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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Domingo de la Vega Vie Sep 02, 2011 2:31 pm

12 Junio de 1187. Fragmento del Diario del Capitán, del Green Mary.

Ansió la llegada a tierra y escapar de mi propio barco, al que ahora veo como una tumba. De las veintiún almas que zarpamos de nuestra amada Inglaterra, sumadas a las de nuestros cuatro pasajeros... Solo regresamos siete.

Una extraña peste se ha impuesto entre nosotros, sin distinguir de hombre o mujer, de joven o de viejo. Mi buen Richard, nuestro medico... decía que desconocía la razón de la enfermedad. Nunca vi nada igual, que pudiera dejar tan debilitado el cuerpo humano, pues las herida...

**el resto de la linea, así como los siguientes pasajes del diario fueron arrancados en este punto**


30 de Julio de 1187. Nota encontrada en el escribano Cooper Iron. Suicida.

A quien hallare esta nota sepa, que nunca quise el mal para los hombres de esta buena tierra. Se me prometieron riquezas y fortunas, con las que mi familia viviría durante generaciones.

Le temo, le temo con toda mi alma... Se que no esta vivo, pero le veo respirar. Se que no necesita alimentarse, pero le oigo decir que sale a hacerlo. Se que es un enviado del Diablo, pero parece un hombre.

Un hombre que siente un deseo potente de venganza, como ya me ha expresado alguna vez y sigue haciendome buscar aptas de nacimiento día tras día, desde aquel que llamara a mi puerta hace ya más de un mes. Lo hago espoleado por algún oscuro poder y no soy dueño de mi cuerpo, desde el día que vi la verdad, en el hijo de Satán.

No alcanzaba a comprender por que el español se interesaba por nuestros nobles, hasta esta terrible noche, en que halle los documentos, fragmentos que se deshacen entre mis manos al mero tocarlos. Es un papel pequeño y frágil... casi destruido.

He decidido llevarme el secreto conmigo. No habrá en mi la mancha de tal traición.


Memorias de mi puño y letra. 30 de Julio de 1187.

Ingles, maldito ingles. Te creías muy listo, pero has cometido el error de pensar demasiado en la cajita tras el tapiz. La verdad, me ha sorprendido tu valor para saltar por la ventana, con aquella cuerda anudada tan torpemente a tu cuello. No creí que lo harías, ni siquiera cuando me he reído de ti, para hacerte ver lo ridículo de tu actuación.

Cooper Iron, afirmo, has fallado. Con regocijo he encontrado lo que deseabas llevarte al infierno contigo. Y ahora se la verdad, toda la verdad... y ardo en deseos de encontrarme con Sir Johann Tudor.


Memorias de mi puño y letra. 22 de Agosto de 1187.

He disfrutado la velada, saboreando cada una de sus miradas y temores.

Con aquel fino bigote prendido de sus labios, para ocultarse y encasquetado en un traje varonil, no hace sino hacerme reír más, ahora que he descubierto la treta. Y aun así, he seguido el juego con galas y atenciones para ambos, hasta poder quedar a solas con Sir Johann.

Sir Johann es un autentico imbécil, que no ve mas allá de sus narices. Solo ansia riquezas y separarse de una vez por todas del monstruo que tantos honores le ha dado. He tenido que presionar duro y solo finalmente ante la mención de denuncia publica a su Rey, ha cedido.

Mi venganza esta cerca de verse cumplida. Paul Tudor, vais a morir. Tengo que mataros, por dejarme abandonado en vez de rematarme en nuestra batalla. Heristeis mi orgullo mas allá de lo concebible, me hicisteis creer loco por amaros, jugasteis conmigo.

Ahora yo os heriré en el fondo de vuestra alma... maldito sensible. Es hora de que os engalanen con vuestras verdaderas pieles y veremos cuan gallardo sois en vuestro real papel. Nuestra pequeña charla en el lago, solo ha abierto mi apetito varonil de poseeros ciertamente, pero me templare, para poder llevar a cabo mis fines.

Y cuando lo haga, os matare.


He casado a una dama inglesa y a un caballero español en la noche.

Jamas creí que vería tal unión entre nobles, y menos en la pequeña ermita de San Albert, que esta desalojada desde hace años, en lo alto del valle, es polvorienta y pequeña, con santos de madera astillados y afeados por la humedad... No es un lugar bonito para una boda, ni aun cubierto de flores, que es lo que he encontrado al llegar.

Sinceramente me sorprendió muchisimo la falta de testigos y la calidad de los mismos. Por el lado de la novia estaba Johann Tudor. Su señoría me expreso con dureza que debía casar a su "sobrina" sin demora. Por el lado del novio, sombras y polvo del camino.

El varón español se presentaba solo y sin presiones. Feliz pese a la palidez de su rostro, que asemejaba mas a un enfermo que a un hombre que disfrutara de plenas facultades. Ciertamente aun hoy tengo dudas de para quien era el hacha, del verdugo, que esperaba fuera de la pequeña ermita. Pero al igual que él, yo he sigo generosamente pagado, para callar.

La dama no parecía en cinta, ni el caballero un villano. Tiemblo al pensar en aquella hacha desmedida y afilada reposando contra el suelo, férreo el mango, entre las manos de aquel hombre callado, que nos observaba tras su negra capucha, meditando si ejercería o no, su profesión. Aun doy gracias por haber acudido aquella noche solo para casar, y no para confesar pecados.

En mi memoria anda fresca todavía, el recuerdo de la dama al dar su "Si, quiero". Fuera como entregarle las llaves de un largo encierro, pero no reflejaba mayor felicidad por ello.

El beso de marido y mujer... fue extraño. En ella descubrí miedo y repulsión. En él, mofa y ternura. ¿Por que se casan lo hombres, con tan extraños sentimientos? Realmente no sentí que casara a unos enamorados, pero si que vi en ellos cierta atracción por descubrirse, por encontrar... por que el uno, se unía al otro.

Que el señor les ampare y el tiempo les de sapiencia para amarse.

Edmun Murrel, clérigo. 24 de Agosto de 1187




Última edición por Domingo de la Vega el Sáb Ene 07, 2012 10:51 pm, editado 2 veces


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"Siempre creí firmemente en esas palabras...

Hasta que te perdí"


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Mensaje por Paulette "Paul" Tudor Sáb Sep 03, 2011 11:20 pm

Doña Paulette De la Vega tomó asiento al lado de la chimenea, recogiendo femeninamente los pies bajo las faldas, acostándose en el enorme sillón que era su favorito, poniéndose una manta encima, cuidando las formas; mirando el fuego que crepitaba lentamente mientras tomaba unos papiros y los observaba con detenimiento.

Había decidido poner por fin en letras sus recuerdos, dárselas a su contacto y que las mandara a la imprenta, esperando que nadie descubriera nada y pensaran que era una historia imaginaria, que fuera encuadernada y en su oportunidad, le enviara 25 de esos libros, para ponerles en las bibliotecas de sus casas. Sería un regalo para su adorado esposo y esperaba estar a su lado cuando lo leyera. Un tributo al amor que se tenían.

Con pluma y tintero y una letra maravillosa, empezó a escribir sus memorias, regresando a esa fecha que cambiara tanto su vida, una fecha que era un parteaguas entre Paul Tudor y Paulette De la Vega. Entre la crisis y la dicha. La tristeza y la felicidad total. El odio y el amor.



"... 22 de Agosto de 1187.

Hacía mucho calor, demasiado para ir con las chaquetas varoniles que exigía su padre, con las ropas que le apretaban a cada paso; mientras que su caminar era marcial dentro de su recámara, exhibía una figura que nadie pensaría que fuera femenina más que por su hermoso rostro, imposible de ocultar bajo el bigote y la barba pelirroja que se ponía cada mañana.

Le preocupaba el saber por qué la quería ver su progenitor, que siempre la aborrecía frente a cualquier persona, sin importarle humillarla incluso, pero no podia fallarle, aquella noche acudía ante ellos un noble español cuyo nombre se había mantenido en secreto la mayor parte del tiempo, lo cual ponía nervioso al "León de Inglaterra", porque podría ser un rival del campo de batalla y echarle a perder con ello, la reunión con su padre.

La hora se habia fijado tardía por cuestiones de acomodo para el español. Al parecer, el viaje le había trastocado el apetito y aún no se acostumbraba demasiado al sol mudo de Inglaterra ni a sus nieblas. Y como en la noche no tenía excusas, porque los paseos se hacían bajo brisas más suaves, se había acordado esa hora para la reunión...

En la opinión de Paul, las razones del español no eran más que pretextos más acordes a una mujer, para imponer su voluntad, algo que su padre no debería otorgarle, si no una espada en el hígado y su puñal en la yugular. Así debían tratarse a todos los españoles que habían creado tantos problemas a Inglaterra los últimos años.

"Toc, Toc" golpearon a la puerta los nudillos del criado. Por última vez y antes de salir, Paul se aseguró de que la barba y el bigote estuvieran bien pegados, de que la venda le oprimiera bien el pecho porque esta vez no traía la armadura que tanto le desdibujara el cuerpo y lo formara como el de un varón; hizo una mueca al pensar en ésto, gruñó y engrosó más su voz... Sólo hasta que su disfraz estuvo perfecto, salió.

Cuando le hicieron pasar al salón favorito de su padre: una habitación con una enorme chimenea, sillones hechos artesanalmente y muchas antigüedades por doquier; casi se va de espaldas, pero tantos años de entrenamiento, la hicieron disimular y seguir fría, aunque podría jurar y rejurar que era imposible. Estaba mucho más guapo que la última vez que lo viera... cuando casi se matan contra el suelo de las mazmorras.

Caminaba de una forma viril, masculina a tal grado, que jamás Paul podría imitar. Aunque no podía ser el mismo... Su piel era más clara. Sin duda podía ser efecto del mareo en barco, lo que la hizo levemente sonreír con ironía, "español tenía que ser", pero su cabello oscuro quedaba más brillante y ahora lucía una barba recortada y varonil, modesta de un caballero español. Cuando antes siempre había estado completamente lampiño de su cara o bien, con una barba de pocos días. En secreto, había admirado su gallardía cuando la barba era descuidada, le hacía ver mucho más sexual de lo que era.

Los ojos masculinos miraban con fuerza a su alrededor y traía a su padre embelesado con un inglés tosco, pero facilmente entendible. Lo cual era interesante, porque su padre normalmente no era tan fácil de controlar, de fascinar. Algo pasaba y eso a Paul lo puso en guardia, observándole con desconfianza. ¿A qué venía a su hogar su archienemigo Domingo De la Vega? No le gustaba absolutamente nada su presencia ahí, en su terruño.

Sin chaqueta era que entraba, su velludo pecho se marcaba en su mera camisa de lino gris, un tórax que más de una vez Paul hubiera lastimado con su arma, mellando la armadura y llegando hasta él. Afortunadamente para ambos, sin mayores consecuencias que un sangrado controlable. Sus piernas fuertes daban pasos de gigantes hacia ella, pero es que el español era un gigante comparado con cualquier otro hombre. En el campo de batalla, siempre se había sentido diminuta cuando lo enfrentaba, a sabiendas que no le resistiría un golpe, siempre los evadía y buscaba golpear sus puntos ciegos...

Regresó a la realidad mirando a su padre, que parecía un jovencito comparado con el español, con su altura, con su atractivo, con su físico, tan impresionante como imponente; la iban a presentar, sin adivinar su padre que ya se conocían... y no sólo eso, si no que eran los peores rivales en el campo de batalla.

"Pardiez" pensó en un francés que dominaba perfectamente. Les miró llegar hasta él y se mantuvo quieto, rogando porque no le recordara, pero era completamente estúpido pensar eso, claro que le reconocería, era conocido el hecho que Domingo lo había perseguido en el campo de batalla para encararle y pelear uno contra el otro. Rogaba que su padre no supiera que el español había descubierto que era una mujer cuando se enfrentaran la última vez...

- Tenéis un hijo soberanamente hermoso. Costará que las damas se aparten de él - comentó el español, guiñándole un ojo a "ella", mientras tomaba a su padre afectuosamente del hombro - Mostradme dónde guardáis los mapas, My Lord, espero para poderlos ver con impaciencia.

Curiosas palabras había vertido, demasiadas y ¿Ese guiño a qué venía? Ella le miró irse y suspiró levemente, aunque su padre seguramente le daría una buena tunda en cuanto pudiera estar a solas... Sería un estúpido si no comprendiera lo que el español había dado a entender. Se acarició la sien en cuanto ambos hombres se fueron y se perdieron tras una puerta, prefiriendo ir a "entrenar"... lo cual significaba montar en el caballo y alejarse para cabalgar con la espada en la mano, a pesar de la oscuridad, era buena en ello...

Una hora más tarde, desfogadas las energías y quedarse agotada para caer rendida en la cama en cuanto llegara a su recámara, rogando porque su padre fuera esta vez rápido y los golpes la dejaran pronto sin sentido; regresaba por el lindero de sus propias tierras cuando creyó ver algo en el lago cercano. Donde normalmente su padre daba de abrevar a los caballos.

Sí, había alguien... bañándose.

Una figura masculina de espaldas, dejando que el agua purificara su piel, mientras miles de gotas resplandecian por su espalda, a la luz de luna. Era una imagen hermosa de una soberana madurez masculina en apogeo. Sin embargo, esa misma belleza, revelaba, más de cerca, unas terribles cicatrices que cruzaban su espalda de lado a lado. Debían de ser cientas y él, muy duro, para resistirlas.

Paul Tudor detuvo al caballo a la orilla del lago, al cual traía jalando de la rienda mientras caminaba, eso le ayudaba mucho para relajarse, pero sobre todo, para llegar tarde y que su padre estuviera ya dormido en el mejor de los casos; en el peor, estar ella más agotada que él. Miró las cicatrices y se lamió los labios sabiendo en carne propia cuánto dolía cada uno de esos latigazos en las partes en que los traía marcados; suspiró y acostumbrada a la desnudez masculina, porque su padre... bueno... enganchó la rienda del caballo a un árbol cercano y se acercó a la orilla, mirando al hombre...

- Debió doler...

- Las quince primeras las soporté estoico - respondio el varón, sin volverse. Aunque su voz, ya delataba quién era. No había rencor u odio en ellas.

El español.

- Las diez siguientes me hicieron gritar... sin decencia, sobre los perros y los canallas... - continuó, volteándose hacia ella, dejando que la luz de luna, descubriese una anormalidad en su dentadura, sus colmillos eran... más afilados que... no eran normales.

Y a cualquier persona, causarían terror.

Sin embargo, Paul Tudor no era cualquier persona. ..."



Última edición por Paulette "Paul" Tudor el Lun Ene 23, 2012 12:03 am, editado 4 veces


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Mensaje por Domingo de la Vega Dom Sep 04, 2011 6:39 pm

Esa noche, Paulette estaba preciosa con ese vestido que le había comprado Domingo en Grecia, mientras escribía con rapidez; era interesante verla tan concentrada, con esa pequeña arruga que se le formaba en la frente, haciéndole ver el rostro más dulce de lo que ya le parecía; elaborando quizá una de sus historias para la imprenta o bien, un libro de geografía.

Era muy extraña para otros que no fuera Domingo: muy dada a las batallas, pero también, tranquila y serena, amante de las lecturas descriptivas. ¿Qué estaría hoy haciendo? Sus pies estaban bien cubiertos por una magnífica mantita, de mullida lana y calentita que le había comprado la última vez que fueran a Inglaterra. Nunca había sido capaz de soportar el frío en sus piernas, fiel amante de los pantalones, pero sólo por complacerle, vestía esas ropas que sabía, le encantaba al Duque vérselas puestas.

Entró sonriendo mientras la miraba escribir, una de sus pasiones más amadas en los últimos años. Parecía muy concentrada, inmersa en sus pensamientos. No deseaba entrar en ellos, so pena de estropearle la inspiración. Y aún así, no reprimió el deseo de acercársele, posando un beso dulcemente en su mejilla levemente tibia, señal de que ya se había alimentado. Un caracolillo de sus cabellos, se le antojó rebelde y jugó con él, entrelazando los dedos, sintiendo su suavidad, viendo su hermoso brillo, devolviéndolo a su lugar.

- Mi amada esposa... - susurró a su oído, causando escalofríos con su barítona voz que tanto le agradaba y hacía estremecer, lo que le hizo sonreír, tras lo cual paseó la vista por el texto. Algunas de las palabras brillaron doradas sobre el papel, realzándose sobre la negra tinta, arrastrándole a tiempos más oscuros y bárbaros que creyó haber dejado atrás.

- ¿Así fue? - su propia voz sonó cargada de un ligero dolor al leer algunos aspectos que jamás había conocido en el pasado sobre su vida, algo extraño, porque conocía de su esposa absolutamente todo. 1187 fue un buen año, pero había comenzado con deseos de venganza. - No me contasteis jamás esta parte... - cuando ella había llegado a su casa. Aquella conversación con su padre que se perdió, donde cambiaron muchas cosas para ella, fue sin duda la más importante de su vida.

Ella le miró y suspiró. Acarició su mejilla, besando sus labios dulcemente, no sin antes darle una breve mordidita en el inferior, lamiendo algo de sangre... haciendo gruñir a la Bestia que habitaba en el interior del vampiro, que quería más. Quería hundir los colmillos en su hermosa piel y probar su deliciosa sangre, hasta que ambos deliraran de pasión.

- No me dijiste cómo es que fue lo de venir a buscarme - le miró - ¿Te agradó el verme desesperada en el lago? - le mostró lo que había escrito, muchas páginas llevaba ya - Es nuestra historia, pero quiero que sea inmortalizada.

Domingo meditó la respuesta a su pregunta. Sabía que no le iba a ocultar la verdad, pero decirla no era lo mismo que haberla pensado cientos de veces. Tuvo miedo de que llegara en muchas ocasiones y ahora...

Al fin había llegado.

- En aquellos tiempos, sí - respondió, sentándose a su lado, sobre una silla cercana - Tenía que vencer a Paul Tudor y tú eras el mejor medio para llegar. Tenía que venir a buscarte, por mi orgullo herido - se concentró en su mirada. - No entregarás esas palabras, sin que añada unas líneas. Son después de todo - sonrió dulcemente a su adorable esposa - nuestras vidas - vió cómo le sonreía y le ofrecía el escrito, la tinta y la pluma.


- Todo tuyo - dijo y se acomodó mejor en el sillón - ven... siéntate conmigo, déjame abrazarte.

- Bien, veamos... - tomó la pluma, colocando la tinta sobre un mueble y acomodó los papeles para ir a recostarse. Un poco junto a su cuerpo. Sólo entonces, en la calma de su abrazo, cobijado, cómodo con su pareja, dejó volar su memoria sobre aquellos tiempos - Recuerdo que...




Había salido de las aguas, queriendo provocarte rubor. Mostrándome desnudo ante tí. Quería que observaras al gigante pálido que sería su esposo, aunque a esas alturas, desconocías ese dato. Tenías que verme no sólo como el español, sino como hombre.

Sí, quería que lo supieras...

Cómo era un hombre desnudo, uno de verdad y no aquellos pusilánimes ingleses. Con mi rostro severo y anguloso, con mis ojos de guerrero fijos en ti, mientras esbozaba una mirada peculiar. Sabía que no fijarías los ojos en mi pecho de vello escaso y oscuro, que tantas veces buscaras en la batalla. Desviaste la mirada por unos segundos, para evitar mi masculinidad escondida entre una mata de vello rizado. Bien favorecido he sido siempre y aún con todo, te mantuviste firme y no retrocediste...

Te pregunté cómo estabas y si seguías casadera. Y lo hice riéndome, mientras y ¡vive dios, el frío azotaba mi cuerpo...!




Detuve el pensamiento de mis relatos. Si hubiera sido mortal, me hubiera congelado allí mismo.

Pero mantenía un solo recuerdo, en aquellos tiempos, que me hacía estar en fuego ardiente:


... Recuerdo cómo alzaste la barbilla...

Le sonríe a su esposa, acariciándola un momento, dulce. El roce de su piel, bajo sus dedos siempre ha sido de su total gozo, tan dulce, tan excitante, que ha mantenido su atención en ella todos estos siglos.

En sus ojos brillaron las respuestas de aquella noche otra vez. Cómo se habían despedido aquella noche, diciéndose que no eran cautivos de aquella última batalla. Que cada cual había tenido su merecida recompensa.

- Oh, sí. Me marché a sabiendas de que me casaría contigo en la noche siguiente y tú, te llevarías la sorpresa - rió tierno, abrazando a su esposa por la cintura, con cuidado de no destruir los papeles - Con aquel pensamiento, estuve despierto incluso después del amanecer...


Última edición por Domingo de la Vega el Sáb Ene 07, 2012 10:52 pm, editado 2 veces


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"Siempre creí firmemente en esas palabras...

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Mensaje por Paulette "Paul" Tudor Dom Sep 04, 2011 8:28 pm

Doña Paulette De la Vega sonrió, abrazada a la cintura de su marido, leyendo lo que él escribía y al mismo tiempo, admirándose de su firme letra. Ella tenía una más garigoleada y estética, de pulso firme, pero de trazo delgado. En cambio, Domingo, tenía un pulso mucho más intenso y un estilo más masculino, más marcado y directo. Ambas se contrastaban, por lo que era un manuscrito que le pediría a su contacto, encuadernara y reenviara. Lo quería para sí, para cuidarlo como se hace con una joya.

- Tramposo - dijo divertida - no estás escribiéndolo todo, sólo estás poniendo tus pensamientos y sentimientos, deja yo pongo los antecedentes...

Tomó las hojas, la pluma y empezó a describir lo que recordaba sobre esa noche, de ese magnífico encuentro:




"... - El resto... - le había sonreído el Duque, dejando la palabra en el aire, saliendo del agua, dejando que le viera en su plena desnudez.

Su tórax marcado, con un vello escaso, pero no por ello sensual, tetillas oscuras, tiesas y firmes. Un vientre plano y firme, con músculos que no había visto en muchos hombres, sólo en aquéllos que se habían mantenido en batalla demasiado tiempo, desarrollados, que incitaban a acariciar. Unas piernas fuertes y bien formadas, levemente velludas, largas, que le daban su altura y entre ellas, una mata de vello ondeado, rizado entre sus piernas, alrededor de una virilidad, que aún en descanso... era grande, oh sí.

El señor había sido generoso con aquel español.

Y Paul Tudor había desviado la mirada un instante muy leve, sin saber el por qué, pero sintiendo una opresión en el pecho, producto de la visión de ese cuerpo masculino. Había visto muchos, por lo que no entendía por qué se comportaba así.

- ¿Cómo habéis estado, Lord?. Supongo que seguís.... ¿casadera? - usó el término adecuado al final.

Paul alzó la barbilla y le miró largamente, aunque se puso en guardia, porque esos dientes... no eran normales... ya alguna vez había combatido con alguien parecido, aunque había tantos racimos en la viña del señor que era imposible estar segura de que fuera igual a ese

- He estado un poco mejor que usted, se nota - dijo con tranquilidad, era interesante que él estuviera preguntándole eso cuando se habían encontrado más de una vez en el campo de batalla, buscando la muerte del otro, nunca encontrada y muchas veces anhelada.

- Sin duda, sin duda... - avanzó hacia Paul Tudor, sin hostilidad, pero denotándose que no iba a pararse hasta que quedaran frente a frente Sin embargo, si esperaba que Paul Tudor retrocediera, es que no lo conocía de verdad. "El León de Inglaterra" ni siquiera había dado un paso atrás cuando estuvo en desventaja en la última guerra y por eso, había salido triunfante. Sobre todo, cuando enfrentó a esos malditos gigantes del norte de Europa, que más parecían toros en dos patas que humanos. No, se mantuvo ahí, por lo que cuando Domingo quedó a tres pasos de sí, sólo se cruzó de brazos, plantando bien los pies si es que planeaba alguna jugarreta. Su presencia en casa sólo denotaba que iba a estallar otra guerra entre ellos, aunque se preguntaba de qué tipo - He pensado mucho en vos y en cómo caí en manos de mis cautivos, por vuestra responsabilidad. Oh sí... - suspiró. Sin duda se merecía el castigo y también... la suerte de la justicia final, pero nada de ello habría pasado de no ser por el inglés - Vengo a traeros vuestra parte de las ganancias, mi lady, de mi ultima noche.

- Espero se lo piense tres veces antes de hacerse de un enemigo de por vida fuera del campo de batalla... porque no fue mi responsabilidad, usted mismo se ganó a pulso el castigo...

- Cierto, en eso estamos de acuerdo. Pero la ganancia... - rió mirándolo de una forma indescifrable - Es de ambos, yo sólo cumplo las palabras de mi hacedor...

Un segundo estaban hablando frente a frente y al siguiente, fuerte como un toro y rápido como una serpiente, lo había recargado contra un árbol, sin querer ser bruto, el golpe había sido más fuerte de lo que esperaba, porque su rival no había acertado a reaccionar. Su espalda contra la madera... y sus manos aún estaban libres, mientras que las de él, estaban en su cintura, cosa que jamás había permitido a hombre alguno. Inquieto, Paul se movió intentando zafarse, pero era imposible, Domingo siempre había sido fuerte y lo había demostrado las veces que se habían enfrentado, por lo que Paul había pasado de la brutalidad a la astucia, para descontrolarlo, pero la potencia de la que ahora hacía gala, no tenía precedentes y lo hacía sentirse bastante indefenso. Algo que no le gustaba y mucho menos las sensaciones que le producía el tener su mano en la cintura...

"Maledict garcon"

- Llevo dos años pensando en vos... sensible Paul... - sonrió y esos dientes se mostraron aún más peligrosos de lo que eran - No he podido quitaros de mi cabeza, ni por sueño o pesadilla siempre estabais allí... - musitó, acercando su cara al inglés, donde sus ojos parecían dos estrellas resplandecientes, fieros de Paul Tudor. Que producía estremecimientos en el interior de su cuerpo, que jamás le permitiría ver. Era su archienemigo, debería tenerle en ese rubro y no cambiarlo nunca a otro - En haceros un servicio único...

¿Servicio único? Qué servicio ni qué nada, miró hacia atrás, donde el árbol estaba... y luego, harto de la situación y posición, fue a golpearlo con el puño cerrado... bien fuerte, bien agresivo... contundente... directo a la nariz, donde sabía que podría causar más daño que en otra parte del cuerpo.

- ¡Vete al demonio, so idiota!

- ¡Cuidado..! - le atrapó la mano en pleno aire, bien rápido y curiosamente, con bastante suavidad que se la volvió a bajar, dejándosela libre - Os haréis daño, Lord Tudor - bromeó con él- Sois muy hombre, pero yo lo soy más y os lo demostraré - se apartó de él y le dio la espalda para recoger sus ropas - Mañana nos volveremos a ver. Vuestro padre ha entrado en razón, rápidamente - sonrió, vistiéndose.

Ciertamente en la sala de mapas no habían hablado sólo de mapas y libros, también de la hermosura de la joven escondida tras el disfraz... y aunque su padre se enojó y puso empeño en desmentirlo... Un cofre de joyas y un documento... bien valían un casamiento. Aunque Paul pensaba algo completamente diferente, puesto que le miró sin comprender del todo hacia dónde iba la mente del español, al no comprenderlo, gruñó.

- Eso está por verse... - dijo y caminó rumbo a su caballo; aunque sí, no podía negarlo, le dolía la espalda lo suficiente y seguramente las viejas heridas se habrían abierto con el golpe, con la superficie irregular del tronco del árbol. Aún así, no expresó ningún dolor. Estaba acostumbrada a ello, a disimular. Toda su vida era una mentira, toda ella.

- Mañana lo veréis... - sonrió él, trayéndole su caballo - Dejad que os ayude a montar - ofreció el ruin, poniendo las manos.

- Puedo hacerlo solo, gracias - dijo Paul e ignorando a su rival, se montó haciendo gala de una agilidad que el español no poseía... - le recomiendo vaya a casa y me deje a mí, los enigmas... que para eso, soy experto.

Sin embargo, a pesar de alejarse al galope del español, no sería la única "batalla" que se libraría esa noche, le esperaba otra mucho más importante y decisiva en casa, en su propio hogar. Si es que eso se le podía llamar así. Nunca había tenido la caricia de alguien, todos le rehuían por miedo a desatar la rabia de su padre y ser castigados. Los que se arriesgaban a ayudarlo, terminaban desaparecidos, simplemente un día ya no estaban. Así que Paul se resignó a vivir solo, fingiendo ser alguien que no se es. Sin amigos, sin aliados, sin nadie que lp ayudara o lo hiciera pensar que podría salir avante. Las veces que había intentado rebelarse, le había costado largas temporadas en cama, de las palizas que su padre le había producido. Las cicatrices de Domingo, eran pocas comparadas a las que Paul Tudor tenía en todo el cuerpo, por las "atenciones" de su padre.

Llegó a las caballerizas y desmontó, dejando al cuidado del criado a su caballo, ordenándole que le diera de comer y le mantuviera seco. El hombre sólo asintió y jamás le dirigió la mirada, algo que a Paul no le importó, era algo a lo que estaba acostumbrado y tranquilo, caminó hacia la casa, en silencio, pensativo. Las cosas no iban nada bien si es que Domingo quería hacerle pagar por la última derrota en sus manos.

Al llegar al salón, encontró a su padre vaciando una de sus mejores botellas de whisky, mirando el fuego pensativamente. Traía la camisa suelta, revelando su pecho flaco, cubierto de pelusa que por la edad, ya encanecía. Respiraba despacio, pero existía en sus ojos un fuego de ira, que el alcohol no conseguía llevarse.

"No otra vez" tragó saliva y miró a su padre, haciendo una reverencia a su cargo. Aunque el hecho de que estuviera solo, era una mala pasada. Creyó que llegando más tarde le encontraría dormido, pero parecía que le había esperado. Un primer error, porque ahora seguramente estaba furioso por haberse saltado ya su hora de sueño. Se desquitaría con Paul y quién sabe por cuáles otras razones más. De todas formas, no es que a Paul le interesara el por qué su padre se comportaba de esa forma con él, ya sabía que le odiaba desde su nacimiento, que era un monstruo, por haberse comportado como hombre toda su vida.

Sin embargo, ¿Qué la culpa no la tenía su padre? Él lo había obligado todo el tiempo a fingir, pero decírselo, a pesar de la edad del hombre, sería una reverenda tontería. Aún tenía él la fuerza de imponerse y Paul siempre caía, aunque se enfrentara a él... Se lamió los labios y se preparó mentalmente a volver a ser su perra... la perra de su padre. ..."



Última edición por Paulette "Paul" Tudor el Lun Ene 23, 2012 12:03 am, editado 3 veces


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Mensaje por Domingo de la Vega Lun Sep 05, 2011 8:41 pm



... Tras habernos separado, en la partida a caballo, no fui presto. No había por qué. El sol tardaría en salir y de hacerlo, estaría entre brumas y peligros. Detestaba aquél país de lluvias, pero sabía reconocer que el llano era hermoso y sus nieblas ocasionaban unas oportunidades sin par de cazar... antes de regresar a la cama.

Sentía hambre, por segundos el delicado cuerpo femenino de Paul, había estado entre mis manos. Sus sensibles curvas, sentidas por primera vez sin el peso de una armadura, me dotaron de un sentimiento de necesidad tal, que hacía gruñir a la bestia que habitaba en mi interior. Tenía la ansiedad de poseer aquellos labios delicados y apetitosos, de dominar esos ojos fieros; esa mirada de la Tudor, donde se hacía más brillante y desafiante, que era cuando torcía el gesto; de dominar esa altivez y atarla a mis deseos y ansiedades. A que ella fuera la que gruñera de deseo y de obligarla, en todo momento, a satisfacer los míos, tornándola dócil e indefensa.

Sólo yo debía ser el que tuviera la fuerza, el poderío, ser el hombre de los dos. Paul debería transformarse en la bella mujer, indefensa y educada, femenina, atenta, ser una señora de casa. Nada de estupideces de ser un guerrero, de vestirse como hombre... no... nunca más si de mi cuenta corría. Ella sería lo que su padre le había negado y entonces, Paul estaría completamente destruido y yo, me ungiría con el aceite de la gloria eterna.

Sin embargo, en el lago, recordé el estremecimiento momentáneo que había causado en Paul cuando le acerqué el rostro, lo que la llevó a la ira de querer golpearme y sólo sirvió para encenderme más. Seducirla, besarla, acariciarla, hacerla mía y escuchar sus gemidos, eso quería. Esa voz tan ronca seguramente era una mentira, como toda ella. Quería conocer el verdadero sonido musical que deberían desprender sus cuerdas vocales. Sus jadeos me señalarían el momento para desnudarla completamente y me preguntaba, con cierto anhelo y deseo de tocarme sin pudor alguno los bajos, cómo sería su cuerpo... ¿Serían sus senos tan firmes como su cuerpo? ¿Serían pequeños? ¿Cómo serían sus pezones...?

Se me hizo la boca agua al pensar en deleitarme en ellos, en pasar la lengua y luego, los dientes para acariciarlos y hacerla gemir, oír su voz dulce; sí, debería ser algo más dulce que la que normalmente usaba. Aunque Paul era de pocas palabras y gritos, ahora entendía el por qué. Quería descubrir cómo sería siendo una mujer, una Eva descubriendo el paraíso entre mis brazos. Desnuda, jadeante, sudorosa... Deseaba ver si su cuerpo se sonrojaba como el de tantas mujeres, si gimoteaba o se lamía los labios ante una cota intensa de deseo... si se arqueaba buscándome. Temía que la forma en que su padre la había educado la hubieran dejado incompleta, fría, estéril. Como las ramas de un árbol marchito.

No, no podía permitirlo, no puedo permitírselo. Sería mía una y otra vez, hasta que rogara por tenerme en su cama, que se desnudara para mi regocijo y placer. Debería ser muy cuidadoso con ello, ir paso a paso, pero estaba seguro de mi éxito. Tantos años seduciendo doncellas, me hacían un experto en sacarles los gemidos más intensos y los jadeos más profundos, hasta desmayarlas de placer. Tenía la técnica, lo único que me faltaba era la arcilla que era su cuerpo, para transformarla en una mujer y luego de ello... matarla.


Todos aquellos recuerdos fugaces abrieron su apetito.

"Tengo sed de sangre, sed de yacer con mujer" se reconoció a sí mismo, virando las riendas y espoleando al caballo para que se dirigiera a paso veloz hacia una choza que recordaba en la distancia. Donde una joven panadera dormía seguramente ya, incauta de su destino.

En estas islas de mitos y leyendas, ganaba de antemano sobre mí una atracción sobrenatural seducir a la comida. Fingir ser parte de los sueños, premura de místicos poderes de hadas, bailarines del fuego y otras criaturas. Hacía confiada a las mujeres y temerosos a los hombres. Un plato fácil de obtener y delicioso de tomar.

Descabalgué mucho antes de llegar a la choza y recorrí los metros restantes siendo un borrón en la noche. Como bestia siguiendo un rastro apenas percibido, recibí en mis fosas nasales el olor de aquella mujer, curioso porque olía a ingredientes propios de la panadería e incluso, mermeladas de varios frutos, lo cual me hacía pensar en la diferencia de Paul, que olía siempre a naturaleza, bosque e incluso, al característico olor de los caballos. Lo saqué de mi memoria mucho antes de llegar a alzar las manos por encima de su ventana y de un vigoroso movimiento colarme dentro.

Sigiloso, dejando que mis ojos se acostumbraran al contraste de sombras hogareñas y batidas de luz, avancé hasta la cama donde yacía la muchacha a la que desvelé de sus sábanas con un suave movimiento de mi mano. Su rostro no era muy hermoso, pero en el descanso de la noche, relajada, asemejaba aún las perfiladas suavidades de la niñez, mientras sus cabellos oscuros caían sobre sus hombros. Sus pechos se habían formado bien, su cintura había perdido peso y la marcaba más como mujer, mientras que sus piernas ganaban en curvas y pose.

Fue cuando percibí un atisbo de pensamientos. A la joven le gustaba ser observada por los hombres, sobretodo cuando metía el pan en los hornos de su padre. Notaba sus miradas errantes por toda su anatomía y aquello, sumado al calor de los fuegos, le producía una pequeña humedad en su valle, excitante y arrojada. Su secreto, sin embargo, era imaginar aquellas calientes barras de pan entre sus manos, como varoniles falos de mismo grosor y temperatura... que tras ser extraídos del horno y aún guardando parte del calor, podia llevarse siempre uno a la boca, rodearlo entre los labios y besar, cual el capullo del hombre, sintiendo su sabor lechoso, de trigo y harina, dulce, que le provocaba tanto rubor femenino y deseo.

Entreabrí la boca, sonriendo ante los pensamientos envolventes de la joven. Me incliné sobre ella y...



Llegado a este punto, en el presente, Domingo de la Vega, apartó el relato de sí y miró a su esposa, que escribía a su vez, inmersa en sus pensamientos, en sus recuerdos, permitiéndose la osadía de besarla antes de que ella pudiera preguntarle qué pensaba o por qué paraba. Repasando sus labios dulcemente con la lengua, antes de hacer acopio de calores propias de varón, se apretó contra ella, haciendo del fundido de sus labios un hecho apasionado.

- ... y me la comí, como un día empecé a comerte a tí - dijo con voz barítono, de dulce alegría, dejándola en el enigma de cual fuera aquel día. Haciendo que ella bajara la vista ante el recuerdo de aquélla primera noche de bodas.


Última edición por Domingo de la Vega el Sáb Ene 07, 2012 10:57 pm, editado 3 veces


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"Siempre creí firmemente en esas palabras...

Hasta que te perdí"


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Mensaje por Paulette "Paul" Tudor Sáb Sep 10, 2011 5:43 pm


"... Sir Johann Tudor hizo crujir su sillón al girarlo hacia ella. La miraba con ojos penetrantes, como una puta, una traidora. Después de todo lo que había hecho por ella. De los tutores que le había dado, de la vida que le había otorgado y los dineros que se había gastado en ella. Y no sólo le había defraudado naciendo mujer, ahora también se dedicaba a contarle a sus enemigos quién era, y no los remataba la muy imbécil.

- Hola, hijo... - musitó, sorbiendo de la botella. Acabada ésta, la arrojó al fuego provocando un sin fin de lenguas altas, que lamieron su figura, mientras apretaba la mandíbula - Eres un... estúpido y un incordio - hablaba, deseando que se negara. Oh sí, lo deseaba con todas sus fuerzas a pesar de lo mucho que necesitaba el dinero - pero me voy a deshacer de tí, mañana... de un modo u otro - sobretodo hablaba, sumido en los gases del alcohol.

- No sé de qué está hablando esta vez, señor, - tragó saliva y se plantó, intentando no ser avasallada esta vez, porque realmente no entendía de a dónde venía tanta rabia. Una parte seguramente del alcohol, otra, de haber nacido mujer, pero... ¿Y lo demás? Aunque sí le preocupaba eso de que se iba a deshacer de ella al otro día. De reojo, nerviosa, volteó a ver una de las paredes de la habitación, una que tenía un enorme tapete encima...

- ¡¡Lo sabe TODO, maldito estúpido...!! - de no haber arrojado la botella al fuego, se la habría arrojado a ella, pero su voz irritada y la manera de arañar el sillón eran muestras bastantes de su ira - ¡¿Cómo se te ocurrió irte sin matarlo?! ¡Perra inútil! - se levantó, para ir hacia ella - ¡Deja de mirar esa pared, no hay nadie allí, me oyes! - pero si que había, hace muchos años atrás... alguien que había cuidado de ella, dándole hierbas. Así es como Sir Johann Tudor se encargaba de quienes le daban problemas.

Emparedándoles.

Paul se quedó tensa, muy tensa... y esperó el golpe, con un hueco en el estómago del miedo que le tenía, cada vez que se ponía así, pero dispuesta a darle ahora sí una lección. Regresó la mirada a su padre, pero esta vez, era una rebelde, agresiva y molesta.

- Sí, siempre he sido tu perra, pero ¡Esta vez ya estoy harta de tus locuras y estupideces! - se atrevió a contestarle - y claro que hay alguien ahí, está mi nana ¿Y quieres que te diga en qué pared esta mi madre?

Se calló cuando su padre dio un revés con la mano, con toda su senil fuerza, abriéndole el labio con el impacto,
cayendo al suelo con ese revés, no era fuerte, no era tan resistente, por eso es que procuraba siempre cansar al enemigo, para dar las estocadas finales. Se pasó la mano por la mandíbula, moviéndola levemente, porque dolía muchísimo, temiendo una nueva fractura. Sin embargo, cuando comprobó que estaba bien, sólo cerró los ojos, moviendo el cuello para hacer que tronara...


- ¡A mi no te atrevas a contestarme maldita puta! - le espetó en la cara. Cómo se creía capaz de levantarle la voz, aquella buena para nada. No había sido capaz de guardar un secreto tan sencillo, ni de morirse en una de sus tantas batallitas, ni siquiera de traerle el hijo varón que tanto necesitaba su linaje - Te voy a enseñar a respetarme... - gruñó, haciendo intentos por sacarse el cinturón - ¡Te voy a casar o sí, claro que sí...! - le gritó - ¡Pero no será antes de que te deje mi marca otra vez!

- ¿Casarme? - dijo sorprendida, abriendo los ojos como platos - ¿Estás senil? - negó vigorosamente - ¡Si ni siquiera soy virgen! ¡Me profanaste muchas veces! ¡Qué dirán tus amigos! - siempre eran ellos los que consideraba para tener un criterio, por ellos es que constantemente la maltrataba y vejaba, por lo que ellos dirían, pero también, gracias a ellos era que le habían permitido salir a batalla, donde se había dejado la vida en el campo. Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando su padre hizo restallar el cinturón en el aire, golpeando su espalda una y otra vez, hasta reventarle las cicatrices que a duras penas había podido sanar su pobre cuerpo, entre gritos de dolor por parte de ella y jadeos de cansancio por parte de él.

- ¡No habrá más testigos que yo y el verdugo...! - habló, pasándose el cinto a su mano buena. La derecha. Es que ni eso había aprendido de el, a manipular a la concurrencia para que sólo vieran lo que ÉL, quería que vieran - Te vas a casar mañana, y me importa una mierda de ganso qué haga, cuando se dé cuenta. ¡Tú ya mancillaste mi honor naciendo! - le escupió con veneno - O te casas, o te emparedo... - susurró, inclinándose sobre ella, dejando la hebilla muy cerca de su cara - Y ni pienses que te daré la libertad de huir, haré que el verdugo te corte pies y manos, para que ni siquiera puedas rasguñar la pared que te aprisiona, volviéndote loca ¿¡Me oyes bien, perra?!

Los ojos de la joven se le llenaron de sorpresa y se quedó impávida... ¿Emparedarla? Como con su madre, cuando dejó de sangrar. Como su nana, cuando se enteró de las hierbas. Oh, por Dios, ¿qué iba a hacer ahora?

- Vete al diablo - soltó con un gemido, intentando levantarse - ¡Nunca! ¡De la Vega me matará!!! - empezaba a enlazar todo... el español, la vería al otro día... mañana... se casaría... Por Dios, que la iba a casar con De la Vega, quien sabía perfectamente qué era ella... y si el español se enteraba de que estaba mancillada... la mataría, lo haría de la forma más horrible... Su padre la agarró del cuello con sus manos huesudas y apretó, sin importar cuan daño le hiciera, ignorando los intentos de su hija por soltarse, mientras que su rostro se tornaba más rojo, tanto como la sangre que la recorría por algunos lugares.


- ¡Tú harás lo que yo te diga! - le azotó el brazo, con su energía, dejándole una marca que seguramente haría un moretón enorme - ¿Me oyes? - un nuevo golpe, le rasgo la tela, sobre el vientre, haciendo que ella le mirara aterrorizada,
intentaba jalar aire, pero él sólo golpeaba cada vez más y más... sus palabras le produjeron un sudor frío que la recorría completamente cada vez que él la tomaba para sí... lo iba a hacer otra vez, LO IBA A HACER...- ¡¡Lo que yo te diga!! - ¿Cómo se atrevía a desobedecerle? Ahora vería. La agarró por los cabellos y tiró de ella hacia la sala de armas, aunque chillara y patalease, a golpes y patadas si era necesario para que se moviera a donde él quería.

- No, no, nooo - dijo y se tensó toda, pero era inútil, no se comparaba su fuerza a la del hombre, que la arrastró con más dificultad, sí, pero a finales de cuentas, llevada con violencia - no, no, por favor no - chilló convirtiéndose en una simple mujer, adiós al León de Inglaterra... era tan débil ante su padre, tan indefensa... - no, por favor, no...

- ¡Que te calles te digo, maldita! - le gritó tirándola al suelo, junto a la pared donde colgaba un lienzo con su escudo de armas. Había pequeñas salitas en torno a un gran pasillo y en cada una reposaba un trofeo de las antiguas batallas de Sir Johann. Sólo en la ultima estaba su escudo de armas - ¡Que te calles! - le pateó las piernas haciéndola gemir, furioso de ver tamaña cobardía - ¡¿Cómo he podido traer... - patada, sacándole el aire y haciéndola cerrar los ojos - a una criatura tan patética... - golpe, haciéndola escupir sangre - a este mundo, eres un castigo de dios...!! - desgarró sus ropas, haciéndola temblar por todo el cuerpo incontrolablemente y más cuando sintió cómo metía las manos... le dolía, le sentía rasguñarla y jadeó, antes de empezar a llorar, temblando entre gemidos y sollozos - Deja de llorar... - bufo, asqueado de su comportamiento. De tanto llanto y gemido - Deja de comportarte como una maldita mujer... - la soltó, mirándose las manos. Llenas de sangre y lágrimas, que sin ningún pudor se agachó a limpiar en los restos que quedaban de la camisa de Paulette, quien estaba hecha un adefesio. Sin comportamiento, ridícula con aquel medio bigotillo colgando inútil sobre su labio enrojecido. Le echó las manos sobre el cuerpo, para ponerla de rodillas - Deja de llorar... - dijo con voz ronca de gritar, mientras con manos temblorosas bajaba aquel pantaloncito.

Las nalgas de su "hija" eran lo que siempre más había deseado. Lo que la convertía en una mujer, de piernas suaves y cremosas, comparado a ese monstruo sollozante, de cuya piedad él nunca sentía nada. A la mujer no había que permitirle el placer, y menos a aquella mujer. Esto era para doblegarla y enseñarle su lugar. La tomaría, le diría cuán decepcionante había sido como hijo y la casaría, librándose de ella. Sí, la casaría quisiera o no mañana y se llevaría un verdugo, por si se ponía rebelde, para disuadirla. Sabía que en el fondo, era una cobarde. Lo sabía, mientras le daba una patada en sus piernas, queriendo que las abriera, excitado, viendo cómo temblaba y callaba, llorando en silencio, apretando los puños... Queriendo que todo terminara... que fuera pronto..."




En ese punto, Paulette dejó de escribir y miró al frente, con manos temblorosas, un nudo en la garganta y un hueco en el estómago... suspirando profundamente y volvió a mirar sus palabras. Se talló los ojos un leve instante y le costó mucho volver a la lectura. Domingo le sujetó la pluma en la mano y apoyando la cabeza junto a su cuello, la besó con ternura.

- No tienes por qué escribir esta parte - le susurro, procurándole con sus caricias, calmar su mente. Pues no seria fácil para ella rememorarlas - Sólo sáltalas... ya habrá tiempo de volver a escribir sobre el villano...

- Sí, pero aún... tras 600 años de vida, me lastiman... siguen lastimándome...


Domingo le tomó el rostro con las manos y posó un cariñoso beso sobre sus labios. Su intención era consolidarla en la idea que siempre había tenido y dicho.

"Todo aquello que no desees tener, bórralo de tu mente"

- Si no aprendes a superarlo, déjame que te lo quite... - habló en voz baja - O será un fantasma que te perseguirá siempre.

- Entonces no entenderé muchas cosas... - negó mirando al frente, viendo toda su vida y sabiendo que si no hubiera tenido ese pasado, no tendría ese presente - por qué me casé, por qué accedí... no - miró a su esposo - soy feliz contigo, es mi pasado y como tal... - suspiró - lo acepto.

Domingo sonrió e inspirando, le atusó el pelo un poco, Paulette nunca se había caracerizado por tenerle miedo a las situaciones, aunque lo de su padre, podría ser la única cosa a lo que ella había sentido pavor. Luego de eso, las guerras, la muerte, todo lo había tomado a bien, como aprendizaje la mayor parte de las ocasiones. Por eso la admiraba y la quería.

- Sabes que te quiero. Si es tu decisión, la acepto - le limpió unas pequeñas lágrimas del rostro plagado de pequeñas pequitas en la nariz y los pómulos, con un pañuelo y esperó, a que continuara con el relato.



"... Paul se despertó en su recámara, completamente sucia, golpeada, envilecida, pero afortunadamente, sin ninguna fractura o herida de consideración. Aún su espalda estaba plagada de los cinturonazos, levemente sanguinolenta, nada que no se arreglara con unas buenas vendas.

Aún así... sabía que de no obedecer a su padre, tendría un destino peor que el que Domingo le proporcionaría. Al menos él sería mucho más rápido y agresivo. Su padre había prometido cortarle las piernas y brazos y emparedarla. Volverla loca con no hacer nada, no le dejaba el consuelo de arañar o patear para salir... moriría sin duda de una forma lenta, tortuosa y horrible.

"Decidí, definitivamente, casarme con Domingo... ojalá él, como mi señor y dueño, tuviera más piedad y me matara con mayor rapidez".

Qué poco había revelado su padre de las condiciones del casamiento. No le había hablado de lo que el Español, en su gracia, ya sabía, ni lo que tenía pensado en ella. No sabía que dejarían su amada Inglaterra para irse a vivir a las tierras de él. Ni que su padre, para disuadirle, había sido el primero en hablar de su falta de doncellez y que esto no había asustado ni enojado en nada al otro hombre. Una cosa que sí había enojado al inglés. La falta de sensibilidad en un aspecto tan importante como el honor, pero para este entonces, el honor de los Tudor, le importaba a Domingo, mucho menos, que restaurar el suyo propio. Las órdenes fueron dadas... ese día, tras haberse bañado ella misma, una costumbre que no cambiaba, la había mandado ir a otro lugar, a donde había entrado encapuchada y completamente de incógnito.

Se había desnudado por sí misma, ocultando las ropas en una bolsa de tela, para ser atendida por un grupo de mujeres que se encargó de engalonarla, de ocultar su corto cabello con una enorme peluca y de cepillarlo hasta hacerlo brillar. De vestirla como una mujer, para lo que sería su boda. Al verse al espejo no se reconocía, realmente parecía ser una dama...

Una dama que iba directa a otra cárcel.



- Yo a esas alturas aún dormía - comentó su esposo - Y mis criados hacían mis recados. Pagar al religioso y tener presto el barco a zarpar... - recorrió su cuello, con las yemas de sus dedos - Ansiaba verte aparecer, la verdad, ataviada como una mujer, tan hermosa te llegué a imaginar... - suspiró.

- Qué sorpresa te has de haber llevado cuando llegué y no parecía para nada una novia... mi rostro en total sufrimiento, mi cuerpo apestando a sangre y un poco de sudor -
negó y miró sus anotaciones - no parecía una real novia, no me veía hermosa...

- No, no lo eras. Me pareciste una muchacha que huyera hacia mí, sin importar cuál iba ser el viaje o mi trato... - suspiró, comentándolo sinceramente después de tantos años. Se había sentido eufórico sin embargo, por aquella primera impresión, porque aunque entraba generando una sensación de lástima, su cuerpo bajo la armadura, era como él había soñado hace tiempo en su hogar. Suave y gentil, ágil y con una piel tan blanca, que necesitaba ser bronceada en el sol español. Toda ella siempre escondida bajo armaduras y ahora a vista de él. Se había sentido eufórico, porque podía humillar al León, descubriendo su máscara

- Había llegado a la Iglesia - tragó saliva y se negó a escribir - como en un sueño, viendo a ese verdugo tras de mí, con una enorme hacha, dispuesto a cortar mis miembros en caso de negarme. Con mi padre al lado, dispuesto a dar la orden en cuanto viera un solo gesto. Y a tí, hasta adelante, con una expresión velada, eras un completo enemigo, pero quizá, más benevolente que el que debería cuidarme, mi padre... - se lamió los labios - Avancé con paso tan pesado, que estaba cansada al llegar hasta tí.

- Yo deseaba hacer la boda rápida y llevarte a mis dominios... - habló, jalándole las manos por unos momentos lejos del escrito - Quiero que lo sepas, no te guardo ningún tipo de rencor, ninguno - habló, con la mirada suave y el corazón sosegado, permitiendo que su esposa se recargara contra él... con total sumisión y un deje de ternura, sintiéndose indefensa y refugiándose entre sus brazos...

- Mi protector... mi amante... - se lamió los labios - mi padre... recuerdo que me enseñaste tantas cosas - se le atragantaron las palabras... - tantas... mi confidente, mi mejor amigo... - le miró largamente, con lágrimas en los ojos - mi esposo... una palabra que lo dice todo y al mismo tiempo, me deja sin nada cuando nos peleamos y nos alejamos...- palabras que estaban llenándole el corazón a su marido, hasta el punto de hacerlo rebosar de alegría, haciéndolo pensar que, con aquella intención de escribir sus memorias, realzó sus pensamientos a aquellos días, buenos y malos. Ciertamente con la presencia de que todo lo que habían vivido, no cabría en un solo libro, de que todo ello, era el sueño de miles de vidas.

- Os haré un regalo, cuando acabéis vuestro manuscrito - habló, besándola dulcemente - Algo, que tenemos que celebrar - riendo cuando ella le miró coquetamente.

- ¿Mi señor no puede decirme de qué está hablando? - se acercó y besó dulcemente su cuello, para darle un leve roce con sus colmillos, sin abrir su piel.

- No - sonrió, volviendo a tomar él, el rumbo de la historia - Sera una sorpresa - una de la que esperaba, saldría complacida y reafirmaría su posición como Duquesa de España - bien, ahora sigo yo...



Última edición por Paulette "Paul" Tudor el Lun Ene 23, 2012 12:04 am, editado 4 veces


Memorias [Privado][+18] (Paulette "Paul" Tudor y Domingo De la Vega) Paul
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Memorias [Privado][+18] (Paulette "Paul" Tudor y Domingo De la Vega) Empty Re: Memorias [Privado][+18] (Paulette "Paul" Tudor y Domingo De la Vega)

Mensaje por Domingo de la Vega Mar Sep 27, 2011 8:27 pm



La había estado observado llegar, de mano de su padre. Palmadas que le daba el pequeño Tudor en la mano a la hija, sin atisbo alguno de querer tranquilizarla, no era sino la trampa preconcebida para que la seriedad familiar ocuparan el lugar de la sobriedad racional. No la casaba por amor y menos por honor, la casaba por dinero y la salvedad, de quitársela de encima. Esperando que su hija se comportara como jamas la habían enseñado.


El lugar escogido fue una pequeña ermita, vacía de no ser por la presencia del sacristán, un hombre entrado en años, regordete y con marcas oscuras en el rostro de alguna enfermedad pasada y su futuro esposo... Ataviado con ropajes rojizos de casta española.

- Comportate...- le oí la voz al padre, en un aviso suave pero firme. Tendida de su brazo, avanzaban por el pequeño pasillo hacia nosotros - Mi... hija, señor Duque - dijo con solemne agrecimiento. Como si algo entre ellos hubiera sido hablado, y al fin ese peso de años, quedara olvidado.

Paulette estaba muy hermosa y aunque le sonreí, comedido, no llegue a alzarle una sonrisa que alejara de ella su tristeza. En sus ojos podía ver resinación, furia y desazón. No era sin duda la boda que había pensado... si es que alguna vez, hubo pensado en ello. Pero ella ni siquiera había pensado en nada... absolutamente en nada... No pensaba en casarse, porque su padre no quería que nadie se enterara de lo que había hecho.

Me miró y suspiró levemente. Me pregunte que mas estaría pasando por su cabeza en aquellos instantes, justos a perder el hilo de su mente, desbordada por los temores.

- Ya... - fue todo lo que dijo y miró al padre... iba a abrir la boca para hacer un comentario mordaz, pero recordó la pared y sabiendo que a la hermana de su madre sí le habían hecho eso, se quedó callada.

La novia estaba lista, a su manera y el también. No podía permitirse pasar mas tiempo de sus horas oscuras, esperando su confirmación. Su mutuo acuerdo a un planteamiento sencillo, ya comprendido con el padre.

- Comience padrecito - hablo su esposo.

Una boda sencilla y tranquila. Ni siquiera se hablo del amor que requería una santa unión. Solo de los valores que crecerían con el tiempo, si ambos se tenían confianza y del cuidado que ambos Debian tener del otro, para que duraran muchos años, con muchos hijos. Cuando llego el momento del "Si, quiero" su esposo lo dio con una sonrisa amable, para luego mirarla a ella, de reojo a su padre y de nuevo a ella. Era el momento de la verdad.

Paulette lo pensó. Lo que su padre le había hecho, que su madre jamás la había defendido, que había tenido que ocultarse todo el tiempo, buscando agradar a su padre, buscando que él se sintiera orgulloso. Y luego, pensó en todo lo que quería: salir de casa, ser una mujer... dejarse llevar por la vida, ya no tener más que pelear, ya no ser destruida por su padre... sí, quería eso y más... Quizá tuviera un marido y luego... luego pudiera escapar...

- Sí, sí quiero... - dijo con la esperanza de poder hacer eso y más.

El sacristán les nombro marido y mujer y ya podían besarse. Un beso que el quería realizar, descubrió que las manos de el, aun duras y frías al tacto, rozaban sus mejillas con autentica suavidad. Que en su mirada no había venganza, ni sorna. Eso lo guardaba para la noche de bodas. Una que no olvidaría jamas. "Mi esposa, te entregare un regalo... inmortal". El beso fue frío, por que sus labios eran así, pero cálido en la transmisión del mismo, un beso apasionado, no esperado ni en intensidad, ni en placer... Ella se dejó hacer... besar y ser tomada, cuando ni siquiera sabía cómo corresponder, más que con miedo y repulsión.

Tembló ante la forma en que él la tomaba, esperando que la golpeara o le hiciera daño... pero no fue así y hasta se preguntó entonces, qué había sido de la noche anterior... Porque realmente no lo entendía. Ella, que jamás había tenido una caricia en su vida, ni siquiera de su madre, la sentía y no la comprendía... no entendía por qué se daban... o para qué, que no fuera hacer sufrir a alguien.

Él siempre recordaría como saco a su esposa de aquella ermita, tras la boda rápida y sin miramientos. Ella era una nube de pensamientos contradictorios, miedos y pequeñas esperanzas que me hacían pensar en lo rápido que su castillo lo echaría abajo con solo tenerla a mi merced. Que ingenuo era en esa época. A lomos del corcel, tiritando de frío, aferrada a mi espalda, viajamos durante la noche, hasta llegar a una playa, en donde el barco "mi barco", descansaba a sus orillas.

La ayude a bajar de mi brioso corcel, y mientras mis hombres se hacían cargo de el, ascendimos y no la hice detenerse hasta llegar al camarote principal. Sin que viera a los marinos o sintiera la dicha del aire fresco del mar en sus cabellos. Quería que se sintiera presa de mi y mis ocurrencias, de una criatura que la había desatado de las cadenas de su padre, para caer en las mías. Ya en la cama, de anchas proporciones, me recoste, mirándola.

Hasta aquel momento la había dejado divagar en su mente, refugiarse en ella y esperar... lo que solo podía esperarse. ¿Sabria ella algo, de lo que pasaba en la noche de bodas?. Hasta que punto la habría criado su estúpido padre como un varón.

Desnudaos, Paulette - hable el con voz firme - Quiero ver a la mujer, que había bajo el hombre - me mofe, queriendo arrancar al fin, de mis pensamientos al León de Inglaterra. Ya era tiempo de domarlo bajo el peso de la grande España.

- Quizá lo que vea... no sea lo que usted imagina... - tragó saliva apretando las manos, muy nerviosa... - ¿Tiene que ser... así, tengo que hacerlo?

Y la vi tragar saliba y me deleite en mi fuero interno. Mi monstruo interior aplaudió, pero una parte de mi quedo frío y sensible al encontrar en sus palabras más dolor del que alguna vez experimentase en mis propias carnes.

Le avergonzaba mostrar su cuerpo, no por su condición de mujer, si no por tantas cicatrices que tenía... como descubrí cuando su vestido cayó al suelo. Me había levantado a quitárselo, a mostrar una leve piedad. Con un pequeño beso en el mentón, distrayéndola de mis manos que se habían alzado a sus costados. Hube de desatar la prenda. Los volantes del vestido los hice a un lado, dejándola en la prenda interior y el collar, que le regalasen.. y solo entonces astibe aquellas primeras marcas del visceral odio paternal.

Y apreté los dientes, pues esperaba menos heridas y mas dolor, solo en desprecio y no en cuerpo.

- Veo que usted, también luce recuerdos del amor que el hombre, le profesa al hombre. Yo entiendo mejor que nadie de esas marcas.... provoque muchas... en el pasado - viendo algunas pequeñas, en sus hombros y se veía que bajaban mas allá de su nuca, perdiéndose en su espalda.

¿Era mas monstruo el que se las había creado, o yo por pensar, en hacerla sufrir mas?. En aquel momento, una parte de mi, se hizo aquella cuestión y la noche no siguió, como tenia planeado".



Domingo volvió a mojar la pluma en el tintero, practicamente seca que estaba, aquel segundo de detenimiento le valió para mirar a su esposa amada.

- Realmente, creo que nada salio como estaba pensado, para ninguno de los dos - sonrió, cariñosamente - ¿Te acuerdas de lo que paso horas más tarde, en ese mismo camarote...?



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"Siempre creí firmemente en esas palabras...

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Mensaje por Paulette "Paul" Tudor Dom Oct 09, 2011 10:04 pm

Sonrió, cómo olvidarse de eso, se puso en pie y miró a través de la ventana, pensativa y con la mente llena de esos recuerdos.

- Sí, ni tú ni yo esperábamos encontrarnos en la desgracia del otro, que nos envolvía y nos mostraba un cuadro completamente diferente al que en primera instancia habíamos pensado. Habíamos creído que el otro tenía una mejor vida y sorpresa, que no fue así en ningún momento. Tú esperabas a una mujer que se vestía de hombre porque consideraba que era divertido. Yo esperaba a un hombre acunado en la riqueza y grandeza que lo había tenido todo, nada se le había negado y que estaba acostumbrado a ser su voluntad. Cuando estuvimos frente a frente, en la realidad, entre mi desnudez plagada de huesos rotos, - sonrió con amargura - de golpes constantes y marcas que nunca se borraban y que al contrario, se acumulaban. Te quedaste desarmado y tu instinto te conminó a cuidarme. Cuando vi en lo que te habías convertido, en quién eras y las desgracias que había provocado al encerrarte en tu mazmorra aquélla noche, acepté mi destino, que era el purgar mis culpas a tu lado.

Caminó hacia un lugar en particular, su sillón y fue a sentarse en él, uniendo las piernas contra el pecho y las abrazó, apoyando la barbilla en las rodillas, recordando... regresando a ese día.




No sólo la obligó a desnudarse, si no que observó su cuerpo durante unos segundos interminables, para dar la vuelta y verla al completo. Los moretones, las marcas de las bondades de su padre estaban ahí, pero ella, orgullosa, no se atrevió siquiera a cubrirse con las manos, simplemente bajó la cabeza y se tragó las lágrimas como siempre lo había hecho. Le dolía muchísimo exhibirse así ante su rival, su acérrimo enemigo que se burlaba, que seguramente la juzgaba. Y entre lágrimas sin salir, se dio cuenta de que lo único que le quedaba era levantar la cabeza, ser ella misma, porque ya no tenía familia, ya no tenía nombre, era propiedad de ese español y su destino estaba en sus manos.

Así que con esa fuerza que le quedaba, había caminado hacia la cama, negándose a exhibir la parte que siempre le había causado pesadillas y traumas, se acostó boca arriba y le miró... ¿Quería tomarla? Que lo hiciera de una vez, que la marcara como el ganado como suya o quizá, tuvo la esperanza, por asco, se negara. Sin embargo, para ello, tenía que contarle qué había pasado con su padre y eso la hizo temblar de miedo, porque un hombre podía matarla sólo para salvar su honor, si la mujer había sido ya vejada y no era pura. Tragó saliva y sacó fuerzas de flaqueza, un mal golpe con los que tenía, sería suficiente para dejar de sufrir y rogaba porque el cielo existiera y la cubriera con su manto.

- Sólo le voy a decir algo, él... mi padre... me tomó durante muchos años como un esposo toma a su mujer -
tragó saliva - si quiere salvar su honor... - sintió un hueco en el estómago - bien podría matarme aquí y ahora... y terminar así con su deshonor.

Era una total locura, pero si lo hacía, ella dejaría de sufrir en un matrimonio que no había buscado, que no quería y no deseaba y él... bueno, cumpliría con su venganza, a finales de cuentas, ella era Paul Tudor y como tal, en ocasiones le había sumido en la derrota en el campo de batalla, cubriéndolo de vergüenza. Rogaba porque su confesión tuviera el efecto deseado. Lo vio acercarse, con fiera determinación y tragó saliva... le temblaron los dientes, pero logró contenerse antes de que él lo oyera... lo vio desvestirse, prenda por prenda y jadeó de miedo, de terror, al pensar, al saber que no le importaba eso, tal era su enojo, su rabia contra Paul que podría tomarla para sí... para su gloria y satisfacción.

Primero el saco que cayó a sus pies... luego la camisa, dejando a la vista un tórax marcado y velludo, delicioso a la vista, con músculos que ella jamás había visto tan desarrollados en un hombre, acostumbrada al campo de batalla, a la enfermería incluso, tras cruentas batallas. Esos pectorales eran de ensueño y qué decir de su abdomen. Cuadro por cuadro eran tan incitantes que tembló levemente al pensar en ir y probarlos, en acariciarlos. Desvió la mirada y no pudo ver más... le escuchó desnudarse completamente.

Sintió su peso en la cama, cómo se hundía, su olor aunque realmente no es que fuera éste tan potente...

Y luego...

El silencio...

La calma...

La quietud...

Esperó durante largos segundos, pero al cumplir varios minutos, abrió los ojos y volteó a verle, de espaldas a ella, con sendos latigazos en la piel... decenas de ellos... que seguramente la habían destrozado cuando los recibió. Todos con el mismo grado de cicatrización. Una mano femenina se alargó para tocarlos, pero le fue imposible. No entendía a este hombre, ¿Qué esperaba entonces de ella? Y al mismo tiempo, se sintió rechazada una vez más... Maldita mente suya, no quería que la tocara y en iguales condiciones sí lo deseaba, ¿Qué rayos le pasaba?

Suspiró y tomó las sábanas, para cubrir su cuerpo y darle la espalda a su vez, conteniendo las lágrimas aunque algunas cayeron sobre sus mejillas sin control, tenía tantas cosas dentro que no sabía cómo no explotaba, cómo no se había suicidado ya, tras tantas veces de pensarlo, pero sabía por qué, era una luchadora, no iba a dejarse llevar.

Nunca...






- Nunca te entendí - susurró suavemente - no entendí por qué me hiciste desnudarme, para luego, acostarte a mi lado y dejarme así... llorando durante horas y horas, hasta que mis lágrimas se secaron y pude dormir por fin, en paz... sin que nadie me molestara, abriendo los ojos al otro día... ¿Por qué? - le acarició el rostro - mi amado, ¿Por qué?




Última edición por Paulette "Paul" Tudor el Lun Ene 23, 2012 12:05 am, editado 3 veces


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Mensaje por Domingo de la Vega Dom Oct 16, 2011 4:32 pm

Domingo acaricio suavemente la mano de su amada Paulette, esmerandose en hacerla sentir acogida, protegida. - Por que pense que necitabas tiempo para asimilar que eras mia y yo tiempo para asimilar que no podia destruir a "Paul" a golpes. No - suspiro - a golpes no, pues ambos ya sabiamos como escudarnos a ellos.

Bajo la mirada despacio siguiendo las lineas de su piel, desde sus dulces mejillas, por sus carnosos labios, mas alla de su anguloso menton... hasta donde ya no latia su amado corazon.

- No, para vencerte - sonrio despacio - necesitaba tiempo, astucia y pasion -



Domingo se recordo a si mismo echado junto a ella. Observando su pecho subir y bajar despacio, acostumbrandose al suave olor de sus lagrimas, al lento sonido de su respiracion. Cuando se inclino sobre ella para comprobar que estaba dormida, despues de horas y horas de sollozos que ignoro por cobardia.

Encontro su rostro desvelado por la luz lunar... Henos aqui, enemigos intimos... casados... penso y entonces supo como podria comenzar su batalla. Pues no habia nada mas hermoso y peligroso que...

Deslizo su cuerpo bajo las sabanas y se puso manos a ello, nunca mejor dicho. Sabia que ella iria despertando, que podria sentirse pudorosa o timida, negar lo que estaba pasando o intentar escaparsele.

Le haria sentir un picorcillo delicioso y ascendente. Con sus manos el frescor sensual de las caricias, con su picardia, el honor del caballero español entre sabanas y amores.

Las caricias de sus yemas descendiendo bajo la piel desnuda, mientras su cuerpo se acomodaba, echandose sobre la cama. Con su boca fue describiendo arcos de sensuales besos por la nivea piel de su joven esposa, un pequeño deslizar de su cabeza a un lado y otro, mientras sus manos son la unica ayuda que necesita para ello.

Él era un bulto justo entre sus piernas, tapado.... mientras que sus piernas descansaban sobre lo que parecian ser... sus hombros. Alli, encuentrandose con su monte de venus, sin un solo vello, la piel tan tersa y suave como recien nacida. Es poco menos que una niña, una niña que ha sufrido tanto... penso, habiendo desplazado sus piernas sobre sus hombros hacia solo unos momentos Una inocente criatura... mia un beso tras otro, una caricia sugerente con la barbilla y otro beso deslizandose hacia abajo.

Era su deber hacer constar que eran marido y mujer. Era su deber ademas, recordarse a si mismo que el matrimonio no consumado le valia a ella para volar lejos de si, si queria y no podia permitirle tal cosa. No estaba hecha la miel para el asno, ni la libertad para ella, ya no. El plan estaba urdido y daria sus frutos si conseguia hacer de Paul... Paulette.

Domingo pego su boca a aquellos rosados labios, tiernos muy tiernos al tacto de su boca, pequeños y aunque no inocentes, posiblemente jamas tratados con tanta dulzura. Un pequeño lenguetazo de alivio, inicio en el tambien una descarga de adrenalina. Alli estaba escondido bajo ella, aprovechandose de que dormia, para dominarla desde lo mas intimo de su ser.

Le profirio un nuevo lenguetazo... con aquel frescor inhumano.... De aquel picor delicioso que podia producir con la lengua, un vampiro. Recorrio suavemente con su lengua los pequeños pliegues de carne dulce, moviendo su boca despacio de arriba a abajo, produciendosele una risa diminuta que apagaba contra ella, en cada nuevo despliegue.

Lamiendo la rajita alli donde se unian, lamiendo con ahinco alli donde la piel mas se calentaba, apreciando los primeros sintomas de su despertar, en el encorvar pronunciado de su delicioso cuerpo. ¿Por que sera, que me siento feliz?. Dandole un manotazo a las sabanas, la busco con la mirada. Su martirizador esposo, le sonrio, con... ¿afecto?.

Su lengua volvio a aflorar entre sus labios, y aquel nuevo frescor llego mas raudo. Ahora que la sentia despierta, no tenia sentido alguno frenar... no aun.

Su lengua recorrio su vagina. Su mano se metio entre sus piernas, y su dedo... Maldito fuera... se hundia en ella, provocando que sus labios mayores se salieran, quedando entre medio su dedo, tan apretado que provocaba un ligero dolor suave... nada comparado con la cura, que era sentir su lengua lamer con la puntita, aquellas carnes expuestas... de arriba a abajo, entre las risas consabidas de el...





Domingo recosto su cabeza sobre el regazo del sillon - Ah... - suspiro hondo - Que recuerdos aquellos - sonrio suavemente - Consegui arrancaros un esposo mas apasionado que en nuestra boda, mi querida Duquesa - dijo, ladeando la cabeza, buscando con la mirada sus propios escritos. ¿Que seria que pondria ella, en aquel punto?


Última edición por Domingo de la Vega el Sáb Ene 07, 2012 11:01 pm, editado 2 veces


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Mensaje por Paulette "Paul" Tudor Vie Nov 04, 2011 7:12 am

- Tonto -dijo riendo y golpeándole con un cojín mientras le miraba con muchísima alegría y ternura - no eres más que un grosero que me hace recordar esas cosas - pero no estaba apenada, todo lo contrario, sonreía feliz, al pensar justamente en todos los cambios que con el paso del tiempo, entre ellos, habían acontecido. Tantos y tantos recuerdos, algunos malos, otros buenos... algunos tristes, otros alegres... y todo había llegado de esa noche, de esa segunda noche juntos cuando...



El llanto la había agotado tanto, que se había quedado profundamente dormida, soñando demasiadas cosas completamente extrañas que se contraponían con su realidad. Esa noche, sus sueños trataban de alguien que la protegía, sin pedir nada a cambio. De una casa donde podía caminar vestida de dama y comportarse como tal. De un piano maravilloso en el cual podía interpretar toda clase de música, porque su sueño siempre había sido ese, que sus dedos no tomaran un arma, pero se deslizaran por las teclas blancas de un instrumento el cual siempre le fue vedado y cuya música alegraba sus oídos como ningún otro.

Donde tenía en brazos a un pequeño, un hijo que crecía y que tenía ojos como los de Paulette, un pequeño que reía, que iba de un lado a otro causando miles de travesuras, mientras ella le veía o le ayudaba en ellas y escuchaba tras de sí, una risa masculina, que parecía orgulloso de ver a ambos en su constante búsqueda de entretenerse.

En ello estaba, cuando sintió un roce, un delicioso placer que lentamente iba apoderándose de sí... que subía por sus muslos y se alojaba en su vientre, un gemido suave, un leve arqueo. Un salto de su propio cuerpo, todo él, la llevó a bajar la mano encontrando algo que no entendía... un cabello rizado que se sentía maravillosamente bien, que no hubo forma de saber cómo había llegado. Otro roce, algo de humedad y el gemido se incrementa, se vuelve más profundo.

- Ahhhh - lentamente, sus ojos se abren, la habitación sigue igual que como recordaba hacía pocas horas, habiendo velas que iluminan los rincones, mostrando ante ella, ante sus pies, un bulto cubierto por una sábana. Vuelve a sentir la humedad, pero esta vez, sus manos no van a los cabellos, si no a la manta, la hace a un lado y la visión ante ella, es impresionante, quita el aliento y la sonroja con violencia.

Domingo estaba ante ella, en medio de sus piernas, habiéndolas separado, bajaba la cabeza y su lengua pagaba tributo sobre su cuerpo, con las manos masculinas en los muslos que temblaban a cada roce. Haciéndola conocedora del placer, de las delicias maravillosas que toda mujer siente al unirse con el hombre que ha elegido. Aunque ella jamás supo por qué Domingo la había tomado para sí, no importaba ahora, porque su forma de tomarla, de hacerla, daba a entender tantas y tantas cosas...

Su tranquilo proceder, su sonrisa y el brillo depredador en su esposo, la hacían sentir vulnerable... femenina... algo que jamás hubiera pensado sentir. Nunca.

Jadea y arquea el cuerpo, sin proponérselo, es un mortal anhelo el que siente de más, muchísimo más... niega y muerde su puño, intentando no gemir, evitando por todos los medios no darle el poder y al mismo tiempo deseando dárselo. Contradicciones en su mente, la vuelven cada vez más inestable, sin saber qué hacer o qué decir, cierra sus ojos y deja que él continúe... acaricia sus cabellos al tiempo que un punto en su femineidad es bien atendido una y otra vez, hasta que pronto, no hay nada que hacer más que gemir alto su nombre y, al final, deshacerse entre un delicioso mar de pura satisfacción y total placer...

Sus ojos le miran sorprendidos y extasiados, sin comprender lo que ha ocurrido en su cuerpo, lo que Domingo ha provocado...




- Fue increíble - dijo sonriendo bobamente - porque todo era tan intenso... y estabas tú viéndome - rió - si fuera humana estaría sonrojada - acarició el papiro - pero me encantó, me hiciste tuya sólo con esa acción.


Última edición por Paulette "Paul" Tudor el Lun Ene 23, 2012 12:05 am, editado 2 veces


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Mensaje por Domingo de la Vega Mar Nov 29, 2011 12:26 pm

El tiempo pasado nunca fue mejor que los momentos vividos a su lado. Escuchándola hablar, y por tanto saber ahora, aquello que solo llegaba a imaginar entonces, cuando no queria invadir su intimidad.

- Ambos conocíamos al guerrero que había en el otro, pero no conocíamos al amante - respondió Domingo, con una sonrisa suave, mientras su mano se extiende hacia su rostro procurándole una dulce caricia sobre la mejilla.




Tendido junto a ella otra vez, pensando que en unas pocas horas había descubierto muchas cosas y todas agradables. Pudiendo ser un bellaco, habia decidido ser un caballero. Pudiendo ser un animal, había decidido ser un amante y con ella conseguir más de lo que jamas hombre alguno habria tenido.

Adelanto su cuerpo, rodeando su cintura con el brazo, descansandolo sobre su vientre. Beso su cuello y la insto a dormir, dejando que se acurrucara junto a su cuerpo. Era extraño, como extraño era el sentimiento que le embargaba en aquel momento.

Tan suave el trato, tan amable. No eres el mismo, Domingo. Solo es tu noches de bodas, ¿no?... NO. Fue tajante al pensarlo, para vencerla tenia que dominarla, para dominarla tenia que vencer al varón, para vencer a "Paul" tendría que hacer florecer a "Paulette" y todo pasaba por convencerse a si mismo de que venganza y pasión no podían ir de la mano.

Me he complicado recapacito, mientras su mano flotaba sobre sus cabellos siguiendo las dulces ondaluciones de su cabello. Quiero vencer al hombre, tengo que hacerte mujer, pero ahora... No había sido por venganza, ni siquiera por lujuria. Aquellos placeres amatorios habían surgido de la necesidad de no estar solos, de verse remarcado en una ínfima parte de su ser, en ella misma, por cada una de sus cicatrices.

Los perros apaleados suelen unirse, para encontrar juntos el calor que les ha sido negado. Él y ella, apaleados por su familia. Instigados hacía delante por sus paises a los que defendían contra la marea de conquistadores, usurpadores, rebeldes y bandidos. Sumergidos en intrigas, desviandose de la política por la emoción de la batalla, los ardores prendidos del fuego del amanecer que hacen estallar mil soles de pasión cuando la trompeta resuena en el campo de batalla anunciando el inicio de la contienda. Respirar el olor del enemigo, la canción del acero flotando sobre sus cabezas... y tantas veces encontrándose y desligándose.

Unas veces pertrechados por sus tropas, que les retiraban cuando sonaba una flauta triste de rendición en un bando u otro. En otras ocasiones la desdicha de ver la vida de un conocido arrebatada en las manos del otro y no poder lavar la afrenta con sangre. Ingles y Español, español e ingles, persiguiéndose por las batallas decián las baladas, buscándose en contiendas en las que nada tenían que ver, solo porque el otro estaba allí, ofreciendo la ayuda en uno de los bandos.

Domingo acaricio su vientre, abrazándola, para mantenerse junto a ella. Habían sido ambos apaleados por la desdicha, por mucho que nacieran nobles el tiempo no fue mejor y el destino les había enemistado y hecho amarse de formas extrañas. Si se hubieran conocido antes... ¿entonces que... habría sido tan diferente?




- Fue extraño. Decidí amarte como esposo y hombre en aquella noche, venciendo a la bestia que deseaba hacerte daño - reconoció con una mirada que agachaba. Propenso a sentir vergüenza de el mismo, por aquel de quien hablara.

Ese otro Domingo que en aquellos años, unas épocas jugo con ella y fue amo de sus posesiones y eterno guardián de costumbres y en adelante comprendio que el amor, de puertas y llaves nada sabe y es imposible detenerlo cuando la corriente lo empuja hacia delante.


Última edición por Domingo de la Vega el Sáb Ene 07, 2012 11:02 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Paulette "Paul" Tudor Jue Dic 08, 2011 10:50 pm

Su rostro se iluminó con una sonrisa dulce, mientras dejaba a un lado el papiro y buscaba el cuerpo masculino, besando su cuello, aspirando su aroma y cerrando los ojos. Sí, así había sido, él le arrebató el corazón con pocas acciones, llenas de pasión y deseo, pero también de incomprensibles actitudes para ella, desde el tomarla en brazos y mantenerla consigo durante tanto tiempo que le pareció interminable, hasta preocuparse por sus necesidades, llevándole de comer o bien, vigilando que no se mareara o que sus ropas estuvieran limpias o tuviera un baño calentito.

- Fuiste alguien completamente extraño a mis ojos, hasta creí alguna vez que tanta guerra te había enloquecido - besó su piel de nuevo, lamiéndola, antes de mordisquearla con cuidado de no traspasar la piel. Sonrió metiendo la mano dentro de su chaqueta, buscando la piel masculina, gruñendo de satisfacción al ver cómo el vampiro reaccionó ante sus caricias al sisear levemente o bien, arquear un poco el cuerpo, buscando la mano femenina que rozó su piel. Volvió a besar su cuello, ahí donde en los humanos latía intensamente el pulso dando una leve succión en su yugular - Anhelo tu vitae - susurró tras un reguero de besos hasta sus oídos, haciendo a un lado los papiros, la tinta y sentándose a horcajadas sobre él - anhelo me muerdas como aquélla vez... cuando estábamos aún en el barco - rió feliz y empezó a desabrochar el listón que mantenía cerrado su vestido, un listón que fue cayendo lentamente hasta que ella pudo abrir la prenda y dejarle ver el corsé rojo como la sangre, que lucía fenomenal sobre la blanquísima piel y el cabello sedoso.

- Eres mi señor, mi amo... como aquélla vez comprobé, tras estar durante tanto tiempo en el barco, siendo atendida por tí, siendo obligada a verme como lo que era: una mujer... me cuidaste y fue duro ver la vida desde otra perspectiva, donde nadie dependía de mí, donde era yo quien necesitaba de tí... - rió - un gran cambio, porque jamás me hubiera pasado de no ser por tí - le miró con lujuria, llevando su dedo índice a su cuello, presionando la uña contra la piel y abriendo una pequeña herida, que se ensanchó conforme ella fue bajándola, sólo lo suficiente, para que unas pequeñas gotas de vitae escaparan y bajaran por su cuello, en pos de sus clavículas mientras recordaba la primera vez que él había bebido de ella... aquélla unión deliciosa donde el vampiro venció sobre el humano y tomó para sí lo que por derecho, le correspondía.




Faltaba poco para que atracaran, habían despertado juntos, con una extraña sensación de parte de ella al verse entre sus brazos. Domingo era formidable como amante, uno dulce y amable, cariñoso y sobre todo, generoso. No se quedaba con nada de ser posible, siempre buscaba darle la satisfacción que necesitaba una y otra vez... Aunque la unión completa, la de un hombre con una mujer, en su total intimidad no se había concretado, Paulette no podía ya mirar a otro hombre que no fuera él, no se atrevía siquiera a pensar en alguien que no fuera Domingo. Se declaraba completamente obsesionada con sus besos, sus caricias, la forma en que la obligaba a tocar el cielo y luego, la regresaba, acunándola entre sus brazos y dejando que acomodara su rostro en la maraña de rizos que cubrían su tórax.

Domingo era un hombre apasionado, seductor, que podía ser su cómplice y que la consentía tanto que la malcriaba todo lo que podía. Con él, Paulette se atrevía incluso a hacer algunos pucheros, algo jamás permitido con su padre, ser caprichosa, mimarlo como él lo hacía con ella. Si eso había logrado en menos de dos días, no quería saber lo que sucedería al final del primer año, en quién se convertiría por él. Quizá era lo que deseaba, enseñarle lo que podía ser su vida hasta que, cuando se sintiera segura, quitarle el piso y dejarla como un barco sin capitán, a la deriva, para disfrutar su venganza.

Pero por ahora... suspiró y besó su cuello, sus labios, jadeando ante la pasión que Domingo exudaba en cada movimiento, su esposo era su cazador, su conquistador... las lenguas se unieron en una danza demasiado antigua, saboreandose la una contra la otra, en una búsqueda por complacer al compañero y arrebatarle los gemidos que alegraban los oídos y eligió ese instante para suspirar y terminar el beso, dando pequeños mordiscos en su barba y luego, su cuello... exponiendo sin proponérselo el suyo, cuando justamente...


- Curioso, nunca supe que eras un vampiro hasta ese momento - le sonrió - habrá sido una tentación enorme el ver mi cuello expuesto, con el Hambre que tenías - besó sus labios y suspiró - ¿Verdad, Domingo, mi esposo?


Última edición por Paulette "Paul" Tudor el Lun Ene 23, 2012 12:06 am, editado 1 vez


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Mensaje por Domingo de la Vega Dom Dic 25, 2011 9:46 pm

Sensual, exitante, directa, agil y elegante... peligrosa siempre, así era Paulette. Sus ojos siempre iban buscándola cuando le acechaba de esta forma, despertando de el su hambre por ella, tanto en el amor, como en las cenas vivaces de sangre.

Domingo asentía a sus palabras y rendía culto a la mujer, que por encima de todas, era la única a la que permitia aquel desarme, que le desposeyese de su propia voluntad y ante la cual nada temiese, mostrarse tal cual era.

- Si... - susurro apoyando su cabeza sobre la suya, inspirando el perfume de sus cabellos, buscando con sus labios besar las hileras de cabellos sedosos. - Demasiado tiempo pase, aguantando el hambre - sonrió, hilbanando con sus manos, caricias suaves sobre sus brazos, con la elegancia de dejar la impronta marca de sus yemas, haciendo camino descendente hasta que sus manos aferraron los nudos del corsé. - Pero entonces no sabias que despertabas, ¿y ahora si? - le guiño un ojo, mientras desenvolvía los nudos, y con firme tirón liberaba sus senos de la prisión de telas, para desmedido hundir su faz hacia ellos, dejando caer un beso en cada nacimiento.

Despertar de ella, la pasión que siempre se habían tenido, llamar de ella la atención, sobre el hecho consumado, de que siempre seria suya, amor, iras, penas y risas. Lujuria y gula, sexuales, embutidos con el cariño y el respeto de los amantes...

Domingo apreciaba las inspiraciones de Paulette, siempre que sus pequeños, firmes pezones, resbalaban bajo sus labios, para caer en la presa de su boca, atendidos dulcemente de un lado a otro, beso a beso...




Sus lenguas uniéndose en el baile sensual de las llamadas, diciéndose sin hablarse lo que solo podía el cuerpo transmitir de la manera mas antigua, entre dos corazones que empezaban a conocerse. Domingo sentía sus pequeños juegos, aquellos ligeros y delicados mordiscos, tan inocentes...

La busco y encontró, asombrado, mas de lo que deseaba... su cuello. Él, que llevaba sin alimentarse adecuadamente, dos días y ahora allí estaban, jugando inocentemente tan cerca ese palpitar llamativo. Aquella pequeña vena marcándose vivaz bajo su delicada piel. Domingo se deslizo sobre las sabanas hacia ella, para acabar atrayéndola hacia si mismo con el empuje de sus manos tornando firmes sobre su pequeño cuerpo, a su espalda, a su cintura, le sintió.

Sus besos fueron cariñosos, prodigos, inocentes... inspiraciones profundas las que hablaban del anhelo, inequívocas quizás las señales, no era solo amor, era hambre. Su cuello fue presa, cayendo sobre ella despacio, dejando que el peso de su cuerpo no la abrumara mientras su boca desmedía la apertura sobre su piel en el ultimo suspiro de ella.

Primero la pequeña presión de sus manos sobre su cuerpo, sujetandola... después la incisión de sus colmillos, apocando los labios sobre la herida caliente donde manaba el manjar delicioso, joven y llamativo. Sinfonía de sabor y olor que atrajo el gorgojeo feliz del vampiro aun más audaz en su cometido, sintiendo el frágil cuerpo de la bella mujer inglesa arquearse bajo el.

Sus labios la prendían, la besaban goloso centímetro a centímetro, absorviendo cada gota carmesí que revitalizaba su cuerpo dotándolo del calor de las mejillas, de la fuerza perdida, llenandolo de satisfacción, mientras ella misma experimentaba un ardor parecido en su cuerpo, agitada, exitada y febril... y en aquella instancia sus mentes se encontraron y el solo pudo pensar en ella, sin dañarla, buscar que sentía, que pensaba de el ahora.

Ahora en aquel momento...




- Fue extraño, pero jamas había conectado en la mente de ninguna de mis presas en ese momento y me sentí... sobre todo desnudo ante ti, queriendo saber que sentías, que pensabas, queriendo calmarte y que me vieras... sin ser un monstruo- le hablo desprendiendo su rostro de su afanada tarea, mirándola.

- Decidme ahora, aquello que ahora se. Quiero oírlo, en vez de leerlo de nuevo en aquel rinconcito de vuestra mente, mientras bebía vuestra vida...- justamente, alzándola por las caderas con sus fuertes manos, tiempo ha escondidas bajo sus faldas, procurando caricias.

Domingo se guió a si mismo, dejándola hundirse sobre su inhiesto miembro, suspiro de ambos, que les daba por arquearse mas a el, y reír, viéndola vibrar como entonces, cuando su vagina era acometida por su miembro, hasta unirse sus caderas.

- Cuentame... - ordeno, modulando su voz, hasta la sensualidad.



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Mensaje por Paulette "Paul" Tudor Dom Ene 15, 2012 1:18 pm

Sus caricias la hacían sentir realmente apasionada, ansiosa de más de sus besos, de sus manos contra su piel, en grandes y magnificos movimientos que la hicieran delirar hasta la pérdida de los sentidos y luego de eso, que sólo quedaran ellos dos, entre miradas y besos dulces... Le gustaba mucho eso, cuando la pasión terminaba y ambos se quedaban mirándose mutuamente, diciéndose con los ojos lo que con palabras no se podía abarcar. Tantos sentimientos encontrados y al mismo tiempo correspondidos tras centurias estando juntos, unidos, compañeros, amantes, amigos...

Rió feliz cuando su unión se dio entre gemidos dulces y palabras apasionadas, su marido siempre había sido un hombre erótico y sensual, el paso del tiempo sólo mejoró esos atributos y sus galanteos se tornaron mucho más juguetones, traviesos, pícaros. En ocasiones, la misma ansiedad de tenerse los volvía violentos, entre besos intensos y caricias inquietas, terminaban en un vaivén increíblemente erótico y placentero. Como ahora mismo, que él le desprendía de sus prendas para tomarla, con la finalidad de que su miembro entrara lento, demostrándole cuán mujer era.

Haciéndole recordar que era suya completamente, que nada podría cambiar esa sensación de saberse haciendo lo correcto cuando él la apretaba contra sí, le arrebataba unos besos que le hacían delirar y luego de ello, la llevaba al lecho para adorarla como la gema más exquisita de todas. Era cuando Paulette agradecía al cielo y rezaba porque nada malo les sucediera a ambos.

- Lo pensé... sentí la incisión y no sabía qué era, qué pasaba - susurró contra su oído - simplemente me dejé llevar por las sensaciones. Cuando sentí la debilidad de mi cuerpo lo comprendí, eras un vampiro. Mi cuerpo se estremeció de miedo, recuerdo, sobre todo al pensar que eras mi enemigo, que durante mucho tiempo habías querido hacerme daño. Mi gran rival y ahora estaba entre tus brazos, con tus colmillos bebiendo y sentí miedo, por primera vez en mi vida. Ni siquiera en las batallas tuve tanto temor como en ese momento, no porque me mataras, si no porque temía perderte. Sólo era una humana, no podía darte lo que otras te daban. Más que mi sangre, mi cuerpo, mi ser. Así que cerré mis ojos, te abracé la cintura con una mano y con la otra, tomé tu cabeza para dejarte beber.

Suspiró lamiéndose los labios mientras continuaban moviéndose... sonrió ante él, besándole para abrir con los colmillos los pliegues de su boca y beber lentamente, en tanto la unión empezaba a ser más intensa, más apasionada y erótica. Arrancándole gemidos, movimientos inquietos y con las manos, rasguñó con intensidad su espalda, haciendo surcos que fueron rápidamente curados por el vástago que tenía entre sus brazos. Su amado Domingo. Jadeó empezando a arquearse en el momento preciso en que la arrancaba de la realidad y la llevaba a ese refugio tan suyo, tan de ellos en el que podía disfrutar de la tranquilidad de estar entre sus brazos.

Una sonrisa seguida de una risa, fue lo que emanó de la pelirroja que se sentía completa, con él y sólo con él. En ocasiones habían compartido el lecho con alguien más, incluso Domingo había estado con algunas mujeres sin Paulette; aunque era egoísta con ella, porque jamás en su vida de pareja le permitió estar con un hombre sin que Domingo estuviera con ellos presente. No podía simplemente, era imposible que lograra dar el permiso o bien, que pudiera verlos sin que participara, sin que tomara para sí a aquélla mujer que tanto le obsesionara.


- Ahhh, cada vez es mejor -
rió contenta aún entre sus poderosos brazos. Era muy contrastante la piel tostada de Domingo contra la lechosa de Paulette. Sus cuerpos entre las diferencias propias de un hombre y una mujer, que aunque vampiros, no dejaban de mostrarse en sus curvas y músculos desiguales - en ese momento en el barco, tú bebiendo mi sangre, pensé... pensé que si te perdía... moriría...



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Mensaje por Domingo de la Vega Vie Mar 02, 2012 6:07 pm



- Y morirías, eso nadie te lo puede quitar - dijo, con una sonrisa boba. - Te mate para darte la vida. Te mate para otorgarte más de lo que Dios podía haberte dado. Te mate porque te amaba y volvería a hacerlo si las tornas nos llevaran al inicio del camino, porque digan lo que digan, nací para ser tu compañero y tu para ser la mía - hablo elocuentemente, tomando su mano entre las suyas, alzándolas hasta sus labios donde con profudo amor, deposito un beso y suspiro - Pero no resto los dolores de cabeza que me provocaste, ni repetiría a pie juntillas todos los intentos de domarte - río



Aquella noche fue una de las mas especiales de sus vidas. Habían compartido algo mas que amor, algo mas que sangre. Habian compartido secretos, ella sabia que era el. Él sabia que ella podía sentir miedo.

Domingo esperaba que pudiera sentirlo, de hecho lo busco con ansias, la manera de infringirlo en el pasado y toda esta búsqueda, el rito de su boda y las noches que habrían por venir, las tenia pensadas para... Para algo que a estas alturas resultaba desconcertante y lejano.

Miedo a perderle. Un miedo tan poco racional para el, tan extraño verse reflejado en su mente como alguien querido, sin el que vivir era ya morir. Que absurdos eran los plantes pensados de antemano, ante aquella revelación. Todo se lo tiraba abajo como un castillo de naipes empujados ante el viento.

Volteo a mirarla mientras el sol se alzaba por las galerías. No llegaría a donde estaban ellos, a su santuario, mas notaba la fuerza de la maldición llamándole a dormir. Podía luchar contra ella, ahora que estaba saciado, satisfecho de haber encadenado a la bestia, mas no podía luchar contra la razón, de que ahora no sabia muy bien que hacer con ella.

Confundido como en mucho años, yacía dormitando a su lado su... ¿que?. Era su esposa por gracia de Dios y vilipendio de los hombres, su padre el que mas. Era su enemiga por causas políticas bajo las cuales, ambos, habían sido como muñecos, dirigidos unas veces y otras, con sus meros nombres en tal o cual batalla, bastara para que el otro apareciera.

Eran...¿que? Sol y Luna, temidos y respetados por hombres y mujeres ante los que portaban mascaras, ilusiones y magia. Ella no era un hombre y aquello bastaba para derrumbar su renombre. El gallardo y valiente León de Inglaterra seria la mofa y haría quedar mal a la corona de saberse la verdad. El ya no era humano, suficiente para que la Santa Inquisición arrastrase con su nombre por el fango y lo perdiera todo, incluso la vida.

Eran algo mas que todo eso, de lo bueno y de lo malo. Nemesis de armas, de reino y de historia, por encima de todo el odio que se habían profesado, la pasión que les uniera en las guerras seguía allí. Latía en aquella mujer, de rostro suave y cuerpo sencillo, tanto como palpitaba en la sien del enorme guerrero, severo y hundido en sus pensamientos.

Era la mecha de un fuego que habían tardado mucho en hacer arder, en reconocer y para su horror, esconder a golpe de jarra de vino y susurros. Domingo habría querido con todas sus fuerzas odiar aquel sentimiento cuando se veía irresistiblemente empujado a mirar con ojos apasionados al ingles. Gracias a la providencia por la oscuridad. Por aquel ser muerto que debería haberle matado, solo gracias a el sintió que tenia de nuevo su destino agarrado por el cuello y ahora...

-¡¡Tierra, España, España, tierra!! -

Alzo la vista por encima de si mismo, hasta los tablones que hacían las veces de techo. Tierra, su hogar, en manos de los moros aun, pero no por siempre. Virarían en el cabo, como había ordenado y navegarian hasta costas territoriales.

Ahora el tiempo estaba de su lado, mañana, sino quizás pasado podrían pie en una de sus muchas haciendas. Y allí podría pensar con mayor tranquilidad que hacer, con aquella quien ahora le devoraba el seso, por que ante todo una idea si tenia clara. Era una ELLA y no la dejaría volver atrás. Ella era Paulette y como que el se llamaba Domingo de la Vega, que antes morir que dejar sin domar a aquella leona que era (hasta que supiera que hacer de ella) su esposa.





- Buenos fueron aquellos días en la hacienda, curiosos para ti y para mi, intentando comportarnos como marido y mujer. Aun recuerdo tu rostro cuando solo encontraste ropas de mujer en tu arcon - rio - Era algo para lo que ninguno de los dos, habíamos sido criados ni adiestrados, que raro fue nuestro amor aquellos primeros años - comento, acariciando su mejilla - ¿Te acuerdas de aquella disputa que acabamos a espadas?, no recuerdo ahora el motivo de la misma, pero si como te levantaste de la mesa y furibunda tomaste en mano una de las espadas prendidas de la pared -



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Mensaje por Paulette "Paul" Tudor Dom Mar 04, 2012 7:22 am

Su risa resonó en el lugar en el instante mismo que la vampiresa escuchó sus palabras. Era cierto, ella nació para él, nadie podría discutírselo pues a pesar del paso de los años seguían juntos como si fuera la primera noche en que sus cuerpos se fundieran en uno. En el instante mismo que ambos intercambiaron un beso entendieron que las circunstancias que los unieron no eran una razón de peso para evitar que el uno hiciera daño al otro. Simple y sencillamente sus almas habían estado predestinadas para encontrarse desde su nacimiento y esta unión sólo les hizo más fuerte.

Su mirada se posó en su marido al tiempo que él tomaba su mano para depositar un beso, se acomodó contra su cuerpo, recargando la cabeza en el hombro desnudo, dejándose relajar entre sus brazos, sabiendo que ahí era el refugio más espectacular de todos, donde pocos podrían acceder a ella porque primero tendrían que pasar al grandullón español. A ese que se encontrara en el campo de batalla e hiciera renegar una y otra vez cuando le vencía o bien, cuando de las pocas veces que Domingo ganara, fuera por una diferencia nimia. Y sólo era una humana. Después de la transformación, sus habilidades se superaron.

Su llegada a la hacienda de su marido no fue si no el parteagüas entre Paulette Tudor y Paulette De la Vega. El encontrarse con un arcón lleno de vestidos que él jamás quiso cambiar por ropas masculinas obligándola a aceptar su sino, su realidad fue un golpe impresionante. Una completa aberración el comportarse como una dama, sentarse como una, cabalgar, ser la señora de la casa y hacerse cargo de nimiedades como verificar que la ropa de Domingo estuviera almidonada, que la recámara tuviera, (ríe al recordarlo) las sábanas limpias cada día. Las toallas para ducharse. Que sus modales a la mesa fueran femeninos cuando antes con sólo utilizar el tenedor y el cuchillo era más que suficiente porque en casa no había eso de "comer verduras" u otra clase de platillos desconocidos por completo.

Al principio, el caos en toda su extensión, abrumada llegó incluso a escapar de ahí en un caballo que pronto, descubrió, ni siquiera tenía la vehemencia de sus monturas inglesas cuando enfurruñada fue devuelta a la hacienda sobre la cabalgadura de Domingo siendo sujeta por éste. Todo a lo que estaba acostumbrada desapareció con el simple hecho de poner un pie fuera del barco. Se tuvo que atener, a obligarse a ver como una ella, incluso maquillándose, usando vestidos estorbosos y el corsé... ¡Maldito aquél imbécil que lo creó! Era la cosa más incordiante de todas, la más desesperante porque a pesar de usar la mayor parte del tiempo un vendaje que ocultara su de por sí escaso busto, esa prenda le apretaba todo el tórax haciendo casi imposible incluso el respirar. ¿Cómo se atrevían a ponérselo? Gran martirio tenerlo todo el día sólo por...

Sí, su mente regresó a los primeros meses de su matrimonio donde él despertaba y ella le buscaba para ver qué harían esa noche. Normalmente él decidía desde las noches anteriores, pero hasta ese momento no exteriorizaba sus deseos. Palabras cariñosas sólo estaban reservadas a la cama, fuera de ella Paulette le trataba de "esposo" y él de "mujer" o "Señora De la Vega" quizá un recordatorio de su nuevo papel en la vida, uno que gustosa aceptaba tras alguna mirada apasionada del español.

Sí, se declaraba enamorada de él después del tercer mes. No tenía la presión de los gritos, le dejaba a sus aires, con libertad, pero no libertinaje. Señora de la casa, pero al mismo tiempo bajo sus órdenes. De principio, en la transición obedeció sin rechistar, aprendiendo su nueva vida, renegando de ella en muchas ocasiones, pero sobre todo disfrutándola. No podía echarle en cara eso, porque él le hacía la vida muy dulce, llena de ciclos repetitivos y costumbres que en Inglaterra no se usaban, pero la interesaban.

Así que el tiempo pasó entre días rutinarios en los que cada momento aprendía algo nuevo que en su oportunidad daba tan sentado como el que su ropa estuviera todos los días limpia, que no se preocupó del proceso tras este simple detalle. Tomó las riendas de su casa viéndose obligada a ello, no sólo porque él hubiera dado la indicación de que todo se viera con la señora De la Vega, si no también porque no tenía más que hacer que sólo eso. Así que para llenar sus días, se interesaba más y más en las labores hogareñas sin darse cuenta de lo esclavizada que iba estando conforme aceptaba las circunstancias.

Hasta que un día, cenando ella tras dos años de haberse casado con él, Domingo bebiendo una copa de "vino" (sangre en un 90 por ciento con un toque sí de brandy) cayó en la cuenta de que ese hombre la estaba manipulando. Un "inocente" comentario sobre el lugar de la mujer en la casa y lo que era su obligación como una persona que no podía hacer más allá de... la desquició por completo. ¿Así que sólo era aquélla que servía para tener sus cosas en orden? ¿Acaso no demostró una y otra vez cuánto más valía? ¿Que también podía hacer lo que un varón e incluso mucho mejor si tomaban en cuenta que había sido la mejor guerrera de Inglaterra durante todo ese tiempo?

Bramó al tiempo que la pesada mesa que en ninguna circunstancia habría volteado de no ser por la adrenalina que su cuerpo en ese mismo momento segregaba, cayó al piso de lado, entre todos los cubiertos, platos y demás vajilla que una noche antes habría gemido por perderlos, pero ahora no eran más que un recordatorio de a lo que se reducía su vida: ser una esclava doméstica de este... este...

Rugió, lo recuerda bien, lanzó una mirada tal a su esposo que los sirvientes que esperaban a que terminaran para llevarse los platos, la miraron azorados. Paulette De la Vega no era una mujer agresiva, ni capaz de desplantes inadecuados por más que fuera una bruta a su llegada, una inculta inglesa a la cual se le puso una tutriz para que la educara en virtud de que toda su vida la había pasado en una granja (Paulette se enteraría años después por un desliz de Domingo justamente ocasionando otra titánica pelea, pero mientras tanto, lo tenían bien oculto). Así que la habían "domesticado".

Verla con los ojos echando chispas, con el cutis sonrojado, casi exhalando humo por las orejas era algo tan nuevo en su vida en España, que todos se quedaron impávidos y absolutamente ninguno atinó a reaccionar hasta que fue demasiado tarde... Espada en mano, el León de Inglaterra iba a resarcir la afrenta que ese maldito español realizara en su contra. Se vengaría, lo pondría en su lugar y tras dar el primer estoque que Domingo logró esquivar, la pelea inició. Su orgullo herido la instaba a moverse con mayor velocidad, incapaz de superar a Domingo tras él ser vampiro, pero defendiéndose como león boca arriba, pudo darle tres o cuatro estocadas que sólo hicieron reír al vampiro.

Fúrica, se dió cuenta de algo: necesitaba ser una vampiresa como él para enfrentársele en igualdad de condiciones. Le urgía, así que dejó las armas por la paz esa noche, para empezar lo que sería el plan más elaborado contra el toro que era su esposo: Aquél que la transformaría en un vampiro como él. Aquél que le daría la victoria sobre el descerebrado Domingo que pretendía que fuera sólo una mujer de hogar. Así que esa noche, Paulette De la Vega dejó a un lado las labores domésticas dejándoselas encargadas (porque hasta eso, no podía olvidarse de la responsabilidad de tener todo en orden, una consecuencia de la forma en que su esposo había dominado su mente) a una ama de llaves.

Al siguiente día se dedicó a su pasión: los caballos, el arte de la guerra, la educación, el aprender. Por lo que cuando Domingo despertó esa misma noche, los chismorreos no tardaron en hacer su aparición: la señora metida toda la mañana en las caballerizas, aprendiendo de las bestias españolas. Al mediodía, en entrenamiento con ropas inadecuadas (de varón) y con espadas, ballestas y demás armas, utilizando incluso a los grandullones de los sirvientes para que le sirvieran de saco de golpes. Tumbándolos a todos para el azoro de todos los demás que la veían. En la tarde, metida en la biblioteca, aprendiendo a leer español y latín con uno de los mejores tutores de la región.

- Recuerdo el pleito, pero más recuerdo lo que vino después... afilaba mis uñas para la batalla más grande de todas, el obligarte a transformarme porque como humana era muy inferior a tí y eso... eso jamás me gustó - le miró a los ojos con una sonrisa divertida para besarle la yugular, ahí donde el pulso latía y la sangre era una invitación al festín.



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Mensaje por Domingo de la Vega Dom Mar 11, 2012 11:49 am




Cuando el señor de la casa despertó y pregunto a sus criados su asombro no fue tan mayúsculo como cabria de esperarse. Había esperado que aquello ocurriera mucho antes, de hecho ya se había empezado a aburrirse de aquella... sumisión.

Aquellos aires, viejos aires conocidos de rebeldía representaban una metáfora en si misma, por mucho que vistas a una leona de sedas... leona se queda. Quizás, solo quizás habian refinado sus modales un poco y si, la habian convertido en gran señora y lo hacia muy bien. Daba gusto comprobar como Paulette era capaz de asimilar información y convertirla en hechos y aquello... también provocaba escalofríos en Domingo.

Si siendo humana era capaz de tales habilidades, siendo vampira, sino hilaba con cuidado podría descontrolarsele muy rápidamente.
Podía suponer un aprieto en poco tiempo, para ella y para el. Pero por eso mismo cedió tiempo al tiempo, el día se sumo a la noche y pasaron casi tres meses mas, tras los cuales el hacia como si aquella noche de genio donde cruzaran espadas no hubiera pasado.

No para que se confiara, oh bien sabia que ella no lo haría, cuando ya tomaba una decisión. Solo esperaba tras cortinas de humo y vigilaba, analizaba y veía donde se interesaba mas, donde se entrenaba mas y por donde urdía su telaraña mortal. Después de todo, a diferencia de ella, contaba con la suma de la experiencia en este mundo de tinieblas y el don, un grandioso don, para oscultar las mentes sin ser detectado.

Veía como se centraba mucho en recobrar las habilidades perdidas por la falta de práctica, en pulir aquéllas en que fallaba como las armas españolas (un peligro porque con las inglesas era imparable) y sobre todo, utilizarlas y cambiar la forma de esgrimirlas.

Y qué decir de sus clases de español, sus tutores pronto estaban dando cuentas al Duque de lo rápido con que su esposa estaba dominando la lengua como una nativa. Incluso metiéndose en libros propios de les españoles que no se conseguirían en Inglaterra. Ella estudiaba al enemigo a fondo desde las trincheras de éste. Que juego tan deliciosamente divertido era contemplar como movía sus piezas, con intentos cuidados.

Cuando sus criados mas allegados empezaron a llegarle con protestas de como la señora, habilmente había derivado algunas cuentas de la casa, para poder pagarse unos tomos carisimos de lengua e historia, aquello siquiera rozo el malhumor de Domingo. De hecho con pequeñas sonrisas aceptaba las quejas de los criados y los despachaba de vuelta a sus tareas como si nada de ello fuera relevante.

¿Queria instruirse? Adelante, incluso suministro un porcentaje de los dividendos de algunas tierras al dinero, para adquirir ciertos libros en los que ella pensaba a menudo y de los que el sabia, no tenían en la biblioteca de la casa.

¿Queria refinar sus dotes de armas? Adquirió como si tal cosa, un par de arcos galeses, para colgar sobre la chimenea y exponerlos como si de piezas de colección se trataran, sabiendo como ella se deslizaba de su lado, al rayar el alba y antes de que ningún criado la viera salia bien temprano en la mañana a entrenarse con ellos, por no perder la practica.

Incluso vistió unos viejos maniquies con las armaduras justas inglesas. Con un talle claro mas para alguien joven o mas delgado, como era su caso. Si, no le importaba que ella viera, que se diese cuenta que en el fondo, le cedía sin decirle, lo que ella buscaba. Allí no se estaban engañando ni manipulando, sencillamente no se decían a las claras, porque para el, era un juego.

Gato y ratón, buscar el potencial de su esposa. Pero eso si, ante todo darle lo justo para ir tirando, nunca mas de lo que querría para que renaciera su viejo enemigo Paul Tudor, por eso llego a molestarle cuando un día, su mayordomo le comunico el trato que habían recibido algunos de los criados de mayor tamaño, que como a sacos de útiles, usara para sus entrenamientos de espada.

Aquello ya había sido mas Paul que Paulette, que ahora en los establos buscaba las hinchas de su caballo. Tanto en cuanto saliera vestida de mujer, dijo, se le abrirían las puertas, si iba vestida con calzas de varón se le prohibía y ay de aquel que la permitiera salir, seria colgado de los pulgares fuera un "el" o una "ella".

Aquello bien pudo ser cierto durante unos meses, pero al rayar finales de años, para Domingo quedaba mas que claro, que no podía seguir permitiéndole aquellos juegos.

La había dejado a sus anchas, cuando visto lo visto, la red tendida suavemente sobre ella no había dado sus frutos. Sus tierras se le quedaron pequeñas, y la hacienda tenia pocos lugares ya donde ella pudiera entrenarse a sus anchas. Como además sus sirvientes la conocían y temían mas la ira del señor que la suya, sumado a que como mujer la vetaban...

Aquello se había visto reducido a aquellas marchas, que por inicio y astucias de su esposa, diera por valido. Que Pablo de García, el disfraz que para aquellos meses se confeccionara su esposa, se labrara un nombre en la caballería española e hiciera de aquel apellido tan grande como sus tierras eran. Pablo de García, la mujer bajo las vestimentas, que podría derrumbar un batallón.

El mismo hizo llegar una carta al capitán general de las tropas, recomendando a ese hidalgo soldado, nada menospreciable hijo de un conocido amigo y junto a la carta unas monedas, que a sumo pagarian cualquier altercado que acometió en aquellos meses, que alguno hubo y para azotarlo y hasta tragar calabozo, pero el azar y su fortuna hacían callar bocas y desviar ojos oportunamente allá fuera.

Pero dentro de la casa, ya iba echando humo. En las noches la esperaba y fingía, procura manejarla y conducirla y solo daba con paredes y respuestas simples y tan claras, como sies y nones y sonrisas tan falsas como la hipocresia de que aquel juego ya no lo dominaba a menos que tomara las riendas a la fuerza.

Así que una noche, fue el quien partió de la casa. Cazo y se alimento en un poblado cercano, se devano los sesos buscando entre los hombres con mujeres mas rudas y lo que encontró, se dijo, al fin y al cabo era también valido en sus términos, solo que el jamas llegaría a abofetearla como algunos pensaban... "es de buen español, poner en cintura a su mujer" eso si "pero si a buenas la burra no quiere, con garrote y madera" eso no.

Por lo que una de aquellos días, de alba temprana donde ella confiada marchaba a las caballerizas, su sorpresa fue mayúscula al verlo esperándola en pie, junto al caballo que otroras veces preparaba.

Con muy buen acierto, aunque arriesgado, entre las sombras esperaba su llegada.

Ella creía que todo le estaba saliendo a pedir de boca, pero desconfiada como era, cuando no hicieron muchas preguntas se había puesto a investigar y termino por encontrar la carta. Supo que despotrico un tanto y el otro tanto, fue gruñir, pero aprovechó bien la situación para aprender lo máximo. Aunque golpes hubo e intento ocultarlos fingiendo una caída por el pozo, escaleras a caballo, lo que fuera para que él no hiciera más preguntas que por fortuna no hacía, lo cual la hacía más consciente que él sabía lo que hacía y dónde y cuándo.

Rebelde, le dio la oportunidad de burlarse divertida hasta ese día que le miró inquisitiva.

- Se va a quemar y luego a morir, ¿acaso no lo sabe, esposo? - dijo tranquila mientras arreglaba el caballo con rapidez, no necesitaba su atuendo, lo tenía bien oculto, enterrado bajo un árbol.

- Del sol ya me cuido yo - respondió tendiéndole un saco bien amarrado, que no era sino sus ropas que creía a buen recaudo en cierto árbol - Vistete aquí, si tienes arriendos, esposa - dijo dejándola caer a sus pies - Que ya me encargo yo, de acabar de ensillarte el caballo. Buen animal este - sonrió, sin mostrar nada mas que eso, una sonrisa que no decía nada ni rellena de humor ni de malicia. Lo cual la hacia peor.

Ella alzó una ceja mirando la bolsa. Luego a él arreglándole el caballo, para acabar por suspirar. Sin pena se había puesto a deslizar el vestido al piso, demostrando que corsé no traía ninguno. Se vistió igual de rápido y pronto estaba ante él, con esa horrible máscara, nada más y nada menos que su enemigo, Paul Tudor.

La cara de Domingo cambio, como sus gestos delataban que no estaba contento. Era normal en el, algo que arrastraba de su mortalidad, apretar los puños hasta el punto de que los nudillos se volvían casi blancos. Era normal aquellos labios fruncidos antes de hablar...

- Hete aquí, que no esperaba veros de nuevo, enemigo mio - dijo severo, mirándola de arriba a abajo, vestido todo el, como hombre y tratándola como tal - El tiempo parece haberos tratado bien, incluso diría que habéis ganado algo de peso muscular y calor a esas mejillas tan blancas - decía dando una vuelta en torno a ella, volviendo a situarse a su frente.

- Bla, bla, bla - Paulette se alejó para subirse al caballo - como siempre, mucha palabrería - se alisto - ¿es todo?

Él negó en seco. No era todo, desde luego que no - Te olvidas de algo - murmuro y al momento siguiente sus manos, aunque ella las alzara con rapidez para defenderse ya no eran suyas.

Caían indefensas ante aquella fuerza sobrenatura, se las veía reducida ante su empuje y aquella endiablada velocidad de la que tanto hablara pero que nunca antes conociera. Se encontró presa de su esposo, con las manos trabadas a su espalda por sus manos, férreas sobre su piel y su propio cuerpo, que sobre el suyo, la fijaban a la viga de madera y soporte.

Su aliento tan cerca que podía adivinar que tiempo hacia, no mucho, había cenado y en sus ojos aquella mirada, vieja y conocida mirada. La del Duque español contra quien pelease a sangre y fuego, sin cuartel hacia ya tantos años. Ahora tenían una guerra, diferente, menos capa y espada, mas sombras y astucia y el quería darle su mejor golpe y desarmarla esa misma mañana. Se acabo ver a Paul de Tudor.

No hablaba, no hacia falta de que. Cuando una mano la libro en su presa, la otra seguía manteniéndola, por fuerza le bastaba. Y la mano libre de un golpe curtido mando al cuerno el primero de los botones de su chaqueta y del revés el siguiente, descubriendo mas que su cuello, el canalillo, y en el una mirada febril al sonreír y tender su cabeza hacia ella, besando la piel de su cuello, suspirar y besar descendiendo por el hombro, arremetiendo suavemente contra sus piernas para ganarle aquel terreno y poner las suyas de por medio, con algo mas de cuerpo.

En ella encontró sorpresa, no esperaba semejante fuerza, intentó librarse en vano, golpearlo en sus partes débiles y descubrió que ya no las tenía, al no estar vivo, no necesitaba aire. No estaba vivo, así que no sentía dolor... Acorralada y sorprendida, superada y sí, asustada. La leía mas rápidamente en estos escasos segundos, de lo que había hecho en los últimos cinco días.

Pensaba en si la mataría. Sintió como le temblaron los labios cuando el primer botón cayó. cuando al besarla cerró los ojos con fuerza, tensa como las cuerdas de un violín. Ver como ella se veía muerta y deseaba fuertemente... ver el sol por última vez.

Aquellos pensamientos arrancaron de el, gruñidos molestos. ¿Matarla? Que sencilla era la mente humana, que pobre y débil seguía siendo ante lo desconocido y oculto. Pobre de ella si, no por creer que podía sacarle a relucir la bestia en ese sentido, sino por no tener nada previsto por si sucedía aquello que tanto temía.

Habría esperado encontrar mas de aquellos otros planes, por si el tiempo les separaba hasta aquel punto, mas no los había, puede que solo algunos ardides defensivos, pero solo eso y ni siquiera contra esto, tenia nada.

Egoistamente aquel poder, aquel miedo que generaba le hizo grande, por segundos vio tan claro como el agua que resurgia aquella sensacion de dominar y que podía controlar la situación, que en nada despreciable sus susurros eran para que callara y aquellos besos sobre su cuello, donde se unía al hombro eran atentos y firmes, donde su mano apretara la camisa de lino y tirase, la tela se desprendía rasgada desvelando el seno que luego el prendiera entre sus dedos, dándole calor y firmeza, pellizcando, alzando la carne y dando a su tibia piel mas color que oscureciera el pezón al que su boca partía y embravecido, empujara de ella hacia arriba con su cuerpo, si tensa estaba a ver que hacia de estas, si esconderse o echarse hacia el.

Si bien quería matar a alguien en aquella mañana no era a su esposa, sino a aquella mascara que se ponía y que no debería haber sacado de nuevo, maldito que fuera Paul Tudor. Aquel bastardo ingles que nunca relucía para luchar contra los españoles. Domingo no odiaba a Paul Tudor por ser su enemigo en armas, lo odiaba por lo que representaba.

Lo entendió en el instante que él besó su pezón, en que la empujó por encima de si que era para dominarla, para darle una lección porque si quisiera matarla... no habría comido antes... sintió la forma en que la hacía para sí. Jadeo y entrecerró los ojos, con las manos aún tras el cuerpo.

Le hacía lo que quería, pero no sabía si era a ella o a Paul...

- Jajaaja - se mordió el labio inferior - ¿Alguna vez pensaste que Paul tendría las redondeces que ahora besas con furor? .- le salió decirle, no buscaba provocarlo, pero era una idea que de pronto le nació y termino pronunciandola en voz alta.

Aquello fue un picar demasiado hondo. Domingo levanto la mirada de su cuerpo para que sus ojos se encontrasen.

Sintió la brusquedad con que su mano descolgaba el cinturón que ateñía a su cintura tan firmemente sus calzones de varón, en lo que hablaba, casi siseando las palabras entre dientes.

- Al maldito varón lo habría empalado - dijo muy cerca sus rostros y la mirada rojiza - Solo por tentarme y vermelas con el diablo, por pensar en sus carnes de ese modo. Vos por el contrario, no sois hombre, olvidaos de Paul Tudor, nunca existió, pues os falta bien de... - hablo metiendo la mano entre el cuero que la ocultaba y los linos que hacían las veces de virtud.

A vista de fuera podía encontrárselos, al señor de la casa acometiendo a su esposa contra la viga, apresada y sin fuerzas para debatirse. El enrojecido de ira que no de vino, mientras que de ella había algún rastro de mofa en aquel disfraz tan extraño que lucia, desgarrado en medio, luciendo un hermoso y pequeño pecho, forzada a sentir como la mano del hombre se hundía dentro de sus calzones y frotaba la plenitud de su sexo, arriba y abajo, arriba y abajo.

- Os falta bien de esto... - habiasele escuchado - por lo que os hago mía y siempre lo seréis -

Y ella ahora... estaba sonrojada por sus palabras, por sus actitudes, por la situación en sí, tan voyerista que para ella era nueva. la sensación de tener su mano en su sexo la desarmó por completo, la hizo jadear, respirar, arquearse ofreciendo su hermoso cuerpo a su marido.

- Existió - se negaba a dejarlo ir - es parte de mi pasado... - le miró con ojos dolidos - como las vejaciones de mi padre lo fueron. Una tras otra, como ahora mismo me haces - dijo atragantándose - sin fijarse si me dolía o no - derramó lágrimas - sabiendo que por ser mujer podía quitarme las ropas que él me obligó a ponerme y penetrarme con violencia una y otra vez... - y llego la pregunta que le dolió mil veces en el alma a Domingo y hoy día recordaba como fuego en sus carnes -¿Eso harás también tú? Serás tan vil como de tomarme con estas ropas a sabiendas de lo que me duele... - no había vuelto a luchar tras aquella pregunta. No se debatió mas, simplemente... lloraba.


Pero fin lo había expulsado, el porque de su nacimiento como hombre. La necesidad que lo impulso y a partir del cual podía tenderle no redes, como en el pasado hiciera, sino la mano.

No quería como otros, imponer su voluntad y tener un esclavo inmortal. No deseaba dormir sus días, pensando en la espada o el fuego que podía encontrarse al dejarla en su lecho. No habian pasado los años, sin pensar que lo que tenían eran mas que unas palabras que les unían.

Existía una confianza ganada con sudor y un cariño que poco a poco... si. Podía llamarse atentamente amor. Eran cimientos, que tenían que darse, que no acabaran de definirse, se estremecieron juntos en el pasado alguna vez y se habian dado algunas caricias y mimos, habian yacido juntos, pero todo se había dado por pasiones que no tuvieron mucho de amor, solo fue cosa del momento.

Y no quería nada de eso para el futuro, quería lo mismo que había encontrado con miedo aquellas primeras noches en el barco. Quería poder tenderle la mano y encontrar a una muchacha dispuesta a seguirle sin miedo y ser su compañera, que le enseñara también sus habilidades y juntos fueran imparables.

- No - respondió a sus preguntas, tanto a la formulada como a las que no - Nada quiero mas que muera mi enemigo - dijo retirando la mano de su cuerpo, tanto la que la sometía como la que forzaba el roce - Quiero a un Tudor que sea mi aliado, uno que poder llamar amigo en tiempos de necesidad, pero ante todo que sepa ver que es una mujer como pocas y si existe, es solo porque amargamente aun no ha podido vencer a su mayor rival y ese no soy yo - hablo, acercándose a ella, no como cazador, sino como amante, rozando apenas sus mejillas con sus manos, dejando su faz muy cerca de la suya - Dime, ¿te casarías conmigo en las tinieblas? -


Su respuesta la había dejado sorprendida del todo, por la forma en que él la había conducido hasta que... se erizo toda ella y gritandole se soltaba.

- ¡Idiota! - dijo - ¿para qué diantres tenías que manipularme? ¡¡¡Español tenís que ser!!! -golpeando reiteradamente su pecho.

El Duque aguanto uno y otro, hasta el tercero de los golpes que propino contra el, hasta que a un nuevo levantar de sus brazos, volvió a apresarla, rodeando su cintura contra sus brazos, acercándola tanto que sus golpes fueran imposibles de realizar.

- Lo soy y a buena honra - hablo en comparsa de amigo, sonriendo - Ahora bien decidme lo que ansió escuchar - beso suavemente sus labios, con un gruñido muy animal - Para que pueda de una buena vez arrancaros estas ropas y ver a mi esposa sin la mascara de quien es, sino ha sido ya, mi mas grande nemesis y ahora un amigo -


Ella suspiró desarmaba, un ultimon gruñido de protesta, solo uno y acababa por mirarle.

- Sí - dijo suavemente - acepto ser tu esposa en todos lados, soy feliz contigo - se abrazó a él - ¿Eso significa que me transformarás? - quiso saber quitándose la máscara


- A principios de año - respondió, abrazándola contra si, afectuosamente - No te preocupes, tendrás tiempo para ver el sol, todo lo que quieras y prepararte para ello. Te aseguro que no dolerá - aseguro cada una de sus palabras para que no sintiese miedo a aquel paso - Y me tendrás a tu lado cada noche, para enseñarte a andar por este mundo tan maravilloso del que solo alcanzas a ver minúsculos pedazos. Y poder - la ungió con esa idea - Para hacer justicia mas allá de estos mares, por afrentas pasadas - que pensara en ello seriamente, en limpiarse de aquellos demonios, de aquel fantasma que aun vivo, no sabia por cuanto tiempo ya era un cadáver, John Tudor

Entonces sus pensamientos se hicieron mas fijos, Domingo leía la alegría de su mente mientras su esposa entornaba los ojos sabiendo que iría paso a paso entonces, alegre por esa idea, pero al mismo tiempo preocupada por no dar el ancho. Hizo a un lado esa idea para seguir avante.

Johann, su padre.. Johann Tudor... hacer justicia, sí.. eso le gustaba. Le enloquecería hasta que no pudiera más... le emparedaría incluso... y aquella sonrisa de maldad que quedo reflejada en su rostro, marcaba el comienzo de una nueva libertad.





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Memorias [Privado][+18] (Paulette "Paul" Tudor y Domingo De la Vega) Empty Re: Memorias [Privado][+18] (Paulette "Paul" Tudor y Domingo De la Vega)

Mensaje por Paulette "Paul" Tudor Miér Abr 04, 2012 4:16 pm


Sus memorias estuvieron marcadas a fuego y sangre, con todo lo necesario para tener con ellos la confianza mutua y el compañerismo que jamás había existido en la vida de la joven. Paulette no recordaba cuándo se sintió más feliz que esa noche en que, nerviosa, se preparó para unirse a su esposo en las tinieblas como él había dicho. Lavó su cuerpo a conciencia durante muchos días, alistándolo para ese instante en que toda su vida habría de cambiar. Prepararse mental, física y espiritualmente. Entrar en la senda de la oscuridad para ser una devoradora de hombres, una consumidora de sangre y vivir así durante muchos años. Sólo hubo algo que jamás pudo perdonarse: no ser madre, pero ¿Cómo iba a tener en su vientre una criatura que no fuera sangre de Domingo? O lo que era peor ¿Cómo iba a acostarse con alguien que no fuera Domingo? La degeneración llegaría años después, siglos después. No era el momento éste, de que entregara su cuerpo a un extraño cuando sus sentimientos empezaban a cimentarse en lo que ella consideraba sus fortalezas y no las debilidades como en un inicio estableciera.

Sus pasos se acercaron lentamente a la habitación que sería de ahora en adelante el refugio de ambos, un lugar seguro no sólo para sus pretensiones, para su cuerpo, si no también para su alma y sus sentimientos más profundos. Un espacio en el que ellos fueran los señores y amos y no hubiera absolutamente nada que les impidiera presentarse como lo que eran. Su hogar. Por fin tenía uno tras años y años de estarlo buscando y quién le diría que sería en brazos de ese hombre, de su peor enemigo donde lo obtendría. Nadie sabía realmente lo que el destino deparaba y aunque Paulette era una mujer demasiado fuerte y capaz de forjar su propio futuro, sabía que existe una fuerza tan potente como la de los imanes que todo une y al mismo tiempo, todo repele. Y ahora mismo estaba juntándolos a Domingo y a ella, tras años y años de constantes peleas y guerras, de heridas físicas y emocionales había creado un puente el cual sólo faltaba recorrer los últimos metros para estar juntos por y para siempre.

Eso hacía ahora mismo la inglesa, abriendo la puerta y cerrándola tras de sí, con el cabello pelirrojo suelto y cayéndole en ondas enmarcando un rostro blanco, con labios pintados en carmín, mudo testigo de lo que se avecinaba. Ahí estaba ella ante él a quien vislumbraba en la oscuridad. Caminando hacia él, sin dudar, vestida con lo que era un atuendo tan fácil de desprender en un material de lino, como si fuera el último escudo de su vulnerabilidad que él tomaría para sí y no dejaría tras ello más que la fuerza y la valentía, la bravura y la rebeldía de una mujer que había encarado la muerte tantas veces que ahora se reiría de ella. Una vez más, escaparía de sus garras hasta que nada quedara de la antigua Paulette Tudor y con ello, se llevara no sólo a ella, si no también a Paul, el némesis de su esposo, su mortal enemigo.

Aunque... ¿Realmente sería así? Paulette misma llegó a pensar en que en realidad no fue en ese momento cuando se desprendió de las ataduras que su padre le había puesto, si no que fue parte de esa metamorfosis. Domingo esa noche le daría a ella un caparazón en el cual protegerse y resguardar la parte más importante de su ser: su alma. Le entregaba un poder tal que absolutamente nadie podía encararle con las habilidades aprendidas como mortal. Le ofrecía la inmortalidad y al mismo tiempo ésta era reafirmada con la fiereza en combate de la leona inglesa. Una mujer así, convertida en vampiresa era toda una oda a la destrucción, pero no por algo Domingo se había encargado de adiestrar su mente para dar el paso, para no perderse en las olas de sangre y controlar así la bestia que habitaría en su interior.

Que no era más que el reflejo de la que ya estaba presente en el fondo de su alma, una que exigía venganza, que clamaba de ímpetu cuando se le dejaba salir a pasear en el campo de batalla dejando tras de sí miembros amputados, sangre y muerte. Sólo cambiaría el nombre, porque en realidad ya la bestia habitaba en lo profundo de Paulette. Se le daría la fuerza y los dones para emerger a un mundo que, sin estar preparado para ello, estaba seguro porque la mente de la inglesa era mucho más potente que sus ansias de destrucción. Porque la guerra le había dado esa disciplina, esa frialdad, ese sadismo al momento de actuar. Era pues, Paulette ahora un soldado en la guerra de la vida y como tal nadie evitaría que lograra el triunfo en la guerra más grande jamás librada en su existencia, una que sólo se terminaría con la muerte de aquél que tanto daño le produjo durante tanto tiempo. Sir Johann Tudor. Su padre.

¿Sería capaz de entregarlo a las manos de la muerte? Sin duda alguna, al contrario, la joven sentía la necesidad de que todo se hiciera de una vez, que todo el entrenamiento tras la transformación acabara en ese mismo instante. Mas no se cegaba. Lo sabía mejor que nadie. Una conversión sin los cuidados adecuados no sólo sería el fin de su existencia si no también de la de Domingo. Si en medio de su furia y completo regodeo en su inmortalidad y desapego de los sentimientos él quisiera controlarla, si la mente no estaba fría y las entrañas dominadas Paulette se le echaría encima. Y si antes la reducía por el poderío que su esposo tenía gracias a su condición vampírica. La igualdad de circunstancias les hacía recordar que, en el pasado, siempre hubo un triunfador. No importaba quién fuera, quién sería en este instante. Uno de ellos moriría y de seguro el otro, cuando su cabeza se enfriara y volviera la cordura, se arrepentiría de ello por el resto de los días que viviera.

No, no aún. No en este instante. Sus pasos la acercaban lento a Domingo, su cuerpo cubierto por los linos, su piel oliendo a una mezcla de clavel y rosas, tan simple como efectiva porque ella no tenía que engalonar demasiado su ser, todo lo contrario. Era justamente ahora cuando menos artilugios debía de poseer. Entregaba su cuerpo, su alma, su mente y no importaba cuántos objetos materiales tuviera... simplemente era ella la que importaba... Sus pasos llegaron por fin hasta Domingo, quedando frente a él por escasos tres pasos, si alargaba la mano acariciaría el rostro masculino que tanto le incitara, que tanto la estimulara y sensibilizara. Sí, era una sensible, pero por él, para él... Los ojos la domeñaban y la presencia de su esposo la hacían consciente del paso que iba a dar. No se preocupaba por ello, no tenía la menor reserva, sabía lo que hacía.

- Domingo, mi amor... hoy, me ofrezco a tí, como símbolo de los sentimientos que hacia tí poseo... siento... mi alma está entrelazada a la tuya en vida... y así será en muerte y la eternidad que le siguen... tómame para tí, bebe mi sangre y desposémonos en este rito oscuro hasta que al volver de las sombras, lo haga como tu esposa por y para siempre. Nadie pues nos separe. Ni siquiera la muerte, porque aún de entre sus garras me libraré para retornar contigo. Mi amor.





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Mensaje por Domingo de la Vega Mar Abr 24, 2012 1:33 pm

https://www.youtube.com/watch?v=luvZUb6-0Hw&feature=fvst

Domingo sonrió en la quietud de la cama, entre sabanas que desenvolvía atrayéndola a su regazo. Frío fuego es su piel, contra la de la mortal, que como pagana en sacrificio se ofrece a un dios de las sombras... ¿la recompensa?... Inmortalidad.

El tiempo se detiene a una mirada suya. Su esposa, la mortal que mas odio en el pasado, bajo disfraz de varón. Ahora no es sino una pantomima del pasado que se rinde a su deseo. Ninguna sangre sabe mejor, que la del enemigo derrotado. Mientras este pensamiento se aloja en su mente, lo reconforta el saber que su victoria es mayor, pues del juego de la conquista ha nacido un amor que puede durar mil años.

Nada existe salvo aquel momento, mientras sus manos rodean su cintura, acariciando dulcemente su piel. Paulette, sobre la que deposita besos con la licencia de miradas amables y cautivadoras. Sentada en su regazo, cual pequeña criatura, el olor de su cuerpo bañado en óleos de flores, su respiración agitada y aquella sonrisa que tiene en el rostro, no le hacen sino merecer por Domingo, todo su respeto y cariño.

Amor, esta es la noche del amor. Atraerla a las sombras sin violencia. Mimar su cuerpo y asegurarle paso seguro por el difícil trance de morir. Morir en esta noche, entre sus brazos, lo hará dulce. Mas la pena de perder su sabor, le llena de gruñidos ansiosos. Su sangre, que no es sino, ancla de emociones perversas y fuertes, cuando su mano la sujeta bajo la linea de la cintura y su boca se hunde en los pliegues de su vestimenta, desgarrando con los dientes la suave prenda a la altura de su hombro.

Ríe, ríe el señor español y domeña su temperamento, buscando su piel. Su ojos se tornan exitados, mas no existe mas que la violencia del juego, cuando su boca encuentra la suave piel de su hombro, cae sobre ella una y otra vez, besos... besos que saben encender el aliento, mientras la mano hace de mantenerla asegurada en su regazo.

Suavemente halagada es su piel, ardiente desciende el deseo del varonil cuerpo, y en torno a su seno la ropa se rasga de nuevo, desvelando a la luz de la luna el durazno maduro que realzado en su cuerpo, solo es ansiado por sus labios con mayor premura. Lame y aterciopela con los labios el pezón, guardándolo del frescor de la noche, con la calidez de su boca y solo cuando siente como se arquea su cuerpo, Domingo hace por lascivia el primer envite a hundirla en la oscuridad, mordisqueando tal fruta madura hasta que de ella brota el manjar de su sangre que evita se desperdicie a cada paso de su lengua... la lleva a un pequeño paraíso, haciéndola suya despacio. Si es demasiado glotón, todo acabara antes de tiempo y no es ello lo quiere.

Su propia cordura lucha por emerger del mar de olores que es el cuerpo de su amada, clavel y rosas que se mezclan con hierro rojo, dulce almíbar que riega su cuerpo, Domingo alza sus manos en pos de su espalda y allí donde gana calor por sus manos siente que se mueve bajo su cuerpo, recolocandose, recolocandola.

Yace... yace postrada hacia la cama, encontrando en las suaves sedas el frescor que ha dejado a su paso el vampiro, al contraste de sus cuerpos, las sensaciones bullen, tal y como quiere el, confundir su mente para que no luche, la empuja solo a sentir que aquella noche es solo para ella, no existe dolor, solo la gloria de morir entre sus brazos, mientras se acerca a sus labios.

- Mi amor, Paulette... -




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Mensaje por Paulette "Paul" Tudor Vie Mayo 11, 2012 1:58 pm

Y héla ahí, entre almohadas y sábanas, en un colchón mucho más acogedor que cualquiera que en casa tuviera, con una de las personas que jamás hubiera querido perecer. No entre sus manos, no ante él. Y sin embargo, unos cuantos años habían hecho maravillas en el pensamiento y sentir de la inglesa. Ahora, las circunstancias eran por completo diferentes porque ante ella no se encontraba un enemigo, si no el hombre al que amaba y sin el cual no se veía existiendo. Aceptaba la muerte, la inmortalidad que venía de su mano y no era porque la necesitara, realmente con una vida ella tenía más que suficiente, pero era porque quería estar con él, existir a su lado durante mucho tiempo, quizá el final de esta historia no fuera agradable, quizá se destruyeran o muriera alguno de ellos, pero mientras tanto, quería sentirlo, estar a su lado, tenerlo como jamás lo haría.

Era como si él estuviera en España y ella en otro lugar, así se sentía con la condición vampírica de Domingo. Los separaban kilómetros y no había forma de conciliar las distancias, porque él tenía su mundo y sus problemas y ella el suyo. Tan diferentes y al mismo tiempo tan ansiado de tener al otro a la vera. ¿Cómo haces para que no te lastime? ¿Qué estrategia usas para atravesar esa distancia si no hay dinero que pueda llevarte al otro lado o no existen las condiciones para que el otro pueda venir a tu país? Es así la relación de un vampiro con una humana. Exactamente igual. Y cuando uno de los enamorados decide alejarse del otro, el acabose total porque ya no hay forma de reconciliar, de que estén ambos contentos porque siempre estarán lastimándose el uno al otro. Reproches sin decirse, ideas sin ejecutarse, anhelos sin cumplirse. Así se sentía Paulette. Así exactamente.

Sin embargo, la inglesa tenía la oportunidad de ir a con Domingo, de estar a su vera y no la iba a desperdiciar, las circunstancias eran propicias, adecuadas y se tenían los medios para que todo fuera perfecto. El tiempo lo había dado y ella había esperado pacientemente. ¿Y él? Él lo había preparado todo para que ahora mismo estuviera entre sus brazos y no dejarla ir... jamás. Él la tomaba para sí, acariciando su cuerpo, besando su hombro para hacerla consciente de quién era en su vida y Paulette lo aceptaba, se dejaba ir, se concentraba en el rito que la convertiría por fin en la igual de Domingo. Las distancias se eliminarían y estarían por fin, para siempre, unidos. El beso en el seno fue una consecuencia que sólo la hizo gemir de forma audible, arqueándose al tiempo que las uñas se encajaban en la espalda masculina.

Su cuerpo depositado en las frías sábanas fue una ofrenda al Dios Oscuro en que se había convertido su amado, sus manos acariciaban la cabeza masculina, sus hombros con deseo y anhelo, dejando que la marcara, que se posesionara de ella de forma intensa y firme, porque ella era por completo de él, su mujer y su futura child... la sangre vertida de su seno no era más que el inicio del erotismo aumentado a mil, del deseo que ambos se prodigaran. Sus uñas recorrieron la espalda masculina con fuerza, con determinación. Jadeó contra su oído, besó sus labios lamiendo los pliegues de esa boca que la enloquecía, mordisqueando el inferior, succionándolo. No era inexperta en estas lides, había perdido la virginidad con este soldado, con este guerrero de la vida a quien amaría por y para siempre no importando si no funcionaba, si él permanecía en España y ella en otro continente...

- Siempre... siempre, te amaré con todas las fuerzas de su corazón.


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Paulette "Paul" Tudor
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