AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Una velada entre fieras [Marianne Louvier, posible +18]
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Una velada entre fieras [Marianne Louvier, posible +18]
La reunión prevista no tuvo lugar donde ella esperaba. En cuanto hubo llegado al imponente palacete de las afueras, no la hicieron pasar a sus salones, no.
Se decía que era de los pocos palacios, que recordaban en arquitectura a un castillo. Dotado de dos partes, con enormes terrenos de jardines dentro y envolviendolo, un torreón desde el que se observaban las tierras y hasta un lago y zoo propios.
Su interior contaban que era mas exquisito todavía, pero eso, sería en otra visita.
Uno de los mayordomos del Duque, cortésmente tomo su abrigo, mientras un paje conducía al cochero a su lugar. Le hicieron saber, que el señor de la casa, la esperaba disfrutando de la noche, fuera, en los jardines.
Con elaborados cuidados la llevaron tras el palacio, a la luz de un quinque.
- Atravesando el laberinto, llegaremos antes, señorita. Una de sus cuatro salidas da lugar a donde esta el señor - con razonable fluidez y cortesía, la condujo por tan ofuscable lugar, a puerto seguro.
Una salida que quedaba al oeste de la casa, a una considerable distancia de la misma. En ella un eficiente jardinero había realizado obras con los setos restantes, para darle la forma deseada por su señor Duque.
- Es la entrada al zoo personal - dijo el mayordomo, dejándola admirar unos momentos, tan hermosas obras, levantado el quinqué para dotar de mayor luz la escena. - Cuando guste, Madame -
- Sonatine, yo me encargo - la interrupción no era otra que la del propio Domingo de la Vega, que se acercaba a ellos con pasos elegantes y decididos.
Aquella noche se había resuelto a vestir ligero, con una pequeña camisa clara y muy suelta que dejaba libertad de movimientos y de imaginación, cayendo por encima del pantalón. Un burdeos de cuero flexible pero firme, que se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel realzando los matices de sus piernas fuertes y gracias a dios por la oscuridad... nada por debajo del vientre.
Iba descalzo, dato curioso, porque gustaba de sentir el frescor de la hierba bajo sus pies.
El criado se retiro, dejándoles estar a solas, llevándose el quinqué con el. Por suerte para ella, la oscuridad no habría de durar, pues al mirar en su dirección se percato de pequeñas antorchas diseminas en torno al camino del que había surgido él.
Por allí, por donde se escuchaban, si ponía la suficiente atención... las fieras.
Se decía que era de los pocos palacios, que recordaban en arquitectura a un castillo. Dotado de dos partes, con enormes terrenos de jardines dentro y envolviendolo, un torreón desde el que se observaban las tierras y hasta un lago y zoo propios.
Su interior contaban que era mas exquisito todavía, pero eso, sería en otra visita.
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Uno de los mayordomos del Duque, cortésmente tomo su abrigo, mientras un paje conducía al cochero a su lugar. Le hicieron saber, que el señor de la casa, la esperaba disfrutando de la noche, fuera, en los jardines.
Con elaborados cuidados la llevaron tras el palacio, a la luz de un quinque.
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- Atravesando el laberinto, llegaremos antes, señorita. Una de sus cuatro salidas da lugar a donde esta el señor - con razonable fluidez y cortesía, la condujo por tan ofuscable lugar, a puerto seguro.
Una salida que quedaba al oeste de la casa, a una considerable distancia de la misma. En ella un eficiente jardinero había realizado obras con los setos restantes, para darle la forma deseada por su señor Duque.
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- Es la entrada al zoo personal - dijo el mayordomo, dejándola admirar unos momentos, tan hermosas obras, levantado el quinqué para dotar de mayor luz la escena. - Cuando guste, Madame -
- Sonatine, yo me encargo - la interrupción no era otra que la del propio Domingo de la Vega, que se acercaba a ellos con pasos elegantes y decididos.
Aquella noche se había resuelto a vestir ligero, con una pequeña camisa clara y muy suelta que dejaba libertad de movimientos y de imaginación, cayendo por encima del pantalón. Un burdeos de cuero flexible pero firme, que se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel realzando los matices de sus piernas fuertes y gracias a dios por la oscuridad... nada por debajo del vientre.
Iba descalzo, dato curioso, porque gustaba de sentir el frescor de la hierba bajo sus pies.
El criado se retiro, dejándoles estar a solas, llevándose el quinqué con el. Por suerte para ella, la oscuridad no habría de durar, pues al mirar en su dirección se percato de pequeñas antorchas diseminas en torno al camino del que había surgido él.
Por allí, por donde se escuchaban, si ponía la suficiente atención... las fieras.
Domingo de la Vega- Vampiro/Realeza
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Re: Una velada entre fieras [Marianne Louvier, posible +18]
Siempre me sentí segura de mí misma, en todo momento,
en todo lugar y aún más en mi interior.
Nada puede ofuscar mi esencia, levanto la cabeza
y sé que puedo enfrentarme a todo.
Soy yo quien marca los límites de mi destino,
pues éste no determina mi futuro.
Entonces ¿Por qué siento tanto miedo?
en todo lugar y aún más en mi interior.
Nada puede ofuscar mi esencia, levanto la cabeza
y sé que puedo enfrentarme a todo.
Soy yo quien marca los límites de mi destino,
pues éste no determina mi futuro.
Entonces ¿Por qué siento tanto miedo?
Los pasos eran medidos, pero no por ello lentos. Si bien era cierto que las cirscunstancias que la llevaban ahí, no eran del todo razonables o incluso sensatas, no tenía más opción que seguir avante. No podía esperar nada más que la total negación de sus pretensiones, para no guardarse esperanzas. Entraba a ese lugar y pensaba si no sería su tumba tras lo que había descubierto a lo largo del tiempo.
Dos meses, sesenta días nada más habían pasado desde que abandonara Madrid en pos de París y había obtenido tanta información, encontrándose en un mundo completamente diferente: oscuro, bárbaro, agonizante y destructor. Un lugar donde personas como ella no podían aspirar a ser libres, porque cuerdas se ataban a sus cuerpos y eran controlados por entes completamente superiores.
Vampiros, hombres lobo, brujas, todo eso existía y más. Ahora mismo no podía hacerse una idea de qué más se ocultaba a sus monótonos ojos de mortal. Todo era parte y consecuencia de acciones mucho más grandes que simplemente el aleteo de una mariposa. Causa y efecto. Vida y muerte. Polos contrapuestos y decididos a no dar tregua.
Y ella, cientos, miles, en medio.
Ahora mismo estaba entrando a ese mundo para darle un nuevo giro a su vida, algo que quizá le hiciera perder más que la vida, podría desvanecerse su esencia, su alma, su destino. Sin embargo, ya muchos habían utilizado sus peones en el gran ajedrez de la vida y ella estaba dispuesta a convertirse, al menos, en una reina. Alguien que pelearía en todas las posiciones y no estaría delimitada por una casilla.
El viaje fue un sueño, el interior del lugar otro mucho más profundo. No despertaba, no regresaba de la inconsciencia y prefería no hacerlo. Se enfrentaba a alguien que había vivido cientos de vidas en comparación a ella, que no tendría piedad, porque lo que Marianne buscaba se alejaba de toda comprensión y podría catalogarse como suicida, bárbaro, estúpido.
¿Acaso no habían sido considerados estúpidos los genios más grandes de la historia?
Aunque Marianne a veces se consideraba una ordinaria humana más de este planeta que habitaba, también sabía que su actitud, personalidad y educación la hacían alguien capaz de soportar este enorme peso que ahora amenazaba con tronar todos y cada uno de los huesos de su cuerpo.
Se lamió los labios con cierto nerviosismo, notándolos hasta entonces, resecos, cuando por fin ante ella empezó a mostrarse el mundo del hombre que podría decidirlo todo. Su futuro, su vida, su felicidad. Un solo paso en falso y todo se vendría abajo cual castillo de naipes golpeado por el viento. Qué frágil resultaba ser todo. Incluso su vida.
El verlo aparecer entre las sombras le causó cierto escalofrío por el resto del cuerpo, empezando desde la nuca y hasta la planta de los pies. Era gallardo, viril, masculino. Podría quizá tomarla para sí y Marianne no se opondría. Al contrario, lo disfrutaría intensamente.
Morbosamente...
Sin embargo, algo en lo profundo de su cuerpo la hizo reaccionar de una forma que no creyó posible de sí: haciendo una magnífica y agradable reverencia, felicitándose por haber elegido galas completamente diferentes a lo que ella realmente era. Sin embargo, después de esta noche, se embarcaba en un viaje que pudiera terminar con su propia esencia si no tenía cuidado.
Era adecuado entonces, cambiar sus ropas por algo completamente opuesto. Así pues, había elegido el rojo sangre resaltado sobre el dorado. Una elección mil años luz a su personalidad, pero había que cambiar, disfrazarse, camuflagearse. Era tan necesario como respirar, si quería que una parte de sí sobreviviera. Hacer lo que su madre le recomendara: fingir con la sociedad, en este caso, con todo el mundo. Ser feliz, salir avante y luego, dar la estocada.
Así pues, con un vestido de escote pronunciado que permitía fijar la vista en el agraciado cuello y las deliciosas curvas de un busto que se antojaba rozar con una mirada o bien, con algo más... carnoso... impúdico quizá para las viejas ancianas, pero agradable a la vista de un varón que sabía apreciar la belleza femenina, como lo era el señor del lugar, tal cual había investigado.
La prenda se ajustaba no sólo a sus brazos, llegando hasta las muñecas, si no que apresaba la cintura, cual brazos masculinos ansiosos de sentirla, dejando sólo un leve vistazo de ella... pequeña e invitadora. Pecaminosas curvas que bajaban formando una redondez propia de una dama, en las caderas que podían ser sujetas, incitantes a ser tomadas por las palmas de las manos del campeón, imaginando cosas impropias e ¿imperdonables?
- Duque De la Vega - dijo suavemente, con una voz levemente ronca por la ansiedad, pero que sin proponérselo, sonaba mucho más sensual de lo que normalmente era. algunos mechones rizados de su cabello cayeron sobre las clavículas marfileñas, soltándose rebeldes del hermoso peinado alto coronado por una diadema de oro, rematada de rubíes que refulgían con el brillo pálido de las antorchas, irreverentes, tocando la piel que podría tener un dueño.
Ahí estaba, dispuesta a sacrificarlo todo de ser necesario, parar por fin la avalancha que se venía ya augurando desde su salida de Inglaterra. Ya era suficiente de tales vivezas, correteos e insolencias. Marianne estaba ahí para arreglarlo todo de una vez y por todas.
Aunque eso significara la muerte de alguien.
Aunque eso significara la muerte de la propia Marianne.
Última edición por Marianne Louvier el Sáb Oct 01, 2011 8:07 pm, editado 1 vez
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Re: Una velada entre fieras [Marianne Louvier, posible +18]
Y aquí estaba, ante él. Esta era la joven de quien tan bien había escuchado en los salones de la realeza y en algún que otro palacio.
Con hermosas galas que deslumbraban su figura a la luz del quinque. Su mayordomo sabia cuanto alzarlo justamente, para que su señor apreciara hasta el ultimo detalle. ¿Un vestido en el color de la sangre? Que apropiado sopeso, desde su escondite, mientras ella admiraba las obras de su jardinero, sin saberse admirada a su vez.
El dulce cuello, agraciado por su desnudez, dejaba paso a las deliciosas curvas de su busto, mostrado con recato por el vestido, pero con la suficiente ligereza para imprimir en él, el pensamiento de lo que un beso, podría hacer sobre piel tan suave. Como si ella supiera sus gustos. Me impresiona, Marianne. Tiene la sabiduría suficiente para interesarse por mis gustos y el valor, para ponerlos a su favor
Una hermosa mortal, que desde hacia algunos días, venia intentando dar con el, según le comentara su secretario. "La señorita Louvier ha pedido verle otra vez, excelencia". Oh, si. Hasta cuatro veces llegara su buen Ricardo a pronunciarse de este modo.
Y la cita llegó, pero no antes de que él, la buscara a ella, por salones y salas. Primero quería vislumbrar un poco en su mente, intrigado descubrió una defensa eficaz, pero pobre ante sus artes... Un gato, si a aquel pobre animal se le podía catalogar en alguna especie. Marianne Louvier siempre pensaba en su gato, cuando él u otro vampiro andaban cerca. ¿Lo sabéis acaso? pensó, tendiéndole la mano gentilmente.
- Señorita, Louvier. He oído muy bien de usted - hablo con franqueza, sin pasarle desapercibido aquellos cabellos rebeldes, que se soltaran de su peinado, dándole por unos instantes un aspecto mas exótico.
Vestía para la ocasión. Para estar junto a el, como una digna dama, pero el refulgir de su aura, sus pensamientos, hicieron descubrir a Domingo lo verdaderamente agitada que la muchacha acudía a el. Como una mariposa que vuela hacia la luz, porque le parece hermosa. Ella se viste con galas, para llamar mi atención. le sonrió cortes, bajando la mirada de sus cabellos, demorándose en aquellas fuentes de inspiración que tenia por ojos. De sus pómulos, se regocijo en sus labios finos y rojizos. - Habéis sido dotada de una hermosura, que podría igualarse a sus majestades - dijo suavemente, halagando a la joven, mientras iniciaba el paseo.
Pasando la primera hilera de antorchas, Marianne descubrió un sin fin de pequeños miradores, a zonas mas bajas, protegiendo al observador, unas pequeñas rejillas de metal a la altura de la cintura.
- Cuando no puedo conciliar bien el sueño, vengo a pasear aquí. Ellos siempre tienen tiempo para escucharme. Y ahora yo, tengo tiempo para escucharla a usted - hablo, acariciando dulcemente el frío hierro de la pasarela, en vez de a ella. Dejándola observar el extraño animal que pastaba al otro lado.
- Puede que ya las viera antes en otro zoo. No las confunda con caballos, no lo son. Estos animales, de la familia de los equinos, son Cebras - dijo, de manera muy natural.
El día que llegaron en sus cajas, había tenido que recordarle lo mismo al mozo que desempacara, con diez golpes de vara sobre la espalda. Por atreverse a tratar a tan bello animal, a golpes de mazo, por creerlos burros a rayas.
Con hermosas galas que deslumbraban su figura a la luz del quinque. Su mayordomo sabia cuanto alzarlo justamente, para que su señor apreciara hasta el ultimo detalle. ¿Un vestido en el color de la sangre? Que apropiado sopeso, desde su escondite, mientras ella admiraba las obras de su jardinero, sin saberse admirada a su vez.
El dulce cuello, agraciado por su desnudez, dejaba paso a las deliciosas curvas de su busto, mostrado con recato por el vestido, pero con la suficiente ligereza para imprimir en él, el pensamiento de lo que un beso, podría hacer sobre piel tan suave. Como si ella supiera sus gustos. Me impresiona, Marianne. Tiene la sabiduría suficiente para interesarse por mis gustos y el valor, para ponerlos a su favor
Una hermosa mortal, que desde hacia algunos días, venia intentando dar con el, según le comentara su secretario. "La señorita Louvier ha pedido verle otra vez, excelencia". Oh, si. Hasta cuatro veces llegara su buen Ricardo a pronunciarse de este modo.
Y la cita llegó, pero no antes de que él, la buscara a ella, por salones y salas. Primero quería vislumbrar un poco en su mente, intrigado descubrió una defensa eficaz, pero pobre ante sus artes... Un gato, si a aquel pobre animal se le podía catalogar en alguna especie. Marianne Louvier siempre pensaba en su gato, cuando él u otro vampiro andaban cerca. ¿Lo sabéis acaso? pensó, tendiéndole la mano gentilmente.
- Señorita, Louvier. He oído muy bien de usted - hablo con franqueza, sin pasarle desapercibido aquellos cabellos rebeldes, que se soltaran de su peinado, dándole por unos instantes un aspecto mas exótico.
Vestía para la ocasión. Para estar junto a el, como una digna dama, pero el refulgir de su aura, sus pensamientos, hicieron descubrir a Domingo lo verdaderamente agitada que la muchacha acudía a el. Como una mariposa que vuela hacia la luz, porque le parece hermosa. Ella se viste con galas, para llamar mi atención. le sonrió cortes, bajando la mirada de sus cabellos, demorándose en aquellas fuentes de inspiración que tenia por ojos. De sus pómulos, se regocijo en sus labios finos y rojizos. - Habéis sido dotada de una hermosura, que podría igualarse a sus majestades - dijo suavemente, halagando a la joven, mientras iniciaba el paseo.
Pasando la primera hilera de antorchas, Marianne descubrió un sin fin de pequeños miradores, a zonas mas bajas, protegiendo al observador, unas pequeñas rejillas de metal a la altura de la cintura.
- Cuando no puedo conciliar bien el sueño, vengo a pasear aquí. Ellos siempre tienen tiempo para escucharme. Y ahora yo, tengo tiempo para escucharla a usted - hablo, acariciando dulcemente el frío hierro de la pasarela, en vez de a ella. Dejándola observar el extraño animal que pastaba al otro lado.
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- Puede que ya las viera antes en otro zoo. No las confunda con caballos, no lo son. Estos animales, de la familia de los equinos, son Cebras - dijo, de manera muy natural.
El día que llegaron en sus cajas, había tenido que recordarle lo mismo al mozo que desempacara, con diez golpes de vara sobre la espalda. Por atreverse a tratar a tan bello animal, a golpes de mazo, por creerlos burros a rayas.
Domingo de la Vega- Vampiro/Realeza
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Re: Una velada entre fieras [Marianne Louvier, posible +18]
Se aleccionaba una y otra vez con que estuviera tranquila, relajada. Las palabras del hombre eran quizá halagadoras con otra mujer que no estuviera tan tensa como Marianne y aún así, logró sonreírle, haciendo una inclinación de cabeza a forma de respuesta, porque si de momento se le ocurría hablar, seguramente diría toda una barbaridad.
Debía ser precavida, ir paso a paso sin apresurarse o todo se iría por la borda. De momento, llenó su mente de imágenes sin fin del pequeño Granchester. Luego, con el camino andado, sus ojos recorrieron la fastuosa propiedad del brazo de su dueño y amo. Don Domingo era todo un cazador, lo pretendía indicar con cada detalle y cada figura expuesta ahí.
Hermosos animales, incluso las cebras, que sólo había visto en libros, se mostraban en todo su esplendor. Una magnificencia que no se hubiera encontrado en ningún otro sitio, así que de momento, prefirió relajarse y disfrutar. Esta experiencia no se repetiría nunca, así que, independientemente de sus labores, lo mejor era admirarlo todo y guardarlo en su memoria.
- Gracias por permitirme llegar hasta usted - dijo mientras observaba a las cebras pastar, ladeando la cabeza, comparándolas con los caballos y los burros - son hermosas, tienen un aire a salvaje que puede olerse a cientos de metros de distancia.
Como su anfitrión. Domingo De la Vega era un hombre muy viril, eso se denotaba en su rostro, en sus rasgos tan bien medidos, su mirada, tan directa y sensual, directa a seducir y a tomar lo que él consideraba suyo. Su voz barítona y ronca, la hacía volar la cabeza, pensando en escucharla más pegada al oído, incitándola a hacer algo que normalmente no haría. Su cuerpo, fornido, indomable, definitivamente masculino, capaz de hacer soñar a una mujer con tenerlo rozándose contra sí.
Las manos grandes y bronceadas, producto de sus tiempos en el sol español, seguramente, pero se mostraban poderosas y prometían mil y un caprichos cumplidos y satisfacciones entregadas. Y esos labios, que no sólo sonreían de esa forma tan suya, que hacía soltar suspiros, si no también pensar en tenerlos... imposible pensar eso, mejor que lo hiciera.
Un largo suspiro salió de su ser, sin habérselo propuesto. Parpadeó intentando recuperar la compostura y concentrarse en las cebras. No debía salirse de contexto, tenía algo importante entre las manos y lo más adecuado era enfocarse en ello.
"Deja de pensar en banalidades, Marianne" se reprendió.
Debía ser precavida, ir paso a paso sin apresurarse o todo se iría por la borda. De momento, llenó su mente de imágenes sin fin del pequeño Granchester. Luego, con el camino andado, sus ojos recorrieron la fastuosa propiedad del brazo de su dueño y amo. Don Domingo era todo un cazador, lo pretendía indicar con cada detalle y cada figura expuesta ahí.
Hermosos animales, incluso las cebras, que sólo había visto en libros, se mostraban en todo su esplendor. Una magnificencia que no se hubiera encontrado en ningún otro sitio, así que de momento, prefirió relajarse y disfrutar. Esta experiencia no se repetiría nunca, así que, independientemente de sus labores, lo mejor era admirarlo todo y guardarlo en su memoria.
- Gracias por permitirme llegar hasta usted - dijo mientras observaba a las cebras pastar, ladeando la cabeza, comparándolas con los caballos y los burros - son hermosas, tienen un aire a salvaje que puede olerse a cientos de metros de distancia.
Como su anfitrión. Domingo De la Vega era un hombre muy viril, eso se denotaba en su rostro, en sus rasgos tan bien medidos, su mirada, tan directa y sensual, directa a seducir y a tomar lo que él consideraba suyo. Su voz barítona y ronca, la hacía volar la cabeza, pensando en escucharla más pegada al oído, incitándola a hacer algo que normalmente no haría. Su cuerpo, fornido, indomable, definitivamente masculino, capaz de hacer soñar a una mujer con tenerlo rozándose contra sí.
Las manos grandes y bronceadas, producto de sus tiempos en el sol español, seguramente, pero se mostraban poderosas y prometían mil y un caprichos cumplidos y satisfacciones entregadas. Y esos labios, que no sólo sonreían de esa forma tan suya, que hacía soltar suspiros, si no también pensar en tenerlos... imposible pensar eso, mejor que lo hiciera.
Un largo suspiro salió de su ser, sin habérselo propuesto. Parpadeó intentando recuperar la compostura y concentrarse en las cebras. No debía salirse de contexto, tenía algo importante entre las manos y lo más adecuado era enfocarse en ello.
"Deja de pensar en banalidades, Marianne" se reprendió.
Última edición por Marianne Louvier el Sáb Oct 01, 2011 8:08 pm, editado 1 vez
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Re: Una velada entre fieras [Marianne Louvier, posible +18]
Usted señorita si que tiene un aire, un aura mejor visto, de salvaje exotismo. Un velo sensual que gira en torno suyo, fluyendo de su cuerpo, realzándola. No sois muy distinta a otras grandes mujeres que en el pasado... caze.
Pensó de ella, común iniciaba de nuevo el camino, separándose lo justo.
Imaginaba y no le resulto difícil de encontrar que así era, que los pensamientos de la joven, como aquellas otras mujeres, ponían rumbo en el viaje de su cuerpo. Pero la joven conseguía anteponer con soltura una voluntad, férrea, para dejar de pensar en él. Cosa que las otras no tuvieron.
¿Banalidades?.
Habréis perdido antes de empezar Marianne... Volvió a pensar el Duque, mientras se detenía frente a otro recinto. Uno de sus favoritos. Lo que esperabais conseguir os lo sacare entre suspiros. Cierto es, no soy hombre fácil de encontrar y vos queréis mantener una armadura de infranqueable frialdad junto a mi. Mas caeréis, como tantas otras, caeréis en mis manos, en mi juego y solo entonces veremos si puedo hacer de vos, peón, caballo u alguna otra pieza de mayor valor.
- He los aquí, joyas Españolas. Son linces ibéricos - corto el aire frente a si, con un movimiento de la palma de la mano.
- Un marcado depredador de hermoso pelaje, agudo y excelente saltador. Cuando encuentra una presa, no la deja marchar hasta saciarse con ella - comento, con un énfasis especial, denotandose pasión - Se aproximara a ella sigiloso, cauto, sin perderla de vista en ningún instante. Se asegurara de estar oculto, dejando pensar a su presa que esta a salvo, hasta que sea demasiado tarde... -
Chasqueo la lengua y se sonrió, común había hablado se estuvo acercado a ella, despacio y ligero. Con pasos medidos por el viento, para que su olor no fuera hasta la presa-mujer y solo llegara a sentir, cuando así lo deseo, el roce suave de sus dedos entre las puntas de sus cabellos.
- ¿Seguimos mi lady?, os habéis quedado dulcemente, embobada con ellos -
Pensó de ella, común iniciaba de nuevo el camino, separándose lo justo.
Imaginaba y no le resulto difícil de encontrar que así era, que los pensamientos de la joven, como aquellas otras mujeres, ponían rumbo en el viaje de su cuerpo. Pero la joven conseguía anteponer con soltura una voluntad, férrea, para dejar de pensar en él. Cosa que las otras no tuvieron.
¿Banalidades?.
Habréis perdido antes de empezar Marianne... Volvió a pensar el Duque, mientras se detenía frente a otro recinto. Uno de sus favoritos. Lo que esperabais conseguir os lo sacare entre suspiros. Cierto es, no soy hombre fácil de encontrar y vos queréis mantener una armadura de infranqueable frialdad junto a mi. Mas caeréis, como tantas otras, caeréis en mis manos, en mi juego y solo entonces veremos si puedo hacer de vos, peón, caballo u alguna otra pieza de mayor valor.
- He los aquí, joyas Españolas. Son linces ibéricos - corto el aire frente a si, con un movimiento de la palma de la mano.
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- Un marcado depredador de hermoso pelaje, agudo y excelente saltador. Cuando encuentra una presa, no la deja marchar hasta saciarse con ella - comento, con un énfasis especial, denotandose pasión - Se aproximara a ella sigiloso, cauto, sin perderla de vista en ningún instante. Se asegurara de estar oculto, dejando pensar a su presa que esta a salvo, hasta que sea demasiado tarde... -
Chasqueo la lengua y se sonrió, común había hablado se estuvo acercado a ella, despacio y ligero. Con pasos medidos por el viento, para que su olor no fuera hasta la presa-mujer y solo llegara a sentir, cuando así lo deseo, el roce suave de sus dedos entre las puntas de sus cabellos.
- ¿Seguimos mi lady?, os habéis quedado dulcemente, embobada con ellos -
Domingo de la Vega- Vampiro/Realeza
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Re: Una velada entre fieras [Marianne Louvier, posible +18]
Habían caminado con tranquilidad, entre pasos medidos para Marianne que nunca acoplaba su paso al del caballero, si no todo lo contrario. Tomada de su brazo, mientras procuraba ver bien dónde ponía cada pie, para no tropezarse en el mejor de los casos o caerse, en el peor. Aunque él estaba tranquilo al conducirla, ella dirigía miradas a su alrededor, curiosa, como una pequeña niña, donde esperaba ver lo que más le gustaba: los felinos. Y pronto se vio recompensada.
- Ahhh - dijo y le soltó, para acercarse lo más que podía, con una enorme sonrisa - siempre me han fascinado los linces, esa expresión de cachorros tan indefensa, pero al mismo tiempo tan llena de seducción y elegancia. Es un animal peligroso, pero no lo es tan imponente como un tigre o un león, pero no por ello desmerece, todo lo contrario. Mientras los primeros se alzan en una belleza más impresionante y llena de potencia, el lince es completamente diferente: discreta, como un magnífico ejemplar con ojos aburridos de tanto cazar y que todo le salga a la perfección. Sí, eso es... un excelso ser de la naturaleza, bellísimo en sus formas, pero al mismo tiempo, capaz de meter en su burbuja de hipnotismo a cualquiera que lo ve.
Se mordió el labio inferior al verlo y sonrió.
- Ahhh - dijo y le soltó, para acercarse lo más que podía, con una enorme sonrisa - siempre me han fascinado los linces, esa expresión de cachorros tan indefensa, pero al mismo tiempo tan llena de seducción y elegancia. Es un animal peligroso, pero no lo es tan imponente como un tigre o un león, pero no por ello desmerece, todo lo contrario. Mientras los primeros se alzan en una belleza más impresionante y llena de potencia, el lince es completamente diferente: discreta, como un magnífico ejemplar con ojos aburridos de tanto cazar y que todo le salga a la perfección. Sí, eso es... un excelso ser de la naturaleza, bellísimo en sus formas, pero al mismo tiempo, capaz de meter en su burbuja de hipnotismo a cualquiera que lo ve.
Se mordió el labio inferior al verlo y sonrió.
- ¡Y tiene cachorros! - dijo feliz y fue a buscar un mejor ángulo para verlos, sin arriesgarse demasiado ni molestarlos - con la luz del día se han de ver deliciosamente bien, ahhh - negó - ojalá me hubiera traído mi cuaderno - pensó en voz alta. Volteó a ver a Domingo y su sonrisa se fue borrando lentamente, porque pensaba algo que no había meditado antes...
Don Domingo era una mezcla entre un lince y un felino mayor. Su altura, su potencia de golpes, la forma acostumbrada de hacer la guerra a quien decidiera, fuera romántica, física o mental. Se decía que Domingo no tenía ninguna falla cuando se decidía a tomar algo, por ello mismo es que estaba acercándose a él. Tenía que investigar si lo que le habían dicho era cierto, pero para ello, tenía que hacerse su aliada. Atacarle, significaría llamar su atención de cazador y como los linces, estaría jugueteando con ella, como una presa con la cual entretenerse antes de comérsela. Debería tener mucho cuidado, para que en lugar de ser la presa, fuera un igual o bien, alguien mucho más respetable. Los linces no atacaban a los osos, a los lobos, aunque diferentes, les respetaban. Debería transformarse en alguien así.
Regresó su mirada hacia los linces, escuchando cada una de las palabras de Don Domingo, describiendo a su vez a los felinos, sintiendo un estremecimiento recorrerla, porque le parecía que se estaba describiendo a él mismo, hermoso, agudo... un vampiro en toda la extensión de la palabra (sí, se había informado de sus movimientos, de sus costumbres y no tenía duda de su naturaleza), que rondaba a su presa, la seducía, la embobaba y al final...
Tragó saliva.
"Al final, se la come, sin dudarlo, cuando ésta deja de serle útil"
Dio un pequeño respingo al sentir que le acariciaba el cabello y volteó a verle, con un reproche en los ojos. No le gustaba que la tocaran, que se le acercaran demasiado, odiaba eso, tras el episodio con su ex prometido en Inglaterra. Le daba cierto repelus y al mismo tiempo, la ponía demasiado nerviosa.
- Son mis favoritos - dijo volteando a ver a los linces por última vez - me fascinan, todos los felinos, sus formas gráciles, su andar sensual, la fiereza de sus ataques, concisos, brutales y perfectos. Pocas son las presas que se les escapan y normalmente es porque hubo algo que les impidió hacer un perfecto ataque: grava suelta, un movimiento de la presa inmediato al ataque, en fin, pero que sea porque ellos calcularon mal - negó - eso no...
Se acomodó un mechón tras la oreja y suspiró, despidiéndose mentalmente de su pasión. Tenía que dibujarlo, sí, quizá algún día él le permitiera venir de día. Pasaría maravillosas horas mirándoles.
Última edición por Marianne Louvier el Sáb Oct 01, 2011 8:13 pm, editado 3 veces
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Re: Una velada entre fieras [Marianne Louvier, posible +18]
Suave y sedosos sus cabellos. Con un olor penetrante, detecto el sensual jazmín, picante canela y atrayente manzana. Sonriendo sin mostrar los dientes, cuando ella se volvió, su rostro intranquilo, sus ojos incandescentes.
- Ah, cual grácil sois - hablo, retirando las manos a su espalda. Cada una de sus palabras vertidas sobre sus adorados animales, le hacían comprender la fascinación de la joven sobre los mismos y por ello, la trampa misma en la que caería no seria sino la resolución de una noche perfecta.
- Los felinos son mis favoritos. Vos habéis descrito en pocos minutos la fascinación, el arte y el cariño que a mi me llevo años desarrollar por estas criaturas. Antaño solo las aves del cielo eran de mi agrado... - continuo, volviendo a caminar, acordándose cuando había empezado a cambiar el reino de los cielos, por el reino de la tierra.
1487.... El año en que visito con Paulette, la primera exposición de fieras en Madrid. Y a ambos les encantaron.
Pensando en como se habían divertido, halagado y comparado con ellos, llevo de su mano a Marianne, hasta un nuevo cerco.- Titan y Nubia, los reyes de la selva... - hablo, presentandole una hermosa pareja de leones. - Tenéis suerte de poder contemplar este acontecimiento.
El león andaba con majestuosos pasos alrededor de la leona, y está, mirándolo inquieta. Algo sucedía, algo que no acababa de prender en la mente de Marianne, todavía.
- El gran león africano, de melena espesa y pasos prodigiosos. Mirad como da cada paso con fuerza y la ronda atento... escogiendo con cuidado... -
Los roces que el macho daba a la hembra, con su hocico sobre el lomo, ladeando la cabeza para procurar espesar su pelaje sobre el de la compañera y hacer que esta permitiera tal acompañamiento.
- El lo sabe, sabe lo que quiere, pero no puede ser descuidado... - Domingo empezó a hablar suavemente, narrando los acontecimientos que ella veía - Sabe que Nubia esta en celo... ahí, mirad la primera caricia consentida... fijaos como el poderoso león frota su cuello contra su compañera-
La observo detenidamente. ¿Que pensáis ahora, Marianne?¿Os seduce observar?. ¿Cuan tan amante sois de las fieras?
- Es tierno y a la vez apasionado sentir el cariño salvaje que una bestia proporciona. Fijaos en los detalles del cortejo, la pose varonil que proporciona al león el poder para imponer su fuerza por todo su cuerpo -
Y es que la hembra ya daba las primeras respuestas acertadas, lamiéndole el cuello o frotando su cabeza entre la corona de pelaje anaranjado. Ya ambos compartian la unión del abrazo animal, donde por instinto conocían los puntos que debían presionar, lamer y frotar.
Los torsos se rozaban, los cuellos se apoyaban en el muslo del contrario, alzaba el cuello la leona y emitía una especie de maullido suave, que recordaba a un gemido suave, cuando el león inclinada la cabeza bajo su torso, pasaba generosamente la lengua sobre los oscuros pezones.
Última edición por Domingo de la Vega el Dom Sep 11, 2011 1:19 pm, editado 1 vez
Domingo de la Vega- Vampiro/Realeza
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Re: Una velada entre fieras [Marianne Louvier, posible +18]
- Yo vengo observándolos desde un gato, hasta mis libros - suspiró - y todos ejercen una fascinación impresionante, desde sus músculos, su caminar, sus poses y forma de lamerse - rió - hasta los bostezos, con los que se estiran desde la cabeza hasta la cola; los colmillos son inquietantes, capaces de desgarrar cualquier tipo de piel y sostener a sus crías con tal cuidado para llevarlas de un lado a otro. Sus jugueteos, con movimientos rápidos, precisos, donde todos los segundos que se tomaban, era para dar un impresionante salto, que llegara hasta su presa, para desgarrarla con esas uñas tan afiladas y potentes. Un solo rasguño - se miró el brazo, donde tenía uno de los jugueteos de Granchester - y te hacen pensar qué harán si lo hicieran para matar, para desgarrar.
Fue de su mano, extrañada por tal contacto, pero sin embargo, sintiéndose realmente a gusto. Su roce, aunque frío, estaba causándole un bienestar que le contrariaba, es decir, ¿Por qué? Era un vampiro, era seductor, era todo un dios griego, alto, fuerte, gallardo, impresionante en cada una de sus formas de actuar y de ser, que seducía, que hacía pensar en tantas cosas agradables y al mismo tiempo, pecaminosas. Tanto como lo que a veces sentía con Sebastián. ¿Estaría destinada a pecar una y otra vez? Aunque bueno, al menos él no era su... Cerró los ojos y se olvidó de todo lo que pensaba, cuando la dejó ante los felinos más impresionantes del mundo.
- Los reyes de la selva - asintió mirándolos - Titán y Nubia, maravillosos nombres, que les quedan muy bien, había visto una pareja en Madrid, pero hasta ahí. Nunca tan cerca, porque esa vez estaban recién cazados y por ello mismo, eran muy agresivos y salvajes. Sin embargo... - se quedó callada cuando vio el cortejo. Tragó saliva y le temblaron levemente los labios, era impresionante la forma en que el león se le acercaba, precavido, pero decidido, sabiendo que ella le contestaría, le respondería. Pasos lentos, pero determinados, ante el nerviosismo inicial de la hembra. Si algo salía mal, seguramente los garrazos caerían sin dudar, uno tras otro, alejando. Por ello era que él lo hacía con cuidado, con pasos medidos, un leve roce... su hocico, su pelaje, su piel contra el de la hembra, que parecía más inquieta, pero lentamente respondía, accedía ante los avances, anhelante y deseosa...
Marianne nunca había visto algo así y las palabras de Domingo, alabando al macho, que lentamente conseguía más y más avanzar sobre una hembra que no tenía oportunidad en contra de sus instintos y deseos. ¿Era así? ¿Una mujer se dejaba llevar por el anhelo y las necesidades que su cuerpo le exigía satisfacer? Alguna vez un miembro de la realeza rusa le dijo que se entregaría cuando ella lo deseara, no por ser parte de un matrimonio. Cuando fuera ella la que lo anhelara, independientemente de con quién fuera, lo hiciera, lo disfrutara.
La primera caricia consentida era la que desataba toda la relación sexual, donde los ímpetus y los instintos gobernaban y dejaban atrás la mentalidad, el raciocinio, la fuerza de voluntad. La leona aceptaba su inferioridad ante el león, pero sobre todo, estaba de acuerdo en estar con él, en que él la tomara para elevar su masculinidad, dándole la más grande de los triunfos: la procreación. Si él la preñaba, entonces ella sería suya durante el tiempo que gestara a su cría y el que le llevara para criarlo. Estaría marcada y él, sería feliz, por su logro e iría a por otra... Mientras ella se quedaba durante mucho tiempo en la sombra, ningún macho se acercaría a ella y hasta que no terminara su cría de independizarse, ni siquiera el padre de la misma. De nuevo la supremacía masculina sobre la femenina..
El maullido fue lo que la sacó de sus pensamientos, observó a la leona aceptar las caricias, los lengüetazos y sintió un calor que empezaba a inundarla, tragando saliva, se sintió incómoda... la preparaba para tenerla, para disfrutarse ambos... y si el apareamiento no rendía frutos, volverían. ¿Lo disfrutaban de tanto en tanto? Seguramente sí, porque si no, la leona no... no, no, ellos eran animales, se guiaban por instinto, los deseos de la hembra no importaban, lo importante era el impulso de procrear, la constante rueda de la vida.
En cambio, en los hombres, eso era completamente diferente. Porque mientras buscaban la procreación, la pareja casada, los que estaban solteros, buscaban el placer, el sentirse amados, queridos, deseados, al menos las mujeres. Los hombres, sólo reafirmar la relación de superioridad y posesión sobre una o varias mujeres, hasta marcarlas... Seguramente Domingo pertenecería a ese último grupo, no se lo imaginaba teniendo a una mujer sólo por el placer de hacerla gozar por amarla, por quererla, por mimarla.
Fue de su mano, extrañada por tal contacto, pero sin embargo, sintiéndose realmente a gusto. Su roce, aunque frío, estaba causándole un bienestar que le contrariaba, es decir, ¿Por qué? Era un vampiro, era seductor, era todo un dios griego, alto, fuerte, gallardo, impresionante en cada una de sus formas de actuar y de ser, que seducía, que hacía pensar en tantas cosas agradables y al mismo tiempo, pecaminosas. Tanto como lo que a veces sentía con Sebastián. ¿Estaría destinada a pecar una y otra vez? Aunque bueno, al menos él no era su... Cerró los ojos y se olvidó de todo lo que pensaba, cuando la dejó ante los felinos más impresionantes del mundo.
- Los reyes de la selva - asintió mirándolos - Titán y Nubia, maravillosos nombres, que les quedan muy bien, había visto una pareja en Madrid, pero hasta ahí. Nunca tan cerca, porque esa vez estaban recién cazados y por ello mismo, eran muy agresivos y salvajes. Sin embargo... - se quedó callada cuando vio el cortejo. Tragó saliva y le temblaron levemente los labios, era impresionante la forma en que el león se le acercaba, precavido, pero decidido, sabiendo que ella le contestaría, le respondería. Pasos lentos, pero determinados, ante el nerviosismo inicial de la hembra. Si algo salía mal, seguramente los garrazos caerían sin dudar, uno tras otro, alejando. Por ello era que él lo hacía con cuidado, con pasos medidos, un leve roce... su hocico, su pelaje, su piel contra el de la hembra, que parecía más inquieta, pero lentamente respondía, accedía ante los avances, anhelante y deseosa...
Marianne nunca había visto algo así y las palabras de Domingo, alabando al macho, que lentamente conseguía más y más avanzar sobre una hembra que no tenía oportunidad en contra de sus instintos y deseos. ¿Era así? ¿Una mujer se dejaba llevar por el anhelo y las necesidades que su cuerpo le exigía satisfacer? Alguna vez un miembro de la realeza rusa le dijo que se entregaría cuando ella lo deseara, no por ser parte de un matrimonio. Cuando fuera ella la que lo anhelara, independientemente de con quién fuera, lo hiciera, lo disfrutara.
La primera caricia consentida era la que desataba toda la relación sexual, donde los ímpetus y los instintos gobernaban y dejaban atrás la mentalidad, el raciocinio, la fuerza de voluntad. La leona aceptaba su inferioridad ante el león, pero sobre todo, estaba de acuerdo en estar con él, en que él la tomara para elevar su masculinidad, dándole la más grande de los triunfos: la procreación. Si él la preñaba, entonces ella sería suya durante el tiempo que gestara a su cría y el que le llevara para criarlo. Estaría marcada y él, sería feliz, por su logro e iría a por otra... Mientras ella se quedaba durante mucho tiempo en la sombra, ningún macho se acercaría a ella y hasta que no terminara su cría de independizarse, ni siquiera el padre de la misma. De nuevo la supremacía masculina sobre la femenina..
El maullido fue lo que la sacó de sus pensamientos, observó a la leona aceptar las caricias, los lengüetazos y sintió un calor que empezaba a inundarla, tragando saliva, se sintió incómoda... la preparaba para tenerla, para disfrutarse ambos... y si el apareamiento no rendía frutos, volverían. ¿Lo disfrutaban de tanto en tanto? Seguramente sí, porque si no, la leona no... no, no, ellos eran animales, se guiaban por instinto, los deseos de la hembra no importaban, lo importante era el impulso de procrear, la constante rueda de la vida.
En cambio, en los hombres, eso era completamente diferente. Porque mientras buscaban la procreación, la pareja casada, los que estaban solteros, buscaban el placer, el sentirse amados, queridos, deseados, al menos las mujeres. Los hombres, sólo reafirmar la relación de superioridad y posesión sobre una o varias mujeres, hasta marcarlas... Seguramente Domingo pertenecería a ese último grupo, no se lo imaginaba teniendo a una mujer sólo por el placer de hacerla gozar por amarla, por quererla, por mimarla.
Última edición por Marianne Louvier el Sáb Oct 01, 2011 8:18 pm, editado 1 vez
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Re: Una velada entre fieras [Marianne Louvier, posible +18]
Domingo se aparto del cerco aguijoneado por aquel ultimo pensamiento. ¿Que sabría ella de lo que era el amor? Un humano por media de vida, no concebía el tiempo para amar y odiar, con la pasión de los inmortales.
- Hablad de lo que habéis venido a pedirme - impero en voz - Se acabo el tiempo de pasear, dulce señorita. Mucho me temo que sino, la noche se nos pasara volando e imaginando, incluso las cosas que no son - no era un regaño abierto, pero podría darse validez si ella ataba cabos.
Además, ya sabia que era el. Su mente fluía de pensamientos y si únicamente no estaba allí desprotegida, era porque algo en el fondo de su ser, blandía presto hacia Domingo, para evitarle la caída triunfal ante sus colmillos. Niña desdichada que dejaba volar su imaginación y pasiones demasiado altas, como Icaro con alas de cera. La quemare, si no se anda con cuidado pensó, apretando las manos. El juicio ligero, es aborrecible
Suspiro y se retiro a las sombras entre los cercos, lejos de las lenguas de fuego que recorrían las brasas, de las antorchas. Fuera de su vista, escondiendo el rostro, para que no alcanzara a vislumbrar en que pudiera pensar. Solo le dejaría entrever su pecho, donde sus manos se cruzaban sobre el mismo, defensivo.
Marianne interrumpió su pensamiento, volteó a ver cómo se había apartado de sí, con movimientos bruscos, pasos largos, tensión en los hombros. Curioso. Hablaba muy duramente, como si lo que hubiera dicho le molestara. Un momento, un momento, ¡No había dicho nada, absolutamente nada...! Lo había pensado . Se sonrió con sorna e ironía, menudo momento para saber ahora que él podía leer las mentes. El episodio con los felinos le hizo olvidar de proteger su mente, por lo que había sido un desliz imperdonable. Así que se había acabado el mostrarle su coto de cacería, de ser amable por un pensamiento que le había hecho de forma inoportuna. Bien, pues ahora las cosas eran mucho más delicadas de lo que en el inicio habían sido.
Vio su posición defensiva (dibujaba la figura humana desde pequeña, por lo que podía leer perfectamente el idioma corporal), no estaban ya en buenos términos, por lo que negó con la cabeza. Se acercó a él, sin el menor de los temores, enfrentando su situación y sabiendo que si no lo hacía, entonces todo por lo que había luchado, estaba perdido. Se detuvo hasta que estuvo ante él por cuatro pasos... podía verle completamente, suspiró y se lamió los labios.
- De acuerdo, no sé qué haya pensado que lo ofendiera, sin embargo, no vengo a pensar mal de usted... - se quedó en silencio, pensando en su gato, sólo sintiendo... rabia porque le había leído lo que por derecho no era de su incumbencia... tristeza porque recordó sus palabras y llegó a sospechar qué era lo que le había lastimado... y determinación, tenía que hacerlo, que lograr lo que necesitaba - ni a que me lea la mente sin mi consentimiento - dijo con cierta molestia en la voz y le miró a donde los ojos brillaban con la luz de la luna - quiero una alianza, eso necesito... tengo información que a usted puede hacerle mucho daño y también, algunos datos que necesito apruebe, para que los reyes acepten lo que tengo que decirles. Sin embargo, si empezamos con el pie izquierdo, como ahora lo hemos hecho, usted tendrá en su puerta a la guardia de los reyes y yo jamás obtendré el título que busco - parpadeó - usted dice.
Su gato era el mas feo de los felinos que hubiera contemplado jamas. Un horrendo animal, que pervertía las emociones hacia la raza, pero no era la suficiente defensa para su edad y experiencia.
Permitió cada uno de los pasos hacia el, mientras su espíritu se abría paso en los salones de su consciencia, cabalgando sobre olas de pensamientos inútiles, sueños de infancia, pesadillas de hogueras, perdidas, amores y.... Mmm, traición, así que fue eso.
Modelo con la mano la llave de aquella fragancia, el oneroso olor del mismo era una neblina rojo parda en lo profundo de su mente. Olor de lágrimas y despecho.
De búsquedas ansiadas al entrar en los terrenos de los monstruos, primero en sorpresa y horror y poco a poco, en entusiasmo, curiosidad y valentía. Hasta los mismos hilos de tramas olvidadas y secretos de alcoba, desechando los poco elaborados, por las riendas de plata de los verdaderos jugadores tras el tablero de ajedrez, que era el mundo.
Y solo entonces, la percepción de su sonido, la entonación de sus palabras le permitió encontrar el hilo, donde ella había estado husmeado y descubrir con resquemor, que era suyo, su conspiración.
Me da jaque de peón a Rey, quien lo habría dicho pensó, desenlazando sus manos para posarlas sobre las suyas, si bien a ella no le gustaba que la tocasen, a Domingo, le molestaba que jugadores no invitados, quisieran entrar en el tablero. Curiosamente otra mujer, si.
Marianne era una entrañable convinacion de osadía, pasión, rebeldía, cabezoneria y sinceridad. Partes mismas de él, partes mismas de...
- Yo ame una vez, intensamente. Hasta que ardieron las estrellas - dijo suavemente, con el corazón en el puño, para que supiera cuan profundo había dado el corte, con sus palabras anteriores. Apretando sus manos frías, entrelazándolas entre sus dedos - Ella era mi reina, el afil de Inglaterra - suspiro - Me recordáis mucho a ella y también a mi. Acepto. De peón, os convertis en caballo en una noche. Os felicito -
- Hablad de lo que habéis venido a pedirme - impero en voz - Se acabo el tiempo de pasear, dulce señorita. Mucho me temo que sino, la noche se nos pasara volando e imaginando, incluso las cosas que no son - no era un regaño abierto, pero podría darse validez si ella ataba cabos.
Además, ya sabia que era el. Su mente fluía de pensamientos y si únicamente no estaba allí desprotegida, era porque algo en el fondo de su ser, blandía presto hacia Domingo, para evitarle la caída triunfal ante sus colmillos. Niña desdichada que dejaba volar su imaginación y pasiones demasiado altas, como Icaro con alas de cera. La quemare, si no se anda con cuidado pensó, apretando las manos. El juicio ligero, es aborrecible
Suspiro y se retiro a las sombras entre los cercos, lejos de las lenguas de fuego que recorrían las brasas, de las antorchas. Fuera de su vista, escondiendo el rostro, para que no alcanzara a vislumbrar en que pudiera pensar. Solo le dejaría entrever su pecho, donde sus manos se cruzaban sobre el mismo, defensivo.
Marianne interrumpió su pensamiento, volteó a ver cómo se había apartado de sí, con movimientos bruscos, pasos largos, tensión en los hombros. Curioso. Hablaba muy duramente, como si lo que hubiera dicho le molestara. Un momento, un momento, ¡No había dicho nada, absolutamente nada...! Lo había pensado . Se sonrió con sorna e ironía, menudo momento para saber ahora que él podía leer las mentes. El episodio con los felinos le hizo olvidar de proteger su mente, por lo que había sido un desliz imperdonable. Así que se había acabado el mostrarle su coto de cacería, de ser amable por un pensamiento que le había hecho de forma inoportuna. Bien, pues ahora las cosas eran mucho más delicadas de lo que en el inicio habían sido.
Vio su posición defensiva (dibujaba la figura humana desde pequeña, por lo que podía leer perfectamente el idioma corporal), no estaban ya en buenos términos, por lo que negó con la cabeza. Se acercó a él, sin el menor de los temores, enfrentando su situación y sabiendo que si no lo hacía, entonces todo por lo que había luchado, estaba perdido. Se detuvo hasta que estuvo ante él por cuatro pasos... podía verle completamente, suspiró y se lamió los labios.
- De acuerdo, no sé qué haya pensado que lo ofendiera, sin embargo, no vengo a pensar mal de usted... - se quedó en silencio, pensando en su gato, sólo sintiendo... rabia porque le había leído lo que por derecho no era de su incumbencia... tristeza porque recordó sus palabras y llegó a sospechar qué era lo que le había lastimado... y determinación, tenía que hacerlo, que lograr lo que necesitaba - ni a que me lea la mente sin mi consentimiento - dijo con cierta molestia en la voz y le miró a donde los ojos brillaban con la luz de la luna - quiero una alianza, eso necesito... tengo información que a usted puede hacerle mucho daño y también, algunos datos que necesito apruebe, para que los reyes acepten lo que tengo que decirles. Sin embargo, si empezamos con el pie izquierdo, como ahora lo hemos hecho, usted tendrá en su puerta a la guardia de los reyes y yo jamás obtendré el título que busco - parpadeó - usted dice.
Su gato era el mas feo de los felinos que hubiera contemplado jamas. Un horrendo animal, que pervertía las emociones hacia la raza, pero no era la suficiente defensa para su edad y experiencia.
Permitió cada uno de los pasos hacia el, mientras su espíritu se abría paso en los salones de su consciencia, cabalgando sobre olas de pensamientos inútiles, sueños de infancia, pesadillas de hogueras, perdidas, amores y.... Mmm, traición, así que fue eso.
Modelo con la mano la llave de aquella fragancia, el oneroso olor del mismo era una neblina rojo parda en lo profundo de su mente. Olor de lágrimas y despecho.
De búsquedas ansiadas al entrar en los terrenos de los monstruos, primero en sorpresa y horror y poco a poco, en entusiasmo, curiosidad y valentía. Hasta los mismos hilos de tramas olvidadas y secretos de alcoba, desechando los poco elaborados, por las riendas de plata de los verdaderos jugadores tras el tablero de ajedrez, que era el mundo.
Y solo entonces, la percepción de su sonido, la entonación de sus palabras le permitió encontrar el hilo, donde ella había estado husmeado y descubrir con resquemor, que era suyo, su conspiración.
Me da jaque de peón a Rey, quien lo habría dicho pensó, desenlazando sus manos para posarlas sobre las suyas, si bien a ella no le gustaba que la tocasen, a Domingo, le molestaba que jugadores no invitados, quisieran entrar en el tablero. Curiosamente otra mujer, si.
Marianne era una entrañable convinacion de osadía, pasión, rebeldía, cabezoneria y sinceridad. Partes mismas de él, partes mismas de...
- Yo ame una vez, intensamente. Hasta que ardieron las estrellas - dijo suavemente, con el corazón en el puño, para que supiera cuan profundo había dado el corte, con sus palabras anteriores. Apretando sus manos frías, entrelazándolas entre sus dedos - Ella era mi reina, el afil de Inglaterra - suspiro - Me recordáis mucho a ella y también a mi. Acepto. De peón, os convertis en caballo en una noche. Os felicito -
Domingo de la Vega- Vampiro/Realeza
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Re: Una velada entre fieras [Marianne Louvier, posible +18]
Y lo había vuelto a hacer, se reconoció, había leído su mente y quizá mucho más profundo de lo que nunca antes Sebastián o cualquier otro vampiro hubiera husmeado. Aunque no le gustaba que le tocaran, le permitió el contacto, que entrelazara sus dedos con los suyos y bajó la cabeza mirando ambos. Tan diferentes, tan iguales. Humanos en forma, pero como el agua y el aceite en esencia. Él, un vampiro, ella, una humana. Observó sus diferencias, masculino y femenino, complementos de un todo y al mismo tiempo, dos polos que pueden repelerse, si el caso lo amerita. Callada, escuchó sus palabras. Así que era cierto el rumor de que los antiguos vampiros podían tener amores que destrozaran sus almas hasta fragmentarlas, como la de Marianne alguna vez terminó así, cuando había perdido al hombre de su vida. Alzó la mirada y ladeó la cabeza a la derecha, unos cuantos ángulos, observándolo largamente, sin importarle que leyera ya su mente. Ya había entrometido su curiosidad hasta la parte más profunda del otro. Ambos lo habían hecho.
- Gracias... el plan está hecho, en la mesa se encuentra, pero no sólo hay una persona viéndolo, hay otras dos con diferentes sentimientos. Una, deseando aniquilar al que lo ha pensado; la otra, queriendo utilizar el plan para llegar a obtener el dinero que le falta. Uno de ellos, está llegando al fondo del asunto, aunque le falta la persona que lo está orquestando. El otro, no está interesado más que en adueñárselo y ser él quien dé la cuchillada final. Uno no me preocupa, más que para destruirlo, el otro sí que es importante, porque es parte de la gente de confianza del rey. Es de este último, del que deberíamos cuidarnos y al mismo tiempo, utilizarle para que descubra la traición del que está caminando por la cuerda floja. Si con sus habilidades - se soltó y caminó hacia un árbol, para acariciar su tronco - puede cambiarle los recuerdos al que ha confesado el secreto y lo dirige hacia el aprovechado, podría quedar usted ante los reyes como un héroe y yo... - sonrió - si me da el crédito que necesito para tener la oportunidad de presentarles el título que he heredado y ser nombrada duquesa, me daría por bien servida.
Volteó a verle y suspiró, cruzándose de brazos, esperando que él decidiera. No tenía la facultad de leerle la mente, pero si él lo hacía con la suya, vería que no estaba en su intención el traicionarle, si no hacer una alianza con él. Porque aquél aprovechado que iba a utilizar el plan de Domingo, no era otro más que su ex-prometido y a ese sí que quería ponerle en su lugar. Y si ese era el cadalso, pues ni modo, tendría que ser ese, aunque esperaba que le cortaran la cabeza por todas sus fechorías. De todas formas, tenía las pruebas de que había sido él quien matara a su padre para obtener el título que ahora ostentaba y que, para poder casarse con ella legítimamente y obtener su dinero, mandó matar a su familia en un accidente de carruaje. Algo soberbio, de no ser porque uno de los ejecutores era amigo de una persona allegada a Marianne. El destino le daba las armas para hacer "justicia" con su ex-prometido, sólo necesitaba a alguien cercano a los reyes. Don Domingo De la Vega era un duque de renombre, que había ostentado ese título durante muchas veces a lo largo de la historia, como investigó durante dos meses. Así que si el vampiro le permitía ser su aliada...
- Piénselo, lo que quiero es que se me reconozca como Duquesa, tengo el título que lo acredita, me lo heredaron, así que es fácil conseguirlo, sólo necesito que los reyes me lo reconozcan y si usted presenta el caso y yo las pruebas de quién es mi ex-prometido, tendría usted la oportunidad de que el noble que quiere investigar, deje de hacerlo y yo obtenga lo que por derecho me corresponde. Claro, usted obtiene una aliada y otra oportunidad. ¿Le parece bien?
- Gracias... el plan está hecho, en la mesa se encuentra, pero no sólo hay una persona viéndolo, hay otras dos con diferentes sentimientos. Una, deseando aniquilar al que lo ha pensado; la otra, queriendo utilizar el plan para llegar a obtener el dinero que le falta. Uno de ellos, está llegando al fondo del asunto, aunque le falta la persona que lo está orquestando. El otro, no está interesado más que en adueñárselo y ser él quien dé la cuchillada final. Uno no me preocupa, más que para destruirlo, el otro sí que es importante, porque es parte de la gente de confianza del rey. Es de este último, del que deberíamos cuidarnos y al mismo tiempo, utilizarle para que descubra la traición del que está caminando por la cuerda floja. Si con sus habilidades - se soltó y caminó hacia un árbol, para acariciar su tronco - puede cambiarle los recuerdos al que ha confesado el secreto y lo dirige hacia el aprovechado, podría quedar usted ante los reyes como un héroe y yo... - sonrió - si me da el crédito que necesito para tener la oportunidad de presentarles el título que he heredado y ser nombrada duquesa, me daría por bien servida.
Volteó a verle y suspiró, cruzándose de brazos, esperando que él decidiera. No tenía la facultad de leerle la mente, pero si él lo hacía con la suya, vería que no estaba en su intención el traicionarle, si no hacer una alianza con él. Porque aquél aprovechado que iba a utilizar el plan de Domingo, no era otro más que su ex-prometido y a ese sí que quería ponerle en su lugar. Y si ese era el cadalso, pues ni modo, tendría que ser ese, aunque esperaba que le cortaran la cabeza por todas sus fechorías. De todas formas, tenía las pruebas de que había sido él quien matara a su padre para obtener el título que ahora ostentaba y que, para poder casarse con ella legítimamente y obtener su dinero, mandó matar a su familia en un accidente de carruaje. Algo soberbio, de no ser porque uno de los ejecutores era amigo de una persona allegada a Marianne. El destino le daba las armas para hacer "justicia" con su ex-prometido, sólo necesitaba a alguien cercano a los reyes. Don Domingo De la Vega era un duque de renombre, que había ostentado ese título durante muchas veces a lo largo de la historia, como investigó durante dos meses. Así que si el vampiro le permitía ser su aliada...
- Piénselo, lo que quiero es que se me reconozca como Duquesa, tengo el título que lo acredita, me lo heredaron, así que es fácil conseguirlo, sólo necesito que los reyes me lo reconozcan y si usted presenta el caso y yo las pruebas de quién es mi ex-prometido, tendría usted la oportunidad de que el noble que quiere investigar, deje de hacerlo y yo obtenga lo que por derecho me corresponde. Claro, usted obtiene una aliada y otra oportunidad. ¿Le parece bien?
Última edición por Marianne Louvier el Sáb Oct 01, 2011 8:22 pm, editado 1 vez
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Re: Una velada entre fieras [Marianne Louvier, posible +18]
- Los planes trazados, que son descubiertos poco sentido guardan de volver a ser puestos en juego - respondió tras haber dado largos minutos de escucha.
El hombre que mucho quiere abarcar, si no tiene cuidado al trepar cae desde lo mas alto de los cielos a los infiernos suspiro profundamente atusándose la barba. La cita era, de mucha profundidad. Tan pecado había sido ser descubierto, como pecar seria marcárselo a otro. Por otro lado, la dama era despierta, sagaz y todos aquellos dones que hubiera descubiertole antes.
Y ahora de mejor cuna. Descubrió su rostro, en un solo paso hacia ella.
- ¿Cual es el escudo de ese Duquesado? - existían muchos y nobles no reclamados por toda la grande España. Muchos por deudas y otrores por falta de descendencia, que acabaran en manos de la Iglesia y esa si que no soltaba o de sus buenas Señorías, en cuyo caso...
- Amerite Honores - recito - Merito por honor. Si, descubrir un complot os ayudaría mucho, dicho de mis labios a sus reales oídos - sonrió comedido - No es una alianza que haya buscado, pero es una que perfeccionaremos. Ahora, mostradme ese escudo, sepamos a que Duquesado voy a alzar -
En lo que esperaba que ella pensara o mostrara el documento, cerro los ojos, repasando los entresijos de su plan. Había sido meticuloso y obcecado, hasta el extremo. Cada persona había sido elegida cuidadosamente y algunos, incluso influidos por su voz, para que actuaran solo en el momento preciso.
Todo se hubo desarrollado bien los dos primeros años, rodando en la pendiente que Domingo desarrollara. Cada pieza un actor, al que con ligeros toques de azar, conducía la obra hasta su siguiente desenlace teatral. Alguna que otra vez, su narrador (el propio Domingo) matizaba una u otra escena, con una aparición momentánea de alegría, pena u gloria, para realzar a una dama, a un villano o al noble que habría de verselas con la hoja de su destino final.
Y ahora... ahora todo aquello se había deshilado, por que alguien no estaba contento con lo ganado. ¿Quien entre sus nobles allegados puso aquella ficha?. Aquel ex-amante de Marianne, en SU tablero. Lo averiguaría, y lo desplazaría, como todas aquellas notas si hubiesen, de esta cuidadosa trama.
En cuando al ex- , pasaría por la osadía de creerse su estrategia en buena marcha, solo para dejarle convertido en el propio cabeza de turco de su aventura. Así Domingo saldría impune, caerían los osados y sellaría la alianza con Marianne, con el Duquesado que tanto ansiaba. Y aun así, tendré que vigilaros unos años pensó, abriendo los ojos. No fuera la joven a querer escalar algún peldaño que otro mas, para convertirse en "afil" o "reina" en los tableros de los Reyes, a su costa.
El hombre que mucho quiere abarcar, si no tiene cuidado al trepar cae desde lo mas alto de los cielos a los infiernos suspiro profundamente atusándose la barba. La cita era, de mucha profundidad. Tan pecado había sido ser descubierto, como pecar seria marcárselo a otro. Por otro lado, la dama era despierta, sagaz y todos aquellos dones que hubiera descubiertole antes.
Y ahora de mejor cuna. Descubrió su rostro, en un solo paso hacia ella.
- ¿Cual es el escudo de ese Duquesado? - existían muchos y nobles no reclamados por toda la grande España. Muchos por deudas y otrores por falta de descendencia, que acabaran en manos de la Iglesia y esa si que no soltaba o de sus buenas Señorías, en cuyo caso...
- Amerite Honores - recito - Merito por honor. Si, descubrir un complot os ayudaría mucho, dicho de mis labios a sus reales oídos - sonrió comedido - No es una alianza que haya buscado, pero es una que perfeccionaremos. Ahora, mostradme ese escudo, sepamos a que Duquesado voy a alzar -
En lo que esperaba que ella pensara o mostrara el documento, cerro los ojos, repasando los entresijos de su plan. Había sido meticuloso y obcecado, hasta el extremo. Cada persona había sido elegida cuidadosamente y algunos, incluso influidos por su voz, para que actuaran solo en el momento preciso.
Todo se hubo desarrollado bien los dos primeros años, rodando en la pendiente que Domingo desarrollara. Cada pieza un actor, al que con ligeros toques de azar, conducía la obra hasta su siguiente desenlace teatral. Alguna que otra vez, su narrador (el propio Domingo) matizaba una u otra escena, con una aparición momentánea de alegría, pena u gloria, para realzar a una dama, a un villano o al noble que habría de verselas con la hoja de su destino final.
Y ahora... ahora todo aquello se había deshilado, por que alguien no estaba contento con lo ganado. ¿Quien entre sus nobles allegados puso aquella ficha?. Aquel ex-amante de Marianne, en SU tablero. Lo averiguaría, y lo desplazaría, como todas aquellas notas si hubiesen, de esta cuidadosa trama.
En cuando al ex- , pasaría por la osadía de creerse su estrategia en buena marcha, solo para dejarle convertido en el propio cabeza de turco de su aventura. Así Domingo saldría impune, caerían los osados y sellaría la alianza con Marianne, con el Duquesado que tanto ansiaba. Y aun así, tendré que vigilaros unos años pensó, abriendo los ojos. No fuera la joven a querer escalar algún peldaño que otro mas, para convertirse en "afil" o "reina" en los tableros de los Reyes, a su costa.
Domingo de la Vega- Vampiro/Realeza
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Re: Una velada entre fieras [Marianne Louvier, posible +18]
Hizo una mueca, no, claro que había trazado bien su plan, durante muchas noches con sus días, sabía bien a dónde ir, a con quién ir, cómo dirigirse y qué obtener a cambio. Si bien los entresijos de toda una maraña de mentiras no lo conocía del todo, sí era buena decidiendo qué hacer, cómo hacerlo y sobre todo, manteniendo el secreto, mientras que su mente establecía las pautas para continuar y ver qué dificultades y fallos tenía su plan. Aunque debía hacerle caso, Don Domingo era mucho más versado en ésto que ella, tenía muchos años de práctica, así que no debería desoír sus palabras. Era como una pequeña ante su padre, por lo que debía ser más precavida y darle todo el plan para que lo perfeccionara.
El Ducado... y su mente fue hacia atrás, cuando le llegara la carta a París, diciéndole que uno de sus tíos había muerto y que, en vista de que su madre estaba casada con un francés y podría ser que heredara éste la mitad de sus bienes, prefería dejárselos a Marianne, su única sobrina nieta y eso había hecho. Una enorme mansión y algunas tierras a su alrededor eran ahora propiedad de la joven Louvier. De un tío que pocas veces había conocido, pero que sin embargo, había muerto sin esposa ni hijos, teniendo como únicos familiares a Marianne y su madre. Por lo que al ir a inspeccionar el lugar, se había quedado azorada porque era realmente impresionante y no sólo eso, si no que había encontrado, oculto entre algunos libros, un documento que su padre, un escriba, había reconocido como original. Un título nobiliario, de hacía mucho tiempo, a nombre del padre de su tío y por lo tanto, abuelo de su madre, quien a su vez, se lo había heredado a su hijo. Un hijo que quizá jamás supiera de lo que había en la biblioteca oculto o bien, no quisiera reconocerse como Duque ante todas las obligaciones que contraía un título de esa naturaleza, pero que sin embargo, en manos de Marianne significaba muchas cosas: libertad de un ex-prometido que se lo pensaría dos veces antes de acercarse a una Duquesa, obligaciones sin par y al mismo tiempo, la oportunidad de ser escuchada en más lugares exponiendo las razones para ayudar a todos los necesitados.
Eso era maravilloso y le gustaba la idea, por lo que había empezado a buscar la historia de ese título, hasta llegar a la primera a quien le había pertenecido, heredado por su padre, quien la había dado en matrimonio. Doña María de Cuclilla... Curiosamente una de las ancestras de su madre y por lo tanto, de ella misma. Mujer atada a su casa, cumplidora y capaz de desempeñar las tareas más acordes a su papel de mujer. Nada que ver con Marianne. Lo que la hacía sonreír una y otra vez, porque no veía de dónde había sacado la vena revolucionaria.
- Sí, es este el escudo de armas, supuse que querría verlo - sacó un pequeño pergamino y se lo entregó - es de la más antigua de mis ascendientes, quien por cierto, no tiene nada que ver conmigo - sonrió divertida - aunque tengo dudas del por qué pasó el cargo de hombre a mujer en el caso de Doña María, de todas formas pienso que podría ser como en mi caso, que no hubiera nadie más que lo heredara.
Le mostraba, curiosamente, el escudo heráldico de la familia "De Cuclilla". ¡Que pequeño era el mundo!
El Ducado... y su mente fue hacia atrás, cuando le llegara la carta a París, diciéndole que uno de sus tíos había muerto y que, en vista de que su madre estaba casada con un francés y podría ser que heredara éste la mitad de sus bienes, prefería dejárselos a Marianne, su única sobrina nieta y eso había hecho. Una enorme mansión y algunas tierras a su alrededor eran ahora propiedad de la joven Louvier. De un tío que pocas veces había conocido, pero que sin embargo, había muerto sin esposa ni hijos, teniendo como únicos familiares a Marianne y su madre. Por lo que al ir a inspeccionar el lugar, se había quedado azorada porque era realmente impresionante y no sólo eso, si no que había encontrado, oculto entre algunos libros, un documento que su padre, un escriba, había reconocido como original. Un título nobiliario, de hacía mucho tiempo, a nombre del padre de su tío y por lo tanto, abuelo de su madre, quien a su vez, se lo había heredado a su hijo. Un hijo que quizá jamás supiera de lo que había en la biblioteca oculto o bien, no quisiera reconocerse como Duque ante todas las obligaciones que contraía un título de esa naturaleza, pero que sin embargo, en manos de Marianne significaba muchas cosas: libertad de un ex-prometido que se lo pensaría dos veces antes de acercarse a una Duquesa, obligaciones sin par y al mismo tiempo, la oportunidad de ser escuchada en más lugares exponiendo las razones para ayudar a todos los necesitados.
Eso era maravilloso y le gustaba la idea, por lo que había empezado a buscar la historia de ese título, hasta llegar a la primera a quien le había pertenecido, heredado por su padre, quien la había dado en matrimonio. Doña María de Cuclilla... Curiosamente una de las ancestras de su madre y por lo tanto, de ella misma. Mujer atada a su casa, cumplidora y capaz de desempeñar las tareas más acordes a su papel de mujer. Nada que ver con Marianne. Lo que la hacía sonreír una y otra vez, porque no veía de dónde había sacado la vena revolucionaria.
- Sí, es este el escudo de armas, supuse que querría verlo - sacó un pequeño pergamino y se lo entregó - es de la más antigua de mis ascendientes, quien por cierto, no tiene nada que ver conmigo - sonrió divertida - aunque tengo dudas del por qué pasó el cargo de hombre a mujer en el caso de Doña María, de todas formas pienso que podría ser como en mi caso, que no hubiera nadie más que lo heredara.
Le mostraba, curiosamente, el escudo heráldico de la familia "De Cuclilla". ¡Que pequeño era el mundo!
Última edición por Marianne Louvier el Sáb Oct 01, 2011 8:23 pm, editado 1 vez
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Re: Una velada entre fieras [Marianne Louvier, posible +18]
Domingo arqueo una ceja y tomo el documento de sus manos, reprimiendo un ligero temblor.
Al abrirlo, contemplando el escudo heráldico mientras ella hablaba, una parte de su mente se fugo... hacia las viejas cartas de su padrastro.
- Spoiler:
"Domingo
Vuestra hermana dio a luz dos meses hace ya. Dicen que la pequeña se parece a ella, pero su pelo es oscuro como el carbón, nada que ver con la frondosa mata rubia que tiene su noble esposo, o ella misma.
El desagradable incidente que me hizo casarla en desdicha, ha dado frutos bastardos. Aun así os pido, hijo, que nada de ello comentéis en la corte. Dejad a la niña crecer en la paz, que sus padres le profesan. A fin de que nuestro propio deshonor no sea mas comprometido y el noble Enrique Sanza le otorgue pronto hijos propios que se lleven la mancha de nuestra historia.
Vuestro padre.
Fernando de Cuclilla"
Vuestra hermana dio a luz dos meses hace ya. Dicen que la pequeña se parece a ella, pero su pelo es oscuro como el carbón, nada que ver con la frondosa mata rubia que tiene su noble esposo, o ella misma.
El desagradable incidente que me hizo casarla en desdicha, ha dado frutos bastardos. Aun así os pido, hijo, que nada de ello comentéis en la corte. Dejad a la niña crecer en la paz, que sus padres le profesan. A fin de que nuestro propio deshonor no sea mas comprometido y el noble Enrique Sanza le otorgue pronto hijos propios que se lleven la mancha de nuestra historia.
Vuestro padre.
Fernando de Cuclilla"
Domingo trago saliba e inspiro hondo, levantando la vista del documento. Si, padre. No dije nada, nada a nadie. No por tu vergüenza claro, si no para que no descubrierais vilezas tales, que hubiera sido declarado hereje, muchos años antes de trabajar para el clero. Penso, dejandose arrastrar por la marea de la memoria.
"Los gritos de María y sus doncellas mientras las encapuchaban, tras matar a los guardias. Domingo enfundado en ropas de plebeyo, con mascara de cuero de cerdo, que apestaba más, que el conjunto de las vestiduras de sus mercenarios. El llanto de las jóvenes cuando las ataron y como sacos de patatas las cargaron a las grupas, aun resonaba en su mente. Cabalgaron durante todo el día, hasta las cuevas del acantilado y cuando detuvieron sus caballos, las llevaron a lo profundo de la roca, entre suplicas de piedad y miradas perdidas.
Cruel, violento, herético. Domingo de la Vega, tenia un plan trazado de frutos amargos.
- ¡¡Desnudadlas!! - y a la voz de aquella orden, hubo nuevo llanto y risas mofosas. Hicieron a las mujeres formar en linea, ante de ellos, atadas sus manos por delante con cuerda fuerte. Les rasgaron las ropas entre miradas de exitación y gritos de pánico.
María tenia el rostro aflorado de lágrimas, pero aun así era muy bonita, con su larga caballera rubia, que era la adoración de su padre, calléndole por los hombros. Era practicamente lisa de pecho, con pezones muy rosados y vientre suave. Su nalgas eran sin embargo dignas de admiración junto a la pequeña pelusilla rubia que en vano intentaba tapar con sus manos, tras el cual esperaba su tesorito rosado, de labios carnosos y finos.
Las otras dos doncellas eran muy parecidas entre si. Morenas y altas, mayores y mas cercanas a la edad casadera, que la pobre niña María.
Con pechos generosos, vientres firmes y caderas anchas. Allá donde las risas estallaron en la boca de los bandidos al comprobar la espesa mata de vellos que poblaban su sexo, en la otra quedaron enojados y la llamaron de bruja y perra, por tenerlo ligeramente recortado, como algunas damas... italianas.
A una orden de su Líder, los hombres pararon su griterío y las empujaron contra la hojarasca que cubría el suelo. Las colocaron a cuatro patas encarándolas, doloridas por el trato, pidieron piedad a almas negras las pobres mujeres y solo recibieron más gritos y los primeros palmetazos en sus grupas, para que callaran y fueran buenas.
- Cuanto mejor os portéis, antes os iréis a casa - había dicho Domingo, con toda la mala sarna que guarda en su interior, mientras ocupaba el lugar, tras su hermana, que temblaba presa del suplicio al que la iba a someter.... "
La mente de Domingo volvió al presente, temblando sin poderlo evitar.
De Cuclilla... de Cuclilla... María... Marianne abrió los ojos muy despacio, mirando a la joven y retrocedió entre las sombras. Huyendo del vestigio de una vida, que latía tan claramente unida a su propia vida.
- Os lo concedo. Ahora desapareced de mi vista y no hagáis preguntas - ordeno, sintiéndose vulnerable a un pasado que volvía hacia el, con fuerza.
Domingo de la Vega- Vampiro/Realeza
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Re: Una velada entre fieras [Marianne Louvier, posible +18]
On a dark desert highway, cool wind in my hair
Warm smell of colitas, rising up through the air
Up ahead in the distance, I saw a shimmering light
My head grew heavy and my sight grew dim
I had to stop for the night
There she stood in the doorway;
I heard the mission bell
And I was thinking to myself,
’this could be heaven or this could be hell’
Then she lit up a candle and she showed me the way
There were voices down the corridor,
I thought I heard them say...
Warm smell of colitas, rising up through the air
Up ahead in the distance, I saw a shimmering light
My head grew heavy and my sight grew dim
I had to stop for the night
There she stood in the doorway;
I heard the mission bell
And I was thinking to myself,
’this could be heaven or this could be hell’
Then she lit up a candle and she showed me the way
There were voices down the corridor,
I thought I heard them say...
Algo había pasado, porque él había se había transformado completamente, su expresión, sus modales, incluso el brillo de sus ojos tras enseñarle el blasón. Había reculado e inmerso en sus pensamientos no notaba el cambio de sus expresiones faciales, pero Marianne sí, que le tenía frente a ella. Había desesperación, añoranza, rabia, egoísto, tristeza... incluso un leve indicio de vergüenza y arrepentimiento. La pregunta era ¿Por qué? Pero él tragaba saliva y su rostro, pálido, era ahora blanco, como la nieve. Se alejaba en sus pensamientos y Marianne no entendía qué le recordaba ese blasón. Era un vampiro, así que con seguridad había vivido mucho tiempo, pero ¿Tanto como 1100 y tantos? Pues eso sí que era una sorpresa, lo que la obligaba a mirarle con otros ojos. Porque entonces era un vampiro demasiado anciano, lo que la ayudaba aún más en sus planes para obtener el título, porque él sabría cómo presionar para que le reconocieran su herencia. Un buen golpe de suerte, sonrió.
Le dejó que terminara de recordar, mientras ella volteaba y veía a lo lejos una pareja de rinocerontes, enormes y que se miraban mientras parecían acomodarse para dormir mejor. Eran maravillosos, sus cuernos, su piel a lo lejos que los veía, preguntándose qué le gustaba a Domingo de tenerlos en prisión. Eso no comprendía de todo, pero bueno, sus razones debería de tener para ello, suponía. También se preguntaba qué más animales tendría, de dónde vendrían y cómo los alimentaba o los habían atrapado y traído hasta tan lejos. Suponía que tenía tiempo para hacer toda esa clase de preguntas, porque a finales de cuentas, eso era lo que a él le sobraba.
Sus divagaciones fueron cortadas por palabras rudas y sí, muy dolidas. Marianne le miró con curiosidad, pero fue prudente al no presionar más al Duque, lo que la llenaba de más cuestiones interesantes, como saber el por qué de su radical cambio y qué había ocurrido en su pasado para reaccionar así. De todas formas hizo una reverencia y dio dos pasos atrás, para quedarse congelada. Si se iba de una vez, no sabría cómo contactarlo, aunque él le había concedido lo que había solicitado, tendría que afianzarlo todo, así que se decidió a presionarlo un poco, sólo un poco.
- Está bien, Duque, le mandaré mañana a un mensajero en la noche, para saber cómo procederemos y estar lista a ello. Muchas gracias por sus finas atenciones. Hasta pronto.
Una vez hecho, convencida de que había sido lo mejor, dirigió sus pasos hacia la salida, mirando de reojo a un enorme tigre blanco, que admiró durante unos minutos. No sabía por qué, pero le recordaba a Domingo. Fiero, agresivo, sensual, con caminar de un depredador, fascinante a la vista y... solo... porque los tigres sacan lo mejor de sí cuando están acompañados, son juguetones, son alegres, combativos, pero también protectores. Fue cuando suspiró y bajó la cabeza. A Don Domingo de la Vega no le hacía falta una nueva Duquesa, si no... una compañera.
Mientras tanto, él estaba sumido en pensamientos, sentimientos e incluso, por qué no, la cama y su propia vida. Estaba atrapado ante una gran fiera que lo consumía noche tras noche, llamada soledad, de la cual no podría jamás escapar. Él sonreía y parecía alegre, pero sus ojos, fieros reflejos del alma, lo contradecían. ¿Dónde estaría una mujer para él? ¿Existiría? Rogaba porque sí, muchos hablaban mal de él, pero ella que ahora lo había conocido, podría decir que no eran del todo justos. Quizá tuvieran razón en muchas cosas, pero a Domingo le hacía falta alguien a su lado para ser feliz.
Sólo eso...
Sus divagaciones fueron cortadas por palabras rudas y sí, muy dolidas. Marianne le miró con curiosidad, pero fue prudente al no presionar más al Duque, lo que la llenaba de más cuestiones interesantes, como saber el por qué de su radical cambio y qué había ocurrido en su pasado para reaccionar así. De todas formas hizo una reverencia y dio dos pasos atrás, para quedarse congelada. Si se iba de una vez, no sabría cómo contactarlo, aunque él le había concedido lo que había solicitado, tendría que afianzarlo todo, así que se decidió a presionarlo un poco, sólo un poco.
- Está bien, Duque, le mandaré mañana a un mensajero en la noche, para saber cómo procederemos y estar lista a ello. Muchas gracias por sus finas atenciones. Hasta pronto.
Una vez hecho, convencida de que había sido lo mejor, dirigió sus pasos hacia la salida, mirando de reojo a un enorme tigre blanco, que admiró durante unos minutos. No sabía por qué, pero le recordaba a Domingo. Fiero, agresivo, sensual, con caminar de un depredador, fascinante a la vista y... solo... porque los tigres sacan lo mejor de sí cuando están acompañados, son juguetones, son alegres, combativos, pero también protectores. Fue cuando suspiró y bajó la cabeza. A Don Domingo de la Vega no le hacía falta una nueva Duquesa, si no... una compañera.
Mientras tanto, él estaba sumido en pensamientos, sentimientos e incluso, por qué no, la cama y su propia vida. Estaba atrapado ante una gran fiera que lo consumía noche tras noche, llamada soledad, de la cual no podría jamás escapar. Él sonreía y parecía alegre, pero sus ojos, fieros reflejos del alma, lo contradecían. ¿Dónde estaría una mujer para él? ¿Existiría? Rogaba porque sí, muchos hablaban mal de él, pero ella que ahora lo había conocido, podría decir que no eran del todo justos. Quizá tuvieran razón en muchas cosas, pero a Domingo le hacía falta alguien a su lado para ser feliz.
Sólo eso...
Last thing I remember, I was
Running for the door
I had to find the passage back
To the place I was before
’relax,’ said the night man,
We are programmed to receive.
You can checkout any time you like,
But you can never leave!
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Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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