Detrás de una mascara [Privado]

Había soltado aquellas palabras esperando lo mejor, pero preparado para lo peor. Se podía leer entre líneas, se podía saber por lo que no habíamos hablado que su confianza había sido destruida a base de palos y malos tratos, no la culpaba, no podía. Yo no tenía ningún arma para hacerle saber que yo era de fiar. Yo podía ser un loco que quisiera aprovecharse de su situación, no lo era, pero no sabía cómo decírselo y sonar convincente.

Suspiré cuando aceptó acompañarme, incluso quise sonreír pero no me pareció lo más acertado considerando la situación. Sólo asentí con calma, me encontraba más relajado, estábamos lejos de esos dos bárbaros y por fortuna había visto algo en mi suficientemente fuerte como para seguirme. No supe qué fue, nunca lo sabría, pero agradecí.

-No tienes que agradecerme nada –le dije mirándola a los ojos. ¿Qué se suponía que hiciera?, ¿huir?, yo no huía, sólo me movía para buscar… algo, no sabía en búsqueda de qué estaba, y buscarme a mi también, encontrarme, saber que mis sueños no estaban del todo muertos. No iba a dejarla ahí con ese hombre, con esos hombres, que sólo eran eso porque lucían como tales, nada de hombría había en golpear a una dama. Yo lo sabía bien, yo que me encargaba de cuidar a capa y espada a mis hermanas y a mi madre. Había algo en figura femenina que me despertaba un respeto enorme.

Me alejé de ella sólo lo suficiente para erguirme como torre en medio de a ciudad y ver en dónde demonios estábamos. La miré de nuevo cuando me preguntó sobre el hotel dónde me encontraba hospedado.

-Hotel «Des Arenes» -dije y mi voz fue perdiendo volumen, entendía que se trataba de un hotel lujoso y por ello me di cuenta que podía sonar presuntuoso. Pero era la verdad. La suite donde estaba era suficiente para ambos, le cedería mi cama, yo podía dormir en el sofá que estaba ahí, todo el tiempo que fuese necesario, todo el tiempo que ella quisiera.

De pronto la idea de tener una propiedad en París no me sonó tan descabellada. Con una habitación para Amy, inevitablemente tuve que agregar.

-¿Tú sabes dónde está? –tuve que aceptar que estaba perdido, no era mi ciudad y apenas llevaba pocos días, así que no era algo vergonzoso, esperaba que ella tuviera más idea. Esta vez sí, le sonreí con gesto tranquilizador-, vamos –le ofrecí mi brazo –no dudo que te estén buscando –se veía que aquellos tipos eran necios como mulas, y como las bestias de carga, también muy idiotas.

Si ella no sabía, ya preguntaríamos, lo que me pareció más urgente fue moverme, estar quietos en un lugar público como ese era una imprudencia, una de la que no podíamos darnos el lujo de cometer. Lo que le había dicho era verdad, no iba a permitir que alguien más la tocara, no sé por qué, quizá porque algo, una señal o lo que fuera, me decía que Amy valía la pena.

Si yo aún me encontraba agitado, trastocado e inquieto por lo que acababa de pasar, no me imaginaba lo que estaba sucediendo dentro de Amy, quise hacer miles de preguntas, en cambio callé, porque no era momento, ni lugar, ni mi papel. No quería echar por tierra lo que ya habíamos construido, veía en su mirada y escuchaba en sus palabras que ya podía encontrar en mi alguien en quien confiar, pero aún destellaba en ella un atisbo de escepticismo y aunque me desesperaba no poder hacerla fiarse de mi con un chasquido de mis dedos, lo entendía, tenía sentido que fuese de aquel modo. Debía mantenerme ecuánime ante la situación, comportarme a la altura de las circunstancias, si yo perdía la calma estábamos condenados y tenía algo de experiencia en lidiar con situaciones penosas, aunque nunca antes a este nivel. Suspiré y la miré mientras decía que sí, que sabía dónde estaba el hotel y me sentí aliviado, sólo asentí, ella tampoco agregó más y comencé a seguirla, parecía llevar prisa y me di cuenta que yo iba dos o tres pasos por detrás y eso no tenía lógica, estábamos huyendo y al percatarme de aquello, apresuré el paso.

Ella no habló después de eso, dos o tres veces estuve tentado a hacerlo yo, pero ¿qué iba a decirle? No tenía idea, que todo iba a estar bien pero eso ya se lo había dicho, y era una inexactitud enorme, una que no podía repetir; con haberle mentido una vez bastaba. A partir de ese momento yo no sabía qué pasaría, ni con ella ni conmigo. Regresaría a su casa aunque yo se lo impidiera, y regresaría su vieja rutina, la de los golpes y los insultos, y yo, ¿y yo? Yo me quedaría en la incertidumbre perpetua, sólo rezando porque ese día o esa noche su marido no la matara. Volví a suspirar en un ejercicio inútil por tratar de tranquilizarme, por tratar de sosegar mis pensamientos y me detuve sólo cuando ella lo hizo.

El sol me deslumbró un poco al dirigir mi vista hacia el alto hotel, pero era el lugar, por fin habíamos llegado y de cuando comenzamos a caminar a ese punto no me había enterado de nada, no me fijé qué sitios pisábamos ni qué calles cruzábamos, me sería fácil volverme a perder. Caminé tan rápido que me faltó poco para trotar y la pasé una vez que estuvimos en el lobby del hotel, la dejé ahí parada en medio de la gente que iba y venía y yo fui a recoger la llave de mi habitación.

-Vamos –le dije regresando a su lado y la conduje hasta las escaleras, luego por las pasillos y finalmente al frente de la puerta que con números dorados nos anunciaba que habíamos llegado. Me apresuré a abrir y sólo estando dentro finalmente me sentí a salvo, como si todo ese tiempo hubiese padecido delirio de persecución.

-¿Quieres comer? ¿Quieres bañarte? Sólo pide, el baño está por allá –señalé al otro lado de la habitación, pensando que un largo y relajante baño de tina le caería bien –estamos bien aquí, nadie nos molestará –me acerqué y le dije tomándola por los hombros y sonriendo con cierta preocupación.

Aun sentía la adrenalina corriendo por mis venas, haciendo que la sangre bombeara con más fuerza y que sintiera cada roce, cada movimiento, cada mirada incluso a flor de piel, que aún no consiguiera sosiego pero me sintiera capaz de golpear al marido de Amy y a mil hombres más, y no sólo eso, con bríos de vencerlos, mis ojos, mis manos, todo yo estaba inquieto, incapaz aún de controlar las emociones de lo que acababa de suceder, sin embargo, me mantenía calmado. Frente a ella no podía demostrar lo trastocado que estaba después de todo lo que habíamos pasado, ella necesitaba calma y yo era el único ahí para dársela. Era un experto en la materia, mis hermanas y mi madre siempre me necesitaron, yo tengo prohibido ser impulsivo o arrojado, primero tengo que ver por ellas, luego por mi; puede resultar un sacrificio muy grande, pero yo no lo veo así, y por ello no significa una ofrenda de ningún tipo, lo hago porque las amo, no hay nada abnegado en ello.

Y era ese mismo impulso, esa misma educación adquirida con los años la que me orillaba a tener a Amy aquí conmigo, querer prolongar la poca o mucha protección que pudiera brindarle, si me dejaba incluso, poder protegerla para siempre. La mujer era una figura primordial y principal en mi vida y por eso no toleraba que fuesen maltratadas, no cabía en mi cabeza, no podía tolerarlo, así de simple. La miré y entonces me abrazó, fruncí el ceño y correspondí el gesto un segundo después, podía sentir su corazón latiendo como caballo desbocado, como seguramente el mío también retumbaba dentro de mi pecho. La dejé llorar cuanto ella quisiera, no le conté el tiempo, podía estar así días enteros y yo no me iba a quejar y cuando habló negué con la cabeza.

-No… yo… -sacudí la cabeza acomodando mis ideas –te topaste con la persona correcta en el momento justo –finalmente dije mucho más coherente al hablar –no tienes nada que agradecer –busqué su mirada –ni nada de qué avergonzarte, tú no pediste esto –la solté y miré a un lado, donde una cortina de fina gasa blanca se movía con el viento de una ventana entreabierta –yo no sé qué sucede en realidad, qué mueve los hilos de todo esto que llamamos vida, no entiendo como una mujer como tú –la volví a mirar –recibe un castigo como ese y un tipo como yo, criado en la pobreza de Kuortane, de la nada recibe una herencia, no lo entiendo, la vida no es justa –en ese instante lo creí con convicción. Sonreí cuando ella limpió los residuos de sangre de mi boca, ya seca para entonces, me había acostumbrado a su sabor ferroso y gredoso; asentí cuando dijo que tomaría un baño y la observé ir y venir.

Me acerqué a la puerta del baño cuando ella desapareció detrás de ella, recargué la frente sobre la superficie de madera y no dejé pasar por alto el detalle de que no había pasado el seguro. Confiaba en mí y eso me hizo sonreír. Me alejé luego y escuché su voz amortiguada, jalé una silla y me senté cerca, de frente y solté una carcajada. Después de todo lo que habíamos pasado me nacía reírme; era raro, incluso absurdo.

-Me apasiona mi trabajo –dije primeramente –los caballos siempre me han gustado, antes yo era muy pobre y nunca tuve uno propio, pero cuidaba los establos de una familia con mucha más suerte –suspiré recordando –y me gusta el arte, me gusta contemplarlo, comprarlo ahora que puedo y hacerlo, pinto y dibujo –pausé -aunque no soy muy bueno –aclaré, no tenía educación formal al respecto, sólo tenía de mi lado los comentarios de la gente que aseguraba que yo tenía talento-, me gustaría pintarte algún día -¿no era después de todo esa mi intención primaria con ella? Por eso me había acercado sin saber que detrás de la máscara encontraría un ser humano vulnerado, pero avasalladoramente fuerte también. Callé un momento -¿y a ti? ¿Qué te gusta? –me negaba a creer que esa vida tan horrible que tenía la había dañado tanto al grado de quitarle el deseo llano de vivir. No ella, no lo merecía.

No supe si era mi imaginación o que aun tenía los sentidos alerta, pero me pareció escuchar absolutamente todo lo que sucedía al otro lado de la puerta a detalle, el agua chapotear, tocar el cuerpo de Amy –un pensamiento exento de cualquier doble lectura, sólo imaginé su piel siendo limpiada por el agua-, el jabón en sus manos, sus movimientos incluso. Debía estar alucinando, yo no poseía ninguna clase de habilidad como para escuchar sonidos tan nimios y más aún, con una puerta de por medio. Asentí cuando dijo lo de la pintura, tenía la mirada fija en la pequeña rendija que dejaba la puerta del baño y el piso, las manos entrelazadas y los codos recargados en las rodillas, como si de una conversación fundamental se tratara, de algún modo lo era; luego recordé que no podía verme y alcé el rostro sólo para encontrarme los adornos de la puerta, sencillos y elegantes.

-Sí –dije en voz alta –cuando te vi en la tienda, supe que quería pintarte –confesé sin pudor, ese fue el modus operandi de mi atrevimiento, lo que vino después, aciago y ruin, no estaba planeado, aunque agradecí haber estado ahí para salvarla, mil veces antes nunca tuvo a nadie que cumpliera esa tarea, pero esta vez, por una mísera ocasión, alguien bloqueó los cobardes golpes de su marido. Sonreí y regresé a mi posición inicial. Hubo un par de segundos de silencio hasta que contestó a mi pregunta y conforme nombraba pequeños detalles confirmé que era una mujer excepcional, casi nadie se detiene a observar o a disfrutar esas pequeñas cosas de la vida que son gratis y ahí estaba ella, que a pesar de su desgracia, podía encontrar belleza en donde el resto de nosotros no, o tal vez era que por eso mismo, por su tragedia, su sensibilidad ante la vida era distinta.

Pero entonces dijo aquello y me puse de pie de un brusco golpe, la silla que me servía de asiento casi cae a un lado ante la violencia de mi movimiento, apreté puños y mandíbula, no me gustó en absoluto lo que escuché. Ahí estaba yo admirándola por ver la hermosura en cada ínfimo lugar y luego me partía el corazón como si lo atravesara con una espada. Respiré un par de veces y di un paso, recargué la frente y una mano en la puerta que nos separaba.

-No digas algo así –finalmente hablé, mi voz era más calmada y mansa, no quería reflejar el repentino enojo que me invadió –eres buena para muchas cosas, tu valor para afrentar la vida que llevas es admirable, yo no podría, no cualquiera podría, las circunstancias no te han favorecido y aun así consigues continuar, muchos hace tanto que se hubieran dado por vencidos –a veces creo que todos somos una panda de cobardes, yo mismo me di por muerto cuando contraje pelagra y fue un milagro el haber sobrevivido, un milagro, eso había sido, porque yo no moví un dedo, yo aguardé sentado por la guadaña de la muerte y un giro –uno más en esta vida mía- me hizo salvarme.

-Yo… yo puedo ayudarte, no regreses a esa casa, quédate aquí, acompáñame a Bélgica, seguro te llevarías bien con mis hermanas –me atreví a proponer en un impulso desesperado por hacerle ver que valía la pena y que no todos éramos malos, o tan malos al menos –no voy a permitir que ese bastardo te vuelva a tocar, ya lo verás, pero no puedes regresar ahí, siento… -sentí una angustia terrible, como si cayera en un abismo infinito, frío y obscuro –siento que te causé más problemas de los que te evité, que mi atrevimiento lo vas a pagar –cerré la mano que tenía sobre la puerta –perdóname –pedí sinceramente arrepentido y con la tenue esperanza de que aceptara mi ofrecimiento, aunque algo, no sé qué, me auguraba su respuesta con prodigiosa claridad.

De la más pura frustración pasé a sentir la más profunda de las zozobras, sus palabras apaleaban, golpeaban en el pecho, dejaban sangrando el corazón. Desde luego ya sabía que iba a negarse a mi propuesta pero fue un intento sincero y desesperado por igual de arrancarla de ese infierno, mi último y único recurso. Me separé de la puerta y miré fijamente el suelo, no tenía idea de cómo proceder a partir de ahí, aún trataba de procesar la información que ella me había dado, yo ya sabía que su marido era un patán, pero no a ese grado, al grado de amenazarla con sus padres, no es que yo estuviera cegado a la maldad que existía en el mundo, pero en mi camino siempre me había topado con personas que me demostraban que lo bueno salía airoso por sobre lo malo, Týr, Eve, Yves y ahora Amy, pero su esposo era el polo opuesto, la otra cara de la moneda y me avasallaba, me era imposible entenderlo.

La mire ahí, frente a mí, con el cabello mojado envuelta en la bata del hotel, tan resignada a una vida inmerecida, inmolándose por aquellos a los que quería, podía entenderla hasta cierto punto, pero me negaba a aceptar que ese fuese su destino inapelable, que no tuviera más opción que la de hacer ese sacrificio desinteresado. Debía existir una salida, para mi desgracia y la de ella, no podía vislumbrarla de momento.

-Puedes estar aquí todo el tiempo que quieras –ni siquiera pensé en mi idea de regresar a Bruges en cuanto pudiera, por ella me quedaría en parís, refugiándola de la guerra de la que era víctima, Bélgica podía esperar, además, para ser sincero, mi regreso a territorio flamenco cada vez se veía más lejano. Suspiré y negué con la cabeza –quédate aquí, me hace bien la compañía –quise esbozar una sonrisa pero no pude-, pero tú prométeme que no te creerás toda la sarta de insultos que te dice, no eres repugnante y no eres impura, eres una mujer maravillosa –estaba tratando de hacer todo lo que estaba a mi alcance para que viera lo valiosa que era. Luego guardé silencio y mi corazón, partido en dos ya para ese momento, se siguió quebrando conforme hablaba.

-Soy tu amigo, de eso no tengas duda, y cada vez que me necesites voy a estar para ti, no debes temer por nada, nunca serás inoportuna –en ese instante de nuevo vino y me derrotó el pensamiento de mi familia y Bélgica, ¿cómo iba a cuidar de Amy si me iba? Entonces más que nunca la idea de quedarme permanentemente en París tomó fuerza inusual. Qué más daba reunirme con mi familia en Bruges, París o el fin del mundo. No dije nada y aunque me pareció extraño ese deseo incontrolable de proteger a Amy, alguien a quien apenas conocí esa tarde, no me sentí incómodo con ese sentimiento.

Me acerqué y la abracé, olí su piel limpia por el jabón y su cabello perfumado, la abracé y no dije nada por un largo rato. Decía que ella ya se había dado cuenta que nada cambiaría y yo, en un diálogo interno, íntimo y personal me dije que no, que yo me iba a encargar de encontrar un modo de cambiar su destino, que eso no era lo que ella merecía; no le dije nada porque seguro me iba a decir que estaba loco, que la dejara. Y sí, estaba loco, pero no la iba a dejar.

-¿Te parece si pido algo de comer y comemos en el balcón? –me separé y la miré a los ojos, un comentario trivial para calmar las aguas. La idea me pareció encantadora, además perfecta para darle una merecida tregua a ella, y a mí también, había sido un día lleno de demasiadas emociones. Comer en el balcón era un marco perfecto para seguir conversando, quizá de cosas no tan terribles, hacerla olvidar un rato el calvario de su vida.

Por primera vez desde que su marido nos había interceptado en la calle comencé a sentirme tranquilo de nuevo, en paz, quizá porque el propio semblante de Amy se había apaciguado también, si yo había estado nervioso era por ella –y por mí también, pero sobre todo por ella-, por las determinaciones que pudiera al calor de la situación, por su futuro incierto, como el de todos, pero de ella definitivamente más sombrío, sin embargo, esta aparente calma me sentó bien, la tomé de ambas manos y la miré a los ojos y entonces sí que pude dibujar una sonrisa, opacada por la barba y el bigote, pero una sonrisa al fin y al cabo, asentí ante su petición de comida, nada extraordinario, nada que la gente del hotel no pudiera conseguirnos expresamente pero luego aquella otra solicitud. La solté y parpadeé un par de veces, tenía sentido lo que estaba pidiendo.

-Claro –respondí –un vestido, no te preocupes, espera aquí, no tardo –le dije y me giré rumbo a la puerta pero su voz me detuvo de nuevo, estaba junto a la ventana y la luz de la calle delineaba su figura, se veía distinta, se veía sosegada y dulce y me gustó verla así después de lo sucedido, e imaginé lo terrible que debía ser tener que soportar lo mismo día con día y no poder salir del círculo vicioso, maniatado por el terror. Su agradecimiento me tomó por sorpresa, alcé ambas cejas y me quedé mudo por un rato y luego reí nervioso-, no tienes nada que agradecer –simplemente respondí y reanudé mi camino rumbo a la puerta, tomé la perilla y antes de salir dije: -no tardo –de nuevo, como para dejarle en claro que no temiera, que volvería tan rápido como pudiera, que yo no iba a abandonarla.

Así fue, traté de ser veloz, bajé las escaleras tan rápido como pude y llegué al lobby, ahí hice las peticiones de comida y de un vestido, el hombre que me atendió me miró contrariado pero no me dijo nada, sólo acató y dijo que pronto un camarero subiría a mi habitación con lo solicitado, yo imaginé qué clase de pensamientos pudieron haber pasado por su mente y sólo reí para mis adentros, realmente a ese sujeto y al mundo, no tenía por qué importarles lo que al interior de mi habitación e intimidad sucediera, que hicieran las conjeturas que quisieran, a mi no me importaba, mis manos y conciencia estaban limpias, además, suficiente ya pagaba en este hotel como para no ser atendido en mis caprichos por descabellados que sonaran. De mismo modo, con celeridad regresé a la habitación, abrí y entré de nuevo.

-No deben de tardar –le dije una vez que estuve de nuevo con ella y crucé la habitación para acercarme –estuve pensando… -dije con tono lacónico –el que debe agradecerte soy yo, antes de encontrarnos no tenía muy claro qué hacer, es complicado –tenía que explicarle que yo antes no había sido rico y que la herencia de un hombre que a penas conocí era la que me tenía en esta nueva posición, eso vendría después –pero ahora sé que debo quedarme aquí, asegurarme que estarás bien –fui a agregar algo más pero entonces tocaron a la puerta-. Ese debe se nuestro pedido –le sonreí y fui a abrir la puerta de la habitación, dejé pasar al mozo que colocó el vestido (de un verde pálido) en el respaldo del sofá y la comida sobre una mesa, aunque lo detuve, le dije que comeríamos en el balcón y entonces abrió la puerta que daba a éste y colocó todo en la mesa de herrería que ahí estaba. El joven muchacho me cayó bien así de simple vista, había visto a Amy, eso era obvio, pero no la había viso con curiosidad morbosa, sólo como una persona más en el lugar y luego se dedicó a hacer su trabajo.