágicos, desde luego, pero no sabía que hacán todos, cada brujo dotaba de diferentes cualidades a ciertos objetos, era imposible que supiera la función de cada uno de ellos.

-Podemos caminar –propuso-, tú pareces estar más enterada sobre esta ciudad, yo acabo de llegar y a cada momento me pierdo, no me molesta, así fue como llegué aquí y de no haber sido de ese modo jamás te hubiera encontrado –dijo aquello con tono amigable y hasta familiar, porque había resultado una afortunada coincidencia, no sólo era alguien que estaba dispuesta a jugar con él, como muy pocos adultos lo estaban, sino que compartía algo más allá, la magia y siempre era bueno hablar con otros como él.

-¡Vampiros! –fue lo primero que exclamó cuando ella comenzó a explicar la función del broche-, por supuesto que se creen dueños de todo –bufó, no ahondó más pero era evidente por sus palabras que él no estaba en los mejores términos con las criaturas nocturnas-, muy útil, sin duda –continuó –además de un excelente accesorio –concluyó con una sonrisa de oreja a oreja, pensó sin embargo, que no sería malo tener un artefacto mágico como ese, pues sabía que aquel vampiro al que le había robado andaría tras de él y qué mejor que ahuyentarlo. También creyó que Adda tenía algo más que contar al respecto de su broche pero que se había callado a propósito, quizá una vivencia que no quería recordar así que respetó su silencio y caminó con ella prendada de su brazo, dejó que fuese ella quien marcara la pauta y avanzaran por donde sus lasos ligeramente más cortos los llevaran.

Giró la cabeza cuando ella habló de nuevo y sonrió de forma más discreta. Tal vez era cierto, que estaba escrito que se encontraran, que por fin le llegara alguien con quien jugar. Porque “jugar” era una palabra tabú para la mayoría de los adultos y sin embargo para Týr era la vida misma, no sabría qué hacer si le quitaran el derecho a divertirse y sobre todo, a divertirse de aquel modo, por fortuna para él tenía la enorme ventaja de haber nacido en una cuna privilegiada y tener los medios para poder hacerse el tonto. Asintió efusivamente ante las palabras de su acompañante.

-Es probable que tengas razón –se encogió de hombros y regresó la vista al frente –aunque también creo en el libre albedrío –eso también, aunque hubiese un destino, cada uno elegía cómo tomarlo.

Luego no pudo decir más, frente a ellos aparcaba un carruaje y ella lo invitaba a subirse, miró el vehículo, luego al cochero y finalmente a Adda. Definitivamente no era algo que se esperaba pero tratándose de él muchas cosas sucedían de ese modo, inesperadas. La observó abordar la diligencia y la miró ofrecerle subirse a su lado.

-Supongo que sí –y abordó, apenas conocía a la mujer frente a él pero solía tomar ese tipo de decisiones sin meditarlas mucho. No pensando que alguien algún día de hecho podría hacerle daño-, muy bien –sonrió -¿a dónde vamos? –dijo con tono infantil, esperando ser sorprendido por ella una vez más.

Qué más daba, Týr hacía las cosas sólo para ver qué pasaba, como un gran experimento social, pero de vez en cuando, como aquella vez, se encontraba gratas sorpresas, personas tan similares y a la vez diferentes a él que lo emocionaba conocerlas, más allá de la euforia que parecía siempre acompañarlo. Adda era una de esas personas que podía hacerlo reír cuando siempre era él quien hacía reír a los demás, cosa que comprobó cuando ella le puso aquel peculiar mote. Soltó una carcajada sincera, una del tipo que los adultos muy pocas veces ejecutan, capacidad que muchos parecen haber perdido con los años y que sin embargo él conservaba como una de sus tantas armas, una carcajada tan sincera que incluso echó la cabeza hacia atrás y dio una palmada en su propio muslo, absolutamente divertido.

-Me agrada –dijo-, me agrada, señorita doña hadita verde –él también podía jugar el juego, y por el modo en que la había conocido en medio de plantas y flores sólo pudo pensar en ese ser mitológico, en un hada, con sus alas y todo. Se acercó a ella cuando le habló con aquel secretismo, su sonrisa de oreja a oreja no disminuyó ni un minuto y cuando ella hubo terminado de hablar él se echó para atrás y estiró la mano –es trato –dijo con tono juglar que cuenta historias a los niños-, tenemos un trato, a mí también me encanta la idea –luego aseveró de tal modo que no dejaba lugar a dudas. Cierto era que habían pasado muy pocas horas juntos, pero las suficientes para ver que se llevaban bien, más que bien, que ambos no se dejaban maniatar por sus cuerpos adultos y aún tenían habilidades que se suponía debieron desvanecerse con el tiempo, habilidades tales como entretenerse con cualquier tontería.

El coche aparcó y de inmediato sintió la fuerza de una magia muy poderosa, miró de reojo a Adda antes de que bajara, si ella era autora de esos hechizos, no sólo había encontrado una compañera de juegos y una amiga, sino una bruja interesante y fuerte, sin duda algo difícil de encontrar.

-Muchas gracias –dijo cuando la puerta se abrió-, yo te sigo –le dijo a Adda cuando comenzaron a caminar, fascinado no sólo por las dimensiones de la casa, sino por la magia contenida en ese sitio.

Sin duda alguna una aventura que no se esperaba, pero que ansiaba tener, comenzaba a aburrirse en París, se sentía enjaulado en aquella ciudad, más aún con aquella misión absurda impuesta por su madre, pero ahora Adda le daba nuevo significado a su estancia en ese lugar, y estaba convencido… no se decepcionaría.

TEMA TERMINADO