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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Mar Santini Jue Sep 15, 2011 7:41 am

Hora : 0:30 am
Lugar: El llamado Bosque del tormento.


*Leyó dos veces la carta que tenía pensada enviar a aquel hombre, hombre que conocía bien pero que tambien conocía poco. Tensó sus músculos ante cualquier ruido vigilando pensativa las esquinas se lo que era su hogar de un modo noctámbulo. Se consideraba una cortesana de doble cara mientras se levantaba y llamaba con un silbido coqueto a un muchacho de corta edad entregandole la carta con una sonrisa coqueta* ve caballero ya sabes a quien tienes que entregárselo *Donde vivia la pobreza era siempre una señal que no debía de pasar desapercibida incluso tenia ese aroma que tanto habia conocido a risas fingidas, juegos de azar a dos manos y sin duda el reconocido aumento de niños buscando en la basura...no era alguien que tuviera cuidado de los demás pero era conocida por dar buenas propinas a los silenciosos ese era su correo, unos crios que debian de soportar el peso de la realidad, además si alguno de ellos le traicionase ¿a quien creerian? cruelmente se creeria antes a una mujer que a un niño mejor expresado, a un adulto que a un mocoso.

Había encontrado a los cazadores que le habia pedido incluso donde se alojaban, sus armas, el caracter que poseían y algunos de los movimientos de pelea pero ¿para que le servía todo eso? bien se sabia que el hombre por muy fuerte que fuera o se sintiera siempre caería preso de la lujuria era inevitable que lo hiciese pues estaba en su naturaleza pecadora, un cigarrillo rozó sus labios cubiertos por una fina capa de pinta-labios que aun no habia sido acabado pero que necesitaba sentir ese aroma fuerte que te provocaba el tabaco. Las mujeres no debian de fumar tabaco pues era el derecho reservado a los hombres y ella se jactaba con sus clientes de fumar cosa que a ellos sin duda le encantaban, el reloj marcaba 30 minutos de su marcha por lo que apagó el cigarrillo dejando que el humo marcase el punto de salida ataviada con nada más que un vestido corto que lucia sus contorneadas piernas salió al exterior sintiéndose poderosa incluso aun más cuando las miradas indiscretas se posaban ante ella haciendo bajar ese regusto placentero bajo su garganta, llevaba tambien un bolso apretado a sus hombros donde no guardaba armas ni mucho menos sino algunas notas que habia tomado y unos pantalones junto con un calzado adecuado.

Tomaba todas las precauciones que se debian de tomar pues los hombres que la visitaban a menudo la conocían y celosos podrían ver su vestimenta juzgando -no sin error- que haria algo de dudosa reputación, era mejor mantener a los chantajes a raya cortando por lo sano todo aquello que fuera peligroso para ella. Suspiró cansada cuando se desnudó cerca de un árbol al llegar al bosque colocándose indumentaria que más parecía para los hombres, unos pantalones anchos, zapatos cómodos y una camisa que cubría su cuerpo sin lograr del todo borrar del mapa la sensualidad de su cuerpo. Afirmó sus cabellos un poco más de lo acostumbrado pues la perfección siempre habia sido uno de sus hobbies, tarareaba una canción cuando tras media hora de caminata ininterrumpida el crujido que se escuchaba bajo sus pies, similar a cuando se aplastaba unos huesos enfermos le indicaba que habian llegado a esa parte del bosque donde muy pocos se adentraban "el bosque de los lamentos" parecia estéril pues segun muchos habia sido bañado con la sangre de los infieles.

Infieles que solo habian dado de comer a su familia asesinando a otras, un precio justo. No sintió esa punzada de nostalgia ya que incluso antes de que naciera le habian enseñado a callar y a guardar las formas pues por su boca no debian de conocerse lo que pensaba era mejor pues jugar al gato y al ratón con las sonrisas falsas...la misma que ahora aparecia en sus labios mientras frotaba los dedos contra un tronco muerto, parecía carbón, rugoso al tacto e incluso podía notar que si apretase un poco mas los dedos la sangre se dibujaría en sus yemas deformándolas por un corto periodo de tiempo. El dolor no tenia la entrada aquella noche ni ninguna de las noches aunque lo hacía aún más excitante-


Última edición por Mar Santini el Miér Feb 29, 2012 10:14 am, editado 1 vez
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Mensaje por Abélard Fontaine Sáb Sep 17, 2011 6:23 am


Avenidas y calles que la memoria antes no reconocería ahora eran íntimamente familiares. Día y noche, sol o lluvia siempre el tránsito incesante de la capital Parisina. Los rayos lunares iluminaban de un azul platinado, las pocas nubes que navegaban en el cielo proyectaban sombras grises de tanto en tanto en una oscuridad total. Ojos mortales apenas hubieran notado el paso de estos gigantes de vapor y agua, como muchas otras cosas les eran inadvertidas. Edificios convertidos en monumentos de las calles más destacables y magníficas, con leyendas e historias narradas de una generación a otra con creciente orgullo. Otras construcciones en lugares donde el perfume no posaba su fragancia y las flores eran sustituidas por hierbas crecidas sin ningún cuidado, se fundían en una podredumbre que teñía el ambiente de un aire sofocante, de cierta desesperanza mezclada con resignación. Guardaban historias escalofriantes, de miedo, esas construcciones que gritaban en silencio y pasaban desapercibidas aún en medio de su escándalo. También las personas se fundían con las paredes. Otras tantas eran nombradas sin pena ni gloria. Recorrer cada una en diferentes circunstancias y bajo distintos pensamientos podían despertar inspiración, recuerdos o una profunda reflexión. Hallarse en una gran biblioteca era comparable con estar en esa París. A la que diariamente se añadían nuevas páginas a los tomos regados con aparente descuido. Aún dentro de este caos se guardaba un orden bastante estricto y prontamente apreciable por el visitante. Una organización por tema y rango. Separadamente se veía incompleto, el conjunto en su totalidad era lo que le daba sentido. La ciudad con cada uno de sus barrios y avenidas principales, sus plazas, sus mercados, esa era el alma de París. Así que se tiene que observar en su compleja hechura para apreciar su belleza.

Tomando distancia, hacia los bosques circundantes vigilantes aún de salvaje naturaleza y quienes no rebelaban a cualquier humano sus secretos más profundos. En el equilibrio entre los civilizado y lo primario, antiguo estado nacido del corazón del mundo y por tanto vigente siempre. Representaba lo anterior al hombre, su acompañante y el futuro que no llegaría a contemplar, al menos no los mortales. Algunos de ellos tenían en su sangre un poco de aquella primavera perenne. Siempre un reverdecer y un frío que no termina de menguar. Eso les dotaba de cualidades extravagantes, interesantes, pocas veces apreciadas por el ciudadano actual. Una de esas personas era esa mujer que ahora Abélard observaba entre los árboles, apoyada contra un tronco. Cortesana disfrazada de varón en un intento de ser inadvertida para las miradas curiosas o con dobles intenciones que suelen destacar con mayor cinismo durante la noche. Mar. Profundidad y belleza que hipnotiza a los viajeros e inspira a los poetas y pintores, una calma a las almas atormentadas; una descripción en la que muchos concuerdan sobre el Mar. Precisamente era un nombre bien elegido para una dama como esa. Cortesana, profesión muy mal vista tanto por los hombres como por la Iglesia. La modernidad todavía no perdonaba esa costumbre practicada desde tiempos inmemoriales y no lo haría. Tampoco los sacerdotes, a pesar que estos junto con individuos de todas las clases sociales y profesiones acudían al rededor de estas damas. Antes les hubiesen llamado sirenas. Era un trabajo indigno pero igual que la ciudad, alguien debe tomar ese papel para crear el todo.

-Señorita, buenas noches- saludó Abélard aproximándose a donde ella estaba con una sonrisa en la mirada por verla ataviada así. Habiendo recibido una carta hacía unas horas atrás informando sobre el cumplimiento de la tarea asignada y con un llamado al lugar que ya se había convertido en silencioso acuerdo en lugar de cita. - No importa cuán temprano he de llegar, siempre está aquí antes que yo. Es considerado impuntualidad por algunos el llegar antes también. En ocasiones también es peligroso - sonrió deteniéndose frente a ella -¿Que ha averiguado de los cazadores?- preguntó Abélard confiando en que la información requerida había sido obtenida exitosamente por Mar, porque conocía sus capacidades y sus debilidades. Aunque le gustaba observarla sin sentir la corona sobre la cabeza, no olvidaba que esta se lleva siempre como un aceite que unge el cuerpo, no como un adorno.
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Mensaje por Mar Santini Vie Sep 30, 2011 3:35 am

*la amistad entre los hombres y las mujeres estaba más que sobrevalorada pero tambien las palabras, si alguien le hubiera dicho que se estaria viendo con aquel hombre -a horas que muchos juzgarian deshonestas- habría tenido problemas pero siendo realista los tendría ella precisamente no el hombre que le acompañaba, el silencio era un arte y ella bien sabia como manejarlo pues fué el arma empleada cuando le observó simple y llanamente fué somprendida por una sonrisa a medias en su boca que transformaba su habitual rostro serio en algo más calmado sin contestar demasiado pronto pero sin dejar que sus palabras se escondieran orgullosas hasta que fuera demasiado tarde aunque se permitió contemplar el atractivo de aquel hombre no con amor, no con seducción ni vanales fantasias pero como una mujer que conocia no bien, sino lo suficiente como para permitirse ese tipo de galanterias mentales*

Violet ¿no es esa la bruja que tanto miedo os da?

*Preguntó habil sabiendo distinguir la indirecta de privacidad al mismo tiempo que cruzó los brazos por encima de su pecho, respirando un segundo canalizando la energía del bosque pero tambien como el frío se colaba por su cerebro haciendo imposible dar una respiración suficientemente profunda*

Tylor Hubert de profesión cazador, maneja no solo las armas humanas sino que domina a nivel básico de usuario la brujeria...dejame pensar, ah si, le gusta presumir de que ha fortalecido sus huesos debido a la ayuda de una bruja por lo que es capaz de arrancar la piel a cualquier ser sobrenatural e hizo una buena gala de ello, ¿como lo se? no direis pero si os lo preguntareis asi que os respondere...con un pequeño sacrificio.

*Ella tenia sus métodos de alcanzar sus objetivos pero nunca habria tenido tanto éxito de no ser porque los hombres que más presumían eran los mismos que menos prometían, podría haber arrancado la piel de un hombre -un pobre borracho que intento tocarla y ella exageró mas de la cuenta lo que sucedía de ese modo él no dudo en presumir- no indicaba que fuera inmune a las bajas pasiones ¿y? los mejores asesinos utilizaban su cuerpo como un arma ¿porque el sexo no deberia de ser una de ellas? siempre atacaba a los fuertes dejándolos confiados e incluso exquisitamente ataviados de un hilo de locura y virilidad, el tener a una prostituta y hacerle gemir les hacía ver como si fueran hombres de verdad cuando solo eran lo que eran, seres que hacían más caso a la lascivia que a la lógica aunque tambien era cierto que la logica guiaba que las mujeres nunca podrían superar a los hombres*

James de profesion también cazador, prendado de la misma bruja que le ha concedido más que fuerte agilidad, es alguien rápido para todo...si me permites la broma

*Sonrió unos segundos con la tipica sensualidad, sin hacer alarde de su profesión volviendo a cruzar los brazos pero un poco mas firme, empezaba a sentir el hormigueo de la impaciencia poco propia en ella, pero se debia simple y llanamente a ese sentimiento humano que se produce cuando se siente no poderoso, sino superior a los que se nombraba*

En resumen, la única que importa es la bruja y su novio cazador, ella siempre va con él aunque tiene de amantes a la mayoria de ellos, para neutralizar la fuerza o la agilidad o los poderes que poseen éstos, poco propios de los humanos hay que destruirla a ella lo que no es demasiado sencillo, segun me comentó tylor el la ama pero la odia y se ha ganado sus buenos castigos porque al parecer aún dormida puede ver todo lo que sucede...¿me explicarás eso?
*Sonrió, sabiendo claramente que su interlocutor conocía de sobra que era lo que estaba hablando*
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Mensaje por Abélard Fontaine Lun Oct 17, 2011 3:13 am


Fantasmas flotaban en forma de bruma entre los árboles del bosque. Avanzaban con una lentitud que los dotaba de cierta quietud sobre natural, arrastrándose sobre las hojas secas, el musgo, los pequeños animales escondidos bajo tierra. Su presencia no pasa desapercibida aunque tampoco suele ser reconocida si falta tiempo para observar. En París presurosos corren los segundos, los días, los meses, los años, acumulándose unos sobre otros, convirtiéndose en polvo sobre la mente de los seres humanos cuando las generaciones caen una a una junto con ellos. Cada vez con menos tiempo para detenerse y observar por el sendero que se anda. Mientras, la niebla plateada avanza sobre los cabellos, silenciosa, impregnada de la humedad de las lluvias pasadas. Entonces la doncella del medio día, juventud etérea, se esconde de la bruma para no quedar oculta de la vista como todo lo demás, dejando las huellas de los caminos aventureros, recorridos antaño. Las calles de París, llenas están de idas y venidas, pocas se dirigen al bosque sin más propósito que el placer de caminar entre los troncos, las hierbas. Estas aún permanecen vírgenes de la civilización humana, aunque no así de todo maltrato puesto que es allí donde termina hospedándose el humo negro y el hollín, volviendo los troncos negros, las aves mudas, los ciervos invisibles. Mientras el cielo anuncia un crepúsculo apurado por traer una noche corta para el trabajador, larga para el pensador.

La tenue neblina que intentaba enredarse entre los cabellos y las ropas de la dama respetaba sin embargo el calor de su cuerpo y se disipaba con su tiritar apenas visible, dejando su piel sin macula. Breve silencio hubo antes de que la dama del Mar comenzara a narrar sus venturas. Comenzó con una pregunta al aire, que se dibujó muy bien con el tímido fantasma que salió de entre sus labios. Abélard sonrió un poco más como única respuesta hasta escuchar todo lo que tenía que decir. Mantuvo sus manos cruzadas, descansando sobre su torso. Asintió pensativo a la vez que Mar detallaba la situación aunque sin liberar su mirada en ningún momento. Río por el juego de palabras acomodado inteligentemente entre las palabras de papeleo. Unas lineas en sus ojos acompañaron la sonrisa que asomó en su gesto, dando un dejo de edad en un cuerpo que ya no mostraría las huellas de los andares sobre el mundo.

-Tantas precauciones siempre deben incluir el temperamento del clima. Podría hallarse desprotegida en una noche sin luna- comentó quitándose el abrigo que era un complemento de sus atuendos, correspondiente a la época del año, según los habitantes de la corte con quienes Abélard compartía Versalles. Se acercó para ofrecérselo y después volvió a la misma posición que antes. -El temor es algo que vive latente en todos, negarlo equivaldría a hipocresía. Pero los poderes mágicos, así como las acciones y las palabras no son suficientes para darle vida a menos que uno lo permita. Usted debe saber mejor que nadie, la verdad de esto.- Hizo una pausa, recordando a la joven hechicera a quien conociera con la corona velada. Los malentendidos suelen ser siempre principio de enemistad y guerra. -Sacrificar algo, dar para recibir. Confío en que usted es artista en saber burlar la suerte y recibir más de lo que brinda. Me basta con saber eso- sonrió con la mirada antes de fijarse en la luna que se escondía entre las ramas de los altos árboles. -La hechicera tiene talentos de vidente, según sus propias palabras. Usa un arte llamado oniromancia para ver el pasado y el presente. Más difícil es para ella ver el futuro, afirma, porque esta siempre en movimiento.- Se cruzó de brazos -Jugar con esas visiones es la llave. Me haré cargo desde ahora. Mantened la vigilancia sobre el caballero James y asegúrese de tener comunicación si emerge algo importante o de naturaleza cuestionable- le tendió la mano -No sería un caballero si sola la dejase volver hasta París, aunque sé que es así como ha venido. Permitame entonces acompañarle.-

En un día cálido resultaría extraño, pero con la frialdad de la noche la gelidez de su piel sobre la tibieza de aquella más suave y blanca en vez de pálida, pasaría inadvertida, casi natural. Cuando los rayos de sol abandonan el cuerpo, se deben encontrar los que flotan en el calor del alma humana.
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Mensaje por Mar Santini Miér Nov 02, 2011 2:01 pm

*Era aquel hombre el unico al que veia como un hombre, a los demás siempre los usaba pues el sexo masculino nunca habia supuesto aprecio alguno para la española, mientras estaba escuchando hablar a abelard sintio el calor de la prenda lo cual era extraño debido a la raza de su interlocutor que ahora mismo sintiera una asombrosa calidez, no dijo nada referente a que debia de ir más abrigada lo cual sin duda era algo cierto pero por el momento dejo que sus ojos navegasen sobre los de su acompañante siempre atenta como si en cualquier momento de sus labios saliera un 'a sus ordenes'* No sabia que eso tenia un nombre * expuso mientras un hilo rizado escondia un brillo casual de los orbes de la cortesana quien respondio con una sonrisa, Oniromancia, aquella bruja tenia algo importante podia sentirlo si él s eiba a encargar de ella eso significaba que no debia de bajar la guardia ni siquiera para reirse de sus propios comentarios machistas* Me vais a sonrojar sabeis que no estoy acostumbrada a este tipo de caballerosidad

*Lo cual era cierto, le estaba adulando demasiado, no se sentia incomoda sabia cual era su trabajo pero nunca sabia como reaccionar, se sentia indefensa al dejarse leer solo por aquel hombre aun cuando bien sabia que solo podia confiar en él en esa ciudad dejo una sonrisa suave e incluso calmada lo cual era extraño viniendo de la pelirroja tomando con confianza la mano del caballero* sea lo que sea por un poco mas de su compañia monsieur, ultimamente me ha tenido abandonada *Se escuchó una risita discreta, no era cuestion de dejar que su alegria fluyese con calma especialmente a esas horas, aunque estaba mas escondido de la sociedad sin preocuparse si le veían o no con él pues al contrario que ella Abélard si tenia una reputacion que mantener a salvo, dejo que su mirada fuese directamente hacia el cielo caminando sin tener problemas de tropiezos, se conocia el bosque como la palma de la mano pues alli habia enterrado a mas de una persona que le habia puesto en duda* Algún dia me apropiare de vuestros labios con un beso *musitó con calma* será el dia donde la luna pierda su color y destiña a la humanidad convirtiendolos en blancos luceros *volvio a bajar el rostro suspirando* me volveis nostalgica asi que deberé de guardar mis comentarios para un momento más lúdico

*Bajó su rostro cuando seguia con la mano del caballero sujeta a la suya, pensando en como haria para contactar de nuevo con James sin que sospechase, sabia que un encuentro casual se podria dar fácilmente pero dos veces una mujer preguntando por lo mismo, podría fingir un enamoramiento que nunca habia llegado de ese modo sería fácil que el hombre cayese en sus garras sintiendose atraido ante la posibilidad de un amante. De nuevo un temblor involuntario se apodero de su cuerpo pero lo ignoro mirando hacia los árboles que se repetian como una fotocopia de ellos mismos, esa era vida, solo estar alli parado y silencioso sin decir a nadie lo que habia sucedido en el interior de aquel bosque* sh... *susurro de pronto cuando coloco el dedo en sus labios, habia escuchado algo, no habia sido un animal rapidamente evaluaba a que distancia estaba. De pronto apreto el cuerpo de Abélard en un árbol, acorralandole entre sus brazos, claro que no serviría de mucho pues ella era una mujer, él un hombre y se veía la complexión de cada cual pero era lo unico que podia hacer, entregar su vida por él si se trataba de un ataque. Sus musculos se tensaron mientras su mandibula hacia que su rostro fuera mas serio de lo normal, sus dedos rasguñaron la corteza del arbol dejando al acecho unas gotas de sangre, alguien paso corriendo pero se tranquilizó algo al ver que se trataba de una pareja joven que quizás huía al son de la pasión, se alejó lentamente ya no escuchaba nada inusual asi que algo avergonzada aparto la mirada* lamento mi comportamiento monsieur, creia que se podria tratar de un enemigo *Se quitó con despreocupacion algunas astillas, lamiendo las gotas de sangre que salian*
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Mensaje por Abélard Fontaine Jue Nov 10, 2011 10:52 pm


Pequeños faroles celestes refulgían titilantes derramando su luz sobre las cosas todas. Mil y un ojos de plata con un gesto apenas templado miran sin párpados el suelo salvaje, los mares, océanos, los montes, los cerros, los desiertos, las junglas, los prados, el bosque. La tierra de los hombres, la tierra de nadie, los lugares olvidados, sin nombre, aquellos otros inmortalizados por historias que con el tiempo se transformaron en leyenda, más tarde en mito. Sobre cada uno descansan las inmortales visiones y así cada cual toma los rayos de luz diáfana, los transforma según sus deseos y ambiciones. Resignación a su forma es como la acogen las cosas sin vida. Con cada respiración los entes vivos van dándole matices, textura, tornando lo etéreo en algo corpóreo y tangible. Pero sólo aquellos poseedores de conciencia pueden tomarla cual pincel y delinearla con el cuidado delicado propio del pintor apasionado. Así la luz es ahora sueño, ahora ilusión, ahora desesperación o pesadilla. Cada pensamiento, cada acción va esculpiendo lentamente, agregando miradas extrañas, vigilantes. Quizá pueden ser cálidas, familiares. Brilla la luz en estos ojos igual que en aquellos posados en lo alto del firmamento. Obedecen dócilmente la mano de su guía, ya sea firme y decidido, ya sea tembloroso e indeciso su pulso.

Si se pintaran sobre las ondas del mar, tomando la espuma navegante siempre en busca de nuevas costas, y se entrelazaran con los colores brillantes del fondo, tímidos seres habitantes de un páramo atrapado entre dos mundos; si pudieran conjugarse estas cosas y trazarse con haces luminosos, tomando piel, aliento y humanidad, sería en el cuerpo de una mujer. Pues aún los recelosos secretos que guarda el antiguo gigante de tridente y cola de pez pueden ser seducidos para revelar sus misterios. Aunque la inteligencia podría descubrir su lugar de descanso y llegar a admirarlos de cerca, la intimidad que crece naturalmente entre dos seres creados de la misma materia, no será semejante. La dama venida del Mar era vestida por las pinceladas de luz del elemento al que pertenecía. Las sombras parecían reflejarse sobre su rostro y bailar al ritmo de sus expresiones y caprichos. No un ser de luz. No un ser nocturno. Perfumado equilibrio entre ambos era, con un discreto pero hechicero resplandor que surgía de la piel de rocío platinado y su corona de oro y rizos que adornaban sus gestos. Uno desprendiose ondeando juguetón sobre su faz acompañando sus palabras antes de que tomara la mano del Hijo de la luna que la miraba con perenne curiosidad.

Caminaron lado a lado casi deslizándose sobre el follaje marchito, fruto del otoño que tomaba su temporal hogar en el bosque circundante. Abélard observaba el sendero apenas dibujado, alfombrado por hojas amarillas, cafés, anaranjadas que aún con la poca luz que los astros nocturnos conferían, sus ojos eran capaces de distinguir cada cambio de color en las venas de las hierbas con igual nitidez que si de día fuera.

-Aunque una dama con su carácter y templanza, no se vería falta de las ofrendas de elogios y buenos modales si otro fuese el teatro donde recitara y actuara- comenzó cuando Mar inclinó la cabeza hacia abajo ocultando sus ojos de los de Abélard, en reflexiva actitud. –Bueno es que no esté acostumbrada a dicha caballerosidad, pues la costumbre se transforma en sutil y delgada venda sobre los ojos, adormece nuestra capacidad de asombro, nos vuelve testigos pasivos en vez de actores- sonrió volviendo su mirar hacia ella. –Es mutua la compañía. Quizá sea del modo que dice, pero no se deben guardar los nobles actos hasta el final. Han de colorear día a día nuestra vida, en su lugar. Y tal vez sea yo quien reclame antes sus labios.- reiteró dejando ver cierta complicidad en su sonrisa en el momento que ella llevaba su dedo índice a los labios. Abélard inclinó la cabeza apenas hacia un lado, atento. El peligro que Mar percibía era fantasma. Una pareja pasó presurosa cual venados entre los árboles. Vio el movimiento al mismo tiempo que la intención y permitió que la dama le recargara contra el grueso tronco de un roble. Se quedó quieto como si su vida dependiera de ello, siguiendo su juego. Sus ojos revelaban sin embargo lo divertido del asunto. Aunque si tomo su cintura y descanso la otra mano sobre su hombro izquierdo, rodeándole y protegiéndole a su vez. Tal como ella pretendía hacer con él. Mar endureció su semblante hasta que la cercanía de la escurridiza pareja reveló su inofensiva presencia a la vista. El perfume oceánico cobró más fuerza en aquél instante, como cuando el agua se retira de la playa, replegándose, dejando contemplar la fina arena que guarda. La luz animaba, daba vida a aquella sombra húmeda, escarlata que brotaba de la yema de los dedos de aquella frágil criatura. Corrieron seductores hasta sus labios entonces. El vampiro deslizó su mano apenas rozando el cuello de Mar para luego tomarlo y acortar la distancia que les separaba en un movimiento lento pero lleno de intensidad. –No hay por qué disculparse.- susurró descansando la otra mano sobre la espalda baja de la mujer del mar para traer el calor de su cuerpo tan cerca que sólo las telas se interponían entre ambos. Robóle entonces un beso que fue condimentado con el fuerte sabor del Mar, aunque fuera agua dulce. Podía sentir los latidos cantantes bajo el pecho oculto de la dama. Era una noche fría, pero el ser nocturno había encontrado la cálida seda viviente que reclamaban sus sentidos. Y de los ojos celestes parecían no escaparse los lugares oscuros como no lo hacían tampoco aquellos sobre los que reinaban alegres. Así el rey, el hombre y el vampiro convivían aunque a veces uno fuera más visible que otro…
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Mensaje por Mar Santini Jue Nov 17, 2011 2:44 pm

La pretensión siempre ha sido la horca de las mujeres, pretenden ser de todo cuando la monotonía las desnuda. Los elogios siempre han sido la condena de las pretenciosas, pues cuando la monotonia es silenciosa éstas se visten de brujas esperando los dichos elogios para dormir tranquilas *Se sonrió, ella no ncesitaba de elogios para seguir viva cuando otras que habia conocido si lo necesitaban, cuando alguien no las elogiaba con respeto solian acudir a despectivos atuendos de falsedad pero al mismo tiempo desprecio contra las personas que no les habian replicado, pero poco a poco los halagos se quedaban como las prendas, pasadas de moda, debias de buscar algo nuevo con lo que halagar a la mujer pero mar siempre se vestia de simplicidad, sonreía con sorna a las mujeres ricas cuando pasaba por su lado, gracias a su caracter y a su habilidad con la pelea nadie habia posado ponerle un solo dedo encima porque ella se cuidaba bastante bien.

No le gustaba que le tomasen el pelo, no le habia gustado ser actriz de sus emociones vagas pero ¿como no dejarse llevar? ese hombre, sin siquiera saberlo le iba a enviar directa al infierno por necesidad de sonreir, siempre se guardaba las mejores sonrisas para los que pagaban pero él, cuando le llamaba simplemente le hacia sonreir. La oscuridad pero la luz, un rey condenado a la riqueza pero aunque esa era la realidad la mujer lo veia como lo que era, un hombre. Poderoso pero ante todo un hombre*
Vos robarme un beso suena a un cuento de hadas *escondió su sonrisa de costado en unos casuales rizos, su cuerpo por unos instantes se habia apegado al de Abélard consiguiendo aquella magia perturbadora, estaba siendo "abrazada" por él en la cintura y su hombro ¿que habria pasado si el peligro hubiera sido real? ella seria la que muriese pero si con eso le salvaba la vida estaría más que satisfecha aunque cierto era que nunca lo habia compartido con el hombre esos pensamientos*

Abélard *Dijo su nombre una vez más cuando sus ojos se fijaban en él como lo que era, una humana que por un momento habia dejado sus emociones marchitar su rostro, marchito una vez se recuperó de forma asombrosamente rápida* la disculpa es una pretensión, la única que uso con el único hombre que respeto *Le miró intensamente cuando le acercó a su cuerpo, de nuevo ese silencio entre ambos solo humillado por su respiración, cumplida la promesa ajena sobre robarle un beso mar cerró los ojos, sus labios aun estaban perfumados por el sabor de su sangre, los labios se abrieron con docilidad al ser buscados situando sus manos al principio en las mejillas de aquel hombre, no le importaba el tono de su piel sino la increible suavidad que podía recorrer, se aprovechó un poco, se aprovechó lo que justamente deseaba cuando esos dedos recorrieron no solo las mejillas de Abélard envolviendo el cuello de susodicho.

Los turgentes senos de la mujer chocaban contra el plano torso varonil, sus exhuberantes caderas parecian apegarse con las ajenas, tomó como dictaba su caracter una segunda oportunidad para recuperarse optando por imitar el truco de su acompañante, utilizando la mano derecha para acercar el rostro del hombre al suyo, ladeando el rostro consiguió profundizar unos instantes aquel beso dejando aquel aroma a sangre, el perfume sin olor que ahora revestía sus labios, unos cortos minutos despues se separó dirigiendo su mirada fija hacia la de aquel hombre con una sonrisa seductora pero tambien femenina en sus labios, él, era el único que le veria de éste modo, los otros solo creian conocerla pero eran mentiras arrojadas sobre sus rostros, la facilidad con la que nunca se exponía llegaba ser aterradora, pero todo tenia un límite, el límite de ella, era ese hombre*
¿No os da miedo que no me pueda controlar? *Repitió sonrisa cerca de los labios ajenos, sin permitir que sus ojos se alejaran, mirándole, observándole mientras le seducían inconscientemente ¿o era ella la que estaba siendo seducida? de todos modos seguía mirándole sabiendo que fuera cual fuera el movimiento de Abélard no habia marcha atrás*
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Mensaje por Abélard Fontaine Jue Dic 01, 2011 3:03 am


La mezcla de aromas en el aire existente, los nuevos que son traídos por capricho del viento o una briza traviesa y agregados a los primeros; en un conjunto forman un mundo que puede traer sensaciones, recuerdos, anhelos o deseos que se creían olvidados, dormidos. Miedo, desesperación también tienen sello propio. Dan matiz al mundo visible, están entre la luz y la sombra pero no tangibles. Al igual que tinta, se ven las palabras, las imágenes, no su substancia. Espejismo es el disfraz de aquellas cosas destinadas a traer en sí mismas el descanso de la vista de los seres vivientes, revelando al tacto el verdadero rostro tras la máscara. Son pocos aquellos capaces de dominar el arte de tener bajo su voluntad los espejismos de aire y cubrir con velo invisible su faz verdadera. Desentrañar el secreto algunos animales y plantas ha logrado. También los seres humanos han aprendido a jugar con perfumes. Convirtiéronles en llamas sin forma y metiéronlos dentro de un pequeño frasco de vidrio insensible. Entre mayor es su calor y brillo, entre mejor hecho el artificio de espejo más valor tendrá ante la vista consciente anhelante de conquistar el favor subconsciente.

Salvajes llamas coloreaban el bosque en rededor. Humedad, yerba y los seres de naturaleza cálida, cada uno colaboraba en el entretejido paisaje. Sugería el aroma flotante la antigüedad de su morada, del bosque susurrante. Más ea, la dama del Mar dejaba escapar su perfume con cada latido, con cada respiración, como fuerte vendaval que corre indómito y feroz entre las ramas de los árboles, agitándoles, llamando su atención y trayendo mensajes de tierras lejanas anteriormente recorridas en su errático andar. No era el espejismo hechizo inventado por los hombres lo que ahora adornaba su cuerpo como la más fina de las sedas, porque aunque sí lo portaba, era eclipsado por el que le fuera concebido de nacimiento. El nombre del una vez príncipe sonó melodiosamente en los labios de Mar, después, una mirada intensa, entrecortado respirar antes de que la frágil criatura cediere a la petición de cercanía. El rubor en sus mejillas fue tan discreto como podría ser la presencia de la luna nueva en el nocturno firmamento. La suavidad de la piel bajo los dedos de Abélard era acompañada por el tacto cual pluma de las níveas manos de la doncella que se apoyaba sobre su cuerpo. Ahora ella también solicitaba acortar las distancias con sugerente gesto tras el cuello del hombre. Como al caminar a la orilla del mar con las olas rozando el cuerpo en un llamado hipnótico, insistente, seductor, invitando a sumergirse más profundamente, así eran los labios de la dama del Mar. El vampiro extrajo el carmesí restante de ellos antes de que abriera los ojos para contemplarle con una sonrisa en los ojos, haciendo aparecer pequeñas marcas de su edad humana congelada, al rededor.

-¿Controlar lo que le dicta su naturaleza? Sólo en la medida que este dispuesta a pedir lo mismo de mi parte. Y es ahora cuando aconsejo, haga su elección sabiamente- replicó con amable calidez. La mano que descansaba sobre el hombro de Mar buscó su camino hasta acomodar los rizos de oro tras su oído, dejando al descubierto el pálido cuello. Con la vista le avisó el movimiento antes de depositar un beso fugaz bajo el lóbulo de su oído. -La decisión esta en sus manos.-
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Mensaje por Mar Santini Sáb Dic 03, 2011 5:55 am

* Eso era música para sus oidos, los hombres habian sido siempre unos bastardos que habian hehco mas caso de sus instintos que de la lógica, así fue como se crearon los imperios débiles pero también los fuertes, los hombres tenian siempre la necesidad de ser los mas poderosos descuidando lo que podía llevarles a la ruina, hechaban la culpa a las mujeres pues siempre aparecian en las historias como las damas que volvian loco al rey que en vez de dedicarse a sus asuntos políticos preferia los del "ars amatoria" el arte de amar, asi pues quien pueda dedicarse a todo, tanto al decreto del corazon como al de sus asuntos políticos seria el mejor rey pero siempre caian, caian en la ley de intentar abandonarse para que cuando finalmente estallasen fuera demasiado tarde. ¿Ella controlarse? nunca se habia controlado, era una mujer que a su pesar se admitia caprichosa consiguiendo todo lo que deseara pero nunca con el hombre que tenía en frente solo por la condición de que no osaría perderle por unas horas de inimaginable placer* Debe ser un cuento de hadas monsieur *Siguió con el juego de antes, exponiendo con elegancia el cuello pero aún aferrandose a la prenda que le habia colocado en los hombros aquel hombre manteniendo asi el aroma y la frialdad que tanto deseaba a su lado, los besos localizados en una zona sensible le hicieron sonreir mientras actuaba con elegancia pero ¿cuanto aguantaria? el solo sabor de sus labios dejaba caer la espesa capa de indiferencia, las zonas erógenas de Mar siempre se localizaban en el cuello, en el lóbulo auditivo o incluso en sus hombros siendo siempre las que más deseaba que se acariciasen por lo que cuando el beso acarició con tanta suavidad pero certeza aquella zona le embargó los deseos de dejar escapar un sonido de sus labios, de no se rsilenciosa sino de profanar de manera lenta los sonidos del bosque con los de sus labios*

Ya conoceis mi respuesta ¿o es que no la escuchais? * El pecho de Mar, en su corazon estaba latiendo con fuerza emocionado y desbocado como una ola espumosa del mar que se preparaba para salir la siguiente, sabía que no se equivocaria con sus latidos no era amor ¿o si? si lo era lo esconderia, lo arrastraría consigo al mas hondo silencio pero siempre habia sido respeto, la lealtad siempre conllevaba la atracción asi pues lo único que deseaba es que aquel hombre no se arrepintiese* Al contrario que vos puede que mañana esté muerta espero que me hecheis mucho en falta cuando ese momento llegue *tomó con absoluta delicadeza el mentón de aquel hombre permitiendose una sonrisa traviesa en sus labios como las que siempre acostumbraba, el bosque, la oscuridad, las estrellas y los hechizos de una noche interminable parecia rodearles como un escudo de eternidad efímera, no sabian cuando se desvaneceria pero por el momento no podian contar ni los minutos, ni las horas e incluso ni siquiera los segundos que tan rápido avanzarian.

Volvió a los labios de Ábelard no con hambre sino con calma, con pausa siempre saboreándolos como lo habia hecho, el beso habia sido más corto que los anteriores, la mano derecha de la mujer se paseó por el pecho del hombre, saboreando cada centímetro de su cuerpo cubierto aún por la tela, buscó sus costados los cuales arañó con elegancia sin dejar señales pero si constancia de su presencia, igual que apego su cuerpo un poco más, sus senos se apretaban contra el torso de ábelard dejando la sensualidad femenina actuar por sí sola, igual que volvió a ladear el cuello. La mano izquierda se paseó por su espalda pero habia tomado la osadía de introducirla bajo la camisa de su acompañante, depositando asi fieles y suaves caricias que eran cada vez más delicadas* como no se de prisa.. seré yo quien le domine mi caballero *se permitió una risa cariñosa fluir armoniosamente, se estaba controlando, le gustaba dominar pero deseaba que le dominase, con la elegancia de un hombre no con el titulo de un rey pues los títulos no significaban nada para ella*
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Mensaje por Abélard Fontaine Vie Dic 09, 2011 5:38 pm

Belleza incomparable en las criaturas que respiran y más aún en las que pueden encerrar en un suspiro la complejidad de un sentimiento. La fragilidad y la fortaleza, la complejidad, la sencillez. A veces los mismos dioses inmortales contemplan reflexivos a los seres que deambulan bajo las nubes, esclavos del tiempo, sí, pero también conquistadores de éste. Cuando los segundos y las horas son ilimitadas a veces se esta despierto en demasía. Se permanece bajo el efecto nebuloso del sueño en otras ocasiones sin darle importancia a los asensos y descensos del astro rey. Existen los siervos del tiempo y los Señores que le gobiernan y existen también aquellos que lo han olvidado, creyéndose libres de su efecto. Así se ven los puntuales altares construidos para las Horas, los retratos hechos en honor a los Meses. Las celebraciones donde se olvidan los agravios pasados a veces sólo hasta la mañana siguiente, a veces con la mano en el corazón; todo para celebrar la gloría de un nuevo año. Algunos más, perdieron la noción, el significado de contar las andanzas del sol y la luna, pero observan las estrellas. Aunque un ciclo más lento es, le guardan respeto, sabiendo que al igual que ellas un día se extinguirán. Para los últimos a quienes una brisa invernal congeló todo deseo de mirar las huellas trazadas por el paso de las estaciones o las estelas de luz sobre sus cabezas, transcurrirá tiempo eterno, estéril hasta decidir dar la bienvenida a una nueva primavera.

La dama entre los brazos del hijo de la noche aún guardaba sobre su piel el aroma de la luz del día y el calor que le acompañaba. Hilos de luna reflejábanse sobre su piel. Era muy consciente de su propia mortalidad, de la facilidad con que rasgarse su carne y derramarse su sangre podría. Sin embargo se entregaba, mencionando incluso los cuentos de hadas y apoyando en voz alta la moción que su corazón anunciaba con cada palpitar. Abélard río a la seguridad que demostraba la Dama del Mar para afirmar que el tiempo respetaría el cuerpo del vampiro, profanando primero el de ella. Aún la fortaleza de los inmortales puede ser vulnerable, tanto o más que la humana pues se corre peligro de identificarse más con la soledad blanca del invierno. La delicadeza femenina que demostraba Mar se entretejía con la cálida pasión que brotaba en forma de vapor de entre sus labios. Ella sostuvo el mentón del antes príncipe con una sonrisa provocativa adornando su rostro.

-El corazón puede traicionar a la mente y viceversa.- le recordó Abélard. Pasó una mano por su mejilla para corresponder a una breve caricia de los labios de la Dama del Mar, con un fugaz vislumbre de la profundidad ofrecida -Engañosa es la muerte y aun respetando piel, hueso y forma, llega a arrebatar ánima, cordura y razón.- pronunció en un susurro apenas suficientemente alto para que Mar lo escuchara. Los ojos del hombre recorriron el semblante de aquella mujer sintiendo la atención que reclamaban las manos que se movían seguras sobre su pecho, su costado, la espalda baja. El cuello expuesto, como cisne en reposo. -Le echo en falta ahora.- declaró el hijo de la noche para tomar posesión de la pequeña cintura del Mar y elevándole sobre la tierra y el follaje la hizo quedar con la espalda recargada contra la corteza del árbol que los guarecía. El abrigo que descansaba sobre sus hombros salió despedido hacia un lado, en un movimiento rápido de Abélard, imperceptible para el ojo humano. Cayó grácilmente extendido sobre el manto del bosque, abandonado a la frialdad. Porque era el cuerpo del inmortal el que pedía cada ráfaga de calor que despidiera de la damisela que tenía ante sí. Un desliz sobre el vientre níveo de la criatura para levantar la camisa varonil que portaba. Tan suave era la piel, recordatorio del cuidado y respeto que se le debía procurar y también de la posible rapidez del vampiro para mancillarla si lo deseaba. La frialdad sobre el calor que lo combate provocativo. Abélard sujetó con firmeza el cuello para poder besarle con la profundidad necesitada, con cierta agresividad ferviente. Mientras su mano izquierda desabrochaba uno a uno los botones de la camisa de algodón, velo sutil, guardián de la esencia primigenia de las mujeres. No le despojó de él por completo. Sus dedos se entretenían en descubrir un poco el hombro, acariciándole, para luego ir descendiendo entre el sendero marcado por su senos, suspendidos como los frutos en primavera. Tomó su costado obligando a Mar a arquearse contra su cuerpo ahora apenas tibio gracias al calor de ella. Sus labios volvieron sobre el cuello de mar, los colmillos rozándole haciendo que echara la cabeza atrás. Liberó la mano diestra de entre los ensortijados rizos que pendían sobre los hombros de Mar a medio cubrir, envolviendo a medias el muslo fuerte pero estético como si a un venado perteneciera. Elevándole una vez más de entre las hojas secas y manteniéndole allí.

El tiempo deteníase a la vez que reanudaba su marcha para Abélard en ese momento. Todavía se conmovía el vampiro ante el juego de luces y sombras dirigidas por la llama del día y el espejo de la noche y aunque empezaba a fijarse en las estrellas, no anhelaba compartir su destino. Porque todavía guardaba deseo de probar las frutas de la tierra y caminar lado a lado con aquellos cuyo corazón aún latía. Y por ahora, esa noche, el palpitar sonoro del Mar llamaba con fuerza irresistible.
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Mensaje por Mar Santini Dom Ene 08, 2012 12:03 pm

*Los hombres eran egoistas, ahora ni se fijaba en las razas pues tanto humanos como vampiros como quienes querían ser eran personas que quisieran o no fuera con el corazón o con la mente sentían según su personalidad, el egoismo era aquel que sobresalia por todos los sentimientos siendo coronado como un pecado ausente siendo culpable de las conexiones por sobre todas las cosas, el egoismo compite contra la envidia haciendose finalmente compañía hasta saciar su hambre por los humanos, ese egoismo era practicamente nulo en algunas condiciones viendo su forma cambiada a una energía tranquila pero caprichosa. Los cabellos de Mar abandonaban su sujeción para esconder sus hombros en un mar de rizos pelirrojos incluso un tirabuzón engreido se colaba por su cuello hasta llegar a tocar sus senos como en una batalla de supervivencia.

Aquel hombre había sido para Mar una sujeción al mundo de la realidad, ábelard siempre conseguía que esos sentimientos salieran a flote, el sentimiento de la impaciencia por sentir sus dedos frios sujetando su piel, el de las sonrisas clásicamente nerviosas que solo se ofrecian a un interlocutor, la cortesana no era una mujer acostumbrada a todos esos sentimientos por lo que prácticamente interactuaba como una buena actríz con un guión plastificado de sinceridad pues el objetivo no era ser una muñeca con movimientos humanos sino, no dejarse llevar por lo que estaba sintiendo ya que aun cuando no era amor practicamente podia sentir cuando habia deseado lo que estaba sucediendo. Él era un caballero y ella una ingrata mujer que robaba a los hombres o los seducia para pasar una noche entre sus sábanas* Eh...

*Un cosquilleo paseo por su cuerpo, el abrigo que antes habia tenido aprecio habia aceptado su papel de secundario cuando cayó a la madre tierra, los labios de Mar presentaban la humedad justa para un beso deliciosamente húmedo, su aliento caliente parecía abrirse camino en la boca de aquel hombre mientras respondia abrazándole con las piernas con fuerza pero nunca con brusquedad, los dígitos dóciles de la cortesana despeinaban los cabellos peinados del rey con una sonrisa en los labios pues debido a su condición humana tuvo que separarse algunos segundos de aquellos labios para respirar y volver a prestar sus servicios en un beso humedo, impaciente, apasionado y fervoroso* Abélard *su nombre salió inconsciente de sus labios mientras arqueaba su pecho, sus hombros se hundian por imposible que pareciese en el tronco de aquel árbol, mientras sus senos se exponían sensuales escondidos por la ropa interior.

No se escondía, no era una muchacha tímida que ante la mano experta del hombre escondía su cuerpo, ella lo mostraba con orgullo impaciente, sabia donde tocarle, donde explorar con aquellos colmillos que por primera vez sentía ¿eran gentiles o eso le parecia? siempre habia oido que cuando un vampiro te clava sus colmillos el dolor es lo primero que sientes, después es el placer lo que da paso como un orgasmo peprotente sin ser húmedo, sin avisar de su presencia. Ella se sonreía mientras se relamia los labios y ladeaba el rostro dejando su cuello bien visible para él, la camisa aun no caia del todo aun cuando estaba mostrando su hombro derecho al desnudo y las mangas estaban cediendo el árbol y su espalda parecian frenar la caida de aquella prenda sin esconder el baile erótico de sus caderas* El corazón a veces se viste de débil carnaza para la lógica, pero cuando los papeles cambian la mente no sabe a quien devorar cometiendo a veces lo que se llaman imprudencias.

*Se dejó dominar como un animalillo salvaje que se habia topado con su amo, asi veia a Abélard, como el único hombre a quien se doblegaría, tomó con cuidado el mentón del hombre para que ambos pudieran mirarse a los ojos, los ojos claros de Mar parecian contar mil sentimientos a aquel hombre mientras sensuales brillaban a través de la noche, podría pedirle que le hiciera sentir aquellos colmillos una vez más cosa que sabía haria* Espero... que no se detenga *su voz sonaba algo bloqueada por el placer, era mejor intentar que eso no ocurriera, pero era inevitable, un sonido salió de sus labios, no era un gemido pero poco faltaba para aquello. Tomó una rama de sujeción con la mano derecha, la izquierda viajaba por el varonil cuerpo del hombre, por su espalda, sus hombros, su pecho, aguantando la confesión que siempre hacia la cortesana a los hombres, ella amaba los hombros y las espaldas anchas tal y como las tenía él* mg...

*Afectado por el placer salió el sonido aquel ronco, separando su pierna derecha para que siguiera aquel tacto en su muslo. Traviesa situó la mano de Abélard justo entre sus piernas aun sobre el pantalón que portaba para que pudiera ser partícipe de la calor, poco a poco la humedad sería el indicativo perfecto de que estaba preparada, no quedaba mucho, sus senos estaban endureciendose, sus pezones dolían y pellizcaban la ropa interior con fiereza, cada roce en sus senos enviaba un calambre de placer por todo su cuerpo. Mar Arqueó sus caderas consiguiendo una postura sensual y felina mirando fijamente los orbes de aquel hombre*
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Mensaje por Abélard Fontaine Jue Ene 19, 2012 11:05 pm


Los senderos conducen a lugares inesperados, al antiguo hogar, al encuentro con los viejos amigos o los antiguos enemigos. Son senderos serpenteantes entre la hierba, los páramos inhóspitos o caminos bien trazados que corren entre una ciudad y otra, entre pueblos y monumentos guardados por el polvo y los años. Allí donde el follaje es mucho y los árboles antiguos, caminos y senderos olvidados corren en silencio, hacia destinos inciertos o perdidos en los andares del tiempo. Criaturas y cosas antiguas se mueven muy despacio o demasiado veloces en esos lugares. Existen también los caminos que no están hechos de tierra y piedra, sino de recuerdos, de ideas, de voluntad o fungen como caminos de huída que corren entre árboles de dedos tenebrosos, entre la bruma y las cosas que asustan. Así igual hay los que cruzan el río, ya sea como resultado de una mortalidad consumida o como una inmortalidad que discurre indefinida más allá de la orilla. Cuando se camina entre los senderos que traza una vida mortal o inmortal, paso a paso, día con día, se va sin un mapa en las manos, pero los guías existen en las estrellas o los movimientos del sol. Los sueños, los ideales, las cosas amargas y las difíciles, cada una se presenta según el camino que se escoja seguir. Aún si parece que llegan sin aviso. Los sentimientos, los pensamientos a veces conducen al caminante en camino errante, igual que podría llevar el viento una hoja flotante. Se debe ser fiel y no dudar al andar o se puede terminar en lugares oscuros, profundos bosques sin luna. Equilibrio debe haber entre razón, corazón y deseo para sortear los peligros y valorar los tesoros en el sendero hallados. Si se mira demasiado el suelo se perderá la visión del cielo y aquél que marcha sin apartar los ojos de las estrellas fácilmente tropezara con obstáculo no anticipado. Evitar caer es posible, no hacerlo nunca es inevitable. Más al levantarse se adquiere fortaleza antes no poseída y conocimiento de los pasos que se deben cuidar.

Esa noche, en aquél bosque estaban los caminos que flotaban, dejando invisible rastro en el aire. Unos eran de tono metálico escarlata y algunos oscuros, mortuorios. Otros tenían aromas más dulces y melódicos, incluso inocentes. Aquél también con la esencia del mar trazaba su propio sendero entre la piel de luna roja del una vez príncipe. Consientes son los seres todos del lugar a donde quieren ir, aunque este tan solo guardado en un susurro. Más ea, son pocos los que logran andar por el camino previsto, pues este se va pintando, revelando sus encrucijadas y bifurcaciones poco a poco. Así ahora la Dama del Mar, sabedora era de a donde habría de llevarle ese proceder apasionado pero poco conocía de los posibles rumbos que podrían conducirle. Fueron sus brazos, su cálido aliento, sus rizos cual rayo crepuscular los que envolvieron al hijo de la noche. Luego ella hubo de deslizar sus piernas en firme abrazo a la cintura del hombre, que le sostenía con firmeza contra el árbol. Los dedos de Mar recorrieron los cabellos de Abélard, desordenándoles. Su respiración agitada era, aún así guardaba una armonía seductora para el vampiro que en veces se olvidaba de la necesidad que ella tenía por respirar ente un beso y otro. Reclamaba sus labios no como propios, sino como algo que se comparte sólo un instante, así eran por tanto más demandantes de lo que hubieran podido. El cuello de la frágil criatura se curvaba entre rizos perfumados, invitando a romper el aterciopelado sello de piel que guardaba el precioso líquido carmesí. Incluso el movimiento de su lengua jugando sobre sus labios en una sonrisa traviesa remarcaba la promesa de un dulce sabor bajo la seda de venas que adornaban su cuello. Abélard sonrió cálidamente ante las palabras de la Dama del Mar, sus ojos inmortales acariciaron con una mirada la semi-desnudés a la que estaba expuesta su hombro, su vientre, el camino entre sus senos, medio visibles. Después ella interrumpió un beso que el antes príncipe quiso robarle, tomando su mentón con la delicadeza propia de una dama.

-No lo haré, aún si una imprudencia pudiera parecer. Porque cuando se da un salto con seguridad y valor se puede burlar el disfraz de la duda que suele instalarse en la mente y el corazón. Entonces se trasciende más allá de salvaje impulso.- aseguró Abélard sosteniendo aquella mirada penetrante, profunda como las aguas del mar, intentando revelar sus misterios.

Encantado por los movimientos seductores de aquella damisela vestida de cisne, que se curvaba sobre sí misma, Abélard recorrió con los dedos su hombro desnudo y entre una caricia y otra, despojó a Mar de la blusa y la ropa interior que cubría sus montes de Venus. Le sujetó con la mano derecha por la base de la columna, después de aflojar el botón del pantalón varonil que ella portaba. El hombre percibía el tacto suave de la mano femenina que recorría su espalda, y le ceñía con más fuerza contra sí. Buscó la forma de seguir sosteniendo en vilo a la dama mientras él desabrochaba su propia camisa y la tiraba a un lado. Deseaba sentir su piel contra la otra en provocador roce. Un relámpago de calor le recorrió cuando sobre su virilidad se posó la otra mano de aquella criatura. Los ojos del vampiro brillaron y sus labios que en ese momento reclamaban un beso, se tensaron. Se hizo más fiera aquella caricia húmeda y luego sus colmillos rasgaron la lengua de la Dama del mar. El sabor era dulce como los duraznos entre flores de azahar pero había que esforzarse para obtenerlo. Su lengua demandaba más de la contraria. Una gota escarlata resbalo hacia abajo, recorriendo su mentón. Abélard se apartó un poco sólo para mirar el camino que aquella línea roja pintaba sobre las curvas de Mar, su cuello primero y luego coloreo su seno izquierdo. Los dedos de la mano izquierda del hijo de la noche recorrieron, desde su cintura hasta el nacimiento de su pecho. Luego levántasela un poco más y sus labios fueron consumiendo aquél río carmesí. Se frenó sobre su cuello dónde el vampiro clavo los colmillos. Con la otra mano obligándole a arquearse contra él tomándole por las caderas. La sangre empezó a correr por su garganta también, como fuego voraz. El dulce sabor acompañado por el melodioso latir de un corazón caliente, en una falsa promesa de ser inagotable. Nunca antes el vampiro se había dejado conducir tan lejos a menos que fuera una presa a la que acechara. Pero Mar no lo era, difícil era sin embargo recordar la diferencia. Pues todas las cosas se parecen entre las sombras del bosque nocturno, aún cuando brevemente los ilumine la pálida luna. Así también son confusos los caminos que serpentean a veces entre cruzados, perdiéndose en sí mismos, escondiéndose entre la hierba para reaparecer luego como por encanto. Por ahora el sendero no estaba trazado y podía terminar en algun sitio inesperado.

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Mensaje por Mar Santini Miér Ene 25, 2012 1:00 pm

*El olor a bosque parecía crecer como una enredadera por sus venas dejando exhaustos a los árboles pues por mucho que se movian no conseguían nada que no fuera un movimiento en vano, en barcelona el olor de los bosques era distinto que los de Paris ya que parecian ser libres siendo al mismo tiempo carceleros de sus propios pensamientos, los de barcelona siempre apestaban a refugiados o a sangre ya que muchos en aquella época eran meros esclavos de sus señores feudales deseando escapar a lo que ellos llamaban la ciudad de la libertad encontrándose despues con las manos vacías pues no era sino un documento con papeles que acreditaban que pertenecias a algun lado pero no te salvaban de tu pobreza, no te daban dinero incluso si podían te lo arrebataban en cambio el olor a naturaleza parecía insuflarle a su alma poder animal para que se dejase llevar por sus instintos, ella, que siempre habia estado dominando a los hombres estaba ahora siendo domada por el mismo hombre que en algunas ocasiones le habia salvado, confiaba su vida a él siempre lo había hecho. No le importaba morir por lo que creía asi que en esos momentos no podía sino dejarse llevar como una mujer sin ser una cortesana que debía de exponer sus habilidades para que el cliente estuviera satisfecho. Eran un hombre y una mujer dejándose llevar como en algunas ocasiones había deseado la cortesana no lo negaria.

Escuchó sus palabras con la timidez propia de una mujer mientras parecia que el cabello ebrio paseaba por sus rizos acomodándolos, golpeándolos sin éxito contra el rugoso tronco que tenia a su espalda, le gustaba que la naturaleza acariciase su piel por ende el que aquel tronco rozase casi sugestivamente su espalda instaba a que un cosquilleo impaciente pero seguro atravesara su espina...era cierto que sus acciones eran las de un amante pero sus orbes eran los del mismo hombre que le daba órdenes valorándola como caballero por eso le sonrió cálidamente en parte para que recordase quien era ella una mujer de barcelona que juró morir de pie pero siendo fiel a sus principios. Separó con habilidad las piernas aprovechando que Ábelard estaba tomándole por la cintura, solo fueron unos segundos en los que maniobró dejando que su sexo ardiendo chocase contra la hombria de aquel hombre arqueando por completo su pecho, estaba inusualmente sensible sintiendo que su piel se erizaba con solo un roce de sus cabellos o que su aliento parecia gobernar en el caos o bien apareciendo demasiado pronto o bien tomandose su tiempo para respirar de sus labios no salía nada más que un jadeo débil que acababa en un ronco gemido tan suave que apenas lo escucharía alguien si pasaba por el lado de ambos, de nuevo ese olor varonil llenó sus sentidos.

Se habia quitado la camisa, ambos estaban semi-desnudos pues los senos de mar expuestos chocaban contra el torso del hombre pero tambien traviesos acariciaban los labios y el rostro de Ábelard, muchos consideraban aquello como una danza vergonzosa pero para ella era indudablemente erótica pues los duros senos hablaban a gritos de lo excitada que estaba su portadora asi como que la vista del rostro de la mujer, acalorado por el placer con los labios humedos era suficiente para que los hombres se olvidaran de eso aunque ella igual lo hizo mientras acariciaba la hombria de Ábelard cerró con furia los ojos ante el beso parecia haberle excitado* Ábe...lard *Gimió suave cuando consiguió hacerlo, sus pantalones cesaron a los movimientos relajados cayendo al suelo con un eco silencioso, de eseo modo, sin restricciones mar pudo envolver las piernas alrededor de ábelard, ella no sentia demasiado dolor sino que le encantaba pues abrió la boca moviendo su lengua contra aquella boca obligando a aque aquellos colmillos le rasgasen incluso más de lo que ya estaba, que la sangre abandonase sus entrañas para caer en una mezcla de saliva carmesí que inconscientemente incluso mar estaba saboreando aunque deseaba dejar todo lo que pudiera para que él lo probase, queria verle relamerse con aquella sangre que no habia sido tocada por nadie.

Habia despertado a la bestia, eso sintió pero también sentia las gentiles y caballerosas manos sujetándole, ella misma se sujetaba contra las mientras de ábelard, sus dedos apretaron la espalda directamente a ábelard, jadeando, ladeando el mentón mientras sentia esa mordida en el cuello que le obligó a abrir completamente los ojos a la par que abria los labios relamiendose, humedeciendo sus labios con carmín que no era sino sangre de su herida que parecia ya haber cerrado dejando solo la incomodidad del movimiento, los dígitos de la mano derecha de la cortesana apretaron los cabellos del hombre, sus piernas se apretaron contra los costados del varón mientras sus rizos acariciaban ambos rostros tanto el de ella como el de él* Mmg... *Un ronroneo lento volvió a abrir sus labios con regocijo algo que nunca abría esperado, aprovechó aquella posición para masturbar con la mano libre la hombria de ábelard jadeando en su oido algo débil* Presumo que le excita esto *apretando los dientes contra sus labios volvio a acariciare, a masturbarle incluso con ayuda de las piernas se balanceaba en un choque, dejando queal virilidad del hombre acariciase su sexo humedo aun cuando solo fuera la punta mientras alzaba el rostro dejandole sentir su infierno inteno una y otra vez con aquellos movimientos que se hacian mas profundos conforme pasaban los minutos sabiendo que en unos pocos minutos tendria que apartarle de su cuello si no queria perder el conocimiento*
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Mensaje por Abélard Fontaine Jue Feb 09, 2012 1:33 am


Gotas pequeñas y tímidas conforman el cuerpo vaporoso de la bruma nocturna. Las gotas se aglomeran conformando océanos de titánico tamaño, lagos de espejo, lagunas cristalinas y ríos que fluyen cual cabellos de agua sobre la tierra. Existen también las gotas solitarias que recorren en líneas serpenteantes las superficies de las cosas todas, empapándolas, impregnándoles con la sustancia que les anima. Se ha perdido la cuenta de las Eras en que el agua se escurrió entre la piel de los seres vivos, pasando a ser parte de ellos, un elemento más. Y tomó el color del corazón que le movía y llenó cada uno de los secos canales, y dotó a las criaturas de su misma fortaleza flexible. Así el líquido antiguo se tornó en objeto venerado y velado en todas sus formas. Más las gotas de agua de naturaleza escurridiza son y nunca permanecen más allá de un ciclo mortal en un lugar. Las joyas, los rubís, las gemas y las esmeraldas pueden ser acumulados entre piedras ordinaras o cofres preciosos, y aquél que sin duda es uno de los elementos más valiosos, es libre, indómito. Cuando es carmesí sin embargo se combina con recuerdos, memorias cercanas y recientes. Entre los tonos escarlata se leen las líneas de vida plasmadas cual melodía entre un latido y otro. Porque estos también son de materia líquida y cambian y se transforman con el paso del tiempo y los pensamientos. Como un libro que no puede ser leído dos veces del mismo modo, pues sus páginas son demasiado etéreas para la balanza de la simple lógica y razón. Se necesitan más que un par de ojos para leer una página entintada con ideas en palabras, así igual se necesita mucho más que una mente para leer otra.

El Cisne del Mar adornado con collar de perlas rojas, abría sus alas al hijo de la noche y él reclamaba las perlas de modo tan rápido como correrían los granos de arena en un reloj de cristal. Y cada una tenía el dulce sabor, el tibio calor de su Señora. Ella dejaba paladear su éxtasis en el aire, atrapado por las gotas de agua de la bruma fantasmal que les rodeaba en ese bosque oscuro. Los hilos de perlas carmesís, se desprendían del collar oculto en su cuello, corrían hacia abajo sobre la línea trazada por la primera, descubriendo nuevos caminos por la nívea piel también. Una de ellas delineó la curva de su ombligo conforme caía lenta, pausadamente, después siguió sendero abajo, por su vientre. Los ensortijados cabellos de Mar descansaban contra el tronco del robusto árbol y contra la piel de Abélard. La delicadeza femenina se posaba en forma de mano emplumada sobre el miembro tornado ahora diamante del una vez príncipe. Ella susurró rozando con su halito cálido el oído del vampiro, y sus rizos hacían coro a la caricia. El hijo de la noche aún sumergido en engullir las tibias perlas, ciñéndole todavía por la espalda baja, le ayudó a mover su cuerpo contra el propio de una forma apasionada. Su otra mano recorrió el lado contrario del cuello de la Dama al que sus colmillos estaban sujetos y descendió recorriendo la piel marcada por la serpiente roja. Siguió cada pequeña curva sinuosa con la palma, con los dedos. Pasó sobre el sexo de Mar pintandolo también del color del rubí, hundió el vampiro superficialmente su índice y dedo medio dejando entre ellos su clítoris. Con cada nueva sangre que resbalaba por la garganta del hijo de la noche, un movimiento incitador marcaban sus dedos en la intimidad de aquél cisne que curveaba su frágil cuello hacia atrás, cediendo completamente ante el depredador.

Las gotas de agua siempre siguen un camino diferente cada vez y así la sangre puede conducirse por rutas diferentes para alimentar a quién le clama. Si no se protege y resguarda de las sequías voraces, la tormentosa codicia y el tempestuoso deseo, esa plegaría quedaría solo en el aire graba. La muerte sería la última en escuchar la melodía del corazón devoto. Así ahora comenzaba a cantar el cuerpo de la Dama del Mar entre los brazos del inmortal y el vampiro deseaba engullir la canción y tenerla dentro de sí. En los años antes transcurridos la cercanía de Abélard con una presa jamás se había semejado a la de ahora, corta, íntima. Cual secreta compañía entre dos amantes incomprendidos. El hombre se entretuvo con el entrecortado respirar de la mujer que mantenía en vilo, con cada estremecimiento que su caricias le provocaban, más aún cuando profundizó penetrando su húmedo interior con ambos dedos. Estaba muy lejos del deseo de hacerla libre, él la retenía allí, ella no se rehusaba y pronto la tomaría completamente. Tener entre los brazos las gotas de un día lluvioso es imposible pues termina por secarse la piel, evaporarse y volver entonces a dónde nació. Así también las gotas carmesís sólo habitan dentro de un ser viviente y debe mantenerse en todo momento allí o pasar intacta a otro igual, sino se marchita como una rosa expuesta al sol y cae al suelo inerte. Sagrada es el agua para los seres vivientes, bajo todas sus formas, incluso para los cazadores que han aprendido a extraerla de las palomas, sin maltratar el valioso líquido. Alto es el precio de las joyas y piedras preciosas, pero mayo es aún el del agua roja.
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Mensaje por Mar Santini Miér Feb 29, 2012 8:12 am

*La pasión entre ambos era un cuento que no se había escrito porque no sería más que un juego entre alientos fríos, ningún escritor por bueno que fuese podía plasmar los sentimientos que la gente sentía cuando aquel ser que estimaban le tocaba, una caricia tímida en su hombro que hiciera que la piel se vistiese de pasión un beso tosco era capaz de iniciar el apareamiento o una simple sonrisa. No era lo mismo condenar esas acciones a la escritura a sentirlo por el momento ella tampoco a pesar de su denso vocabulario no podía ni mucho menos ser capaz de expresar lo que estaba sintiendo asi su corazón le traicionaba encontrandose en el momento rebelde cuando la dama estaba prestando atencion a otras cosas, como el pequeño rubor en sus mejillas que no parecia darle tregua, era débil el enemigo pero incansable aun ella con el aplomo que siempre ponia alas cosas le era imposible de dominar algo que aparecia en su cuerpo, las sensaciones, el simple vaiven de sus senos al moverse contra aquel cuerpo, el frio que le quemaba y que al mismo tiempo parecia estar más caliente que el propio infierno, más caliente que una piedra cuando le daba todo el dia el sol y algun desventurado se atrevía a tocarla con los dedos ingratos quemándose al tenerla entre los dedos. Ningun escritor podría palpar al pergamino con su pluma el aroma que fluía como una mezcla entre el perfume varonil de Abélard Fontaine junto con la esencia femenina de Mar Santini, el pecado de sentirse bien con aquel hombre era suficiente como para hacer que los más graciles sonidos salieran aun timidos por sus labios.

Hasta que punto ese hombre era el único que habia logrado esos efectos en el cuerpo de Mar, acariciandole con necesidad los cabellos su mano izquierda fluía sobre la virilidad, aun reacia a dejarla de acariciar porque habia sido ella la que habia causado esa excitación ella habia sido capaz de endurecer el miembro viril de él, sus titulos o sus tierras o sus joyas mucha gente pensaria que ella estaria impulsada por eso pero cuanto se equivocaban, solo bastaba el movimiento de su cuerpo, para decir que era verdadero y que mentira, cuando los borrachos se colocaban sobre ella ella a menudo colocaba la mano en las billeteras de esos hombres nulos de racionalidad, ahora, ella apretaba y marcaba la espalda de aquel hombre, de su fiel amante dejando señales que desaparecerían tan rápido como la noche y el dia* Para... que me recuerde *Su voz ronca, entrecortada sonó en el oido de Abélard gimiendo por primera vez moviendo sus piernas, envolviéndolas con las fuerza en las caderas del hombre que le obligaban a moverse, sentia como su pared se afianzaba en el rugoso tronco como si fuera una alhomada, se sujetaba, a veces, con las manos en la rama para que los movimientos de su cadera fueran más sensuales, eróticos pero también dedicados a aquel hombre.

Abrió sus labios humedos por un toque de saliva cuando los dedos de Abélard se internaron en su humedo interior, Sus brazos como si hubieran perdido toda su fuerza recurrían al cuello de su amante, abrazandose a él con cierta necesidad mientras colocaba la frente sobre la de él, su cuerpo temblaba con evidente sensualidad en cuando aquellos dedos se movian, dominandola, como una virgen que nuevamente se sentia pura por estar con quien deseaba. Un ligero vaho cruzó por su boca mientras sus senos bien endurecidos se apretaban contra el torso del hombre obligándole en cierto modo a que sintiera su corazon, sus latidos, Abandonó la hombria de Abelard para que le sintiera de un modo más directo con el calor de sus muslos, podria haber dicho alguna frase más como "no quiero que este momento acabe" pero de que servian las inutiles palabras cuando era perfectamente capaz de mostrar incluso un poema con solamente una mirada, le apartó ligeramente de su cuello* Vengo a reclamar de vuestros labios, el sabor tanto suyo como mio, de nuestra union *No era una union marital sino una union entre ambas bocas de su sangre, la sangre que habia pasado ahora a ser alimento para Abélard*

Puede tomarla...todo lo que desee y cuando desee *Afectada, aquellos dedos parecian haber dado en el punto justo del placer, la humedad se derramaba como un vaso de agua, su rubor, aumentó como una flor que se abría por la vergüenza nunca habia estado tan deseosa como ahora y su cuerpo se encargaba de decirlo, con sus muslos temblando y completamente humedos, con su interior apretando pero dilatandose docilmente con aquellos dedos que le recorrían por completo, acaricio sus cabellos al unir nuevamente su boca con la de Abélard, hundiendo su aliento en la boca de su amante abrazandole con fuerza por el cuello*
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Mensaje por Abélard Fontaine Miér Mar 07, 2012 6:45 pm

Los instintos de etérea naturaleza son igual que los deseos, pero no les acompaña una lógica más allá que la de saciar su apetito. El instinto nada es sin un cuerpo en que habitar, uno compuesto por carne, sangre y espíritu. Las criaturas todas están dotadas con este adorno de mente para su supervivencia. Indica cuando comer y cuando el agua falta en el cuerpo y el momento de tomar un descanso y la hora de pelear y también aquella en la que es preferible emprender la retirada. Protege a las criaturas, resguarda sus vidas y la de sus vástagos por sobre todo lo demás. De los animales es el Señor. Del ser humano, el instinto se vuelve guardián, consejero, nunca su gobernante. Porque en el hombre no sólo ha de vivir el instinto, sino también la mente. Así quizá alguna vez griten los pensamientos girar a derecha, mientas que el pulso bajo el pecho susurra indicaciones de ir al lado contrario. Difícil resulta jugar como juez, pero los seres pensantes fueron obsequiados, junto al instinto y la mente, con el libre albedrío y con longeva memoria. De los hilos entrelazados de vivencias pasadas, la lógica desarrollada a través del estudio y la supervivencia subconsciente que habita la carne, se puede llegar a razonable veredicto. Pero ha de ser siempre la voluntad de elegir, la que tenga la última decisión. Sobreponerse no debe los Instintos a la razón y tampoco tomar consejo de la lógica sin consultar también a los primeros. Han de ir de la mano en todo momento, en toda elección a realizar pues la sabiduría es nada sino tinta en blanca superficie si se ve desprovista del conocimiento para interpretar cada línea y curva y sin la pasión nata que le dé sentido.

Aquella noche que flotaba sobre el bosque invitaba a abandonar la razón a las sombras de su amparo. Ofreciendo sus negros vestidos como refugio para el cazador de sangre y la palidez de su frente luna para invocar la carnalidad entre los amantes. En un último suspiro fantasmal dejase escapar la dama del Mar el delgado velo invisible que protector descansaba al redor de su cuello. Invitase al Hijo de la Noche a traspasar la piel y abrazar su desnudez. Ahora el vampiro no deseaba ceder el derecho concedido mientras succionaba lentamente su rojo interior. Las alas del Cisne que tenía entre sus brazos rozaron su espalda y consiguieron rasgar con suave caricia la piel del una vez príncipe. Las palabras de Mar acariciaron su oído, tomando parte del coro melodioso que corría por su sangre y del cual el corazón era instrumento principal. Marcaba el ritmo con cada latido, cada vez más a prisa. Abandonó la mano femenina la íntima caricia para dejar el cuerpo mortal e inmortal aún más cerca uno de otro. El hijo de la noche era inundado por el calor carmesí de la Damisela entregada a él, por la tibia humedad entre sus muslos vibrantes que se ceñían al rededor suyo. Una noche de luna roja, sin miedo, una probada de sagrada sustancia, sin resistencia y de pronto ella le apartó retomando a razón y haciendo a un lado instinto primario. Muy tarde era para volver por un camino ya elegido. Abélard correspondió al rose de los labios de azucena de la Dama del Mar, compartiendo el sabor de las perlas rojas que de ella habíase tomado.

-Cuanto desee- repitió. Apartó la mano de su sexo, subiéndola lentamente hasta descansar sobre su seno izquierdo, agregando más trazos rojos y brillantes allí donde rozaba con la punta de los dedos. Sumo cuidado puso Abélard para apartar los rizos de la Damisela, que insistentes caían sobre sus hombros. Acercase lentamente, inclinándose de nuevo sobre su cuello mientras ella danzaba con movimientos sublimes y sensuales para él. Volvió a clavar los colmillos donde antes, como si interrupción alguna hubiese ocurrido. Cual gato que atrapa a una paloma, el vampiro mantuvo el agarre sobre la torneada piel del muslo, sobre la nunca de ella para que esta vez no pudiese apartarse. Despacio, con ritmo constante sin embargo continuó bebiendo segundo a segundo la sangre. Resaltaban los canales azules por los que corría sintiendo la exigencia a la que eran sometidos. El elegir obedecer a la razón o al instinto, o a ambos juntos, de poca importancia resulta ya cuando la decisión tomada ha sido. Se puede convivir con ambos en un sólo cuerpo, pero los instintos son tan imposibles de suprimir como lo son la razón y el libre albedrío. Ahora el cisne dejado su cuello expuesto se encontró en las manos de un hijo de la noche, y las blancas plumas caían una a una, manchadas de rojo.


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Mensaje por Mar Santini Sáb Mar 17, 2012 5:32 am

*El viento una vez más parecía arañar a la naturaleza amamantándose de la fluidez con la que respondían a su llamado, paternalmente mecía a los árboles dando caricias tanto a los altos como a los bajos dejando que se meciesen a placer de sus movimientos, pocos eran los que se rebelaban ante el padre cariñoso pero poco benévolo, una flor que aún desconoce su camino sigue a las otras procediendo al compás rítmico de sus compañeras de hecho no era de de extrañar que el viento fuera uno de los visitantes regulares de la naturaleza apretando a sus obedientes hijos, gritando que estaba en casa con el sonido de los árboles. Los árboles serían capaces de contar al viento todo lo que habían visto e incluso de lo que habían sido testigos tal como ahora mismo ellos estaban siendo los testigos del enlace del mar con las estrellas teñidas de rojo, ese mismo árbol a lo mejor había presenciado algo más que aqueste momento incluso pudiera ser más importante que el ahora cometido pero para la cortesana pelirroja solo importaba este momento, el árbol callaba víctima del silencio pero cuyas hojas, cuyo tronco parecía ser cómplice de todo lo que callaba.

Los mechones pelirrojos de mar parecían rendir otro homenaje al padre viento golpeando el tronco con sus débiles hebras, Mar hacía tiempo que había cerrado los ojos entregándose completamente a aquel hombre que tanto en tiempos pasados como ahora le había hecho suspirar, recordó vagamente cuando se encontraron aceptando con su propia sangre la fidelidad hacía el rey como siempre primero lo prometió con la boca, después lo hizo con la cabeza así que conforme pasaba el tiempo también lo hacía con el corazón. Muy pocos eran los que al mirarle veían una mujer libre pues la mayoría prefería verla como una esclava de la noche que despeinaba las sábanas con su cuerpo, que trastornaba con los jadeos solitarios a las estrellas quienes curiosamente bajaban por su ventana para contemplar el enlace de efímera importancia. En cambio pocas, muy pocas veces se entregaba como lo estaba haciendo ahora.

Probó su propia sangre intentando recuperar las fuerzas que estaba perdiendo pero conforme pasaban los segundos era imposible "Con esos labios tuyos bebete mi sangre, bebe hasta mi alma para saciarte completamente de ella" una frase que una que otra vez quiso decirle, bien sabia que el interés Ábelard no era el de transformarla en vampiro, dudaba que quisiera matarla, si lo hacía tenía que tener por seguro que no habría sido una muerte demasiado importante, las piernas de Mar con rebeldía se dejaron de mover lentamente, la única parte de su cuerpo que no habia dejado de moverse había sudo su mano apretando los cabellos de Ábelard con tanta dulzura como sumisión ¿estaba siendo un esfuerzo inútil? mientras sus mechones escondían su rostro sumergiendo en el anonimato sus rasgos una torpe sonrisa navegaba náufraga por su boca, carente de significado solo por el placer de sonreir, su vista se iba nublando poco a poco, pero soportaba el mareo, el toque en su seno dejaba que un movimiento de su cuerpo fluido pareciese estar de acuerdo con todo lo que hacía aquel hombre a quien nunca había mirado como rey, sino como hombre ¿La habría visto él también como mujer? con tanta suavidad como al principio el movimiento de mano fue suavizando*¿Sabía usted que hay una flor que crece en silencio y muere en silencio?*Siseó con esa sensualidad de siempre pero con su voz debilitada*
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Mensaje por Abélard Fontaine Mar Mar 27, 2012 1:13 am

Fría y cálida y dolorosa y expedita y ciega, muchas y variadas son las formas que toma la sombra muerte. Substancia de vapor brumoso y sin forma. Dotada de máscaras diferentes ha sido por los hombres, que confusos por su etérea naturaleza, le otorgan rostros muchos y nombres infinitos. De todos los materiales, de todos los colores y letras en los idiomas humanos ha sido adornada. Incluso llegan a vestirle, a adorarle entre silencios negros y a ella se dirigen cuando en su umbral se encuentra. Cuentos, relatos, profecías que giran entorno del nombre imaginario, del perfil marfileño, dibujando así el deseo tabú de como será la muerte de cada uno de los hombres. Porque existe la creencia que de mala suerte es pensar en ella, pues se le atrae como a los espíritus indeseables, e inevitable es invocarle cuando se le tiene próxima. Temor es lo que gobierna el corazón de las criaturas con tan solo ènsarle pues a lo desconocido se le oculta, se le ignora, se le regala el miedo nocturno. Se combate al demonio innombrable con implacable vigor, porque es en efecto imparable. Y sin embargo es frágil y delicada no hay lugar por donde pase con roce sepulcral, que crezca verde en cuanto se ve libre de su influjo. La muerte es tan permanente como lo es la vida. Flujo continuó, batalla incesante que mantiene el equilibrio.

La noche prontamente tornadose pálida había. El Cisne era acariciado por la máscara granita de la innombrable. Sus fríos labios rozaban su cuello, bebiendo su vida, un trago a la vez. Perceptible, casi visible, era la fuerza que lentamente abandonaba a la Dama del Mar con cada gota. Sus alas dejaron el revoloteó para convertirse en delicado movimiento hipnotizante, los rizos rojos cual visión insistían en fantasía carmesí frente a los ojos del hijo de la noche, acariciando su rostro, llevando el perfume de la dama a la profundidad de su ser. No era más la tibieza la que corría por cada parte de Abélard, sino el calor. Portaba la Máscara de la Muerte Roja, entre los terciopelos de la piel salina de Mar se vestía y el tiempo se detenía en una tregua de luz de sol sobre la superficie lunar del cuerpo del vampiro. El corazón del cisne palpitaba con pasión furiosa, su amante jadeaba debajo suyo y el hijo de la noche no quería detenerse. La muerte visita la ventana de los seres humanos durante su vida, más veces de las que ellos percatarse pueden y en esta ocasión disfrazada estaba de sediento amante.

Momento infinito transcurrió para el una vez príncipe antes de lograr apartar los colmillos de la amada del Mar. La seda en los labios de la dama, teñidos fueron por un color escarlata a la caricia más delicada concedida por Abélard. Le sostuvo en vilo, alejándola de la rugosidad del tronco donde se recargaba, acodándola sobre sus brazos, frágil era su aspecto e imborrable su sonrisa. Transportole con facilidad para colocarle sobre el abrigo que yacía en el suelo del bosque, dejándole reposar bajo la sombra de los dedos arbóreos. El una vez príncipe sentose a su lado, inclinose sobre ella y paso el dorso de su mano por la tierna mejilla, bajando hasta el cuello, justo rozando la herida que él mismo había hecho.

-Jamás las flores viven en silencio, o perecen sin que alguna criatura les llore o les aclame.- susurró, sus ojos recorrían con meticulosidad cada parte de la flor que acababa de perturbar. El clima y la muerte son similares pues ninguno es predecible aunque los seres humanos si les solicitan respuestas fingiendo tener algún dominio sobre estos. Pero así como el silencio se rompe en cuanto un ente en movimiento entra en escena, igualmente la innombrable recorre cada paso junto a los hombres, pues se alimenta de vida, le sustenta, le nutre, le impulsa. Los mortales han afirmado que a nadie debería negarsele el derecho a vivir. Ellos aprendido hubieron a tomar la esencia vital de las plantas y animales para sustentar la suya. Entonces con tal pensamiento, la muerte tiene el mismo derecho a mantenerse, tomando la vida de los hombres o bebiéndola, bajo el nombre de vampiro.

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Mensaje por Mar Santini Miér Abr 25, 2012 9:03 am

*Si alguien hubiera hecho un cuestionario de la vida de la pelirroja seguramente habría sacado en conclusión que su vida era sino una versión que no valía la pena contar, ella usaba a los hombres a su conveniencia porque así ellos se habían mostrado con ella, eran condenadamente fáciles de abordar e incluso aún más de persuadir, no podían vivir sin sentirse el centro del universo especialmente de las mujeres, ella solo tenia recuerdos buenos de varios hombres que se podían contar con la mano pero uno especialmente era él, recordó como al enterarse que era vampiro más que asustada se sintió protegida bajo el yugo de la noche, la noche había sido su hermana mientras que el día había sido su juez, ella era una mortal pero la noche siempre le había tratado con más cariño que los brazos del sol, cuando tenía calor la noche le daba abrigo, cuando tenia sed la noche le daba tranquilidad, cuando tenía hambre la noche le daba escondites, era habitual en ella que prefiriese estar bajo las estrellas que paseando por el sol

Abelard había significado para ella incluso más que la propia respiración, él lo sabía, ella nunca se aprovecharía de él más que las veces que siempre insinuaba que era un juego, incluso la vida sería poca para compensarle en el caso de que tuviera que dársela, miró hacia el techo cuando tuvo ocasión ahora sabía que su estado era el de una mujer que no podía concentrarse, la sangre no era lo que le importaba, tampoco le importaba el que su cuerpo desnudo fuese acariciado por la luna, tampoco el que su pecho se moviese con más lentitud o que su mirada observase los borrosos laberintos de las estrellas, era el rubor lo que le perturbaba, ella no era de las mujeres que gustaban mostrar sus sentimientos, el rubor lo dejaba para situaciones en las que se había visto obligada a usarlo, cuando era involuntario marcaba el compás de su desesperación.

Cuando su vista se aclaró consiguió ladear el rostro contemplando el rostro del hombre al que tanto le debía, sonrió descuidadamente mientras las caricias ajenas le hacían rebelar un suspiro perjudicado que se extinguía nada más salir de sus labios, se sorprendía aún lo dócil que era bajo las caricias de su señor, parpadeó al fin, sus labios estaban resecos, los humedeció mientras arqueaba el pecho hacia delante recuperando un poco sus movimientos, aún estaba pálida, débil pero no había susto o arrepentimiento en su mirada más bien todo lo contrario, estaba satisfecha, sus rizos pelirrojos se extendieron por la hierba mientras no apartaba su mirada de Ábelard *

Lo hacen *Insinuó dejando los dígitos sobre la mano de Abelard, su tacto era suave aunque un poco frío, iba recuperando el calor subiendo por la palma de su mano y después acariciando su muñeca subiendo por su brazo, sus dedos no se detuvieron hasta que palparon la mejilla de Ábelard acercándole con cuidado a sus labios de nuevo dejando un corto beso en aquellos labios, después sonrió de una manera más arbitraria mirando hacia los árboles, su espalda estaba algo enrojecida pero nada más allá de la importancia, sus senos parecían querer llegar al cielo con sus pezones rosados retomando protagonismo, el vientre de la pelirroja dotaba de sensualidad su cintura mientras sus anchas caderas dejaban al margen sus carnosos muslos, el monte de venus que reposaba íntimo a pesar de la poca discreción mientras unas gotas de humedad aún presentes brillaban en el poco vello púbico que residía en aquella zona, sus tobillos se aformaban, sus dedos de los pies estaban algo apretados * Algunas a veces lo hacen * nuevamente habló, cerrando los ojos *

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Mensaje por Abélard Fontaine Mar Mayo 08, 2012 7:00 pm

La hoja cae revoloteando en espiral, dejando natura caricia en la piel cálida que roza en su camino al suelo. Entre la hierba y las hojas secas y las piedras y los pequeños tallos, allí descanzan las semillas de las cosas nuevas y el polvo de las perdidas. Entre la hojarasca encuentran el camino a la profundidad de la tierra. Pacientes aguardan por la luz del sol, estirando los brazos verdes al cielo, con los rostros levantados tal cual hacen los árboles más grandes. Nacen en mundo de gigantes, viendo hacia arriba persiguen su futuro titánico. Así hay otras semillas que transportados por lluvia, viento u otras criaturas vivientes, caen en lecho estéril. La visón de los gigantes se desvanece y los brazos verdes se guardan a si mismos protegiendo su propia existencia. Entre los hombres existen también los que nacen entre sedas, esmeraldas y exquisito cuidado. Con mentón en alto han de crecer hasta superar a sus creadores, aunque igual que los árboles no crezcan siempre del todo rectos. Los seres humanos nacidos entre las austeridades en veces crecen alto pero con las arenas del desierto reclamando sus mentes y corazones. No es en sus cuerpos sino en su esencia que reside la verdadera grandeza y hace crecer flores en páramos desolados y lirios que se posan sobre el agua. Porque cuando el tiempo era contado por los hombres en eras y ciclos, la inteligencia y la nobleza fueronse los atributos que les llevaron hasta verdes campos y les dejaron saborear los frutos y granos de sus propias cosechas. Ahora con las pasiones inflamadas de los deseos intentan las criaturas vivientes exaltar las virtudes, perdiéndose entre los otros seres, olvidando hacia donde miran. Recordar mirar al sol, seguir su calidez y su influjo sirve de guía para volver al camino.

La inmortalidad conferida a los seres de la noche es bálsamo para el cuerpo, renovándolo e impidiendo su desgaste con el paso de los días. Aún, la mente y el espíritu lejanas estan de ser penetradas por este alivio. Como ramas que crecen muy lejos del tronco van alejándose los deseos de las cosas mundanas y aspiran a alcanzar las estrellas. Naturaleza entre dos mundos suspendida restringida de la tranquilidad de tocar la tierra natal. La noche llama prometiendo paz en cada estrella que se apaga, dejando el sabor de la luz grabado en sólo un instante. Después de nuevo la sed y la noche. Para los seres inmortales mirar el sol es perdición, seguir la luna, rojo destino. Guiados por las estrellas pueden encontrar equilibrio en su andar por el mundo, apagándose lentamente, siglo tras siglo.

Esta noche también un sorbo de luz. El sencillo techo arbolado que cubría de sombras los cuerpos de los amantes era todavía familiar para el vampiro. Tendidos en la hierba, la bruma acariciaba las cosas vivas y muertas por igual en esa noche silenciosa. El cisne descansaba en medio de todo, presa reciente de la muerte roja, protegida por el una vez príncipe. Sus senos, su níveo vientre apuntaban a las estrellas igual que sus alas rotas, más su fragancia evocaba el calor del sol, la piel brillaba tenue como estrella propia. El sonrojo que coloreó sus mejillas mostró el tono del color de los rayos matutinos. Un suspiro y una sonrisa volvieron a animar el gesto de la Dama del Mar. La sombra del miedo lejos estaba de sus ojos, los dedos de la delicada criatura recorrieron la mano de Ábelard, aún la calidez que fuera obtenida de ella, reposaba en el interior del vampiro. Y la tibieza restante recorrió la piel apenas caliente del hijo de la luna, hasta su mejilla. Él inclinose para alcanzar los labios de la amada del Mar, marcando un rimo lento y húmedo.

-No esta vez- sentenció entre sus labios. Y los senderos rojos aún pintaban la piel del cisne. Ábealard se incorporó un tanto y fue limpiando los trazos con los dedos, acariciando la seda de piel expuesta. Terminó colocándose encima de ella protegiendo a medias su cuerpo desnudo del tacto de la neblina blanquecina. La piel de granito de su espalda reflejaba la luz blanca del astro princesa. Apoyó una mano al lado de su cabeza y la otra continúo borrando las gotas carmesíes de su vientre. Volviose a reclamar sus labios, aunque esta vez los colmillos fueron cuidadosos. Por que el hijo de la noche aún contemplaba las semillas y el suelo del bosque y contaba los días como los hombres, aunque algunas noches se dejara guiar por las estrellas.
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