AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Otra noche... ¿sola? | Reservado.
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Otra noche... ¿sola? | Reservado.
Debía salir de allí.
Me estaba ahogando.
No encontraba razones por la cual quedarme en aquel lugar.
Sí, lo sé, había sido mi decisión formar parte de todo eso, debía comportarme como una mujer responsable y soportar las consecuencias, pero aún así no podía quedarme, al menos no por esa noche. Así fue que salí del burdel y me detuve unos instantes cerca de la puerta para tomar aire y ver a los transeúntes de una de las calles más conocidas y con menos reputación de París.
A medida que miraba de un lado a otro, me decía a mí misma que había sido mi elección, y me reía porque quizás era tonta y pronto podría llegar a arrepentirme de comenzar con esa nueva vida. Pero ahora, ¿sería capaz de dejar todo aquello? ¿Cuál era el punto? ¿Dejar el burdel y comenzar otra historia? ¿Nuevamente? Era estúpido. Era innecesario. ¡Había sido decisión propia! Y por una buena causa. Por una buena causa, Freja, por una buena causa. Las palabras hacían eco en mi mente. Estaba segura de que eso no era lo que quería, pero se trataba del único medio para llegar a mi meta. Y no podría haber marcha atrás, no debía haberla. Pero, ¿era acaso feliz con esa vida donde lo único que me ayudaba a estar de pie era la esperanza -y no la seguridad- de volver a encontrar a Artur? ¿Era feliz siendo todas las noches la mujer de un nuevo hombre, la mujer de un desconocido? ¿Cuántas personas tendrían que fundirse en mis sábanas hasta la llegada de Artur al burdel? Y es que tampoco me dolía todo ello, sino que me mataba la espera. Me mataba el saber que todo eso era en vano y que él no entraría nunca más allí y que yo moriría en el burdel, con el aroma gastado de su piel sobre mi piel, con la sensación de su mano sobre la mía. ¿Valían la pena todos esos sentimientos inútiles, todas esas dudas existenciales, todas esas hipótesis, todos esos sueños? ¿Valía la pena preguntarme todos los días la misma cuestión? ¿Valía la pena continuar así? ¿Cuántas habían sido las noches llenas de excusas para no recibir a desconocidos? ¿Cuántas? ¿Y todo por qué? ¿Por el capricho de volver a tenerlo entre mis brazos? No había fundamentos. No, no los había. No se comprendía el por qué de esa vida. Pero aún así, era mía. Mi vida, la que yo vivía, la que había decidido vivir, y aunque fuera extraño, no me arrepentía.
Sería otra noche perdida, aún más allá de mi orgullo de trabajar de aquello a lo que me dedicaba por el solo hecho de conseguir otra mirada de él, una única mirada al menos. Sería otra noche sin clientes, sin deseo, sin lujuria, sin juegos tontos sin sentido o sí, pero era un sentido que sólo lo comprendían los hombres que allí acudían. Sería otra noche llena de soledad por las calles de París, sonriendo a quien se me acercara amablemente, contestando con amabilidad y alegría. Otra noche.
Miré hacia la derecha y luego emprendí viaje en esa dirección. Me detuve y suspiré. ¿Cuál era el destino? ¿Por qué no podía el camino, algún día, bifurcarse y encontrar el camino lleno de huellas de mi único amor?
Detestaba aquellas preguntas que me bloqueaban como en ese entonces, donde sólo pude quedarme inmóvil a unos pasos de la puerta del burdel, con la mirada perdida sobre aquella esquina, como esperando la llegada de alguien...
Me estaba ahogando.
No encontraba razones por la cual quedarme en aquel lugar.
Sí, lo sé, había sido mi decisión formar parte de todo eso, debía comportarme como una mujer responsable y soportar las consecuencias, pero aún así no podía quedarme, al menos no por esa noche. Así fue que salí del burdel y me detuve unos instantes cerca de la puerta para tomar aire y ver a los transeúntes de una de las calles más conocidas y con menos reputación de París.
A medida que miraba de un lado a otro, me decía a mí misma que había sido mi elección, y me reía porque quizás era tonta y pronto podría llegar a arrepentirme de comenzar con esa nueva vida. Pero ahora, ¿sería capaz de dejar todo aquello? ¿Cuál era el punto? ¿Dejar el burdel y comenzar otra historia? ¿Nuevamente? Era estúpido. Era innecesario. ¡Había sido decisión propia! Y por una buena causa. Por una buena causa, Freja, por una buena causa. Las palabras hacían eco en mi mente. Estaba segura de que eso no era lo que quería, pero se trataba del único medio para llegar a mi meta. Y no podría haber marcha atrás, no debía haberla. Pero, ¿era acaso feliz con esa vida donde lo único que me ayudaba a estar de pie era la esperanza -y no la seguridad- de volver a encontrar a Artur? ¿Era feliz siendo todas las noches la mujer de un nuevo hombre, la mujer de un desconocido? ¿Cuántas personas tendrían que fundirse en mis sábanas hasta la llegada de Artur al burdel? Y es que tampoco me dolía todo ello, sino que me mataba la espera. Me mataba el saber que todo eso era en vano y que él no entraría nunca más allí y que yo moriría en el burdel, con el aroma gastado de su piel sobre mi piel, con la sensación de su mano sobre la mía. ¿Valían la pena todos esos sentimientos inútiles, todas esas dudas existenciales, todas esas hipótesis, todos esos sueños? ¿Valía la pena preguntarme todos los días la misma cuestión? ¿Valía la pena continuar así? ¿Cuántas habían sido las noches llenas de excusas para no recibir a desconocidos? ¿Cuántas? ¿Y todo por qué? ¿Por el capricho de volver a tenerlo entre mis brazos? No había fundamentos. No, no los había. No se comprendía el por qué de esa vida. Pero aún así, era mía. Mi vida, la que yo vivía, la que había decidido vivir, y aunque fuera extraño, no me arrepentía.
Sería otra noche perdida, aún más allá de mi orgullo de trabajar de aquello a lo que me dedicaba por el solo hecho de conseguir otra mirada de él, una única mirada al menos. Sería otra noche sin clientes, sin deseo, sin lujuria, sin juegos tontos sin sentido o sí, pero era un sentido que sólo lo comprendían los hombres que allí acudían. Sería otra noche llena de soledad por las calles de París, sonriendo a quien se me acercara amablemente, contestando con amabilidad y alegría. Otra noche.
Miré hacia la derecha y luego emprendí viaje en esa dirección. Me detuve y suspiré. ¿Cuál era el destino? ¿Por qué no podía el camino, algún día, bifurcarse y encontrar el camino lleno de huellas de mi único amor?
Detestaba aquellas preguntas que me bloqueaban como en ese entonces, donde sólo pude quedarme inmóvil a unos pasos de la puerta del burdel, con la mirada perdida sobre aquella esquina, como esperando la llegada de alguien...
Invitado- Invitado
Re: Otra noche... ¿sola? | Reservado.
Era otra noche de su vida y él las aprovechaba al máximo, era por eso mismo que se dirigía con pasos lentos pero firmes al burdel, con las manos enguantadas como siempre, a pesar de ser verano. Se fijaba de todo en su alrededor pero parecía no hacerlo. Aquel hombre era una figura llamativa, fumaba un cigarrillo, mientras se desplazaba con elegancia, hacía lo que él consideraba el paraíso terrenal. Ciertamente la perspectiva de ver a aquellas mujeres, bellas cual ángeles, y con vestimentas que dejaban poco a la imaginación, le parecía lo mejor del mundo, para los moralista podía ser un antro de perdición, pero para él era, sin lugar a dudas, la puerta a la gloria.
Su ángel aquella noche tenía nombre y apellido, uno que a pesar de la reservas de las cortesanas con sus nombre reales, no le había sido difícil obtener, era su don… La persuasión. Se llamaba Claire Delacroix y era casi tan bella, como su Cassandra. “Cassandra...” repitió mentalmente, en las noches que seguía aquel camino, aquel nombre resonaba una y otra vez en su cabeza, su voz y su aroma parecían menos lejanos, y su recuerdo era más nítido, como si se negase a compartirlo con otra, a pesar del tiempo transcurrido y de cómo habían sido las cosas… Ella parecía resistirse a abandonarlo y aquello de una u otra forma lo cabreaba.
Siguió caminando con aire etéreo, alumbrado sutilmente por la luz de las farolas, su piel parecía querer brillar bajo ellas de tan pálida que era. En su mente había solo una idea que reinaba, intentando acallar el nombre de su amaba “Necesito un nuevo juguete” pensó con malicia, era significaba para el diversión, perseguir, atormentar y luego acabar con un humano. Una calada más al cigarrillo, que parecía resignarse a morir en sus labios, tan suaves, tan perfectos y tan llenos de maldad, por que si algo reflejaba la sonrisa ladeada que curvaba su boca, era simplemente eso, maldad.
Vio como las luces que iluminaban el burdel se hacían más cercanas y los sonidos de algarabía se hicieron cada vez más fuertes, los aromas a licor y a mujeres inundaban sus sentidos, acomodó su chaqueta y borró su sonrisa malvada, con una facilidad impresionante. Pero sobre todo vio una figura cerca de la puerta, una figura que miró analíticamente. Una mujer, que parecía fuera de lugar, parecía una muñeca de porcelana, demasiado elegante de presencia, como si fuese una noble, pero era obvio que a aquel lugar solo llegaba un tipo de mujer, debía ser una cortesana... Se preguntó que historia habría detrás de ella, que misterio la habría llevado a esa vida, a la que obviamente no pertenecía. Y aquello lo alentó. ¿Había encontrado su diversión tal vez? Rió para sus adentros, sin demostrar nada exteriormente. “Que curioso mi futuro juguete parece una muñeca”. Dio los últimos pasos para llegar a la puerta del lugar –Bonsoir, Mademoiselle- le saludó con una leve reverencia, mientras pasaba a su lado haciendo ademán de entrar al local, pero no lo haría estaba seguro…
Su ángel aquella noche tenía nombre y apellido, uno que a pesar de la reservas de las cortesanas con sus nombre reales, no le había sido difícil obtener, era su don… La persuasión. Se llamaba Claire Delacroix y era casi tan bella, como su Cassandra. “Cassandra...” repitió mentalmente, en las noches que seguía aquel camino, aquel nombre resonaba una y otra vez en su cabeza, su voz y su aroma parecían menos lejanos, y su recuerdo era más nítido, como si se negase a compartirlo con otra, a pesar del tiempo transcurrido y de cómo habían sido las cosas… Ella parecía resistirse a abandonarlo y aquello de una u otra forma lo cabreaba.
Siguió caminando con aire etéreo, alumbrado sutilmente por la luz de las farolas, su piel parecía querer brillar bajo ellas de tan pálida que era. En su mente había solo una idea que reinaba, intentando acallar el nombre de su amaba “Necesito un nuevo juguete” pensó con malicia, era significaba para el diversión, perseguir, atormentar y luego acabar con un humano. Una calada más al cigarrillo, que parecía resignarse a morir en sus labios, tan suaves, tan perfectos y tan llenos de maldad, por que si algo reflejaba la sonrisa ladeada que curvaba su boca, era simplemente eso, maldad.
Vio como las luces que iluminaban el burdel se hacían más cercanas y los sonidos de algarabía se hicieron cada vez más fuertes, los aromas a licor y a mujeres inundaban sus sentidos, acomodó su chaqueta y borró su sonrisa malvada, con una facilidad impresionante. Pero sobre todo vio una figura cerca de la puerta, una figura que miró analíticamente. Una mujer, que parecía fuera de lugar, parecía una muñeca de porcelana, demasiado elegante de presencia, como si fuese una noble, pero era obvio que a aquel lugar solo llegaba un tipo de mujer, debía ser una cortesana... Se preguntó que historia habría detrás de ella, que misterio la habría llevado a esa vida, a la que obviamente no pertenecía. Y aquello lo alentó. ¿Había encontrado su diversión tal vez? Rió para sus adentros, sin demostrar nada exteriormente. “Que curioso mi futuro juguete parece una muñeca”. Dio los últimos pasos para llegar a la puerta del lugar –Bonsoir, Mademoiselle- le saludó con una leve reverencia, mientras pasaba a su lado haciendo ademán de entrar al local, pero no lo haría estaba seguro…
Invitado- Invitado
Re: Otra noche... ¿sola? | Reservado.
Solté un suspiro que se fundió en la brisa cálida de aquella noche parisina.
Aquella imagen que le dedicaba a quienes caminaban a mi alrededor era el perfecto retrato de lo que en mi mente ocurría: una Freja en el medio del camino, una Freja cansada, una Freja llena de años, una Freja llena de tristezas, una Freja llena de cicatrices de guerras perdidas pero no olvidadas. Allí estaba yo, con los bolsillos llenos de derrotas. Los bolsillos llenos de lágrimas oscuras. La mujer que habitaba mi corazón se veía vieja y abandonada por las cosas bellas de la vida, y en contraste, la muchacha que estaba a unos pasos del burdel se veía majestuosa, perfecta a la vista, con esos labios que nacieron para regalar suspiros, que fueron cincelados para sonreír. Y por eso me miraban. Era hermosa pero eso no lo era todo en esa vida. Los hombres jamás buscaban un magnífico cuerpo que acariciar sino que era la diferencia el blanco perfecto. Todas las jóvenes del burdel hacíamos eso. Cada una con sus problemas que se transformaban en el aire, se volvían suspiros y seducción. Los clientes sabían perfectamente que cada muchacha allí disponible escondía una gargantilla infinitamente bordada con lágrimas turbias, pero, ¿acaso eso les importaba? Claro que no, era mucho más interesante lo que brotaba de nuestras penas y se les ofrecía así sin rodeos. Una risilla escapó de mis labios detonando lo incrédula que había sido. ¿Era eso lo que le había atraído a Artur al menos las dos veces que lo había visto salir de ese lugar? ¿Las muchachas llenas de problemas que tenían esa profesión sólo para sobrevivir a ellos, sólo para olvidarlos o borrarlos de alguna manera? ¿Qué cosa había despertado la lujuria en él? La necesidad de bastar... Los hombres tienen esa necesidad como algo primordial: bastar. ¿Cómo? Aquello no es el problema, simplemente necesitan bastar. Llenar de placer a una dama en sus aposentos, engalanar sus cabellos con las más delicadas estrellas, vestirla con halagos. O servir en la guerra, poder atacar al contrincante de su mismo nivel, poder ser más que otro, bastarle a otro, servirle a otro. Sólo eso. Bastar. Pero, ¿por qué suponían que con sus manos celosas desgarrando las vestiduras -y con ellas la piel y el alma- de tantas mujeres desconocidas, podrían bastarles? ¡Oh! ¡Pero si a mí me bastaba con una mirada llena de dulzura inmaculada! A mí me bastaba con la paz de una sonrisa, con el tintineo de una voz que sabía a gloria...
Me bastaba con un minuto de su vida. Mi muerte valía un minuto de su vida.
Di dos pasos más, pero esta vez como en regreso al burdel. No regresaría. Lo sabía. Esa noche era para mí y no lo lamentaba por esos hombres que, seguro, pensaban que yo era egoísta por dejarlos sin el placer de sentir mi cálida piel.
Eché un suspiro al aire que contenía una breve carcajada cuando escuché el saludo de aquel hombre de físico perfecto y personalidad aparentemente compleja y exquisita. ¿Así podría bastarme? ¿Con esa voz calma y esas pocas palabras llenas de vacío?
No lo seguí. Le sonreí y ladeé mi cabeza hacia un costado como para demostrarle la ternura que me provocaba ver su incredulidad, pero aún así, dicho gesto no había sido tan ofensivo como ahora puede parecerlo.
-Bonsieur, monsieur -asentí con la cabeza a su saludo, con la sonrisa tallada en mi rostro-.
Miré hacia el otro lado de la calle como para intentar ignorarlo, pero sabía que no se resignaría sin una explicación de mi parte. Volví a fijar mi mirada en la suya.
-¿Quiere que lo acompañe? -señalé al interior del burdel- Puedo hacerlo, pero tendré que salir luego -dije amablemente-, sin poder satisfacerlo, al menos no esta noche, no yo, justamente -aclaré-. No es cuestión de hacerle perder su tiempo para algo en vano.
Mis palabras sonaron llenas de gracia, con diplomacia y un leve tono que intentaba manipular la situación como cuando quieres desviar la atención de un niño que desea algo imposible. Eso era parte de mi actuación y no había conseguido esa capacidad en el tiempo en el burdel sino que aquello se remontaba hacia los tiempos en los que acompañaba a German. Darle lo que quería con calma o no, pero en este último caso, con cierta indiferencia mezclada con tranquilidad y voz monótona, que era particularmente agradable al oído de cualquier tirano.
Hice una reverencia y concluí: -Me temo que nuestra oportunidad será otra noche.
Dicho eso sonreí y di la vuelta, comencé a caminar a paso tranquilo, una vez más adentrándome en mis pensamientos.
Aquella imagen que le dedicaba a quienes caminaban a mi alrededor era el perfecto retrato de lo que en mi mente ocurría: una Freja en el medio del camino, una Freja cansada, una Freja llena de años, una Freja llena de tristezas, una Freja llena de cicatrices de guerras perdidas pero no olvidadas. Allí estaba yo, con los bolsillos llenos de derrotas. Los bolsillos llenos de lágrimas oscuras. La mujer que habitaba mi corazón se veía vieja y abandonada por las cosas bellas de la vida, y en contraste, la muchacha que estaba a unos pasos del burdel se veía majestuosa, perfecta a la vista, con esos labios que nacieron para regalar suspiros, que fueron cincelados para sonreír. Y por eso me miraban. Era hermosa pero eso no lo era todo en esa vida. Los hombres jamás buscaban un magnífico cuerpo que acariciar sino que era la diferencia el blanco perfecto. Todas las jóvenes del burdel hacíamos eso. Cada una con sus problemas que se transformaban en el aire, se volvían suspiros y seducción. Los clientes sabían perfectamente que cada muchacha allí disponible escondía una gargantilla infinitamente bordada con lágrimas turbias, pero, ¿acaso eso les importaba? Claro que no, era mucho más interesante lo que brotaba de nuestras penas y se les ofrecía así sin rodeos. Una risilla escapó de mis labios detonando lo incrédula que había sido. ¿Era eso lo que le había atraído a Artur al menos las dos veces que lo había visto salir de ese lugar? ¿Las muchachas llenas de problemas que tenían esa profesión sólo para sobrevivir a ellos, sólo para olvidarlos o borrarlos de alguna manera? ¿Qué cosa había despertado la lujuria en él? La necesidad de bastar... Los hombres tienen esa necesidad como algo primordial: bastar. ¿Cómo? Aquello no es el problema, simplemente necesitan bastar. Llenar de placer a una dama en sus aposentos, engalanar sus cabellos con las más delicadas estrellas, vestirla con halagos. O servir en la guerra, poder atacar al contrincante de su mismo nivel, poder ser más que otro, bastarle a otro, servirle a otro. Sólo eso. Bastar. Pero, ¿por qué suponían que con sus manos celosas desgarrando las vestiduras -y con ellas la piel y el alma- de tantas mujeres desconocidas, podrían bastarles? ¡Oh! ¡Pero si a mí me bastaba con una mirada llena de dulzura inmaculada! A mí me bastaba con la paz de una sonrisa, con el tintineo de una voz que sabía a gloria...
Me bastaba con un minuto de su vida. Mi muerte valía un minuto de su vida.
Di dos pasos más, pero esta vez como en regreso al burdel. No regresaría. Lo sabía. Esa noche era para mí y no lo lamentaba por esos hombres que, seguro, pensaban que yo era egoísta por dejarlos sin el placer de sentir mi cálida piel.
Eché un suspiro al aire que contenía una breve carcajada cuando escuché el saludo de aquel hombre de físico perfecto y personalidad aparentemente compleja y exquisita. ¿Así podría bastarme? ¿Con esa voz calma y esas pocas palabras llenas de vacío?
No lo seguí. Le sonreí y ladeé mi cabeza hacia un costado como para demostrarle la ternura que me provocaba ver su incredulidad, pero aún así, dicho gesto no había sido tan ofensivo como ahora puede parecerlo.
-Bonsieur, monsieur -asentí con la cabeza a su saludo, con la sonrisa tallada en mi rostro-.
Miré hacia el otro lado de la calle como para intentar ignorarlo, pero sabía que no se resignaría sin una explicación de mi parte. Volví a fijar mi mirada en la suya.
-¿Quiere que lo acompañe? -señalé al interior del burdel- Puedo hacerlo, pero tendré que salir luego -dije amablemente-, sin poder satisfacerlo, al menos no esta noche, no yo, justamente -aclaré-. No es cuestión de hacerle perder su tiempo para algo en vano.
Mis palabras sonaron llenas de gracia, con diplomacia y un leve tono que intentaba manipular la situación como cuando quieres desviar la atención de un niño que desea algo imposible. Eso era parte de mi actuación y no había conseguido esa capacidad en el tiempo en el burdel sino que aquello se remontaba hacia los tiempos en los que acompañaba a German. Darle lo que quería con calma o no, pero en este último caso, con cierta indiferencia mezclada con tranquilidad y voz monótona, que era particularmente agradable al oído de cualquier tirano.
Hice una reverencia y concluí: -Me temo que nuestra oportunidad será otra noche.
Dicho eso sonreí y di la vuelta, comencé a caminar a paso tranquilo, una vez más adentrándome en mis pensamientos.
Invitado- Invitado
Re: Otra noche... ¿sola? | Reservado.
Mientras más cerca estaba del burdel, más resonaban en su cabeza la voz de Cassandra llamándolo, “Jude” susurraba con la suavidad aterciopelada de su voz. “Nunca lograrás olvidarme, podrás acostarte con mil mujeres, pero no lo lograras” le había dicho una vez, y aquella profecía se había cumplido inexorablemente hasta el momento. Por más que intentase apartar esas palabras de sus recuerdos, olvidar aquella voz, que parecía estar grabada a fuego en su mente. Cuando la conoció, comenzó a rumorearse por todo Londres que aquella mujer lo había enloquecido con sus encantos, y aquello no estaba nada lejos de la realidad. Había cambiado demasiado luego de conocerla, convirtiéndose en aquel hombre que estaba parado en la puerta el burdel con expresión neutra, pero hermosa, aquel ser malvado, cruel y sádico, aun en su época humana.
Miró alternativamente a la que para él puerta al paraíso y luego a la mujer ubicada a un lado, como si estuviese decidiendo que haría aquella noche. ¿Disfrutaría acaso de los placeres carnales con el ángel de ojos azules que lo esperaba dentro y se divertiría jugando con aquella bella muñeca de porcelana…? La decisión no fue difícil, su ánimo aquella noche era lúdico y la perspectiva de un nuevo juguete le entusiasmaba.
Sonrió de lado –Oh! No se preocupe mademoiselle- dijo haciéndole una reverencia, sin dejar de sonreírle, mirándole hipnóticamente a los ojos –Ya uno de los bellos ángeles del burdel me espera dentro- hizo como si fuese a entrar al burdel, pero se detuvo y oyendo las excusas que aun le daba, excusas vanas de quien trataba de huir de un destino escrito con letra de hierro, él comprendía muy bien aquello, ya que noche a noche intentaba huir de su destino marcado con sangre por la presencia y a la vez ausencia de Cassandra.
–Esperaré con ansias entonces cuando sea nuestra oportunidad- murmuró volteándose hacia ella y le guiñó un ojo con elegancia y gracia, haciendo gala de todo su autocontrol y se sus dotes de actor. – Por ahora ya que no desea entrar… Sería un honor para mí que me acompañase a pasear- su voz incitante y persuasiva, hacía gala de otro de sus dotes, la persuasión. Puso su brazo a la disposición de aquella hermosa femina, y esperó su respuesta.
Miró alternativamente a la que para él puerta al paraíso y luego a la mujer ubicada a un lado, como si estuviese decidiendo que haría aquella noche. ¿Disfrutaría acaso de los placeres carnales con el ángel de ojos azules que lo esperaba dentro y se divertiría jugando con aquella bella muñeca de porcelana…? La decisión no fue difícil, su ánimo aquella noche era lúdico y la perspectiva de un nuevo juguete le entusiasmaba.
Sonrió de lado –Oh! No se preocupe mademoiselle- dijo haciéndole una reverencia, sin dejar de sonreírle, mirándole hipnóticamente a los ojos –Ya uno de los bellos ángeles del burdel me espera dentro- hizo como si fuese a entrar al burdel, pero se detuvo y oyendo las excusas que aun le daba, excusas vanas de quien trataba de huir de un destino escrito con letra de hierro, él comprendía muy bien aquello, ya que noche a noche intentaba huir de su destino marcado con sangre por la presencia y a la vez ausencia de Cassandra.
–Esperaré con ansias entonces cuando sea nuestra oportunidad- murmuró volteándose hacia ella y le guiñó un ojo con elegancia y gracia, haciendo gala de todo su autocontrol y se sus dotes de actor. – Por ahora ya que no desea entrar… Sería un honor para mí que me acompañase a pasear- su voz incitante y persuasiva, hacía gala de otro de sus dotes, la persuasión. Puso su brazo a la disposición de aquella hermosa femina, y esperó su respuesta.
Invitado- Invitado
Re: Otra noche... ¿sola? | Reservado.
Me detuve y le sostuve la mirada, con una expresión un tanto cansada.
¿Debía creer que sus intenciones eran las de pasear por las calles de París? ¿Sería exagerado de mi parte pensar que esa noche acabaría como él lo había planeado desde el comienzo, entre las sábanas desordenadas? No. Era obvio. Una pequeña actuación, una obvia actuación. Reí y sacudí la cabeza, me mordí el labio inferior. Era muy modesta, pero sabía que había nacido para ser una actriz, la actriz de mi propia tragedia. Conocía las tácticas de aquél joven: un actor reconoce a otro porque en la mirada se lee el libreto.
Aún así, sin saber el por qué, quise que me acompañara. ¿Por qué no?
Comenzaba a ser cruel, comenzaba a tener una mente perversa. ¿Por qué no pasear juntos? Sería maravilloso ver el nivel teatral de aquel asiduo cliente. Y es que sí, veía en sus ojos la perseverancia. No sería un desatino creer que si no le satisfacía a la primera oportunidad, el caballero no se detendría. Lo sabía, de ese tipo de hombres había muchos, y todos tenían un club al cual acudir: el burdel. Ese lugar de locura, perversión y perdición era una escuela para mí, si se trataba de mirar el vaso medio lleno. Podía reconocer la experiencia que me había brindado esta nueva etapa en mi vida, porque sabía con qué clase de hombre trataba con sólo analizarlo unos instantes. Había conocido a muchos personajes, los había estudiado, y ninguno me sorprendía.
Asentí con la cabeza. Me acerqué y enlacé mi brazo con el suyo. Le dediqué una sonrisa claramente falsa.
-Será un honor tenerlo como mi acompañante -dije con paciencia-. Después de todo ha sido usted el que ha resignado una noche de placer sólo para caminar por París conmigo, por lo cual debo creer que seré yo quien deba... -se encendió un brillo burlón en mis ojos- ¿pagarle a usted por su servicio de acompañante en este maravilloso paseo por la ciudad? -eché una risilla pícara- Pagaré con gusto -me adelanté a cualquier respuesta-, no se preocupe, soy una mujer recta. ¿Es usted, entonces, capaz de ponerse a la altura de mis pasos en esta caminata? ¿Es usted lo que se empeña ser frente a los ojos de los desconocidos? ¿Puede afirmar que es el hombre que yo veo, o simplemente oculta algo detrás de su mirada como un burdo actor?
No solía ofrecer discursos con palabras sarcásticamente ofensivas, no había sido criada para ello. Aún así, tuve la necesidad de hacerlo, de desquitarme. Esa mirada, ese tono excesivamente cordial con esa voz de terciopelo obviamente actuada...
Quizás todas esas palabras se trataban de un método de defensa frente a algo que se acercaba pero que desconocía.
¿Debía creer que sus intenciones eran las de pasear por las calles de París? ¿Sería exagerado de mi parte pensar que esa noche acabaría como él lo había planeado desde el comienzo, entre las sábanas desordenadas? No. Era obvio. Una pequeña actuación, una obvia actuación. Reí y sacudí la cabeza, me mordí el labio inferior. Era muy modesta, pero sabía que había nacido para ser una actriz, la actriz de mi propia tragedia. Conocía las tácticas de aquél joven: un actor reconoce a otro porque en la mirada se lee el libreto.
Aún así, sin saber el por qué, quise que me acompañara. ¿Por qué no?
Comenzaba a ser cruel, comenzaba a tener una mente perversa. ¿Por qué no pasear juntos? Sería maravilloso ver el nivel teatral de aquel asiduo cliente. Y es que sí, veía en sus ojos la perseverancia. No sería un desatino creer que si no le satisfacía a la primera oportunidad, el caballero no se detendría. Lo sabía, de ese tipo de hombres había muchos, y todos tenían un club al cual acudir: el burdel. Ese lugar de locura, perversión y perdición era una escuela para mí, si se trataba de mirar el vaso medio lleno. Podía reconocer la experiencia que me había brindado esta nueva etapa en mi vida, porque sabía con qué clase de hombre trataba con sólo analizarlo unos instantes. Había conocido a muchos personajes, los había estudiado, y ninguno me sorprendía.
Asentí con la cabeza. Me acerqué y enlacé mi brazo con el suyo. Le dediqué una sonrisa claramente falsa.
-Será un honor tenerlo como mi acompañante -dije con paciencia-. Después de todo ha sido usted el que ha resignado una noche de placer sólo para caminar por París conmigo, por lo cual debo creer que seré yo quien deba... -se encendió un brillo burlón en mis ojos- ¿pagarle a usted por su servicio de acompañante en este maravilloso paseo por la ciudad? -eché una risilla pícara- Pagaré con gusto -me adelanté a cualquier respuesta-, no se preocupe, soy una mujer recta. ¿Es usted, entonces, capaz de ponerse a la altura de mis pasos en esta caminata? ¿Es usted lo que se empeña ser frente a los ojos de los desconocidos? ¿Puede afirmar que es el hombre que yo veo, o simplemente oculta algo detrás de su mirada como un burdo actor?
No solía ofrecer discursos con palabras sarcásticamente ofensivas, no había sido criada para ello. Aún así, tuve la necesidad de hacerlo, de desquitarme. Esa mirada, ese tono excesivamente cordial con esa voz de terciopelo obviamente actuada...
Quizás todas esas palabras se trataban de un método de defensa frente a algo que se acercaba pero que desconocía.
Invitado- Invitado
Re: Otra noche... ¿sola? | Reservado.
Tenía la vista fija es sus ojos, pero su mente vagaba en cualquier parte, saltaba de una idea a otra con una facilidad impresionante, flashbacks llenaban su mente, como destellos de luces, y se sucedían unos a otros. Callejones, Cassandra, la guerra, sangre, Cassandra, los juguetes que había tenido, Cassandra. Como era común ella no podía faltar y era lo que más se repetía en sus recuerdos, aunque quería dejarla ir, no podía, era inevitable...
Pestañeó una vez intentando volver al presente, dejando sus memorias atrás, y se fijó en los ojos de la cortesana, y vio en ella, en su actitud algo que le resulto conocido, era la actitud de quien sobrevive en su propia tragedia griega, aquello le pareció paradójico, ya que sabía que de una u otra manera el vivía lo mismo "Esto será divertido, muy divertido..." sonrió cortésmente mientras se acomodaba los guantes.
Cuando la oyó sintiendo la tentación de enarcar una ceja y sonreír de lado, pero se contuvo con facilidad, como si tuviese una mascara que le permitiera ocultar sus verdaderas expresiones. Estaba sorprendido, sin duda, por aquella reacción de la mujer, no se esperaba algo como eso, ¿era acaso que tenían mucho mas en común de lo que él esperaba? Aquello sería como una partida de cartas contra una muñeca de porcelana "Y así comienza nuestro juego". Siguió con mirada impasible, casi divertida –Mademoiselle ¿Qué le hace tener tan mal concepto de mi? ¿Es que acaso no he hecho sino ofrecerle mi gentil compañía?- le increpó con suavidad usando su voz más irresistible, aunque con expresión ofendida en el rostro, que obviamente era una careta más.
–Vamos… ¿De que me culpa usted? ¿De una mala experiencia anterior quizás? ¿Le recuerdo a alguien acaso?- se aventuró a decirle sin darle tiempo siquiera de responder, mirándola penetrantemente con una expresión algo desafiante, pero controlada, comenzó a caminar con paso firme mientras hablaba –Si es así, le ruego me disculpe, más no controlo las vueltas del destino. Solo he querido ser amable con una bella dama. Pero usted aun es libre de rechazar mi compañía si así gusta- siguió diciéndole con el mismo tono de voz, era sumamente fácil perderse y sumergirse en el influjo de su voz, él era capaz de convencerte de todo lo contrario de lo que pensabas como solo mirarte a los ojos y hablarte.
Era un depredador que estaba dispuesto a jugar con su comida, pero no que apetecía matarla "No hagas nada estúpido muñequita, no me gustaría acabar así con la diversión…".
Pestañeó una vez intentando volver al presente, dejando sus memorias atrás, y se fijó en los ojos de la cortesana, y vio en ella, en su actitud algo que le resulto conocido, era la actitud de quien sobrevive en su propia tragedia griega, aquello le pareció paradójico, ya que sabía que de una u otra manera el vivía lo mismo "Esto será divertido, muy divertido..." sonrió cortésmente mientras se acomodaba los guantes.
Cuando la oyó sintiendo la tentación de enarcar una ceja y sonreír de lado, pero se contuvo con facilidad, como si tuviese una mascara que le permitiera ocultar sus verdaderas expresiones. Estaba sorprendido, sin duda, por aquella reacción de la mujer, no se esperaba algo como eso, ¿era acaso que tenían mucho mas en común de lo que él esperaba? Aquello sería como una partida de cartas contra una muñeca de porcelana "Y así comienza nuestro juego". Siguió con mirada impasible, casi divertida –Mademoiselle ¿Qué le hace tener tan mal concepto de mi? ¿Es que acaso no he hecho sino ofrecerle mi gentil compañía?- le increpó con suavidad usando su voz más irresistible, aunque con expresión ofendida en el rostro, que obviamente era una careta más.
–Vamos… ¿De que me culpa usted? ¿De una mala experiencia anterior quizás? ¿Le recuerdo a alguien acaso?- se aventuró a decirle sin darle tiempo siquiera de responder, mirándola penetrantemente con una expresión algo desafiante, pero controlada, comenzó a caminar con paso firme mientras hablaba –Si es así, le ruego me disculpe, más no controlo las vueltas del destino. Solo he querido ser amable con una bella dama. Pero usted aun es libre de rechazar mi compañía si así gusta- siguió diciéndole con el mismo tono de voz, era sumamente fácil perderse y sumergirse en el influjo de su voz, él era capaz de convencerte de todo lo contrario de lo que pensabas como solo mirarte a los ojos y hablarte.
Era un depredador que estaba dispuesto a jugar con su comida, pero no que apetecía matarla "No hagas nada estúpido muñequita, no me gustaría acabar así con la diversión…".
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Re: Otra noche... ¿sola? | Reservado.
Puse los ojos en blanco, aunque en el fondo me daba pena tratarlo así. Mis acciones se debían a un tramo oscuro de mi vida que no parecía tener final, y por eso no solía ser la mujer más amable del mundo, aunque siempre había sido al menos cortés, pero con ese hombre todo comenzó de mala manera y por mi culpa.
No puedo negar que debido a una intuición extraña que reinaba en mí tenía una mala impresión de quien me acompañaba esa noche, pero aún así no podía ser tan descortés sin siquiera haber comenzado una conversación propiamente dicha.
-Quédese si usted lo desea, después de todo es bueno tener compañía -intenté sonar amable-. Y no lo culpo de nada, sólo quiero hacer incapié en su antifaz, quien seguramente sea el culpable de mis ataques.
Me decidí a cubrir unos metros más sin abrir la boca.
El silencio se había convertido en uno de mis más fieles acompañantes, junto con la angustia, el recuerdo lidiando con el olvido y la desesperanza que se alimentaba de su hermana más antónima, la esperanza. Y el silencio era una cosa extraña, pero maravillosa. Con la nada me ofrecía sólo respuestas, las más perfectas. El silencio. A muchos llegaba a enloquecerlos, a mí me proveía de cierta dulzura. Cuando el silencio reinaba, mis latidos, mis pensamientos y mi respiración danzaban tranquilos en el palacio.
-¿Me equivoco si digo que es usted un excelente actor que esconde los secretos más prohibidos? -pregunté tranquila, con amabilidad pero en ella se notaba cierto dejo de curiosidad cruel- Su mirada no me convence. Usted es un actor -mis palabras brotaban de mis labios mientras mi mirada no dejaba de mirar hacia el frente-. Yo soy una actriz, ¿sabe? -me desligué de su brazo y me paré delante suyo- Pero suelo ser yo quien decide cuándo comienza la función.
Y entre tanto silencio, tantas palabras silenciosas, tanta falta de cortesía, se asomó la libertad. La fortaleza. Por primera vez me sentí libre y fuerte, porque había conocido a Freja, la capaz de enfrentar a quien se le cruzara en el camino... Si era tan fuerte para ir contra la tempestad, ¿por qué habría de costarme con un simple hombre?
Off: perdón por la tardaza .__. no vi que habías contestado y cuando me di cuenta simplemente no pude hacerlo xD
No puedo negar que debido a una intuición extraña que reinaba en mí tenía una mala impresión de quien me acompañaba esa noche, pero aún así no podía ser tan descortés sin siquiera haber comenzado una conversación propiamente dicha.
-Quédese si usted lo desea, después de todo es bueno tener compañía -intenté sonar amable-. Y no lo culpo de nada, sólo quiero hacer incapié en su antifaz, quien seguramente sea el culpable de mis ataques.
Me decidí a cubrir unos metros más sin abrir la boca.
El silencio se había convertido en uno de mis más fieles acompañantes, junto con la angustia, el recuerdo lidiando con el olvido y la desesperanza que se alimentaba de su hermana más antónima, la esperanza. Y el silencio era una cosa extraña, pero maravillosa. Con la nada me ofrecía sólo respuestas, las más perfectas. El silencio. A muchos llegaba a enloquecerlos, a mí me proveía de cierta dulzura. Cuando el silencio reinaba, mis latidos, mis pensamientos y mi respiración danzaban tranquilos en el palacio.
-¿Me equivoco si digo que es usted un excelente actor que esconde los secretos más prohibidos? -pregunté tranquila, con amabilidad pero en ella se notaba cierto dejo de curiosidad cruel- Su mirada no me convence. Usted es un actor -mis palabras brotaban de mis labios mientras mi mirada no dejaba de mirar hacia el frente-. Yo soy una actriz, ¿sabe? -me desligué de su brazo y me paré delante suyo- Pero suelo ser yo quien decide cuándo comienza la función.
Y entre tanto silencio, tantas palabras silenciosas, tanta falta de cortesía, se asomó la libertad. La fortaleza. Por primera vez me sentí libre y fuerte, porque había conocido a Freja, la capaz de enfrentar a quien se le cruzara en el camino... Si era tan fuerte para ir contra la tempestad, ¿por qué habría de costarme con un simple hombre?
Off: perdón por la tardaza .__. no vi que habías contestado y cuando me di cuenta simplemente no pude hacerlo xD
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Re: Otra noche... ¿sola? | Reservado.
Alzó una ceja con curiosidad por sus palabras, desenvolviéndose como sabía hacerlo, como un gran actor en el mejor de los escenarios – ¿Antifaz? Que divertida es un usted mademoiselle- declaró caminando con ágiles pasos hacía las calles más concurridas de París. No le importaba ser visto caminando del brazo de una cortesana, no le importaban muchas más cosas en la vida que su satisfacción personal, y el sexo y sus juguetes eran su principal forma de satisfacción.
Le parecía bastante ingenuo de su parte que pensara que él sería capaz de revelar sus secretos, así de buenas a primeras, no señor, no lo haría, nunca lo había hecho y no sería ese el momento de empezar a hacerlo. Una cosa era jugar con la comida y otra muy distinta era contarle sus secretos, además él no era de aquellos débiles que sucumbían fácilmente. – ¿No cree usted mademoiselle, que sería mucho más interesante que usted averiguase por si misma, si escondo o no algún secreto?- Le preguntó riendo apenas, para evitar una de sus carcajadas macabras. Quería envolverla, confundirla, su voz suave y avasalladora, que siempre quería llevarse todo a su paso, y que parecía no funcionar del todo con ella. Eso lo frustraba, lo incitaba, pero a la vez, lo peor era que lo sacaba de quicio, y él no era de aquellas personas que debían sacarse de quicio. – Yo, no soy un actor, soy simplemente un militar de clase alta- le dijo sin mentir, era cierto, era un militar y aquello lo había marcado tanto en vida, como en la muerte, su mirada estaba velada por los horrores de la guerra, como un si un tupido velo cubriese su mirada.
– ¿Es una actriz además de cortesana? Que interesante- comenté mirándola con verdadero interés en sus palabras, aunque ya había notado aquel dejo trágico en su mirada. Él era un actor innato, no un actor de teatro, ni mucho menos del Théâtre des Vampires, era un actor de la vida, el mundo era su teatro al aire libre y él era, fue y seguiría siendo el protagonista de su tragedia griega, por las cuales sentía tanta veneración. No había otro protagonista en su ‘vida’, ni co-protagonistas y su antagonista era el mundo y el ya maltrecho, desvirtuado y sucio recuerdo de Cassandra. No le permitiría a ella gobernar en su escenario, era él y solo él quien decidía cuando comenzaba la función, que para él era como una partida de cartas. Vio como se le interponía en el camino, obstruyendo su paso – ¿Y cuando decide que empiece esta función?- le preguntó sonriéndole curioso, aunque lo que dijese ya no importaría, el show había comenzado… "Humanos siempre tan ingenuos"
Le parecía bastante ingenuo de su parte que pensara que él sería capaz de revelar sus secretos, así de buenas a primeras, no señor, no lo haría, nunca lo había hecho y no sería ese el momento de empezar a hacerlo. Una cosa era jugar con la comida y otra muy distinta era contarle sus secretos, además él no era de aquellos débiles que sucumbían fácilmente. – ¿No cree usted mademoiselle, que sería mucho más interesante que usted averiguase por si misma, si escondo o no algún secreto?- Le preguntó riendo apenas, para evitar una de sus carcajadas macabras. Quería envolverla, confundirla, su voz suave y avasalladora, que siempre quería llevarse todo a su paso, y que parecía no funcionar del todo con ella. Eso lo frustraba, lo incitaba, pero a la vez, lo peor era que lo sacaba de quicio, y él no era de aquellas personas que debían sacarse de quicio. – Yo, no soy un actor, soy simplemente un militar de clase alta- le dijo sin mentir, era cierto, era un militar y aquello lo había marcado tanto en vida, como en la muerte, su mirada estaba velada por los horrores de la guerra, como un si un tupido velo cubriese su mirada.
– ¿Es una actriz además de cortesana? Que interesante- comenté mirándola con verdadero interés en sus palabras, aunque ya había notado aquel dejo trágico en su mirada. Él era un actor innato, no un actor de teatro, ni mucho menos del Théâtre des Vampires, era un actor de la vida, el mundo era su teatro al aire libre y él era, fue y seguiría siendo el protagonista de su tragedia griega, por las cuales sentía tanta veneración. No había otro protagonista en su ‘vida’, ni co-protagonistas y su antagonista era el mundo y el ya maltrecho, desvirtuado y sucio recuerdo de Cassandra. No le permitiría a ella gobernar en su escenario, era él y solo él quien decidía cuando comenzaba la función, que para él era como una partida de cartas. Vio como se le interponía en el camino, obstruyendo su paso – ¿Y cuando decide que empiece esta función?- le preguntó sonriéndole curioso, aunque lo que dijese ya no importaría, el show había comenzado… "Humanos siempre tan ingenuos"
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Re: Otra noche... ¿sola? | Reservado.
Me irritaron aún más sus palabras.
¿Pretendía jugar conmigo? ¿No se trataba acaso de un caballero? ¿No era una persona que sabía tratar a una dama? Se suponía que si había recibido una correcta educación, debía simplemente comportarse conmigo y no seguir con un estúpido juego.
¿Yo debía saber qué escondía él? Eso tan solo denotaba su cobardía. No podía con una mujer, él en una época donde los hombres eran quienes mandaban, no podía superarme. ¡Estaba harta de eso! German había sido igual, siempre amenazante, siguiendo su propio juego sin jamás mover una pieza arriesgada, nunca se iba más allá de los límites del territorio que conocía. Ninguno de los dos merecían ser considerados como caballeros.
Me irritaba. Por completo. Me irritaba. Esa sonrisa llena de burla. Aires de superioridad. No sabía lo que era la vida. La realidad. Un militar. Habría visto muchas muertes pero eso seguramente no le había sido suficiente. Uno puede ver miles de muertes, pero la muerte del alma es a la que no se sobrevive, ni siquiera como espectador. No sabía nada de la vida, podía darme cuenta de ello. Su pregunta, su estúpida pregunta. La pregunta de un hombre ingenuo, que no comprende el corazón de una mujer. ¿Qué esperaba que le contestara? Oh! Sí, soy actriz además de cortesana, hago números eróticos en el burdel. No valía una respuesta de ese tipo, no se merecía ni una palabra llena de sarcasmo.
-Me equivoqué -dije sin cambiar la expresión molesta, ni siquiera quise teatralizar mis palabras-. Es verdad, yo no la comienzo. La función ha comenzado hace rato, pero sin mi consentimiento -di dos pasos hacia atrás-. Y fuera del burdel. No está más en su territorio, militar de clase alta -lo medí con la mirada-. No sabe cómo manejarse fuera de su propio tablero de ajedrez, su tablero sangriento, rojizo. Mi tablero es azulado, del color de mi alma: puro -le sonreí, burlona-. Debe moverse, debe superar los límites de su territorio e internarse en uno desconocido, jugar el juego de otros y no hacer el propio. Las mismas víctimas... las mismas mujeres, el mismo sucio lugar que frecuenta, las mismas palabras ingenuas, leídas, ¡un libreto gastado! ¡Sucio! -suspiré- Yo no comenzaré la función, pero le daré un nuevo escenario, pero no creo que usted se digne a utilizar sus estrategias memorizadas en un campo desconocido.
Dicho todo eso, me quedé inmóvil no más de diez segundos, buscando algo nuevo que podría decir, pero decidí emprender viaje yo sola.
De él dependería demostrar qué clase de hombre podía llegar a ser.
Por mi parte, me sorprendía de lo que era capaz de hacer, aunque dolía actuar de esa manera, atacar con el alma cuando ésta se sentía herida y agonizante.
¿Pretendía jugar conmigo? ¿No se trataba acaso de un caballero? ¿No era una persona que sabía tratar a una dama? Se suponía que si había recibido una correcta educación, debía simplemente comportarse conmigo y no seguir con un estúpido juego.
¿Yo debía saber qué escondía él? Eso tan solo denotaba su cobardía. No podía con una mujer, él en una época donde los hombres eran quienes mandaban, no podía superarme. ¡Estaba harta de eso! German había sido igual, siempre amenazante, siguiendo su propio juego sin jamás mover una pieza arriesgada, nunca se iba más allá de los límites del territorio que conocía. Ninguno de los dos merecían ser considerados como caballeros.
Me irritaba. Por completo. Me irritaba. Esa sonrisa llena de burla. Aires de superioridad. No sabía lo que era la vida. La realidad. Un militar. Habría visto muchas muertes pero eso seguramente no le había sido suficiente. Uno puede ver miles de muertes, pero la muerte del alma es a la que no se sobrevive, ni siquiera como espectador. No sabía nada de la vida, podía darme cuenta de ello. Su pregunta, su estúpida pregunta. La pregunta de un hombre ingenuo, que no comprende el corazón de una mujer. ¿Qué esperaba que le contestara? Oh! Sí, soy actriz además de cortesana, hago números eróticos en el burdel. No valía una respuesta de ese tipo, no se merecía ni una palabra llena de sarcasmo.
-Me equivoqué -dije sin cambiar la expresión molesta, ni siquiera quise teatralizar mis palabras-. Es verdad, yo no la comienzo. La función ha comenzado hace rato, pero sin mi consentimiento -di dos pasos hacia atrás-. Y fuera del burdel. No está más en su territorio, militar de clase alta -lo medí con la mirada-. No sabe cómo manejarse fuera de su propio tablero de ajedrez, su tablero sangriento, rojizo. Mi tablero es azulado, del color de mi alma: puro -le sonreí, burlona-. Debe moverse, debe superar los límites de su territorio e internarse en uno desconocido, jugar el juego de otros y no hacer el propio. Las mismas víctimas... las mismas mujeres, el mismo sucio lugar que frecuenta, las mismas palabras ingenuas, leídas, ¡un libreto gastado! ¡Sucio! -suspiré- Yo no comenzaré la función, pero le daré un nuevo escenario, pero no creo que usted se digne a utilizar sus estrategias memorizadas en un campo desconocido.
Dicho todo eso, me quedé inmóvil no más de diez segundos, buscando algo nuevo que podría decir, pero decidí emprender viaje yo sola.
De él dependería demostrar qué clase de hombre podía llegar a ser.
Por mi parte, me sorprendía de lo que era capaz de hacer, aunque dolía actuar de esa manera, atacar con el alma cuando ésta se sentía herida y agonizante.
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