AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Babieca [Levana Maréchal]
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Babieca [Levana Maréchal]
Recuerdo del primer mensaje :
“Mi espada era Tizona y mi caballo Babieca,
mi espada era Tizona, tú eras doña Jimena.”
-Sr. Chinarro, “Babieca”
mi espada era Tizona, tú eras doña Jimena.”
-Sr. Chinarro, “Babieca”
Salí a caminar porque con urgencia necesitaba sosiego, algo que me calmara las ansias, un momento de paz que en la habitación de hotel donde me estaba quedando no obtendría jamás. Finalmente había mandado traer mi caballo favorito desde Bruges y hoy, según lo estipulado, sería su día de arribo. Babieca, como el corcel del Cid, de Don Rodrigo Díaz de Vivar, un cantar ibérico tan importante y poderoso que había llegado a mis oídos en Suecia, así se llama mi caballo, un camargue, blanco como todos los de esa raza, un animal noble de labranza pero lo suficientemente fuerte para ser cabalgado, hay mejores razas para ese fin, lo sé bien porque finalmente es de estos animales de lo que he vivido toda mi vida, incluso ahora que la fortuna ha tocado a mi puerta, pero al mirar a Babieca a los ojos, siendo él un potrillo, en los establos del difunto Yves Vermeer, supe que era el caballo para mí. Ahora es un joven potro y me dolió abandonarlo en ese sitio que ahora se convertiría en mi hogar.
¿Dónde se quedaría?, considerando que estoy viviendo en un hotel, he rentado un sitio en los establos de una familia adinerada de esta ciudad, puede más mi necesidad por mi amigo equino que otra cosa. Pintura y caballos, esas son mis pasiones, algo dispares pero que he logrado conjugar bien, después de todo, siendo un niño, eran los caballos mis únicos modelos para dibujar, y mis hermanas también, a quienes dibujaba jugando en la hierba.
Sigo caminando pensando en todo aquello, con mocasines cómodos de mimbre, a mi medida, nunca antes había podido poder mandar a hacerme ropa a mi medida y se siente tan bien, se ciñe al cuerpo de forma perfecta sin sacrificar comodidad. Si hace un par de años me hubieran dicho que me vida iba a dar tal giro, me hubiera reído como nunca. Parezco niño en vísperas de Navidad, esperando por su regalo de San Nicolás, Babieca es mi regalo.
Me detengo a veces a observar algún aparador, y de paso, mirar el reflejo que los cristales me devuelven, difuso, transparente, me miro a los ojos y no me reconozco, se ha perdido algo de brillo en ellos, como si de golpe hubiera envejecido. El viaje me amedrentó más de lo que me hubiera gustado, me cansó. Suspiro y me llevo la mano a un bolsillo, algunos francos sueltos tintinean ahí dentro y no puedo creer que yo, el pobre chico de los caballos, ahora tenga todo este dinero, y toda esta suerte, pero qué digo, nada es perfecto y tal parece que mi viaje a la capital francesa ha resultado en vano, pues no he encontrado lo que vine a buscar. Sólo me falta una cosa para cerrar el círculo de la relativa perfección, pero cada vez que lo intento, se ve más y más lejana, como si el destino me la birlara sólo para no permitirme ser completamente feliz.
Las calles de París son mi escenario, y yo el actor de una triste y patética historia. Quizá debería regresar a Bruges, mandar por mi madre y mis hermanas, y ponerme en paz con mi necedad de cumplir mis sueños. Dios mío, de sólo pensarlo suena cursi.
¿Dónde se quedaría?, considerando que estoy viviendo en un hotel, he rentado un sitio en los establos de una familia adinerada de esta ciudad, puede más mi necesidad por mi amigo equino que otra cosa. Pintura y caballos, esas son mis pasiones, algo dispares pero que he logrado conjugar bien, después de todo, siendo un niño, eran los caballos mis únicos modelos para dibujar, y mis hermanas también, a quienes dibujaba jugando en la hierba.
Sigo caminando pensando en todo aquello, con mocasines cómodos de mimbre, a mi medida, nunca antes había podido poder mandar a hacerme ropa a mi medida y se siente tan bien, se ciñe al cuerpo de forma perfecta sin sacrificar comodidad. Si hace un par de años me hubieran dicho que me vida iba a dar tal giro, me hubiera reído como nunca. Parezco niño en vísperas de Navidad, esperando por su regalo de San Nicolás, Babieca es mi regalo.
Me detengo a veces a observar algún aparador, y de paso, mirar el reflejo que los cristales me devuelven, difuso, transparente, me miro a los ojos y no me reconozco, se ha perdido algo de brillo en ellos, como si de golpe hubiera envejecido. El viaje me amedrentó más de lo que me hubiera gustado, me cansó. Suspiro y me llevo la mano a un bolsillo, algunos francos sueltos tintinean ahí dentro y no puedo creer que yo, el pobre chico de los caballos, ahora tenga todo este dinero, y toda esta suerte, pero qué digo, nada es perfecto y tal parece que mi viaje a la capital francesa ha resultado en vano, pues no he encontrado lo que vine a buscar. Sólo me falta una cosa para cerrar el círculo de la relativa perfección, pero cada vez que lo intento, se ve más y más lejana, como si el destino me la birlara sólo para no permitirme ser completamente feliz.
Las calles de París son mi escenario, y yo el actor de una triste y patética historia. Quizá debería regresar a Bruges, mandar por mi madre y mis hermanas, y ponerme en paz con mi necedad de cumplir mis sueños. Dios mío, de sólo pensarlo suena cursi.
Invitado- Invitado
Re: Babieca [Levana Maréchal]
Rememorar a mi familia que distrajo un momento, me hizo recordar la última vez que estuvimos juntos, cuando mi padre aún vivía, cuando, a pesar de las carencias, éramos una familia unida y numerosa. Ahora él no está y yo estoy lejos de ellas, a veces me siento terriblemente culpable de haberlas dejado, pero pienso en lo que este viaje significó, sin mi travesía, no tendría un futuro que ofrecerles. La sensación de su mano sobre la mía lograba darme una sensación similar a lo que antes añoré, a estar en casa y sonreí.
Con la otra mano me recargaba sobre el pasto y muchas ramitas y piedras se clavaron en la palma, misma que sacudí cuando ella soltó el agarre, no hacía falta que estuviéramos así, sólo sentirla me hizo entender que tal vez París tenía mucho más que ofrecerme que simplemente jugar el papel del sitio que enarcaría mi rencuentro con Eve y Týr. Justo aquellos pensamientos estaban cruzando mi cabeza cuando comentario me hizo fruncir el entrecejo. Comprendí sus palabras, uno evitar encariñarse con las cosas que sabes que se irán, pero un segundo antes empecé a dudar de si en verdad deseaba irme, desde ahí podía controlar los negocios que Vermeer me heredó, qué más daba si llevaba a mis hermanas y madre a Bruges o las traía a París, esta ciudad parecía mejor pretexto para iniciar, de forma tardía, mi educación como artista. No pude hacer un comentario al respecto, de todos modos no podía hacerle una promesa que ni yo mismo sabía si iba a cumplir o no.
-No, no vengo preparado –dije con una risa nerviosa cuando ella preguntó si llevaba algún material-, quizá… quizá la próxima vez que nos veamos puedo preparar algo, y hacer un retrato tuyo, si me dejas -de algún modo aquello respondía también a su inquietud previa, no me gustaba cómo sonaba la definición de relación “cliente-trabajador” que había apuntado, me parecía una mujer demasiado interesante y que me hacía sentir menos un intruso en una ciudad desconocida.
Escuché con atención qué era aquello que le gustaba, y me parecía más y más intrigante cada vez, sonreí un poco aunque mi mirada era contrariada.
-La soledad no quiere decir que estemos solos –dije y me di cuenta de la ambigüedad de mis palabras, desvié la mirada apenado –quiero decir, muchos disfrutamos de un momento con nosotros mismos, pero cuando regresamos, sabemos que habrá gente esperándonos –esperaba haberme explicado mejor. Yo mismo podía identificarme con esas palabras, yo que jamás conocí la paz cuando fui niño causa de que mi casa era muy pequeña y habitábamos muchos en ella, y ahora estaba solo en esta parte del mundo, sin embargo, sabía que allá donde ellas estaban, me esperaban y me recibirían, mientras podía sumergirme en mis pensamientos, en el océano de sueños incumplidos y de una repentina herencia. Luego nada más sonreí, si le gustaba el frío le encantaría Suecia, y sobre todo Kuortane, que es especialmente septentrional.
-No, no, no –me puse de pie en un salto y me sacudí la ropa –no tengo prisa, mi única prisa era rencontrarme con Babieca –señalé el jamelgo con la mirada y luego estiré la mano para que me acompañara, o me guiara mejor dicho –estaría encantado de ir con usted, suena como un lugar encantador.
Con la otra mano me recargaba sobre el pasto y muchas ramitas y piedras se clavaron en la palma, misma que sacudí cuando ella soltó el agarre, no hacía falta que estuviéramos así, sólo sentirla me hizo entender que tal vez París tenía mucho más que ofrecerme que simplemente jugar el papel del sitio que enarcaría mi rencuentro con Eve y Týr. Justo aquellos pensamientos estaban cruzando mi cabeza cuando comentario me hizo fruncir el entrecejo. Comprendí sus palabras, uno evitar encariñarse con las cosas que sabes que se irán, pero un segundo antes empecé a dudar de si en verdad deseaba irme, desde ahí podía controlar los negocios que Vermeer me heredó, qué más daba si llevaba a mis hermanas y madre a Bruges o las traía a París, esta ciudad parecía mejor pretexto para iniciar, de forma tardía, mi educación como artista. No pude hacer un comentario al respecto, de todos modos no podía hacerle una promesa que ni yo mismo sabía si iba a cumplir o no.
-No, no vengo preparado –dije con una risa nerviosa cuando ella preguntó si llevaba algún material-, quizá… quizá la próxima vez que nos veamos puedo preparar algo, y hacer un retrato tuyo, si me dejas -de algún modo aquello respondía también a su inquietud previa, no me gustaba cómo sonaba la definición de relación “cliente-trabajador” que había apuntado, me parecía una mujer demasiado interesante y que me hacía sentir menos un intruso en una ciudad desconocida.
Escuché con atención qué era aquello que le gustaba, y me parecía más y más intrigante cada vez, sonreí un poco aunque mi mirada era contrariada.
-La soledad no quiere decir que estemos solos –dije y me di cuenta de la ambigüedad de mis palabras, desvié la mirada apenado –quiero decir, muchos disfrutamos de un momento con nosotros mismos, pero cuando regresamos, sabemos que habrá gente esperándonos –esperaba haberme explicado mejor. Yo mismo podía identificarme con esas palabras, yo que jamás conocí la paz cuando fui niño causa de que mi casa era muy pequeña y habitábamos muchos en ella, y ahora estaba solo en esta parte del mundo, sin embargo, sabía que allá donde ellas estaban, me esperaban y me recibirían, mientras podía sumergirme en mis pensamientos, en el océano de sueños incumplidos y de una repentina herencia. Luego nada más sonreí, si le gustaba el frío le encantaría Suecia, y sobre todo Kuortane, que es especialmente septentrional.
-No, no, no –me puse de pie en un salto y me sacudí la ropa –no tengo prisa, mi única prisa era rencontrarme con Babieca –señalé el jamelgo con la mirada y luego estiré la mano para que me acompañara, o me guiara mejor dicho –estaría encantado de ir con usted, suena como un lugar encantador.
Invitado- Invitado
Re: Babieca [Levana Maréchal]
Por un momento quise tener la habilidad de detener el tiempo, regresarlo, y componer algunas cosas que acababa de decir. Nunca se debe confiar en un extraño de manera tan rápida y fácil. El mismo papa podría venir a darme una misa, a hablarme de lo bueno de la vida, a que confiará en él, y seguramente lo rechazaría sin ningún miramientos ¿Qué hay de diferencia con Alvar? ¿Por qué su sola presencia me daba la tranquilidad y paz necesaria para seguir de pie justo ahora a su lado? Por más deseos que tuviera de borrar lo que fuera, no se podría, aun no sabía si los brujos teníamos esa habilidad, de ser así, intentaría buscar por cielo, mar y tierra, a aquel poseedor de tan conveniente habilidad. Pero ahora a centrarnos en el presente. Sus cabellos se movían de manera grácil a causa del viento, me preguntaba ¿Qué en él podría ser oscuro? Si aura era brillante, de muchos colores, bastante cálida. Ese tipo de detalles hacen poder seguir dando pies a los terrenos de la vida ajena. En ocasiones eso es lo que me ha frenado de poder convivir con otros humanos. Ahora me imaginaba un prado lleno de colores donde estaba siendo invitada a pasar, donde el recorrer conocimiento de un ser humano, te hace alcanzar sus brazos y tener cierto cariño hacía él o viceversa. Había dado los primeros pasos del "campo Alvar" y no, no iba a dar marcha atrás.
Mi cuerpo paso de estar tenso a sentirse completamente relajado. Quizás si hoy no me atrevo entonces nunca más volveré a atreverme. No lo miré simplemente para no terminar huyendo arriba de "Blanco", para poder seguir con aquel convencimiento y tranquilidad. La fragilidad que llevo dentro, por el interior roto que el tiempo se ha encargado de recordarme, es bastante evidente, aun no podía darme cuenta con claridad que tenía la fuerza ,y las maneras de defenderme sin salir rasguñada si quiera, pero me costaba trabajo lastimar a aquellos que me habían lastimado sin miramientos. No debía ser condescendiente ¿O si? Me acerqué por fin tomando con suavidad su mano, bastante gracioso seguro se veía aquello, pues a pesar de tener la unión, guardaba una gran distancia entre ambos con el cuerpo. - El próximo encuentro será simplemente para que veas a Babieca - Después de un gran silencio aquello fue lo primero que podía decir, no me gustaba la idea de confiar demás cuando quizás mañana pueda partir.
Unos pasos fueron suficientes para poder llegar ambos a nuestros caballos, Blanco estaba tan tranquilo que me convencía sobre las cosas que estaba haciendo, me dejaba en claro que mis elecciones eran buenas, eran correctas, y no debía temer, al fin de cuentas los animales tienen ese sentido de protección a sus amos, sin importar que sea el más manso. Desamarré a mi fiel caballo. - Sígueme - Susurré apenas de manera débil, caminando rumbo a varios arboles amontonados que había en la parte de enfrente del campo en el que estábamos. Si había conocido este lugar, fue por lo cerca que estaba de mi casa. Antes de adentrarme a la oscuridad, me aseguré de ser seguida por el hombre de cabellos rubios. Parecía que ambos teníamos esa cierta mirada de curiosidad, ese aire expectante. Comencé a adentrarme a la oscuridad del lugar, el camino era bastante seguro, había hecho con anterioridad algunos hechizos, estos los había aprendido de un libro grande que saque por varios días de la biblioteca, estos consistían en que ciertas hierbas al combinarlas, daban protección a la zona que tu marcabas. Varias bolsitas fueron colocadas bajo la tierra, estás incluso los animales no las podían sacar, pues el olor era bastante asqueroso al abrirlas, algo parecido a un cuerpo putrefacto.
Nadie podría pasar, si me refiero a nadie es algún enemigo, se confundirían e intentarían ir a otro lado, por eso en ocasiones volteaba a ver a Alvar, pero este no parecía tener signo alguno de problemas en el camino, menos al ser conducido. La oscuridad empezaba a hacerse presente, pero se podía ver un poco, por lo que no existía problema alguno de llegar. El camino se llevo con total silencio y tranquilidad, hasta llegas a las enredaderas, estás cubrían la parte frontal de la casa. - Es aquí - Le indiqué en voz alta, moviendo una cortina de plantas que dejaba ver con claridad la casa - Bienvenido - Sonreí de manera tímida moviendo la perilla de la puerta, empujando la misma, y dejando que este se atreviera a entrar primero. Debía asegurarme de que nadie nos hubiera seguido, después de todo existen quienes pueden burlar hechizos como estos, no soy una experta como para no dejar pasar algún detalle y ser descubiertos a mitad del camino.
Mi cuerpo paso de estar tenso a sentirse completamente relajado. Quizás si hoy no me atrevo entonces nunca más volveré a atreverme. No lo miré simplemente para no terminar huyendo arriba de "Blanco", para poder seguir con aquel convencimiento y tranquilidad. La fragilidad que llevo dentro, por el interior roto que el tiempo se ha encargado de recordarme, es bastante evidente, aun no podía darme cuenta con claridad que tenía la fuerza ,y las maneras de defenderme sin salir rasguñada si quiera, pero me costaba trabajo lastimar a aquellos que me habían lastimado sin miramientos. No debía ser condescendiente ¿O si? Me acerqué por fin tomando con suavidad su mano, bastante gracioso seguro se veía aquello, pues a pesar de tener la unión, guardaba una gran distancia entre ambos con el cuerpo. - El próximo encuentro será simplemente para que veas a Babieca - Después de un gran silencio aquello fue lo primero que podía decir, no me gustaba la idea de confiar demás cuando quizás mañana pueda partir.
Unos pasos fueron suficientes para poder llegar ambos a nuestros caballos, Blanco estaba tan tranquilo que me convencía sobre las cosas que estaba haciendo, me dejaba en claro que mis elecciones eran buenas, eran correctas, y no debía temer, al fin de cuentas los animales tienen ese sentido de protección a sus amos, sin importar que sea el más manso. Desamarré a mi fiel caballo. - Sígueme - Susurré apenas de manera débil, caminando rumbo a varios arboles amontonados que había en la parte de enfrente del campo en el que estábamos. Si había conocido este lugar, fue por lo cerca que estaba de mi casa. Antes de adentrarme a la oscuridad, me aseguré de ser seguida por el hombre de cabellos rubios. Parecía que ambos teníamos esa cierta mirada de curiosidad, ese aire expectante. Comencé a adentrarme a la oscuridad del lugar, el camino era bastante seguro, había hecho con anterioridad algunos hechizos, estos los había aprendido de un libro grande que saque por varios días de la biblioteca, estos consistían en que ciertas hierbas al combinarlas, daban protección a la zona que tu marcabas. Varias bolsitas fueron colocadas bajo la tierra, estás incluso los animales no las podían sacar, pues el olor era bastante asqueroso al abrirlas, algo parecido a un cuerpo putrefacto.
Nadie podría pasar, si me refiero a nadie es algún enemigo, se confundirían e intentarían ir a otro lado, por eso en ocasiones volteaba a ver a Alvar, pero este no parecía tener signo alguno de problemas en el camino, menos al ser conducido. La oscuridad empezaba a hacerse presente, pero se podía ver un poco, por lo que no existía problema alguno de llegar. El camino se llevo con total silencio y tranquilidad, hasta llegas a las enredaderas, estás cubrían la parte frontal de la casa. - Es aquí - Le indiqué en voz alta, moviendo una cortina de plantas que dejaba ver con claridad la casa - Bienvenido - Sonreí de manera tímida moviendo la perilla de la puerta, empujando la misma, y dejando que este se atreviera a entrar primero. Debía asegurarme de que nadie nos hubiera seguido, después de todo existen quienes pueden burlar hechizos como estos, no soy una experta como para no dejar pasar algún detalle y ser descubiertos a mitad del camino.
Levana Maréchal- Mensajes : 147
Fecha de inscripción : 29/07/2011
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Re: Babieca [Levana Maréchal]
Cuando recién la conocí, me pareció una mujer esquiva, que algo ocultaba, algo importante, dicha sensación no se había ido por completo, me seguía pareciendo poseedora de un secreto celosamente guardado, pero su repentina confianza en mí me hacía sentir más cómodo a su alrededor. Emanaba cierta energía que me parecía vagamente familiar pero no podía reconocer del todo, y yo qué voy a saber sobre energías y auras en todo caso, lo que sabía lo conocía gracias Týr que alguna vez me habló de eso, pero en realidad eran temas que jamás había estudiado y que no me interesaban del todo. Recuerdo la primera vez que vi a mi amigo galés, hablaba de todo y nada a la vez, muy rápido que parecía podía acabarse el aliento en una sola frase, no le creí que tuviera poderes, pensé que era una mala broma de un tipo que obviamente gozaba de las malas bromas, hasta que lo demostró, hasta que frente a mis ojos hizo aparecer una ilusión. Por ello creo ahora en que cada humano posee una energía, un aura, o como quiera que se llame, cada una con un color, peso, aroma y sensación diferente, y la de Levana me parecía muy familiar.
-No, ¿de qué hablas? –dije en automático cuando ella mencionó eso de que mi próxima visita debía ser sólo para comprobar que Babieca estuviera bien-, he disfrutado mucho de esta tarde, además tengo la sensación de que lo mejor está por venir –le sonreí para comprobar con mi gesto lo que acababa de decir –estaré muy feliz de volver a pasear contigo… si me dejas, claro –al decir aquello me di cuenta que había avanzado y ahora estaba junto a mi caballo, me subí a él y la observé avanzar.
Por un instante no estuve seguro de lo que hacíamos, se adentraba en el bosque que no lucía nada amigable y me quedé ahí sin moverme hasta que volteó y supe que era seguro. Era gracioso, sentí que ella podía defenderme en caso de que fuese necesario, toda mi vida había defendido a las mujeres que me rodeaban pero por una vez los papeles se cambiaban. Golpeé los costados de mi corcel para que avanzara y trotando la pude alcanzar para luego igualar el paso e ir uno al lado del otro.
A cada pie que avanzábamos observaba a mí alrededor como si los árboles o la maleza fuese capaz de atacarme, como si el bosque estuviera encantado de algún modo. No podía decir que iba tranquilo porque no era así. Me detuve sólo cuando ella lo hizo, observé con detenimiento sus movimientos y jamás imaginé que detrás de esa cortina de enredaderas hubiese toda una casa. Bajé del caballo y me acerqué a ella.
-Es maravilloso –susurré sobrecogido por lo que para mí, era todo un descubrimiento, volví a no seguirla y miré sobre mi hombro cuando ella abrió la puerta-, ¿los caballos están seguros acá afuera? –fue mi preocupación mayor, no porque lo pudieran robar o algo parecido, sino porque el sitio me parecía muy bien guardado como para que un par de caballos delataran su existencia.
Me quedé parado esperando una respuesta, aunque algo que comenzaba a invadirme desde la punta de los dedos de los pies me quería obligar a dar el primer paso, una curiosidad enorme, una tal que creí que jamás volvería a sentir pues había visto muchas cosas en mi viaje y pocas ya me sorprendían.
-No, ¿de qué hablas? –dije en automático cuando ella mencionó eso de que mi próxima visita debía ser sólo para comprobar que Babieca estuviera bien-, he disfrutado mucho de esta tarde, además tengo la sensación de que lo mejor está por venir –le sonreí para comprobar con mi gesto lo que acababa de decir –estaré muy feliz de volver a pasear contigo… si me dejas, claro –al decir aquello me di cuenta que había avanzado y ahora estaba junto a mi caballo, me subí a él y la observé avanzar.
Por un instante no estuve seguro de lo que hacíamos, se adentraba en el bosque que no lucía nada amigable y me quedé ahí sin moverme hasta que volteó y supe que era seguro. Era gracioso, sentí que ella podía defenderme en caso de que fuese necesario, toda mi vida había defendido a las mujeres que me rodeaban pero por una vez los papeles se cambiaban. Golpeé los costados de mi corcel para que avanzara y trotando la pude alcanzar para luego igualar el paso e ir uno al lado del otro.
A cada pie que avanzábamos observaba a mí alrededor como si los árboles o la maleza fuese capaz de atacarme, como si el bosque estuviera encantado de algún modo. No podía decir que iba tranquilo porque no era así. Me detuve sólo cuando ella lo hizo, observé con detenimiento sus movimientos y jamás imaginé que detrás de esa cortina de enredaderas hubiese toda una casa. Bajé del caballo y me acerqué a ella.
-Es maravilloso –susurré sobrecogido por lo que para mí, era todo un descubrimiento, volví a no seguirla y miré sobre mi hombro cuando ella abrió la puerta-, ¿los caballos están seguros acá afuera? –fue mi preocupación mayor, no porque lo pudieran robar o algo parecido, sino porque el sitio me parecía muy bien guardado como para que un par de caballos delataran su existencia.
Me quedé parado esperando una respuesta, aunque algo que comenzaba a invadirme desde la punta de los dedos de los pies me quería obligar a dar el primer paso, una curiosidad enorme, una tal que creí que jamás volvería a sentir pues había visto muchas cosas en mi viaje y pocas ya me sorprendían.
Invitado- Invitado
Re: Babieca [Levana Maréchal]
Me adentré con cuidado a la casa. Dejándolo atrás para encender velas y así poder darle iluminación a mi único y nuevo inquilino. Una a una fue encendida en la sala. El frío de Paris estaba por empezar, por cualquier cosa había ya colocados troncos de manera en la chimenea. Rápidamente volví con él. Esperando a que se adentrada a la casa - No esperes a que algo extraño suceda para que te resguardes, mejor entra - Le indique con la voz bastante fría. Mi caballo estaba acostumbrado a ese lugar, incluso pensaba que él también llegaba a amarlo, pues no estaba expuesto entre otros caballos para las carreras que mi tío en ocasiones daba, el me servía a mi porque lo trataba bien, y me tenía aprecio porque éramos iguales en muchos sentidos. Mi caballo puede entenderme lo sé, incluso se que siempre vigila nuestros caminos para mantenerme segura y que así nada me pase.
Cuando por fin el joven había entrado, cerré la puerta dejando que un trozo de madera truncara la puerta, solo si quitabas este podrías salir. Solo de esa manera. Aquí empecé a poner una distancia más grande entre nosotros, mientras él avanzaba por la sala, yo simplemente me quedaba parada en el marco de la puerta a la otra habitación de la casa. - Hace tiempo que nadie entra a este lugar - Y si digo hace tiempo es porque ni siquiera mis tíos o incluso mi hermano antes de morir había entrado. Todo humano lo tenía prohibido pero el rubio había sido la excepción a la regla, de una manera muy sencilla. Yo no sabía si eso era algo bueno o malo, primero podía ser malo por el hecho de no conocer ni un poco a mi nuevo compañero, pero lo bueno podría ser que estaba dejando a un lado las manías de alejar a las personas de mi vida.
Aspiré por unos momentos la esencia de la casa, era tan pura y deliciosa que me había vuelto adicta a ese lugar, incluso amaba los olores de las hiervas, de los libros, de la comida, todo lo disfrutaba de tal manera que me gustaba pensar que los guardaba dentro de mi cabeza, por si algún día no tenía nada de eso poder alimentarme al recordarlo.
Entretenida estaba, tanto que me había olvidado del porque había decidido llevarlo a ese lugar. - Vuelvo en un momento - Y entre las sombras mi cuerpo salió del lugar rumbo a la biblioteca. Sabía que en ese lugar estaban todas las hojas en blanco, así como cuentas para pagar del establo, e incluso de esta casa. Sonreí cuando por fin encontré varias, tome carboncillo y salí rápidamente para la sala. Y ahí seguía como si nada. - ¿Quieres algo de tomar? - Toda la tarde habíamos estado en el sol, sin un poco de agua, ni siquiera sabia si había o no comido algo, y no debía ser descortés, a fin de cuentas estaba en mi casa. Le estiré las cosas para dejarlas sobre sus manos. - ¿Harás algo para mi verdad? - Pregunté con cierta timidez, ¿y si no quería hacerme nada y yo estaba insistiendo demasiado? Hice una mueca un poco notoria no de enojo, más bien de duda y reproche a mi misma. Lleve mis manos hacía atrás como en una postura de regaño, varios pasos hacía atrás también, lo mire de reojo y entonces esperé la primera señal, lo primero que quisiera estaría permitido, ya fuera no hacer nada, comer, o simplemente descansar en el sillón.
Cuando por fin el joven había entrado, cerré la puerta dejando que un trozo de madera truncara la puerta, solo si quitabas este podrías salir. Solo de esa manera. Aquí empecé a poner una distancia más grande entre nosotros, mientras él avanzaba por la sala, yo simplemente me quedaba parada en el marco de la puerta a la otra habitación de la casa. - Hace tiempo que nadie entra a este lugar - Y si digo hace tiempo es porque ni siquiera mis tíos o incluso mi hermano antes de morir había entrado. Todo humano lo tenía prohibido pero el rubio había sido la excepción a la regla, de una manera muy sencilla. Yo no sabía si eso era algo bueno o malo, primero podía ser malo por el hecho de no conocer ni un poco a mi nuevo compañero, pero lo bueno podría ser que estaba dejando a un lado las manías de alejar a las personas de mi vida.
Aspiré por unos momentos la esencia de la casa, era tan pura y deliciosa que me había vuelto adicta a ese lugar, incluso amaba los olores de las hiervas, de los libros, de la comida, todo lo disfrutaba de tal manera que me gustaba pensar que los guardaba dentro de mi cabeza, por si algún día no tenía nada de eso poder alimentarme al recordarlo.
Entretenida estaba, tanto que me había olvidado del porque había decidido llevarlo a ese lugar. - Vuelvo en un momento - Y entre las sombras mi cuerpo salió del lugar rumbo a la biblioteca. Sabía que en ese lugar estaban todas las hojas en blanco, así como cuentas para pagar del establo, e incluso de esta casa. Sonreí cuando por fin encontré varias, tome carboncillo y salí rápidamente para la sala. Y ahí seguía como si nada. - ¿Quieres algo de tomar? - Toda la tarde habíamos estado en el sol, sin un poco de agua, ni siquiera sabia si había o no comido algo, y no debía ser descortés, a fin de cuentas estaba en mi casa. Le estiré las cosas para dejarlas sobre sus manos. - ¿Harás algo para mi verdad? - Pregunté con cierta timidez, ¿y si no quería hacerme nada y yo estaba insistiendo demasiado? Hice una mueca un poco notoria no de enojo, más bien de duda y reproche a mi misma. Lleve mis manos hacía atrás como en una postura de regaño, varios pasos hacía atrás también, lo mire de reojo y entonces esperé la primera señal, lo primero que quisiera estaría permitido, ya fuera no hacer nada, comer, o simplemente descansar en el sillón.
Levana Maréchal- Mensajes : 147
Fecha de inscripción : 29/07/2011
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Re: Babieca [Levana Maréchal]
Avancé con ella como guía, aunque no podía evitar mirar sobre mi hombro de vez en vez, me preocupaba Babieca, pero quería creer que su caballo protegería al mío. Era un pensamiento que rayaba en la ingenuidad absurda, pero suficientemente poderoso como para brindarme la calma que tanta falta me hacía. La casa por sí sola, a pesar de tener una especie de aura de misterio, no me parecía tenebrosa, era el bosque el que me angustiaba, extraño sin duda, considerando que todo en mi lejana Kuortane es bosque, resguardada por renos y lapones.
Después de avanzar un par de pasos, mi atención fue capturada por el lugar, por los detalles de la casa y cuando busqué a mi anfitriona, ésta estaba lejos, en el marco de la puerta, le sonreí agradecido sin entender por qué se alejaba después de que durante el día había conseguido acercarme un poco más.
-Me halaga ser yo el primero después de tanto tiempo –dijo con semblante ausente, deslizando la yema de los dedos por la superficie de una mesa de madera y sin dejar de moverme por aquel espacio. Luego la miré de nuevo, esta vez, mi atención se dirigió completamente a ella –gracias –dije con sinceridad. Así esquiva como era, sabía que no muchos gozaban del privilegio del que yo estaba gozando, y no era para menos, me hubiese gustado tener algo que darle para reafirmar lo que estaba diciendo.
De pronto, huyó entre los pasillos de la casa y yo me quedé sin saber qué hacer, tensé un poco la postura, ¿debía irme?, ¿quedarme?, no entendí porque me había dejado de pronto pero luego, por ese mismo lugar en donde había desaparecido, reapareció y me sentí aliviado. Me moví con torpeza para acercarme a ella y ambos nos encontramos en el camino.
-No, estoy bien, gracias –le respondí a su ofrecimiento, era la verdad, acostumbrado a largas jornadas de trabajo como yo, aquella tarde de paseo había sido nada, no estaba agotado, ni sediento, además había desayunado bien aquella mañana, el hambre aún no se hacía presente.
Miré sus manos extendidas hacia mí como quien ofrece un lábaro, no entendí y luego la miré a ella buscando una explicación, misma que vino de inmediato y reí ante la invitación. Tomé el carboncillo y las hojas en blanco haciéndome hacia atrás.
-Estaría encantado –dije y busqué un sitio cómodo en dónde sentarme, el sofá ahí dispuesto lucía perfecto, me dejé caer sobre la suave superficie y adopté una posición que me resultara cómoda, después observé el sustrato en blanco y el carboncillo que comenzaba a manchar mis dedos-. Pero vamos, toma asiento, necesito que te quedes quieta para poder dibujarte –le sonreí. Si iba a regalarle un dibujo, sería uno de ella, con esa mirada que me intrigaba tanto.
Después de avanzar un par de pasos, mi atención fue capturada por el lugar, por los detalles de la casa y cuando busqué a mi anfitriona, ésta estaba lejos, en el marco de la puerta, le sonreí agradecido sin entender por qué se alejaba después de que durante el día había conseguido acercarme un poco más.
-Me halaga ser yo el primero después de tanto tiempo –dijo con semblante ausente, deslizando la yema de los dedos por la superficie de una mesa de madera y sin dejar de moverme por aquel espacio. Luego la miré de nuevo, esta vez, mi atención se dirigió completamente a ella –gracias –dije con sinceridad. Así esquiva como era, sabía que no muchos gozaban del privilegio del que yo estaba gozando, y no era para menos, me hubiese gustado tener algo que darle para reafirmar lo que estaba diciendo.
De pronto, huyó entre los pasillos de la casa y yo me quedé sin saber qué hacer, tensé un poco la postura, ¿debía irme?, ¿quedarme?, no entendí porque me había dejado de pronto pero luego, por ese mismo lugar en donde había desaparecido, reapareció y me sentí aliviado. Me moví con torpeza para acercarme a ella y ambos nos encontramos en el camino.
-No, estoy bien, gracias –le respondí a su ofrecimiento, era la verdad, acostumbrado a largas jornadas de trabajo como yo, aquella tarde de paseo había sido nada, no estaba agotado, ni sediento, además había desayunado bien aquella mañana, el hambre aún no se hacía presente.
Miré sus manos extendidas hacia mí como quien ofrece un lábaro, no entendí y luego la miré a ella buscando una explicación, misma que vino de inmediato y reí ante la invitación. Tomé el carboncillo y las hojas en blanco haciéndome hacia atrás.
-Estaría encantado –dije y busqué un sitio cómodo en dónde sentarme, el sofá ahí dispuesto lucía perfecto, me dejé caer sobre la suave superficie y adopté una posición que me resultara cómoda, después observé el sustrato en blanco y el carboncillo que comenzaba a manchar mis dedos-. Pero vamos, toma asiento, necesito que te quedes quieta para poder dibujarte –le sonreí. Si iba a regalarle un dibujo, sería uno de ella, con esa mirada que me intrigaba tanto.
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Re: Babieca [Levana Maréchal]
Las manos de la joven se incrustaron en su espalda, estaba completamente nerviosa, se le podía notar por que su cuerpo temblaba. Aún se estaba preguntando el como había llegado a llevar a Alvar a su casa. Hizo una mueca para ella. Aspiró profundamente el ambiente, olía a fresco, a tierra mojada, quizás la lluvia estaba pronta a asomarse. Todas las ventajas estaban abiertas, así se podía refrescar de la esencia pura de la naturaleza. Ese siempre había sido su único refugió, su única salvación, la naturaleza que le abrazaba, esta misma quien la cuidaba, que había ayudado para que pudiera elaborar un escondite tan maravilloso como el que tenía, y estaba segura nadie podría descubrir, a menos que lo permitiera.
Asintió temerosa, obedeciendo sus indicaciones como si un pequeño hubiera sido regañado por su madre, aunque nada tenía que ver la situación. - ¿A mi? - Dije casi de manera tartamuda pero controlando la voz. Tomé asiento en la el sillón que estaba frente a él. Sin pensarlo había adoptado una posición estilizada, de perfil, con las manos en las rodillas, como si de una princesa se tratará. Levana ahora ya no se sentía cohibida. Ahora se sentía contenta, que podía posar para alguien sin temer a que le hicieran daño, y eso era un gran logro.
La joven no perdía aquella posición, observaba con detenimiento las formas de las llamas, el fuego era como una danza erótica, tan hermoso, tan elegante, tan mortal. El fuego incluso puede ser como los humanos, tan fascinante y engañoso, tan hermoso y tan letal. La joven ladeo un poco el rostro para poder descansar aquella postura, pero se dio cuenta que debía permanecer de aquella manera para no hacer que Alvar cometiera algún error en sus trazos.
- ¿Por qué pintar mi rostro habiendo cosas tan bonitas y puras dentro de la casa? - Preguntó con tono confundido e inocente. Intentando mirar de reojo al caballero de cabellos rubios, le gustaba poder contemplarlo, contemplarse en sus ojos, tener una esperanza de que quizás, dentro de ella había algo bueno sin importar todo aquello que le habían robado. - ¿Hace que tiempo pinta? - Aquel tipo de arte le interesaba, nunca antes se había puesto a pensar o a investigar al respecto, pero le parecía demasiado hermoso. ¿Se vería bien ella en una obra? En una obra bendita pues era captada por las manos de su ahora acompañante.
La joven comenzó a ponerse inquieta, un pequeño ruido que perturbaba su interior, aquellas voces querían volver, querían salir pero ella estaba luchando con toda su fuerza para que eso no pasará - Dime… Dime que va a terminar pronto por favor - La tensión, la fuerza que estaba poniendo para que no salieran a molestarla se estaba haciendo presente, una gota de su sudor empezó a correr por el cuello de la joven. El cansancio estaba a punto de apoderar su cuerpo.
Asintió temerosa, obedeciendo sus indicaciones como si un pequeño hubiera sido regañado por su madre, aunque nada tenía que ver la situación. - ¿A mi? - Dije casi de manera tartamuda pero controlando la voz. Tomé asiento en la el sillón que estaba frente a él. Sin pensarlo había adoptado una posición estilizada, de perfil, con las manos en las rodillas, como si de una princesa se tratará. Levana ahora ya no se sentía cohibida. Ahora se sentía contenta, que podía posar para alguien sin temer a que le hicieran daño, y eso era un gran logro.
La joven no perdía aquella posición, observaba con detenimiento las formas de las llamas, el fuego era como una danza erótica, tan hermoso, tan elegante, tan mortal. El fuego incluso puede ser como los humanos, tan fascinante y engañoso, tan hermoso y tan letal. La joven ladeo un poco el rostro para poder descansar aquella postura, pero se dio cuenta que debía permanecer de aquella manera para no hacer que Alvar cometiera algún error en sus trazos.
- ¿Por qué pintar mi rostro habiendo cosas tan bonitas y puras dentro de la casa? - Preguntó con tono confundido e inocente. Intentando mirar de reojo al caballero de cabellos rubios, le gustaba poder contemplarlo, contemplarse en sus ojos, tener una esperanza de que quizás, dentro de ella había algo bueno sin importar todo aquello que le habían robado. - ¿Hace que tiempo pinta? - Aquel tipo de arte le interesaba, nunca antes se había puesto a pensar o a investigar al respecto, pero le parecía demasiado hermoso. ¿Se vería bien ella en una obra? En una obra bendita pues era captada por las manos de su ahora acompañante.
La joven comenzó a ponerse inquieta, un pequeño ruido que perturbaba su interior, aquellas voces querían volver, querían salir pero ella estaba luchando con toda su fuerza para que eso no pasará - Dime… Dime que va a terminar pronto por favor - La tensión, la fuerza que estaba poniendo para que no salieran a molestarla se estaba haciendo presente, una gota de su sudor empezó a correr por el cuello de la joven. El cansancio estaba a punto de apoderar su cuerpo.
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Re: Babieca [Levana Maréchal]
Afianzó el agarre al papel y el carboncillo cuando la observó desenvolverse, se preguntó si de hecho iba a hacerle caso, aunque sus maneras y modos eran sosegados, algo en su forma de moverse y en su manera parecía inquieto, o más que eso, inquietante. Él no poseía ningún tipo de habilidad que le ayudara a adivinar de qué se trataba, y prefirió no hacer conjeturas al respecto, ese no era su papel, mejor era agradecerle a Levana la invitación.
-Sí, a ti –confirmó-, ¿por qué no? –le sonrió de lado y la miró de nuevo, esperando, sólo eso-. Perfecto –dijo para sí mismo cuando ella adopto esa posición, ella había cedido en esa actitud tan a la defensiva que tenía, no estuvo seguro si lo había escuchado o no pero no importaba. Se concentró unos segundos en aquel lienzo blanco y luego, con algo parecido al respeto, hizo el primer trazo. Esa primera línea era crucial, ahí podía empezar una gran obra o un gran desastre, por ello siempre se tomaba su tiempo para finalmente lanzarla como zarpazo.
El fuego más allá en la chimenea creaba el efecto perfecto para dibujarla, un claroscuro ideal, lamentaba que estuviera de perfil, eso no le permitiría profundizar en aquella mirada que lo intrigaba tanto. A la primera línea siguieron más, su mano se movía segura sobre el papel, no era un experto, él lo sabía, pero había practicado durante años. Tampoco le daría detalle excesivo al dibujo, de todos modos con el carboncillo no se podía, sería más como un boceto rápido que plasmara el momento.
-No puedo pensar en algo más hermoso que dibujar que tú –dijo alzando momentáneamente los ojos del dibujo y luego riendo apenado-, lo siento, pero es lo que creo -se encogió de hombros pero no dejó de trazar ni un solo momento y luego regresó su atención a su obra-. Dibujo y pinto desde que tengo memoria –dijo, esta vez no la miró, se mantenía concentrado en su labor-, tenía acceso a mucho carbón cuando era niño, mi familia trabajaba para una familia rica en Kuortane, de donde vengo y… -se detuvo cuando ella apremió por terminar la tarea.
-Tranquila –alzó la mirada y el rostro-, está listo –le sonrió y alzó el papel para que se viera, esperando no decepcionarla. Por la rapidez de la ejecución, el dibujo había quedado con aspecto etéreo y descuidado, un boceto como desde un principio se lo propuso. La imagen de Levana delineada por el fuego, las sombras y la luz jugaban un papel más importante incluso que las líneas-. Espero te guste –se puso de pie y extendió el dibujo para que ella lo toara y lo pudiera apreciar mejor.
-Sí, a ti –confirmó-, ¿por qué no? –le sonrió de lado y la miró de nuevo, esperando, sólo eso-. Perfecto –dijo para sí mismo cuando ella adopto esa posición, ella había cedido en esa actitud tan a la defensiva que tenía, no estuvo seguro si lo había escuchado o no pero no importaba. Se concentró unos segundos en aquel lienzo blanco y luego, con algo parecido al respeto, hizo el primer trazo. Esa primera línea era crucial, ahí podía empezar una gran obra o un gran desastre, por ello siempre se tomaba su tiempo para finalmente lanzarla como zarpazo.
El fuego más allá en la chimenea creaba el efecto perfecto para dibujarla, un claroscuro ideal, lamentaba que estuviera de perfil, eso no le permitiría profundizar en aquella mirada que lo intrigaba tanto. A la primera línea siguieron más, su mano se movía segura sobre el papel, no era un experto, él lo sabía, pero había practicado durante años. Tampoco le daría detalle excesivo al dibujo, de todos modos con el carboncillo no se podía, sería más como un boceto rápido que plasmara el momento.
-No puedo pensar en algo más hermoso que dibujar que tú –dijo alzando momentáneamente los ojos del dibujo y luego riendo apenado-, lo siento, pero es lo que creo -se encogió de hombros pero no dejó de trazar ni un solo momento y luego regresó su atención a su obra-. Dibujo y pinto desde que tengo memoria –dijo, esta vez no la miró, se mantenía concentrado en su labor-, tenía acceso a mucho carbón cuando era niño, mi familia trabajaba para una familia rica en Kuortane, de donde vengo y… -se detuvo cuando ella apremió por terminar la tarea.
-Tranquila –alzó la mirada y el rostro-, está listo –le sonrió y alzó el papel para que se viera, esperando no decepcionarla. Por la rapidez de la ejecución, el dibujo había quedado con aspecto etéreo y descuidado, un boceto como desde un principio se lo propuso. La imagen de Levana delineada por el fuego, las sombras y la luz jugaban un papel más importante incluso que las líneas-. Espero te guste –se puso de pie y extendió el dibujo para que ella lo toara y lo pudiera apreciar mejor.
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Re: Babieca [Levana Maréchal]
Y entonces Levana se dio cuenta que no todo estaba perdido en ella, que podía confiar en algún desconocido, que no todos querían hacerle daño, que quizás si había algo bueno en ella que los demás veían y les permitían acercarse, cosas que ella estaba segura nunca vería pero que esa sensación de no estar tan perdida le gustaba. Le hacía querer abrazarse a su cuerpo, le daban ganas de permitirse soñar, pero sobre todo de volver a vivir, cosa que había dejado de hacer desde la noche de su violación.
Se quedó completamente quieta, sin ni siquiera prestar atención a los movimientos de Alvar, estaba entretenida en eso de volver a vivir, y de sentir que en realidad si había algo en su interior. Disfrutó el aspirar demasiado y luego inflar sus pulmones con aire, disfruto de la sensación de la chimenea abrazar su cuerpo, disfruto de aquel palpitar de su corazón disfruto de su casa, de la compañía, y sobre todo del riesgo que había tomado.
El tiempo que había estado disfrutando se rompió cuando Alvar había terminado, no es que se hubiera roto para mal, más bien para ver el retrato que había traído ese momento. La sonrisa que su rostro mostró era tan grande que incluso le dolió el rostro, le parecía que pocas veces había hecho eso, era tan extraño, tan nuevo, tan único. Levana en definitiva estaba cediendo, estaba dentando a un lado todas esas creencias que le abrazaban día con día para poder disfrutar de la vida, quizás ya había pasado el tiempo suficiente para sanar heridas. pero ¿y las voces? ¿Se irían también? Negó varias veces apartando esa pensamiento, no necesitaba recordar lo dañada que estaba, al menos no en ese momento.
Se puso de pie observando cada parte de ese rostro que era idéntico al suyo - ¿Soy yo? ¿De verdad soy yo? - Las preguntas salieron de manera inocente, y es que no entendía como algo tan hermoso podía ser ella, y si decía hermoso eran por los trazos. Para Levana verse en el espejo es como ver un montón de rayas negras, no había un rostro bonito, no había ojos bonitos, no habían labios, pero ver ese rostro le hacía pensar que si, que tal vez lo había - Es hermoso - Susurró estirando su mano para poder acariciar el carboncillo que había hecho la magia.
Sintió como el calor de su cuerpo comenzó a moverse lentamente hasta colocarse en sus mejillas, como si estuviera sonrojada, no lo sabia, quizás si lo estaba. - Es demasiado bonito - Volvió a susurrar y apartó su mirada pero lo tomó con cuidado. ¿Donde lo pondría - Tendré que enmarcarlo - Confesó, pues no estaba dispuesta a que se le dañara - ¿No lo cree? - Caminó por aquella sala buscando donde colocarlo de momento. Algo tan perfecto no podría estar entre tanta oscuridad.
Se quedó completamente quieta, sin ni siquiera prestar atención a los movimientos de Alvar, estaba entretenida en eso de volver a vivir, y de sentir que en realidad si había algo en su interior. Disfrutó el aspirar demasiado y luego inflar sus pulmones con aire, disfruto de la sensación de la chimenea abrazar su cuerpo, disfruto de aquel palpitar de su corazón disfruto de su casa, de la compañía, y sobre todo del riesgo que había tomado.
El tiempo que había estado disfrutando se rompió cuando Alvar había terminado, no es que se hubiera roto para mal, más bien para ver el retrato que había traído ese momento. La sonrisa que su rostro mostró era tan grande que incluso le dolió el rostro, le parecía que pocas veces había hecho eso, era tan extraño, tan nuevo, tan único. Levana en definitiva estaba cediendo, estaba dentando a un lado todas esas creencias que le abrazaban día con día para poder disfrutar de la vida, quizás ya había pasado el tiempo suficiente para sanar heridas. pero ¿y las voces? ¿Se irían también? Negó varias veces apartando esa pensamiento, no necesitaba recordar lo dañada que estaba, al menos no en ese momento.
Se puso de pie observando cada parte de ese rostro que era idéntico al suyo - ¿Soy yo? ¿De verdad soy yo? - Las preguntas salieron de manera inocente, y es que no entendía como algo tan hermoso podía ser ella, y si decía hermoso eran por los trazos. Para Levana verse en el espejo es como ver un montón de rayas negras, no había un rostro bonito, no había ojos bonitos, no habían labios, pero ver ese rostro le hacía pensar que si, que tal vez lo había - Es hermoso - Susurró estirando su mano para poder acariciar el carboncillo que había hecho la magia.
Sintió como el calor de su cuerpo comenzó a moverse lentamente hasta colocarse en sus mejillas, como si estuviera sonrojada, no lo sabia, quizás si lo estaba. - Es demasiado bonito - Volvió a susurrar y apartó su mirada pero lo tomó con cuidado. ¿Donde lo pondría - Tendré que enmarcarlo - Confesó, pues no estaba dispuesta a que se le dañara - ¿No lo cree? - Caminó por aquella sala buscando donde colocarlo de momento. Algo tan perfecto no podría estar entre tanta oscuridad.
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Re: Babieca [Levana Maréchal]
Alvar tenía alma de artista, era lo que siempre había deseado hacer, pudo haber sido un chiquillo adusto sin educación y sucio en el pasado, y todo un empresario en el esplendoroso presente, pero entonces y ahora, lo que más ansiaba en la vida era eso, dibujar, pintar, plasmar momentos en lienzos y sustratos, mancharse las manos con pinturas y carboncillos. Un terrible sentido de la responsabilidad se lo impedía, ahora que tenía la fortuna Veermer es sus manos no sólo no podía decepcionar al viejo Yves que, evidentemente, vio algo en él como para confiarle su herencia, sino que por fin tenía los menos para darle a las mujeres de su vida (su madre, sus hermanas y quizá y si la encontraba, a Eve también) todo de lo que antes carecieron. Crear arte era un lujo, un capricho, y desde que había muerto Erlend, su padre, Alvar había tomado el rol de hombre a cargo de todas ellas, que tenía que anteponer el deber por sobre sus deseos personales.
Emprendió aquel viaje porque su madre no quería verlo frustrado, y a pesar de todo, del largo recorrido desde Kuortane hasta París, en ese instante todo le pareció un gran ejercicio de futilidad. Aunque, si no hubiese dejado su pueblo natal seguiría limpiando establo, jamás hubiese conocido a Eve, y mucho menos a Yves, no tendría el dinero que tenía ahora, no estaría esa tarde en compañía de Levana, haciéndole un retrato. Sí, ahora él manejaba un emporio de crianza equina, pero Alvar, sobre todas las cosas, tenía alma de artista.
Y como tal, la aprobación era un arma de doble filo. Le gustaba escuchar que lo que hacía estaba bien, se sentía bien, no sentía que sus esfuerzos eran en vano, pero por otro lado, ¿si lo hacía bien valía la pena querer mejorar? Podía caer en el error común de dormirse en sus laureles. Suspiró y regresó sus pensamientos al momento y al lugar, ahí con su anfitriona, por ahora se conformaría con la aprobación de ella. No era premio de consolación, al contrario, se sentía más nervioso aún, pues era la modelo del dibujo, y juez del mismo también.
-Claro que eres tú –dijo con una sonrisa en su rostro, observando con atención los gestos de Levana-, me alegra que te haya gustado-. Se puso de pie cuando ella lo hizo y se sacudió las manos en la ropa de cabalgar, ya se encargaría de regresarla limpia en su momento, por su parte, no le importaba andar sucio por ahí, de hecho lo extrañaba, pues así había crecido.
La siguió con la mirada y rio algo nervioso.
-No, no, no es nada –respondió negando con la cabeza y las manos –es sólo un boceto, quizá… -se detuvo y pensó en si terminar la frase o no –quizá algún día pueda traer un lienzo de tela, un caballete y oleos y hacerte algo más detallado –propuso –claro que necesitaría que estuvieras quieta mucho rato, y serían varias sesiones –aclaró, más valía pues si aceptaba (o no, según fuese el caso) lo hiciera sabiendo de qué se trataba.
Ir a visitar a Babieca, algo que seguramente haría con regularidad, era un buen pretexto para verla de nuevo, pero una empresa como un retrato a detalle significaba varias horas con ella. Su misterio lo intrigaba, pero tal vez sería mejor sólo dejar su imagen en la pintura y dejarlo así, como un eterno acertijo.
Emprendió aquel viaje porque su madre no quería verlo frustrado, y a pesar de todo, del largo recorrido desde Kuortane hasta París, en ese instante todo le pareció un gran ejercicio de futilidad. Aunque, si no hubiese dejado su pueblo natal seguiría limpiando establo, jamás hubiese conocido a Eve, y mucho menos a Yves, no tendría el dinero que tenía ahora, no estaría esa tarde en compañía de Levana, haciéndole un retrato. Sí, ahora él manejaba un emporio de crianza equina, pero Alvar, sobre todas las cosas, tenía alma de artista.
Y como tal, la aprobación era un arma de doble filo. Le gustaba escuchar que lo que hacía estaba bien, se sentía bien, no sentía que sus esfuerzos eran en vano, pero por otro lado, ¿si lo hacía bien valía la pena querer mejorar? Podía caer en el error común de dormirse en sus laureles. Suspiró y regresó sus pensamientos al momento y al lugar, ahí con su anfitriona, por ahora se conformaría con la aprobación de ella. No era premio de consolación, al contrario, se sentía más nervioso aún, pues era la modelo del dibujo, y juez del mismo también.
-Claro que eres tú –dijo con una sonrisa en su rostro, observando con atención los gestos de Levana-, me alegra que te haya gustado-. Se puso de pie cuando ella lo hizo y se sacudió las manos en la ropa de cabalgar, ya se encargaría de regresarla limpia en su momento, por su parte, no le importaba andar sucio por ahí, de hecho lo extrañaba, pues así había crecido.
La siguió con la mirada y rio algo nervioso.
-No, no, no es nada –respondió negando con la cabeza y las manos –es sólo un boceto, quizá… -se detuvo y pensó en si terminar la frase o no –quizá algún día pueda traer un lienzo de tela, un caballete y oleos y hacerte algo más detallado –propuso –claro que necesitaría que estuvieras quieta mucho rato, y serían varias sesiones –aclaró, más valía pues si aceptaba (o no, según fuese el caso) lo hiciera sabiendo de qué se trataba.
Ir a visitar a Babieca, algo que seguramente haría con regularidad, era un buen pretexto para verla de nuevo, pero una empresa como un retrato a detalle significaba varias horas con ella. Su misterio lo intrigaba, pero tal vez sería mejor sólo dejar su imagen en la pintura y dejarlo así, como un eterno acertijo.
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Re: Babieca [Levana Maréchal]
En ocasiones el silencio era lo que más los acompañaba. No era un silencio incomodo en realidad, parecía que ambos personajes disfrutaban de espacios para reflexionar, Levana no era una persona 100% social evidentemente, huía de cualquier ser humano, temía por ser dañaba, apenas dejaba ver su sombra, era una especie de alma en pena, en ocasiones sentía que si vivía era por mera inercia, no porque quisiera o se cuidara mucho, Alvar por otro lado, parecía un chico de pocas palabras, reflexivo, que no andaba corriendo con una sonrisa en el rostro para agradar, autentico en cada una de sus palabras, quizás por eso los silencios no eran un impedimento para que ambos estuvieran cómodos.
Se quedó mucho tiempo observando su imagen en aquel pedazo de papel, le pareció gracioso pensar que la muchacha del cuadro fuera hermosa, y que por supuesto ella no pensará que fuera así, la bruja estaba contrariada pero no molesta, mucho menos a la defensiva. Alzó la vista sin tener alguna cadena que la hiciera pensarlo más de una vez. Sonrió tanto que se le observaron aquellos hoyuelos que desde pequeña no dejaba ver. - ¿Puede enseñarme? Es decir, quiero aprender a hacer lo que usted con el carboncillo - Pocas veces ella quería aprender algo. Siempre se detenía a pensar ¿Para qué? De igual manera moriré, verle algún interés por algo era un gran avance, quizás la compañía de aquel hombre le haría bien.
La señorita asintió sin volver a pesar las cosas - Yo me quedaría quieta para usted, todo lo que desee, pero creo que sería más hermoso en el establo - No es que temería al traerlo de vuelta a casa, más bien la joven amaba aquel lugar, los caballeros eran sus amigos, y estaba segura que ambos iban a gozar de ese lugar, o eso era lo que ella creía, además se había conocido ahí ¿No lo creen?
Ella quiso darle algo significativo, algo que pudiera hacerle recordar ese momento. El problema es que no sabía que. Observó impaciente por ambos lados, observó a detalle el lugar, y entonces recordó algo, que no solo sería un bonito acompañante, también sería una especie de protección, que el caballero no sabría, pero que ella quería otorgarle. Su cuerpo era débil al combate, y muchas veces las voces no la dejarían poder ejercer sus dones para ganar una batalla.
Se volvió a excusar, esta vez se llevó el retrato en sus manos, subió a su habitación y lo dejó tendido en la cama. Lo había puesto con delicadeza, como su de un cuerpo lastimado se tratara. Caminó hasta una puerta café, al abrirla se podía notar una gran cantidad de frascos, pero detrás de todos ellos había una pequeña cajita. Con cuidado la sacó de aquel lugar, abriéndola sin hacer mucho ruido, cada movimiento que ella hacía intentaba no llamar la atención, pasar desapercibida aunque se tratase de su propia y solitaria casa. De aquella caja sacó un colgante, se trataba de una cadena con una pequeña luna que colgaba de ella, según sus tíos, la representación de aquella luna ayuntaba fantasmas, y espíritus demoniacos que quisiera subir a tu cuerpo, si Alvar quería pasar más tiempo a su lado, debía protegerlo de no pasarle "su enfermedad".
Cerró la caja con cuidado, la puerta de ese lugar, y al final la de su habitación. Bajó las escaleras escondiendo en su puño aquel pequeño detalle - Cierre los ojos, por favor - Mientras bajaba tuvo que alzar su tono de voz para que el caballero pudiera escucharla con claridad. Cuando estuvo cerca, se colocó a las espaldas del hombre. Estiró sus manos ayudándose también de la punta de sus pies para intentar simular la altura ajena - Para que no me olvide - Indicó terminando de colocar el colgante - Puede abrir los ojos - Y al mismo tiempo que dio aquella indicación, dio varios pasos hacía atrás, volviendo a tomar la distancia.
Se quedó mucho tiempo observando su imagen en aquel pedazo de papel, le pareció gracioso pensar que la muchacha del cuadro fuera hermosa, y que por supuesto ella no pensará que fuera así, la bruja estaba contrariada pero no molesta, mucho menos a la defensiva. Alzó la vista sin tener alguna cadena que la hiciera pensarlo más de una vez. Sonrió tanto que se le observaron aquellos hoyuelos que desde pequeña no dejaba ver. - ¿Puede enseñarme? Es decir, quiero aprender a hacer lo que usted con el carboncillo - Pocas veces ella quería aprender algo. Siempre se detenía a pensar ¿Para qué? De igual manera moriré, verle algún interés por algo era un gran avance, quizás la compañía de aquel hombre le haría bien.
La señorita asintió sin volver a pesar las cosas - Yo me quedaría quieta para usted, todo lo que desee, pero creo que sería más hermoso en el establo - No es que temería al traerlo de vuelta a casa, más bien la joven amaba aquel lugar, los caballeros eran sus amigos, y estaba segura que ambos iban a gozar de ese lugar, o eso era lo que ella creía, además se había conocido ahí ¿No lo creen?
Ella quiso darle algo significativo, algo que pudiera hacerle recordar ese momento. El problema es que no sabía que. Observó impaciente por ambos lados, observó a detalle el lugar, y entonces recordó algo, que no solo sería un bonito acompañante, también sería una especie de protección, que el caballero no sabría, pero que ella quería otorgarle. Su cuerpo era débil al combate, y muchas veces las voces no la dejarían poder ejercer sus dones para ganar una batalla.
Se volvió a excusar, esta vez se llevó el retrato en sus manos, subió a su habitación y lo dejó tendido en la cama. Lo había puesto con delicadeza, como su de un cuerpo lastimado se tratara. Caminó hasta una puerta café, al abrirla se podía notar una gran cantidad de frascos, pero detrás de todos ellos había una pequeña cajita. Con cuidado la sacó de aquel lugar, abriéndola sin hacer mucho ruido, cada movimiento que ella hacía intentaba no llamar la atención, pasar desapercibida aunque se tratase de su propia y solitaria casa. De aquella caja sacó un colgante, se trataba de una cadena con una pequeña luna que colgaba de ella, según sus tíos, la representación de aquella luna ayuntaba fantasmas, y espíritus demoniacos que quisiera subir a tu cuerpo, si Alvar quería pasar más tiempo a su lado, debía protegerlo de no pasarle "su enfermedad".
Cerró la caja con cuidado, la puerta de ese lugar, y al final la de su habitación. Bajó las escaleras escondiendo en su puño aquel pequeño detalle - Cierre los ojos, por favor - Mientras bajaba tuvo que alzar su tono de voz para que el caballero pudiera escucharla con claridad. Cuando estuvo cerca, se colocó a las espaldas del hombre. Estiró sus manos ayudándose también de la punta de sus pies para intentar simular la altura ajena - Para que no me olvide - Indicó terminando de colocar el colgante - Puede abrir los ojos - Y al mismo tiempo que dio aquella indicación, dio varios pasos hacía atrás, volviendo a tomar la distancia.
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Re: Babieca [Levana Maréchal]
Se mantuvo atento a su reacción, su alma descansó cuando vio brillo en sus ojos y no repulsión. Había hecho un buen trabajo, pensó, o al menos le había agradado a ella, su jueza y quien más importaba. La opinión de Levana sobre aquel boceto era la única que realmente valía para Alvar. Soltó el aire de sus pulmones, mismo que no estaba enterado que había estado conteniendo. Sonrió a penas, con esa sonrisa algo discreta, opacada por la barba y su propio semblante, porque así sonreía él, serio en extremo, desde joven tuvo que aprender a ser un adulto, incluso cuando los años y el físico no le daban para serlo en realidad, no podía culpársele ahora por ser tan rígido a ratos, tan consciente de sus deberes, tan incapaz de dejarse llevar o de cumplir sus caprichos.
Parpadeó cuando la escuchó hablar y se sorprendió de la petición, tardó un segundo o dos más de lo que le hubiese gustado en reaccionar y finalmente volvió a esbozar esa sonrisa que, aunque parecía mecánica por su falta de uso, no lo era, en realidad era sincera.
-Claro –dijo entonces –te enseñaría con gusto –miró el dibujo y luego a Levana –no soy un experto y hay muchos mejores que yo allá afuera, pero lo poco que sé, podría enseñártelo –terminó mirando de nuevo el lienzo y alzó la mirada asintiendo cuando ella aceptó su propuesta-, me parecería un lugar adecuado para pintarte, sólo hay que ser cuidadosos, la luz natural es traicionera, debemos ser rápidos para hacerlo en pocas sesiones, verás, con las estaciones la posición del sol cambia y eso cambiaría las sombras que se proyectan en ti, también tendríamos que hacerlo a la misma hora, para que el juego de la luz no nos haga una mala broma –explicó, todo aquello lo había aprendido empíricamente y luego leído cuando tuvo oportunidad sólo para comprobarlo.
Entonces ella se marchó. Alzó ambas cejas mientras la veía desaparecer en el pasillo. De nuevo solo, giró la vista a un lado y luego a otro, como la primera vez y supo que no corría peligro, era sólo que había algo inquietante en esa casa y sí, en Levana también, no inquietante como para hacerlo salir huyendo del lugar, inquietante como para querer sumergirse en ese misterio.
Escuchó la petición y cerró los ojos con gesto solemne, parado en medio de la estancia y con las manos entrelazadas en la espalda, fue a preguntar algo pero entonces la sintió cerca y luego cómo lo rodeaba con sus manos por el cuello, sintió el leve peso de la cadena con un colgante y abrió los ojos cuando se le dio permiso para ello. No la encontró de frente, estaba a sus espaldas, lo sabía y tomó con la yema de los dedos aquel dije en forma de luna.
-No tenías que darme nada –dijo sin despegar los ojos azules de la pequeña luna –pero gracias –se giró para tenerla de frente –lo cuidaré bien –pensó que eso debía valer mucho más que el dibujo firmado por un completo desconocido como lo era él-. Es muy bonito –se acercó a ella acortando la distancia pero deteniéndose justo para no parecer intrusivo -¿tiene algún significado? –y si no lo tenía ahora él se lo daría, y si lo tenía, él le agregaría uno más.
Esa tarde que pintaba para ser normal y tranquila, con el evento de visitar a Babieca solamente, una más del tedio que comenzaba a invadirlo en aquella ciudad desconocida, que no formaba parte de su plan de estar en Bruges con su familia, se había tornado no sólo interesante, significativa también, haberla conocido a ella lo había encantado, por todo, por su esquiva forma de ser, por los secretos que evidentemente guardaba y que tal vez Alvar jamás descubriría y por su radiante belleza. Por aquel dibujo y por la luna que ahora colgaba de su cuello.
Parpadeó cuando la escuchó hablar y se sorprendió de la petición, tardó un segundo o dos más de lo que le hubiese gustado en reaccionar y finalmente volvió a esbozar esa sonrisa que, aunque parecía mecánica por su falta de uso, no lo era, en realidad era sincera.
-Claro –dijo entonces –te enseñaría con gusto –miró el dibujo y luego a Levana –no soy un experto y hay muchos mejores que yo allá afuera, pero lo poco que sé, podría enseñártelo –terminó mirando de nuevo el lienzo y alzó la mirada asintiendo cuando ella aceptó su propuesta-, me parecería un lugar adecuado para pintarte, sólo hay que ser cuidadosos, la luz natural es traicionera, debemos ser rápidos para hacerlo en pocas sesiones, verás, con las estaciones la posición del sol cambia y eso cambiaría las sombras que se proyectan en ti, también tendríamos que hacerlo a la misma hora, para que el juego de la luz no nos haga una mala broma –explicó, todo aquello lo había aprendido empíricamente y luego leído cuando tuvo oportunidad sólo para comprobarlo.
Entonces ella se marchó. Alzó ambas cejas mientras la veía desaparecer en el pasillo. De nuevo solo, giró la vista a un lado y luego a otro, como la primera vez y supo que no corría peligro, era sólo que había algo inquietante en esa casa y sí, en Levana también, no inquietante como para hacerlo salir huyendo del lugar, inquietante como para querer sumergirse en ese misterio.
Escuchó la petición y cerró los ojos con gesto solemne, parado en medio de la estancia y con las manos entrelazadas en la espalda, fue a preguntar algo pero entonces la sintió cerca y luego cómo lo rodeaba con sus manos por el cuello, sintió el leve peso de la cadena con un colgante y abrió los ojos cuando se le dio permiso para ello. No la encontró de frente, estaba a sus espaldas, lo sabía y tomó con la yema de los dedos aquel dije en forma de luna.
-No tenías que darme nada –dijo sin despegar los ojos azules de la pequeña luna –pero gracias –se giró para tenerla de frente –lo cuidaré bien –pensó que eso debía valer mucho más que el dibujo firmado por un completo desconocido como lo era él-. Es muy bonito –se acercó a ella acortando la distancia pero deteniéndose justo para no parecer intrusivo -¿tiene algún significado? –y si no lo tenía ahora él se lo daría, y si lo tenía, él le agregaría uno más.
Esa tarde que pintaba para ser normal y tranquila, con el evento de visitar a Babieca solamente, una más del tedio que comenzaba a invadirlo en aquella ciudad desconocida, que no formaba parte de su plan de estar en Bruges con su familia, se había tornado no sólo interesante, significativa también, haberla conocido a ella lo había encantado, por todo, por su esquiva forma de ser, por los secretos que evidentemente guardaba y que tal vez Alvar jamás descubriría y por su radiante belleza. Por aquel dibujo y por la luna que ahora colgaba de su cuello.
Invitado- Invitado
Re: Babieca [Levana Maréchal]
Sus ojos miraban el piso como si hubiera encontrado un tesoro perdido, era cierto que había dejado que el caballero pudiera ver sus ojos de vez en cuando, pero también era cierto que ese sentimiento de confianza daba miedo. Jugueteó por unos momentos con su zapato en la manera esperando a que Alvar observara su pequeño regalo, quizás no era algo muy valioso para el mundo en el que se desenvolvían pero para ella era importante.
Se quedó pensativa por unos momentos, ¿Alvar creerían en fuerzas distintas a las humanas? Y no hablaba precisamente de un Dios, algo más allá, algo oscuro y malo como en la iglesia te contaban de aquellos demonios que querían tentarte. Jugueteó por unos momentos con sus dedos, intentaba con eso quitarse lo nerviosa, estaba revelando demasiado de su persona con ese desconocido. ¿Qué pasaría si llegaba el hombre a la conclusión de que era una bruja? No es que estuviera equivocado, pero a pesar de todos esos demonios que ella tenía dentro, no quería morir.
Después de un largo tiempo de silencio, que esta vez si era incomodo, por fin se decidió a hablar - ¿Usted cree en lo bueno y lo malo? - No espero a que dijera algo, se aclaró la garganta para seguir ahora que tenía el valor - La luna es especial, no es común y corriente, esta hecho de un material especial que según libros y leyendas protegen nuestra alma y cuerpo de ataques oscuros - Sonrió de manera torpe sin dejar de jugar con sus dedos - Es decir, si un demonio, fantasma o algún tipo de criatura diferente quiere atacarle, este… - Estiró su mano para tocar la luna - Este pequeño objeto los va ahuyentar, y nadie podrá hacerle daño - Levana sonrió convencida de todo lo que decía.
Volvió a tomar distancia, dejando que el caballero procesara cada una de sus palabras, la primera vez que había comentado algo así, le tiraron la pequeña luneta en la cara (la primera persona había sido un viejo que según Levana, lo seguían espíritus oscuros, ella lo sabía porque los había logrado ver) y también había gritado a los cuatro vientos que era una bruja, tuvo que escapar de ese lugar para que no la quemaran, no podía negar lo que era, aunque sonara tonto ella no era una mentirosa, prefería estar en silencio a decir una mentira.
Levana comenzaba a ponerse nerviosa por el silencio que reinaba en su casa, las ventajas de estar entre el bosque es que nadie podría escuchar los gritos del humano, la desventaja es que de sentirse amenazada probablemente aquellas voces actuarían de la peor de las maneras. Cuando poseen su cuerpo la hacen realizar acciones peligrosas y graves, la muerte de Alvar no estaba descartada de la lista de cosas, por eso era mejor estar con mucho cuidado, observó todo a su alrededor, por suerte no había nada que pudiera ocupar para terminar una vida, o eso creía. De verdad deseaba que pudiera comprenderla, Levana no quería hacerle daño.
Se quedó pensativa por unos momentos, ¿Alvar creerían en fuerzas distintas a las humanas? Y no hablaba precisamente de un Dios, algo más allá, algo oscuro y malo como en la iglesia te contaban de aquellos demonios que querían tentarte. Jugueteó por unos momentos con sus dedos, intentaba con eso quitarse lo nerviosa, estaba revelando demasiado de su persona con ese desconocido. ¿Qué pasaría si llegaba el hombre a la conclusión de que era una bruja? No es que estuviera equivocado, pero a pesar de todos esos demonios que ella tenía dentro, no quería morir.
Después de un largo tiempo de silencio, que esta vez si era incomodo, por fin se decidió a hablar - ¿Usted cree en lo bueno y lo malo? - No espero a que dijera algo, se aclaró la garganta para seguir ahora que tenía el valor - La luna es especial, no es común y corriente, esta hecho de un material especial que según libros y leyendas protegen nuestra alma y cuerpo de ataques oscuros - Sonrió de manera torpe sin dejar de jugar con sus dedos - Es decir, si un demonio, fantasma o algún tipo de criatura diferente quiere atacarle, este… - Estiró su mano para tocar la luna - Este pequeño objeto los va ahuyentar, y nadie podrá hacerle daño - Levana sonrió convencida de todo lo que decía.
Volvió a tomar distancia, dejando que el caballero procesara cada una de sus palabras, la primera vez que había comentado algo así, le tiraron la pequeña luneta en la cara (la primera persona había sido un viejo que según Levana, lo seguían espíritus oscuros, ella lo sabía porque los había logrado ver) y también había gritado a los cuatro vientos que era una bruja, tuvo que escapar de ese lugar para que no la quemaran, no podía negar lo que era, aunque sonara tonto ella no era una mentirosa, prefería estar en silencio a decir una mentira.
Levana comenzaba a ponerse nerviosa por el silencio que reinaba en su casa, las ventajas de estar entre el bosque es que nadie podría escuchar los gritos del humano, la desventaja es que de sentirse amenazada probablemente aquellas voces actuarían de la peor de las maneras. Cuando poseen su cuerpo la hacen realizar acciones peligrosas y graves, la muerte de Alvar no estaba descartada de la lista de cosas, por eso era mejor estar con mucho cuidado, observó todo a su alrededor, por suerte no había nada que pudiera ocupar para terminar una vida, o eso creía. De verdad deseaba que pudiera comprenderla, Levana no quería hacerle daño.
Levana Maréchal- Mensajes : 147
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Re: Babieca [Levana Maréchal]
Su vista iba del dije a ella y de ella al dije, luego de un rato lo apretó con el puño y lo soltó para finalmente dejarlo colgar de su cuello. Se puso a pensar en las pequeñas cosas que valían más que las fortunas, joyas y oro, propiedades, obras de arte, todo eso era material, sencillos objetos, como esa luna, o momentos, como el que estaba viviendo en ese instante, eran más valiosos. Él lo sabía bien, a pesar de que ahora tenía todo el dinero del que careció siendo niño, fue durante sus años en Kuortane que aprendió el valor de las cosas cuyo precio monetario era insignificante o nulo, las navidades con su numerosa familia, un carboncillo desperdiciado de las chimeneas de sus patrones que le permitía dibujar, los juegos con sus hermanas, las nevadas es Suecia, todas esas cosas que no estaban a la venta en ostentosos aparadores, y esa educación ahí estaba, ahí se había quedado, el dinero no lo había cambiado, o no tanto al menos como para no darse cuenta de todo aquello. Quiso decirlo, decir todo eso que pasaba por su mente pero calló porque creyó que era estúpido y cursi. No podían culparlo por ser estúpido y cursi al ver su historia, el cómo había llegado a París convertido en el hombre de negocios que ahora era. Suspiró y antes de decidirse a hablar o no, ella lo hacía primero y se lo agradeció.
-Eso… -rio –eso es relativo, ¿no lo crees? Sí creo en lo bueno y en lo malo, pero no creo que las personas se dividan en santos y demonios, lo bueno y malo habita en nosotros, ambas cosas, y todos somos capaces de hacer buenas acciones o cometer crímenes atroces, está en nosotros… -rio de nuevo y negó con la cabeza –está en nosotros saber controlar esos impulsos, eso creo yo –terminó encogiéndose de hombros. Lo que había dicho, lo había dicho muy en serio, era lo que él creía, no sabía si estaba bien o mal, pero al menos había hablado con convicción.
Luego escuchó con atención lo que le decía, otro la hubiese tachado de loca, asegurando que eso no existía, pero no Alvar. Týr alguna vez le platicó todo aquello, le demostró con hechos que la magia existía, así como existían otros seres que muchos atribuían a los mitos, como vampiros y hombres lobo, así que no era escéptico a nada de eso. Parpadeó un par de veces y volvió a tomar la luna entre sus dedos.
-Quieres decir… ¿cómo magia? –no la miró, pero en su voz no sonó en ningún momento un atisbo de broma, si Týr y su familia podían hacer magia, otros también, su propio amigo galés se lo había dicho, además de hablarle de espíritus, mismos que él controlaba, aunque aseguró que algo tan obscuro como eso no era para que él lo viera, pero le creyó, después de las ilusiones que fue capaz de crear frente a sus ojos, le creía lo que fuera. ¿Levana sería como Týr? Si era así, quería dejarle en claro no sólo que él sabía de esas cosas, sino que no la iba a juzgar como muchos hacían, ahorcando y quemando inocentes, porque el propio brujo amigo suyo le había dicho que los que eran como él eran muy inteligentes y se las arreglaban para no demostrar su magia, que la inquisición en su ceguera quemaba más inocentes que brujos reales.
-Tengo… -empezó a hablar y se calló abruptamente, no sabía si hablarle de su amigo o no, pero daba igual, mientras no le dijera su nombre daba igual –tengo un amigo, al que estoy buscando en esta ciudad de hecho, él puede hacer magia, y no como los magos de los circos que usan trucos, sino magia, brujería real –ahora esperaba que no fuese Levana la que lo tachara de loco a él.
-Eso… -rio –eso es relativo, ¿no lo crees? Sí creo en lo bueno y en lo malo, pero no creo que las personas se dividan en santos y demonios, lo bueno y malo habita en nosotros, ambas cosas, y todos somos capaces de hacer buenas acciones o cometer crímenes atroces, está en nosotros… -rio de nuevo y negó con la cabeza –está en nosotros saber controlar esos impulsos, eso creo yo –terminó encogiéndose de hombros. Lo que había dicho, lo había dicho muy en serio, era lo que él creía, no sabía si estaba bien o mal, pero al menos había hablado con convicción.
Luego escuchó con atención lo que le decía, otro la hubiese tachado de loca, asegurando que eso no existía, pero no Alvar. Týr alguna vez le platicó todo aquello, le demostró con hechos que la magia existía, así como existían otros seres que muchos atribuían a los mitos, como vampiros y hombres lobo, así que no era escéptico a nada de eso. Parpadeó un par de veces y volvió a tomar la luna entre sus dedos.
-Quieres decir… ¿cómo magia? –no la miró, pero en su voz no sonó en ningún momento un atisbo de broma, si Týr y su familia podían hacer magia, otros también, su propio amigo galés se lo había dicho, además de hablarle de espíritus, mismos que él controlaba, aunque aseguró que algo tan obscuro como eso no era para que él lo viera, pero le creyó, después de las ilusiones que fue capaz de crear frente a sus ojos, le creía lo que fuera. ¿Levana sería como Týr? Si era así, quería dejarle en claro no sólo que él sabía de esas cosas, sino que no la iba a juzgar como muchos hacían, ahorcando y quemando inocentes, porque el propio brujo amigo suyo le había dicho que los que eran como él eran muy inteligentes y se las arreglaban para no demostrar su magia, que la inquisición en su ceguera quemaba más inocentes que brujos reales.
-Tengo… -empezó a hablar y se calló abruptamente, no sabía si hablarle de su amigo o no, pero daba igual, mientras no le dijera su nombre daba igual –tengo un amigo, al que estoy buscando en esta ciudad de hecho, él puede hacer magia, y no como los magos de los circos que usan trucos, sino magia, brujería real –ahora esperaba que no fuese Levana la que lo tachara de loco a él.
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Re: Babieca [Levana Maréchal]
Aquel semblante siempre decaído se lleno de alegría, su rostro triste se esfumó. No se trataba de una mujer triste, mucho menos miedosa y destruida, se trataba de una chica que estaba sonriendo, y no sólo la expresión de su rostro lo indicaba, también las palpitaciones constantes de su corazón. En ese preciso momento se lo repitió "Soy afortunada, demasiado", y por ese momento se creyó bendecida, incluso pensó que Dios si existía, y que su maldición se había esfumado. Había aparecido un hombre en su vida, pero no uno cualquiera, ese que se encontraba frente a ella tenía un buen corazón, capaz de hacerla sentir entre nubes y no entre fuego, que la hacía sentir un abrazo cálido, y no un golpe de desprecio. Sonrió de manera tan amplia que sus dientes blancos aparecieron en aquel hermoso rostro. Sus labios rosáceos se habían estirado tanto, incluso llegó a sentir que ligeros cortes se formaban pero eso ya no le importaba, podría sangre ahora, como siempre lo hacía, pero sus sangrado sería de felicidad.
El semblante de Alvar era tranquilo, ni siquiera había mostrado un poco de sorpresa, indiferencia o repulsión a su persona. Estaba como si nada. Levana quiso abrazarlo, dejar que en ese abrazo notará la emoción de tenerlo presente, que notara lo agradecida que estaba. Nunca en su vida había imaginado que alguien pudiera volver a darle esperanzas sobre la humanidad, y el rompía todas sus cadenas como si se trataran de plumas adornando su cuerpo.
Sus manos se alargaron, quería tocar aquel rostro, detallarlo para ella, comprobar que de verdad estaba ahí, que no era una ilusión, pero se contuvo, tantos detalles buenos debían ser frenados por algún fantasma, no todo puede ceder de buenas a primeras. Así como se habían estirado en automático, sus brazos cayeron a los lados, se sintió atrevida, ligeramente avergonzada, pero la felicidad no se apartaba de su corazón. - Nada es relativo, cada palabra que salga de sus labios será tomada en cuenta, la memorizaré como si estuviera escrita en un libro de texto, y cuando sienta que estoy perdida de nuevo, recordaré cada frase que me ha dado para volver a sentir un poco de la esperanza que siento ahora mismo - Ella parecía otra. El Dios que siempre la había abandonado estaba alado de Alvar, le ponía una mano en su hombro, y le decía que siguiera hablando, no sólo para él, también para ella.
Cuando creyó que Alvar no podía superar sus palabras, se dio cuenta que conforme pasaba el tiempo con él todo mejoraba. Escuchó con atención lo de su amigo, y se sintió aun menos sola, incluso quiso conocer al amigo de su ahora amigo, porque ahora lo serían amigos ¿No es así? - Los magos de los circos suelen ser verdaderos magos, la diferencia es que disfrazan su magia para que no les priven de la vida. Crean ilusiones, juegos y bromas para aquellos humanos que no conocen la verdad, para poder sentirse aceptados, algunos solo juegan a ser magos, pero otros simplemente aprenden a esconderse - Se quedó pensativa, últimamente le habían pasado cosas tan extrañas, recordó los rostros que había conocido en los últimos dos meses, sin embargo, ninguna de las personas que estuvieron cerca de ella habían mostrado la energía que entre ellos suelen identificar. Sintió pena por no poder ayudarle.
La confianza que se habían ganado en poco tiempo le permitió abrir un poco más su coraza, y decir más detalles sobre ella - A mi me quisieron matar por ese "don" que poseo, hace un tiempo, en un principio creí que ser así estaba mal, pero con el paso del tiempo, y con la ayuda de mis tíos me di cuenta que es un privilegio, uno que hay que saber manejar - Se encogió de hombros risueña. Todavía no perdía esa gran sonrisa de su rostro. - ¿Su amigo está aquí desde hace mucho tiempo? ¿A qué se dedica? ¿Cuál es su nombre? - Las preguntas le habían salido de jalón, sin pausas, ni siquiera se había detenido a tomar más aire, de haber llenado sus pulmones de este, habría sacado más, pero se dio cuenta que había hablado demasiado, y que debía dejar que Alvar las contestará de una en una. Aunque claro, si él quería responderlas. En realidad la joven no sabía si tenía permitido entrar a ese terreno, a ese tema de la vida del joven.
El semblante de Alvar era tranquilo, ni siquiera había mostrado un poco de sorpresa, indiferencia o repulsión a su persona. Estaba como si nada. Levana quiso abrazarlo, dejar que en ese abrazo notará la emoción de tenerlo presente, que notara lo agradecida que estaba. Nunca en su vida había imaginado que alguien pudiera volver a darle esperanzas sobre la humanidad, y el rompía todas sus cadenas como si se trataran de plumas adornando su cuerpo.
Sus manos se alargaron, quería tocar aquel rostro, detallarlo para ella, comprobar que de verdad estaba ahí, que no era una ilusión, pero se contuvo, tantos detalles buenos debían ser frenados por algún fantasma, no todo puede ceder de buenas a primeras. Así como se habían estirado en automático, sus brazos cayeron a los lados, se sintió atrevida, ligeramente avergonzada, pero la felicidad no se apartaba de su corazón. - Nada es relativo, cada palabra que salga de sus labios será tomada en cuenta, la memorizaré como si estuviera escrita en un libro de texto, y cuando sienta que estoy perdida de nuevo, recordaré cada frase que me ha dado para volver a sentir un poco de la esperanza que siento ahora mismo - Ella parecía otra. El Dios que siempre la había abandonado estaba alado de Alvar, le ponía una mano en su hombro, y le decía que siguiera hablando, no sólo para él, también para ella.
Cuando creyó que Alvar no podía superar sus palabras, se dio cuenta que conforme pasaba el tiempo con él todo mejoraba. Escuchó con atención lo de su amigo, y se sintió aun menos sola, incluso quiso conocer al amigo de su ahora amigo, porque ahora lo serían amigos ¿No es así? - Los magos de los circos suelen ser verdaderos magos, la diferencia es que disfrazan su magia para que no les priven de la vida. Crean ilusiones, juegos y bromas para aquellos humanos que no conocen la verdad, para poder sentirse aceptados, algunos solo juegan a ser magos, pero otros simplemente aprenden a esconderse - Se quedó pensativa, últimamente le habían pasado cosas tan extrañas, recordó los rostros que había conocido en los últimos dos meses, sin embargo, ninguna de las personas que estuvieron cerca de ella habían mostrado la energía que entre ellos suelen identificar. Sintió pena por no poder ayudarle.
La confianza que se habían ganado en poco tiempo le permitió abrir un poco más su coraza, y decir más detalles sobre ella - A mi me quisieron matar por ese "don" que poseo, hace un tiempo, en un principio creí que ser así estaba mal, pero con el paso del tiempo, y con la ayuda de mis tíos me di cuenta que es un privilegio, uno que hay que saber manejar - Se encogió de hombros risueña. Todavía no perdía esa gran sonrisa de su rostro. - ¿Su amigo está aquí desde hace mucho tiempo? ¿A qué se dedica? ¿Cuál es su nombre? - Las preguntas le habían salido de jalón, sin pausas, ni siquiera se había detenido a tomar más aire, de haber llenado sus pulmones de este, habría sacado más, pero se dio cuenta que había hablado demasiado, y que debía dejar que Alvar las contestará de una en una. Aunque claro, si él quería responderlas. En realidad la joven no sabía si tenía permitido entrar a ese terreno, a ese tema de la vida del joven.
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