Como la primera vez [Oscar]

Cuanto tiempo permanecieron en la plaza fue algo que no logro descifrar con facilidad. Pudieron haber sido unos minutos que se le antojaron como horas y se le fueron como segundos. Habían escuchado las sinfonías del violinista hasta que la inspiración pareció esfumarse de su cuerpo como en compañía de las notas que quedaban aun volando en el aire. Cuando el silencio reino por encima del barbullo y comenzaba a volverse una latente preocupación no regresar a su vivienda decidió marcharse, un convenio en que ambos estuvieron de acuerdo. Porque bien sabia él, que un segundo más equivaldría al día entero, pues debes de tantos minutos uno más parecía no afectar, no hasta percatarse que la suma de todos ellos daba una cifra escalofriantes. No, mejor era partir antes que un minuto pareciera poco.

Regreso pues, sobre sus pasos y en dirección de su “hogar”, trepando por la escalinata que llevaba de aquí a allá las voces y memorias del edificio. Le parecía escuchar, si prestaba atención, en las noches heladas de Diciembre como la anciana del piso bajo el suyo se quejaba continuamente del dolor en sus huesos, maullaba cual gato llorando, rogando a los cielos por una solución. Si supiera ella, si tan solo ella supiera que aquel Dios al que le rezaba pecaba de negligencia. Se había bañado con tranquilidad, sintiendo como las perladas gotas de agua resbalaban sobre su cuerpo en una carrera contra el tiempo, algunas se acunaban entre sus cabellos y se colgaban a sus pestañas y sus hombros. Caían, suicidándose desde su nariz para romperse en contacto con el suelo como una gota de cristal.

Ahora, sin embargo. Se encontraba de camino a aquel lugar, el acordado para la cita. Y se encontró a si mismo preocupándose por cómo debía lucir. Recordaba aun como lo hacía en aquella lejana ocasión hace más de un año atrás. Sus mejillas se adherían a su piel, parecía usar prendas varias tallas más grandes que la adecuada. Sus costillas sobresalían ante la luz y sus entradas, ahora levemente ejercitada por necesidad y no placer, eran dos sobresalientes huesos en aquel entonces. Sus manos, sus manos sin embargo eran perfectas y no como ahora, temblorosas y deformes.

Arribó al lugar, algunos minutos antes de lo acordado y pudo ser observador de la graciosa e inusual manera en que las personas comenzaban a llegar. Familias enteras se arrebujaban aquí y allá en búsqueda de la primera entrada y el mejor lugar, los niños correteaban entre las faldas de sus madres y los hombres sujetaban a sus esposas y parejas. El barbullo todo lo inundo e inconexas palabras comenzaron a invadir sus oídos. El hombre de traje negro y moño atado al cuelo se encontraba ya en la entrada, permitiendo el paso a todo aquel que comprase un boleto. Los gansos, recordó, había visto gansos caminar tras de hombres como si pensaran que eran sus madres. Una torpe sonrisa crispo sus labios mientras aguardaba con ambos boletos entre sus manos.

Nada más llegar de vuelta al burdel, decidió que aquel día no iba a recibir a nadie. No estaba en posición de elaborarse los programas a su gusto, pero era uno de los empleados más antiguos allí y de los más implicados, de modo que la madame poco tenía que criticar a sus esporádicas libertades. Para contrastar con lo que se esperaría, más bien se mostró interesada y junto a otras compañeras y compañeros de trabajo le estuvieron fusilando a preguntas prácticamente lo que quedó de tiempo hasta dos horas antes de la cita.

'Porque en las citas se suele llegar puntual, Oscar' le informaron mientras elegía la ropa indicada.

No quería llamar la atención, había podido percatarse de que Anuar pertenecía a una clase inferior y su intención no era resaltar más que él, aunque sí que deseaba ir 'arreglado'; gustarle. También era lo que se solía comentar respecto a las citas, si ibas bien o no para la ocasión... Oscar se decantó por un aspecto no muy alejado del que ofrecía aquella mañana en su primer encuentro, pero con una camisa distinta, algo más ceñida y de color rojo. También se adecentó el pelo y pensó si perfumarse, cosa que no hacía nunca, mas se acabó decidiendo por la negativa, ya que tampoco le hacía mucha gracia parecer artificial o demasiado preocupado por las apariencias.

Mientras se dirigía al lugar de la reunión no dejó de inquirirse ni un solo instante sobre lo que significaba cuanto había empezado a hacer desde el comienzo del día. De camino, pasó por aquel puente y como si buscara más testigos aparte de Anuar, miró hacia el agua que encarcelaba a sus piedras y se acordó con mofa de la ocurrencia que le había pasado por la cabeza aquella mañana: que si seguía así, el día no iba a acabar bien... No sabía si ahora, él seguía 'así' pero, bien o mal, lo seguro es que ese día iba a acabar distinto y... ¿Por qué seguir negándose gilipolleces? Tenía la sensación de que no, no iba a ser 'mal' (se estaba auto-engañando por miedo a la sensibilidad, de modo que dentro de su continuo desengaño, ya era una ventaja).

Divisó a Anuar próximo a la entrada del circo y lo saludó a lo lejos, a la vez que invertía los últimos pasos que los separaban en contemplar con relamido agrado la figura del rumano.

Vaya, y yo que creía que llegaba pronto...

Alzó la mirada cuando escucho aquella voz aprendida horas atrás y a la cual no volvería a confundirla con ninguna otra. Le agradaba, sobre todo, la manera en que pronunciaba su nombre, como si le costara esfuerzo y más sin embargo con una calidez y elegancia indigna en su haber. Anuar, no era un nombre en el cual residiesen los modales, lo ostentoso ni lo hogareño ¿por qué entonces se le antojaban esas cosas al escucharlo en pos de otro? En labios de aquel que ya conocía el tacto de los propios.

-prefiero esperar a ser esperado- confesó sin mayor amago que el de decir la verdad. Porque mentir le sonaba ahora a un sinuoso veneno que dañaría sus adentros. Aquellas, y pocas, cosas que valía la pena seguir guardando, aunque fuese lejos de los demás, aunque nadie pudiese decir jamás que en verdad existieron. Agitó con suavidad los boletos frente a su rostro, permitiéndoles conocer la delicadeza en su rostro –tenía que comprarlos además- aseveró entregándole el correspondiente y comenzando a avanzar a la entrada de la inmensa carpa de colores que se mantenía erguía por cuerdas y mástiles de robusta madera y metal.

Le otorgo el propio al hombre que se encontraba en la entrada. Aquel cuidador del mundo casi apócrifo que tenía lugar en su interior. Algunos ases solares se colaban por debajo de la carpa ayudando a la pobre iluminación del lugar. Se adentro con lentitud como si de alguna manera, tuviese que acostumbrarse a aquel otro mundo de seres fantásticos y animales sorprendentes. Recordaba también a los diminutos caballos que habían aparecido con penachos sobre las cabezas y coloridos lomos para montar.

Buscó con la mirada algún lugar entre las bancas y tablas de madera y las sillas próximas al centro del lugar -¿Dónde te quieres sentar?- le cuestiono resueltamente apartándose al sentir el codo de un extraño encarnarse en su espalda.

Off: El fin de semana saldre de viaje, bueno a partir de mañana no estare y regreso el domingo por la noche pero seguramente no podre contestar sino hasta el lunes. Un gusto estar roleando contigo =).

Oscar perdió su mirada entre el gentío contranatura que le inspiraban aquella clase de sitios. Le encantaban los circos, del tipo que fueran, pero más cuando su carcasa era oscura, sus escondrijos de mala muerte y sus actantes tan pobres como las ratas, usando esa habilidad especial que les había dado la vida desde el otro lado de lo 'estipulado' por las clases más altas, pero también más ignorantes.

Siempre que decidía moverse por aquellos establecimientos se quedaba mirando a los culturistas que arrastraban un imperio con sólo estirar de su garganta o a los cortosionistas que observaban en un 'donde' y en un 'cómo' que no tenían nada que envidiar al punto de vista de las estrellas. O a las personas que exponían los síntomas de sus enfermedades como características fascinantes y atributos que admirar por inusualmente mágicos... Por no hablar de los domadores o los jinetes, todo lo que se viera envuelto con animales era digno de respetarse en sus creencias.

Así que realmente, la posición donde contemplar el omnipresente espectáculo para él era lo de menos.

Aquí está bien -decidió casi al azar, cogiendo a Anuar de la muñeca para guiarlo hasta unos cuantos lugares más arriba, algo céntricos-. Habrá algún carromato dedicado al tarot. ¿Verdad? Luego me gustaría ir también, te aseguro que la visita puede ser satisfactoria. Siempre que sepan echarte las cartas como los consejos filosóficos que realmente representan cada una, y no como burdos símbolos para alimentar un comercio que busca ser tétrico porque sí. A causa de los prejuicios que se han formado a raíz de esto, el tarot se ha desmitificado hasta el punto de no ser tomado en serio...

Se estiró para comprobar que aun así, el lugar en el que se habían asentado era bueno y volvió a liberar aquel acto reflejo de posar su atención sobre el suelo que pisaban otras gentes para rastrear cajas de cerillas por la zona.

Off: No te preocupes, ¡pásalo muy bien allá donde vayas! También es todo un placer para mí rolear contigo. ¡Escribes francamente bien y tu estilo desgarrado, aunque suave es digno de admirar! Le da mucha personalidad a Anuar.

Se dejo guiar mientras observaba el lugar, permitiendo a sus sentidos deleitarse las pupilas y los oídos, con el bullicio de las personas y el silencio inflexible de los actores que pronto tomarían lugar en el escenario que era más bien un llano al centro del todo, un tapete colorido seria su espacio. Comenzarían a formar con trajes y maquillajes aquel mundo de ensueños que parecía arrebatar sonrisas y carcajadas, suspiros y asombros que en otras situaciones no serian permitidos.

Se sentó, enarcando una ceja y sonriendo ante la extensa explicación de Oscar, hablaba, como si en efecto el conociera bien sus inicios y su andar por este mundo. Quizás, solo acostumbraba visitar aquellos sitios, donde la buena nueva se exclamaba a los cielos y el futuro se dejaba a merced de unas cartas, unos dados o un gitano. Ya alguna vez le habían cantando su provenir, negado aun así a aquellos hechos pensaba con firme convicción que el futuro solo uno lo puede hacer. Deshacer y construir o, en su defecto, destruir.

-podria acompañarte, claro que si, pero no son cosas que me hagan sentir curiosidad ¿Cuál es el afán de conocer lo que aun no es? A fin de cuentas…ya será- sonrió de medio lado acomodándose en su lugar, con la espalda recta y las piernas flexionadas para permitir a las personas andar de aquí a allá. A fin de cuentas, no era un amante de la cercanía y el gentío. Sino, más bien, creía que el silencio era el imperio de la razón y que solo en él uno lograba comprender lo que la gente se esmeraba en gritar a viva voz, mentiras y ultrajos a la razón. Más en aquel instante el silencio, como la soledad, no eran sus aliados ni sus más grandes anhelos. La compañía, sin embargo, a lo que se aferraba con tranquilidad.

-¿te gusta a ti predecir tu futuro? Creo que eso sería una injusta ventaja- aseveró volteándole a ver y más que un reproche su rostro expuso algo que asimilándose a la alegría resultaba confuso y mezquino. Como una sonrisa ahogada o un abrazo al aire.

Escuchó las palabras de Anuar mientras no dejaba de buscar las marcas de vicio en el pavimento, repleto de colillas deshechas o pisadas de zapato demasiado evidentes o un poco de la suciedad natural del lugar a las afueras que escogían para ese tipo de establecimientos. Las cajas de cerillas eran la prueba evidente de los crímenes que nunca nadie aceptaba como suyos, sino más bien como marcas de lo inevitable, de lo más contaminante e inescrutable. A veces, se sentía identificado con ellas, pero eso continuaba sin ser una explicación a su deseo de coleccionarlas. Quizá, en aquel día, momento, compañía... se viera capacitado para empezar a responder a ello.

Como dije, el auténtico origen de cada carta representa un consejo, te muestran lo que ya conoces, y a raíz de ello lo único que tratan es de guiarte. De modo que... -contestó, primero deambulando su mirar al frente, a esa majestuosidad teatral acerca de la que todos especulaban, pero que nadie conocería de verdad hasta el primer chasquido del maestro de ceremonias; y después, cesó la búsqueda nefasta sobre el suelo para ofrecer al rostro de Anuar una de sus mordaces sonrisas-. ¿Quién hablaba de predecir el futuro? Dada la situación, ni siquiera es estrictamente necesario preguntar por el futuro -de repente, deshizo un poco su expresión al dejarse arrastrar por la suavidad significativa de los ojos de su acompañante y a pesar de que no apartó su mirada, la de Oscar claramente ya no estaba en aquel circo-. A mí hace tiempo que ya no me importa. Me interesa más indagar en el pasado.

Lo pensó unos instantes antes de aventurarse a que el viento arrastrara nuevamente su voz en forma de inconexas oraciones y palabras que buscando hogar en oídos ajenos perecían ante el suelo a sus pies. Con tanta delicadeza eran pronunciadas que su fragilidad les impedía sobrevivir -¿Cómo el I Ching?- le cuestiono encontrando en su cuestionamiento la duda. Nunca había consultado aquel libro de procedencia más antigua que tantas cosas, el hombre mismo debía haber olvidado ya quien era en esas fechas. Un libro de adivinación se aventuraban a asegurar algunos, más de moral y enseñanzas que un oráculo.

-peligroso lugar para indagar…es donde se esconden todas las verdades, los monstruos y temores o de tener suerte las más grande alegrías- no necesitaban cuestionarle que habitaba en su pasado para que pudiera contestar. Era un dédalo en el que cual se perdía cada que intentaba atravesar, llegaban como densa lluvia a su memoria, golpeaban su conciencia con recuerdos que anhelaba olvidar. Olvidaba, todo aquello que valía la pena recordar y su mente era más bien un bufón, una comedia para la vida, quizás un entremés. Suponía, que de existir un Dios le gustaba observar aquel pasado y recordar como nada había hecho para evitarlo.

-¿estás dispuesto a que indaguen en el tuyo?- porque el mismo no estaba seguro de que la respuesta a aquella afirmación fuese a ser un sí. Todos aquellos que le habían llegado a conocer, que comprendían el motivo de ser y la necesidad de no serlo, habían terminado alejándose de él. Desapareciendo como devorados por una lengua de fuego o un embravecido mar, solo Sophia seguía con él, pero solo a ella la necesitaba. Desvió la mirada pues, hacía el suelo -¿qué es lo que con tanta atención buscas?- aquello que le robaba protagonismo. ¿Y desde cuando le importaba recibir atención?

Y con lentitud el rostro de su acompañante comenzó a extinguirse entre la furia hambrienta que era la obscuridad, le engullía entre sus fauces apretando sus sienes con sus puños de invisible materia negra, atrapaba entre sus brazos su cuerpo mientras el centro del lugar parecía comenzar a cobrar vida. Se acomodo en su asiento, rozando disimuladamente el del ajeno para otorgarle una fingida atención al escenario.

Al oír cómo las preguntas de Anuar volvían a transformarse en un pasaje para deambular muy lejos más afectivo que cualquier tirada del tarot, decidió volcar su atención en la alineación de los sucesos de entretenimiento que disponía la arena del circo. Desde el principio sabía que acudiendo a aquella cita corría el riesgo de ser la carnaza perfecta para más interrogatorios, pero poco tenía que culpar al rumano que tanto empezaba a adueñarse de sus preocupaciones, pues había sido Oscar el que había propuesto el reencuentro y además de todo en aquel sitio tan supuestamente simbólico para Anuar.

Claro que también empezaba a comprender el motivo por el cual no era habitual en él explorar temas con tanto trasfondo: ante la falta de práctica, era asquerosamente certero que pudiera vislumbrarse algo de su propia alma.

Lo sabré cuando alguien me lo diga... -y todavía no había acabado de desentramar si ese 'alguien' se refería a una persona concreta. Por el bien de su felicidad, le convenía que aún estuviera por descubrirse, que fuera alguien como Anuar...

¡¿En qué diablos estaba pensando?!

Sin duda, resultaba más esperanzador.

¡¿'Esperanz' qué?!

Seguidamente, colocó un brazo encima del respaldo del asiento del otro hombre y tras adelantar el torso hacia él, le embistió con una de sus miradas más recónditas, profanando las leyes de cercanía tan veloz como pudiera esfumarse aquella sarta de... ocurrencias mentales.

¿Tú no sientes especial fascinación por algún puesto en concreto? -inquirió y sin dejar de mirar hacia el mismo punto en el muchacho, continuó con un:- Todavía no te he dicho lo bien que te ves, por cierto...

La repentina cercanía le robo el aliento, se olvido por unos segundos de respirar y el vello de sus brazos se erizo ante el tacto del lejano aliento ajeno sobre su piel -¿algún puesto en donde?- y que torpe se sintió cuestionándole al respecto. Sin embargo, una incógnita necesaria pues entre pensamientos y silencios el andar de la conversación se le había escapado de las manos. Se evaporaba ahora entre sus labios como vaho ¿se referían a un puesto en su futuro o en el circo? Meneó la cabeza disimuladamente alejando tales y cuales pensamientos de él, para regresar su atención a quien la merecía, y a quien aun quizás sin merecerla la poseía.

Giro su rostro con lentitud para toparse con aquella profunda mirada en la cual no había caído antes con tan próxima cercanía. Un impulso de su cuerpo y el espacio entre ambos se extinguiría. Entreabrió los labios volviendo su mirada al frente, rompiendo con rapidez con aquella extraña conexión que sin ser visible había llegado a existir ¿O era su imaginación la que causaba aquellas sensaciones? Que con esfuerzo había logrado reprimir, si en antaño le habían dicho maricón los insultos y adjetivos denigrantes que pudiesen decirle ahora bastarían para hacerle bufar de indignación.

-gracias…-susurró estrechando su espalda contra su respaldo, estirando las piernas para volcar su atención en algo más. Deseaba, poder disfrutar de su compañía y nada más. Falacias. Engaños a su propio ser. Una inexacta verdad que no se esmeraba en refutar. Si solo deseaba su compañía era algo que no estaba dispuesto a contestarse aun, quizás por miedo a desconocer su propia respuesta, o a comprenderla tan bien que pensar en ello que le causaba aquellas extrañas nauseas que parecían enfriarle el estomago.

El mismo que se esmero tantos años de su vida en odiar y negarse a todo deseo carnal que su cuerpo pudiese tener, el que tacho a cada suripanta de despreciable y denigrante ser. El mismo que había asegurado no ser jamás como aquellos que todo le quitaron, no podía ahora pensar en olvidar con tal facilidad sus convicciones. No quería aun confesar que podría no ser diferente a los demás. Apretó con su mano su rodilla, la que mantenía lejana a su compañero y aunque sus melados ojos yacían fijos en el escenario su mirada iba más allá. Se remontaba a recuerdos y pensares que no se atrevía aun a exponer al aire –tu también luces bien- confesó escuchando un diminuto shh proveniente de algunos asientos más allá. Y es que en medio del silencio su voz había sonado alta y clara ¿en qué momento había comenzado el espectáculo?

Oscar había empezado a aceptar cada pequeña partícula acumulada entre el espacio de sus rostros, a aprender y desaprender los distintos olores que acudían a su olfato o a su mente y a memorizar la grandeza inabarcable que transmitieron las pupilas de Anuar cuando la sorpresa le invadió la cara... Su pequeño titubeo al preguntar por lo que le había dicho, casi le hizo liberar aquella sinceridad niña, pura, retrospectiva, significativa... que había reprimido desde aquella mañana. No quiso corregirle ni responderle, permitió que la duda flotara por sí sola para dotar de total libertad, de total calidez independiente a lo que empezaba a gestarse entre ambos, ya de una modo inevitable.

No era mi intención incomodarte -afirmó, mientras recorría su mirar por la figura del rumano que ya no le prestaba atención y se anclaba en el show al que habían ido a contemplar.

Unas ganas imperiosas le llegaron de aferrarlo de la barbilla para volver a amarrarse a sus ojos... Porque la verdad, si había que continuar proclamando fidelidad a hechos sinceros que probaran que algo de su ser había sido real hasta el momento, debía reconocer, ya fuera para sí mismo o para el resto de universo, que lo único que a Oscar le importaba de toda esa cita era la persona con la que se había decidido a tenerla.

Con los sonidos de fondo y un ceño fruncido hacia la situación indefinida de quienes habían mandado silencio, su mente divagó hasta depositarse sobre el origen del motivo que le había llevado a elegir el circo. Quizá por celos (¿tan pronto se había dado cuenta de que era celoso?) a aquella confesión sobre la primera vez de Anuar o quizá... por tener una cualidad segura que pudiera permanecer en los recuerdos de su acompañante. Y tragó saliva, nada más vislumbrar la posibilidad (algo más perfilada que las anteriores, mas con gran parte de su esencia) que sin quererlo, ganó el puesto: porque si deseaba algo tan rematadamente complicado, era lograr encajar dentro de la vida de Anuar... Encajar o mejorar, pero a fin de cuentas: estar.

Se alejó entonces del artista incapacitado, retirando suavemente su brazo del respaldo de su silla para acomodarlo sobre el suyo propio y al regresar su rostro al centro de la carpa donde todo el mundo miraba, lo comprendió. Habían pasado veintesiete años... diecisiete sin luz ni candor, cinco desorientado por seguir vivo y otros cinco convenciéndose de que debía aprovecharlo en algo, por muy insustancial que fuera. Así que ante todo eso, realmente... ¿Qué tenía de pronto una sola mañana en un puente?

Interiorizó la pregunta/respuesta al mismo tiempo que bajaba la mirada un instante para luego sonreír de una maldita vez como un niño de cinco años, incluso con algunos de sus dientes mostrándose al aire. Deseó que Anuar no hubiera sido presente del resultado al que se había dejado de resistir de una vez por todas, aunque frente al sabor casi desconocido de que le dolieran tanto las mejillas, pensó que eso ya había dejado de ser un problema. Como mucho, pensaría que era un idiota...

Un completo y rematado idiota.

Incomodarle decía él. Y con cuanta dificultad podría aceptar o rechazar sus palabras, mentir sería negar el hecho de que su corazón pareció dar un vuelco al escucharle pronunciar aquellas escasas y mundanas palabras. Más no el contenido sino el orador había sido el motivo de su nerviosismo. En labios de otro seguramente habrían sonado sordas a su oído y solo le habría otorgado algún gesto de sutil indiferencia para proseguir. Le incomodaba, en la medida en que había ansiado silenciosamente su atención. Le hace sentirse nervioso por el hecho de parecer poder leer su interior, quizás debía dejar de permitirle hundirse en sus pupilas y descifrar aquello que se esmeraba en esconder.

-no deberías adjudicarte tan heroica acción- incomodarle era hurgar en su indiferencia, obligarlo a expresar cualquier muestra de desagrado o incomprensión, porque la incomprensión en el como en pocas personas, producía incomodidad. Y aunque en realidad lo había conseguido, y con estrafalaria facilidad, confesarlo iba más allá de lo que se permitía a sí mismo. De confesarlo tendría después que explicarle aquella malsana necesidad que comenzaba a cernirse a su interior, y no había forma humanamente posible en que dichos pensamientos pudiesen materializarse sobre sus labios. Porque podría asegurar, no haberlo sentido con anterioridad.

Un sentimiento antes de una caricia, un cariño antes de la necesidad. Un deseo antes de conocer, abigarrados eran sus pensamientos y contradictoria su forma de pensar. Viro su rostro para encontrarse con el rostro ceñudo y compungido de Oscar, un rostro que ajeno a lo que pudiese pensarse le resulto agradable, casi satisfactorio. Un gesto infantil que no se acostumbraba a ver en rostros ajenos y menos aquel, en el cual había observado escasos y contados sentimientos. Estiro su brazo, hasta que su dedo índice pasó por aquel surco que quedo entre sus cejas. Aparto su mano temblorosa al instante, como quien se aleja del más fétido animal o sabandija. Habían sus deformes manos ultrajado ya el rostro ajeno.

-no era mi intención impedirte disfrutar del espectáculo- susurro cuando las bailarinas se encontraban realizando su acto frente a ellos, con trajes de lentejuelas y telas brillantes y traslucidas, llevaban en los pies algo que no eran zapatos y sobre las cabellas tocados bordados por ellas mismas. Y podía deducir aquello por la manera en que parecía amenazar con caer entre una pirueta y otra. Sintió entonces la necesidad de encontrar con sus labios el rostro ajeno, de acariciar lo que su mano había conocido con anterioridad. Sin embargo, comprendía que aun en ese entonces la sociedad seguía viendo con ojos de juez la estrecha relación entre dos hombres, aun cuando en la antigüedad era más preciado que el amor de un matrimonio. No pretendía, además, dejarse llevar por tales y tribales ideas, su razón dominaba sus impulsos. O por lo menos prefería creerlo así.

El espectáculo comenzó a perder importancia mientras pensaba en la manera idónea de mejorar aquella cita. Porque estaba seguro, no era lo que Oscar esperaba y merecía -no me contestaste sin embargo...¿un puesto en donde?- porque la curiosidad era algo imposible de pasar por alto, y una vez formulada la cuestión solo la respuesta le haría olvidar.

Regresó a mirar a Anuar cuando sintió el tacto de sus yemas abriéndose paso a través de la carcasa que imponía la piel de Oscar. Una carcasa que era capaz de sentir, de ofrecer como prueba de lo que había dentro, de ansiar un roce como aquel, una repetición continúa de llegar a ser una costumbre sanadora, urgente.

¿Disfrutar del espectáculo? El suceso que más se ajustaba a esa descripción era el hecho de estar sonriendo de esa manera, y por favor... si el rumano supiera que había sido posible sólo gracias a él.

Di lo que quieras por el momento -repuso, todavía muy seguro de que a pesar de todo, seguía poseyendo la capacidad de hacer que los demás le dejaran solo-. Y ya que me hablas de acciones heróicas, en todo caso el 'espectáculo' debería estar desolado, porque a pesar de tanto numerito me sigue interesando mucho menos que tú.

Unos trapecistas estuvieron apunto de resbalar en aquel instante de la actuación donde pendían literalmente, pero ni el estremecimiento general que expulsó el resto del público en las gradas bastó para que Oscar continuara prefiriendo el vértigo que le suponía que Anuar correspondiera su mirada.

Concretamente, hablaba de un puesto en el circo... -se decidió a aclarar, todavía con la sonrisa en los labios, aunque ya algo más incitante. Apretó más el contacto del brazo contra el asiento, rozando la silla de Anuar a falta de hacerlo con Anuar mismo- Para la interpretación más íntima, debería esperarme un poco más para preguntarte... Sería lo respetuoso, ¿no te parece? No soy ninguna deidad maya para presumir de la consideración del resto, mucho menos de quienes deciden brindarme un poco de su tiempo.

Sus labios se crisparon en un gesto de descontento que no duro demasiado sobre su rostro pues se desvaneció en cuanto decidió que debía hablar –no solo por el momento- aseveró, en aquel y cualquier otro instante seguiría diciendo lo que querían sus labios pronunciar. Y no dudaba la posibilidad de interpretar con demasiada rigidez sus palabras sin embargo, si planeaban seguir frecuentándose tendrían que dejarse en claro todos aquellos defectos difíciles de descifrar con la mirada. Anuar por ejemplo, no lograba comprender con facilidad la ironía o sentidos connotativos, aquellas frases que parecían leerse entre líneas, eran incomprensibles para él. Y era quizás aquel el motivo de que las bromas y los chistes no siempre, y en rara ocasión, lograsen hacerle cantar en la melodía de la alegría y el entendimiento. Su risa, era un cantico difícil de escuchar.

-deberíamos haber ido quizás a otro lado- susurró para si mismo y su compañero. Observo en derredor pensando que su conversación no debía ser considerada normal a oídos de las personas que pecaban de curiosidad. Seguramente estaban echándoles encima a todos los santos y crucificándolos mentalmente por los pecados que suponían, más desconocían, llevaban a cabo. El suspiro que lanzo el público al unísono le hizo caer en cuenta de lo poco o nada de atención que le otorgaba a los trapecistas.

-de serlo me gustaría ser un domador- y seguramente había sonado como el sueño de un infante el asistir por vez primera a aquel lugar. Embalsamado por el valor y astucia de aquellos hombres que con látigo en mano se valían para apaciguar a las bestias. Creía, que los mayas eran una de aquellas culturas que los españoles habían conquistado allá en el nuevo mundo. Había escuchado realmente poco de aquellas personas, barbáricos seres que practicaban las ofrendas humanas y la guerra. Barbáricos si, las personas les enjuiciaban por sus costumbres cuando y a su parecer no denigraban más a la humanidad que la época de los Augustos y los Cesares, donde la muerte era también entretenimiento para el pueblo.

-quizás…aun así me atrevería a decir que aunque solo el tiempo podría decidirlo e vislumbrado ya cierta categoría, que sin embargo no estoy dispuesto a confesar- y sin más sonrió con briosa picardía, aquella que a veces creía no poseer.

Suspiró con intensa brevedad cuando Anuar dijo aquello del sitio escogido. Él también pensaba lo mismo y entonces era la hora de cobrarse la inconsciencia del momento. Con toda esa gente allí clavada mirando al frente, los murmullos que podían dirigirse o no a ellos y lo que hacían o dejaban de hacer... Nunca le había importado y mucho menos le importaba ahora, con la primera cita de su vida y el joven artista que empezaba a ocuparle los días, incluso cuando ni siquiera había pasado tan solo uno. Mas de repente, le dio la impresión de que parecían dos verdaderos estúpidos, tratando de fijar su atención en algo a lo lejos cuando a lo que habían venido era a ver lo que tenían a pocos centímetros.

Sí, debí haber inspeccionado mejor la zona antes de que nos sentáramos.

O haber elegido un lugar para la cita muchísimo menos poblado, pero no podía decir aquello sin resultar lo más parecido a un descarado, facilón y Casanova a ojos del otro chico. Era evidente que no iba a negar que el físico de Anuar le dejaba indiferente, pero no deseaba estar con él por mera atracción externa y cualquier cosa que pudiera insinuarlo, aunque sólo fuera vagamente, se esforzaría por descartarla. Anhelaba el contacto... pero aquella urgencia venía acrecentada por un sentimiento, no únicamente por un estímulo.

Volvió a mirarle a los labios cuando confesó aquello del domador y se dejó embalsamar tras una sonrisa por el sonido de sus palabras. La voz de Anuar sonaba como una entonación suave y aletargada después de un reflexivo ayuno, cuya intención era valorar el motivo del habla. Y significaba un exquisito bálsamo para sus oídos.

Ya veo, un domador... -y de manera inconsciente, regresó el brazo al respaldo del asiento del rumano sin torcer la vista hacia la actuación de la arena- Y que afirmes que no vas a confesarme 'cierta categoría' es increíblemente injusto después de la cantidad de preguntas a las que yo te vengo respondiendo...

Si la vida fuese justa no habría personas pasando hambre, no existirían los monarcas y la iglesia no pretendía monopolizar las creencias de la sociedad, pensó, mientras sonreía para sus adentro ante las palabras e inminente cercanía del otro –a fin de cuentas las contestas, porque quieres que yo sepa las respuestas- aseveró. No podía haber otra explicación, si no deseara contarle aquellas cosas era increíblemente fácil negarse o mentir, y de ser el segundo de los casos estaba ahora creyendo algo que no eran sino falacias y engaños de un eterno desconfiado. Le contestaba sus preguntas porque en el fondo, quizás al igual que él, deseaba conocerlo un poco más.

-además…ni siquiera me has cuestionado de cual se trata aunque tampoco creo que consigas mucho con ello- lo había dicho ya. No planeaba confesarle sus pecados y no había poder humano alguno que pudiera obligarlo a hacer lo contrario. Viro entonces el rostro en dirección de Oscar, con una sugerencia latente en su rostro -¿y si vamos donde el tarot?- le cuestiono. Porque a nadie podían engañar, encontrarse sentados entre aquel gentío, fingiendo prestar atención al frente y pretendiendo que su conversación llegara desapercibida a odios de los demás. No era sino una mala broma. Además, si salían ahora y no después podrían ahorrarse a las personas que como abejas zumbarían sobre sus cabezas, apresurándolos a partir de donde la buenaventura se contaba.

-por cierto, puedes preguntar todo lo que quieras, seria…injusto que no lo hicieras- sonrió con zumba aguardando a su respuesta para saber si dirigir su atención al frente hasta que el espectáculo finalizara o levantarse de su asiento y salir. Seguramente las personas a su alrededor agradecerían su partida y el silencio que acompañaría a la misma. Silencio del cual, no les habían permitido disfrutar desde que tomaron aquellos lugares. Observo disimuladamente a la persona que se sentaba a un lado de él, una mujer con los ojos bien abiertos y mirada al frente, aunque parecía temblar internamente y negarse a virar un ápice más allá. Extrañamente concentrada en el escenario.

-¿salimos entonces?- le cuestiono, cada vez más seguro que los payasos, las bailarinas y los gansos no lograrían cautivar su atención.

La cernida mirada de Oscar recibió la propuesta con agrado.

Es lo más inteligente que habremos hecho en esta primera parte –reconoció y ambos se pusieron en pie, mientras se ganaban unos cuantos abucheos de la gente que estaba delante. Aunque puestos a mirarlo de esa manera, siempre era mejor que te insultaran por no dejar ver un espectáculo que por ser el espectáculo mismo que una pandilla de retrógrados concentrados en su mundo de cerrazón engullían con garras y dientes.

Puso una mano sobre la espalda de Anuar cuando al llegar al final de la hilera de asientos, una mujer que estaba sentada en la esquina por poco lo hace trastabillar al levantarse un poco debido a una muestra demasiado desvivida de excitación y chocar contra los tobillos del artista. Intercambió una, casi inconsciente, ojeada con su acompañante que transmitía un bálsamo que nunca hubiera imaginado que existía en sus propias pupilas y se marchó de allí sin soltar a Anuar, enarcando una ceja hacia la mujer, tentado de proseguir con una llamada de atención tras comprobar que ni siquiera se disculpaba.

La ligera ventisca del exterior consiguió reavivarle los músculos una vez estuvieron caminando bajo cielo raso… Todo se empezó a intensificar a pasos de deliciosa parsimonia y distraída conversación. O quizá demasiado atenta, pues con los huecos de una carpa a otra, entre las exclamaciones de los feriantes y clientes a lo lejos, tornadas en murmullos… se iba formando una atmósfera paradójicamente interna que acompañaba al suave y concienzudo análisis mutuo que finalmente podían derrochar entre ellos. Aquel circo era grande, pero también hacía su inconsciente escondrijo mucho más íntimo.

Podríamos retrasar lo del tarot, lo cierto es que no sería la primera vez que me echaran las cartas –confesó, frenándose cerca de un carromato vacío, mientras su hombro rozaba el de Anuar-. Respecto a lo que has dicho de las preguntas… ¿Puedes explicarme más cosas sobre ti? –no dejó de escrutarle con suma atención, permitiendo que su aliento llegara hasta sus labios sin que el contacto resultara agobiante- ¿Por qué has llegado tú hasta Paris? –¿Por qué has llegado a estár aquí… conmigo?

Al final conseguí contestarte antes de irme, se ve que Oscar ha querido expresarse más tras la noticia xDDDDD ¡Hasta muy pronto!

Avanzaba sorteando zapatos y rodillas mientras las voces de las personas comenzaban a formar cantos de molestia e inconformidad. Sonatas que pronto llegaron a sus oídos para obligarle a apresurar el paso y quizás no para dejar de estorbar sino, para salir de aquel lugar con tantos ojos puestos en él. El golpe sobre sus tobillos le obligó a virar el cuerpo, y por poco caer sobre las personas que se encontraban debajo de aquella fila. Abría terminado sobre el regazo de alguien y seguramente con una sinfonía de injurias y blasfemias que no deseaba imaginarse en compañía de Oscar. Prosiguió, pues, sin inmutarse más de la cuenta por la acción. Sin siquiera voltear a ver a la mujer.

-puedo explicarte mucho…pero no estoy seguro que todo te interese- descubrió entonces el sabor de su aliento y la cercanía le comenzó a agobiar. Porque nunca había sido bueno lidiando con aquellos temas en que se entrelazaban los deseos y la moral. Lo pensó unos instantes antes de siquiera proseguir y avanzando distraídamente se encamino hacia el carromato que comenzaba a desvanecerse, cuando el espectáculo dentro de la carpa encontrara final la bóveda estrellada se alzaría ya imponente sobre ellos. Se pregunto, si aquella noche la luna se vestiría con sus mejores galas o la mezquindad seria un vestir, si las estrellas brillarían o tímidas se esconderían tras las nubes que, avecinando un chubasco no había iniciado aun.

Sus manos viajaron por la colorida coraza de lo que supondría ser la habitación de alguno de los payasos o trapecistas –a veces lo olvido…- le confesó sin voltearle a ver, observando y acariciando las figuras que con pintura formaban el exterior. Algunas líneas rojas y plateadas surcaban el objeto de oriente a poniente, con la forma de olas y nubes de color –supongo que vine buscando mejor suerte, y es que en Rumania ya nada me quedaba- un padre que le observaba y deseaba que hubiese sido él. Recordaba aun su última comida y el sabor de la sopa y las patatas se adhirieron a su paladar ¿la casa olía aun a jabón? Porque habían pasado la noche entera intentando desprender aquel manchón escarlata del piso de la cocina. Pero más temible que verlo era pensar, que pronto comenzarían a olvidar.

Apoyo su espalda sobre el carromato observando el reflejo de fuego y oro que causaba el atardecer sobre los orbes del otro –antes pintaba…y después de eso fui terrestre en el muelle- . Ahora solo buscaba la manera de sobrevivir. No planeaba confesar su pasado con tanta rapidez, Angeliqué merecía un poco más que solo eso. Meneo la cabeza intentando que tales pensamientos cayeran sin más al suelo -¿no tienes prisa entonces porque te lean las cartas?- le cuestiono, con fingida tranquilidad observándole desde su lugar ¿y que había de especial en él? Quizás solo su manera de ver.

Contempló el rostro viajero de Anuar que imaginó tiritando entre sus dedos, no por una fuerza física, sino por aquel tramado oscuro en el que se sumergía el pasado que Oscar todavía no conocía. Quiso preguntar lo que era normal en aquel tipo de casos: que por qué había dejado de pintar... Sin duda, aquel muchacho debía de estar harto de escuchar aquella respuesta cada vez que confesaba esa parte de su vida y si Oscar era merecedor de conocerla, si Anuar había decidido que él supiera... Sin lugar a dudas, ya se trataba de una puerta considerablemente entreabierta, y él no iba a ser el encargado de tomar todo el pomo y terminar de abrirla de un estirón seco, desconsiderado.

No, lo cierto es que no me corre prisa, pero vayamos a ello -contestó, en un tono al que no le hizo falta suspirar, no sabía si de frustración o desconsuelo.

Cerró los ojos antes de separarse de él para empezar a subir al carromato indicado. La mujer gitana que los atendió tenía el pelo encrespado y una sonrisa de oro (literalmente de diminutos y dentudos lingotes de oro). Su habitáculo olía a madera quemada e incienso polvoriento. Nada más verlos entrar, les indicó acomodarse en dos enormes cojines con un taburete en medio de los que tomó específicamente Oscar para que las cartas se enzarzaran con él. Anuar, a un lado de ellos, podía contemplar la escena sin problemas y la gitana se llevó una uña a la lengua antes de empezar a depositar la baraja en la mesa que lo separaba del cortesano.

Salieron muchas cartas al abismo que representaba la vida del muchacho moreno, pero en la que más se profundizó fue en el cuatro de copas.

La persona de la carta estaba sujeta a una realidad, a una forma de entender las cosas o de moverse dentro de ellas, como se veía que estaba mirando las tres copas: estas son lo que son, lo que él ve, lo que está ahí, lo convenido por todos.

Y las mira sin embargo con una mezcla de altanería y de indiferencia, porque a pesar de simbolizar algo bueno como simbolizan siempre las copas, no parece estar a gusto con ellas o, a grandes rasgos, con su situación -afirmaba la gitana-. Una situación que, no obstante, parece que lleva sumergido tiempo en ella como vemos por su posición, acomodada y resguardada del exterior tanto por los brazos como por las piernas cruzados. Por no hablar del simbolismo del árbol, que siempre hace referencia a algo arraigado, algo que ya tiene las raíces bien penetradas en tierra.

No obstante y a pesar de su actitud, el cielo estaba despejado, ergo, las cosas no estaban tan mal como él creía que estaban. La nube era la parte más positiva, una representación de las oportunidades, de lo que llegaba de forma inesperada: le estaba entregando una cuarta copa, la cual él no podía ver, centrado como estaba en lo que conoce y en lo que ya tenía dominado.

Esta carta invita al movimiento, a despertar de esa situación que sólo nosotros tenemos el poder de poner punto y final, y a aferrar el cambio que esa nueva copa nos ofrece.

Oscar pagó las monedas convenidas a la mujer y le estrechó la mano con fuerza, que ésta sostuvo entre sus dedos rugosos hasta que Oscar se volvió hacia Anuar, con el rostro compungido en una sonrisa tranquila que pudo hacer que su acompañante se pusiera de nuevo en pie sólo con aparecerse. Mas, por si acaso, le agarró concisamente de la muñeca para salir del carromato (para sentir que se sostenía a algo importante).

Casi no puedo creer que me apetezca un panecillo de mantequilla...

Subió la diminuta escalinata conformada más bien por banquillos de madera mal lijados, avanzo con tranquilidad detrás de Oscar mientras se adentraba en el lugar y permitía a su curiosidad observar a la mujer que les aguardaba ya. Como si en efecto tuviese algún don de oráculos y divinidades que le permitiera predecir el futuro, la malaventura y los fortunios. Tomó asiento, sin interrumpir la conversación entre los dos, limitándose a observar las cartas que como lluvia comenzaban a caer sobre la mesa, mezclándose y ocultándose entre sí, relevándose y opacándose unas a otras con extraña rapidez y necesidad. Pronto, solo una quedo a la vista.

Y la explicación que comenzó a manar de los labios centellantes de la mujer parecieron no tener sentido en sus oídos. Como si en el aire las palabras perdieran su camino, se extraviaran del sendero que debían seguir y solo algunas pocas lograsen llegar, entonces el mensaje no era el mismo y el significado, ahora distorsionado, carecía de coherencia para él. Sin embargo, quería suponer, que si en ocasiones anteriores Oscar había ido en busca de la consulta de las cartas, era porque algo bueno había logrado comprender. En medio de aquellas abigarradas frases que a su vida no encontraba conexión, ajeno, si, más solo en aquellos momentos, decidió prestar atención.

Se levanto sin mayor explicación, con un gesto amable y sin embargo no amigable a la mujer. Permitiéndose llevar por el firme agarre del hombre que parecía ahora presuroso de salir -¿qué crees que pueda significar la cuarta copa?- le cuestiono detrás de él, ignorando su último comentario. En realidad, no habiéndolo escuchado, pues ensimismado iba en sus pensamientos, ensimismado en intentar comprender. Porque del raciocinio se valía para tener aquella autonomía y confianza al hablar, de no comprender, seguramente terminaría ofuscado, molesto y desorientado. Inconforme con aquello que desconocía, la curiosidad había sido y seria siempre su peor mal, la maldición con que debía cargar.

Sujetó ahora él la muñeca del contrario, tirándole con suavidad para detener por completo su andar -¿A dónde vamos ahora?- y su trémula voz escapo a sus labios ajena a sus pensamientos, sus orbes antes color de miel y ahora color de oro se perdieron en el diminuto surco que se formaba a un lado de su comisura, como un camino que le indicaba a donde debía seguir. Le soltó con lentitud, desviando entonces la mirada –hemos terminado más rápido de lo que pensaba…pero lo improvisado es siempre lo mejor- confesó encogiéndose de hombros. Porque no planeaba ni así lo deseaba, que la cita terminara ya.

Bajo las pestañas de Anuar continuaba reinando la incertidumbre. No debía de comprender todavía que el tarot no tenía nada de mágico, era un don más a merced de los extraordinarios feriantes que poblaban el espacio-tiempo del oficio circense. Las palabras utilizadas por la gitana no eran un escupidero de charlatanería, eran la objetividad firme sujeta a cada símbolo que salía únicamente a hablar con la persona que preguntaba y que para cada uno de nosotros, tenía una interpretación distinta, una que sólo el aura propía definía. De ahí que, en consecuencia, hubiese tantas como almas en pena poblaban la tierra.

Frunció el ceño cuando el artista ignoró la referencia significativa a los panecillos y caminó a polvorientas zancadas junto a él.

Vayamos ahora a algún lugar que prefieras tú, quizá repleto de animales, por el comentario que has hecho antes sobre los domadores -dijo en un tono reposado-. Y no tengas prisa porque el sol dictamine la cita. Hasta el momento, creo que nadie puso hora oficial al final de nuestro encuentro...

Contempló la mano de Anuar sobre su muñeca y sin ni siquiera darse cuenta, se ensimismó en aquella visión con muchísima más atención y lugar a los viajes mentales que la calidad del espectáculo del que habían acabado huyendo.

Dado las cantidades ingentes de curiosidad que has saciado hoy, cogeré esa misma pregunta y te la haré a ti, Anuar -respondió y cuando sus irises y los del otro chico se encontraron con el telón dorado del cielo de fondo, se inclinó ligeramente sobre él- ¿Qué crees que pueda significar la cuarta copa? ¿Quizá llegue a guardar cierta relación con ese puesto que te niegas a confesar?