Nubarrones. {LIBRE}

por **Tahlly Caym Ahgony.** Miér Nov 24, 2010 8:27 pm

Manoseaba los faldones del precario vestido hecho con un chal y con retazos de alguna túnica medianamente decente, como si éstos fueran una tabla sólida de cordura. Arañaba la tela verduzca y pálida, la volvía nudos irregulares y entretejía cánticos incomprensibles en tales hebras. Un hábito adquirido desde principios de consciencia aquel día, apenas declinando con el paso de las horas. Torpemente andando por los cenderos clamados por matorrales, piedras, árboles, charcos, todo lo que confiere la naturaleza y sin embargo la mayoría inútiles a la hora de un refugio. O al menos, para quien no posee la suficiente perspectiva. ¿Qué sería aquella noche de la chica nómada? ¿Dormiría entre algunas rocas acopladas a su cuerpo, como absurdos cuerpos tibios? Entre plantas corto-punzantes, quizá con más compasión que el último basurero que vilmente había impregnado sus ropajes –Quien tuviese la valentía para llamarles como tal– del fétido aroma de la comida en plena putrefacción. Gimió. Qué noche sería, una aventura idónea para la sensación libertina que galopaba frenética y perpetuamente en sus venas. La consistencia en sí de la de los cabellos oscuros. Un efluvio lluvioso se elevaba en el aire y auguraba la posible repetición del clima, acentuado aquella vez por un manto ennegrecido en nubes majestuosas, espesas en grisáceo.

En el cielo se concentraron zarpazos lumínicos que se abrieron paso tan rápido como ella una vez que el estrépito sonido zumbó en sus oídos, rehuida por la necesidad renovada de encontrar refugio, también por el nerviosismo que le otorgaba el estado del suelo y que a su vez le confería tal inquietud. La tierra, que seguramente dentro de poco padecería nuevamente en la precipitación, se levantó en mínimas salpicadas mientras corría cómicamente; típico de ella, absorbida por un sentimiento que en otros seguramente solo sería una nimiedad incómoda. El aire hizo falta en sus pulmones y percibió que, a causa del instinto, sus zancadas fueron ralentizándose y con ello la posibilidad de refugio, aún no localizado para entonces, extinguida, apenas vislumbrada lejana pero siendo solo imaginación suya. Iba a mirar hacia atrás pero otro trueno le hizo virar súbitamente el rostro, llevándolo hacia arriba, apreciando el cielo encapotado y penetrado por una franja de luz que en poco más de otra fracción de segundo, se desvaneció.

—Oh, por los clavos de Cristo —elevó una oración, más por impulso que por hábito a la religión—. La lluvia viene a por mí y yo entonces dormiré entre sus gotas. Y la tierra… —gimió, apretando con fuerza su vestidura hasta que un sonido de rasgueo interceptó el de su irregular respiración. En su siguiente oratoria usó un tono más desaforado— ¡Entonces, yo caería vencida!

Y en lo primero que sucumbiría, entonces, sería en sus acelerados nervios. ¡Lluvia de desgracia!