AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Loin du froid de Décembre (Libre)
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Loin du froid de Décembre (Libre)
"Escarba"
"Escarba"
"Escarba, puta"
"Escarba"
"Escarba, puta"
Octubre. Se acerca el invierno. Los muertos necesitan descanso. La demente, un lugar donde no pensar. Noviembre. Se acerca el invierno. Los muertos ya duermen plácidamente bajo la calidez de la tierra. La demente, busca con impaciencia una piel a la que apegarse.
La pelirroja retiraba la tierra con la vehemencia de la desesperación. "¿Eres un perro? ¿Acaso eres un maldito perro, furcia?" Alguien se lo dijo una vez. Alguien que mordía como una víbora y que hablaba como un sable, afilado y cortante.
Las uñas de la loca estaban ensangrentadas por el esfuerzo, aunque ella no se diera cuenta. Sólo escuchaba la voz en su cabeza. La misma voz, el mismo tono. Era él, que le musitaba desde donde estuviera. "Si no escarbas más deprisa, morirás"
Éline tembló. Puede que por el comentario, o puede que por el frío.
"Se acerca el invierno"
Se hacía daño. La sangre se mezclaba con el barro y la tierra. Tenía las uñas rotas, pero no se dio cuenta. O no quiso darse cuenta. Las rodillas le dolían. Seguramente estaba herida. Y las costillas...Las costillas le hacían padecer un dolor infinito. La Víbora le había propinado tal patada en el costado, que cada vez que exhalaba aire se sentía morir.
-Pincha. Señor Maspero, pincha y hace daño cada vez que respiro.
"Entonces, no lo hagas. Trágate el aire. No lo sueltes. Y muere, pues"
-Pero yo no quiero morirme.-reprimió un sollozo.
"Pues sigue escarbando"
Eso fue lo que hizo. Continuó removiendo la tierra con la sola ayuda de sus dos manos. De vez en cuando, una lombriz se deslizaba por sus dedos, y ella la aplastaba. Y seguía escarbando.
¿Cuánto tiempo llevaba la loca en la misma posición, sin vacilar un instante? Minutos, horas...No, creo que fueron días. Pero no importaba, porque se acercaba el invierno y a nadie parecía importarle.
Fue a la noche del segundo día cuando las manos flácidas de Éline dieron con algo duro. La pelirroja retiró la mano en un acto reflejo. Dudaba y tenía miedo.
"No temas de los muertos, sino de los vivos" le susurró la voz del Señor Maspero.
-No. Los muertos también hacen daño.-musitó Éline, al recordar a La Víbora de ojos rojos.
Huesos. Eran huesos y polvo. Éline suspiró aliviada. "Los Huesos no pueden gritar"
Eran dos cadáveres lo que se encontró la loca aquella noche. Estaban abrazados, como dos amantes. Pero uno era mucho más menudo que el otro y estaba envuelto en una tela gorda y raída ya por el tiempo. Había sido un bebé.
Éline tomó el cadáver del niño entre sus brazos, casi maravillada por lo que acababa de encontrar. Se acercó la calavera al oído. El bebé rompió a llorar, podía escucharlo con nitidez en su mente atrofiada.
-Shhh...Ya está, ya pasó.
Por primera vez, Éline se fijó en la tumba que llevaba hurgando durante días. La lápida rezaba:
"Marie D'Eon et Marie D'Eon fille"
"Date de mort 1789"
La pelirroja desvió la mirada azulada a aquel cadáver que custodiaba en su pecho como si fuera su propia hija.
-Marie...Marie...-canturreó.-No llores...Shhh.
Éline meció a la criatura muerta, intentando calmarla. "Los lloriqueos de una Ninfa" pensó "Es como una Ciudad de Cristal" Tan frágiles que podían romperse en cualquier momento.
La pequeña Marie D'Eon no hacía más que llorar. La demente no sabía cómo pararla y empezaba a ponerse nerviosa.
-No cesa. No para de llorar....-Éline se echó el pelo para atrás, mientras pensaba alguna solución.-Es hambre. Debe ser hambre. ¿Tienes hambre, pequeña Marie? ¿Tienes hambre?-repetía, mirando al rededor en busca de algún tipo de ayuda. Pero el cementerio estaba desierto y helado. Entonces, la demente se acercó a la niña a su pecho, con la intención de darle de mamar. Pero la voz del ruiseñor imaginario la retuvo.
"No, Éline. Marie sólo quiere bailar. Baila con ella"
-Bailar.-repitió la demente, y se le iluminaron los ojos. La respuesta había sido tan sencilla...Bailar calma a todo el mundo. Incluso a los muertos.-Claro, bailar. Eso es lo que quieres, pequeña.
Éline se puso en pie y empezó a dar vueltas. Giraba y se retorcía con el bebé en sus brazos. Sus pies eran los que la conducían. La pelirroja reía y murmuraba una melodía infantil mientras bailaba a su son. Los llantos del bebé se convirtieron en risas también. Eran claras, nítidas y puras. Ambas se carcajeaban felices. Éline sentía volar sus pies y no podía dejar de mirar al bebé, envelesada. Y el costado ya no pinchaba. Y La Víbora de ojos rojos ya no la mordía. Y ya no se acercaba el invierno.
-De très loin un écho comme une braise sous la cendre. Un murmure à mi-mots, que mon coeur veut comprendre...-cantaba Éline, sin dejar de reír.
La pelirroja retiraba la tierra con la vehemencia de la desesperación. "¿Eres un perro? ¿Acaso eres un maldito perro, furcia?" Alguien se lo dijo una vez. Alguien que mordía como una víbora y que hablaba como un sable, afilado y cortante.
Las uñas de la loca estaban ensangrentadas por el esfuerzo, aunque ella no se diera cuenta. Sólo escuchaba la voz en su cabeza. La misma voz, el mismo tono. Era él, que le musitaba desde donde estuviera. "Si no escarbas más deprisa, morirás"
Éline tembló. Puede que por el comentario, o puede que por el frío.
"Se acerca el invierno"
Se hacía daño. La sangre se mezclaba con el barro y la tierra. Tenía las uñas rotas, pero no se dio cuenta. O no quiso darse cuenta. Las rodillas le dolían. Seguramente estaba herida. Y las costillas...Las costillas le hacían padecer un dolor infinito. La Víbora le había propinado tal patada en el costado, que cada vez que exhalaba aire se sentía morir.
-Pincha. Señor Maspero, pincha y hace daño cada vez que respiro.
"Entonces, no lo hagas. Trágate el aire. No lo sueltes. Y muere, pues"
-Pero yo no quiero morirme.-reprimió un sollozo.
"Pues sigue escarbando"
Eso fue lo que hizo. Continuó removiendo la tierra con la sola ayuda de sus dos manos. De vez en cuando, una lombriz se deslizaba por sus dedos, y ella la aplastaba. Y seguía escarbando.
"Escarba"
"Escarba"
"Escarba, puta"
"Escarba"
"Escarba, puta"
¿Cuánto tiempo llevaba la loca en la misma posición, sin vacilar un instante? Minutos, horas...No, creo que fueron días. Pero no importaba, porque se acercaba el invierno y a nadie parecía importarle.
Fue a la noche del segundo día cuando las manos flácidas de Éline dieron con algo duro. La pelirroja retiró la mano en un acto reflejo. Dudaba y tenía miedo.
"No temas de los muertos, sino de los vivos" le susurró la voz del Señor Maspero.
-No. Los muertos también hacen daño.-musitó Éline, al recordar a La Víbora de ojos rojos.
"Lo quieres"
"Mueres de curiosidad"
"Son sólo muertos"
"Mírales a los ojos. Aprende a no temerlos"
"Son sólo muertos"
"Mueres de curiosidad"
"Son sólo muertos"
"Mírales a los ojos. Aprende a no temerlos"
"Son sólo muertos"
Huesos. Eran huesos y polvo. Éline suspiró aliviada. "Los Huesos no pueden gritar"
Eran dos cadáveres lo que se encontró la loca aquella noche. Estaban abrazados, como dos amantes. Pero uno era mucho más menudo que el otro y estaba envuelto en una tela gorda y raída ya por el tiempo. Había sido un bebé.
Éline tomó el cadáver del niño entre sus brazos, casi maravillada por lo que acababa de encontrar. Se acercó la calavera al oído. El bebé rompió a llorar, podía escucharlo con nitidez en su mente atrofiada.
-Shhh...Ya está, ya pasó.
Por primera vez, Éline se fijó en la tumba que llevaba hurgando durante días. La lápida rezaba:
"Marie D'Eon et Marie D'Eon fille"
"Date de mort 1789"
La pelirroja desvió la mirada azulada a aquel cadáver que custodiaba en su pecho como si fuera su propia hija.
-Marie...Marie...-canturreó.-No llores...Shhh.
Éline meció a la criatura muerta, intentando calmarla. "Los lloriqueos de una Ninfa" pensó "Es como una Ciudad de Cristal" Tan frágiles que podían romperse en cualquier momento.
La pequeña Marie D'Eon no hacía más que llorar. La demente no sabía cómo pararla y empezaba a ponerse nerviosa.
-No cesa. No para de llorar....-Éline se echó el pelo para atrás, mientras pensaba alguna solución.-Es hambre. Debe ser hambre. ¿Tienes hambre, pequeña Marie? ¿Tienes hambre?-repetía, mirando al rededor en busca de algún tipo de ayuda. Pero el cementerio estaba desierto y helado. Entonces, la demente se acercó a la niña a su pecho, con la intención de darle de mamar. Pero la voz del ruiseñor imaginario la retuvo.
"No, Éline. Marie sólo quiere bailar. Baila con ella"
-Bailar.-repitió la demente, y se le iluminaron los ojos. La respuesta había sido tan sencilla...Bailar calma a todo el mundo. Incluso a los muertos.-Claro, bailar. Eso es lo que quieres, pequeña.
Éline se puso en pie y empezó a dar vueltas. Giraba y se retorcía con el bebé en sus brazos. Sus pies eran los que la conducían. La pelirroja reía y murmuraba una melodía infantil mientras bailaba a su son. Los llantos del bebé se convirtieron en risas también. Eran claras, nítidas y puras. Ambas se carcajeaban felices. Éline sentía volar sus pies y no podía dejar de mirar al bebé, envelesada. Y el costado ya no pinchaba. Y La Víbora de ojos rojos ya no la mordía. Y ya no se acercaba el invierno.
-De très loin un écho comme une braise sous la cendre. Un murmure à mi-mots, que mon coeur veut comprendre...-cantaba Éline, sin dejar de reír.
Éline Rimbaud- Fantasma
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Fecha de inscripción : 16/07/2010
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Re: Loin du froid de Décembre (Libre)
Una sombra se coloco tras ella, y la envolvió en sus negras tinieblas. Con un abrazo dulce siguió su ritmo. En el vientre de ella, una mano reposada, enguantada y negra. De la otra mano, para que el bebe no se le cayera, solo su mano rozaba, con el cálido abrazo de la muerte.
La hizo girar y danzar, siguiendo el ritmo de su baile de peonza. Coloco un beso suavemente en su nuca, sin importar que la tierra y la suciedad la cubrieran.
Durante dos días había seguido atentamente su tarea. Cuando había ido a recoger nombres que añadir a su próxima novela, ella le distrajo pensando demasiado alto. Y se hubo de marchar, cuando el viento llevo el incesante aroma de su sangre hasta el. Si se quedaba demasiado tiempo cerca de ella, corria el riesgo de marchitarla antes de que le sirviera de algo.
Prendado de su tarea, creía que podía ser una historia, quizás triste o quizás bella.
Una mujer perdida, una pobre loca, de dos voces en su mente.
No se había resistido, al baile demente, a la danza de su alma. Escondido tras los arboles, entre la suciedad, con su capa en lo alto, había absorvido demasiado de ella, los retazos de su mente torcida. Profeso en aquella niña muerta el cariño que ella no había conocido, y solo el miedo de no hacerla callar, la llevo al tiempo de los muertos.
La danza macabra, salió a su encuentro.
"Calor y frío, Éline...
unidos sobre el páramo,
calor y frío, Éline...
girando y girando."
Pensaba dentro de ella.
unidos sobre el páramo,
calor y frío, Éline...
girando y girando."
Pensaba dentro de ella.
La hizo girar y danzar, siguiendo el ritmo de su baile de peonza. Coloco un beso suavemente en su nuca, sin importar que la tierra y la suciedad la cubrieran.
Durante dos días había seguido atentamente su tarea. Cuando había ido a recoger nombres que añadir a su próxima novela, ella le distrajo pensando demasiado alto. Y se hubo de marchar, cuando el viento llevo el incesante aroma de su sangre hasta el. Si se quedaba demasiado tiempo cerca de ella, corria el riesgo de marchitarla antes de que le sirviera de algo.
Prendado de su tarea, creía que podía ser una historia, quizás triste o quizás bella.
Una mujer perdida, una pobre loca, de dos voces en su mente.
"Mirame a los ojos Éline,
mirame y no temas,
solo soy un muerto"
mirame y no temas,
solo soy un muerto"
No se había resistido, al baile demente, a la danza de su alma. Escondido tras los arboles, entre la suciedad, con su capa en lo alto, había absorvido demasiado de ella, los retazos de su mente torcida. Profeso en aquella niña muerta el cariño que ella no había conocido, y solo el miedo de no hacerla callar, la llevo al tiempo de los muertos.
La danza macabra, salió a su encuentro.
"Baila, baila, Éline...
baila con la muerte en vida.
Baila y mirame Éline...
y no me temas"
baila con la muerte en vida.
Baila y mirame Éline...
y no me temas"
Julián S. de Mendoza- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/08/2011
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Re: Loin du froid de Décembre (Libre)
La tierra húmeda acariciaba sus pies con una ternura que Éline ya no conocía. Se movía con ella, soñaba con ella y se compadecía de ella. La tierra tenía ese poder; conoce todos los secretos de los que habitan en ella y los guarda como tesoros.
A Éline le gustaba la tierra. Era buena y nunca perdía el compás. Con el cadáver en brazos, la demente sólo cantaba. Era una música de remembranza, de odio y olvido. Era una oda a la inocencia perdida y el futuro arrebatado, que se convertía en locura y miseria. Era el resumen de las desgracias que asolaban el cuerpo flacucho de la demente.
Éline alzó al bebé con la simpatía de cualquier madre. La niña era suya, sí. Dos cuerpos unidos por la muerte y la enfermedad desembocaban ahora en risas y canciones infantiles.
-Je me souviens il me semble, des jeux qu'on inventait ensemble...
Ecos de una vida pasada. Juegos de niños. Serenidad. Simpleza.
Un hálito de luz empezaba a iluminar el camino de la loca. Pero de pronto, una sombra se cernió sobre todo su mundo y lo volvió a enjaular en la oscuridad. Éline lo vio con nitidez; una figura con capa y sombrero de copa pronunciaba...Pronunciaba, ¿era su nombre? Éline, Éline...
Seducía y adormecía. Pero la pelirroja conocía bien a Judas y sus trampas. Lo temía, vaya que si lo temía. Ya no eran ángeles, ahora; gorgonas de cabezas serpenteadas. Lombrices, lombrices de todas partes. Putrefacción. La garganta se le hizo un nudo y las entrañas se le coagularon.
Su primer instinto fue el de proteger al bebé muerto. Lo sujetó con más fuerza mientras se lo acercaba a su pecho. El cadáver empezó a llorar otra vez. La pelirroja trató de acunarlo y chistaba para callarlo.
-No bailaré contigo.-gritó a la nada, pues no sabía donde se escondía aquel fantasma.-No te miraré a los ojos, pues ya se cómo son. Rojos, como los de la Víbora. ¡Márchate!-espetó.
”Éline, no se irá. Sólo puedes enfrentarlo” pió el Señor Maspero, sabio como siempre.
”¿Sólo?”
”Sólo y sola”
Éline reprimió un sollozo y se aferró más al cadáver. El padre de la Muerte estaba allí para tomarla, otra vez. Pero ella ya tenía a su Muerte. Estaba marcada por otra guadaña, más cruel y déspota.
-Eres el Padre de la Muerte, ¿vienes a por ella o a por mí?-preguntó, sabiendo perfectamente a qué se refería. Con el bebé en brazos, temía que el Padre de la Muerte vienese y se la arrebatase.
”Los cadáveres tienen que estar con los muertos” El Señor Maspero revoloteó cerca de ella.
”Yo también estoy muerta, ¿por qué no puedo quedármelo?”
”Shh. Calla, Éline y verás” volvió a responder el ruiseñor con el tono condescendiente de los búhos malcriados.
A Éline le gustaba la tierra. Era buena y nunca perdía el compás. Con el cadáver en brazos, la demente sólo cantaba. Era una música de remembranza, de odio y olvido. Era una oda a la inocencia perdida y el futuro arrebatado, que se convertía en locura y miseria. Era el resumen de las desgracias que asolaban el cuerpo flacucho de la demente.
Éline alzó al bebé con la simpatía de cualquier madre. La niña era suya, sí. Dos cuerpos unidos por la muerte y la enfermedad desembocaban ahora en risas y canciones infantiles.
-Je me souviens il me semble, des jeux qu'on inventait ensemble...
Ecos de una vida pasada. Juegos de niños. Serenidad. Simpleza.
Un hálito de luz empezaba a iluminar el camino de la loca. Pero de pronto, una sombra se cernió sobre todo su mundo y lo volvió a enjaular en la oscuridad. Éline lo vio con nitidez; una figura con capa y sombrero de copa pronunciaba...Pronunciaba, ¿era su nombre? Éline, Éline...
Seducía y adormecía. Pero la pelirroja conocía bien a Judas y sus trampas. Lo temía, vaya que si lo temía. Ya no eran ángeles, ahora; gorgonas de cabezas serpenteadas. Lombrices, lombrices de todas partes. Putrefacción. La garganta se le hizo un nudo y las entrañas se le coagularon.
Su primer instinto fue el de proteger al bebé muerto. Lo sujetó con más fuerza mientras se lo acercaba a su pecho. El cadáver empezó a llorar otra vez. La pelirroja trató de acunarlo y chistaba para callarlo.
-No bailaré contigo.-gritó a la nada, pues no sabía donde se escondía aquel fantasma.-No te miraré a los ojos, pues ya se cómo son. Rojos, como los de la Víbora. ¡Márchate!-espetó.
”Éline, no se irá. Sólo puedes enfrentarlo” pió el Señor Maspero, sabio como siempre.
”¿Sólo?”
”Sólo y sola”
Éline reprimió un sollozo y se aferró más al cadáver. El padre de la Muerte estaba allí para tomarla, otra vez. Pero ella ya tenía a su Muerte. Estaba marcada por otra guadaña, más cruel y déspota.
-Eres el Padre de la Muerte, ¿vienes a por ella o a por mí?-preguntó, sabiendo perfectamente a qué se refería. Con el bebé en brazos, temía que el Padre de la Muerte vienese y se la arrebatase.
”Los cadáveres tienen que estar con los muertos” El Señor Maspero revoloteó cerca de ella.
”Yo también estoy muerta, ¿por qué no puedo quedármelo?”
”Shh. Calla, Éline y verás” volvió a responder el ruiseñor con el tono condescendiente de los búhos malcriados.
Éline Rimbaud- Fantasma
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Fecha de inscripción : 16/07/2010
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Re: Loin du froid de Décembre (Libre)
Pero bailas, Eline
En la danza de la muerte.
Bailas y das vueltas, Eline
sin saber quien va o quien viene.
En la danza de la muerte.
Bailas y das vueltas, Eline
sin saber quien va o quien viene.
No halaría nada con ella. No rompería la hermosura de los versos que se le ocurrían para sus próximas paginas, en honor a ella. Versátil expresaría sobre el lienzo, como la muerte hablara con la joven, comunicandose en la mente, como realmente él hacia en ella.
Si, así seria. Tal y como ella lo veía, un ángel oscuro. Un varón marcado por el sino aciago de su mente, espíritu errante, recolector de almas. La soltó de su frío tacto y dado que ella no volvía a mirarle, él se inclino sobre ella, como si quisiera susurrarle.
No, no y no, Eline
a la muerte nada le puedes arrebatar.
No, no y no, Eline
algo tienes que pagar
a la muerte nada le puedes arrebatar.
No, no y no, Eline
algo tienes que pagar
Canturreo, ladeando la cabeza, escuchando las palabras de su mente, los consejos de la dualidad. Es curioso como me reconoce, aun si saber que soy. Sabe que esta en peligro pero no huye. Sabe que tiene que tener miedo y podría dar la vida por el alma de un bebe, que solo ella escucha. pensó, mirando como aferraba protectoramente a aquella niña muerta, tiempo ha.
El pago, Eline, el pago
Un beso me has de dar.
El pago, Eline, el pago
para yo marcharme
y con ella, dejarte estar.
Un beso me has de dar.
El pago, Eline, el pago
para yo marcharme
y con ella, dejarte estar.
Se le ocurrió de repente, tentar su valor, tentar su corazón, canturreando sensual y malicioso.
Julián S. de Mendoza- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/08/2011
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Re: Loin du froid de Décembre (Libre)
"Pero las voces del malvado, no paran. Haz que salgan, que se marchen.
Fuera de mí. Vete fuera de mí"
Fuera de mí. Vete fuera de mí"
Todo de aquella escena le daba miedo. Temblaba. No abría los labios pero sabía que escuchaba. Era el Demonio. Otro más, ¿que más daba? La vida de Éline estaba llena de personajillos con cuernos y cola. Escapar se le antojaba una utopía. Merecedora de todo eso y más. ¿Qué es Éline? Un espectro andante, una Iglesia desprotejida, cruzadas sin terminar. Era eso y ya está, muerte a quien lo niege. "Basta, basta. No tiene sentido"
"¿Y qué lo tiene?" El gorjear del Señor Maspero. Señor Maspero, ruiseñor imaginario igual a soledad intransigente. Nunca se irá, nunca se irá.
"Abraza bien a la criatura" Éline la acurrucó contra su pecho medio desnudo. LLora, llora...Es lo único que queda. ¿Y la Tierra entumecida de la rabia y el valor de los hombres buenos?. "¿Sólo buenos?" "No. También malos" Allí acabarían todos; en la fosa de la desesperación, llena de tierra y evocaciones.
"¿Estás hablando conmigo, Padre de la Muerte?" inquirió Éline, dudosa, temblorosa. El miedo volvía a ella, ¿acaso alguna vez se fue? Éline era un ser que vivía con el miedo, lo entendía y asumía; Éline era el miedo, toda ella. "¿Cómo puedes estar hablando conmigo? Eres Muerte. La Muerte no habla, sólo mata"
La pelirroja desquiciada miró fíjamente al vampiro. "Se mueve...se mueve como un hombre, pero es un demonio. Cola, cuernos, tridente...¡Puedes llevarme al Infierno!"
Un pago le pide el vampiro. ¿Enterrada se ha de quedar? La criatura no paraba de llorar. Bien por ella, bien por él. "Shh...Calla, pequeña. Todo va a pasar"
¿Y si no quiere darle el beso? ¿Y por qué no iba a querer? Un beso sólo era un beso. Ya no significaba nada. Un beso de Éline era tristeza y locura; volutas de niebla en el cementerio de París. Y cuando terminase todo el macabro acto sólo quedará el recuerdo una vez en diciembre.
"¿Con un beso te marcharás?"
"¿y por qué no habla?", se preguntaba otra voz en la cabeza de la demente. Una Polifonía de aullidos en la mente turbulenta de la demente. "Calla...Que eso no importa ahora"
"¿Con un beso te marcharás?" volvió a repetir la demente. "Pues entonces bien. Acércate, culebra de lenguaa bífida. Arrebátame el cuerpo, pues el alma ya no puedes y déjame a mí y a mi criatura en paz" Éline había aceptado la propuesta. Se vendía, ¿acaso sabía hacer otra cosa? La Víbora de ojos rojos tenía razón; era una furcia. La furcia con el alma más negra.
OFF: Siento muchísimo la tardanza. Problemas con la conexión a internet :S
Éline Rimbaud- Fantasma
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Fecha de inscripción : 16/07/2010
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Re: Loin du froid de Décembre (Libre)
Si, si Eline.
Un beso te daré,
tan gélido como la muerte,
tan dulce como el olvido.
Un beso te daré,
tan gélido como la muerte,
tan dulce como el olvido.
Sebastián la envolvió con sus brazos galantes, prendiéndola por encima de sus hombros, volteandola hacia si en aquel baile que ya no era macabro, era de artífices que descubrían sus mascaras. Ella la bella loca, él una bestia curiosa y hambrienta.
- Tiendeme tus labios, Eline.
Entre ellos plantare mi beso,
sabia roja y oscura buscare en ellos,
y me iré dejandote con la vida,
que alzaste, para ti sola
y quizás otros regalos -
Entre ellos plantare mi beso,
sabia roja y oscura buscare en ellos,
y me iré dejandote con la vida,
que alzaste, para ti sola
y quizás otros regalos -
Con su helada mano, alzo su rostro por su mentón hacia el, acercando su rostro, demasiado hermoso, plagado de suaves palabras, ahora si, habladas. Nada de susurros a su mente.
Aquella pobre mujer, era sabia y hermosa. Una oscura belleza palpitaba en su interior, imposible de ser ignorada. Pobre y humilde, se mostraba indefensa al tiempo que por ella pasaba...
Sebastián sonrió, pensando que quizás, solo quizás, un regalo afortunado para una criatura así era la compañía de los inmortales. Entre ellos y con el paso de las edades, podría ser, que alcanzara a recuperarse.
Julián S. de Mendoza- Vampiro Clase Alta
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Re: Loin du froid de Décembre (Libre)
La tormenta de la desesperación arramblaba a la demente con su cruel tempestad. Los ríos de huesos y la carne de víbora se convertían en el abrigo de Éline. En un momento, todo sangra para ella y lo único que le resulta suave al tacto y al alma es el esqueleto frío y polvoriento de un bebé muerto 100 años atrás.
“Avanza”
Éline no tuvo más remedio que avanzar. La voz del vampiro, aterciopelada y engatusadora, la atrae hacia él. Éline sabe, es consciente; la Muerte no se la llevará porque la aprecia demasiado. Así es, la Muerte sólo juega con Éline una y otra vez, una y otra vez. Como una montaña rusa depravada y funesta. El bebé deja de llorar y la enferma avanza cada paso hacia el espíritu sin alma.
La humedad de la tierra le repugnaba, la hojarasca le hacía daño, las piedras se le clavaban y los gusanos la repudiaban; el suelo del camposanto se le hacía hostil y pesado y ella, aún así, avanzó.
Firme y contundente, Éline se plantó frente al vampiro. Ella sabía que no era su dueño, peor quería salvar el alma de la criatura que llevaba en brazos.
Desnuda, desesperada, rota y frágil. Éline se deja contonear como un títere de la feria de las vanidades. El vampiro la coge, galante, caballero. ¿Era entonces una Bestia o sólo un ser que añoraba la belleza de la locura?
Él marca el baile; la danza macabra. Los truenos son las trompetas, la lluvia es el violín. No necesitaban instrumentos porque la Naturaleza efectuaba tal tarea. Armoniosa como aquellas dos criaturas: Sí, Éline sólo podía entonar con las notas pútridas de los no muertos.
El caballero vampiro la cogió por el mentón. Sus labios hablaban, mas no ya la mente. Promesas de cosas que la demente no entendía. Bailaron de forma virulenta y maliciosa. Casta y decentemente. Piruetas, giros, vueltas. Los pies de Éline eran libres, pero a la misma vez, estaban atados a los del vampiro. Música, ¿quién necesitaba música? Ellos eran la música. El viento era la música.
“Baila, Éline. Baila. Baila. Baila”
Y cuando Éline no pudo más, paró. Con la respiración entrecortada, la pelirroja juntó sus labios quebradizos y mordidos con los del vampiro. No eran como los labios de la Víbora, éstos no mordían ni hacían daño.
El beso de Éline fue puro, casto, tierno. “Puta”, era la Víbora la que hablaba, y tenía razón: sus besos ya no podían ser inocentes,porque siempre serían negros y estarían envenenados.
-Ya tienes tu beso ponzoñoso. Déjanos ir ahora...déjanos marchar.-suplicó la demente.
“Avanza”
Éline no tuvo más remedio que avanzar. La voz del vampiro, aterciopelada y engatusadora, la atrae hacia él. Éline sabe, es consciente; la Muerte no se la llevará porque la aprecia demasiado. Así es, la Muerte sólo juega con Éline una y otra vez, una y otra vez. Como una montaña rusa depravada y funesta. El bebé deja de llorar y la enferma avanza cada paso hacia el espíritu sin alma.
La humedad de la tierra le repugnaba, la hojarasca le hacía daño, las piedras se le clavaban y los gusanos la repudiaban; el suelo del camposanto se le hacía hostil y pesado y ella, aún así, avanzó.
Firme y contundente, Éline se plantó frente al vampiro. Ella sabía que no era su dueño, peor quería salvar el alma de la criatura que llevaba en brazos.
Desnuda, desesperada, rota y frágil. Éline se deja contonear como un títere de la feria de las vanidades. El vampiro la coge, galante, caballero. ¿Era entonces una Bestia o sólo un ser que añoraba la belleza de la locura?
Él marca el baile; la danza macabra. Los truenos son las trompetas, la lluvia es el violín. No necesitaban instrumentos porque la Naturaleza efectuaba tal tarea. Armoniosa como aquellas dos criaturas: Sí, Éline sólo podía entonar con las notas pútridas de los no muertos.
El caballero vampiro la cogió por el mentón. Sus labios hablaban, mas no ya la mente. Promesas de cosas que la demente no entendía. Bailaron de forma virulenta y maliciosa. Casta y decentemente. Piruetas, giros, vueltas. Los pies de Éline eran libres, pero a la misma vez, estaban atados a los del vampiro. Música, ¿quién necesitaba música? Ellos eran la música. El viento era la música.
“Baila, Éline. Baila. Baila. Baila”
Y cuando Éline no pudo más, paró. Con la respiración entrecortada, la pelirroja juntó sus labios quebradizos y mordidos con los del vampiro. No eran como los labios de la Víbora, éstos no mordían ni hacían daño.
El beso de Éline fue puro, casto, tierno. “Puta”, era la Víbora la que hablaba, y tenía razón: sus besos ya no podían ser inocentes,porque siempre serían negros y estarían envenenados.
-Ya tienes tu beso ponzoñoso. Déjanos ir ahora...déjanos marchar.-suplicó la demente.
Éline Rimbaud- Fantasma
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