Como la primera vez [Oscar]

Recuerdo del primer mensaje :

Cuanto tiempo permanecieron en la plaza fue algo que no logro descifrar con facilidad. Pudieron haber sido unos minutos que se le antojaron como horas y se le fueron como segundos. Habían escuchado las sinfonías del violinista hasta que la inspiración pareció esfumarse de su cuerpo como en compañía de las notas que quedaban aun volando en el aire. Cuando el silencio reino por encima del barbullo y comenzaba a volverse una latente preocupación no regresar a su vivienda decidió marcharse, un convenio en que ambos estuvieron de acuerdo. Porque bien sabia él, que un segundo más equivaldría al día entero, pues debes de tantos minutos uno más parecía no afectar, no hasta percatarse que la suma de todos ellos daba una cifra escalofriantes. No, mejor era partir antes que un minuto pareciera poco.

Regreso pues, sobre sus pasos y en dirección de su “hogar”, trepando por la escalinata que llevaba de aquí a allá las voces y memorias del edificio. Le parecía escuchar, si prestaba atención, en las noches heladas de Diciembre como la anciana del piso bajo el suyo se quejaba continuamente del dolor en sus huesos, maullaba cual gato llorando, rogando a los cielos por una solución. Si supiera ella, si tan solo ella supiera que aquel Dios al que le rezaba pecaba de negligencia. Se había bañado con tranquilidad, sintiendo como las perladas gotas de agua resbalaban sobre su cuerpo en una carrera contra el tiempo, algunas se acunaban entre sus cabellos y se colgaban a sus pestañas y sus hombros. Caían, suicidándose desde su nariz para romperse en contacto con el suelo como una gota de cristal.

Ahora, sin embargo. Se encontraba de camino a aquel lugar, el acordado para la cita. Y se encontró a si mismo preocupándose por cómo debía lucir. Recordaba aun como lo hacía en aquella lejana ocasión hace más de un año atrás. Sus mejillas se adherían a su piel, parecía usar prendas varias tallas más grandes que la adecuada. Sus costillas sobresalían ante la luz y sus entradas, ahora levemente ejercitada por necesidad y no placer, eran dos sobresalientes huesos en aquel entonces. Sus manos, sus manos sin embargo eran perfectas y no como ahora, temblorosas y deformes.

Arribó al lugar, algunos minutos antes de lo acordado y pudo ser observador de la graciosa e inusual manera en que las personas comenzaban a llegar. Familias enteras se arrebujaban aquí y allá en búsqueda de la primera entrada y el mejor lugar, los niños correteaban entre las faldas de sus madres y los hombres sujetaban a sus esposas y parejas. El barbullo todo lo inundo e inconexas palabras comenzaron a invadir sus oídos. El hombre de traje negro y moño atado al cuelo se encontraba ya en la entrada, permitiendo el paso a todo aquel que comprase un boleto. Los gansos, recordó, había visto gansos caminar tras de hombres como si pensaran que eran sus madres. Una torpe sonrisa crispo sus labios mientras aguardaba con ambos boletos entre sus manos.

-no podríamos acercarnos demasiado a las jaulas de los tigres, en realidad no soy gran amante de los animales…- se atrevió a confesar dubitativo. Si, la primera vez que había visto a un domador realizar aquel heroico acto de valentía y fuerza había deseado poder ser como él, domar fieras que de ir sueltas por las calles devorarían personas sin mayor remordimiento. Había deseado, tener el valor de enfrentarlos. Ahora sin embargo, y si se ponía a pensar, los animales no habían sido nunca una opción de compañía. Recordaba aun una ocasión lejana, y su rostro no sobrepasaba la infancia, en que había intentado salvar a un minino de un matorral, le había tendido su mano en un intento de ayudarlo y lo que recibido sin embargo fue un zarpazo que le costó una infección y varios días con altas fiebres. No, definitivamente los animales no eran de su entero agrado, y mucho menos los felinos, no un gato, no un tigre.

-podría entonces nunca acabar- se aventuro a decir en voz alta con aquella aseveración. Aunque seguramente terminaría en cuanto ambos debiesen regresar a su respectivo “hogar”, cuando la monotonía de los días los llamase nuevamente, y las labores agobiaran ya sus pensamientos. Labores, de las cuales el carecía –aunque debería hacerlo para tener otra- aseguro también comenzando a creer, que comenzaba a pensar demasiado en voz alta. Pensamientos que debían mantenerse en su interior, resguardados de intrusos y curiosos. ¿Entraba Oscar en alguna categoría?

No se preocupo en recuperar aquella distancia que se desvanecía con lentitud, no se inmuto tampoco en disminuirla, se deleito sin embargo con la acción -¿por qué habría de saberlo yo? Yo se a que puesto a punto, sin embargo- pausó su voz para acercarse a él, entreabrió los labios sin besarlo, sin rozar su piel ni acariciarlo –a fin de cuentas eres tu quien decide cual me dará- y sin más, con una sonrisa que ocultaba su dentadura se alejó. Avanzando sobre el paso, pateando las piedras sueltas y buscando sin observar, algún lugar en el cual refugiarse. Porque no podía mentir, no era cómodo intentar hablar cuando las personas zumbaban a su alrededor arrebujándose con desesperación.

-entremos en la primera carpa que veamos- sentenció, aguardando la aprovación en su mirada.

Sí... Tener otra, casi se me hace extraño desearla con tanta claridad, pero así es.

Oscar no levantó una ceja cuando sintió a Anuar tan sorprendentemente cerca, con esa ligera ventisca de aliento que no llega a entrar dentro de la boca, pero que se queda a mitad de los labios. Inhaló lo más deprisa posible el olor caliente que recibió de entre sus dientes, antes de que el silencio de su sonrisa sellara su boca y se alejase sentencioso de la reacción del cuerpo del cortesano. Aunque claro, si únicamente se tratara del cuerpo...

Sólo yo puedo elegir qué puesto tendrás, pero desde luego, sólo tú puedes encargarte de que no lo haga en vano...

Asintió frente a la propuesta del rumano y sin mediar tiempo de asimilación, recuperó la escueta distancia con el otro joven a la vez que se abrían paso dentro de la carpa a cinco pasos de su posición. Se mordió la lengua para no acabar expulsando un:'¿Tampoco puedo saber a qué puesto aspiras?', pero sin duda, Anuar se había guardado para él solito el regusto a expectación que tan exquisito debía de paladearse y por el momento, Oscar tenía la sensación de que retrasado y de los propios labios del chico sabría mejor que cuanto hubiera probado hasta entonces.

'Mentalistas que no necesitan conocerte para adivinarte' -leyó que ponía el cartel cerca de la entrada-. ¿Qué es? ¿Uno de estos tipos que adivinan lo que llevas en el bolsillo o cuánta ropa interior te has puesto en el día de hoy?

Siento el retraso, esta semana he tenido universidad hasta en el ombligo...

-¡oh! Te aseguro que no será en vano. Pero supongo que nunca mejor dicho que con acciones- dictamino quizás por primera vez, con cierto deje de picardía e insinuación mal nacida en su voz. Desconocía de donde provenía, a que padre o madre respondía o en que suelos había nacido, pues en su interior no debía haberse criado, seguramente eran trotamundos que iban de paso por su interior y pronto, como la estación, cambiaran de lugar y estadía. Decidirían arribar en otro ser y volvería a conocer la procedencia de su voz, no como ahora, que le parecía ajena a él. O movida, por lo que hacía tiempo intentaba ignorar.

-¿sueles cambiarte la ropa interior durante el día?- le cuestiono, casi con cierto deje de burla y gracia. Porque Anuar no solía hacer bromas, y tampoco así las llegaba a comprender. Sin embargo, y si no se le conocía con propiedad se podría pensar que se trataba de una zumba y poco más. Tan poco se conocía ahora él, que dudaba realmente la intención con que habían escapado las palabras de sus labios. Él mismo, solía cambiarse después de cada baño, como le había dictaminado su madre durante su infancia y como era correcto para él. Comprendía y no juzgaba que quizás a Oscar le habían enseñado a cambiarse tres veces al día. Frunció el ceño pensando, no, seguramente se trataba también de una broma que no había sido capaz de comprender en primera instancia, sino ahora, que lo analizaba.

-quizás de esos que adivinan tu pasado con ver en tus pupilas- sonrió de medio lado sujetándole por la muñeca para entrar. En el interior de la carpa la obscuridad les otorgo refugio entre su manto de invisible materia negra y la luz que se había colado por la apertura en la tela para entrar se evaporaba ahora como virutas luminosas que danzaban en la obscuridad en alguna sinfonía olvidada siglos atrás. Perfecto tintineo que no se permitía dejar escuchar. La desfallecida luz de la lejana vela que iluminaba la estancia derrochaba lánguidos bostezos de fuego que, sobre las paredes parecían formar figuras y quimeras que solo entre pesadillas lograban habitar.

-Entrad…venid. Venid los que llegan de lejos, que diversos motivos les han traído al mismo lugar. Acercaos para que pueda ver un poco más- fue consciente, que los orbes de hielo del hombre aun observando sus ojos parecían ir más allá, hurgando en su memoria y sus sentidos ¿O era solo que comenzaba a volverse loco? Apretó con suavidad la muñeca del otro, hasta lograr sentir su pulso pesado contra sus dedos. No deseaba que sus secretos fueran develados, y le aterraba siquiera concebir que alguien pudiese saber, todo lo que en su silencio habitaba y se esmeraba en olvidar.

-El que poco avanza mucho esconde mi señor-

Sonrió de lado con una ceja levantada al escuchar la pregunta de la ropa interior... Le fascinaba ver cómo Anuar era capaz de recrearse en cada pequeño detalle de cada pequeña expresión que salía de boca de Oscar por mero acto reflejo de ornamentar un mensaje. ¿Se estaría imaginando verdaderamente la situación o se habría puesto a reflexionar sobre el higiénico y rutinario asunto en tan poco tiempo? Él mismo había aprendido a pensar ordas de ocurrencias en menos de una milésima, gajes satisfactorios de la mente, pero esperaba que se le notara muchísimo menos que al muchacho de mirada perdida que continuó con la suposición del espectáculo que rezaba en la entrada.

Recibió con almado interés el ligero apretón de los dedos inquietos de Anuar sobre su muñeca cuando las palabras del hombre resurgieron como si al final de una cueva se encontrara. Miró hacia la mano del artista encima de su piel, cual hallazgo fascinante que se observa realizar a las pinceladas violadoras de un lienzo. No le fue nada difícil captar el temor que recién invadía los pasos de su acompañante y esbozó el comienzo de una ligera sonrisa compresiva y, obviando todo lo sorprendente (lo sorprendentemente sorprendido y redundante que se hallaba él mismo frente a todos esos ensanchamientos que profesaban sus labios aquella tarde), sanadoramente protectora.

Con la mano restante, ocupó los nudillos de la que Anuar utilizaba para aferrarse a su muñeca y así apaciguar su estado. Habían otras personas desperdigadas por el lugar, mucho más deseosas que el rumano de ser descubiertas hasta en los más insignificantes pedazos de sus vidas, de modo que dejó que los murmullos les arroparan, paradójicamente haciendo que pasaran más desapercibidos. Después, contempló con reposada insolencia al feriante en cuestión que se había dirigido a Anuar y le realizó una burlona reverencia con la cabeza.

O sencillamente, tiene una perspectiva de la lejanía mucho más reveladora que la tuya -le replicó, sonriendo con sorna y de una forma apabullantemente segura-. Tu cometido consistirá en responder preguntas, no en hacer comentarios de maruja, ¿verdad? Por ejemplo ¿Cuántos años tenía yo hace diez?

Aflojo el apretado agarre con que había estado sujetando su brazo y sintió por un instante que el tamboriteo en la muñeca de Oscar se había impregnado a sus dedos ahora palpitantes. Latían como si en ellos estuviese el corazón y lo habría creído verdad de no haber comprobado con anterioridad que aquel órgano vital se resguardaba en su pecho y no en sus dedos o ninguna otra extremidad, como su cuerpo le hacía ahora creer. Decidió sin embargo impedirle alejarse de su lado, decisión no solo inusual sino contradictoria. Pues por extraño que pudiese sonar su lejanía le agobiaba más que aquella proximidad prolongada que aun los separaba a ojos de curiosos. Otros que como ellos, preferían aquel lugar antes que el espectáculo que la carpa principal podía otorgar.

El pelirrojo no observaba al señor, sus melados orbes se perdían en la lejanía de la “pared” más cercana, observaba en esta las quimeras del mundo apócrifo que comenzaban a nacer frente a sus ojos. Le parecía vislumbrar alados seres de rusticas cabezas y corpulentos cuerpos cubiertos de plumas y pelo, por esmeraldas y rubíes por ojos y dientes de mármol y alabastro –no vale la pena- susurro al final. Sin afán de no ser escuchado por el que quizás se hacía llamar clarividente o algún otro mote más o menos humilde que el anterior. No le importaba no ser escuchado, tanto, como no le importaba serlo.

-no señor, mi cometido es decir lo que mis ojos y no otros son capaces de apreciar- y aunque su rostro se notaba descontento en su voz, rastro alguno de inconformidad logro encontrar. Por el contrario, una inusual alegría y tranquilidad que dada la ocasión debía ser peor aun que verle explotar en cólera –tenía usted 17- pero inclusive Anuar podría haber asegurado aquello, claro, siempre con la posibilidad de errar. Y ahora lo sabía, sin haberlo preguntado ni pronosticado, no solo su procedencia pero su edad, y quizás otros datos comenzarían a emerger con el tiempo.

-pero una mejor pregunta seria ¿qué estaba haciendo usted la noche de ayer? – y fue entonces, que la sonrisa airosa y prepotente desfiguro su rostro, como una pincelada de discordia y banalidades clavó sus ojos de buitre en aquel lugar, en aquella zona en que sus cuerpos se unían y se fundían. Anuar había olvidado ya, cual era y no su brazo -¿y qué está haciendo hoy?- la cuestión pareció ir no solo dirigida a Oscar sino a las demás personas resguardadas por la obscuridad. Y por un segundo, un instante y un minuto la mirada de los curiosos se encontró con la de ellos.

-¿y si le demuestro que es usted una gran falacia? – seguía sin voltearle a ver, observando las figuras que creaba el fuego o el rostro curioso de los demás, no, tampoco a ellos los veía. Quizás solo se permitía, de vez en vez cerciorarse de a donde los ojos de Oscar se dirigían –oh permitirme develar tus secretos en el intento-

Las sombras oscuras de verdad, cernidas sobre una presa que podía ser todo o nada, las había conocido especialmente desde crío. En sus breves correteos por los callejones de Wroclaw o las plazas que aunque vastas, de noche se volvían igual de angostas que un agujero entre pared y pared.

En el barrio donde estaba su casa, había un viejo vagabundo que hablaba entre tosidos y dormía entre murmullos, y todos los de su edad le tenían miedo porque siempre que le escuchaban carraspear con tanta fuerza creían que las tripas se le iban a salir en cualquier momento de la boca y a correr detrás de ellos hasta el hartazgo. Oscar, sin embargo, empezó temiéndole fervientemente porque tenía unas pupilas vidriosas, febriles, y aun así, la embestida de su mirada era tan poco débil, tan pegajosa e imparable que le daba la sensación de que podía colarse en su cerebro para seguir allí cada vez que cerrase los ojos. Con el tiempo, cuando aquellas pupilas ya llevaban memorizadas se dio cuenta de que también expulsaban un aura melancólica, tímida dentro de su innata capacidad para colarse en la memoria de quienes le juzgaban, y un día habló con él. Y se convirtió en el primer amigo de verdad que tuvo.

Pues tu cometido no debe de acumular muchas ganancias, si lo primero que se te da bien es caer así de gordo a tus clientes.

La semi-oscuridad en la que estaban sumidos podía acabar siendo tan aliada como la falsa expectativa de su vagabundo. No se trataba de un espacio real, como muchas cosas que trataban de emular aquellos circos. Afuera estaba anocheciendo, pero la luz todavía pintarrajeaba los bordes del firmamento y en cualquier momento podría aferrarse todavía más al agarre que lo amarraba a Anuar y salir a comprobarlo. De lo único que podría tener miedo era de tener que recurrir a ese tipo de situaciones para sentir cómo el artista incapacitado se hundía con necesidad entre su tacto.

¿Te apetece mirar otra carpa... -preguntó a su acompañante, sin soltarse ni apartarse, todavía fijo en el supuesto vidente, con la sonrisa torcida en el rostro y una repentina sacudida de comodidad imperturbable- ... o prefieres cerrarle esa bocaza que lleva ahí pegada? Ni me apetece pararme a pensar en la legitimidad del don del que presume, sólo me interesaba que acertara cosas sencillas. Pero si de repente va a querer adivinarnos el árbol genealógico, casi preferiría que me lo explicaras tú mismo siguiendo con un agradable paseo.


¡Ya he vuelto, aleluya!

Sus pensamientos comenzaron a divergir, una guerra campal se batía en su interior ¿Demostrar que sus palabras no eran sino engaños de la credulidad? ¿O dejarlo ir? Pues era, y a fin de cuentas, aquel su medio de trabajo. Posiblemente sus ganancias se limitaran a lo que la gente y el circo podían otorgarle. La cuestión se limitaba entonces a ¿cerrarle la boca o permitir a la misma seguirse alimentando? Y aunque el deseo de dejarle en ridículo le incito a abrir los labios palabra alguna emergió de su pecho. Se aferraban a su lengua falleciendo en su interior –Siga engañando a cuantas personas guste- susurró echando una última ojeada a aquellos inmensos orbes de buitre que parecían buscar en su interior. Quizás, una parte más del espectáculo que ofrecía.

-Porque no planeo seguir escuchando, todas las falacias que seguramente comenzara a pronunciar- soltó entonces la muñeca de Oscar que hasta entonces había estado sujetando. Porque necesitaba aferrarse a algo al sentir aquella desnudez no del cuerpo pero del interior, aquel hecho que le había llevado a pensar que, quizás, solo una barrera física pudiese mantener sus pensamientos y sentimientos en su cabeza. El flequillo solía cumplir aquella función, la cortina de rojizos cabellos que caía como cascada sobre su perlada frente, sus memorias no salían entonces de su interior. Directas a develarse a los demás.

-Que tenga usted una buena noche- susurro, y sin más giro sobre sus talones con tranquilidad, comenzando a andar a la única entrada y salida del lugar. Sintiendo los pares de ojos clavarse tras de sí, como estacas a un costal. Se marchaba, no por temor de ser descubierto sino por algo parecido a la compasión, algo que asimilándose no llegaba a ser lo mismo. Letargo e indiferencia. Avanzo con un apenas y audible clap-clap bajo sus pies, aquel incesante ruido que le atormentaba a todos lados, bajo la lluvia o en un día soleado, en soledad o en compañía de alguien más. Parecía perforar sus oídos, galopar sobre sus sienes e intentar hacerle explotar.

La luz en el exterior se había esfumado ya, la luna se había vestido con sus prendas mas ostentosas y de su vientre manaba, como agua, un manantial de plata liquida que caía como manto luminoso sobre las carpas y en contacto con el suelo se volvían listones de blanco andar. Las estrellas, primero tímidas comenzaron a centellar, dando vestigios de ubicación que pronto se perdían al intentar vislumbrar mejor -¿Sigue en pie entonces el paseo?...seguramente habrá algo más interesante que hacer- cuestiono, en un tono apenas y audible para el otro. Temía, que de pronunciarlo demasiado fuerte se fuese a volar en compañía del viento, hasta llegar a oídos de alguien más. Temía, que de pronunciarlo demasiado bajo sus palabras se estrellaran contra el suelo y no conocieran jamás su destino. Sonrió entonces de medio lado, observando el perfil del otro contra la luz de la luna –No creí, que sufrieras de un carácter tan áspero como el que acabamos de ver. Recordare no hacerte enojar-

Oscar recogió aire de un resoplido que se quedó a medias y que tragó por todo el cuerpo mientras alzaba el cuello para atrapar los restos del cielo con los ojos. La forma de abandonar el recinto de Anuar aún le recorría la memoria como un ancla de suavidad que invitaba al regodeo, a solazarse en la necesidad de atisbar el recuerdo para cuando no lo tuviera cerca. Mientras, pensaba en lo terriblemente sincero del andar en las pisadas del rumano marchándose de la carpa y cómo había combatido al mismo tiempo con la integridad de las ideas que lo llevaban a desafiar a quien creyera ver a través de ellas... Todo tan sumamente reposado y directo tras la carcasa vibrante de una personalidad como la de aquel muchacho, que deseaba cerrar bocas presuntuosas a patadas con la punzante certeza de sus palabras, reflexivas y existenciales como todo el halo de Anuar en sí que las había gestado. Y Oscar empezaba a admirarle paulatinamente, pero no sabía si anteponer ese pensamiento a la auto-cerrazón que de tanto en tanto se aparecía cuando creía estar disfrutando demasiado o a las terribles ansias de recuperar el contacto contra su piel...

Aunque en cierto modo, todo estaba hilado.

¿Áspero? ¿Tú crees? En realidad, he llegado a ver y a elucubrar tantas cosas desde poco antes de llegar a Francia que la idea de que un picha floja como el de antes tuviera una habilidad especial para ver más allá no se me hace muy grotesca -confesó, iniciando ese paseo anteriormente mencionado de manera inconsciente-. Pero sencillamente eso no le da derecho a incomodar a los demás como si exhibiera un trofeo roñoso que restregarnos en la cara igual que si no nos la hubiéramos limpiado bien por la mañana. De modo que no opino haber obrado inadecuadamente. Es más, considero que he sido bastante benévolo para lo que se merecía.

Pasaron cerca de un carrusel que empezaba a meter mano de las luces para contrarestrar con los cuidadosos pasos de la cálida oscuridad del día. Se dejó cegar lentamente por el cúmulo interminable de lucecitas y carcajadas infantiles, pensando en aquel momento que todavía no se había llevado nada a la boca desde el amanecer en el puente.

No podemos irnos de aquí sin antes comprar una manzana caramelizada -afirmó y le hizo una señal para acercarse a uno de los puestos. Se dio cuenta de que conocía al dueño encargado de la primera carreta de víveres que atrapó y estuvo conversando un rato con él hasta volverse hacia Anuar con dos de los productos citados en las manos-. Cualquiera me llamaría tacaño, pero no está nada mal que te rebajen el precio... En realidad, nunca he sido muy de dulce, pero precisamente hoy que te he conocido no dejo de dar con las pocas cosas empalagosas que me agradan -ofreciéndole una de ellas.

Sonrió, con un gesto casi irónico que se esfumo con la rapidez con que se engendro. En cinco segundos había conocido la vida y la muerte –No atento contra la certeza de lo que dices. Sin embargo, pienso que por cosas como esas no valdría la pena inmutarse tanto, aunque, todo pensamiento es acertado desde la manera de ver de cada quien- no dudaba de la benevolencia con que le había tratado. Cuestionaba sin embargo la existencia de dicho don, que más que resultarle creíble se le antojaba como un cuento de bajas mañanas en que la observación y deducción valían más que el saber. Uno podía adivinar cosas tan simples como la procedencia o la edad e inclusive un pasado con solo escuchar aquello impronunciable, u observar lo que nadie más se permite en ver. Todos eran, y a fin de cuentas, libros abiertos en lenguas desconocidas.

-Espero que en alguna ocasión puedas contarme esas cosas que has visto antes de llegar aquí- el mismo conocía la existencia de todo ser sobrenatural, y por todo decía aquello que conocía pues al desconocer no se podrían agrupar en un algo, que terminaba siendo nada –Seguramente son vivencias interesantes que valdría la pena escuchar, para que no fuesen sepultadas en simples recuerdos- al decirlo en voz alta todo parecía existir aun. Todo seguía teniendo color y sabor, un motivo y una razón. Y quizás, en aquellas historias comprendiera más de la figura de aquel hombre y su semblante tranquilo y cansado. Porque todo rostro escondía una historia, una magnifica historia que descubrir.

Se quedo de pie, en un punto intermedio entre el puesto de manzanas y el tiovivo. Escuchaba con atención las aniñadas voces que tañían su alrededor. Si alguna vez había deseado un niño era aquel el momento de pensar en todo lo que con él podría hacer, escucharle llorar ante los regaños y reír al llevarle en brazos o colgado a sus hombros, no olvidaría jamás el sonido de su voz y le contaría cuentos todas las noches antes de dormir, le brindaría la mejor educación y le enseñaría a pintar y escribir poesía. De pronto se le antojo. Impensable era sin embargo idealizar a la mujer que llevaría su fruto en su vientre, mujer a la que no amaría, y a la que sin añorar debería hacer suya. Su rostro se compungió ante el simple pensamiento de crecerse capaz de aquello. Y debía seguir así, sabiéndose diferente del resto, de pronto, la idea se le des antojo.

-Supongo entonces que en algunas salidas más la ropa te dejara de quedar- sonrió agradeciendo por la manzana. Aunque cuando sus dedos se cernieron al palillo de madera que la sujetaba esta comenzó a temblar amenazando con caer de su mano, o, amenazando su mano con dejarla caer. Sujeto con su mano izquierda la derecha para impedirle seguir con aquel trémulo movimiento que comenzaba a desquiciarle y hacerle desear volver el tiempo atrás –Gracias- susurro sin atreverse a llevárselo a los labios por miedo a terminar con el caramelo pegado en una mejilla o golpearse un diente con la misma. El temblor, había quedado escondido por su otra mano como por un opaco velo de engaño, pues seguía ahí, latente, escondido a los ojos curiosos por un malsano afán de lucir normal, como antes.

-Cuando venía de niño al circo mi hermana siempre quería subir- indicó sin dejar de observar las luces y criaturas pintadas que se exponían en la lejanía como sacados de fabulas y moralejas para enseñar –Ella utilizaba el conejo y a mí me tocaba siempre el cerdo, porque iba detrás del conejo- confesó, como si fuese necesario develarle un poco de su pasado. Como si fuese necesario pronunciar en voz alta la existencia de Angeliqué para no olvidar que existió, y en alguna parte de París seguía viviendo. Quizás, uno de aquellos días la iría a buscar nuevamente al burdel.

Sonrió de lado muy parecido a como lo había hecho Anuar y contempló curioso la contienda personal que mantuvo el otro muchacho con el dulce, tratando de no arquear las cejas como debía de ser irritable y costumbre y las dos cosas. Se mordió los labios para ayudar mejor a la resistencia de una carcajada cómoda y encajada en la reciente calidez que parecía estar yendo de la mano de sus paseos, a falta de ir de la mano literal del propio Anuar por descriminación social a situaciones más violentas que las de la carpa de la que habían preferido marcharse.

¡Oh, espero que no te haya parecido que lo de antes me ha afectado lo más mínimo! A ese tipejo todavía le quedan muchas lunas llenas y ojos de serpiente para que yo llegue a molestarme de verdad.

Relamió el caramelo de su manzana a la vez que escuchaba a Anuar hablar de las cosas que le gustaría que le contara con el tiempo. Y Oscar no necesitó más de una lánguida contemplación a las luciérnagas del paisaje festivo para saber que no era una idea a desechar, el hecho de llegar a desahogarse con otra persona, como si los recuerdos evaporasen algo de su dolor sólo con relatarlos en voz alta a quien estaba dispuesto a escucharlos...

No tenía ni idea de que alguien pudiera ser tan curioso como reservado hasta que he dado contigo, Anuar -confesó, entonces con demasiada sinceridad en la expresión como para no dejar escapar una risotada silenciosa-. Pero yo también lo espero.

Continuó degustando el manjar a través de un viaje mental por el ambiente de la arena de aquel circo más dedicada a un apartado infantil. Sin duda, en aquellos instantes resultaba el lugar idóneo para sentirse el blanco más relajado y menos observado en un lugar tan concurrido. Había algo de intimidad en el corretear de los niños a su alrededor o el círculo continuo del tío vivo que barajaba la nostalgia con el ánimo, incluso la relajación ilusoria del movimiento. Las parejas escribían sus nombres con chocolate en los puestos de galletas personalizadas y la noria chirriaba de un modo preocupante cerca de ellos, como si un derrumbamiento de metal y carne humana fuera el menor de sus problemas.

¿Tienes una hermana? ¿Mayor o menor? -se interesó, agradecido de escuchar cosas acerca de él sin necesidad de inquirirlas- ¿Qué tal es eso de la fraternidad? Al haber sido hijo único en mi vida es algo que escapa a mi compresión...

-Solo espero que eso no sea algo excesivamente malo- reflexiono con tranquilidad, perdiéndose en el color de la manzana que sujetaba aun con torpeza y esmero. Lo último que deseaba era permitirle a sus manos desperdiciar aquel regalo que le habían otorgado, y, aunque, no era gran amante de los dulces aquella en especial se le antojo. Quizás por su carmín color o el aroma que se introducía lentamente por su nariz, hasta llenar sus pulmones e inflar su pecho para remontarlo a épocas pasadas en lugares lejanos con personas olvidadas. Pensaba, que en alguna ocasión su madre los había acompañado también y recordó con claridad el cantar de sus labios entonando la alegría que solo el ingenio de su hija le podía otorgar.

-Quizás en algún momento lo comprendas- susurró acercando la manzana a sus labios para callar sus propias palabras. Ludió su lengua contra la manzana y no así a la inversa por resultar un objeto demasiado tambaleante por el inestable soporte que resultaban ser sus manos. El azúcar de la cobertura se disolvió en su paladar inundando su boca con un fuerte sabor dulzón, de aquellos a los que no estaba acostumbrado y más bien por falta de dinero con que cumplir tales caprichos del paladar que por falta de ánimos o antojo. Aunque, y al igual que la comida, su estomago parecía haberse resignado a sufrir de mala alimentación por lo que grandes cantidades de alimentos terminaban repercutiendo en su salud con retortijones y nauseas, por costumbre y resignación. Alejo la manzana de su rostro con disimulada rapidez, antes de que terminara adherida a sus cabellos y poco más –Quizás en algún momento te decida contar-.

-Es menor que yo- respondió, una respuesta simple o una pregunta concreta. Y no soliendo hablar más de la cuenta sentía ahora la necesidad de no sumirse en aquellos silencios que parecían destruir, de aquellos silenciosos que eran solo preciados en soledad o cuando se leía más en el que con palabras y gestos. Lo pensó unos instantes antes de animarse a contestar a una pregunta que parecía no tener solución –Es todo lo que conozco, así que no sabría decirte si es mejor- aseveró volteándole a ver. Porque ni siquiera él podía definir aquella relación que había pasado por tanto que ahora le resultaba difícil pudiera realmente existir. Recordaba aun los días en que su padre lo culpaba por los errores de su hermana, recordaba los regaños, las injurias y los golpes que tenía que recibir por aquella por quien no sentía nada.

-No deberías estar jugando con eso…- recordó haberle dicho en alguna ocasión en que la pequeña intentaba alcanzar un tarro de galletas de aquella tarde. Galletas que debían permanecer en su lugar hasta la cena y que, por sana avaricia infantil no podía dejar ahí –no se van a enterar Anuar- respondió la chillona voz. Y como lo había pronosticado con anterioridad el tarro cayó al suelo rompiéndose en uno y mil pedazos, destrozando las galletas bajo su peso y haciendo caer también a aquella que había intentado hurtarlas. Se había apresurado en aquella ocasión con Angeliqué y aunque le había intentado advertir el castigo no había sido menor. Recordaba aun las noches en que le fueron vetados los postres mientras su hermana degustaba felizmente de ellos, porque, era su responsabilidad indicarle lo que estaba bien y lo que no.

Y los años de odio transcurrieron con extraña lentitud, entre regaños, negativas y exclusiones creció al pendiente de su hermana y extrañamente, contrario a lo que muchos y él mismo podrían pensar la adoraba. Su mundo había girado en torno a ello y ella era su única preocupación. Negó con rapidez alejando los recuerdos, pues lo que venía a continuación yacía en lo más profundo de sus memorias, junto con las tristezas y entre los pesares –Pero no planeo aburrirte con mi historia familiar- porque además, era una larga de contar. Dejo caer su nuca sobre su espalda para observar el firmamento estrellado con curiosidad -¿Sería una imprudencia pedir conocer tu hogar? Me han dado ganas de conversar y dudo que el tiempo y el lugar nos alcancen. Aunque quizás me apresuro demasiado- pensó en voz alta intentando encontrar alguna constelación.

Es inaudito, por lo pronto -le aseguró-. Y yo también estaré dispuesto a escuchar.

Al mismo tiempo, proseguía con la contemplación del ambiente, de repente comparándolo con esa clase de situaciones que le hacían sentirse agusto con el comienzo del invierno: el viento abrazándose a las piedras del edificio donde se hubo comprado aquel piso, mientras suplicaba por el hueco de la ventana y perecía en el poder de una manta de tacto áspero, pero caluroso. De vez en cuando se le añadía el detalle de una tisana caliente entre las manos que le hubieran facilitado en el mercado o la de una bufanda rodeando su cuello y que le hizo la primera cliente menor de edad que atendió después de muchas insistencias. Escenas caseras, íntimas, que a pesar de su soledad no había tenido demasiada ocasión de disfrutar y que dicha escasez permitía una velocidad apabullante a la hora de seleccionarlas en la memoria para volver a perderse en ellas, a pesar de que sólo fuera imaginariamente.

Cuando Anuar mencionó lo de su "hogar" pudo haberle sugerido un vacío inmenso, pues la palabra era tan poco definitoria para el transcurso de su existencia hasta el momento que aunque no pasara la mayor parte del tiempo en el burdel, tampoco habría encontrado lugar que respondiera a la descripción. Sin embargo, en aquel instante, viéndose en aquella pequeña plaza del circo, tomando una manzana caramelizada con Anuar y pendiente de lo costoso que era para el rumano y sus cabellos una sencilla degustación... Pensó que trasladar todo cuanto estaba experimentando a su piso casi abandonado, con la diferencia de conseguir una manta menos rasposa y alérgica, no era tan... ¿extraña?

Quizá era sólo que estaba empezando a chochear antes de tiempo...

Como quieras, pero creo que debería premiárseme el interrogatorio de todo este día con que la primera visita a una casa empezara con la tuya... -replicó, sin agresividad en la voz, sino todo lo contrario- Pero si tienes curiosidad por ver la mía, no hay problema. Sigo advirtiéndote de que está hecha un completo desastre, tal vez deberías darme tiempo a ordenarla un poco...

Lo pensó unos instantes aunque bien parecía no haber escuchado la palabras de Oscar, giraban sin embargo en su cabeza como inconexas palabras que buscaban tener un significado más allá del que su pronunciador había intentando darles. Porque, Anuar buscaba siempre en las palabras lo que no existía, o lo que queriendo ser daba nulos y escasos vestigios de austeridad –Mi piso tampoco esta lo que se dice ordenado- aseguro después de reposar las palabras por un largo rato –Y no es tampoco lo que se dice amplio- la habitación y la cocineta se encontraban en el mismo lugar, y el baño apartado solo por una puerta de madera chirriante. La ahora vacía galería ocupaba la mayor parte del lugar, con sendas puertas de cristal que daban a un viejo balcón de barandal astillado.

-Si aun así deseas conocerlo no tengo mayor inconveniente aunque debo advertirte, vivo en una zona en que con facilidad te asaltarían de andar solo por la noche- recordaba aun aquella lejana noche quizás un año atrás en que había bajado la escalinata de piedras a zancadas, para encontrarse con una indefensa mujer y un par de hombre que la acosaban. El fallido intento de héroe le había costado una nariz rota, un labio partido y un rostro deformado, no por menos algún par de moretones y partiduras en el entonces escualito torso. Suponía que si debía enfrentar algo parecido hogaño saldría más victorioso que aquel día, suponía, y realmente, no lo quería comprobar o en su defecto refutar.

-Supongo que si prefieres ir a mi piso lo mejor sería que pasaras la noche ahí, a menos que tengas algo que hacer. En ese caso sería una lástima que te expusieras tanto al regresar a tu hogar- vocifero pensando en la opciones y soluciones a los problemas que se iban planteando conforme su mente comenzaba a hilar. Lamio nuevamente la manzana angustiado de tener que sujetarla con ambas manos para mantenerla en su lugar, aunque, y agradecía, que Oscar no hubiese hecho comentario alguno al respecto. Le bastaba saberse un inútil en su propio cuerpo como para y aparte tener que escucharlo de los labios de alguien más, unos de los que sus dedos conocían ya su tacto.

-Seria entonces tu decisión, yo no tengo ningún inconveniente con ninguna opción- ¿Ninguna? ¿Cuántas opciones tenían? ¿Cuántas había pronunciado en voz alta? A veces se olvidaba de anunciar sus resultados. O quizás era simplemente que estaba acostumbrado a no tener a nadie a quien pronunciarlos. Le observó, a la expectativa de alguna respuesta.

Le quedaba poco para acabarse el manjar dulzón y definitivamente el cielo comenzaba a ser una vasta capa oscura de incertidumbre. Observó las nubes todavía con un deje despistado y engulló lentamente la especie de piruleta entre sus dientes, arropado por las cavilaciones que hacía Anuar en voz alta.

Estoy acostumbrado a deambular por callejones de fama lamentable -comenzó a explicar. Se fijó en que una parte del caramelo sólido empezaba a oscilar del palo de Anuar y sin recapacitar ni un instante, acerco el dedo y lo rescató de la caída para tornar su destino al interior de su boca, igual que el acto reflejo de un niño goloso-. Me crié entre muchos y aquí en Francia ese aspecto no ha variado demasiado.

Recordaba que en la primera noche de todas había dormido en uno, cerca de una tubería caliente que le hacía de chimenea de la que probablemente habría acabado saliendo de todo, si se hubiera quedado más tiempo para convertido en su hogar definitivo. Por suerte, no fue así, y después de conseguir su trabajo actual, al regresar del burdel al piso que se compró, un par de hombres trató de atracarle y obviando el hecho de que no llevaba nada de valor encima, se enzarzó en una pelea con ellos de la que salió igual de magullado que sus atacantes, pero al menos pudo evitar a lo que habían venido.

Pero ya se sabe lo que dicen, mejor prevenir que curar... o algo así -mordisqueó un poco su propio palo, en busca de los restos que quedaban ahí pegados. Ja. Sí, ¿algún problema? ¿Era pecado aprovecharse de la situación para estar todo el tiempo posible con su primera cita desde que se había asomado al mundo? Si había alguna clase de norma para ello, él no iba a inventársela-. No nos arriesgaremos. Estaré encantado de que me muestres tu casa y de poder pasar la noche en ella...

Pasar la noche en casa de otra persona... De vez en cuando, a algunos clientes les gustaba sacar a pasear a los cortesanos como si fueran trofeos. Concretamente todavía no comprendía a qué santo le habían escogido a veces a él para eso, Oscar se trataba de los pocos que no hacían distinciones de clase y eso era generalmente mal visto por la sociedad alta, que prefería presumir con personas que no hubieran vivido en las calles. Pero la oferta de Anuar no guardaba relación alguna con nada de lo anteriormente recordado y se le antojó que se estaba volviendo inmune a la cantidad de cambios en un único día.

Claro que probablemente deba partir por la mañana o al mediodía. En cualquier caso, la próxima cita quedaría reservada a mi hogar, tenlo por seguro. Aunque mi casa tampoco es lo que se dice grande.


siento estar tardando tanto últimamente, me están jodiendo a base de bien en la universidad estos días =_=

-Sera todo un honor tener tan distinguida figura en mi humilde morada- sonrió siguiendo con la mirada el trozo de caramelo que fue a dar al interior de la boca del otro, y como si aquello no pudiese haber sido suficiente sus dientes se esmeraban en roer y degustar el poco azúcar que quedaba aun adherido a la madera –Si quieres puedes probar de la mía- le indico entonces, pensando lo difícil que seria para si mismo terminar aquel manjar. Quizás entonces si Oscar le ayudaba sería mejor. Extendió el objeto hacia su acompañante, sin pegarlo a su rostro más dejándolo bien en alto, sujeto con ambas manos por necesidad y no costumbre o educación. Se pregunto entonces si lo aceptaría, porque las cosas se antojaban más cuando se sabían ajenas ¿cierto? El no sabía demasiado al respecto, suponía que era verdad.

-Por eso no hay mayor inconveniente, las calles aledañas al edificio no ofrecen una vista espectacular ni pintoresca pero es mejor que salir de noche- confesó con tranquilidad pensando en la posibilidad de tener que dormir en el sillón, de cualquier manera con las semanas que había pasado en el tren no sería mayor inconveniente que remontarse al vagón del mismo. Arrullado por el vaivén de la máquina de vapor y el roce de las llantas y los rieles como única y estruendosa melodía. A veces sentía que en verdad aquella era una prolongación de algún sueño en el cual se encontraba inmerso, y es que no podía evitar pensar que una novela seria menos dramática que gran parte de su vida.

-Espero que puedas decir lo mismo después de ver mi piso- susurró comenzando a andar con lentitud para aguardar el seguimiento del otro. No deberían tardar mucho en llegar al edificio en que vivía, quizás algunos minutos y poco menos de un cuarto de hora. Aunque quizás Oscar deseaba aun alguna golosina del lugar que comprar para degustar en el transcurso a lo desconocido. Creía, que aquellas confianzas le traerían problemas en alguna ocasión ¿Llevar a un completo extraño a su hogar? Nunca le había parecido más absurdas sus acciones, tan cegado entonces por la soledad. Por un simple anhelo austero de dilección que no estaba seguro siquiera de poder otorgar. Sin embargo se encontraba entonces encaminándolo a su “hogar”, donde el eco de su voz resonaba aun en las esquinas como canciones de nunca acabar ¿Lo llevaba entonces para opacar aquella voz?

Negó disimuladamente para cambiar de tales y cuales pensamientos y centrar su atención otra vez en quien bien la merecía y a quien dichoso se la otorgaba -¿Debes partir por trabajo?- cuestiono entonces pensando, el trabajo impediría a muchos dormir en casa de extraños.

off: Lo comprendo, no tengo prisa por eso no te apures, soy paciente.

Por trabajo... Sí, ese trabajo que sólo con salir de su boca podía cambiar toda una conversación agradable a un silencio incómodo y una mirada de asco. Ya había pasado por situaciones parecidas, personas que creían que era un tipo simpático o trigo limpio o la fantasía más clara que habían visto en su vida hasta que pronunciaba la palabra 'cortesano'. Limitada a verse sólo como la parte que, irónicamente, sentían muchos de ellos: el remordimiento de verse obligado por lo que no se siente, el sudor pegajoso que te recuerda lo humano que eres y un estómago de abominación luchando por no vomitar con la cabeza del cliente entre las piernas.

Y en su caso, no podía hablar de nada eso, porque no se había encontrado con nada de eso. No ingresó por especial necesidad económica ni por gusto obsceno ni por ninguna otra obligación. Sino porque entre la arquitectura de un burdel se sentía refugiado en sus recuerdos, mecido por la sensación psicodélica del coma en Wroclaw que le había despertado en su paradoja. Había aprendido más cosas buenas que malas de la mayoría de su clientela y con sus compañeros había encontrado un trato limpio de prejuicios que hacía el universo personal de su incomprensión algo más cálido y cercano a alguna realidad que compartir con otros.

¿Sería Anuar capaz de no quedarse en la superficie de algo que la sociedad había camuflado cerradamente como una desgracia sin excepciones... y querer conocer los motivos, la historia, la esperanza, la alimentación de su desengaño...?

Sí, por trabajo -afirmó, después de aceptar la manzana caramelizada del rumano, de repente con la mirada algo ausente antes de seguir los pasos que le llevarían hasta su casa.

Habría retenido un poco más los dedos cerca de los suyos, perdido en esa clase de pequeños detalles y momentos que le habían embelesado desde que le pidió lanzar una piedra junto a él esa mañana en el puente. Pero todo ese... asunto del burdel le aturdía demasiado. Gracias a Dios, más allá de la expresión en sus ojos, nada de su físico había experimentado cambio alguno, por lo que tenía tiempo para que Anuar no se diera cuenta de que había habido algo raro en su comportamiento.

Pero si no te importa, preferiría que eso también quedara entre las cosas que te acabaré contando en adelante... -comentó con creíble distracción y travieso encanto, a la vez que se enzarzaba con el dulce que le había regalado el artista. No iba a mentirle, pero al menos, tenía derecho a alargar el silencio para disfrutarlo todo lo posible- No seas tan inquieto.

Y eso era lo que le había preocupado desde el principio, que nunca antes había tenido miedo de volver a contemplar ese asco reflejado en el rostro de otra persona. En el rostro de esa persona.

Si tienes un sofá, dormiré en él, descuida. Yo soy el intruso que perturba la rutina de tu hogar esta vez -comentó y siguió avanzando en la marcha antes de echar los últimos vistazos al lugar de la primera cita que había tenido; que había querido tener.