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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Mar Jul 26, 2011 5:57 pm

Recuerdo del primer mensaje :

[PRIVADO CON DANA]

A pesar de que iba cubierto con una capa desde el cuello hasta poco más debajo de las rodillas, los guardias que custodiaban la entrada me reconocieron y abrieron las puertas de par en par para dar paso y procedieron a inclinar el cuerpo en una venia hasta que pasáramos -Espero que te guste este escenario- le dije y luego sonreí divertido antes de entrar con ella a mi lado, tal cual habíamos caminado desde la salida del teatro donde la había conocido. Una vez dentro las altas puertas cerraron para no permitir la entrada a nadie más que no fuera de la realeza.

Caminamos por un par de pasillos hasta llegar a una sala privada junto a un salón de baile donde se efectuaba una mascarada de inmortales, las fiestas de los vampiros eran más comunes en aquel lugar que las de los mortales aunque a veces se le permitía a la realeza de Paris tener los salones para sus propias fiestas. La máscara de mi acompañante era diferente, estaba pintada en la cara y sería más difícil deshacerse de ella que las usuales que se usaban en aquellas fiestas. Pase de largo del salón donde la música provocaba giros, saltos, cambios de parejas, risas desenfrenadas y manoseos disimulados entre amantes.

-Nosotros tenemos un salón privado para un juego privado- comenté cuando llegamos al final de un pasillo que daba a una puerta de madera maciza y tallada con relieves de criaturas angélicas, lo irónico en contraposición a lo que dos seres como nosotros podrían hacer en el interior. Abrí las puertas y entre primero, no había heredado la característica caballerosidad de mis hermanos para montar el teatrito de modales con las ‘damas’ ya que para mi eran todas mujerzuelas, fueran de la clase o nivel social bajo o alto daba igual, lo único que las diferenciaba era la ropa que tarde o temprano se les quitaba y terminaban siendo lo mismo, solo un cuerpo, un objeto de donde obtener placer.

Estaba contento de que no me acompañara una mujer como las estándares, no, claro que no era una mujer, era una muñeca aunque ella dijera que no lo era, era un títere, era un despojo de trapos y de insectos, una deidad hecha de sangre y astillas de huesos, delirante criatura a la que quería abrir como una ostra y raspar con un cuchillo en sus profundos intestinos secos. Ella había prometido no portarse bien, eso era lo que la hacía más interesante ya que estaba dispuesto a darle un puñal y que me hiriera, que desprendiera con sus dientes mis labios del rostro y que los mordiera para luego escupirlos…mi imaginación me llevaba por tantos caminos que no sabía cual tomar y decidí que sería todo como en el teatro se haría, cuestión de improvisación.

Su cadáver allí parado quería estudiarlo como si le hiciera una autopsia, mi cadáver podría entrar en frenesí cuando ella empezara a portarse más y a disfrutar de ello. Dolor, dolor, dolor y placer. Cerré las puertas y las asegure para que nadie más entrara después de que ella estuvo en el interior. Entre los muebles de la sala se encontraba un armario donde me dirigí a rebuscar entre algunas cosas mías que a veces dejaba ahí por si decidía salir a divertirme con alguna puta bien pagada. Solo encontré un par de cuchillos y un hacha de tamaño mediano, mi juguete predilecto.

-Pongámoslo interesante, ¿quieres empezar con el juego?- la rete desde donde estaba, le arroje los cuchillos a los pies y me quede con el hacha. Tire la capa sobre una silla y me quite el saco para quedarme en camisa. Tome el hacha tranquilamente y me senté en uno de los sofás donde espere la respuesta de aquella muñeca hecha de despojos -Sírvete vino o sangre si te ayuda a pensar- dije señalándole con la mirada hacia una mesa donde habían dos botellas repletas de ambos.
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Mensaje por Invitado Lun Feb 13, 2012 3:22 pm

SENTENCIA

Caen rubios en el hombro tus cabellos
Acarician la piel por donde han pasado mis dedos
Mueve una brisa a esos destellos
Descubre la piel ansiada de donde brotan mis deseos

Siento tu halito de muerta primavera
Siento tu caricia temblorosa y risueña
Siento de tus labios el sabor a sangre fresca
Siento de tu vientre el abrazo recurrente

Caes, te transformas, te deshaces…
Retorcida en algo alegórico tú macabra calavera
Guárdame una última lágrima para cuando termine
Llevada serás a tu féretro y yo te veré desde afuera

¿Pronunciaran acaso tu nombre mis labios culpables?
Una noche lejana en la que pueda evitar la vergüenza
¿Danzaras en mi mente como una ramera?
Muñeca de cristal, mirada de doncella, despierta.

Encuentro en la oscuridad con mis manos aquello que mis ojos no alcanzan a ver. Se trata solo de sentidos, de tacto, de instinto. Nuestros cuerpos estaban hechos para soportar la agresividad con la que nos tratábamos. Los colmillos, las uñas, los labios…perforaban nuestras pieles que gozosas recibían el regalo del dolor seguido del placer que solo se puede sentir cuando los huesos se quiebran y los músculos se destruyen. Mi sangre yace en sus labios como la suya yace en los míos, no éramos más extraños aquella noche y al mismo tiempo éramos dos desconocidos. Ella, un esperpento en las calles de Paris; yo, un garabato portando una corona de tierras lejanas. ¡Qué feliz serias allí! Cada noche encontraría ella una tortura entre mis brazos, horas donde el suplicio del placer destruía toda vida que se encontrara alrededor. Y haríamos títeres con piel humana, collares de tripas para las damas y corazones de bolsillo para nuestros más fieles amigos. Allí donde el demonio tiene un nombre, el nombre que a ella se le negó, ella podría hacer el mejor de sus actos y hacer desaparecer a toda mi corte con las mismas garras que se hundían en mi piel y con la misma fuerza que trababa de enfrentar en contra de la mía. Pero también éramos dichosos en Paris, durante una noche donde nuestros caminos opuestos nos hicieron tropezar en un callejón, en un teatro de mala muerte, en un tiempo sin minutos y simplemente detenido por nuestros deseos.

La dicha nuestra pertenecía al dolor, el único que podía provocar las sensaciones que nos devolvía la vida pérdida, el aire a los pulmones. Ella lo sentía y yo lo sentía cuando nos tocábamos sin pudor alguno, el deseo crecía y las viejas trabas se habían disipado porque al final de cuentas solo habían sido el interludio para la gran obra de dos cuerpos fundidos en uno. En un primer momento fui quien tuvo el control, quien la tomó como quiso con la fuerza de un ciclón. Sus piernas se habían convertido en una prisión donde la estancia no era un castigo sino un deleite. Esa piel dura, extremadamente blanca, con olor a ceniza, se me era entregada sin ninguna promesa ni ninguna obligación, simplemente a producto del delirio de una mente colapsada. El abrazo lo era todo, el abrazo de nuestros cuerpos, el abrazo de nuestros labios, el abrazo de su vientre que envolvía con su capa espesa a mi miembro, el cual se movía incesantemente dentro de ella para sentirla mejor. Éramos dos cadáveres siniestros dándose placer, dos estatuas corrompidas por la eterna juventud, dos conciencias perdidas en los pantanos misteriosos de una locura que solo nosotros podíamos entender.

Quizá la locura nos hacía sentir vivos, quizá por ella nuestros pulmones petrificados cobraron vida y nuestros corazones de ceniza se convirtieron en un pedazo de carbón abrasado por el fuego devastador de la lujuria. No existía el placer sin el dolor, no para quienes han perdido toda la sensibilidad humana, no para quienes ya han disfrutado tantos placeres durante tantos años que lo que antes parecía novedoso en el presente se tornaba aburrido. ¿Despertaste ya de tu sueño muñeca de cristal?, bienvenida al mío, mírame si tienes el valor. Hundió sus uñas, la piel de sus dedos, sus huesos…sobre mis hombros como sus piernas se hundieron a mis costados como si ella fuera una trampa donde cayera una presa esperada y ansiada. Caí sobre su cuerpo, lo poseí y lo destrocé con el cariño de un amante que no tiene vergüenza de serlo mientras ella gemía a mi oído con desprecio y con fervor del mismo modo en que yo la veneraba, injuria a las vírgenes, goce del morbo. Llevaba sobre mi piel, otrora marmolada, las marcas que mi amante me había provocado mas no eran otra cosa que la prueba indeleble del placer al que ella era sometida desde el momento en que decidí aprisionarla y en respuesta decidió aceptar su confinamiento aunque parecía que los roles se hubieran intercambiado.

La situación se invirtió y por un momento quedamos apartados, que eterno se hace ese tiempo en que el deseo, aun no totalmente satisfecho, exige más de la fuente de donde se beben los elixires del placer; esa fuente era su cuerpo. Sin embargo, para ambos la función debe continuar hasta que nuestros cuerpos se descompongan en dos charcos de piel y sangre. La unión de nuestros cuerpos volvió a ser inminente el momento en que ella tomo una nueva posición sobre mi cuerpo. Desde allí dejo caer con fuerza sus caderas para que su vientre compactara perfectamente con el miembro viril que esperaba estar nuevamente en su interior como el sediento espera una gota de agua para saciar su sed. Mis brazos volvieron a rodearla, a cobijarla en la tortura de caricias torpes y demandantes de piel, de voluptuosidades y demás bondades que ella había estado guardando bajo un disfraz de hombre y que se revelaban ante los mismos ojos que tanto deseaba poseer, los míos. Su mirada también quería aprisionarlos cuando no estábamos llevando nuestros labios a una pelea incansable donde nuestras lenguas también eran participes de la eterna contienda. La piel desgarrada, las gotas de sangre, los labios partidos, todo ello no nos importaba ya que el centro de nuestra pasión se encontraba en su propia batalla. Nuestros movimientos le hacían daño, me hacían daño, nos llenaban de una sensación indescriptiblemente deliciosa para la cual el lenguaje no había encontrado palabras pero si sonidos: gemidos.

La tomé del rostro para acercarla hacia mí, acaricie sus cabellos y los desordene con fuerza hasta que nuestras frentes estuvieron pegadas y nuestra miradas fijas a solo milímetros de distancia. Sus jadeos y mis jadeos se mezclaban, nuestros labios se llamaban y de tanto en tanto cedían a uno de esos besos que solo provocaban más cortaduras en nuestras pieles. Sus manos apresaban mis hombros con fuerza mientras uno de mis brazos descendió hasta su cadera para que el movimiento entre nuestros cuerpos fuera aun más fulminante. Poco a poco la sensación placentera fue traspasando los límites de toda compresión, fue desprendiendo palabras obscenas de mis labios que se dirigían sus oídos, palabras de deseo que eran inelegibles ya que se mezclaban con los constantes gemidos. El carbón que se alojaba en nuestros pechos hirvió y se desprendió de los témpanos de hielo que lo rodeaban, nuestros cuerpos se llenaron del calor que, quizá a producto de la ilusión, nos transportaba al infierno para que delante de todos los amantes que habían trascendido la historia, observaran con envidia la forma en la que ellos no pudieron yacer. Pero la visita al Edén de los demonios no dura para siempre y luego de experimentar unos momentos orgásmicamente perturbantes fuimos arrastrados de regreso a la oscuridad donde habíamos morado casi toda la noche aunque sin darnos cuenta del todo. Yacíamos en la alfombra de una sala a oscuras, aun moviéndose nuestros cuerpos como si siguieran una danza que va lentamente disminuyendo el ritmo de los pasos más la obra aun no ha terminado.
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