AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La información de la lujuria -Privado-+18
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La información de la lujuria -Privado-+18
Recuerdo del primer mensaje :
*Leyó dos veces la carta que tenía pensada enviar a aquel hombre, hombre que conocía bien pero que tambien conocía poco. Tensó sus músculos ante cualquier ruido vigilando pensativa las esquinas se lo que era su hogar de un modo noctámbulo. Se consideraba una cortesana de doble cara mientras se levantaba y llamaba con un silbido coqueto a un muchacho de corta edad entregandole la carta con una sonrisa coqueta* ve caballero ya sabes a quien tienes que entregárselo *Donde vivia la pobreza era siempre una señal que no debía de pasar desapercibida incluso tenia ese aroma que tanto habia conocido a risas fingidas, juegos de azar a dos manos y sin duda el reconocido aumento de niños buscando en la basura...no era alguien que tuviera cuidado de los demás pero era conocida por dar buenas propinas a los silenciosos ese era su correo, unos crios que debian de soportar el peso de la realidad, además si alguno de ellos le traicionase ¿a quien creerian? cruelmente se creeria antes a una mujer que a un niño mejor expresado, a un adulto que a un mocoso.
Había encontrado a los cazadores que le habia pedido incluso donde se alojaban, sus armas, el caracter que poseían y algunos de los movimientos de pelea pero ¿para que le servía todo eso? bien se sabia que el hombre por muy fuerte que fuera o se sintiera siempre caería preso de la lujuria era inevitable que lo hiciese pues estaba en su naturaleza pecadora, un cigarrillo rozó sus labios cubiertos por una fina capa de pinta-labios que aun no habia sido acabado pero que necesitaba sentir ese aroma fuerte que te provocaba el tabaco. Las mujeres no debian de fumar tabaco pues era el derecho reservado a los hombres y ella se jactaba con sus clientes de fumar cosa que a ellos sin duda le encantaban, el reloj marcaba 30 minutos de su marcha por lo que apagó el cigarrillo dejando que el humo marcase el punto de salida ataviada con nada más que un vestido corto que lucia sus contorneadas piernas salió al exterior sintiéndose poderosa incluso aun más cuando las miradas indiscretas se posaban ante ella haciendo bajar ese regusto placentero bajo su garganta, llevaba tambien un bolso apretado a sus hombros donde no guardaba armas ni mucho menos sino algunas notas que habia tomado y unos pantalones junto con un calzado adecuado.
Tomaba todas las precauciones que se debian de tomar pues los hombres que la visitaban a menudo la conocían y celosos podrían ver su vestimenta juzgando -no sin error- que haria algo de dudosa reputación, era mejor mantener a los chantajes a raya cortando por lo sano todo aquello que fuera peligroso para ella. Suspiró cansada cuando se desnudó cerca de un árbol al llegar al bosque colocándose indumentaria que más parecía para los hombres, unos pantalones anchos, zapatos cómodos y una camisa que cubría su cuerpo sin lograr del todo borrar del mapa la sensualidad de su cuerpo. Afirmó sus cabellos un poco más de lo acostumbrado pues la perfección siempre habia sido uno de sus hobbies, tarareaba una canción cuando tras media hora de caminata ininterrumpida el crujido que se escuchaba bajo sus pies, similar a cuando se aplastaba unos huesos enfermos le indicaba que habian llegado a esa parte del bosque donde muy pocos se adentraban "el bosque de los lamentos" parecia estéril pues segun muchos habia sido bañado con la sangre de los infieles.
Infieles que solo habian dado de comer a su familia asesinando a otras, un precio justo. No sintió esa punzada de nostalgia ya que incluso antes de que naciera le habian enseñado a callar y a guardar las formas pues por su boca no debian de conocerse lo que pensaba era mejor pues jugar al gato y al ratón con las sonrisas falsas...la misma que ahora aparecia en sus labios mientras frotaba los dedos contra un tronco muerto, parecía carbón, rugoso al tacto e incluso podía notar que si apretase un poco mas los dedos la sangre se dibujaría en sus yemas deformándolas por un corto periodo de tiempo. El dolor no tenia la entrada aquella noche ni ninguna de las noches aunque lo hacía aún más excitante-
Hora : 0:30 am
Lugar: El llamado Bosque del tormento.
Lugar: El llamado Bosque del tormento.
*Leyó dos veces la carta que tenía pensada enviar a aquel hombre, hombre que conocía bien pero que tambien conocía poco. Tensó sus músculos ante cualquier ruido vigilando pensativa las esquinas se lo que era su hogar de un modo noctámbulo. Se consideraba una cortesana de doble cara mientras se levantaba y llamaba con un silbido coqueto a un muchacho de corta edad entregandole la carta con una sonrisa coqueta* ve caballero ya sabes a quien tienes que entregárselo *Donde vivia la pobreza era siempre una señal que no debía de pasar desapercibida incluso tenia ese aroma que tanto habia conocido a risas fingidas, juegos de azar a dos manos y sin duda el reconocido aumento de niños buscando en la basura...no era alguien que tuviera cuidado de los demás pero era conocida por dar buenas propinas a los silenciosos ese era su correo, unos crios que debian de soportar el peso de la realidad, además si alguno de ellos le traicionase ¿a quien creerian? cruelmente se creeria antes a una mujer que a un niño mejor expresado, a un adulto que a un mocoso.
Había encontrado a los cazadores que le habia pedido incluso donde se alojaban, sus armas, el caracter que poseían y algunos de los movimientos de pelea pero ¿para que le servía todo eso? bien se sabia que el hombre por muy fuerte que fuera o se sintiera siempre caería preso de la lujuria era inevitable que lo hiciese pues estaba en su naturaleza pecadora, un cigarrillo rozó sus labios cubiertos por una fina capa de pinta-labios que aun no habia sido acabado pero que necesitaba sentir ese aroma fuerte que te provocaba el tabaco. Las mujeres no debian de fumar tabaco pues era el derecho reservado a los hombres y ella se jactaba con sus clientes de fumar cosa que a ellos sin duda le encantaban, el reloj marcaba 30 minutos de su marcha por lo que apagó el cigarrillo dejando que el humo marcase el punto de salida ataviada con nada más que un vestido corto que lucia sus contorneadas piernas salió al exterior sintiéndose poderosa incluso aun más cuando las miradas indiscretas se posaban ante ella haciendo bajar ese regusto placentero bajo su garganta, llevaba tambien un bolso apretado a sus hombros donde no guardaba armas ni mucho menos sino algunas notas que habia tomado y unos pantalones junto con un calzado adecuado.
Tomaba todas las precauciones que se debian de tomar pues los hombres que la visitaban a menudo la conocían y celosos podrían ver su vestimenta juzgando -no sin error- que haria algo de dudosa reputación, era mejor mantener a los chantajes a raya cortando por lo sano todo aquello que fuera peligroso para ella. Suspiró cansada cuando se desnudó cerca de un árbol al llegar al bosque colocándose indumentaria que más parecía para los hombres, unos pantalones anchos, zapatos cómodos y una camisa que cubría su cuerpo sin lograr del todo borrar del mapa la sensualidad de su cuerpo. Afirmó sus cabellos un poco más de lo acostumbrado pues la perfección siempre habia sido uno de sus hobbies, tarareaba una canción cuando tras media hora de caminata ininterrumpida el crujido que se escuchaba bajo sus pies, similar a cuando se aplastaba unos huesos enfermos le indicaba que habian llegado a esa parte del bosque donde muy pocos se adentraban "el bosque de los lamentos" parecia estéril pues segun muchos habia sido bañado con la sangre de los infieles.
Infieles que solo habian dado de comer a su familia asesinando a otras, un precio justo. No sintió esa punzada de nostalgia ya que incluso antes de que naciera le habian enseñado a callar y a guardar las formas pues por su boca no debian de conocerse lo que pensaba era mejor pues jugar al gato y al ratón con las sonrisas falsas...la misma que ahora aparecia en sus labios mientras frotaba los dedos contra un tronco muerto, parecía carbón, rugoso al tacto e incluso podía notar que si apretase un poco mas los dedos la sangre se dibujaría en sus yemas deformándolas por un corto periodo de tiempo. El dolor no tenia la entrada aquella noche ni ninguna de las noches aunque lo hacía aún más excitante-
Última edición por Mar Santini el Miér Feb 29, 2012 10:14 am, editado 1 vez
Mar Santini- Humano Clase Alta
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Re: La información de la lujuria -Privado-+18
*Siempre había impresa en su memoria una historia que ahora recordaba cual si estuviera ella misma sufriendo las consecuencias de las alucinógenas palabras de un libro demasiado bueno como para apartar la mirada, parecía un insulto incluso que la saliva marchitase su garganta reseca porque el tiempo e incluso los segundos eran importantes. La historia narraba que un caballero sin miedo había bajado de la misma luna para enfrentarse a los dioses del mar, de las estrellas, del sol de la misma tierra porque necesitaba ser el mejor cuantos más títulos obtenía más necesitaba incluso hasta la gente que le conocía dudaba si en vez de miedo lo único que poseía era avaricia y egocentrismo, dominó a las sirenas con un movimiento de sus poderosos dedos mientras el yelmo brillaba sobre el sol dándole ordenes para que no fuera molestia a su conquista de los desiertos, cuando solo quedaba un bosque por conquistar el caballero encontró a una mujer, era imperfecta en todos los sentidos porque sus ojos estaban muertos pero para él era demasiado brillantes, la cabellera de la mujer era de un color negro azabache no contaba con el pelo sedoso de las mujeres que habían estado en su lecho sino que parecía un color muerto y aun asi tuvo necesidad de peinar sus cabellos con los dedos, su figura no era delgada tampoco su cuerpo se veía excesivamente atlético, ni era alta pero las exuberantes caderas le hacían perder el control, su pequeña figura era la justa para tenerla en sus brazos sin necesidad de agacharse.
Entonces, conoció el miedo...conoció el temor de no gustarle, conoció el temor de no ser perfecto, conoció la distracción de su propio egoísmo porque la mujer aunque para otros fuera hosca, fuera imperfecta, pueblerina y salvaje para él era la única mujer que podía estar en sus brazos sin que se hiciese ceniza entre ellos. Tenía miedo de todo y nada, seguía siendo el mismo sin serlo era un caballero que fingía ser perfecto para cubrir lo que no lo era, entonces fue como aprendió a valorar el amor el miedo a encontrarlo, a perderlo a domesticarlo siquiera; Era una historia con un final abierto que siempre había aprendido a ignorar, pero la recordaba por aquellos momentos que estaba con Ábelard porque ella no era perfecta, su cuerpo era imperfecto su ser estaba sucia y su alma ya no podía volar libremente por eso la suave sonrisa que había en los labios de la cortesana era necia pero sincera porque siempre estaría a su lado, al lado del príncipe que balbuceaba frases exactas* Ábelard *Se atrevió a decir su nombre sin más propósito que el de escucharlo entre sus labios volviendo a besar sus labios para saborear la mezcla de su sangre y la saliva de ambos.
Su cuerpo desnudo fue acogido por el ajeno, el cuerpo del varón escondía cada curva celosamente imprimida en el cuerpo de la cortesana que volvía a imprimir una sonrisa en los labios, cortejando al príncipe, adorando al rey, deseando al hombre. Sus dígitos temblaban una vez más al recorrer los parajes conocidos de los hombros y la espalda de Ábelard mientras abría sus labios a los besos. "Esta vez no" era lo que le había hecho sonreír* Esta vez no...*Repitió acercándole un poco más a su cuerpo pues del mismo modo que él se había situado encima de ella, Mar había separado sus piernas con sensualidad pero sin obscenidad ninguna manteniendo el calor de su cuerpo, sus muslos querían derretir el frío cuerpo de Ábelard mientras sus ojos, brillaban al observar los ajenos. Colocó al final ambas manos en las mejillas del hombre escondiéndolas para esconder también con sus muñecas el paso de ambos labios, besándole en aquel bosque que había callado hace tiempo el sonido del viento, ahora no podía escuchar nada más que el sonido del beso, el movimiento de su lengua o el movimiento de sus labios y su rostro aun cuando se entremetía algo de la hojarasca que al mover el rostro la mujer parecía perpetrar un sonido acariciante, parecía una mezcla afrodisiaca pero en su justa medida que más que para ser usada en vano era algo que se necesitaba, se usaba en el ambiente para ser utilizado cada segundo de la forma que debía de ser, sin prisa, con constancia y sintiendo sin demasiado apuro tantas cosas que era impredecible poder pronunciarlas con los labios* Ábelard *volvió a pronunciar su nombre con una sonrisa descarada propia de ella mirándole fijamente*
Entonces, conoció el miedo...conoció el temor de no gustarle, conoció el temor de no ser perfecto, conoció la distracción de su propio egoísmo porque la mujer aunque para otros fuera hosca, fuera imperfecta, pueblerina y salvaje para él era la única mujer que podía estar en sus brazos sin que se hiciese ceniza entre ellos. Tenía miedo de todo y nada, seguía siendo el mismo sin serlo era un caballero que fingía ser perfecto para cubrir lo que no lo era, entonces fue como aprendió a valorar el amor el miedo a encontrarlo, a perderlo a domesticarlo siquiera; Era una historia con un final abierto que siempre había aprendido a ignorar, pero la recordaba por aquellos momentos que estaba con Ábelard porque ella no era perfecta, su cuerpo era imperfecto su ser estaba sucia y su alma ya no podía volar libremente por eso la suave sonrisa que había en los labios de la cortesana era necia pero sincera porque siempre estaría a su lado, al lado del príncipe que balbuceaba frases exactas* Ábelard *Se atrevió a decir su nombre sin más propósito que el de escucharlo entre sus labios volviendo a besar sus labios para saborear la mezcla de su sangre y la saliva de ambos.
Su cuerpo desnudo fue acogido por el ajeno, el cuerpo del varón escondía cada curva celosamente imprimida en el cuerpo de la cortesana que volvía a imprimir una sonrisa en los labios, cortejando al príncipe, adorando al rey, deseando al hombre. Sus dígitos temblaban una vez más al recorrer los parajes conocidos de los hombros y la espalda de Ábelard mientras abría sus labios a los besos. "Esta vez no" era lo que le había hecho sonreír* Esta vez no...*Repitió acercándole un poco más a su cuerpo pues del mismo modo que él se había situado encima de ella, Mar había separado sus piernas con sensualidad pero sin obscenidad ninguna manteniendo el calor de su cuerpo, sus muslos querían derretir el frío cuerpo de Ábelard mientras sus ojos, brillaban al observar los ajenos. Colocó al final ambas manos en las mejillas del hombre escondiéndolas para esconder también con sus muñecas el paso de ambos labios, besándole en aquel bosque que había callado hace tiempo el sonido del viento, ahora no podía escuchar nada más que el sonido del beso, el movimiento de su lengua o el movimiento de sus labios y su rostro aun cuando se entremetía algo de la hojarasca que al mover el rostro la mujer parecía perpetrar un sonido acariciante, parecía una mezcla afrodisiaca pero en su justa medida que más que para ser usada en vano era algo que se necesitaba, se usaba en el ambiente para ser utilizado cada segundo de la forma que debía de ser, sin prisa, con constancia y sintiendo sin demasiado apuro tantas cosas que era impredecible poder pronunciarlas con los labios* Ábelard *volvió a pronunciar su nombre con una sonrisa descarada propia de ella mirándole fijamente*
Mar Santini- Humano Clase Alta
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Re: La información de la lujuria -Privado-+18
Las montañas, fortaleza impasible de la naturaleza. Trazan sus propios senderos y acantilados y despeñaderos y empinadas cumbres y los ríos que acarician sus superficies sinuosas. Entre los bosques, entre los océanos, en donde se derrama el agua del fin del mundo de los antiguos y también dónde comienzan los desafíos en las mentes humanas. Elévase la tierra, toca las nubes y llega allí donde nace el relámpago y la lluvia. Desde el principio de las Eras los hombres han admirado a los gigantes de la tierra e imaginado los pasos de los que tan sólo el tiempo y los milenios han sido testigos. Coronan sus elevaciones con historias igual que la nieve y la escarcha dibuja blanca tiara sobre sobre sus cabezas más altas. Las historias trasmitieronse de una generación a la siguiente, adaptándose a la época, evolucionando a la par de las mentes en las que habitan. Son recordadas, pues los titanes que las inspiraron permanecen aún hoy casi del mismo modo en que fueron estudiados por la imaginación la primera vez. Unas son heroicas, otras trágicas, románticas, valerosas, de miedo, de advertencia, de un juego entre los dioses elementales y las criaturas vivientes. Porque los seres humanos tallaron un rostro semejante en las laderas de piedra, confiriéronles vida propia y atributos, sentimientos, pensamientos. Seres Inmortales que no tienen ojos, oídos, boca, más tienen voz que silva susurrante entre sus muros, audible tan sólo para aquellos que escuchan. La piel que recubre a los Guardianes de la tierra, esta marcada por los Ciclos de este Mundo. Celosamente custodian en sus entrañas la historia siempre cambiante, siempre implacable. Los ojos que saben leer sus líneas se vuelven sabios. Han aprendido el arte de la montaña los guerreros, los eruditos, los campesinos, los solitarios, los arquitectos, los artistas, los Altos Señores y los niños que juegan en su inocencia. Representa la fortaleza ante el viento, la resistencia al desgaste del agua que mina lentamente sus pieles, la paciencia para observar todo sin apresurarse, la sabiduría del silencio, el respeto por las cosas que crecen al rededor y sobre ella. La tranquilidad de una mente en equilibrio, el desafío para el viajero que emprende el camino. La montaña siempre es montaña, son los hombres quienes le identifican como misericordiosa Guardiana o como implacable enemiga.
Bajo la sombra del bosque por el que se desliza la neblina y la noche, yace el cisne. Los montes de piel de durazno, las curvas narran la historia de las plumas que le visten. Cada gota de sangre que corre por sus venas es esencia del alma que alberga. Sobre la Dama del Mar el hijo de la noche siguió con la mirada la sonrisa que trazose en el gesto femenino, efecto de sus palabras. Ella repitió su nombre entre el vapor fantasma que escapó de sus labios y la carnosidad dulce de los mismos. El cisne aún conservaba fuerzas suficientes para seducir con su encanto, su gracia natural en cada gesto. Invita a beber cada parte. Como las montañas ella representaba cosas opuestas para el vampiro, quién con naturalidad colocó su mano bajo la cintura de Mar para hacer elevar en una colina lo que antes era el valle de su vientre. Mantuvo al cisne apreciando sus formas, un beso prolongado. Seducido es por su cuello luego, sus colmillos son parte de la caricia. La palidez de la luna se refleja en el cuerpo, los tintes de rosa y crema fueronse devorados por la noche. El una vez príncipe acaricio el largo del muslo de terciopelo. El rostro en flor de la Dama del mar llamó su atención después de su nombre. Se dibujaba la sonrisa propia de los que habitan en el océano, cual olas de mar que se remontan fáciles y tranquilas, traviesas. Sello otro beso sobre sus labios, atrapando sus formas, cada pliegue húmedo entre los suyos.
-Esta vez no, la noche tiene sed de luz.- fueron sus palabras. Depositola en la tela que como un velo la separaba de la hojarasca y las hierbas. Abélard se sentó a su lado sosteniendo todo el tiempo su mirada. Giro su rostro al cielo, a las estrellas que tornaban la piel de durazno de Mar, en perla con brillo propio. Más el calor del cuerpo a del cisne permanecía dentro de la frialdad que encerraba el vampiro. Las montañas del Mar, su Monte de Venus, los ríos carmesís que corrían debajo, los luceros que por ojos adornaban su rostro. Un paisaje cambiante y danzante que atraía la mirada del una vez príncipe. Igual que la montaña, lleva tiempo crear un paisaje tan exquisito y detallado. A los seres humanos, incluso a los inmortales, les lleva tiempo comprenderlos del todo. Es entonces que debe escucharse la quietud de los Gigantes. El vampiro recostose, comparando cada línea de Mar con las que formaban las estrellas en lo alto. Acarició su hombro, su cintura, las caderas símbolo de fertilidad. -No es mi amante con la que descanso en el silencio, es mi amada. La protegida que vino del mar.- juró Abélard. La fortaleza y la tranquilidad talladas en la tierra viva resalta en dónde se encuentre, ya sea en un bosque oscuro o en la verde llanura. Esta al alcance de la vista siempre que se le pida consejo. Aún en la tormenta se hayara la calma en los Guardianes del mundo. Así mismo el vampiro encuentra al hombre, descansando junto a la fragilidad de una doncella.
Bajo la sombra del bosque por el que se desliza la neblina y la noche, yace el cisne. Los montes de piel de durazno, las curvas narran la historia de las plumas que le visten. Cada gota de sangre que corre por sus venas es esencia del alma que alberga. Sobre la Dama del Mar el hijo de la noche siguió con la mirada la sonrisa que trazose en el gesto femenino, efecto de sus palabras. Ella repitió su nombre entre el vapor fantasma que escapó de sus labios y la carnosidad dulce de los mismos. El cisne aún conservaba fuerzas suficientes para seducir con su encanto, su gracia natural en cada gesto. Invita a beber cada parte. Como las montañas ella representaba cosas opuestas para el vampiro, quién con naturalidad colocó su mano bajo la cintura de Mar para hacer elevar en una colina lo que antes era el valle de su vientre. Mantuvo al cisne apreciando sus formas, un beso prolongado. Seducido es por su cuello luego, sus colmillos son parte de la caricia. La palidez de la luna se refleja en el cuerpo, los tintes de rosa y crema fueronse devorados por la noche. El una vez príncipe acaricio el largo del muslo de terciopelo. El rostro en flor de la Dama del mar llamó su atención después de su nombre. Se dibujaba la sonrisa propia de los que habitan en el océano, cual olas de mar que se remontan fáciles y tranquilas, traviesas. Sello otro beso sobre sus labios, atrapando sus formas, cada pliegue húmedo entre los suyos.
-Esta vez no, la noche tiene sed de luz.- fueron sus palabras. Depositola en la tela que como un velo la separaba de la hojarasca y las hierbas. Abélard se sentó a su lado sosteniendo todo el tiempo su mirada. Giro su rostro al cielo, a las estrellas que tornaban la piel de durazno de Mar, en perla con brillo propio. Más el calor del cuerpo a del cisne permanecía dentro de la frialdad que encerraba el vampiro. Las montañas del Mar, su Monte de Venus, los ríos carmesís que corrían debajo, los luceros que por ojos adornaban su rostro. Un paisaje cambiante y danzante que atraía la mirada del una vez príncipe. Igual que la montaña, lleva tiempo crear un paisaje tan exquisito y detallado. A los seres humanos, incluso a los inmortales, les lleva tiempo comprenderlos del todo. Es entonces que debe escucharse la quietud de los Gigantes. El vampiro recostose, comparando cada línea de Mar con las que formaban las estrellas en lo alto. Acarició su hombro, su cintura, las caderas símbolo de fertilidad. -No es mi amante con la que descanso en el silencio, es mi amada. La protegida que vino del mar.- juró Abélard. La fortaleza y la tranquilidad talladas en la tierra viva resalta en dónde se encuentre, ya sea en un bosque oscuro o en la verde llanura. Esta al alcance de la vista siempre que se le pida consejo. Aún en la tormenta se hayara la calma en los Guardianes del mundo. Así mismo el vampiro encuentra al hombre, descansando junto a la fragilidad de una doncella.
Abélard Fontaine- Vampiro/Realeza
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Re: La información de la lujuria -Privado-+18
-La caballerosidad iba siempre ligada a la sensualidad, las princesas de los cuentos desaparecían para ser plebeyas que guerreaban contra los instintos siempre aflojados, a mar le gustaba insinuar que los hombres siempre intentaban controlarse siendo al final desgarrados por ese placer mientras que los que se dejaban llevar sabiendo a pesar de todo las consecuencias eran los que finalmente conseguían doblegar sus instintos como si la monotonía de perder la cabeza les aburriese mucho de ellos optaban simplemente por disfrutar mientras que los demás cuando ya no aguantaban más perdían la cabeza para convertir el placer en un opio mucho peor que cualquier droga. ¿Porqué contenerse? el viento no se contenía cuando tenía que jugar con los mortales pues se mostraba siempre o juguetón o cariñoso pero cuando se enojaba simplemente derribaba los hogares de las personas, no podías detener al viento con la palma de la mano, incluso los magos que dominaban los elementos tenían que controlarse a la hora de manejarlos porque ni mil vidas serían suficientes...eso pasaba con el placer, eso pasaba con Mar a quien el placer aun cuando fuese un modo de vida le gustaba, disfrutar de esa sensación le hacía sentir poderosa como si tuviera siempre a la vida por el cuello asfixiándola mientras estaba fornicando con ella. Miró a Abelard con una sonrisa en sus labios, amplia pero también para si misma entre pensamientos de secretismo, pues si empleaba ese lenguaje delante de él, con aquella caballerosidad que siempre presentaba le podría escandalizar.
Siempre que podía intentaba ser una mujer de modales que una mujer de su clase no debería ni de poseer dado que después de todo era solo una "puta" en el sentido directo de la palabra, pero cuando estaba con él, intentaba que sus vestidos fueran los mejores o que su indumentaria hablase de ella con disimulo. Procuraba satisfacerle en todos los sentidos cuando en muchas ocasiones era al revés siendo ella la que escogía quien gustaba o quien no para aquella noche, se preguntaba aun que tenía pues a sus ojos era un hombre perfecto. Deseó por un momento convertirse en princesa aunque fuese un juego aburrido de etiqueta para poder verle siempre que pudiese pero habría resultado distinto...ella se habría convertido en una muñeca de la corte que se rompería cuando quien manejaba sus hilos la dejase a su merced, despues ella tomaría los hilos de sus hijos y sus hijos de sus hijos sin haber conseguido el sueño aquel de estar más cerca aún de Ábelard. Lo veía como un hombre, no como un rey o como muchos llamarían con una mezcla de temor "vampiros".
Se sentía sensual, se sentía sexy como una autentica diosa bajo la mirada de aquel hombre que con todo detalle acariciaba su cuerpo ya fuese con la mirada o con sus dedos, la dermis de la mujer pareció doblegarse al mismo tiempo que aquellas manos se posaron sobre su cuerpo mostrando físicamente su placer cuando aquesta se erizó por varios segundos dejando que supuestamente las razones fueran "el frio" siendo todo lo contrario. Cuando un hombre miraba a una mujer era capaz de alzarla o de tumbarla, al principio siempre había creído que eran tonterias de cuentos romanticos hasta que lo sintió con aquel hombre que estaba a su lado. Sonrió suave- De luz decís, más es en la oscuridad donde os puedo ver -Elevó la mano recuperandose de su debilidad, no era tan débil como muchos pensarían ni lo sería jamás; Alzó aquella mano acariciando la mejilla de aquel hombre acariciándola y por primera vez adueñándose de aquesta mientras respiraba cerca de él sintiendo el perfume de su piel inundar sus sentidos. Mar se acomodó dejando la mejilla en el pecho del varón escuchando las palabras pronunciadas por los labios de su acompañante mirando hacia las estrellas-
¿es un juramento acaso, mi señor? -Susurró cerca de su oido buscando su mano para entrelazar sus dedos con los de él mirando hacia las estrellas- Dicen que el cielo es infinito pero ahora siento que nosotros somos los que lo vemos de ese modo - Su padre, ese bastardo del que a veces recordaba sus palabras decía que el ser humano era diminuto comparado con las cosas enormes por eso decía que el cielo, el mar y cosas varias eran finitas en cierto pero dentro de nuestra ignorancia solo podíamos decir eso. Se acomodó, dejando que sus curvas se moldeasen con algún que otro rastro de hojas secas sin dejar de entrelazar aquellos dígitos sonriendo al besar su oido- mi amado imposible ~ -jugó con aquella frase durante unos segundos sonriendo hasta volver a guardar silencio mirando al cielo-
Siempre que podía intentaba ser una mujer de modales que una mujer de su clase no debería ni de poseer dado que después de todo era solo una "puta" en el sentido directo de la palabra, pero cuando estaba con él, intentaba que sus vestidos fueran los mejores o que su indumentaria hablase de ella con disimulo. Procuraba satisfacerle en todos los sentidos cuando en muchas ocasiones era al revés siendo ella la que escogía quien gustaba o quien no para aquella noche, se preguntaba aun que tenía pues a sus ojos era un hombre perfecto. Deseó por un momento convertirse en princesa aunque fuese un juego aburrido de etiqueta para poder verle siempre que pudiese pero habría resultado distinto...ella se habría convertido en una muñeca de la corte que se rompería cuando quien manejaba sus hilos la dejase a su merced, despues ella tomaría los hilos de sus hijos y sus hijos de sus hijos sin haber conseguido el sueño aquel de estar más cerca aún de Ábelard. Lo veía como un hombre, no como un rey o como muchos llamarían con una mezcla de temor "vampiros".
Se sentía sensual, se sentía sexy como una autentica diosa bajo la mirada de aquel hombre que con todo detalle acariciaba su cuerpo ya fuese con la mirada o con sus dedos, la dermis de la mujer pareció doblegarse al mismo tiempo que aquellas manos se posaron sobre su cuerpo mostrando físicamente su placer cuando aquesta se erizó por varios segundos dejando que supuestamente las razones fueran "el frio" siendo todo lo contrario. Cuando un hombre miraba a una mujer era capaz de alzarla o de tumbarla, al principio siempre había creído que eran tonterias de cuentos romanticos hasta que lo sintió con aquel hombre que estaba a su lado. Sonrió suave- De luz decís, más es en la oscuridad donde os puedo ver -Elevó la mano recuperandose de su debilidad, no era tan débil como muchos pensarían ni lo sería jamás; Alzó aquella mano acariciando la mejilla de aquel hombre acariciándola y por primera vez adueñándose de aquesta mientras respiraba cerca de él sintiendo el perfume de su piel inundar sus sentidos. Mar se acomodó dejando la mejilla en el pecho del varón escuchando las palabras pronunciadas por los labios de su acompañante mirando hacia las estrellas-
¿es un juramento acaso, mi señor? -Susurró cerca de su oido buscando su mano para entrelazar sus dedos con los de él mirando hacia las estrellas- Dicen que el cielo es infinito pero ahora siento que nosotros somos los que lo vemos de ese modo - Su padre, ese bastardo del que a veces recordaba sus palabras decía que el ser humano era diminuto comparado con las cosas enormes por eso decía que el cielo, el mar y cosas varias eran finitas en cierto pero dentro de nuestra ignorancia solo podíamos decir eso. Se acomodó, dejando que sus curvas se moldeasen con algún que otro rastro de hojas secas sin dejar de entrelazar aquellos dígitos sonriendo al besar su oido- mi amado imposible ~ -jugó con aquella frase durante unos segundos sonriendo hasta volver a guardar silencio mirando al cielo-
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Re: La información de la lujuria -Privado-+18
La contemplación a visto nacer los conocimientos humanos. Cada uno de ellos estudiose con cuidado y paciencia viendo florecer cosas inimaginables, palabras conmovedoras, estancias supremas. Más la contemplación es una fuerza que existiose mucho antes del tiempo humano. Ha visto las edades caer una a una sobre este mundo y cambiar las cosas todas. Porque es del silencio de donde surge, espera paciente en las criaturas vivientes y también en aquella que carecen de voz y ojos propios. Surge de ella los ríos sinuosos que conocen el camino hasta el océano, las montañas que albergan verdes valles, los bosques frondosos que guardan su sabiduría en los anillos que marcan sus troncos, los animales que nacen con destreza para sobrevivir en el basto mundo. La naturaleza contempla con paciencia infinita. Los primeros hombres al observarla dieronse cuenta de ello, fueron invitados a observar. Así crearon sus casas y sus templos y sus vestimentas y sus ciudades y su lengua y sus ritos y sus artes. Más cuando se encontraron rodeados de sus creaciones apartaron su vista del equilibrio natural. Sus murallas y puentes de piedra les separaron lentamente del resto del mundo y las criaturas no humanas. Entonces sintiéronse solos, perdidos. Quisieron volver a estudiar la naturaleza abandonada pero lo hicieron desde sus torres, desde los inventos que les apartaron en primer lugar. Son los hombres sabios quienes cultivaron la contemplación, observaron el mundo antiguo fuera de las murallas mortales, encontraron el equilibrio.
El cisne que descansaba junto al vampiro permitía contemplar cada curva y mancha en su plumaje lunar. Exponía su cuerpo desnudo, tendido sobre el abrigo y la hojarasca, tanto como compartía su interior resguardado de la intemperie del clima por la delgada piel de seda. Seducía los ojos de Abélard, animaba el perfume de sus cabellos a desentrañar cada secreto en los gestos de la dama del Mar, en su mirada. Y como el bosque ella era libre, su elemento era el océano, lejos de Versalles con sus blancas columnas y sus muchas habitaciones y cantantes jardines. El una vez príncipe le había invitado a su palacio recordándole sus numerosas fuentes de espejo, los ríos artificiales que imitaban con gran artificio los lagos antiguos donde juegan las ninfas. Pero no se compara con la inmensidad, la grandeza del océano. Mar había recordádoselo a Abélard y sin embargo el vampiro no renunciaba del todo ella. Acudía allí donde el cisne habitaba y andaba con naturalidad, amparado por las sombras.
-Es usted mi bella señora, un rayo de luz en las tinieblas del bosque.- El vampiro observaba las estrellas, sus brazos resguardaban a la dama de la bruma que ya se disipaba como un soplo de nieve. Mar sonriose con facilidad traviesa, su cuerpo guardaba silencio en cálido resplandor. Sus dedos despertaron y acariciaron la mejilla del una vez príncipe. Él sonrió, marcaronse las líneas de la perenne edad humana grabada en su rostro. Beso los labios tentadores, la sangre corría palpitante debajo le daba su distinto color rojizo. Entrelazaron sus manos y la dama del mar acariciose el oído del rey en un susurro. -Lo es. Un juramento con las estrellas por testigos.- Abélard acarició su espalda reconociendo la suavidad del durazno. -La misma tierra nos ha sorprendido revelándonos nuevos continentes y océanos. Es en cuanto a tamaño menor que el manto celeste que le cubre. Así el cielo, es infinito hasta que alguna generación futura haya contado todas sus estrellas, todos sus secretos.- Las palabras de Mar clamaronse a lo imposible. -Imposible bajo la luz del sol pero siempre ha de anochecer.- La noche discurrió silenciosa, el tiempo perdió sentido. Sin embargo la luna siguió su avance en el cielo dejando estela plateada. -Si fuese un hombre como otro me perdería en estos bosques en su compañía.- aseveró el una vez príncipe. Depositose un beso en la mejilla del cisne. Se incorporó y vistiose nuevamente. Le entregó sus ropas a Mar. -Permitidme escoltarle fuera del bosque antes de marchar.- Los ojos del vampiro contemplaron la sangre menguar en las mejillas sonrosadas de la dama. La palidez respondía al calor bebido en sediento impulso. Las aguas en los ojos de la frágil criatura animaban a hacer de esta ocasión una costumbre, sostenida tanto tiempo como Abélard contase los años humanos y permaneciese alejado del camino de las estrellas que le llamaban cada amanecer.
El cisne que descansaba junto al vampiro permitía contemplar cada curva y mancha en su plumaje lunar. Exponía su cuerpo desnudo, tendido sobre el abrigo y la hojarasca, tanto como compartía su interior resguardado de la intemperie del clima por la delgada piel de seda. Seducía los ojos de Abélard, animaba el perfume de sus cabellos a desentrañar cada secreto en los gestos de la dama del Mar, en su mirada. Y como el bosque ella era libre, su elemento era el océano, lejos de Versalles con sus blancas columnas y sus muchas habitaciones y cantantes jardines. El una vez príncipe le había invitado a su palacio recordándole sus numerosas fuentes de espejo, los ríos artificiales que imitaban con gran artificio los lagos antiguos donde juegan las ninfas. Pero no se compara con la inmensidad, la grandeza del océano. Mar había recordádoselo a Abélard y sin embargo el vampiro no renunciaba del todo ella. Acudía allí donde el cisne habitaba y andaba con naturalidad, amparado por las sombras.
-Es usted mi bella señora, un rayo de luz en las tinieblas del bosque.- El vampiro observaba las estrellas, sus brazos resguardaban a la dama de la bruma que ya se disipaba como un soplo de nieve. Mar sonriose con facilidad traviesa, su cuerpo guardaba silencio en cálido resplandor. Sus dedos despertaron y acariciaron la mejilla del una vez príncipe. Él sonrió, marcaronse las líneas de la perenne edad humana grabada en su rostro. Beso los labios tentadores, la sangre corría palpitante debajo le daba su distinto color rojizo. Entrelazaron sus manos y la dama del mar acariciose el oído del rey en un susurro. -Lo es. Un juramento con las estrellas por testigos.- Abélard acarició su espalda reconociendo la suavidad del durazno. -La misma tierra nos ha sorprendido revelándonos nuevos continentes y océanos. Es en cuanto a tamaño menor que el manto celeste que le cubre. Así el cielo, es infinito hasta que alguna generación futura haya contado todas sus estrellas, todos sus secretos.- Las palabras de Mar clamaronse a lo imposible. -Imposible bajo la luz del sol pero siempre ha de anochecer.- La noche discurrió silenciosa, el tiempo perdió sentido. Sin embargo la luna siguió su avance en el cielo dejando estela plateada. -Si fuese un hombre como otro me perdería en estos bosques en su compañía.- aseveró el una vez príncipe. Depositose un beso en la mejilla del cisne. Se incorporó y vistiose nuevamente. Le entregó sus ropas a Mar. -Permitidme escoltarle fuera del bosque antes de marchar.- Los ojos del vampiro contemplaron la sangre menguar en las mejillas sonrosadas de la dama. La palidez respondía al calor bebido en sediento impulso. Las aguas en los ojos de la frágil criatura animaban a hacer de esta ocasión una costumbre, sostenida tanto tiempo como Abélard contase los años humanos y permaneciese alejado del camino de las estrellas que le llamaban cada amanecer.
Abélard Fontaine- Vampiro/Realeza
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Re: La información de la lujuria -Privado-+18
-Bien sabía ella que debía de conocer la efimeralidad de las horas, no observó el reloj mientras que los segundos casi socarronamente se burlaban de ambos vistiendose como meros minutos para después ser en realidad unas horas, siempre había tenido la necesidad de tener todo bajo control inclusive sus propios sentimientos aquellos que las mujeres realzaban cual efigies como si las convirtiesen en mujeres plenas solamente por poseerlos, ignorando su físico centrándose en aquello que las volvía más adecuadas a los ojos de los hombres, Mar nunca habia seguido esa linea de feminidad, era lo que las mujeres llamaban una oveja negra en el mundo aqueste en donde las mujeres llevaban un libro bajo el brazo ella llevaba su dirección, donde ellas se guiaban por sonrisas ella tenía un mapa para saber como actuar- Es algo que siempre recuerdo bien, Abelard -Mencionó su nombre, sus labios aún tenían el nombre de su acompañante, igual que su cuerpo donde había tocado que parecía inquebrantable el duelo por mantener el recuerdo vigente de aquel hombre. Ella se vistió aunque tuvo que usar la gabardina del hombre para esconder las partes de su cuerpo que ni con la ropa se podían esconder por el momento de pasión que habían vivido.
Colocó sus dígitos en el cabello, parecía indomable mientras separaba algo de la hojarasca peinándose con los dedos hábiles, sabiendo donde iba el tirabuzón que tenía agarrado- Tan caballeroso ~ -Recuperó el tono coqueto de su voz abrochándose unos cuantos botones, estaba presentable, borrando algunas señales de tierra en sus mejillas depositando sus claros ojos en los del hombre, ella tomo nuevamente la mano de Abelard sabiendo que a lo sumo tendrían unas dos horas y media antes de que él tuviera que partir con prisa, era escaso el tiempo que se burlaban de ellos pero no eternamente ya que al anochecer o incluso en el atardecer ella estaría de nuevo mirando las ventanas de aquel palacio, sonriendo justo donde se localizaban los aposentos de su acompañante. Empezó a caminar, moviendo sus caderas al vaivén del viento, que momentos atrás había parecido desvanecerse dejando a ambos en su mundo.
Fue entonces cuando al empezar a andar sabiendo, que se aproximaba el final del bosque hizo su paso mucho más ameno, no habia separado su mano de la del varón observando el suelo, el crepitar de las hojas o los quejidos de las ramas que pronunciaban su ultimo quejido, los árboles se purgaban de esas ramitas molestas que ni para la hoguera servían moviendo con ayuda del aire sus ramas, se escuchaba a veces caer mientras golpeaban en silencio siendo otras más ruidosas que aún asi se resignaban a su destino- Mañana tengo entendido que hay una fiesta en palacio~ -Pensó cuidadosamente sus palabras, sus intenciones. Bien sabía él que ella odiaba el mundo de la corte, incluso de las propias etiquetas, las mujeres con sonrisas rígidas que parecían muñecas a merced de los hombres, el dinero era usado incluso a la hora de lavarse las manos ofreciendo como respuesta una pérdida significativa de la libertad, especialmente si se trataba de una mujer- Podría asistir, si a vos no os molesta que una servidora se presente, no como una cortesana, sino como una invitada más.-ella también tenía sus contactos aquellos que le invitaban a menudo a presumir de ella en la corte, pero esa noche podría ser una excepción siendo Mar la que deseara entrar una vez más al palacio-
Colocó sus dígitos en el cabello, parecía indomable mientras separaba algo de la hojarasca peinándose con los dedos hábiles, sabiendo donde iba el tirabuzón que tenía agarrado- Tan caballeroso ~ -Recuperó el tono coqueto de su voz abrochándose unos cuantos botones, estaba presentable, borrando algunas señales de tierra en sus mejillas depositando sus claros ojos en los del hombre, ella tomo nuevamente la mano de Abelard sabiendo que a lo sumo tendrían unas dos horas y media antes de que él tuviera que partir con prisa, era escaso el tiempo que se burlaban de ellos pero no eternamente ya que al anochecer o incluso en el atardecer ella estaría de nuevo mirando las ventanas de aquel palacio, sonriendo justo donde se localizaban los aposentos de su acompañante. Empezó a caminar, moviendo sus caderas al vaivén del viento, que momentos atrás había parecido desvanecerse dejando a ambos en su mundo.
Fue entonces cuando al empezar a andar sabiendo, que se aproximaba el final del bosque hizo su paso mucho más ameno, no habia separado su mano de la del varón observando el suelo, el crepitar de las hojas o los quejidos de las ramas que pronunciaban su ultimo quejido, los árboles se purgaban de esas ramitas molestas que ni para la hoguera servían moviendo con ayuda del aire sus ramas, se escuchaba a veces caer mientras golpeaban en silencio siendo otras más ruidosas que aún asi se resignaban a su destino- Mañana tengo entendido que hay una fiesta en palacio~ -Pensó cuidadosamente sus palabras, sus intenciones. Bien sabía él que ella odiaba el mundo de la corte, incluso de las propias etiquetas, las mujeres con sonrisas rígidas que parecían muñecas a merced de los hombres, el dinero era usado incluso a la hora de lavarse las manos ofreciendo como respuesta una pérdida significativa de la libertad, especialmente si se trataba de una mujer- Podría asistir, si a vos no os molesta que una servidora se presente, no como una cortesana, sino como una invitada más.-ella también tenía sus contactos aquellos que le invitaban a menudo a presumir de ella en la corte, pero esa noche podría ser una excepción siendo Mar la que deseara entrar una vez más al palacio-
Mar Santini- Humano Clase Alta
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Re: La información de la lujuria -Privado-+18
Se complacía el viento en hacer revolotear las hojas desde las copas de los árboles al suelo del bosque. La neblina ondeaba sobre el alfombrado de colores otoñales cual océano blanquecino que cubre los tesoros guardados en las profundidades de los mares. Desde que los seres pensantes llegaron a las blancas costas y sintiéronse el deseo de ir más allá de las limitaciones como criaturas terrestres, idearon la construcción de embarcaciones que flotando sobre las olas les remontaran a nuevas tierras. Son los hombres los que llevaron los timones de los navíos, quienes desplegaron las banderas y tallaron con esmero los rostros en madera que les distinguían. Más es la tormenta, el relámpago hijo de la lluvia, los vientos sonoros, el sol implacable que asoma entre las nubes, la luz virginal del pálido astro y las estrellas, quienes les han de guiar por pasajes inesperados y rumbos sólo conocidos por criaturas sin nombre. Y aunque embarquen cien personas en un mismo barco, cada uno navega en un océano tan grande como su mente y voluntad lo permiten. Algunos siguen la estrella que les vio nacer, otros se dejan conducir por el clima y sus caprichos en busca de aventuras, y otros mas develan con la mirada, entre la espuma y las olas, las joyas ocultas bajo el agua de azul celeste. Porque es el océano del mundo el que cubre las costas, el que a dado forma a acantilados y nutrido las tierras y los verdes valles, igual que como lo ha hecho con la imaginación humana. El mar represento posibilidades infinitas desde las incontables generaciones hasta las últimas. Se puede leer las estrellas y hacer mapas de las tierras todas, contar los años en los árboles más viejos, nombrar a las criaturas según su genero y ver pasar las estaciones otoño, invierno, primavera, verano, en el mismo orden un año tras otro, tras otro más; el mar tiene la misma edad del cielo y los astros que le gobiernan. Cuando los seres humanos le creyeron finito resulto ser ciclo infinito de idas y venidas. Así también la mente de las criaturas pensantes puede crear serpientes marinas y precipicios donde el fin del mundo y trazar los rumbos que los navegantes han de tomar. Unos de ellos encontráronse con tormentas que los llevaron a estrellarse en costas de afilados dientes de piedra. Los que no apartaron la mirada del faro en la oscuridad arribaronse a la playa aún en el caos. Menos aún fueron los capaces de encontrar los cofres llenos de tesoros olvidados, sacarlos de las profundidades a la luz del astro rey, darles nuevo brillo entre los hombres. Y es así que aunque el clima a veces pudiera llevarlos a lugares extraños y desolados, aquellos que gobernaban sus barcos siempre encontraron la forma de hallar el camino. Si el marino no logra hacerlo nadie más podrá. El barco es el transporte, por si mismo ha de undirse ante la primer inclemencia.
La luz se reflejaba argéntea en la neblina que avanzaba lento y en silencio. Resaltaba las facciones del cisne, los ojos brillantes, la piel ahora pálida. El perfume permanecía intacto entre sus rizos alborotados. Se ensortijaba su perfume con el sutil aroma del vampiro quién le observaba vestirse en actitud reposada. La vista de Abélard fue a las estrellas y volvió a ella cuando su abrigo descansaba sobre sus hombros. Era cierto la dama del Mar no olvidaba que era un hijo de la noche, un hijo de Francia.
Con el dorso de la mano limpió Abélard una huella de la tierra que había acariciado superficialmente sus facciones. Entrelazaron sus manos en un gesto sencillo como quien pasea lejos del mudo y sus agitaciones. Caminaban abriéndose paso entre la etérea espuma a sus pies. Los rizos de Mar se agitaban al caminar dejando el rastro invisible allí por donde iban. El crujir de las hojas al andar, el mismo silbido del viento marcaban el paso del tiempo. Aunque el camino no serpenteaba por entre los árboles que recorrían, conocíanse muy bien el rumbo de vuelta. Los navegantes han de seguir los caminos de la bóveda celeste pues los senderos de tierra son siempre cambiantes, algunas veces bien definidos y otras con hierbajos se pierden en los años, en las eras. Las palabras de Mar quebraron el silencio remontándolos más allá de lo que su vista alcanzaba, hasta el bosque de columnas y las hojas de seda que caen en los ojos sin párpados. Hizo una pausa, las intenciones volviéronse palabras.
-Las fiestas a menudo se celebran en la Casa de Francia, amada mía- Sonrió Abélard apartando los ojos del bosque. Fijose en los de Mar. -Es distinguida invitada en todas ellas dónde la política no reclame la velada. Y será en efecto tratada como una dama.- Levanto el una vez príncipe sus manos entrelazadas y beso el dorso de Mar. -Los negocios han de apartarme unas horas tan solo, luego los invitados, la fiesta, los aperitivos, los bien amados- La niebla se disipaba junto con los árboles que menguaban. Brillaban las luces de París cual faros en las costas que recordaban el destino final del viaje. -Aguardad mi invitación, acudid esa noche y esperadme- Un beso la despedida. -Entonces hablaremos- El viento una vez más dejó a la imaginación los segundos transcurridos lejos en las profundidades del bosque. Consigo desapareció Abélard en movimientos veloces, los ojos humanos no podían seguirle. Nunca terminan los viajes en el basto océano, hay muchos mares que recorrer y tesoros que descubrir. Y aún sin mapas es la voluntad la que conduce los barcos todos. Importa poco el tiempo que lleve, más si lo hace el camino andado aunque se pierda entre las olas y las corrientes oceánicas.
La luz se reflejaba argéntea en la neblina que avanzaba lento y en silencio. Resaltaba las facciones del cisne, los ojos brillantes, la piel ahora pálida. El perfume permanecía intacto entre sus rizos alborotados. Se ensortijaba su perfume con el sutil aroma del vampiro quién le observaba vestirse en actitud reposada. La vista de Abélard fue a las estrellas y volvió a ella cuando su abrigo descansaba sobre sus hombros. Era cierto la dama del Mar no olvidaba que era un hijo de la noche, un hijo de Francia.
Con el dorso de la mano limpió Abélard una huella de la tierra que había acariciado superficialmente sus facciones. Entrelazaron sus manos en un gesto sencillo como quien pasea lejos del mudo y sus agitaciones. Caminaban abriéndose paso entre la etérea espuma a sus pies. Los rizos de Mar se agitaban al caminar dejando el rastro invisible allí por donde iban. El crujir de las hojas al andar, el mismo silbido del viento marcaban el paso del tiempo. Aunque el camino no serpenteaba por entre los árboles que recorrían, conocíanse muy bien el rumbo de vuelta. Los navegantes han de seguir los caminos de la bóveda celeste pues los senderos de tierra son siempre cambiantes, algunas veces bien definidos y otras con hierbajos se pierden en los años, en las eras. Las palabras de Mar quebraron el silencio remontándolos más allá de lo que su vista alcanzaba, hasta el bosque de columnas y las hojas de seda que caen en los ojos sin párpados. Hizo una pausa, las intenciones volviéronse palabras.
-Las fiestas a menudo se celebran en la Casa de Francia, amada mía- Sonrió Abélard apartando los ojos del bosque. Fijose en los de Mar. -Es distinguida invitada en todas ellas dónde la política no reclame la velada. Y será en efecto tratada como una dama.- Levanto el una vez príncipe sus manos entrelazadas y beso el dorso de Mar. -Los negocios han de apartarme unas horas tan solo, luego los invitados, la fiesta, los aperitivos, los bien amados- La niebla se disipaba junto con los árboles que menguaban. Brillaban las luces de París cual faros en las costas que recordaban el destino final del viaje. -Aguardad mi invitación, acudid esa noche y esperadme- Un beso la despedida. -Entonces hablaremos- El viento una vez más dejó a la imaginación los segundos transcurridos lejos en las profundidades del bosque. Consigo desapareció Abélard en movimientos veloces, los ojos humanos no podían seguirle. Nunca terminan los viajes en el basto océano, hay muchos mares que recorrer y tesoros que descubrir. Y aún sin mapas es la voluntad la que conduce los barcos todos. Importa poco el tiempo que lleve, más si lo hace el camino andado aunque se pierda entre las olas y las corrientes oceánicas.
Abélard Fontaine- Vampiro/Realeza
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