AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Déjà Vu {Shanon Owen}
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Rashâd- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 13
Fecha de inscripción : 11/09/2011
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Re: Déjà Vu {Shanon Owen}
Agotada como se encontraba de tanto trajín en Roma eso era lo último que le faltaba. Aprovechando el abandono por parte de su amante del Reino y el arreglo de los preparativos para la gran sorpresa que le estaba organizando en pro de intentar solucionar la titánica batalla en la que se había convertido aquella relación, la Reina había decidido ir a París en busca de la última pieza que faltaba entre sus filas.
200 siglos atrás, en uno de sus viajes a París, la Reina había conocido a un vampiro cuando menos, singular. Quizás demasiado impetuoso, pero en lo suyo era sin duda el mejor… el arte de matar. Allí donde iba dejaba huella, no solo en lo que a batallas se refería, sino a las conquistas femeninas también. Hubo un día en el que casi logró seducirla a ella misma… casi. Puesto que a pesar de ser más joven que él contaba con la misma experiencia en ese campo y sabía muy bien de sus propósitos.
Fue por eso que acabaron entablando un vínculo tan fuerte que ni , ni la distancia y mucho menos los continuos ataques a sus personas consiguieron diluir. Siempre se habían echado una mano cuando más lo necesitaban sin dudarlo. La última vez fue cuando él necesitó de la influencia de la vampira para salvar su cuello de la interminable persecución inquisidora sobre los seres nocturnos. Era él ahora el que le debía un gran favor, uno que estaba a punto de cobrarse.
Se reunió con el vampiro en el centro de París, donde él ya la esperaba preparado para recibir su nueva petición.
-Monsieur Hunter… qué alegría verlo de nuevo, querido. – La vampira lo saludo con una calurosa sonrisa y un abrazo más tirando a lo personal que a lo protocolar.
- Shanon, ¿no crees que es tiempo suficiente como para que me llames por mi nombre, dejando atrás los formalismos? ¿O acaso tu nuevo cargo se te ha subido demasiado rápido a la cabeza? – Se jactó él correspondiendo a su saludo para después ofrecerle asiento en un banco tan solo iluminado por la luz de la luna aquella noche.
- Sé que puedo tratarte de tú Kyrian, pero me encanta el gesto que pones cada vez que te llamo Monsieur. – Rio complacida en cuanto le vio rodar los ojos negando con la cabeza y pasó a explicarle sus intenciones. – Bien, el motivo de que te haya citado aquí como bien sabrás es que quiero cobrarme el favor que me debes y a ofrecerte trabajo a la vez.
Kyrian enarcó una ceja ante tal oferta, una que desde luego no imaginaba. - No será de perro faldero, ¿no? Porque para eso ya tienes a todo el senado y realeza de todos los países.
La vampira lo golpeó con fuerza en el brazo al escuchar sus habituales sandeces. – No tienes gracia Kyrian. Y la verdad, es para algo así… - Contestó con tono malicioso antes de proseguir. – Lo que te ofrezco es que seas mi guardaespaldas personal. Tendrás plena libertad siempre y cuando acates mis recados, podrás matar del modo que prefieras a aquellos que sean una amenaza para mí y además están las Romanas… Bueno, ya sabes de su fama… ¿Qué me contestas?
No tardó mucho en ver como una sonrisilla iluminaba de nuevo su rostro, seguramente pensando en lo que no debía al escuchar la última frase.
- Teniendo en cuenta el gran favor que te debo y la amistad que nos une… Me veo en la tesitura de tener que decir que acepto tu oferta, Shanon.
- ¿No será que la expectativa de tener a cuantas romanas desees ha ayudado un poco a equilibrar la balanza de tus intereses?
- Puede que sí… pero de todos modos acepto. ¿Cuándo me requiere allí su majestad? – Cuestionó con sorna.
- Dentro de una semana exacta se celebrará un baile de gala. Quiero verte allí, a mi lado.- Shanon vio al vampiro cuadrarse cual general de batalla mientras esta a su vez ponía los ojos en blanco con sus bromas.
- Allí estaré, mi señora. – Se despidió con una exagerada reverencia iniciando el camino de vuelta de donde quiera que hubiera llegado. Por su parte la vampira regresó al carruaje decidiendo dónde ir ahora. La noche acababa de comenzar y el encuentro había sido mucho más rápido de lo que había previsto por lo que se encontraba sola y sin ningún plan para esa noche.
Entonces, calló en la cuenta de algo. Era media noche y la luna brillaba en su máximo esplendor. Sólo había una cosa que podía hacer… ir de caza. Fue en ese inesperado momento cuando unas imágenes que ya daba por más que enterradas, salieron a la luz de su consciencia.
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Roma, 1465
Una noche de luna llena, una impetuosa joven se encontraba deambulando sin compañía por las calles de Roma. Se acababa de escapar de Palacio, escabulléndose de su guardia personal a fin de poder tener un momento de paz e intimidad para ella misma. La joven, ingenua sobre los peligros que encerraban las calles a media noche, se dirigió a la Piazza, donde unos cuantos trovadores deleitaban a las gentes con su música.
Allí, vestida con su vestido escarlata favorito se quedó embelesada escuchando aquella alegre musiquilla viendo a los bailarines danzando al compás. Uno de ellos se acercó a la joven, sacándola a bailar. Esta, avergonzada, se negó al principio aunque pronto la convencieron para que disfrutara de aquel espectáculo en vivo.
Lo que ella no imaginaba es que a su vez estaba siendo observada. Unos hipnóticos ojos azules la atraparon instantáneamente, haciendo que un extraño escalofrío la recorriera. En su interior batallaban dos sentimientos igual de fuertes, la desconfianza acompañada por un aviso de peligro inminente y la curiosidad que la mayoría de las veces le ganaba y esta no era una excepción.
Una vez que el baile hubo terminado, la joven volvió a buscar a aquel hombre de la mirada misteriosa… Pero nada. Este se había ido. Decepcionada salió de la Piazza sin un rumbo fijo, solamente yendo hacia donde le demandaban los pies observando las juguetonas sombras a su alrededor.
De repente una sombra, más oscura que las demás, se cruzó en su camino en dirección a un callejón sin salida. Su instinto natural le dictaba que huyera cuanto antes. Algo le decía que si iba allí estaría cayendo directamente en la boca del lobo y aún con todo eso… la joven fue hacia allí.
Una vez se adentró en lo más oscuro del callejón no vio absolutamente nada a su alrededor. Con un suspiro frustrado iba a salir de allí cuando a su espalda se encontró lo que nunca imaginó. Aquellos cristalinos ojos relucían en medio de la penumbra. Un extraño brillo poblaba ese iris a medida que la observaba. No sabía decir quién parecía demostrar más curiosidad por el otro, si la joven emocionada y abrumada por aquel particular encuentro con un apuesto hombre desconocido, o el de él quien no apartaba su mirada ni un segundo de ella.
Antes de que la muchacha pudiera abrir la boca para preguntar nada, él apuesto hombre se lanzó encima de ella. Sólo recordaba el agudo dolor de dos punzadas en su cuello, el olor de su propia sangre resbalando por su cuello y los gritos agónicos de la joven intentando escapar pidiendo clemencia.
Momentos más tarde… Esa misma mujer se encontraba deseando algo insospechado, la sangre de su acompañante. En cuanto aquel dulce aroma inundó sus sentidos no dudó en beber hasta saciarse, beber sin control alguno y sin importarle nada más. Era una necesidad, un deseo tan potente que exigía ser atendido con urgencia. Una vez ese deseo fue saciado, todo su ser se inquietó al verse sola en medio del callejón, cubierta en un charco de sangre que empapaba sus ropas, con la garganta ardiendo por obtener más de aquella bebida anestesiante y con lo que era peor…
Las preguntas de qué era ahora y cómo sobreviviría…
Desde aquel día odió a aquel ser y se odió a sí misma por ser tan impulsiva. Aquella fue la noche en que su personalidad cambio por completo, ahora sería una mujer mucho más seria y fría. No dejaría que nadie más la embaucara como ese hombre había conseguido aquella noche.
Esa fue la noche en la que Shanon Owen, la joven inocente, dejó de existir como tal para el resto de las personas.
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Salió de su ensoñación viendo el paisaje moverse a toda velocidad por las ventanas del carruaje. Moviendo la cabeza como si intentara despejarse se preguntaba cómo era que 400 años después aquellos recuerdos volvían a golpearla de nuevo.
Los hacía olvidados de la mano de Dios, hundidos entre las turbulentas aguas de su subconsciente y enterrados en lo más hondo de su corazón. Pero aún así se dio cuenta de lo más horrendo de todo… Aún le importaba.
Aquella furia e impotencia volvió a consumirla en el mismo momento en que su cochero le avisaba de que habían llegado a su destino. ¿Qué destino? Volvió a fijarse ahora con más detenimiento a su alrededor. Por el empedrado de las calles dedujo que estaban lejos del punto de reunión con Kyrian pero una vez se hubo fijado más…
Al parecer, mientras continuaba sumida en aquellos recuerdos había ordenado a su cochero llevarla hasta el sitio que siempre evitaba visitar en aquella ciudad, las calles que conducían a las afueras de la ciudad. Aquellas callejuelas se asemejaban bastante a las que hacía 400 años había jurado no volver. Esa simple visión ahora, a través de las ventanillas le daban escalofríos.
¿Pero qué le pasaba?¿ Es que todos aquellos siglos no le habían servido para despojarse de una vez de aquellos ridículos miedos? Ya no era la misma muchacha que una vez se escapó para vivir una aventura, ahora podía valerse perfectamente por sí misma y pobre del infeliz que se cruzara en su camino con malas intenciones.
Decidida a olvidar por completo aquellos temores, bajó con cuidado del carruaje aceptando la ayuda del cochero, dándole las indicaciones pertinentes para que esperara allí mismo mientras ella paseaba. No pensaba demorarse demasiado, pero tampoco le apetecía tener que estar esperando después a que regresara.
Se despidió del cochero cuando sintió algo a su espalda. De nuevo aquella misma sensación… ese sentimiento de saberse observada y al girarse, encontrar otra vez la profunda e hipnótica mirada cristalina, una que ni en sueños imaginó encontrar de nuevo.
Sin embargo esta vez, la expresión de la vampira pasó de ser relajada a extremadamente fría. Sus pasos, lentos y elegantes la dirigían con cautela hasta el punto donde el vampiro se encontraba. No sabía su nombre, ni su procedencia. Ni siquiera aquella noche logró ver su rostro por completo, pero lo que sí recordaba con claridad meridiana era esa mirada enmarcada en un halo negro, el reborde de su capa.
Finalmente allí estaban de nuevo, frente a frente sin saber bien que decir, aunque temía que una sola palabra suya desatara toda esa furia que estaba amenazando con consumirla.
200 siglos atrás, en uno de sus viajes a París, la Reina había conocido a un vampiro cuando menos, singular. Quizás demasiado impetuoso, pero en lo suyo era sin duda el mejor… el arte de matar. Allí donde iba dejaba huella, no solo en lo que a batallas se refería, sino a las conquistas femeninas también. Hubo un día en el que casi logró seducirla a ella misma… casi. Puesto que a pesar de ser más joven que él contaba con la misma experiencia en ese campo y sabía muy bien de sus propósitos.
Fue por eso que acabaron entablando un vínculo tan fuerte que ni , ni la distancia y mucho menos los continuos ataques a sus personas consiguieron diluir. Siempre se habían echado una mano cuando más lo necesitaban sin dudarlo. La última vez fue cuando él necesitó de la influencia de la vampira para salvar su cuello de la interminable persecución inquisidora sobre los seres nocturnos. Era él ahora el que le debía un gran favor, uno que estaba a punto de cobrarse.
Se reunió con el vampiro en el centro de París, donde él ya la esperaba preparado para recibir su nueva petición.
-Monsieur Hunter… qué alegría verlo de nuevo, querido. – La vampira lo saludo con una calurosa sonrisa y un abrazo más tirando a lo personal que a lo protocolar.
- Shanon, ¿no crees que es tiempo suficiente como para que me llames por mi nombre, dejando atrás los formalismos? ¿O acaso tu nuevo cargo se te ha subido demasiado rápido a la cabeza? – Se jactó él correspondiendo a su saludo para después ofrecerle asiento en un banco tan solo iluminado por la luz de la luna aquella noche.
- Sé que puedo tratarte de tú Kyrian, pero me encanta el gesto que pones cada vez que te llamo Monsieur. – Rio complacida en cuanto le vio rodar los ojos negando con la cabeza y pasó a explicarle sus intenciones. – Bien, el motivo de que te haya citado aquí como bien sabrás es que quiero cobrarme el favor que me debes y a ofrecerte trabajo a la vez.
Kyrian enarcó una ceja ante tal oferta, una que desde luego no imaginaba. - No será de perro faldero, ¿no? Porque para eso ya tienes a todo el senado y realeza de todos los países.
La vampira lo golpeó con fuerza en el brazo al escuchar sus habituales sandeces. – No tienes gracia Kyrian. Y la verdad, es para algo así… - Contestó con tono malicioso antes de proseguir. – Lo que te ofrezco es que seas mi guardaespaldas personal. Tendrás plena libertad siempre y cuando acates mis recados, podrás matar del modo que prefieras a aquellos que sean una amenaza para mí y además están las Romanas… Bueno, ya sabes de su fama… ¿Qué me contestas?
No tardó mucho en ver como una sonrisilla iluminaba de nuevo su rostro, seguramente pensando en lo que no debía al escuchar la última frase.
- Teniendo en cuenta el gran favor que te debo y la amistad que nos une… Me veo en la tesitura de tener que decir que acepto tu oferta, Shanon.
- ¿No será que la expectativa de tener a cuantas romanas desees ha ayudado un poco a equilibrar la balanza de tus intereses?
- Puede que sí… pero de todos modos acepto. ¿Cuándo me requiere allí su majestad? – Cuestionó con sorna.
- Dentro de una semana exacta se celebrará un baile de gala. Quiero verte allí, a mi lado.- Shanon vio al vampiro cuadrarse cual general de batalla mientras esta a su vez ponía los ojos en blanco con sus bromas.
- Allí estaré, mi señora. – Se despidió con una exagerada reverencia iniciando el camino de vuelta de donde quiera que hubiera llegado. Por su parte la vampira regresó al carruaje decidiendo dónde ir ahora. La noche acababa de comenzar y el encuentro había sido mucho más rápido de lo que había previsto por lo que se encontraba sola y sin ningún plan para esa noche.
Entonces, calló en la cuenta de algo. Era media noche y la luna brillaba en su máximo esplendor. Sólo había una cosa que podía hacer… ir de caza. Fue en ese inesperado momento cuando unas imágenes que ya daba por más que enterradas, salieron a la luz de su consciencia.
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Roma, 1465
Una noche de luna llena, una impetuosa joven se encontraba deambulando sin compañía por las calles de Roma. Se acababa de escapar de Palacio, escabulléndose de su guardia personal a fin de poder tener un momento de paz e intimidad para ella misma. La joven, ingenua sobre los peligros que encerraban las calles a media noche, se dirigió a la Piazza, donde unos cuantos trovadores deleitaban a las gentes con su música.
Allí, vestida con su vestido escarlata favorito se quedó embelesada escuchando aquella alegre musiquilla viendo a los bailarines danzando al compás. Uno de ellos se acercó a la joven, sacándola a bailar. Esta, avergonzada, se negó al principio aunque pronto la convencieron para que disfrutara de aquel espectáculo en vivo.
Lo que ella no imaginaba es que a su vez estaba siendo observada. Unos hipnóticos ojos azules la atraparon instantáneamente, haciendo que un extraño escalofrío la recorriera. En su interior batallaban dos sentimientos igual de fuertes, la desconfianza acompañada por un aviso de peligro inminente y la curiosidad que la mayoría de las veces le ganaba y esta no era una excepción.
Una vez que el baile hubo terminado, la joven volvió a buscar a aquel hombre de la mirada misteriosa… Pero nada. Este se había ido. Decepcionada salió de la Piazza sin un rumbo fijo, solamente yendo hacia donde le demandaban los pies observando las juguetonas sombras a su alrededor.
De repente una sombra, más oscura que las demás, se cruzó en su camino en dirección a un callejón sin salida. Su instinto natural le dictaba que huyera cuanto antes. Algo le decía que si iba allí estaría cayendo directamente en la boca del lobo y aún con todo eso… la joven fue hacia allí.
Una vez se adentró en lo más oscuro del callejón no vio absolutamente nada a su alrededor. Con un suspiro frustrado iba a salir de allí cuando a su espalda se encontró lo que nunca imaginó. Aquellos cristalinos ojos relucían en medio de la penumbra. Un extraño brillo poblaba ese iris a medida que la observaba. No sabía decir quién parecía demostrar más curiosidad por el otro, si la joven emocionada y abrumada por aquel particular encuentro con un apuesto hombre desconocido, o el de él quien no apartaba su mirada ni un segundo de ella.
Antes de que la muchacha pudiera abrir la boca para preguntar nada, él apuesto hombre se lanzó encima de ella. Sólo recordaba el agudo dolor de dos punzadas en su cuello, el olor de su propia sangre resbalando por su cuello y los gritos agónicos de la joven intentando escapar pidiendo clemencia.
Momentos más tarde… Esa misma mujer se encontraba deseando algo insospechado, la sangre de su acompañante. En cuanto aquel dulce aroma inundó sus sentidos no dudó en beber hasta saciarse, beber sin control alguno y sin importarle nada más. Era una necesidad, un deseo tan potente que exigía ser atendido con urgencia. Una vez ese deseo fue saciado, todo su ser se inquietó al verse sola en medio del callejón, cubierta en un charco de sangre que empapaba sus ropas, con la garganta ardiendo por obtener más de aquella bebida anestesiante y con lo que era peor…
Las preguntas de qué era ahora y cómo sobreviviría…
Desde aquel día odió a aquel ser y se odió a sí misma por ser tan impulsiva. Aquella fue la noche en que su personalidad cambio por completo, ahora sería una mujer mucho más seria y fría. No dejaría que nadie más la embaucara como ese hombre había conseguido aquella noche.
Esa fue la noche en la que Shanon Owen, la joven inocente, dejó de existir como tal para el resto de las personas.
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Salió de su ensoñación viendo el paisaje moverse a toda velocidad por las ventanas del carruaje. Moviendo la cabeza como si intentara despejarse se preguntaba cómo era que 400 años después aquellos recuerdos volvían a golpearla de nuevo.
Los hacía olvidados de la mano de Dios, hundidos entre las turbulentas aguas de su subconsciente y enterrados en lo más hondo de su corazón. Pero aún así se dio cuenta de lo más horrendo de todo… Aún le importaba.
Aquella furia e impotencia volvió a consumirla en el mismo momento en que su cochero le avisaba de que habían llegado a su destino. ¿Qué destino? Volvió a fijarse ahora con más detenimiento a su alrededor. Por el empedrado de las calles dedujo que estaban lejos del punto de reunión con Kyrian pero una vez se hubo fijado más…
Al parecer, mientras continuaba sumida en aquellos recuerdos había ordenado a su cochero llevarla hasta el sitio que siempre evitaba visitar en aquella ciudad, las calles que conducían a las afueras de la ciudad. Aquellas callejuelas se asemejaban bastante a las que hacía 400 años había jurado no volver. Esa simple visión ahora, a través de las ventanillas le daban escalofríos.
¿Pero qué le pasaba?¿ Es que todos aquellos siglos no le habían servido para despojarse de una vez de aquellos ridículos miedos? Ya no era la misma muchacha que una vez se escapó para vivir una aventura, ahora podía valerse perfectamente por sí misma y pobre del infeliz que se cruzara en su camino con malas intenciones.
Decidida a olvidar por completo aquellos temores, bajó con cuidado del carruaje aceptando la ayuda del cochero, dándole las indicaciones pertinentes para que esperara allí mismo mientras ella paseaba. No pensaba demorarse demasiado, pero tampoco le apetecía tener que estar esperando después a que regresara.
Se despidió del cochero cuando sintió algo a su espalda. De nuevo aquella misma sensación… ese sentimiento de saberse observada y al girarse, encontrar otra vez la profunda e hipnótica mirada cristalina, una que ni en sueños imaginó encontrar de nuevo.
Sin embargo esta vez, la expresión de la vampira pasó de ser relajada a extremadamente fría. Sus pasos, lentos y elegantes la dirigían con cautela hasta el punto donde el vampiro se encontraba. No sabía su nombre, ni su procedencia. Ni siquiera aquella noche logró ver su rostro por completo, pero lo que sí recordaba con claridad meridiana era esa mirada enmarcada en un halo negro, el reborde de su capa.
Finalmente allí estaban de nuevo, frente a frente sin saber bien que decir, aunque temía que una sola palabra suya desatara toda esa furia que estaba amenazando con consumirla.
Shanon Owen- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 685
Fecha de inscripción : 22/06/2010
Edad : 32
Localización : À París, la ville de l'amour
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Re: Déjà Vu {Shanon Owen}
Shanon parpadeó un par de veces confundida...
¿Esa retahíla... era un nombre o un insulto?... Sólo cuando él volvió a mencionarlo comprendió que se estaba presentando, casi como si hubiera lamentado todo lo ocurrido 400 años atrás. La Condesa lo miró con frialdad, como si quisiera grabarle a fuego que ya no era la mocosa ingenua a la que él le había arrebatado la vida cuando apenas empezaba a disfrutar de ella.
Se acercó a él, con actitud dura, con mirada fría, deseando poder escupirle todo el veneno acumulado durante 400 años; probablemente, le habría dicho muchas cosas si él no la hubiera besado del modo en que lo hizo... si no le hubiera hecho sentir que jamás la habían besado realmente o que, peor aún, ella sólo había nacido para besarlo a él.
Sintió ira consigo misma, y sintió un deseo arrollador por él. Peleó con todas sus fuerzas para rescatar su orgullo, para tener el valor de despreciarlo... Pero no pudo; el vampiro tenía un poder de seducción sobre ella al que Shanon difícilmente podía resistirse. En cierto modo, Rashâd era su padre y, en cierto modo, también era su amante... y lo demostró en esos instantes furiosos en que se odiaron –o, al menos, ella lo odió a él con toda su alma– y se buscaron a través de las ropas, como el sediento busca una gota de agua.
En algún momento, cuando ya ni ella misma podía reconocerse, perdida en las caricias del aristócrata, la violencia y los golpes fueron cediendo su lugar a las caricias, cada vez más íntimas y más intensas. De los labios de la joven se escapó un fiero gruñido cuando los dedos fríos de Rashâd le acariciaron el muslo, muy, muy cerca de la entrepierna... tan cerca de su sexo que no pudo evitar sentir la humedad recorrerla por dentro, preparándola tan violentamente para el momento del clímax... Quizás, la antigua Shanon habría preferido morir antes que aceptar aquel hecho tan animal, repentino y descarado... Pero la vampiresa, la Condesa Owen no sabía nada de la vergüenza y mucho menos le importaban los protocolos y las estúpidas etiquetas. A esta Shanon solo le importaba ella misma y nunca más nadie haría que lo olvidase, ni siquiera el placer tan avasallador que la quemaba como el más seductor de los infiernos.
Y decidió que le gustaba sentir la mano de su Creador acariciándola y excitándola, haciendo que se conectara con ese lado más animal e instintivo en donde toda razón ha sido desterrada y los instintos son los amos y señores del cuerpo y del placer. Durante unos segundos, Shanon verdaderamente pudo olvidarlo todo y entregarse al maestro que, experto, la enloquecía y parecía a punto de aparearse con ella... hasta que sus ojos se cruzaron y el cinismo masculino quedó al descubierto...
¿Cuántas mujeres se había llevado a la cama antes que ella? Tal vez demasiadas... Y Shanon lo odió todavía más, porque no la convertiría a ella, a la vampiresa inmortal, en un juguete más de su aburrida eternidad.
Con una fuerza inusitada, le plantó el mejor derechazo de su vida en plena mandíbula y lo mandó a tierra sin derecho a réplica, luego de lo cual le clavó su tacón, lo suficientemente fino justo sobre donde yacía su corazón muerto, la única cosa que todo vampiro protege con su vida porque es capaz de matarles dos veces.
Él se revolcó inútilmente, intentando quitarse el peso de encima, y entonces Shanon, con una crueldad inusitada, enterró la aguja un poco en la piel de su Creador, luego de lo cual, le hincó la rodilla en el pecho y le lamió el cuello.
– Ya no soy más esa mocosa a la que le quitaste la vida. – musitó con la rabia pálida dibujada en su rostro – Ahora soy tu peor enemiga... – lo miró fijamente –, pero esta noche tendremos tregua... – agregó con una voz cuyo deseo ardía como la hoguera de los mil años.
Se sentó a horcajadas sobre él y le tomó la ropa que rasgó sin piedad hasta que tuvo el perfecto pecho masculino completamente al desnudo para ella y lo lamió de una sola vez hasta que llegó a su boca y lo besó con ira, pero también con deseó. Le jaló el cabello sin piedad y le enterró las uñas en el cuello hasta hacerlo sangrar, para luego beber de él y así aumentar el placer...
Y era que nada era más divertido entre los vampiros que el sexo violento... quizás porque era la única manera de evocar las intensas e inestables emociones humanas. Shanon deslizó sus manos por el cuerpo masculino y lo degustó y se sació de él hasta que se sintió borracha y, cuando ya no quiso beber más del cuerpo de Rashâd se alejó de él con su perfecta máscara de indiferencia, como si jamás hubiera sentido tal calentura y placer...
Pero él no lo aceptó, y una parte de ella lo amó por eso, por no soltarla, por azotarla en el suelo, por cogerle furioso uno de sus pechos y meterlo en su boca ávida de placer.
Y entonces, cuando él la miró como si nunca hubiera mirado a otra mujer, Shanon comprendió que había perdido... por segunda vez en su vida.
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¿Esa retahíla... era un nombre o un insulto?... Sólo cuando él volvió a mencionarlo comprendió que se estaba presentando, casi como si hubiera lamentado todo lo ocurrido 400 años atrás. La Condesa lo miró con frialdad, como si quisiera grabarle a fuego que ya no era la mocosa ingenua a la que él le había arrebatado la vida cuando apenas empezaba a disfrutar de ella.
Se acercó a él, con actitud dura, con mirada fría, deseando poder escupirle todo el veneno acumulado durante 400 años; probablemente, le habría dicho muchas cosas si él no la hubiera besado del modo en que lo hizo... si no le hubiera hecho sentir que jamás la habían besado realmente o que, peor aún, ella sólo había nacido para besarlo a él.
Sintió ira consigo misma, y sintió un deseo arrollador por él. Peleó con todas sus fuerzas para rescatar su orgullo, para tener el valor de despreciarlo... Pero no pudo; el vampiro tenía un poder de seducción sobre ella al que Shanon difícilmente podía resistirse. En cierto modo, Rashâd era su padre y, en cierto modo, también era su amante... y lo demostró en esos instantes furiosos en que se odiaron –o, al menos, ella lo odió a él con toda su alma– y se buscaron a través de las ropas, como el sediento busca una gota de agua.
En algún momento, cuando ya ni ella misma podía reconocerse, perdida en las caricias del aristócrata, la violencia y los golpes fueron cediendo su lugar a las caricias, cada vez más íntimas y más intensas. De los labios de la joven se escapó un fiero gruñido cuando los dedos fríos de Rashâd le acariciaron el muslo, muy, muy cerca de la entrepierna... tan cerca de su sexo que no pudo evitar sentir la humedad recorrerla por dentro, preparándola tan violentamente para el momento del clímax... Quizás, la antigua Shanon habría preferido morir antes que aceptar aquel hecho tan animal, repentino y descarado... Pero la vampiresa, la Condesa Owen no sabía nada de la vergüenza y mucho menos le importaban los protocolos y las estúpidas etiquetas. A esta Shanon solo le importaba ella misma y nunca más nadie haría que lo olvidase, ni siquiera el placer tan avasallador que la quemaba como el más seductor de los infiernos.
Y decidió que le gustaba sentir la mano de su Creador acariciándola y excitándola, haciendo que se conectara con ese lado más animal e instintivo en donde toda razón ha sido desterrada y los instintos son los amos y señores del cuerpo y del placer. Durante unos segundos, Shanon verdaderamente pudo olvidarlo todo y entregarse al maestro que, experto, la enloquecía y parecía a punto de aparearse con ella... hasta que sus ojos se cruzaron y el cinismo masculino quedó al descubierto...
¿Cuántas mujeres se había llevado a la cama antes que ella? Tal vez demasiadas... Y Shanon lo odió todavía más, porque no la convertiría a ella, a la vampiresa inmortal, en un juguete más de su aburrida eternidad.
Con una fuerza inusitada, le plantó el mejor derechazo de su vida en plena mandíbula y lo mandó a tierra sin derecho a réplica, luego de lo cual le clavó su tacón, lo suficientemente fino justo sobre donde yacía su corazón muerto, la única cosa que todo vampiro protege con su vida porque es capaz de matarles dos veces.
Él se revolcó inútilmente, intentando quitarse el peso de encima, y entonces Shanon, con una crueldad inusitada, enterró la aguja un poco en la piel de su Creador, luego de lo cual, le hincó la rodilla en el pecho y le lamió el cuello.
– Ya no soy más esa mocosa a la que le quitaste la vida. – musitó con la rabia pálida dibujada en su rostro – Ahora soy tu peor enemiga... – lo miró fijamente –, pero esta noche tendremos tregua... – agregó con una voz cuyo deseo ardía como la hoguera de los mil años.
Se sentó a horcajadas sobre él y le tomó la ropa que rasgó sin piedad hasta que tuvo el perfecto pecho masculino completamente al desnudo para ella y lo lamió de una sola vez hasta que llegó a su boca y lo besó con ira, pero también con deseó. Le jaló el cabello sin piedad y le enterró las uñas en el cuello hasta hacerlo sangrar, para luego beber de él y así aumentar el placer...
Y era que nada era más divertido entre los vampiros que el sexo violento... quizás porque era la única manera de evocar las intensas e inestables emociones humanas. Shanon deslizó sus manos por el cuerpo masculino y lo degustó y se sació de él hasta que se sintió borracha y, cuando ya no quiso beber más del cuerpo de Rashâd se alejó de él con su perfecta máscara de indiferencia, como si jamás hubiera sentido tal calentura y placer...
Pero él no lo aceptó, y una parte de ella lo amó por eso, por no soltarla, por azotarla en el suelo, por cogerle furioso uno de sus pechos y meterlo en su boca ávida de placer.
Y entonces, cuando él la miró como si nunca hubiera mirado a otra mujer, Shanon comprendió que había perdido... por segunda vez en su vida.
***
Shanon Owen- Vampiro/Realeza
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Edad : 32
Localización : À París, la ville de l'amour
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Re: Déjà Vu {Shanon Owen}
Él era un amante experto.
La manera en que la tocó se lo dejó perfectamente claro... y hubo una parte de sí misma que odió a cada mujer que estuvo con el vampiro antes que ella. De pronto, perdida en el deseo y en el placer, esa parte que trataba de ahogar desesperadamente en el desprecio y la indiferencia salió a flote y aceptó que lo amaba de tal manera que siempre lo había buscado en los otros hombres con los que compartió su lecho.
Y cuando se miraron... y cuando él la miró como si fuera la única mujer en el mundo, supo que siempre se había mentido, que el rey holandés había sido sólo un juego en su vida; uno muy peligroso y quizás el más divertido..., pero ya no quería jugarlo más... ¡Qué tarde había abierto los ojos! ¡Qué tarde entendía los misterios que yacían en lo más profundo de sí misma y ahora aceptaba!
El vestigio de cordura que le iba quedando, le rogaba que tomase su daga y atravesase el corazón del vampiro y que acabase de una buena vez con la amenaza que cernía sobre ella. Ya antes otro igual a él la había dominado hasta convertirla en una mascota servil y cuando la abandonó a su suerte, prácticamente en las puertas de la iglesia donde harían sus votos, ese día ella se juró que jamás nadie volvería a hacerle semejante cosa. Pero entonces, apareció el fantasma musulmán y, echando abajo todas sus defensas, volvía a ponerla a merced de su caprichoso corazón al que nunca había domesticado, ni siquiera cuando era humana.
Pero ella no hizo caso a esa voz de alerta, ni siquiera cuando la llevó de regreso a su más doloroso pasado.
***
Roma, 1465.
El sexo fue increíble, en todo aspecto.
Sintió que se partía en dos cuando él la penetró sin la menor clemencia; pero hábil amante, supo guiarla en la búsqueda del placer y aunque sentía que se rajaba a mitades iguales, todo lo que deseaba era seguir sintiendo ese dolor.
Hasta que é l la mordió en el cuello y el horror desfiguró el rostro de Shanon... ¿Acaso los mitos eran reales y los vampiros de verdad existían?... Demasiado tarde descubría que sí. Al borde de la espantosa agonía en que todo su cuerpo se convirtió en una mezcla de sangre y heces, él extraño la obligó a beber de su propia sangre y ella se descubrió bebiendo con desesperación de la muñeca masculina, hasta que un brutal empujón le arrebató el elixir tan anhelado... Intentó ponerse de pie, pero no pudo; ni siquiera era capaz de fijar la vista en algo; todo a su alrededor era borroso e incierto y su cuerpo escocía como si plomo candente corriera por sus venas; lentamente, el dolor aumentó hasta sumirla en una agonía de semanas.
Como pudo, con la ropa hecha tiras, con las manos destrozadas y con los sentidos anulados, tuvo que gatear hasta una de las casuchas abandonadas para que nadie la descubriera en semejante estado. A momentos el frío la paralizaba, a momentos el hambre le estrujaba las tripas, pero nada era peor que el olor humano; en cuanto algún infeliz pasaba cerca de la choza, Shanon tenía que reprimir el impulso de saltarle encima... Lloró hasta que no tuvo fuerzas; maldijo y gritó hasta el cansancio y casi se desmadró cuando comprendió que nunca más volvería a ver la luz del sol.
Solo una cosa la mantuvo viva: la certeza de que un día, antes o después, se vengaría del hombre que le quitó la vida...
***
No pudo.
No quiso.
Rashâd se quedó quieto, mirándola con una devoción que no recordó ver ni siquiera en los ojos de sus padres; acarició su rostro con una ternura indecible y Shanon tuvo el impulso feroz de echarse a llorar como una niña de cinco años, cosa que hizo en el momento en que él la besó, entregándole su corazón. Por alguna razón, ese beso, tan sublime, resucitó a su frío corazón, sólo para matarlo de nuevo.
Sus palabras gentiles y crueles tenían el sabor del adiós... Y Shanon quiso gritar, quiso desgarrarlo con sus propias manos, quiso azotarle la cabeza hasta convertirla en una calabaza destrozada. Le habría saltado encima y lo habría ahorcado hasta morir, si tan solo su cuerpo hubiera obedecido.
Y no sólo no le obedeció, sino que la traicionó con el más humillante y humano de todos los llantos... y lo que fue peor, él no volteó a verla ni siquiera una sola vez. Era como si a ella la hubieran amarrado al suelo y le hubieran sellado la boca. Recordó, en esos instantes ridículos, ese viejo cuento infantil sobre una sirena que convertida en una humana muda debe conquistar el amor de su príncipe... Justamente así se sentía y se odió por eso. Se había jurado 400 años atrás que nunca más la volverían a lastimar así, pero ella misma se entregó en bandeja de plata. ¡Qué crédula! ¡Qué estúpida!
Trató de luchar contra sí misma, pero no pudo; en cuanto intentó ponerse de pie su cuerpo le falló y las piernas se le doblaron como si fueren de lana. Se dejó caer, presa del llanto y del dolor y se acurrucó en el más obscuro rincón, amarrando sus piernas con sus manos y pegándolas a su mentón. Lloró hasta que ya no hubo lágrimas y en algún momento después de eso, dejó de sentir dolor. La indiferencia de la razón tomó el control entonces. Esperó con suma paciencia hasta que el sol se perdió en el horizonte.
Esa misma noche, regresó a Los Países Bajos. Todavía tenía un asunto que resolver allí. Pero las cosas no salieron como ella esperaba; ciertamente las cosas con el vampiro holandés no iban bien desde hacía mucho, pero encontrarlo de la mano de otra mujer no era algo que la orgullosa Shanon pudiera prever y, mucho menos, perdonar. Desquitó su ira con el rey y firmó los papeles de matrimonio antes de que él pudiera impedirle llegar al trono. Pero toda esa rabieta le iba a costar caro.
Fue un mes del carajo. Tuvo que atender compromisos que no le importaban; enfrentó al Rey más de una vez y se negó a la razonable proposición de divorcio... Pero Shanon era una Reina de tomo y lomo y no abdicó. Sin embargo, aquel mes en Los Países Bajos la había desgastado, aunque en el exterior fuera capaz de aparentar la más digna y odiosa indiferencia.
Aprendió de todo ello, no obstante, y fue capaz de trazar su propio destino. Sobrevivió a un complot secreto para asesinarla y descubrió a tiempo de qué país venía semejante traición. Una vez que ató todos los cabos, se decidió a regresar a París para urdir un estratagema que esperaba fortaleciera sus dominios.
Pero cuando se bajó del carruaje, aquella fría medianoche, y tropezó de frente con Rashâd, un mes después de que la abandonara como un juguete inservible en esa casucha miserable, todas sus conspiraciones se fueron directo al desagüe y una ira superior a todo lo que antes hubiera sentido le recorrió la espina dorsal.
Rashâd estaba a punto de sufrir la peor golpiza de toda su vida.
Eso, Shanon se lo tenía jurado desde hacía 400 años atrás y esta vez, nada la iba a detener.
***
La manera en que la tocó se lo dejó perfectamente claro... y hubo una parte de sí misma que odió a cada mujer que estuvo con el vampiro antes que ella. De pronto, perdida en el deseo y en el placer, esa parte que trataba de ahogar desesperadamente en el desprecio y la indiferencia salió a flote y aceptó que lo amaba de tal manera que siempre lo había buscado en los otros hombres con los que compartió su lecho.
Y cuando se miraron... y cuando él la miró como si fuera la única mujer en el mundo, supo que siempre se había mentido, que el rey holandés había sido sólo un juego en su vida; uno muy peligroso y quizás el más divertido..., pero ya no quería jugarlo más... ¡Qué tarde había abierto los ojos! ¡Qué tarde entendía los misterios que yacían en lo más profundo de sí misma y ahora aceptaba!
El vestigio de cordura que le iba quedando, le rogaba que tomase su daga y atravesase el corazón del vampiro y que acabase de una buena vez con la amenaza que cernía sobre ella. Ya antes otro igual a él la había dominado hasta convertirla en una mascota servil y cuando la abandonó a su suerte, prácticamente en las puertas de la iglesia donde harían sus votos, ese día ella se juró que jamás nadie volvería a hacerle semejante cosa. Pero entonces, apareció el fantasma musulmán y, echando abajo todas sus defensas, volvía a ponerla a merced de su caprichoso corazón al que nunca había domesticado, ni siquiera cuando era humana.
Pero ella no hizo caso a esa voz de alerta, ni siquiera cuando la llevó de regreso a su más doloroso pasado.
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Roma, 1465.
El sexo fue increíble, en todo aspecto.
Sintió que se partía en dos cuando él la penetró sin la menor clemencia; pero hábil amante, supo guiarla en la búsqueda del placer y aunque sentía que se rajaba a mitades iguales, todo lo que deseaba era seguir sintiendo ese dolor.
Hasta que é l la mordió en el cuello y el horror desfiguró el rostro de Shanon... ¿Acaso los mitos eran reales y los vampiros de verdad existían?... Demasiado tarde descubría que sí. Al borde de la espantosa agonía en que todo su cuerpo se convirtió en una mezcla de sangre y heces, él extraño la obligó a beber de su propia sangre y ella se descubrió bebiendo con desesperación de la muñeca masculina, hasta que un brutal empujón le arrebató el elixir tan anhelado... Intentó ponerse de pie, pero no pudo; ni siquiera era capaz de fijar la vista en algo; todo a su alrededor era borroso e incierto y su cuerpo escocía como si plomo candente corriera por sus venas; lentamente, el dolor aumentó hasta sumirla en una agonía de semanas.
Como pudo, con la ropa hecha tiras, con las manos destrozadas y con los sentidos anulados, tuvo que gatear hasta una de las casuchas abandonadas para que nadie la descubriera en semejante estado. A momentos el frío la paralizaba, a momentos el hambre le estrujaba las tripas, pero nada era peor que el olor humano; en cuanto algún infeliz pasaba cerca de la choza, Shanon tenía que reprimir el impulso de saltarle encima... Lloró hasta que no tuvo fuerzas; maldijo y gritó hasta el cansancio y casi se desmadró cuando comprendió que nunca más volvería a ver la luz del sol.
Solo una cosa la mantuvo viva: la certeza de que un día, antes o después, se vengaría del hombre que le quitó la vida...
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No pudo.
No quiso.
Rashâd se quedó quieto, mirándola con una devoción que no recordó ver ni siquiera en los ojos de sus padres; acarició su rostro con una ternura indecible y Shanon tuvo el impulso feroz de echarse a llorar como una niña de cinco años, cosa que hizo en el momento en que él la besó, entregándole su corazón. Por alguna razón, ese beso, tan sublime, resucitó a su frío corazón, sólo para matarlo de nuevo.
Sus palabras gentiles y crueles tenían el sabor del adiós... Y Shanon quiso gritar, quiso desgarrarlo con sus propias manos, quiso azotarle la cabeza hasta convertirla en una calabaza destrozada. Le habría saltado encima y lo habría ahorcado hasta morir, si tan solo su cuerpo hubiera obedecido.
Y no sólo no le obedeció, sino que la traicionó con el más humillante y humano de todos los llantos... y lo que fue peor, él no volteó a verla ni siquiera una sola vez. Era como si a ella la hubieran amarrado al suelo y le hubieran sellado la boca. Recordó, en esos instantes ridículos, ese viejo cuento infantil sobre una sirena que convertida en una humana muda debe conquistar el amor de su príncipe... Justamente así se sentía y se odió por eso. Se había jurado 400 años atrás que nunca más la volverían a lastimar así, pero ella misma se entregó en bandeja de plata. ¡Qué crédula! ¡Qué estúpida!
Trató de luchar contra sí misma, pero no pudo; en cuanto intentó ponerse de pie su cuerpo le falló y las piernas se le doblaron como si fueren de lana. Se dejó caer, presa del llanto y del dolor y se acurrucó en el más obscuro rincón, amarrando sus piernas con sus manos y pegándolas a su mentón. Lloró hasta que ya no hubo lágrimas y en algún momento después de eso, dejó de sentir dolor. La indiferencia de la razón tomó el control entonces. Esperó con suma paciencia hasta que el sol se perdió en el horizonte.
Esa misma noche, regresó a Los Países Bajos. Todavía tenía un asunto que resolver allí. Pero las cosas no salieron como ella esperaba; ciertamente las cosas con el vampiro holandés no iban bien desde hacía mucho, pero encontrarlo de la mano de otra mujer no era algo que la orgullosa Shanon pudiera prever y, mucho menos, perdonar. Desquitó su ira con el rey y firmó los papeles de matrimonio antes de que él pudiera impedirle llegar al trono. Pero toda esa rabieta le iba a costar caro.
Fue un mes del carajo. Tuvo que atender compromisos que no le importaban; enfrentó al Rey más de una vez y se negó a la razonable proposición de divorcio... Pero Shanon era una Reina de tomo y lomo y no abdicó. Sin embargo, aquel mes en Los Países Bajos la había desgastado, aunque en el exterior fuera capaz de aparentar la más digna y odiosa indiferencia.
Aprendió de todo ello, no obstante, y fue capaz de trazar su propio destino. Sobrevivió a un complot secreto para asesinarla y descubrió a tiempo de qué país venía semejante traición. Una vez que ató todos los cabos, se decidió a regresar a París para urdir un estratagema que esperaba fortaleciera sus dominios.
Pero cuando se bajó del carruaje, aquella fría medianoche, y tropezó de frente con Rashâd, un mes después de que la abandonara como un juguete inservible en esa casucha miserable, todas sus conspiraciones se fueron directo al desagüe y una ira superior a todo lo que antes hubiera sentido le recorrió la espina dorsal.
Rashâd estaba a punto de sufrir la peor golpiza de toda su vida.
Eso, Shanon se lo tenía jurado desde hacía 400 años atrás y esta vez, nada la iba a detener.
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