AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El ritual [Joris + Leotie]
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El ritual [Joris + Leotie]
Recuerdo del primer mensaje :
El astro rey descendió de su trono, llevándose con él la claridad del día, batallando en el horizonte contra su enemiga y tiñendo el cielo de un color sangriento hasta que, finalmente, la noche venció aquél pulso y se instaló en lo alto de la bóveda celestial junto a su séquito, las estrellas. Fue en ese momento en el que, vestida con las mejores pieles y adornada con las más preciadas de las piedras preciosas que poseía, caminé descalza hacia el lugar en el que llevaría a cabo aquél ritual del que, a pesar de los años que hacía que no lo practicaba ni lo contemplaba, no había desaparecido de mis recuerdos.
Me senté sobre mis rodillas y apoyé mi peso en los dedos doblados de mis pies, justo frente a las ramas y madera amontonadas en forma piramidal. Tomé mis herramientas y de un chispazo, logré encender aquél Fuego Sagrado, sonriendo para mis adentros ante la maravillosa imagen que acudía a mis retinas, de cuando mi tribu se sentaba alrededor de aquella hoguera y juntos, nos reencontrábamos con la Madre Tierra. Ahora, pese a la gran distancia que nos separaba, sabía que ellos, en nuestro hogar, también pensaban en mí y quizás, sólo quizás, también estaban sentados frente a una hoguera como aquella, esperando el momento para empezar aquél rito.
Las llamaradas de color ambarinas escalaban por aquella oscuridad que reinaba en el bosque, intentando alcanzar la luna, cuya luz se focalizaba en aquél pequeño y escondido claro. Tomé una de las piedras amontonadas junto a mí y la deposité sobre la hoguera, contemplando cómo su color azabache iba tornándose de un profundo rubí centelleante. Añadiendo unas cuantas más, esperé a que todas fuesen de color carmesí para tomarlas con cuidado con la ayuda de un cuenco y sumergirme en la cabaña, cantando una antigua canción algonquina mientras tomaba otro cuenco con agua del río y paulatinamente, bañaba aquellas piedras, dejando que su humo vaporoso me envolviera entre sus brazos, inundando la estancia de aquella pequeña cabaña, convertida en un templo de forma redonda, construida a base de dieciséis ramas verticales que se amarraban formando dos cruces de cuatro direcciones iguales, representando a los dieciséis espíritus sagrados: Wi, el sol, portador de luz, calor y vida, el que nos aporta valor y generosidad a nuestra vida; Skan, el movimiento, es la fuerza y energía que nos mueve; Maka, la tierra; nuestra abuela que nos nutre; Inyan, la piedra, la naturaleza eterna del creador, las más anciana; Hanwi, la luna, representa los ciclos de la vida, el sobrenatural de las mujeres; Tate, el viento, controla las estaciones y vigila el sendero que conduce al mundo de los espíritus, padre de los cuatro vientos; Unk, el conflicto, el padre del mal; Wakinyan, el ave del trueno, señor de las tormentas, es el espíritu que crea la energía eléctrica; Tatanka, el búfalo, hermano del indio, el que da la salud, el alimento y la vida; Tob Tob, el oso, nos trae la medicina de las hierbas, el amor y la valentía; Wani, las cuatro direcciones, Controlador del tiempo, mensajero de los sagrados; Yumni Wi, la diosa del mar, restauradora del equilibrio, amor, deporte, juego, energía femenina; Niya, el espíritu, aliento vital, esencia de la persona; Nagi, el alma, habita en los seres humanos, la razon de vivir, la energia de los animales, las piedras, los árboles y los ríos; Otis, la inteligencia, poder innato que habita en cada hombre y en cada mujer; Yumni, el remolino, lo inmaterial, el huérfano que nunca ha nacido, el remolino de aire, el pequeño torbellino, el travieso mensajero de los sobrenaturales. Las cuatro filas de ramas verticales simbolizaban los Cuatro Mundos: el mineral, el vegetal, el animal y el humano. De aquél modo, aquella cabaña representaba la Creación, el Universo.
Y como decía, la sabiduría de mis antepasados, tomando la forma del vapor que las piedras emanaban al contacto con el agua, inundaron mis pulmones y envolvieron mi cuerpo con su voz silenciosa, cerrando mis ojos e inspirando sus palabras, escuchando lo que Wakan Tanka me aconsejaba, dictándome el camino que debía tomar, aquella decisión que me mantenía en vilo desde hacía semanas. ¿Debía luchar para regresar a mi mundo? ¿O debía aceptar la voluntad de mi destino y permanecer en París?
La decisión había sido tomada y ahora debía acatarla.
El astro rey descendió de su trono, llevándose con él la claridad del día, batallando en el horizonte contra su enemiga y tiñendo el cielo de un color sangriento hasta que, finalmente, la noche venció aquél pulso y se instaló en lo alto de la bóveda celestial junto a su séquito, las estrellas. Fue en ese momento en el que, vestida con las mejores pieles y adornada con las más preciadas de las piedras preciosas que poseía, caminé descalza hacia el lugar en el que llevaría a cabo aquél ritual del que, a pesar de los años que hacía que no lo practicaba ni lo contemplaba, no había desaparecido de mis recuerdos.
Me senté sobre mis rodillas y apoyé mi peso en los dedos doblados de mis pies, justo frente a las ramas y madera amontonadas en forma piramidal. Tomé mis herramientas y de un chispazo, logré encender aquél Fuego Sagrado, sonriendo para mis adentros ante la maravillosa imagen que acudía a mis retinas, de cuando mi tribu se sentaba alrededor de aquella hoguera y juntos, nos reencontrábamos con la Madre Tierra. Ahora, pese a la gran distancia que nos separaba, sabía que ellos, en nuestro hogar, también pensaban en mí y quizás, sólo quizás, también estaban sentados frente a una hoguera como aquella, esperando el momento para empezar aquél rito.
- Escenario:
Las llamaradas de color ambarinas escalaban por aquella oscuridad que reinaba en el bosque, intentando alcanzar la luna, cuya luz se focalizaba en aquél pequeño y escondido claro. Tomé una de las piedras amontonadas junto a mí y la deposité sobre la hoguera, contemplando cómo su color azabache iba tornándose de un profundo rubí centelleante. Añadiendo unas cuantas más, esperé a que todas fuesen de color carmesí para tomarlas con cuidado con la ayuda de un cuenco y sumergirme en la cabaña, cantando una antigua canción algonquina mientras tomaba otro cuenco con agua del río y paulatinamente, bañaba aquellas piedras, dejando que su humo vaporoso me envolviera entre sus brazos, inundando la estancia de aquella pequeña cabaña, convertida en un templo de forma redonda, construida a base de dieciséis ramas verticales que se amarraban formando dos cruces de cuatro direcciones iguales, representando a los dieciséis espíritus sagrados: Wi, el sol, portador de luz, calor y vida, el que nos aporta valor y generosidad a nuestra vida; Skan, el movimiento, es la fuerza y energía que nos mueve; Maka, la tierra; nuestra abuela que nos nutre; Inyan, la piedra, la naturaleza eterna del creador, las más anciana; Hanwi, la luna, representa los ciclos de la vida, el sobrenatural de las mujeres; Tate, el viento, controla las estaciones y vigila el sendero que conduce al mundo de los espíritus, padre de los cuatro vientos; Unk, el conflicto, el padre del mal; Wakinyan, el ave del trueno, señor de las tormentas, es el espíritu que crea la energía eléctrica; Tatanka, el búfalo, hermano del indio, el que da la salud, el alimento y la vida; Tob Tob, el oso, nos trae la medicina de las hierbas, el amor y la valentía; Wani, las cuatro direcciones, Controlador del tiempo, mensajero de los sagrados; Yumni Wi, la diosa del mar, restauradora del equilibrio, amor, deporte, juego, energía femenina; Niya, el espíritu, aliento vital, esencia de la persona; Nagi, el alma, habita en los seres humanos, la razon de vivir, la energia de los animales, las piedras, los árboles y los ríos; Otis, la inteligencia, poder innato que habita en cada hombre y en cada mujer; Yumni, el remolino, lo inmaterial, el huérfano que nunca ha nacido, el remolino de aire, el pequeño torbellino, el travieso mensajero de los sobrenaturales. Las cuatro filas de ramas verticales simbolizaban los Cuatro Mundos: el mineral, el vegetal, el animal y el humano. De aquél modo, aquella cabaña representaba la Creación, el Universo.
Y como decía, la sabiduría de mis antepasados, tomando la forma del vapor que las piedras emanaban al contacto con el agua, inundaron mis pulmones y envolvieron mi cuerpo con su voz silenciosa, cerrando mis ojos e inspirando sus palabras, escuchando lo que Wakan Tanka me aconsejaba, dictándome el camino que debía tomar, aquella decisión que me mantenía en vilo desde hacía semanas. ¿Debía luchar para regresar a mi mundo? ¿O debía aceptar la voluntad de mi destino y permanecer en París?
La decisión había sido tomada y ahora debía acatarla.
Kahlan M. Délvheen- Realeza Neerlandesa
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Re: El ritual [Joris + Leotie]
Las flechas las usaría como lanzas. El arco, sólo era como arma defensiva por si volvían a atacarme los traficantes de esclavos o, mucho a mi pesar, debía escapar de las garras de algún animal salvaje y hambriento. Hasta ese momento, tan sólo me había enfrentado a la ira de los hombres blancos, exceptuando aquella serpiente. Generalmente, convivía en paz y armonía junto al resto de animales que vivían en aquél bosque.
- ¡Estoy bien, gracias!- le grité a Joris, alzando la mano vendada y, con una amplia y divertida sonrisa, empezar a correr velozmente hacia el riachuelo más próximo.
Dejé el arco apoyado sobre la corteza de un árbol y con sigilo me sumergí en las aguas frescas, inspirando feliz la brisa matinal que traía las montañas. Vi una trucha no muy lejos de mí, así que empuñé una de las flechas y la lancé contra él, haciendo un gesto con las piernas para facilitarme el ataque. No obstante, la falda era ceñida a mis muslos y aquellos movimientos no me permitía llevarlos a cabo. Refunfuñé, molesta por dejar escapar aquella presa. Entonces miré a un lado y a otro, asegurándome de que Joris no andaba cerca. Estos rostros pálidos son muy supersticiosos, reí para mis adentros, despojándome del ropaje que impedía mis rápidos y concisos movimientos.
Una vez me sentí plenamente libre, volví al acecho. Ésta vez se trataba de una pareja de truchas con un pequeño séquito de peces de la misma raza, sólo que de menor tamaño. Me centré en los dos adultos, tomando entre mis dedos dos de mis lanzas, una con cada mano. Una gota de sudor cruzó mi rostro, sin desequilibrar mi cuerpo inclinado y perfectamente estático... hasta que, en el momento preciso, la punta de las flechas se clavaron en sus respectivas cabezas, matándolos al instante. Di un brinco llena de alegría y alcé mis trofeos para admirarlos, volteándome hacia la orilla. Pero entonces, un gruñido tras mi espalda congeló mi cuerpo y mi alma. De reojo, una monumental figura amenazaba con devorarme del mismo modo que yo deseaba consumir aquellos peces.
El oso, de pelaje marrón, robusto y de gran altura, volvió a gruñir, haciéndome tambalear en aquella roca dónde me hallaba, pues ésta restaba húmeda por el agua del riachuelo, cayendo al agua. Sus ojos centelleaban de alegría ante el inminente bocado que se llevaría. Sus dientes de marfil amenazaban con destriparme sin piedad alguna. Y sus garras de acero, se alzaron entonces hacia mi tiritante y frágil cuerpo de porcelana. A tientas, busqué una de mis flechas para batallar con tal monstruoso animal y, aunque la localicé, recordé que el arco estaba demasiado lejos de mi alcance. Tragué saliva y miré cómo la Muerte, bajo la piel de aquél gigantesco y hambriento oso, alzaba su particular guadaña.
Y cerré los ojos.
- ¡Estoy bien, gracias!- le grité a Joris, alzando la mano vendada y, con una amplia y divertida sonrisa, empezar a correr velozmente hacia el riachuelo más próximo.
Dejé el arco apoyado sobre la corteza de un árbol y con sigilo me sumergí en las aguas frescas, inspirando feliz la brisa matinal que traía las montañas. Vi una trucha no muy lejos de mí, así que empuñé una de las flechas y la lancé contra él, haciendo un gesto con las piernas para facilitarme el ataque. No obstante, la falda era ceñida a mis muslos y aquellos movimientos no me permitía llevarlos a cabo. Refunfuñé, molesta por dejar escapar aquella presa. Entonces miré a un lado y a otro, asegurándome de que Joris no andaba cerca. Estos rostros pálidos son muy supersticiosos, reí para mis adentros, despojándome del ropaje que impedía mis rápidos y concisos movimientos.
Una vez me sentí plenamente libre, volví al acecho. Ésta vez se trataba de una pareja de truchas con un pequeño séquito de peces de la misma raza, sólo que de menor tamaño. Me centré en los dos adultos, tomando entre mis dedos dos de mis lanzas, una con cada mano. Una gota de sudor cruzó mi rostro, sin desequilibrar mi cuerpo inclinado y perfectamente estático... hasta que, en el momento preciso, la punta de las flechas se clavaron en sus respectivas cabezas, matándolos al instante. Di un brinco llena de alegría y alcé mis trofeos para admirarlos, volteándome hacia la orilla. Pero entonces, un gruñido tras mi espalda congeló mi cuerpo y mi alma. De reojo, una monumental figura amenazaba con devorarme del mismo modo que yo deseaba consumir aquellos peces.
El oso, de pelaje marrón, robusto y de gran altura, volvió a gruñir, haciéndome tambalear en aquella roca dónde me hallaba, pues ésta restaba húmeda por el agua del riachuelo, cayendo al agua. Sus ojos centelleaban de alegría ante el inminente bocado que se llevaría. Sus dientes de marfil amenazaban con destriparme sin piedad alguna. Y sus garras de acero, se alzaron entonces hacia mi tiritante y frágil cuerpo de porcelana. A tientas, busqué una de mis flechas para batallar con tal monstruoso animal y, aunque la localicé, recordé que el arco estaba demasiado lejos de mi alcance. Tragué saliva y miré cómo la Muerte, bajo la piel de aquél gigantesco y hambriento oso, alzaba su particular guadaña.
Y cerré los ojos.
Kahlan M. Délvheen- Realeza Neerlandesa
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Re: El ritual [Joris + Leotie]
Joris la vio alejarse y suspiró. Dios, qué difícil era todo con aquella chica y su falta de vergüenza. Fue amontonando las madera más reseca que encontró y luego un montón de ramitas y hojas secas que harían las veces de yesca. Cuando hubo terminado rebuscó entre los bolsillos de la ropa hasta que encontró pedernal, que golpeó varias veces contra el acero del cuchillo hasta provocar chispa. En pocos minutos el fuego se asentó y empezó a consumir los troncos más grandes. Joris se quedó un buen rato vigilando el fuego, mientras tarareaba una cancioncilla popular. Parecía que no se iba a apagar, así que guardó el cuchillo y se dirigió hacia el riachuelo para ver cómo le iba a Leotie con la pesca. La verdad es que tenía bastante curiosidad por ver cómo se las ingeniaba con sólo flechas y no una red o un arpón. Pero quién sabe, igual funcionaba…
Notó que había algo raro según se acercaba al riachuelo. A pesar de que sus habilidades estaban muy limitadas notó algo en el ambiente… Un aroma que no había percibido cuando salió de la tienda. Olía a bosque, a sudor, sangre seca y almizcle. Y también a… ¡Mierda! No le costó mucho más reconocer el aroma propio de un oso. Empezó a correr tan rápido como pudo mientras el acero del cuchillo brillaba en su mano. Por allí cerca había un oso; tenía que encontrar a Leotie y ponerse a cubierto lo antes posible antes de…
¡Más mierda! Cuando salió de entre los árboles se topó casi de bruces con la espalda del oso. Durante una fracción de segundos no supo muy bien cómo reaccionar y a punto estuvo de quedarse en el sitio, dar media vuelta y dejar a Leotie que se las apañara con sus espíritus y el oso. Pero en lugar de eso apretó el paso para coger impulso y saltó sobre la espalda de la bestia. Seguía siendo más fuerte y rápido que la mayoría de los humanos, así que no le costó aterrizar sobre los hombros del animal, que empezó a revolverse al sentir a Joris a su espalda.
-¡Lárgate!-le gritaba a Leotie-. ¡Venga joder! ¡Vete!-tenía que usar ambas manos para sujetarse a los pelos del oso y estuvo a punto de perder el cuchillo de carnicero. Pero consiguió retenerlo y siguió tirando de los pelos del animal para darle tiempo a Leotie y que se fuera de allí.
Notó que había algo raro según se acercaba al riachuelo. A pesar de que sus habilidades estaban muy limitadas notó algo en el ambiente… Un aroma que no había percibido cuando salió de la tienda. Olía a bosque, a sudor, sangre seca y almizcle. Y también a… ¡Mierda! No le costó mucho más reconocer el aroma propio de un oso. Empezó a correr tan rápido como pudo mientras el acero del cuchillo brillaba en su mano. Por allí cerca había un oso; tenía que encontrar a Leotie y ponerse a cubierto lo antes posible antes de…
¡Más mierda! Cuando salió de entre los árboles se topó casi de bruces con la espalda del oso. Durante una fracción de segundos no supo muy bien cómo reaccionar y a punto estuvo de quedarse en el sitio, dar media vuelta y dejar a Leotie que se las apañara con sus espíritus y el oso. Pero en lugar de eso apretó el paso para coger impulso y saltó sobre la espalda de la bestia. Seguía siendo más fuerte y rápido que la mayoría de los humanos, así que no le costó aterrizar sobre los hombros del animal, que empezó a revolverse al sentir a Joris a su espalda.
-¡Lárgate!-le gritaba a Leotie-. ¡Venga joder! ¡Vete!-tenía que usar ambas manos para sujetarse a los pelos del oso y estuvo a punto de perder el cuchillo de carnicero. Pero consiguió retenerlo y siguió tirando de los pelos del animal para darle tiempo a Leotie y que se fuera de allí.
Joris Toulalan- Licántropo Clase Baja
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Re: El ritual [Joris + Leotie]
El oso luchaba fieramente para liberarse de Joris cuando todo encajó; un animal no ataca a no ser que haya un factor desencadenante. Pero.. ¿cuál era? Miré a mi alrededor, buscando quizás una cueva en la que habitara y la bestia se sintiera amenazada ante mi presencia, pero no lo encontré. Miré mi atuendo y olisqueé la piel del dorso de mi mano, sin atisbar nada que pudiese irritar al oso... o mejor dicho, osa. ¡Se trataba de una hembra! ¿Qué buscaba allí? ¿Huiría de algún cazador? Su cuerpo parecía en perfecto estado, lejos de tener alguna herida. ¿Entonces qué...? Agaché la mirada para buscar alguna roca que lanzarle y ayudar a Joris, pues desde luego, no pensaba dejarle allí con aquél animal. Fue en ese momento, en el que me percaté de algo, de la verdadera razón de su enfado: la comida.
Había cazado un par de peces y probablemente, aquella era su zona, la parte del bosque de la que se alimentaba y acababa de robarle su alimento, quizás también para sus retoños. Respiré hondo para calmarme y tomé a las truchas ya inertes, una en cada mano. Pareció que así había captado la atención de la osa, que me miraba resoplando por la energía usada en liberarse de Joris, quién permanecía firmemente agarrado de su pelaje.
- Kīnomw?- vociferé en forma de pregunta, aunque ya sabía que codiciaba lo que tenía entre manos.- Ohtinam.
Extendí mis brazos hacia ella con la mirada fija en sus ojos, dejando los pescados sobre una gran roca hallada en medio del río, siendo ése, el punto de inflexión, la zona del trato. Alcé la vista hacia Joris cuando la bestia estuvo calmada, indicándole que cuidadosamente, bajase de ella si no quería morir en cuanto el animal tuviese su anhelado alimento. Así, la osa se inclinó y de un zarpazo, tomó las truchas, llevándoselas a la boca y mirándome con extrañeza y un deje severo. Respiré aliviada.
Había cazado un par de peces y probablemente, aquella era su zona, la parte del bosque de la que se alimentaba y acababa de robarle su alimento, quizás también para sus retoños. Respiré hondo para calmarme y tomé a las truchas ya inertes, una en cada mano. Pareció que así había captado la atención de la osa, que me miraba resoplando por la energía usada en liberarse de Joris, quién permanecía firmemente agarrado de su pelaje.
- Kīnomw?- vociferé en forma de pregunta, aunque ya sabía que codiciaba lo que tenía entre manos.- Ohtinam.
Extendí mis brazos hacia ella con la mirada fija en sus ojos, dejando los pescados sobre una gran roca hallada en medio del río, siendo ése, el punto de inflexión, la zona del trato. Alcé la vista hacia Joris cuando la bestia estuvo calmada, indicándole que cuidadosamente, bajase de ella si no quería morir en cuanto el animal tuviese su anhelado alimento. Así, la osa se inclinó y de un zarpazo, tomó las truchas, llevándoselas a la boca y mirándome con extrañeza y un deje severo. Respiré aliviada.
Kahlan M. Délvheen- Realeza Neerlandesa
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Fecha de inscripción : 09/09/2011
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Re: El ritual [Joris + Leotie]
Por fin había logrado empuñar con fuerza el cuchillo y estuvo a punto de lanzar una puñalada contra el cuello del oso, pero al ver lo que hacía Leotie se contuvo. No le hacía ni puta gracia lo que estaba pasando, pero saltó y bajó del oso, alejándose de la bestia con precaución. La bestia parecía que se había calmado bastante, pero Joris seguía con el vello de punta y los colmillos desnudos, sin perder de vista al oso.
-¿Qué coño va a pasar ahora...?-murmuró el licántropo más para sí que para Leotie. El oso había cogido el pescado, les lanzó a los dos una mirada amenazadora... Hasta que al final se giró y volvió a internarse en el bosque con bastante prisa-. Mecagüen...
Guardó el cuchillo en la funda que le colgaba del cinturón y se acercó a Leotie, que, como venía siendo habitual, volvía a estar completamente desnuda. Le ofreció la mano para ayudarla a salir del riachuelo.
-Deberíamos volver al campamento...-dijo mientras recogía el arco y las flechas de Leotie para ofrecérselas. Quería salir de aquél bosque cuanto antes y se estaba hartando bastante de todo lo que ocurría allí dentro-. No parece seguro quedarse aquí mucho más tiempo.
-¿Qué coño va a pasar ahora...?-murmuró el licántropo más para sí que para Leotie. El oso había cogido el pescado, les lanzó a los dos una mirada amenazadora... Hasta que al final se giró y volvió a internarse en el bosque con bastante prisa-. Mecagüen...
Guardó el cuchillo en la funda que le colgaba del cinturón y se acercó a Leotie, que, como venía siendo habitual, volvía a estar completamente desnuda. Le ofreció la mano para ayudarla a salir del riachuelo.
-Deberíamos volver al campamento...-dijo mientras recogía el arco y las flechas de Leotie para ofrecérselas. Quería salir de aquél bosque cuanto antes y se estaba hartando bastante de todo lo que ocurría allí dentro-. No parece seguro quedarse aquí mucho más tiempo.
Joris Toulalan- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 18/09/2011
Re: El ritual [Joris + Leotie]
Tomé la mano de aquél hombre mientras mis pies dejaban la humedad del río para secarse con el césped salvaje que allí crecía. Llevé mis armas a los costados para que no me molestaran mientras caminaba hacia la dirección que Joris me marcaba, hasta que habló del bosque con recelo, deteniendo mis pasos hasta dejarle caminar unos metros más allá.
- Es mi hogar.- discrepé con voz ruda, entrecerrando mis ojos y abriendo mis piernas en una postura más atacante que defensora.
¿Por qué los blancos nunca comprendían la naturaleza que les rodeaba? ¿Por qué siempre intentaban distanciar su civilización del mundo salvaje? ¿Por qué jamás intentaron unir ambos espíritus?
Y si debía escoger entre la Humanidad y la Naturaleza, ya sabía qué camino tomar. De este modo, y manteniendo aquella posición hierática, tragué saliva y alcé el mentón hacia él.
- Sigue el río hasta su desembocadura en el puerto. Allí estarás a salvo de salvajes como yo.- espeté algo malhumorada.
Sin más, di media vuelta y volví a sumergir mis tobillos en el agua, cruzando el río, olvidando tras mis huellas mi ropaje y el único vínculo que podía devolverme a una civilización. Y sin mirar atrás, sonreí, perdiéndome luego entre el extenso follaje con el que la Madre Tierra abrazaba mi decisión de seguir siendo... libre.
- Es mi hogar.- discrepé con voz ruda, entrecerrando mis ojos y abriendo mis piernas en una postura más atacante que defensora.
¿Por qué los blancos nunca comprendían la naturaleza que les rodeaba? ¿Por qué siempre intentaban distanciar su civilización del mundo salvaje? ¿Por qué jamás intentaron unir ambos espíritus?
Y si debía escoger entre la Humanidad y la Naturaleza, ya sabía qué camino tomar. De este modo, y manteniendo aquella posición hierática, tragué saliva y alcé el mentón hacia él.
- Sigue el río hasta su desembocadura en el puerto. Allí estarás a salvo de salvajes como yo.- espeté algo malhumorada.
Sin más, di media vuelta y volví a sumergir mis tobillos en el agua, cruzando el río, olvidando tras mis huellas mi ropaje y el único vínculo que podía devolverme a una civilización. Y sin mirar atrás, sonreí, perdiéndome luego entre el extenso follaje con el que la Madre Tierra abrazaba mi decisión de seguir siendo... libre.
Kahlan M. Délvheen- Realeza Neerlandesa
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Fecha de inscripción : 09/09/2011
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