AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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No le temas a los sonidos del bosque, teme a las cosas que los originan [Privado]
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No le temas a los sonidos del bosque, teme a las cosas que los originan [Privado]
Recuerdo del primer mensaje :
El camino no era problema alguno, desde que había llegado a París había aprendido que no solo los seres humanos eran los únicos que podían habitar el planeta, había sido atacada por un hombre lobo, después se topo con un vampiro que era más humano que incluso un sacerdote dando la palabra "del señor" en una iglesia pues a pesar de su falta de alimento la había salvado de la una muerte lenta, poco tiempo después se entero que uno de esos dos hombres a los cuales les agradecía infinitamente su supervivencia era lobo también, tantas cosas que había visto pasar frente a sus ojos le dejaba en claro que lo que hacía era por demás peligroso sin embargo no se quiso detener, bien dicen que si te pasa algo te pasará aquí y en china. El salir de su habitación era la tarea más fácil pues su ventana daba a la puerta trasera de la casa, era sencillo para ella enredar sus pies en los protectores de las ventanas y puertas para poder llegar a tierra firme sin ningún problema, en cuanto lo hizo salió corriendo a la dirección contraria a la ubicación de los guardias en curso, los bosques se habían vuelvo sus cómplices pues parecía que las ramas hacían un camino seguro por donde ella pudiera pasar. Todo era visiblemente casi imposible de ver pero la luz de la luna era tan amigable aquella noche que podía seguir el camino sin mirar atrás. Poco tiempo después empezó a identificar el sonido del agua golpear con el lago, era la señal, estaba en el camino correcto, por el camino más fácil, atrayente y rápido.
Solo era un pequeño charco el que había pisado pero debido a la velocidad en la que iba. el agua había salpicado la parte interna de su vestido haciendo que este se humedeciera y el caminar fuera bastante pesado. Sus cabellos rubios se balanceaban de un lado a otro sin importar que su perfecto peinado se descuidara. Se encontraba totalmente cansada de la cantidad de problemas que se les había avecinado. Por un lado había un traidor entre los revolucionarios, uno que estaba dispuesto a dejarlos morir solo por los caprichosos de un gobierno que no era monárquico más bien se había vuelvo una tiranía que sino se controlaba ese manera, con batalla, nadie podría derrocarlos, por otro Darcy se encontraba en la bastilla siendo juzgado de alta traición y si encontraban las pruebas suficientes no tardarían en mandarlo a que le cortaran la cabeza, si le sumamos el escondite de "la casa de la noche", sus indiferencias con algunos acogidos en la casa, todo eso y más estaban haciendo que la paciente joven perdía por completo el control de sus emociones, de su fuerza y de su bondad por eso había decidido que ese día por más peligroso que fuera saldría. Solo bastaba una señal. La del sol cuando se empezaba a ocultar dejando que la luna comenzara a cubrir con su manto color plata los bosques que frente al refugio se encontraban. Llevaba colgado de su hombro un bolso con algunos artefactos, en su mano se encontraba una vela que iluminaba ese camino que se sabía de memoria. Quizás no era la mejor de las temporadas, ni la mejor de las horas para salir buscando un poco de paz, pero era cuando a base de presiones había encontrado la fuerza para salir de ese lugar y hacer algo que deseaba de hace mucho. Campar cerca de las cascadas ocultas.
Unos pasos más bastaron cuando frente a ella, pudo apreciar con claridad la hermosa cascada. Solo un metro de distancia para que el puente que la hacía atravesar hacía las rocas laterales pudiera ser pisado con delicadeza por la chica. Así lo hizo, incluso avanzó demás tocando con una mano la presión del agua al caer, era ligeramente doloroso pero sin duda lo disfrutaba en demasía por lo que atravesó rápidamente esa delicada cortina lateral encontrándose con una hermosa cueva su única pared era ese manto de agua pero ¿cómo una humana era capaz de encontrar semejante escondite en medio de la nada? Muy fácil si tus amigos sobrenaturales desean conquistarte con algo tan puro como tu alma, incluso aquel lugar se había vuelvo un refugio personal ya equipado con lo necesario. Un pequeño sillón viejo que gracias a él lugar en ocasiones podían sentir la humedad del agua. Una mesa de aluminio, pequeñas velas. Solo aquel que tuviera el poder suficiente podría hacer que sus mozos trajeran todo eso a ese lugar mágico sin que la madre naturaleza se las cobrara. Desde que el estaba apresado Doreen venía aquí con la esperanza de encontrar entre el eco de las paredes su voz y así poder estar tranquila sabiendo que estaba bien, aquello era tan imposible sin embargo no perdía la esperanza y día tras día llegaba al lugar pasaba el rato y al final entre sabanas quedaba dormida en aquel viejo sillón.
Lo que la doncella no sabía era lo diferente que aquello noche sería, para empezar de entre las armas clandestinas que habían llegado a la casa de la noche ella había tomado una pistola con la cantidad de balas necesarias para que pudiera aprender a disparar con buena puntería, el sonido al detonar el arma la delataría de su ubicación pero al menos en lo que se tardaban en encontrarla podría hacer maravillas con el artefacto sin importar la hora que fuera. Debido al lugar en el que estaba la luna iluminaba de manera más clara el lugar por lo que no hacían falta velas o todas esas cosas para poder estar cómoda. Sus ojos verdes no se apartaban de las balas que estaban siendo colocadas en la pistola, estaba nerviosa, sus manos la delataban por la constante temblorina que tenían, poco a poco tomo aquello con fuerza y fijo su vista en un punto determinado en el que había dejado una botella de cristal como señuelo. No tardó mucho en realizar la primera detonación, los arboles cercanos se movieron espantados liberando a las aves que se sintieron amenazadas y que emigraban de hogar. En su hermoso rostro de porcelana se podía notar una mueca evidente dejando la pistola en la misma posición moviendo solo unos pocos centímetros la punta y disparando por segunda vez. Se había acercado un poco, solo un poco al punto fijo pero necesitaba practicar más. Estaba completamente lista por hacer la tercera detonación cuando sintió una presencia mirar sobre su espalda. Aquello era raro pues no había señal de vida humana cerca. Se quedo quieta cerrando los ojos esperando un golpe o algo fatal - ¿Alguien? - Apenas pudo alzar un poco la voz, el tartamudeo fue evidente, poco a poco fue girando su cuerpo, la sorpresa fue grande pues al abrir los ojos aquella presencia que había sentido e incluso escuchado no estaba, simplemente estaba sola en medio de la nada.
Solo era un pequeño charco el que había pisado pero debido a la velocidad en la que iba. el agua había salpicado la parte interna de su vestido haciendo que este se humedeciera y el caminar fuera bastante pesado. Sus cabellos rubios se balanceaban de un lado a otro sin importar que su perfecto peinado se descuidara. Se encontraba totalmente cansada de la cantidad de problemas que se les había avecinado. Por un lado había un traidor entre los revolucionarios, uno que estaba dispuesto a dejarlos morir solo por los caprichosos de un gobierno que no era monárquico más bien se había vuelvo una tiranía que sino se controlaba ese manera, con batalla, nadie podría derrocarlos, por otro Darcy se encontraba en la bastilla siendo juzgado de alta traición y si encontraban las pruebas suficientes no tardarían en mandarlo a que le cortaran la cabeza, si le sumamos el escondite de "la casa de la noche", sus indiferencias con algunos acogidos en la casa, todo eso y más estaban haciendo que la paciente joven perdía por completo el control de sus emociones, de su fuerza y de su bondad por eso había decidido que ese día por más peligroso que fuera saldría. Solo bastaba una señal. La del sol cuando se empezaba a ocultar dejando que la luna comenzara a cubrir con su manto color plata los bosques que frente al refugio se encontraban. Llevaba colgado de su hombro un bolso con algunos artefactos, en su mano se encontraba una vela que iluminaba ese camino que se sabía de memoria. Quizás no era la mejor de las temporadas, ni la mejor de las horas para salir buscando un poco de paz, pero era cuando a base de presiones había encontrado la fuerza para salir de ese lugar y hacer algo que deseaba de hace mucho. Campar cerca de las cascadas ocultas.
Unos pasos más bastaron cuando frente a ella, pudo apreciar con claridad la hermosa cascada. Solo un metro de distancia para que el puente que la hacía atravesar hacía las rocas laterales pudiera ser pisado con delicadeza por la chica. Así lo hizo, incluso avanzó demás tocando con una mano la presión del agua al caer, era ligeramente doloroso pero sin duda lo disfrutaba en demasía por lo que atravesó rápidamente esa delicada cortina lateral encontrándose con una hermosa cueva su única pared era ese manto de agua pero ¿cómo una humana era capaz de encontrar semejante escondite en medio de la nada? Muy fácil si tus amigos sobrenaturales desean conquistarte con algo tan puro como tu alma, incluso aquel lugar se había vuelvo un refugio personal ya equipado con lo necesario. Un pequeño sillón viejo que gracias a él lugar en ocasiones podían sentir la humedad del agua. Una mesa de aluminio, pequeñas velas. Solo aquel que tuviera el poder suficiente podría hacer que sus mozos trajeran todo eso a ese lugar mágico sin que la madre naturaleza se las cobrara. Desde que el estaba apresado Doreen venía aquí con la esperanza de encontrar entre el eco de las paredes su voz y así poder estar tranquila sabiendo que estaba bien, aquello era tan imposible sin embargo no perdía la esperanza y día tras día llegaba al lugar pasaba el rato y al final entre sabanas quedaba dormida en aquel viejo sillón.
Lo que la doncella no sabía era lo diferente que aquello noche sería, para empezar de entre las armas clandestinas que habían llegado a la casa de la noche ella había tomado una pistola con la cantidad de balas necesarias para que pudiera aprender a disparar con buena puntería, el sonido al detonar el arma la delataría de su ubicación pero al menos en lo que se tardaban en encontrarla podría hacer maravillas con el artefacto sin importar la hora que fuera. Debido al lugar en el que estaba la luna iluminaba de manera más clara el lugar por lo que no hacían falta velas o todas esas cosas para poder estar cómoda. Sus ojos verdes no se apartaban de las balas que estaban siendo colocadas en la pistola, estaba nerviosa, sus manos la delataban por la constante temblorina que tenían, poco a poco tomo aquello con fuerza y fijo su vista en un punto determinado en el que había dejado una botella de cristal como señuelo. No tardó mucho en realizar la primera detonación, los arboles cercanos se movieron espantados liberando a las aves que se sintieron amenazadas y que emigraban de hogar. En su hermoso rostro de porcelana se podía notar una mueca evidente dejando la pistola en la misma posición moviendo solo unos pocos centímetros la punta y disparando por segunda vez. Se había acercado un poco, solo un poco al punto fijo pero necesitaba practicar más. Estaba completamente lista por hacer la tercera detonación cuando sintió una presencia mirar sobre su espalda. Aquello era raro pues no había señal de vida humana cerca. Se quedo quieta cerrando los ojos esperando un golpe o algo fatal - ¿Alguien? - Apenas pudo alzar un poco la voz, el tartamudeo fue evidente, poco a poco fue girando su cuerpo, la sorpresa fue grande pues al abrir los ojos aquella presencia que había sentido e incluso escuchado no estaba, simplemente estaba sola en medio de la nada.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/03/2011
Edad : 34
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Re: No le temas a los sonidos del bosque, teme a las cosas que los originan [Privado]
Mi respiración se había agitado de manera notoria. Estaba confundida, al mismo tiempo tenía miedo, por otro lado me sentía en el mejor de los momentos, que estaba en el lugar correcto. Siempre he escuchado como algunas personas reniegan de lo que viven, como desean estar en otras situaciones, y quizás en un principio deseé haber corrido para no tener esa mirada sobre la mía, pero estaba segura que era la mejor. Debo confesar que a pesar de vivir en una clase no privilegiada, siempre he sabido salir adelante, se me han tenido consideraciones infinitas, incluso ahora, en este momento, me tratan con delicadeza, no lo reprocho, de hecho me siento afortunada por tantos privilegios dados, pero entonces recapacito, me doy cuenta que estoy volviendo a ese tiempo, a antes de escapar a casa, dónde se me daban instrucciones para vivir, incluso para respirar, había escapado por eso mismo, para poder ser yo, porque deseaba conocer, deseaba aprender, nunca antes había aprendido a defenderme, o quizás sólo a sobrellevar una situación, me habían arreglado cada uno de mis errores, nunca había sufrido demasiado cada paso en falso, debía tomar al toro por los cuernos, como dicen por ahí, hacerme responsable de dónde me encuentro en este momento, dejar de sufrir, dejar de temer, y simplemente vivir lo de este momento, porqué, quien sabe si después pueda disfrutar del aire al entrar por mis pulmones. Ahora mismo, después de analizar este pequeño detalle mi respiración se ha normalizado. Seguía con vida, debía disfrutar de ella, no había más.
En mi rostro apareció una sonrisa tímida, bajé la mirada por unos momentos a nuestros pies, los míos descalzos sobre el piso frío a causa de la empapada que había tenido minutos antes, los suyos cubiertos por aquellos zapatos de época, se veían desgastados, quizás por la marcha que ha tenido junto a su portados. Siempre tendía a bajar la mirada cuando me sentía avergonzada, pero no podía mentirle, y no precisamente porque leyera mi mente, más bien porque no deseaba serlo con él, quizás Ciro estaba siendo rudo, quizás cruel, o simplemente esa era su forma de ser, una que yo no comprendía porque nadie había sido de esa manera conmigo, endemoniadamente sincero. Debía aprender a lidiar con eso, no todas las personas que estuvieran a mi alrededor serían dóciles, o me abrazarían al ver mi rostro blanco afligido, debía aprender a reponerme en cualquier negación, en cada golpe contra una puerta cerrada… ¡Y lo estoy haciendo de nuevo! Viendo lo negativo de la situación. ¿Dónde había quedado esa Doreen optimista? ¿Dónde había quedado esa Doreen que siempre sacaba jugo de las cosas? Porque si lo pensaba bien el vampiro me estaba enseñando de relaciones, me estaba enseñando a comprender muchas cosas, a muchas personas muchas situaciones, una lección de vida en como relacionarme, en como abrir un poco mis panoramas aceptando a los demás por lo que son, no por como me los impongan los demás. Ciro estaba siendo una especie de oportunidad que había estado buscando hace mucho tiempo. ¿Qué estaba haciendo yo? Desperdiciándolo, que poca vergüenza tenía - De verdad, lo lamento, lamento mi comportamiento - Ese lamento era sincero, no era superficial, estaba saliendo de lo más profundo de mi ser, de esa Doreen que apreciaba lo que tenía.
Fuertes cadenas, quizás grandes muros que había ido construyendo con forme mi vida pasaba se derrumbaron en ese momento. Alcé mi mirada, mis mejillas se habían ruborizado, tenía que aceptar las cosas que decía, muchas de ellas no estaban erradas, y aunque poco nos conociéramos, quizás era el principio de la posibilidad de. - Debo confesarle en este momento… He tenido entonces una percepción errónea de los de su especie, no le niego, quisiera conocer de ustedes, pero no de cualquiera, quiero ver la vida de un inmortal a través de sus ojos, porque ahora puedo verlo como una especie de maestro. ¿Lo ha notado? - Me quedé callada por unos momentos, debía explicar bien, aunque daba a la inteligencia que el vampiro poseía quizás no era necesario, por si las moscas no estaba demás decir ¿No es así? - Conocí criaturas que se avergüenza de la naturaleza que usted posee, cosa que siento ridículo… Conozco serás que se dejan llevar por el mero instinto, y ahora mismo lo tengo frente a mi, mostrándome que no sólo se deja llevar por eso, aunque influye no lo niego, usted parece un caballero completamente medido, un vampiro pensante que sale del marco de referencia que tenía, deseo poder conocer ese mundo así - Me encogí de hombros, soy sincera, la educación siempre me llamado la atención, aunque siempre me prohibieron adentrarme a ese mundo de sabiduría, no lo negaba, me avergonzaba por no saber, pero siempre se estaba a tiempo como se tienen deseos.
Estaba ahí otra confesión clara, mi evidencia grande de la vida llena de represiones que había tenido al crecer. - A mi no me resulta gracioso, no puedo negar lo evidente, hasta hace apenas dos meses he podido aprender a leer a la perfección, en mi casa, cada que veían un intento de mi parte por comprender de la cultura en la que nací, se me daban castigos severos, se me prohibía incluso comer por días - Movió la cabeza, deseaba apartarme de esa mirada, pero no podía, una necesidad por estar en la completa atención del caballero había aparecido - A mi sólo me enseñaban a cocinar, a coser, a ser esa mujer perfecta como lo ha dicho, no puedo refutar su respuesta sobre el arte que conoce, pero no desprecie el mío por favor, que es importante para mi, le he traído a lo que más amo, y sé que tiene poca relevancia para usted, pero… Sólo respeto eso de mi Ciro, así como me ha otorgado vivir más, deje que le desnude mi ser de esa manera - Lo miré con cierta tristeza ¿Me entendería? No lo sabía, pero esa Doreen que había deseado salir lo estaba logrando, gracias a él. - Siempre he deseado ir a esos grandes, elegantes y famosos museos, esas galerías repletas de imágenes, conocer la magia del trazo de cada autor, pero yo no tengo esa posibilidad, quizás usted podría contármelo a travez de sus recuerdos. ¿Me lo concedería? - Sonreí de nuevo, deseaba escuchar un si de sus labios, deseaba sentir encuentros como estos pero sabía que sin él no serían lo mismo, deseaba poder sentirlo en mi vida, ese miedo excitante entre la muerte en un abrir y cerrar de ojos, y todo eso por conocimiento. Sabía bien que el conocimiento era poder absoluto, pero yo no deseaba ser una reina frívola con tantas limitaciones como yo había estado teniendo. Yo deseaba el poder del conocimiento para vivir verdaderamente.
Mi cuerpo no paraba de temblar, quizás por la fluidez que estaba teniendo, también por el cansancio, aquel día había hecho mil y un deberes en la casa de la noche. La casa de la noche es el refugio de los revolucionarios, no había dormido casi nada, había escapado, y la adrenalina de mi cuerpo había aparecido unas 4 veces quizás con su presencia, si le sumamos la aceleración de mis sentidos por su cercanía. Observé a mi alrededor, encontré entonces un pequeño banco. Caminé hasta él, tomando asiento, mis piernas me lo estaba agradeciendo en ese momento. Junte las rodillas, y las coloque de lado como toda correcta postura. ¿Estaba demasiado siguiendo el protocolo? No había más, eso había aprendido en mi corta vida, y aunque luchara contra él, no sería fácil, pero al menos la imposibilidad se quedaba a un lado. Por otro lado, él parecía tranquilo, incluso parecía fresco, como si ese pequeño chapuzón que había hecho en esa cascada, cuando me escondió, le hubiera llenado de energía, su belleza era más grande ahí, quizás para mi al verlo en estás paredes tan intimas ante mis ojos.
El agua es vida, y Ciro había absorbido la vida que emanaba aquel lago, aquí, bajo la tenue luz de las velas de parafina, podía observar a mejor detalle su rostro, y sus labios, podía jurar que tienen un color rosáceo, suave pero llamativo. - Me gustaría ofrecerle algo de beber, pero intuyo que nada de lo que hay dentro de estás paredes le llegue al gusto de su paladar - Sonreí, pero esta vez con amplía soltura - Aunque podría ofrecerle un poco de mi sangre… Si eso es lo que le falta, y es lo que desea, no me opondría quizás - ¿Qué se sentiría? Es decir, ¿Sería placentero qué el bebiera de mi cuerpo? ¿Qué tan placentero sería para él? ¿Ambos lo deseábamos? Quizás el beber sangre no sólo se limitaba a alimentación, quizás el alimentarse de alguien y dejarlo con vida se resumía a algo más intimo. No lo sabía. Estaba curiosa, quizás estaba juzgando mal, él no sentía como yo, obviamente, quizás sus deseos, sus inquietudes, incluso el amor que pueda ofrecer viene de otro lado, o de razones y sentires poco comprensibles para mi, pues no los he escuchado, o visto. Me han dicho que los vampiros aman con locura, o cuando tienen aprecio a alguien son bastante fieles. ¿Hasta dónde podrían llegar? - No deseo tenerle miedo, quizás el miedo no es el mejor de los sentimientos, deseo tenerle respeto por todo lo que me ha mostrado - Me quedé en silencio, adoraba observarlo, era una hermosa imagen - Pero un respeto sin imposición, un respeto que sé me esta naciendo - Llegué mis manos hasta la altura de mi regazo, enredando los dedos entre si.
- No sólo tengo miedo de retratarle, tengo miedo a lo que pueda ver de mi al plasmarlo - En cada pintura colocaba una verdad, una percepción mía, un deseo oculto, una fantasía por querer volver realidad, una fantasía reprimida. ¿Qué podría encontrar al trazarlo a él? Sin duda mi verdadero yo, y por supuesto que tenía en mostrarlo a los demás. - Una buena pintura no quedará sólo en esta noche, quizás a penas y pueda trazar las formas de su figura, delinear su rostro, sólo con un pincel, y sólo sería la forma básica… Si me ha otorgado el permiso, debo intuir que vendrá por varias noches… - Me mordí el labio inferior de manera suave, un pequeño gesto coqueto había salido, no me lo estaba cuestionando de hecho, estaba tranquila al haberlo hecho, además, seguramente esto seria algo mínimo a lo que estaba acostumbrado a recibir, las féminas de hoy en día, sean vampiresas o simples humanas están acostumbradas al gran descaro, ¿Por qué no puedo ser descarada? Claro que puedo… Di un pequeño salto al banquillo poniéndome de pie, al caer al piso sentí mis piernas temblar, no me detuve, había mucho que dar, avancé y me posé frente a él.
Estiré ambas manos, tomé las ajenas con suavidad, sin pedir permiso. - Lo haré entonces, y no frenaré mis deseos por lo que pueda retratar, ya sea correcto o no - Lo solté, mis ojos se desviaron por aquella galería, tenía tantos deseos de poder abrirla sin problema, que muchas personas caminaran por los pasillos, que pudieran apreciar lo que yo trazaba, lo que intentaba reflejar, o incluso conocer la percepción diferente. - Debería quitarse esa ropa mojada, si desea quédese con su ropa intimida, lo demás lo pondré en la ventana, así no tendrá problema alguno al salir - No me estaba dando cuenta, a la única que la ropa mojada la afectaba, era a mi, sólo a mi. - Si lo desea claro… - Quizás lo deseaba más yo que él, poder conocer a la perfección la figura embriagante de Ciro, poder terminar teniendo una imagen completa, una especie de placer visual. Me negué, ¿Qué podía yo despertar en él aparte de risa? Nada, no podía ser digna, ¿Por qué alucinaba tanto? Me quedé un rato en silencio. Por alguna extraña razón el deseo de conocer un poco más de él incrementaba, no sólo se trataba de un deseo físico, eso lo había aprendido a manejar, nunca me había dejado por sensaciones placenteras. ¿Cómo habían sido las batallas de Ciro? Bueno, del nombre que hubiera usado en el momento. ¿Recordaría ese sentimiento al ganar una gran batalla? Yo quería entrar a una gran batalla, y por lo que estaba viviendo hasta ahora. Había entrado al campo de batalla de Ciro.
El silencio no incomodo se hizo presente. Sólo por algunos minutos, me gustaba la sensación del peligro a su lado. - ¿Cómo eran sus batallas? ¿Dónde aprendió sobre el combate? - ¿Le abría enseñado su padre? Por lo poco que había conocido de él, por su porte, por sus oraciones pequeñas al referirse a él comenzaba a intuir algunas cosas, me había dedicado a leer libros de fantasía, alguno que otro de culturas distintas que me habían regalado revolucionarios que habían hecho grandes y largos viajes, poco sabía de Francia, de Italia, de Grecia, de Roma, pero de acuerdo a sus costumbres tenía una ligera idea. Como le había dicho minutos antes, deseaba conocer el mundo a través de esos hermosos ojos letales. Estiré mi mano, tomando la ajena, jalándolo con suavidad hasta los pequeños sillones del fondo del lugar, la pequeña salita que Darcy había puesto de descanso para los invitados más importantes. Ciro era mi invitado, el más importante que había entrado a éste lugar.
En mi rostro apareció una sonrisa tímida, bajé la mirada por unos momentos a nuestros pies, los míos descalzos sobre el piso frío a causa de la empapada que había tenido minutos antes, los suyos cubiertos por aquellos zapatos de época, se veían desgastados, quizás por la marcha que ha tenido junto a su portados. Siempre tendía a bajar la mirada cuando me sentía avergonzada, pero no podía mentirle, y no precisamente porque leyera mi mente, más bien porque no deseaba serlo con él, quizás Ciro estaba siendo rudo, quizás cruel, o simplemente esa era su forma de ser, una que yo no comprendía porque nadie había sido de esa manera conmigo, endemoniadamente sincero. Debía aprender a lidiar con eso, no todas las personas que estuvieran a mi alrededor serían dóciles, o me abrazarían al ver mi rostro blanco afligido, debía aprender a reponerme en cualquier negación, en cada golpe contra una puerta cerrada… ¡Y lo estoy haciendo de nuevo! Viendo lo negativo de la situación. ¿Dónde había quedado esa Doreen optimista? ¿Dónde había quedado esa Doreen que siempre sacaba jugo de las cosas? Porque si lo pensaba bien el vampiro me estaba enseñando de relaciones, me estaba enseñando a comprender muchas cosas, a muchas personas muchas situaciones, una lección de vida en como relacionarme, en como abrir un poco mis panoramas aceptando a los demás por lo que son, no por como me los impongan los demás. Ciro estaba siendo una especie de oportunidad que había estado buscando hace mucho tiempo. ¿Qué estaba haciendo yo? Desperdiciándolo, que poca vergüenza tenía - De verdad, lo lamento, lamento mi comportamiento - Ese lamento era sincero, no era superficial, estaba saliendo de lo más profundo de mi ser, de esa Doreen que apreciaba lo que tenía.
Fuertes cadenas, quizás grandes muros que había ido construyendo con forme mi vida pasaba se derrumbaron en ese momento. Alcé mi mirada, mis mejillas se habían ruborizado, tenía que aceptar las cosas que decía, muchas de ellas no estaban erradas, y aunque poco nos conociéramos, quizás era el principio de la posibilidad de. - Debo confesarle en este momento… He tenido entonces una percepción errónea de los de su especie, no le niego, quisiera conocer de ustedes, pero no de cualquiera, quiero ver la vida de un inmortal a través de sus ojos, porque ahora puedo verlo como una especie de maestro. ¿Lo ha notado? - Me quedé callada por unos momentos, debía explicar bien, aunque daba a la inteligencia que el vampiro poseía quizás no era necesario, por si las moscas no estaba demás decir ¿No es así? - Conocí criaturas que se avergüenza de la naturaleza que usted posee, cosa que siento ridículo… Conozco serás que se dejan llevar por el mero instinto, y ahora mismo lo tengo frente a mi, mostrándome que no sólo se deja llevar por eso, aunque influye no lo niego, usted parece un caballero completamente medido, un vampiro pensante que sale del marco de referencia que tenía, deseo poder conocer ese mundo así - Me encogí de hombros, soy sincera, la educación siempre me llamado la atención, aunque siempre me prohibieron adentrarme a ese mundo de sabiduría, no lo negaba, me avergonzaba por no saber, pero siempre se estaba a tiempo como se tienen deseos.
Estaba ahí otra confesión clara, mi evidencia grande de la vida llena de represiones que había tenido al crecer. - A mi no me resulta gracioso, no puedo negar lo evidente, hasta hace apenas dos meses he podido aprender a leer a la perfección, en mi casa, cada que veían un intento de mi parte por comprender de la cultura en la que nací, se me daban castigos severos, se me prohibía incluso comer por días - Movió la cabeza, deseaba apartarme de esa mirada, pero no podía, una necesidad por estar en la completa atención del caballero había aparecido - A mi sólo me enseñaban a cocinar, a coser, a ser esa mujer perfecta como lo ha dicho, no puedo refutar su respuesta sobre el arte que conoce, pero no desprecie el mío por favor, que es importante para mi, le he traído a lo que más amo, y sé que tiene poca relevancia para usted, pero… Sólo respeto eso de mi Ciro, así como me ha otorgado vivir más, deje que le desnude mi ser de esa manera - Lo miré con cierta tristeza ¿Me entendería? No lo sabía, pero esa Doreen que había deseado salir lo estaba logrando, gracias a él. - Siempre he deseado ir a esos grandes, elegantes y famosos museos, esas galerías repletas de imágenes, conocer la magia del trazo de cada autor, pero yo no tengo esa posibilidad, quizás usted podría contármelo a travez de sus recuerdos. ¿Me lo concedería? - Sonreí de nuevo, deseaba escuchar un si de sus labios, deseaba sentir encuentros como estos pero sabía que sin él no serían lo mismo, deseaba poder sentirlo en mi vida, ese miedo excitante entre la muerte en un abrir y cerrar de ojos, y todo eso por conocimiento. Sabía bien que el conocimiento era poder absoluto, pero yo no deseaba ser una reina frívola con tantas limitaciones como yo había estado teniendo. Yo deseaba el poder del conocimiento para vivir verdaderamente.
Mi cuerpo no paraba de temblar, quizás por la fluidez que estaba teniendo, también por el cansancio, aquel día había hecho mil y un deberes en la casa de la noche. La casa de la noche es el refugio de los revolucionarios, no había dormido casi nada, había escapado, y la adrenalina de mi cuerpo había aparecido unas 4 veces quizás con su presencia, si le sumamos la aceleración de mis sentidos por su cercanía. Observé a mi alrededor, encontré entonces un pequeño banco. Caminé hasta él, tomando asiento, mis piernas me lo estaba agradeciendo en ese momento. Junte las rodillas, y las coloque de lado como toda correcta postura. ¿Estaba demasiado siguiendo el protocolo? No había más, eso había aprendido en mi corta vida, y aunque luchara contra él, no sería fácil, pero al menos la imposibilidad se quedaba a un lado. Por otro lado, él parecía tranquilo, incluso parecía fresco, como si ese pequeño chapuzón que había hecho en esa cascada, cuando me escondió, le hubiera llenado de energía, su belleza era más grande ahí, quizás para mi al verlo en estás paredes tan intimas ante mis ojos.
El agua es vida, y Ciro había absorbido la vida que emanaba aquel lago, aquí, bajo la tenue luz de las velas de parafina, podía observar a mejor detalle su rostro, y sus labios, podía jurar que tienen un color rosáceo, suave pero llamativo. - Me gustaría ofrecerle algo de beber, pero intuyo que nada de lo que hay dentro de estás paredes le llegue al gusto de su paladar - Sonreí, pero esta vez con amplía soltura - Aunque podría ofrecerle un poco de mi sangre… Si eso es lo que le falta, y es lo que desea, no me opondría quizás - ¿Qué se sentiría? Es decir, ¿Sería placentero qué el bebiera de mi cuerpo? ¿Qué tan placentero sería para él? ¿Ambos lo deseábamos? Quizás el beber sangre no sólo se limitaba a alimentación, quizás el alimentarse de alguien y dejarlo con vida se resumía a algo más intimo. No lo sabía. Estaba curiosa, quizás estaba juzgando mal, él no sentía como yo, obviamente, quizás sus deseos, sus inquietudes, incluso el amor que pueda ofrecer viene de otro lado, o de razones y sentires poco comprensibles para mi, pues no los he escuchado, o visto. Me han dicho que los vampiros aman con locura, o cuando tienen aprecio a alguien son bastante fieles. ¿Hasta dónde podrían llegar? - No deseo tenerle miedo, quizás el miedo no es el mejor de los sentimientos, deseo tenerle respeto por todo lo que me ha mostrado - Me quedé en silencio, adoraba observarlo, era una hermosa imagen - Pero un respeto sin imposición, un respeto que sé me esta naciendo - Llegué mis manos hasta la altura de mi regazo, enredando los dedos entre si.
- No sólo tengo miedo de retratarle, tengo miedo a lo que pueda ver de mi al plasmarlo - En cada pintura colocaba una verdad, una percepción mía, un deseo oculto, una fantasía por querer volver realidad, una fantasía reprimida. ¿Qué podría encontrar al trazarlo a él? Sin duda mi verdadero yo, y por supuesto que tenía en mostrarlo a los demás. - Una buena pintura no quedará sólo en esta noche, quizás a penas y pueda trazar las formas de su figura, delinear su rostro, sólo con un pincel, y sólo sería la forma básica… Si me ha otorgado el permiso, debo intuir que vendrá por varias noches… - Me mordí el labio inferior de manera suave, un pequeño gesto coqueto había salido, no me lo estaba cuestionando de hecho, estaba tranquila al haberlo hecho, además, seguramente esto seria algo mínimo a lo que estaba acostumbrado a recibir, las féminas de hoy en día, sean vampiresas o simples humanas están acostumbradas al gran descaro, ¿Por qué no puedo ser descarada? Claro que puedo… Di un pequeño salto al banquillo poniéndome de pie, al caer al piso sentí mis piernas temblar, no me detuve, había mucho que dar, avancé y me posé frente a él.
Estiré ambas manos, tomé las ajenas con suavidad, sin pedir permiso. - Lo haré entonces, y no frenaré mis deseos por lo que pueda retratar, ya sea correcto o no - Lo solté, mis ojos se desviaron por aquella galería, tenía tantos deseos de poder abrirla sin problema, que muchas personas caminaran por los pasillos, que pudieran apreciar lo que yo trazaba, lo que intentaba reflejar, o incluso conocer la percepción diferente. - Debería quitarse esa ropa mojada, si desea quédese con su ropa intimida, lo demás lo pondré en la ventana, así no tendrá problema alguno al salir - No me estaba dando cuenta, a la única que la ropa mojada la afectaba, era a mi, sólo a mi. - Si lo desea claro… - Quizás lo deseaba más yo que él, poder conocer a la perfección la figura embriagante de Ciro, poder terminar teniendo una imagen completa, una especie de placer visual. Me negué, ¿Qué podía yo despertar en él aparte de risa? Nada, no podía ser digna, ¿Por qué alucinaba tanto? Me quedé un rato en silencio. Por alguna extraña razón el deseo de conocer un poco más de él incrementaba, no sólo se trataba de un deseo físico, eso lo había aprendido a manejar, nunca me había dejado por sensaciones placenteras. ¿Cómo habían sido las batallas de Ciro? Bueno, del nombre que hubiera usado en el momento. ¿Recordaría ese sentimiento al ganar una gran batalla? Yo quería entrar a una gran batalla, y por lo que estaba viviendo hasta ahora. Había entrado al campo de batalla de Ciro.
El silencio no incomodo se hizo presente. Sólo por algunos minutos, me gustaba la sensación del peligro a su lado. - ¿Cómo eran sus batallas? ¿Dónde aprendió sobre el combate? - ¿Le abría enseñado su padre? Por lo poco que había conocido de él, por su porte, por sus oraciones pequeñas al referirse a él comenzaba a intuir algunas cosas, me había dedicado a leer libros de fantasía, alguno que otro de culturas distintas que me habían regalado revolucionarios que habían hecho grandes y largos viajes, poco sabía de Francia, de Italia, de Grecia, de Roma, pero de acuerdo a sus costumbres tenía una ligera idea. Como le había dicho minutos antes, deseaba conocer el mundo a través de esos hermosos ojos letales. Estiré mi mano, tomando la ajena, jalándolo con suavidad hasta los pequeños sillones del fondo del lugar, la pequeña salita que Darcy había puesto de descanso para los invitados más importantes. Ciro era mi invitado, el más importante que había entrado a éste lugar.
- Spoiler:
- Lamento mucho la tardanza, espero le agrade, hago mi esfuerzo u.u
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: No le temas a los sonidos del bosque, teme a las cosas que los originan [Privado]
Una lección era lo más valioso, además de acabar con vida si es que no decidía matarla por alguna de sus atrevidas palabras, aunque dudaba que pudiera llegar a enfadarme tanto, que Doreen Caracciolo obtendría aquella noche. No era un premio desdeñable por mucho que no fuera material, e incluso me atrevería a decir (con toda la razón del mundo, claro está) que era el mejor premio al que podría acceder: el conocimiento... y, en cierto modo, una alianza con quien se lo estaba proporcionado.
No hay que interpretarme mal: no soy un hombre al que le guste por encima de todo el conocimiento abstracto y que tenga vocación de educador, ¡para eso estaba Sócrates, no Pausanias! Sin embargo, era un vampiro, era un ser milenario que había avanzado por un sinnúmero de subculturas distintas en el amplio y simple libro que era la sucesión de vidas humanas en la superficie, Tierra, donde vivíamos, y por tanto había sido capaz de, con mi brillantez habitual, sacar lo mejor y lo peor de cada una de ellas para aprender y configurarme como un vampiro... no, como el vampiro, el que sirve de ejemplo para los demás de su raza y del que los demás sólo pueden aprender.
Por eso mismo, y porque desde siempre se me había dado muy bien calar a los distintos seres de tal manera que yo terminaba conociéndolos mejor que ellos mismos, había terminado ofreciéndole a Doreen un mar de conocimiento no intelectual en el sentido estricto (si esperaba que fuera a enseñarle fórmulas matemáticas similares a las de la época de Galileo o Kepler se daría con un canto en los dientes al ver que no eran esas mis intenciones), sino el único conocimiento que le valdría antes de ponerse con cualquier otro: el de ella misma.
No se conocía, en absoluto, tan bien como acabaría haciéndolo yo. Era incapaz de ver qué ponía de sí misma en sus pinturas, cómo era su personalidad llevada al extremo – por experiencia, la única manera de conocer verdaderamente a alguien – o cuánto de ella dejaba ver a los demás; no se conocía más que superficialmente, y pintarme supondría que ella se adentraría con una limpia zambullida en las profundidades de su mente, descubriéndose... y descubriéndola ante mí.
Todo eran ventajas. Ella se conocía, desarrollaba al máximo sus posibilidades y se convertía en una humana excepcional (de esas que, literalmente, son excepciones) que justificara que la dejara con vida; yo la conocía, la podía someter aún mejor que como lo estaba haciendo en aquel momento, y me ganaba en cierto modo alguien que me debía, si no obediencia (que también, aunque como eso me lo debía todo el mundo no era ninguna excepción), sí dependencia... Los dos ganábamos, pero sobre todo lo hacía yo, como no podía ser de otra manera.
Y al parecer ella misma iba descubriendo que los recatos, conmigo, eran algo innecesario, pues su gesto de cogerme las manos y conducirme a una sala adjunta sin pedirme permiso antes era un avance en ese sentido que me hizo medio sonreír, especialmente porque también me había ofrecido que me despojara de las ropas húmedas aunque eso significara que quedaría, frente a ella, apenas cubierto por una tela ligera que dejaría bien poco a la imaginación.
Por una vez en mucho tiempo obedecí, y con deliberada parsimonia fui deshaciéndome de todas las prendas húmedas, fingiendo que recordaba una respuesta que ya sabía, porque mis recuerdos humanos estaban íntegramente nítidos en mi cabeza, al igual que los vampíricos. La única excepción era precisamente el tránsito entre una y otra vida, que la recordaba de manera más fragmentaria, pero no tenía que concentrarme demasiado (por no decir nada en absoluto) para que las imágenes de mis batallas pasaran por delante de mis ojos, para que el sonido de las espadas se reprodujera en mis oídos, para que el olor del sudor, el miedo y la sangre se reprodujeran frente a mí y camuflaran el olor a juventud y frescura de Doreen Caracciolo.
– Sí, soy consciente de que tendré que quedarme más de una noche para que termines el retrato, y también de que acabaré compartiendo mis experiencias contigo, de tal manera que tú las usaras para configurarme sobre el lienzo y para terminar la imagen que presentarás al mundo de Ciro, que no será la misma que la de dentro de diez años. – le dije, saliendo de mi momentáneo ensimismamiento para mirarla a los ojos con fijeza, estudiándola porque yo también era consciente de que la Doreen de aquel momento no sería igual a la que sería en diez años, el mismo período de tiempo que yo le había mencionado pero referido a mí.
En aquel momento mi parsimonia llegó a su fin, concretamente cuando deslicé la camisa al suelo y dejé al aire mi pecho, con los recuerdos de cicatrices de cuando era humano brillando a la luz de la luna que se colaba por una de las ventanas de la salita. Marcas de un guerrero... Señales de batalla, de tiempos gloriosos que habían poseído todo su brillo y no buscaban imitar el de otras épocas, como sí pasaba en la que había visto nacer a Doreen. Ella nunca lo entendería... Su época era una simple amalgama de elementos confusos cuyo origen era, para los presentes en ella, incierto; una carente de identidad propia pero que se esforzaba, inútilmente, en construirla basándose en un pasado que ignoraban y que no se esforzaban demasiado por conocer.
– Lo que reflejarás en ti misma de mi retrato no es sino lo que un observador atento podría sonsacar de tus palabras, tus gestos y tus acciones conociéndote lo suficiente, y de todas maneras yo ya lo estoy haciendo, así que no tienes por qué preocuparte, especialmente si tenemos en cuenta que los humanos en general, a no ser que sean estudiosos del arte y pasen de lo visualmente hermoso, no son capaces de distinguir si lo has pintado tú o Annibale Carracci. Dudo que incluso sepan quién fue él... – comenté, encogiéndome de hombros y sumando mi gesto a esa pérdida de importancia del hecho que tanto parecía temer: pintarme.
Yo acabaría conociéndola de todas maneras, pintara el cuadro o no; es más, seguramente con lo que había sido capaz de ver de ella desde nuestro encuentro en la cascada hasta la galería de arte ya la conocería más que muchos de sus allegados, ya fueran amistades o familiares, y más conocimiento que el que me proporcionaba su sangre, esa que ya había probado, no podría tener. Ah, su sangre...
Acepté su ofrecimiento sin mediar palabra. Únicamente me levanté de aquel sofá y me acerqué a ella con pasos lentos y calmados, que ni aún así podían esconder los retazos de mi pasado militar porque parecían los de un general paseándose delante de sus tropas antes de una arenga; me acerqué, en fin, lentamente a Doreen, y en un momento cogí su muñeca para, en la cara interior de esta, deslizar uno de mis colmillos en sentido horizontal, ya que en vertical, si hacía la suficiente presión, ella moriría desangrada.
Una gota carmesí primero y otras muchas después cayeron de su herida, que comencé a succionar para que al suelo no le llegara ninguna ofrenda de su sangre; y así transcurrieron unos breves segundos hasta que la solté y me limpié la boca con la mano, con un gesto burdamente elegante que sirvió para que lamiera los últimos restos de ella que me habían quedado en los dedos y para que, además, me relamiera, porque Doreen era deliciosa, a falta de mejor palabra para describir su sabor.
– De hecho bebo alcohol, y me agrada su sabor, pero ninguna cosecha puede igualar a la de una joven humana. – musité, con fingida inocencia que sólo había figurado en la sonrisa de mis labios y no en mi mirada taimada, la habitualmente maliciosa que solía reflejar en momentos como aquel.
No le había quitado apenas sangre; desde luego, no la suficiente para que sufriera una debilidad generalizada o para que desfalleciera, pero teniendo en cuenta que al parecer el cansancio empezaba a hacer mella en su cuerpecito quizá incluso eso había sido suficiente para que se sintiera fatigada o necesitada de tomar asiento, algo que no le impediría, porque si quería escucharme me gustaba que, al menos, lo hiciera conscientemente y no se perdiera el agradable sonido de mi voz rompiendo el silencio.
– Mis batallas no tenían nada que ver con las de ahora; parecéis aficionados al lado de cómo teníamos que luchar nosotros. Los conflictos solían ser a pie, aunque había caballerías. Íbamos más descubiertos que como van los ejércitos actuales, y no nos valíamos de pólvora ni de armas de fuego que le restan interés y dificultad a la guerra. – comencé, torciendo el gesto con mi referencia a las batallas de aquel siglo.
Desde los Tercios de Flandes de la corona española las cosas habían cambiado; el concepto de batalla, que desde mi época hasta el medievo se había mantenido más o menos inalterado, se había convertido en algo que era casi más una competición de los avances tecnológicos y científicos de cada nación que en la valía de los estrategas, el valor de los generales, la fuerza de los guerreros. Era casi un juego de niños... Desde luego mucho menos honorable que como lo había sido en mi época, en la que morir por la polis era considerado el mayor honor que podía existir. Medio sonreí, irónico y perdido de nuevo en mis pensamientos, por aquello, ya que en ese sentido nunca había sido un espartano al uso... bueno, en realidad en ningún sentido lo había sido.
– ¿Conoces el concepto de batallas cuerpo a cuerpo, hombre a hombre? Así eran. Es imposible que te describa su crudeza y su fragor, cómo el choque de las espadas era el sonido más cercano que podías escuchar, además de tu propia respiración jadeante y los estertores de tu enemigo. Es improbable que comprendas por qué luchábamos hasta desfallecer, por qué destrozábamos a nuestros enemigos y por qué nadábamos entre su sangre y sus vísceras para luchar por un ideal común: nuestra polis. Sí que es más probable que comprendas, no obstante, el respeto que se tenía a los estrategas y a los generales, encargados de llevar a un ejército a la victoria y convertir sus gestas en gloriosas. Eso es lo único que no ha cambiado. – continué, sonriendo al final de manera total, aunque no por ello con humor.
Incluso dentro de mi polis había sido diferente; había compartido los ideales de batalla solamente en parte, había destacado como la figura regia que los tiempos habían necesitado, había sido una excepción... la que confirmaba la regla, la que en sí misma juntaba lo mejor de la cultura persa con lo mejor de la cultura guerrera de los espartiatas, esa que había ennoblecido con mis logros militares en vida.
– Las cosas en Esparta no funcionaban como lo hacen aquí. Hombres y mujeres eran entrenados y educados desde muy jóvenes para recibir una educación de corte militar, austero y rígido, aunque luego sólo los hombres iban a la guerra. Seleccionaban a los mejores niños, y a nosotros nos arrancaban de nuestros padres para entrenarnos en comunidad con valores de obediencia y disciplina, y los que destacan más eran los destinados a los mejores puestos en la jerarquía de poder. Bueno... y también los pertenecientes a las familias reales. A esta educación se la llamaba agogé. – le dije, recordando cada una de mis batallas con niños de mi edad, cada vez que al ir a la guerra nuestras madres nos pedían que lo hiciéramos con el escudo o sobre él: todo.
No me provocaba melancolía recordar mi vida como humano; la respetaba en el sentido en el que me había configurado tan perfectamente como lo era en aquel momento, y apreciaba los valores que había habido en ella y que en aquella época tanto faltaban, pero no la veneraba, porque una vez que se había ido ya nunca volvería y eso lo sabía a la perfección.
– La educación se centraba en la guerra, y en defender a la polis sobre todas las cosas. Esparta era por lo que luchábamos y por lo que vivíamos; anulábamos nuestra individualidad en pos del bien común, para funcionar como un mismo organismo sin partes disidentes que lo estropearan como una enfermedad. De esa determinación, y de la lucha por el honor sobre todas las cosas, carecéis los que habéis venido después, incluso otros compatriotas míos como lo eran los atenienses. – añadí, poniendo una mueca con la mención de los estirados de los atenienses.
La historia había sido generosa con Atenas. Se obviaba que Esparta, rica culturalmente antes de su cerramiento sobre sí misma, había sido la responsable de ganar las Guerras Médicas, contra los persas; se obviaba que nosotros habíamos elegido ser la mayor potencia militar que el mundo hubiera conocido; se obviaba que nuestra educación fuera mucho más rica, generosa y útil que la ateniense sólo porque allí una panda de descerebrados había impuesto la isonomía... Isonomía, claro, perfectamente inútil por lo corrupta, lo viciada y lo hipócrita que era la gente de aquella polis que se había alzado sobre mentiras y sobre ilusiones irreales.
– Aunque claro... Eran atenienses, ¿qué es de esperar? Ellos sí que sabían dar puñaladas por la espalda para hacerse con el poder del que otros disfrutábamos por nacimiento, sobre todo si pertenecías a una de las dos familias reales o a los órganos de gobierno. Incluso de ellos aprendí... De ellos y de los persas, por supuesto, ¿cómo olvidarlos? Con razón nunca me ha gustado acatar las órdenes erróneas de los demás: me viene de la cultura. – finalicé, sonriendo de manera divertida y peligrosa tras aquella breve explicación de lo que me había pedido: mi vida como guerrero, que había sido una gran parte de mi vida como humano.
No hay que interpretarme mal: no soy un hombre al que le guste por encima de todo el conocimiento abstracto y que tenga vocación de educador, ¡para eso estaba Sócrates, no Pausanias! Sin embargo, era un vampiro, era un ser milenario que había avanzado por un sinnúmero de subculturas distintas en el amplio y simple libro que era la sucesión de vidas humanas en la superficie, Tierra, donde vivíamos, y por tanto había sido capaz de, con mi brillantez habitual, sacar lo mejor y lo peor de cada una de ellas para aprender y configurarme como un vampiro... no, como el vampiro, el que sirve de ejemplo para los demás de su raza y del que los demás sólo pueden aprender.
Por eso mismo, y porque desde siempre se me había dado muy bien calar a los distintos seres de tal manera que yo terminaba conociéndolos mejor que ellos mismos, había terminado ofreciéndole a Doreen un mar de conocimiento no intelectual en el sentido estricto (si esperaba que fuera a enseñarle fórmulas matemáticas similares a las de la época de Galileo o Kepler se daría con un canto en los dientes al ver que no eran esas mis intenciones), sino el único conocimiento que le valdría antes de ponerse con cualquier otro: el de ella misma.
No se conocía, en absoluto, tan bien como acabaría haciéndolo yo. Era incapaz de ver qué ponía de sí misma en sus pinturas, cómo era su personalidad llevada al extremo – por experiencia, la única manera de conocer verdaderamente a alguien – o cuánto de ella dejaba ver a los demás; no se conocía más que superficialmente, y pintarme supondría que ella se adentraría con una limpia zambullida en las profundidades de su mente, descubriéndose... y descubriéndola ante mí.
Todo eran ventajas. Ella se conocía, desarrollaba al máximo sus posibilidades y se convertía en una humana excepcional (de esas que, literalmente, son excepciones) que justificara que la dejara con vida; yo la conocía, la podía someter aún mejor que como lo estaba haciendo en aquel momento, y me ganaba en cierto modo alguien que me debía, si no obediencia (que también, aunque como eso me lo debía todo el mundo no era ninguna excepción), sí dependencia... Los dos ganábamos, pero sobre todo lo hacía yo, como no podía ser de otra manera.
Y al parecer ella misma iba descubriendo que los recatos, conmigo, eran algo innecesario, pues su gesto de cogerme las manos y conducirme a una sala adjunta sin pedirme permiso antes era un avance en ese sentido que me hizo medio sonreír, especialmente porque también me había ofrecido que me despojara de las ropas húmedas aunque eso significara que quedaría, frente a ella, apenas cubierto por una tela ligera que dejaría bien poco a la imaginación.
Por una vez en mucho tiempo obedecí, y con deliberada parsimonia fui deshaciéndome de todas las prendas húmedas, fingiendo que recordaba una respuesta que ya sabía, porque mis recuerdos humanos estaban íntegramente nítidos en mi cabeza, al igual que los vampíricos. La única excepción era precisamente el tránsito entre una y otra vida, que la recordaba de manera más fragmentaria, pero no tenía que concentrarme demasiado (por no decir nada en absoluto) para que las imágenes de mis batallas pasaran por delante de mis ojos, para que el sonido de las espadas se reprodujera en mis oídos, para que el olor del sudor, el miedo y la sangre se reprodujeran frente a mí y camuflaran el olor a juventud y frescura de Doreen Caracciolo.
– Sí, soy consciente de que tendré que quedarme más de una noche para que termines el retrato, y también de que acabaré compartiendo mis experiencias contigo, de tal manera que tú las usaras para configurarme sobre el lienzo y para terminar la imagen que presentarás al mundo de Ciro, que no será la misma que la de dentro de diez años. – le dije, saliendo de mi momentáneo ensimismamiento para mirarla a los ojos con fijeza, estudiándola porque yo también era consciente de que la Doreen de aquel momento no sería igual a la que sería en diez años, el mismo período de tiempo que yo le había mencionado pero referido a mí.
En aquel momento mi parsimonia llegó a su fin, concretamente cuando deslicé la camisa al suelo y dejé al aire mi pecho, con los recuerdos de cicatrices de cuando era humano brillando a la luz de la luna que se colaba por una de las ventanas de la salita. Marcas de un guerrero... Señales de batalla, de tiempos gloriosos que habían poseído todo su brillo y no buscaban imitar el de otras épocas, como sí pasaba en la que había visto nacer a Doreen. Ella nunca lo entendería... Su época era una simple amalgama de elementos confusos cuyo origen era, para los presentes en ella, incierto; una carente de identidad propia pero que se esforzaba, inútilmente, en construirla basándose en un pasado que ignoraban y que no se esforzaban demasiado por conocer.
– Lo que reflejarás en ti misma de mi retrato no es sino lo que un observador atento podría sonsacar de tus palabras, tus gestos y tus acciones conociéndote lo suficiente, y de todas maneras yo ya lo estoy haciendo, así que no tienes por qué preocuparte, especialmente si tenemos en cuenta que los humanos en general, a no ser que sean estudiosos del arte y pasen de lo visualmente hermoso, no son capaces de distinguir si lo has pintado tú o Annibale Carracci. Dudo que incluso sepan quién fue él... – comenté, encogiéndome de hombros y sumando mi gesto a esa pérdida de importancia del hecho que tanto parecía temer: pintarme.
Yo acabaría conociéndola de todas maneras, pintara el cuadro o no; es más, seguramente con lo que había sido capaz de ver de ella desde nuestro encuentro en la cascada hasta la galería de arte ya la conocería más que muchos de sus allegados, ya fueran amistades o familiares, y más conocimiento que el que me proporcionaba su sangre, esa que ya había probado, no podría tener. Ah, su sangre...
Acepté su ofrecimiento sin mediar palabra. Únicamente me levanté de aquel sofá y me acerqué a ella con pasos lentos y calmados, que ni aún así podían esconder los retazos de mi pasado militar porque parecían los de un general paseándose delante de sus tropas antes de una arenga; me acerqué, en fin, lentamente a Doreen, y en un momento cogí su muñeca para, en la cara interior de esta, deslizar uno de mis colmillos en sentido horizontal, ya que en vertical, si hacía la suficiente presión, ella moriría desangrada.
Una gota carmesí primero y otras muchas después cayeron de su herida, que comencé a succionar para que al suelo no le llegara ninguna ofrenda de su sangre; y así transcurrieron unos breves segundos hasta que la solté y me limpié la boca con la mano, con un gesto burdamente elegante que sirvió para que lamiera los últimos restos de ella que me habían quedado en los dedos y para que, además, me relamiera, porque Doreen era deliciosa, a falta de mejor palabra para describir su sabor.
– De hecho bebo alcohol, y me agrada su sabor, pero ninguna cosecha puede igualar a la de una joven humana. – musité, con fingida inocencia que sólo había figurado en la sonrisa de mis labios y no en mi mirada taimada, la habitualmente maliciosa que solía reflejar en momentos como aquel.
No le había quitado apenas sangre; desde luego, no la suficiente para que sufriera una debilidad generalizada o para que desfalleciera, pero teniendo en cuenta que al parecer el cansancio empezaba a hacer mella en su cuerpecito quizá incluso eso había sido suficiente para que se sintiera fatigada o necesitada de tomar asiento, algo que no le impediría, porque si quería escucharme me gustaba que, al menos, lo hiciera conscientemente y no se perdiera el agradable sonido de mi voz rompiendo el silencio.
– Mis batallas no tenían nada que ver con las de ahora; parecéis aficionados al lado de cómo teníamos que luchar nosotros. Los conflictos solían ser a pie, aunque había caballerías. Íbamos más descubiertos que como van los ejércitos actuales, y no nos valíamos de pólvora ni de armas de fuego que le restan interés y dificultad a la guerra. – comencé, torciendo el gesto con mi referencia a las batallas de aquel siglo.
Desde los Tercios de Flandes de la corona española las cosas habían cambiado; el concepto de batalla, que desde mi época hasta el medievo se había mantenido más o menos inalterado, se había convertido en algo que era casi más una competición de los avances tecnológicos y científicos de cada nación que en la valía de los estrategas, el valor de los generales, la fuerza de los guerreros. Era casi un juego de niños... Desde luego mucho menos honorable que como lo había sido en mi época, en la que morir por la polis era considerado el mayor honor que podía existir. Medio sonreí, irónico y perdido de nuevo en mis pensamientos, por aquello, ya que en ese sentido nunca había sido un espartano al uso... bueno, en realidad en ningún sentido lo había sido.
– ¿Conoces el concepto de batallas cuerpo a cuerpo, hombre a hombre? Así eran. Es imposible que te describa su crudeza y su fragor, cómo el choque de las espadas era el sonido más cercano que podías escuchar, además de tu propia respiración jadeante y los estertores de tu enemigo. Es improbable que comprendas por qué luchábamos hasta desfallecer, por qué destrozábamos a nuestros enemigos y por qué nadábamos entre su sangre y sus vísceras para luchar por un ideal común: nuestra polis. Sí que es más probable que comprendas, no obstante, el respeto que se tenía a los estrategas y a los generales, encargados de llevar a un ejército a la victoria y convertir sus gestas en gloriosas. Eso es lo único que no ha cambiado. – continué, sonriendo al final de manera total, aunque no por ello con humor.
Incluso dentro de mi polis había sido diferente; había compartido los ideales de batalla solamente en parte, había destacado como la figura regia que los tiempos habían necesitado, había sido una excepción... la que confirmaba la regla, la que en sí misma juntaba lo mejor de la cultura persa con lo mejor de la cultura guerrera de los espartiatas, esa que había ennoblecido con mis logros militares en vida.
– Las cosas en Esparta no funcionaban como lo hacen aquí. Hombres y mujeres eran entrenados y educados desde muy jóvenes para recibir una educación de corte militar, austero y rígido, aunque luego sólo los hombres iban a la guerra. Seleccionaban a los mejores niños, y a nosotros nos arrancaban de nuestros padres para entrenarnos en comunidad con valores de obediencia y disciplina, y los que destacan más eran los destinados a los mejores puestos en la jerarquía de poder. Bueno... y también los pertenecientes a las familias reales. A esta educación se la llamaba agogé. – le dije, recordando cada una de mis batallas con niños de mi edad, cada vez que al ir a la guerra nuestras madres nos pedían que lo hiciéramos con el escudo o sobre él: todo.
No me provocaba melancolía recordar mi vida como humano; la respetaba en el sentido en el que me había configurado tan perfectamente como lo era en aquel momento, y apreciaba los valores que había habido en ella y que en aquella época tanto faltaban, pero no la veneraba, porque una vez que se había ido ya nunca volvería y eso lo sabía a la perfección.
– La educación se centraba en la guerra, y en defender a la polis sobre todas las cosas. Esparta era por lo que luchábamos y por lo que vivíamos; anulábamos nuestra individualidad en pos del bien común, para funcionar como un mismo organismo sin partes disidentes que lo estropearan como una enfermedad. De esa determinación, y de la lucha por el honor sobre todas las cosas, carecéis los que habéis venido después, incluso otros compatriotas míos como lo eran los atenienses. – añadí, poniendo una mueca con la mención de los estirados de los atenienses.
La historia había sido generosa con Atenas. Se obviaba que Esparta, rica culturalmente antes de su cerramiento sobre sí misma, había sido la responsable de ganar las Guerras Médicas, contra los persas; se obviaba que nosotros habíamos elegido ser la mayor potencia militar que el mundo hubiera conocido; se obviaba que nuestra educación fuera mucho más rica, generosa y útil que la ateniense sólo porque allí una panda de descerebrados había impuesto la isonomía... Isonomía, claro, perfectamente inútil por lo corrupta, lo viciada y lo hipócrita que era la gente de aquella polis que se había alzado sobre mentiras y sobre ilusiones irreales.
– Aunque claro... Eran atenienses, ¿qué es de esperar? Ellos sí que sabían dar puñaladas por la espalda para hacerse con el poder del que otros disfrutábamos por nacimiento, sobre todo si pertenecías a una de las dos familias reales o a los órganos de gobierno. Incluso de ellos aprendí... De ellos y de los persas, por supuesto, ¿cómo olvidarlos? Con razón nunca me ha gustado acatar las órdenes erróneas de los demás: me viene de la cultura. – finalicé, sonriendo de manera divertida y peligrosa tras aquella breve explicación de lo que me había pedido: mi vida como guerrero, que había sido una gran parte de mi vida como humano.
- Spoiler:
- No te preocupes por la tardanza, ha valido muchísimo la pena ._. Me ha inspirado tanto que yo mismo me he visto en la necesidad de contestar cuanto antes, así que espero que te guste a ti también
Invitado- Invitado
Re: No le temas a los sonidos del bosque, teme a las cosas que los originan [Privado]
Me había convertido en esa especie de rompecabezas, uno al que le faltaban demasiadas piezas, algunas perdidas, otras maltratadas, una que otra sin encontrar dónde embonaba bien, era una especie de rompecabezas con más de 1000 piezas, ¿Dónde lo había empezado a descuidar? No me había dado cuenta que conforme avanzaba mi vida, había dejado piezas en aquel camino, no las había colocado en su lugar como debió haber sido, las había dejado en las manos erróneas, se habían caído en el camino que había tomado hasta llegar a ese momento, había dejado parte de mi ser sin darme el menor de los cuidados, sin importar que aquellas piezas fueran destruidas, había avanzando casi a gatas en un camino lleno de piedras, espinas, cristales, mi cuerpo se había desangrado por dentro y yo no había hecho ni notado nada. Era extraño, bastante extraño, en el transcurso de mi vida todos creían conocerme a la perfección, todos creían que esa parte dulce, inocente y frágil era la única que permanecía dentro de mi cuerpo, se dedicaban a proteger a una frágil muñeca, no notaban que había una especie de guerrera dentro, no es que deseará ser un caballero que envainara una espada, amaba ser una fémina, pero es entonces cuando me doy cuenta que poco hacen por conocer mi interior, que poco les importantes mis deseos. Es como cuando un pequeño pide permiso, insiste, insiste e insiste hasta que le dan lo que quieren, hasta que los dejan en paz, quizás así había sido mi vida, oportunidades para no molestar momentos ajenos. ¿Alguien había visto verdaderamente detrás de mis ojos? Recuerdo bien las ocasiones que me decían eres una sirena, una delicada y hermosa sirena que desea jugar a una amazonas. ¿Y si en verdad sólo era una amazonas? Suspiré con pesadez. Me sentía asombrada, nunca me había dado la oportunidad de pensar en mi misma, me sentía egoísta al hacer eso, sólo pensar en mi, y ahora que lo hacía puedo admitir que no se siente mal pensar en tú persona.
Tener al vampiro frente a mi era una especie de regalo. ¿Cómo explicarlo? Aunque sé que Ciro no venía detrás de mi, que no se había dedicado a buscar las piezas perdidas y maltrechas de mi rompecabezas personal, sentía como si las hubiera recolectado todas. Veía (hipotéticamente hablando, por supuesto), que me había puesto en la mesa las piezas restantes, que tomaba entre sus fríos dedos un pequeño cuadrito con bordes, me lo ofrecía, y me iba contando una historia de Doreen, una que ni la misma era consiente, no conocía, o no había aprendido a ver. Me sentía ligeramente maravillada, y mis silencios se prolongaban porque me quedaba sin habla. No podía evitar sonreír, pero mi sonrisa no era tenue, tenía una sonrisa amplia, una sincera, para nada nerviosa. Mis labios formaban una sonrisa encantadora, llena de ilusión, de emoción, de aprecio. Estaba volviendo a tomar sentido todo en mi, las luces del camino mío que había formado, y que con él tiempo se habían ido apagando, en ese instante avivaban la brasa. En mi cabeza aparecía una imagen donde ambas manos, una sobre la otra, acomodaba cada pieza ya contada. Me sentía dichosa, e incluso sentía mi pecho inflarse por la respiración que había obtenido. Hace tanto que no sonreía desde el corazón. Porque algo que sé, y que nunca cambiaré de mi, es el sentimiento… Me manejo por sentimientos que también han sido reprimidos. Siempre que querido, siempre he soñado con amar, y nada de eso se borrará, eso si es parte de mi, supongo que el manejarme desde los sentimientos, es como las criaturas de la noche se manejan por el instinto, y Ciro por la determinación. Suspiré un poco más, por que cada suspiro indicaba la dicha que sentía en ese momento. Había dejado a un lado el miedo que frenaba mi visión, ahora la emoción recorría mi cuerpo, una emoción que no estaba ignorando la fina linea entre la vida y la muerte. ¿Qué importaba ya? Debía vivir como si fuera mi último día.
Me había quedado ensimismada, supongo que eso no es malo, pero debía regresar a la realidad del momento, no de mis pensamientos. Mi rostro se movió con suavidad. Mis ojos se abrieron de par en par, mostrando una clara sorpresa en mis expresiones. Tragué un poco de saliva al observar como iba despojando de esas prendas su cuerpo. Sentí que mis piernas temblaron, no por el cansancio, más bien por la sensación de verlo así, incluso para quitarse cada prenda sus movimientos eran insinuantes, sensuales y eróticos. Volví a tragar saliva intentando calmarme un poco, sentí el calor de mi cuerpo comenzar a desprenderse. Su cuerpo era perfecto, demasiado bello y… Deseaba poder pasar mis dedos de artista por aquella fascinante obra de arte. Me sentí descarada pues no apartaba la mirada de su imponente figura, pero dado que me había dado muchas libertades no quería volver a reprimirme con cadenas fantasiosas echas por mi misma, deseaba ver, deseaba tocar, incluso… Probar. Ese último pensamiento me hizo hiperventilar con obviedad, sentí el calor de mi cuerpo depositarse en mis mejillas, la palidez de mi rostro haría que mis mejillas sonrosadas me delataran por completo. ¿Qué se sentiría sentir ese cuerpo sobre…? ¡Basta! ¡Basta Doreen! ¿Qué estás haciendo? Desvíe la mirada nerviosa. No pude evitar separar mis labios dejando salir el aire caliente que se había acumulado en mi interior. ¡Lo odiaba por eso! Por despertar en mi deseos que no había experimentado.
Sus palabras me hicieron sentir una especie de alivio. Despejaron el ardor de mi herida interna, se habían vuelto brebajes de hierba buena. Lo podría volver a ver, lo vería sólo para terminar ese cuadro, aquella noche no moriría. - Entonces tendré que ser cuidadosa para volver a escapar de ese lugar… Para poder venir sin alguien que siga mis pasos, para sólo prestar atención a este cuadro, a su rostro, a su cuerpo, a su interior y al mío - Decía cosas sin sentido, o quizás mucho sentido, estaba siendo tan descarada, quizás después, cuando ambos nos despidiéramos aquella noche me arrepentiría, pero no ahora que disfruto como hace mucho tiempo no lo hacía. Disfrute de su acercamiento, me recordó a los leones acechando a su presa, pero este acercamiento era más letal, y no había miedo de por medio, más bien encantamiento. Solté una especie de jadeo, de quejido por el ardor que había sentido cuando su colmillo atravesó mi piel. Me mordisqueé el labio inferior al verlo de aquella manera, me placía complacerlo, que gracioso era eso. Bebía de mi, y yo bebía de él ese conocimiento que brotaban de sus labios como una especie de fuente bendita. Ambos ganábamos. Cuando por fin me soltó sólo dejé que mi mano cayera, no le presté demasiada atención, y con la mano libre delineé sus labios, queriendo limpiarle algún detalle de sangre, nada podía borrar la visión de ese perfecto rostro, ni siquiera una gota carmesí. - Espero le haya gustado - Musité, como si le hubiese dado el mejor plato de comida, quizás si era el mejor, pero de sangre.
Me separé de él más por necesidad que por querer. El vampiro se había mantenido de pie, y yo, solo quería descansar mis piernas. Caminé con lentitud hasta el sillón en el que estaba él sentado minutos antes. Era amplio, grande, y extremadamente cómodo, por lo que me senté en el otro extremo, hice a un lado ese recato que la sociedad siempre pedía. Atraje mis piernas al sillón, las subí en el, las doble dejando que el vestido se corriera y me diera más comodidad, y ahí, de lado, lo observé de otro ángulo ¿Habría alguno que no le favoreciera? Cerré los ojos con fuerza, moví la cabeza, y borré aquellos pensamientos para solo enfocarme en su rostro. El relato había comenzado, había tomado una excelente postura para disfrutar de las historias venideras, me sentía afortunada por poder conocer un poco más de lo que él había sido, de lo que era, y de lo que quizás sería, y no es que fuera precisamente el mismo, los tiempos cambias, todos evolucionamos, para bien, para mal, pero lo hacíamos. Me sentía una especie de esponja que era apretada y que absorbía toda el agua a su alrededor. El agua en este momento eran las palabras de Ciro, su historia, su vida. ¿Cómo se habría visto enfundado en su uniforme de guerra? Suspiré como pequeña escuchando una historia de amor, y que para nada se comparaba. Asentí conforme hablaba, que supiera le prestaba demasiada atención a cada pequeña palabra musitada.
Conforme sus palabras iban saliendo, podía apreciar a detalle los cambios de sus expresiones, el énfasis que podía en algunas palabras, y también como su pecho se inflaba, sin respiración alguna pero al fin de cuentas inflado, al contar aquellos tiempos, sus tiempos de gloria como humano. Se le notaba el orgullo que le daba empezar a leer el libro de Ciro, un libro que estaba segura pocos tienen la fortuna de conocer. Siempre me había caracterizado por la curiosidad, pero había comprendido que en este mundo vano, a las personas sólo les importan las bellas apariencias, imponer respeto, obtener poder, e infringir miedo. De esa manera nadie se te acerca, de esa manera nadie está interesado en tú historia verdadera, una historia que sin duda era digna de escuchar. - ¿Cuántas veces llevó a su gente a la gloria Ciro? - No podía evitar interrumpir por pequeños momentos para conocer pequeños detalles como esos, no por faltarle al respeto, simplemente porque la emoción de seguir escuchando me haría olvidar algunas preguntas que desearía hacerle conforme iba descubriendo más de él. Sin duda alguna la milicia Francesa era bastante diferente a lo que me cuenta, ahora muestran una elegancia al enfundar su espada, como si sólo les importara la apariencia ofrecida ante los ojos ajenos, restándole importancia al combate, como en los tiempos que me estaba contando el vampiro en ese momento. - ¿También mujeres? - Aquello me hizo sentir bastante sorprendida, tanto había deseado poder luchar en la revolución y se me prohibía por ser mujer. En los tiempos de Ciro poco importaba, que dichas ellas por no sentir su presencia inútil como en ocasiones yo lo siento.
Sentí un gran terror referente al entrenamiento de los niños. Siempre había deseado tener propios, educarlos como todas unas personas dignas de esta sociedad, yo no habría tenido el corazón para dejar a mis hijos hacer algo tan crudo, supongo que no era opción. - ¿Qué pasaba si te negabas a eso? Es decir, si los padres no deseaban que sus hijos fueran a las batallas ¿Sus padres lo mandaron sin miramientos? - Quizás en aquellas épocas también era una fortuna procrear varones, no sólo que llevaran el apellido, supongo que en este caso, llevando en alto su honra. Seguí asintiendo, disfrutando del relato que me ofrecía, del conocimiento que me estaba ofreciendo, que me había regalado, porque en estos tiempos el conocimiento es lo más caro que hay. Ladeé el rostro, y tomé otra postura, estaba demasiado cómoda en ese momento. Llevé mi rostro hasta el respaldo del sillón, en medio se encontraba mi mano. Sonreí conforme sus palabras iban saliendo. Imaginaba cada escena contada, todo lo iba formando en mi cabeza, todo como si lo estuviera viendo en vivo, aunque por supuesto, nada de comparaba, eso estaba segura.
Deseé saber más, deseo conocer más de su pasado de su persona. Me puse de pie por un momento. - Voy a tomar un poco de agua, me ha dado sed - Me encogí de hombros, además el agua fresca podría aclarar un poco más mi mente, y recibir un poco de información, comenzaba a darme un poco de sueño, no estaba aburrida, para nada, pero vamos, sigo siendo humana, y tengo necesidades obvias, la frescura del agua me reanimaría un poco, el suficiente para poder seguir con sus relatos, y claro para poder comenzar a trazar aunque sólo se tratara de contorno de su rostro, porque con el resto de su cuerpo necesitaría más tiempo, y claro más lucidez para no perderme en aquella visión. Tenía pequeños jarrones donde dejaba agua para poder consumir, agua para las veces que me venía a perder de toda la realidad, y todo el miedo que me causaba la revolución y sus consecuencias. Me acerqué a la barra, y de agaché tomando el jarrón, no quise servirme en un vaso, tomé directamente de él, sintiendo como por los bordes de mis labios caía el agua cristalina, sentí el fresco del agua invadir mi boca, y también mi garganta. Me limpié con cuidado, y volví a erguirme, me acerqué de nuevo, yo no debía olvidar que era humana. - Deseo saber más… ¿Cuáles fueron sus mejores batallas? ¿Cuáles fueron las más sangrientas? ¿Las perdidas? - Suspiré, me coloqué a su lado, sonriendo, de manera amplia.
Me quedé en silencio por unos momentos, analizando la siguiente pregunta, tenía curiosidad de algo en especial y no me quedaría con las ganas de saberlo. - ¿Cómo te convertiste en… eso? Es decir, ¿Quién lo convirtió? ¿Cómo paso? - Esa sería otra historia digna de conocer. ¿Quién había pensado que Ciro era digno de esa condición? ¿Quién había visto que había nacido para ser eso? Calculaba los años que tenía con esa condición. Coloqué una mano sobre la suya, la apreté con suavidad, alentándolo a que me siguiera contando la historia. - ¿Alguien lo retrató en aquellos tiempos? ¿Cuantos lo han hecho? - ¡Basta Doreen! ¡Deja de ser tan preguntona, deja que hable! Me recriminé, solté su mano, acaricié su cuello, y volví al sillón prestando con atención como antes. Sus relatos también me daban una idea más clara de como debía plasmarlo en un lienzo.
Tener al vampiro frente a mi era una especie de regalo. ¿Cómo explicarlo? Aunque sé que Ciro no venía detrás de mi, que no se había dedicado a buscar las piezas perdidas y maltrechas de mi rompecabezas personal, sentía como si las hubiera recolectado todas. Veía (hipotéticamente hablando, por supuesto), que me había puesto en la mesa las piezas restantes, que tomaba entre sus fríos dedos un pequeño cuadrito con bordes, me lo ofrecía, y me iba contando una historia de Doreen, una que ni la misma era consiente, no conocía, o no había aprendido a ver. Me sentía ligeramente maravillada, y mis silencios se prolongaban porque me quedaba sin habla. No podía evitar sonreír, pero mi sonrisa no era tenue, tenía una sonrisa amplia, una sincera, para nada nerviosa. Mis labios formaban una sonrisa encantadora, llena de ilusión, de emoción, de aprecio. Estaba volviendo a tomar sentido todo en mi, las luces del camino mío que había formado, y que con él tiempo se habían ido apagando, en ese instante avivaban la brasa. En mi cabeza aparecía una imagen donde ambas manos, una sobre la otra, acomodaba cada pieza ya contada. Me sentía dichosa, e incluso sentía mi pecho inflarse por la respiración que había obtenido. Hace tanto que no sonreía desde el corazón. Porque algo que sé, y que nunca cambiaré de mi, es el sentimiento… Me manejo por sentimientos que también han sido reprimidos. Siempre que querido, siempre he soñado con amar, y nada de eso se borrará, eso si es parte de mi, supongo que el manejarme desde los sentimientos, es como las criaturas de la noche se manejan por el instinto, y Ciro por la determinación. Suspiré un poco más, por que cada suspiro indicaba la dicha que sentía en ese momento. Había dejado a un lado el miedo que frenaba mi visión, ahora la emoción recorría mi cuerpo, una emoción que no estaba ignorando la fina linea entre la vida y la muerte. ¿Qué importaba ya? Debía vivir como si fuera mi último día.
Me había quedado ensimismada, supongo que eso no es malo, pero debía regresar a la realidad del momento, no de mis pensamientos. Mi rostro se movió con suavidad. Mis ojos se abrieron de par en par, mostrando una clara sorpresa en mis expresiones. Tragué un poco de saliva al observar como iba despojando de esas prendas su cuerpo. Sentí que mis piernas temblaron, no por el cansancio, más bien por la sensación de verlo así, incluso para quitarse cada prenda sus movimientos eran insinuantes, sensuales y eróticos. Volví a tragar saliva intentando calmarme un poco, sentí el calor de mi cuerpo comenzar a desprenderse. Su cuerpo era perfecto, demasiado bello y… Deseaba poder pasar mis dedos de artista por aquella fascinante obra de arte. Me sentí descarada pues no apartaba la mirada de su imponente figura, pero dado que me había dado muchas libertades no quería volver a reprimirme con cadenas fantasiosas echas por mi misma, deseaba ver, deseaba tocar, incluso… Probar. Ese último pensamiento me hizo hiperventilar con obviedad, sentí el calor de mi cuerpo depositarse en mis mejillas, la palidez de mi rostro haría que mis mejillas sonrosadas me delataran por completo. ¿Qué se sentiría sentir ese cuerpo sobre…? ¡Basta! ¡Basta Doreen! ¿Qué estás haciendo? Desvíe la mirada nerviosa. No pude evitar separar mis labios dejando salir el aire caliente que se había acumulado en mi interior. ¡Lo odiaba por eso! Por despertar en mi deseos que no había experimentado.
Sus palabras me hicieron sentir una especie de alivio. Despejaron el ardor de mi herida interna, se habían vuelto brebajes de hierba buena. Lo podría volver a ver, lo vería sólo para terminar ese cuadro, aquella noche no moriría. - Entonces tendré que ser cuidadosa para volver a escapar de ese lugar… Para poder venir sin alguien que siga mis pasos, para sólo prestar atención a este cuadro, a su rostro, a su cuerpo, a su interior y al mío - Decía cosas sin sentido, o quizás mucho sentido, estaba siendo tan descarada, quizás después, cuando ambos nos despidiéramos aquella noche me arrepentiría, pero no ahora que disfruto como hace mucho tiempo no lo hacía. Disfrute de su acercamiento, me recordó a los leones acechando a su presa, pero este acercamiento era más letal, y no había miedo de por medio, más bien encantamiento. Solté una especie de jadeo, de quejido por el ardor que había sentido cuando su colmillo atravesó mi piel. Me mordisqueé el labio inferior al verlo de aquella manera, me placía complacerlo, que gracioso era eso. Bebía de mi, y yo bebía de él ese conocimiento que brotaban de sus labios como una especie de fuente bendita. Ambos ganábamos. Cuando por fin me soltó sólo dejé que mi mano cayera, no le presté demasiada atención, y con la mano libre delineé sus labios, queriendo limpiarle algún detalle de sangre, nada podía borrar la visión de ese perfecto rostro, ni siquiera una gota carmesí. - Espero le haya gustado - Musité, como si le hubiese dado el mejor plato de comida, quizás si era el mejor, pero de sangre.
Me separé de él más por necesidad que por querer. El vampiro se había mantenido de pie, y yo, solo quería descansar mis piernas. Caminé con lentitud hasta el sillón en el que estaba él sentado minutos antes. Era amplio, grande, y extremadamente cómodo, por lo que me senté en el otro extremo, hice a un lado ese recato que la sociedad siempre pedía. Atraje mis piernas al sillón, las subí en el, las doble dejando que el vestido se corriera y me diera más comodidad, y ahí, de lado, lo observé de otro ángulo ¿Habría alguno que no le favoreciera? Cerré los ojos con fuerza, moví la cabeza, y borré aquellos pensamientos para solo enfocarme en su rostro. El relato había comenzado, había tomado una excelente postura para disfrutar de las historias venideras, me sentía afortunada por poder conocer un poco más de lo que él había sido, de lo que era, y de lo que quizás sería, y no es que fuera precisamente el mismo, los tiempos cambias, todos evolucionamos, para bien, para mal, pero lo hacíamos. Me sentía una especie de esponja que era apretada y que absorbía toda el agua a su alrededor. El agua en este momento eran las palabras de Ciro, su historia, su vida. ¿Cómo se habría visto enfundado en su uniforme de guerra? Suspiré como pequeña escuchando una historia de amor, y que para nada se comparaba. Asentí conforme hablaba, que supiera le prestaba demasiada atención a cada pequeña palabra musitada.
Conforme sus palabras iban saliendo, podía apreciar a detalle los cambios de sus expresiones, el énfasis que podía en algunas palabras, y también como su pecho se inflaba, sin respiración alguna pero al fin de cuentas inflado, al contar aquellos tiempos, sus tiempos de gloria como humano. Se le notaba el orgullo que le daba empezar a leer el libro de Ciro, un libro que estaba segura pocos tienen la fortuna de conocer. Siempre me había caracterizado por la curiosidad, pero había comprendido que en este mundo vano, a las personas sólo les importan las bellas apariencias, imponer respeto, obtener poder, e infringir miedo. De esa manera nadie se te acerca, de esa manera nadie está interesado en tú historia verdadera, una historia que sin duda era digna de escuchar. - ¿Cuántas veces llevó a su gente a la gloria Ciro? - No podía evitar interrumpir por pequeños momentos para conocer pequeños detalles como esos, no por faltarle al respeto, simplemente porque la emoción de seguir escuchando me haría olvidar algunas preguntas que desearía hacerle conforme iba descubriendo más de él. Sin duda alguna la milicia Francesa era bastante diferente a lo que me cuenta, ahora muestran una elegancia al enfundar su espada, como si sólo les importara la apariencia ofrecida ante los ojos ajenos, restándole importancia al combate, como en los tiempos que me estaba contando el vampiro en ese momento. - ¿También mujeres? - Aquello me hizo sentir bastante sorprendida, tanto había deseado poder luchar en la revolución y se me prohibía por ser mujer. En los tiempos de Ciro poco importaba, que dichas ellas por no sentir su presencia inútil como en ocasiones yo lo siento.
Sentí un gran terror referente al entrenamiento de los niños. Siempre había deseado tener propios, educarlos como todas unas personas dignas de esta sociedad, yo no habría tenido el corazón para dejar a mis hijos hacer algo tan crudo, supongo que no era opción. - ¿Qué pasaba si te negabas a eso? Es decir, si los padres no deseaban que sus hijos fueran a las batallas ¿Sus padres lo mandaron sin miramientos? - Quizás en aquellas épocas también era una fortuna procrear varones, no sólo que llevaran el apellido, supongo que en este caso, llevando en alto su honra. Seguí asintiendo, disfrutando del relato que me ofrecía, del conocimiento que me estaba ofreciendo, que me había regalado, porque en estos tiempos el conocimiento es lo más caro que hay. Ladeé el rostro, y tomé otra postura, estaba demasiado cómoda en ese momento. Llevé mi rostro hasta el respaldo del sillón, en medio se encontraba mi mano. Sonreí conforme sus palabras iban saliendo. Imaginaba cada escena contada, todo lo iba formando en mi cabeza, todo como si lo estuviera viendo en vivo, aunque por supuesto, nada de comparaba, eso estaba segura.
Deseé saber más, deseo conocer más de su pasado de su persona. Me puse de pie por un momento. - Voy a tomar un poco de agua, me ha dado sed - Me encogí de hombros, además el agua fresca podría aclarar un poco más mi mente, y recibir un poco de información, comenzaba a darme un poco de sueño, no estaba aburrida, para nada, pero vamos, sigo siendo humana, y tengo necesidades obvias, la frescura del agua me reanimaría un poco, el suficiente para poder seguir con sus relatos, y claro para poder comenzar a trazar aunque sólo se tratara de contorno de su rostro, porque con el resto de su cuerpo necesitaría más tiempo, y claro más lucidez para no perderme en aquella visión. Tenía pequeños jarrones donde dejaba agua para poder consumir, agua para las veces que me venía a perder de toda la realidad, y todo el miedo que me causaba la revolución y sus consecuencias. Me acerqué a la barra, y de agaché tomando el jarrón, no quise servirme en un vaso, tomé directamente de él, sintiendo como por los bordes de mis labios caía el agua cristalina, sentí el fresco del agua invadir mi boca, y también mi garganta. Me limpié con cuidado, y volví a erguirme, me acerqué de nuevo, yo no debía olvidar que era humana. - Deseo saber más… ¿Cuáles fueron sus mejores batallas? ¿Cuáles fueron las más sangrientas? ¿Las perdidas? - Suspiré, me coloqué a su lado, sonriendo, de manera amplia.
Me quedé en silencio por unos momentos, analizando la siguiente pregunta, tenía curiosidad de algo en especial y no me quedaría con las ganas de saberlo. - ¿Cómo te convertiste en… eso? Es decir, ¿Quién lo convirtió? ¿Cómo paso? - Esa sería otra historia digna de conocer. ¿Quién había pensado que Ciro era digno de esa condición? ¿Quién había visto que había nacido para ser eso? Calculaba los años que tenía con esa condición. Coloqué una mano sobre la suya, la apreté con suavidad, alentándolo a que me siguiera contando la historia. - ¿Alguien lo retrató en aquellos tiempos? ¿Cuantos lo han hecho? - ¡Basta Doreen! ¡Deja de ser tan preguntona, deja que hable! Me recriminé, solté su mano, acaricié su cuello, y volví al sillón prestando con atención como antes. Sus relatos también me daban una idea más clara de como debía plasmarlo en un lienzo.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: No le temas a los sonidos del bosque, teme a las cosas que los originan [Privado]
Ella, como si fuera una esponja, absorbía la información que cual torrente yo le iba proporcionando, ya fuera de manera directa a través de mis palabras (muchas de las cuales, sobre todo las referidas a una cultura diferente – y superior en todos los sentidos – a la suya, no creía que fuera a comprender) o indirecta a través de mis gestos, mis acciones o mis movimientos, algo que aunque no fuera, lógicamente dado que eso sería imposible, con mi perfección, también la veía analizar, aunque a su manera.
El problema radicaba en cómo transcurriría su análisis, porque no dudaba de su capacidad intelectual tras lo que me había demostrado, al menos comparándola con cánones humanos ya que cualquiera quedaría muy mal parado si se comparaba con mis cánones, pero sí que dudaba de la forma de su rasero, de si las rendijas por las que filtraría la información tendrían la forma correcta para que se hiciera una idea correcta sobre mí o si, por el contrario, la imagen que se formaría de Ciro sería totalmente inadecuada e inexacta respecto a lo que había visto hasta aquel momento.
En lo personal, no tenía mucha esperanza puesta en ella. Dejando aparte que la esperanza es para bobos perdedores que no tienen absolutamente nada salvo un resquicio de pensamiento que les asegura que un deus ex machina acabará salvando de manera imposible la situación, y que por definición era imposible que yo la sintiera, era perfectamente consciente de que en un primer encuentro ella sería incapaz de, siquiera, hacerse una idea de la magnitud del misterio que comprendía a mi figura, a la de Ciro o la que ella estaba investigando en aquel momento, la de Pausanias.
De entrada, ella no era espartana ni tampoco estudiosa de la historia hasta el punto enfermizo de comprender cómo funcionaba una sociedad que había visto su decadencia después de, paradójicamente, alzarse victoriosa contra su eterna rival: Atenas. Por suerte en aquel tiempo yo ya estaba muerto como humano y me había desligado por completo de la suerte de mi polis, así que no me había afectado tanto como a los guerreros que se habían dejado los recursos de Esparta en un conflicto que llevó a ambos contendientes a la ruina: la Guerra del Peloponeso.
Tenía que reconocer que desde mi época hasta Alejandro Magno, las comunidades helénicas se habían visto en un proceso constante de declive que al final las había hecho pasar sin pena ni gloria al momento actual, y aquello, que en principio tendría que haberme importado como buen espartano (no, como el paradigma de triunfo espartano, al menos hasta que me juzgaron por traidor), no podía hacerlo menos porque ya estaba hecho todo un apátrida, alguien que no pertenecía a ningún sitio dado que mi cultura había muerto y nunca, salvo en el imaginario colectivo, volvería...
Y, de todas maneras, lo prefería así, porque lejos de una visión deprimente o deprimida acerca del destino de polvo que había sufrido mi lugar de nacimiento lo consideraba como una lección acerca del avance, como una señal de la historia de que no tenía que anclarme en el pasado sino beber de él, avanzar de los errores de los humanos con los que había convivido para no caer nunca en ellos y, así, seguir manteniendo la perfección habitual de mi figura.
– No, Doreen, no lo comprendes. Era un honor que tu hijo sirviera en la guerra, que dedicara su vida al único propósito que se consideraba glorioso: defender a Esparta o morir en el intento. La vida de la comunidad giraba en torno a esa idea; los hijos servían para supeditarse a Esparta, no como descendencia que pudiera aumentar la fortuna del padre o su apellido, o su linaje, o cualquiera de las ideas que mantenéis en esta época sobre la descendencia. Lo que se consideraba una deshonra era precisamente no entregar tus hijos a la polis, a que se curtieran como guerreros, o yendo más lejos que no superaran su agogé. Todos querían enviar a sus hijos a la guerra. Sin excepciones. – repliqué, una vez ella hubo vuelto de beber agua.
Todo lo que había dicho era cierto, con matizaciones. Todos querían enviar a sus hijos a la guerra, claro, si eran ciudadanos de Esparta, espartiatas, o incluso periecos, pero no los ilotas. Los ilotas eran nuestros esclavos, los que valían poco más que una copa de vino o un grano de uva; los ilotas eran objetos que no merecían el gran honor que era defender a Esparta en la batalla, y por no merecer no merecían ni entrar en la categoría de personas. Los periecos eran algo mejores, pero nunca podrían compararse al grupo social que estaba en la cumbre: los espartiatas, a los cuales yo había pertenecido... y de qué manera, siendo como había sido un miembro de la diarquía, la monarquía dual de mi polis natal.
Y, de nuevo, volvían las diferencias con los demás espartanos. Yo había sido rey, y homoioi, antes de cumplir los treinta porque mi talento en la batalla así me lo había permitido; yo había hecho que la historia creyera que era mayor de lo que realmente era para mantener una uniformidad que no existía, y para que con las leves pistas que existían sobre mi destino incierto – y sin duda trágico si se pensaba que realmente había muerto por inanición – sólo los mejores se interesaran por mi pasado y pudieran descubrir quién era exactamente. Los demás, sólo podrían intuirlo.
Aquel secretismo con mi pasado no era tal, realmente. Era únicamente fruto de mi conciencia de que sólo algunos con cierta formación serían capaces de comprender qué había significado que fuera rey y guerrero, así como un miembro disonante de mi comunidad; sólo algunos escogidos podrían enlazar fácilmente las piezas del rompecabezas de Pausanias sin necesidad de entrar en las explicaciones que yo le estaba dando a Doreen y que, quizá, de haber tenido algo mejor que hacer, me habrían parecido una pérdida de tiempo, pero sin embargo allí estaba, hablando a una humana absolutamente ignorante de historia de la Antigüedad de la polis más grande que había conocido la península del Peloponeso.
– He perdido la cuenta. Apenas perdí batallas, y todas fueron sangrientas. Las que conduje con mi ejército a la victoria fueron numerosas las batallas, y sólo recuerdo la mejor de todas ellas. Platea... Incluso su nombre suena glorioso pese al paso de los milenios. Platea. Derrotamos a los persas, en el contexto de las Guerras Médicas, pero aquello fue sólo una cortina de humo, igual que reconquistar Tebas y Bizancio. Algo heroico, por supuesto, y que me valió el reconocimiento como general, pero sólo lo que ellos querían ver... – añadí, medio sonriendo de manera torcida al final, con un deje de ironía que no pude (ni tampoco quise) borrar de mi expresión.
Si ellos hubieran sabido... Yo tenía raíces persas, aquello era un secreto que sólo yo había llegado a conocer pero que lo había cambiado todo, porque había considerado que incluso de los brutales enemigos que suponían se podían aprender cosas y había iniciado mi acercamiento a ellos... Y con ello mi fin como humano y mi principio como vampiro. Los lacedemonios, a los que yo ya no pertenecía completamente pero de quienes era el máximo exponente (irónico, ¿verdad?), podían llegar a ser tan obtusos e idiotas cuando querían que no habían dudado a la hora de condenar a muerte a su mejor general y rey sólo por algo que ellos no comprendían y no podían comprender. Yo buscaba la grandeza de Esparta y aumentar aún más la mía propia, pero ellos se habían quedado únicamente en la segunda, así que habían actuado. Típico.
– Investiga, Doreen. Estoy seguro de que encontrarás los datos acerca de la batalla de Platea tremendamente interesantes y, sobre todo, ilustrativos. Quizá incluso, si prestas la suficiente atención, encuentres el nombre que me dieron mis padres, aunque ya no signifique nada para mí y haga milenios, literalmente, que no lo utilizo. – comenté, manteniendo la media sonrisa de antes y la mirada clavada en ella.
Le había dado las pistas suficientes para saber quién había sido, el general victorioso que había ganado en Platea a los persas; posiblemente podía imaginarse que, además de eso, mi porte no venía sólo por el hecho de haber sido un militar sino también por haber sido rey, algo que le permitiría estrechar aún más el círculo sobre mí, sobre el Ciro histórico, sobre Pausanias, alguien que formaba parte de mí pero que había muerto hacía ya muchísimo tiempo, igual que lo habían hecho Escipión o Darío.
Aquello, en sí mismo, era una prueba para ella. Satisfacía su curiosidad, sí, pero también la forzaba a estirar de los hilos de sus contactos para encontrar algún libro de la historia de Esparta en el que se me mencionara, algo que en aquellos tiempos existía pero que no era demasiado fácil de encontrar porque era la época del analfabetismo, de la incultura, de los intentos vacíos de los de arriba por ilustrar a unos de abajo que suficiente tenían con no morir de hambre. Eso en Esparta no pasaba; éramos homoioi, iguales, con una situación parecida que, pese a todo, no impedía que algunos descolláramos de entre la multitud, algo que a todas luces era inevitable.
– ¿Quieres saber cómo morí y me convertí en un vampiro? Eso es curiosidad morbosa por tu parte, ¿no crees? Te dejo especular... o no, mejor, te daré opciones a ver si alguna de ellas te convence. Quizá me hirieron de gravedad en alguna batalla, hasta el punto de que iba a morir solo y abandonado en el campo de batalla y alguien se apiadó de mí. O quizá alguna conspiración entre los espartiatas me afectó, y un vampiro para salvarme me convirtió en esto... Quizá. Hay tantas posibilidades... – repliqué, burlón y con la sonrisa en el rostro tornada maquiavélica.
No iba a contarle tan fácilmente todo lo que quería saber de mí, especialmente aquello referido a mi conversión. No la recordaba con demasiada claridad, pero aquel no era el problema, sino que más bien lo era que, de nuevo, ella no lo comprendería. No sabría por qué los lacedemonios habían cometido el error de juzgarme de acuerdo a unas leyes que no se me aplicaban; no sabría por qué me habían encerrado en el templo de Atenea Calcieco para que me muriera de hambre y por qué, aún vivo, me habían sacado para no cometer sacrilegio; no sabría por qué habíamos actuado todos como lo hicimos. Necesitaba informarse más acerca de la cultura de mi polis antes de comprender por qué había cometido la mayor de las traiciones: acercarme a Persia.
– No te lo voy a contestar aún. Puede que te lo diga en un futuro, pero no prometo nada, ya que no creo que estés preparada intelectualmente para comprender el contexto que me hizo tomar las decisiones que me llevaron hasta aquel límite. La política espartana, Doreen, es harto complicada para alguien que no la ha practicado nunca, y todo tuvo que ver con eso, así que primero investiga, y cuando seas capaz de comprenderlo te lo diré. No me apetece entrar en explicaciones inútiles y demasiado complejas en ese sentido porque, francamente, no serías la única que se aburriría dado el caso, y prefiero ahorrárnoslo. ¿A que soy un buen samaritano? – añadí, ampliando mi sonrisa hasta un punto que parecía ser inocente pero que, si observabas con detenimiento, sabías que toda inocencia era más falsa que un ilota pretendiendo ser un espartiata o un fallo en mí.
– En mi cultura no teníamos muy anclada la costumbre del retrato, esos eran los romanos, y no tanto por ellos sino por influencia etrusca. Cualquier representación artística que se refiera a alguna personalidad griega es muy probablemente posterior, de época romana, y como mucho hay grabados con mi nombre en ellos en mi tumba. O bueno, en lo que se creyó que era mi tumba. Posteriormente, sin embargo, sí que me han retratado varias veces. No han podido evitarlo, causo el mismo efecto que las nueve musas sobre los temperamentos artísticos, o incluso uno aún mayor. – concluí, sonriendo de nuevo aunque, al final, incluso me reí.
No fue una carcajada, pero tampoco una risita. Fue algo más parecido a una risotada divertida, genuinamente sincera y que finalizó con la misma rapidez con la que había llegado a mis labios, aunque quedó su rastro en ellos.
– Hagamos un trato, Doreen. Si me gusta cómo queda el retrato, te doy permiso para volver a preguntarme por mi transformación, y te aseguro que al menos te diré un poco de cómo sucedió, aunque de nuevo no te prometo nada. – propuse, mirándola a los ojos con el desafío inscrito en ellos y seriedad en mi rostro sólo aparentemente.
El problema radicaba en cómo transcurriría su análisis, porque no dudaba de su capacidad intelectual tras lo que me había demostrado, al menos comparándola con cánones humanos ya que cualquiera quedaría muy mal parado si se comparaba con mis cánones, pero sí que dudaba de la forma de su rasero, de si las rendijas por las que filtraría la información tendrían la forma correcta para que se hiciera una idea correcta sobre mí o si, por el contrario, la imagen que se formaría de Ciro sería totalmente inadecuada e inexacta respecto a lo que había visto hasta aquel momento.
En lo personal, no tenía mucha esperanza puesta en ella. Dejando aparte que la esperanza es para bobos perdedores que no tienen absolutamente nada salvo un resquicio de pensamiento que les asegura que un deus ex machina acabará salvando de manera imposible la situación, y que por definición era imposible que yo la sintiera, era perfectamente consciente de que en un primer encuentro ella sería incapaz de, siquiera, hacerse una idea de la magnitud del misterio que comprendía a mi figura, a la de Ciro o la que ella estaba investigando en aquel momento, la de Pausanias.
De entrada, ella no era espartana ni tampoco estudiosa de la historia hasta el punto enfermizo de comprender cómo funcionaba una sociedad que había visto su decadencia después de, paradójicamente, alzarse victoriosa contra su eterna rival: Atenas. Por suerte en aquel tiempo yo ya estaba muerto como humano y me había desligado por completo de la suerte de mi polis, así que no me había afectado tanto como a los guerreros que se habían dejado los recursos de Esparta en un conflicto que llevó a ambos contendientes a la ruina: la Guerra del Peloponeso.
Tenía que reconocer que desde mi época hasta Alejandro Magno, las comunidades helénicas se habían visto en un proceso constante de declive que al final las había hecho pasar sin pena ni gloria al momento actual, y aquello, que en principio tendría que haberme importado como buen espartano (no, como el paradigma de triunfo espartano, al menos hasta que me juzgaron por traidor), no podía hacerlo menos porque ya estaba hecho todo un apátrida, alguien que no pertenecía a ningún sitio dado que mi cultura había muerto y nunca, salvo en el imaginario colectivo, volvería...
Y, de todas maneras, lo prefería así, porque lejos de una visión deprimente o deprimida acerca del destino de polvo que había sufrido mi lugar de nacimiento lo consideraba como una lección acerca del avance, como una señal de la historia de que no tenía que anclarme en el pasado sino beber de él, avanzar de los errores de los humanos con los que había convivido para no caer nunca en ellos y, así, seguir manteniendo la perfección habitual de mi figura.
– No, Doreen, no lo comprendes. Era un honor que tu hijo sirviera en la guerra, que dedicara su vida al único propósito que se consideraba glorioso: defender a Esparta o morir en el intento. La vida de la comunidad giraba en torno a esa idea; los hijos servían para supeditarse a Esparta, no como descendencia que pudiera aumentar la fortuna del padre o su apellido, o su linaje, o cualquiera de las ideas que mantenéis en esta época sobre la descendencia. Lo que se consideraba una deshonra era precisamente no entregar tus hijos a la polis, a que se curtieran como guerreros, o yendo más lejos que no superaran su agogé. Todos querían enviar a sus hijos a la guerra. Sin excepciones. – repliqué, una vez ella hubo vuelto de beber agua.
Todo lo que había dicho era cierto, con matizaciones. Todos querían enviar a sus hijos a la guerra, claro, si eran ciudadanos de Esparta, espartiatas, o incluso periecos, pero no los ilotas. Los ilotas eran nuestros esclavos, los que valían poco más que una copa de vino o un grano de uva; los ilotas eran objetos que no merecían el gran honor que era defender a Esparta en la batalla, y por no merecer no merecían ni entrar en la categoría de personas. Los periecos eran algo mejores, pero nunca podrían compararse al grupo social que estaba en la cumbre: los espartiatas, a los cuales yo había pertenecido... y de qué manera, siendo como había sido un miembro de la diarquía, la monarquía dual de mi polis natal.
Y, de nuevo, volvían las diferencias con los demás espartanos. Yo había sido rey, y homoioi, antes de cumplir los treinta porque mi talento en la batalla así me lo había permitido; yo había hecho que la historia creyera que era mayor de lo que realmente era para mantener una uniformidad que no existía, y para que con las leves pistas que existían sobre mi destino incierto – y sin duda trágico si se pensaba que realmente había muerto por inanición – sólo los mejores se interesaran por mi pasado y pudieran descubrir quién era exactamente. Los demás, sólo podrían intuirlo.
Aquel secretismo con mi pasado no era tal, realmente. Era únicamente fruto de mi conciencia de que sólo algunos con cierta formación serían capaces de comprender qué había significado que fuera rey y guerrero, así como un miembro disonante de mi comunidad; sólo algunos escogidos podrían enlazar fácilmente las piezas del rompecabezas de Pausanias sin necesidad de entrar en las explicaciones que yo le estaba dando a Doreen y que, quizá, de haber tenido algo mejor que hacer, me habrían parecido una pérdida de tiempo, pero sin embargo allí estaba, hablando a una humana absolutamente ignorante de historia de la Antigüedad de la polis más grande que había conocido la península del Peloponeso.
– He perdido la cuenta. Apenas perdí batallas, y todas fueron sangrientas. Las que conduje con mi ejército a la victoria fueron numerosas las batallas, y sólo recuerdo la mejor de todas ellas. Platea... Incluso su nombre suena glorioso pese al paso de los milenios. Platea. Derrotamos a los persas, en el contexto de las Guerras Médicas, pero aquello fue sólo una cortina de humo, igual que reconquistar Tebas y Bizancio. Algo heroico, por supuesto, y que me valió el reconocimiento como general, pero sólo lo que ellos querían ver... – añadí, medio sonriendo de manera torcida al final, con un deje de ironía que no pude (ni tampoco quise) borrar de mi expresión.
Si ellos hubieran sabido... Yo tenía raíces persas, aquello era un secreto que sólo yo había llegado a conocer pero que lo había cambiado todo, porque había considerado que incluso de los brutales enemigos que suponían se podían aprender cosas y había iniciado mi acercamiento a ellos... Y con ello mi fin como humano y mi principio como vampiro. Los lacedemonios, a los que yo ya no pertenecía completamente pero de quienes era el máximo exponente (irónico, ¿verdad?), podían llegar a ser tan obtusos e idiotas cuando querían que no habían dudado a la hora de condenar a muerte a su mejor general y rey sólo por algo que ellos no comprendían y no podían comprender. Yo buscaba la grandeza de Esparta y aumentar aún más la mía propia, pero ellos se habían quedado únicamente en la segunda, así que habían actuado. Típico.
– Investiga, Doreen. Estoy seguro de que encontrarás los datos acerca de la batalla de Platea tremendamente interesantes y, sobre todo, ilustrativos. Quizá incluso, si prestas la suficiente atención, encuentres el nombre que me dieron mis padres, aunque ya no signifique nada para mí y haga milenios, literalmente, que no lo utilizo. – comenté, manteniendo la media sonrisa de antes y la mirada clavada en ella.
Le había dado las pistas suficientes para saber quién había sido, el general victorioso que había ganado en Platea a los persas; posiblemente podía imaginarse que, además de eso, mi porte no venía sólo por el hecho de haber sido un militar sino también por haber sido rey, algo que le permitiría estrechar aún más el círculo sobre mí, sobre el Ciro histórico, sobre Pausanias, alguien que formaba parte de mí pero que había muerto hacía ya muchísimo tiempo, igual que lo habían hecho Escipión o Darío.
Aquello, en sí mismo, era una prueba para ella. Satisfacía su curiosidad, sí, pero también la forzaba a estirar de los hilos de sus contactos para encontrar algún libro de la historia de Esparta en el que se me mencionara, algo que en aquellos tiempos existía pero que no era demasiado fácil de encontrar porque era la época del analfabetismo, de la incultura, de los intentos vacíos de los de arriba por ilustrar a unos de abajo que suficiente tenían con no morir de hambre. Eso en Esparta no pasaba; éramos homoioi, iguales, con una situación parecida que, pese a todo, no impedía que algunos descolláramos de entre la multitud, algo que a todas luces era inevitable.
– ¿Quieres saber cómo morí y me convertí en un vampiro? Eso es curiosidad morbosa por tu parte, ¿no crees? Te dejo especular... o no, mejor, te daré opciones a ver si alguna de ellas te convence. Quizá me hirieron de gravedad en alguna batalla, hasta el punto de que iba a morir solo y abandonado en el campo de batalla y alguien se apiadó de mí. O quizá alguna conspiración entre los espartiatas me afectó, y un vampiro para salvarme me convirtió en esto... Quizá. Hay tantas posibilidades... – repliqué, burlón y con la sonrisa en el rostro tornada maquiavélica.
No iba a contarle tan fácilmente todo lo que quería saber de mí, especialmente aquello referido a mi conversión. No la recordaba con demasiada claridad, pero aquel no era el problema, sino que más bien lo era que, de nuevo, ella no lo comprendería. No sabría por qué los lacedemonios habían cometido el error de juzgarme de acuerdo a unas leyes que no se me aplicaban; no sabría por qué me habían encerrado en el templo de Atenea Calcieco para que me muriera de hambre y por qué, aún vivo, me habían sacado para no cometer sacrilegio; no sabría por qué habíamos actuado todos como lo hicimos. Necesitaba informarse más acerca de la cultura de mi polis antes de comprender por qué había cometido la mayor de las traiciones: acercarme a Persia.
– No te lo voy a contestar aún. Puede que te lo diga en un futuro, pero no prometo nada, ya que no creo que estés preparada intelectualmente para comprender el contexto que me hizo tomar las decisiones que me llevaron hasta aquel límite. La política espartana, Doreen, es harto complicada para alguien que no la ha practicado nunca, y todo tuvo que ver con eso, así que primero investiga, y cuando seas capaz de comprenderlo te lo diré. No me apetece entrar en explicaciones inútiles y demasiado complejas en ese sentido porque, francamente, no serías la única que se aburriría dado el caso, y prefiero ahorrárnoslo. ¿A que soy un buen samaritano? – añadí, ampliando mi sonrisa hasta un punto que parecía ser inocente pero que, si observabas con detenimiento, sabías que toda inocencia era más falsa que un ilota pretendiendo ser un espartiata o un fallo en mí.
– En mi cultura no teníamos muy anclada la costumbre del retrato, esos eran los romanos, y no tanto por ellos sino por influencia etrusca. Cualquier representación artística que se refiera a alguna personalidad griega es muy probablemente posterior, de época romana, y como mucho hay grabados con mi nombre en ellos en mi tumba. O bueno, en lo que se creyó que era mi tumba. Posteriormente, sin embargo, sí que me han retratado varias veces. No han podido evitarlo, causo el mismo efecto que las nueve musas sobre los temperamentos artísticos, o incluso uno aún mayor. – concluí, sonriendo de nuevo aunque, al final, incluso me reí.
No fue una carcajada, pero tampoco una risita. Fue algo más parecido a una risotada divertida, genuinamente sincera y que finalizó con la misma rapidez con la que había llegado a mis labios, aunque quedó su rastro en ellos.
– Hagamos un trato, Doreen. Si me gusta cómo queda el retrato, te doy permiso para volver a preguntarme por mi transformación, y te aseguro que al menos te diré un poco de cómo sucedió, aunque de nuevo no te prometo nada. – propuse, mirándola a los ojos con el desafío inscrito en ellos y seriedad en mi rostro sólo aparentemente.
Invitado- Invitado
Re: No le temas a los sonidos del bosque, teme a las cosas que los originan [Privado]
Estaba tan confundida, aquella cultura sin duda era diferente a la nuestra, en Francia sólo se busca el poder, las riquezas, y los mejores lazos para sacar provecho, supongo que allá también se buscaba pero de otra manera, el pueblo luchaba orgulloso, se pavoneaba de las batallas que ganaban por su gente, por sus pueblo y por ellos mismos, aquí prefieren ser gobernados, ver como acusan a sus familiares de cosas erróneas, padecer, podrir de hambre, de todo… ¿Dónde había quedado entonces la gloria? Quizás los tiempos nos daban otras visiones, no lo sé. Me habría gustado nacer en esas fechas para obtener conocimiento, para poder entablar una buena conversación con Ciro, para poder cautivarlo con las solas palabras que salían de entre mis labios, pero quizás de haber nacido en aquellos tiempos no lo habría conocido, sólo tendría conocimiento de él por lo que escuchaba, los rumores, y por las fiestas ofrecidas a estos hombres en recompensa de sus miles de batallas ganadas. Todo tenía un pro y una contra. Y aunque la idea de haber nacido en esa época no fuera mala, no había que pudiera hacer al respecto, simplemente soñar con algo imposible, por qué hasta la fecha no se ha conseguido controlar el tiempo, y mucho menos revertirlo para hacer a tú antojo. ¿Cómo serían las mujeres en esos tiempos? Seguramente si en estos no tenemos voz y voto, sería peor en esas fechas, aunque quien sabe, quizás los guerreros les darían su lugar por buscar lo mejor, o quizás nos creían tan poco dignas como los esclavos. No sabía, y no podía hacerme a la idea sin dar una repasada a alguno que otro libro. Me quedaría con muchas dudas en la cabeza, pero al menos otras se habían apagado, el vampiro no estaba siendo tan egoísta, me estaba abriendo posibilidades de conocimiento, del conocimiento de su pasado, de lo que él había sido y lo que podía quedar de él. Si tan sólo pudiera saber más sería completamente afortunada, pero sobre todo estaría feliz. ¡Bah! Mi felicidad es lo que menos le importa.
Era un verdadero placer culpable verlo hablar, la respiración innecesaria que en ocasiones me parecía verle, y también sus movimientos. Era un hombre con porte de caballero, pero en cada movimiento que nada se podía notar su letalidad. ¿Con qué podía compararlo? Con nada, la realidad era esa, no podía compararlo con nada pues era único. Me cuesta aceptarlo, nunca antes me había topado con alguien así, quizás por eso no dejaba de verle, para aprenderme sus movimientos, sus formas, su rostro. Cada paso que nada era una invitación a acercarme y hacer lo que nunca antes, besarlo, recorrer con mis labios su piel pálida y fría. ¡Pero qué estoy pensando! Malditos pecados que se meten a mi cabeza, que se esparcen por el deseo de mi cuerpo. Si mis pensamientos tuvieran voz propia, y sobretodo ganas de ser escuchados ya estaría siendo encarcelada por impropia. Una señorita de esta edad, sin casarse, que no vive con su familia y se escapaba a mitad de la noche sólo para practicar con un arma, y encima se topaba con un vampiro que la hacía desear lo inamisible con él, debía ser levaba a la bastilla y ahorcarla hasta perder el último de los alientos, bueno eso dice la sociedad, y estoy segura que no soy ni la primera, ni la ultima en desear algo así, y todo esto radicaba en los principios que cada quien seguía, y los míos estaban muy chapados a la antigua, ¿O al presente deplorable que teníamos? No lo sabía, en realidad no me importaba. ¿Quién podría juzgar en esas paredes? Sólo él, y yo misma por supuesto, y no tenía ganas de frenarme por una sociedad que no estaba invitada a mi galería de arte, y que pensándolo bien, no deseaba que pusieran sus cerradas mentes en estás paredes tan mías. Debía dejar de juzgarme, pues la sociedad no lo estaba haciendo en ese momento, la sociedad dormía junto a los reyes de Francia esa noche. Debía aprovechar.
Me quedé pensando en el tema del honor, de los críos, de las familias, y las mujeres que daban a luz por la necesidad de buscar un poco de aceptación teniendo un hijo varón. De nacer en esa época seguro también sentiría el orgullo de mandar a un hijo a la guerra. Daba igual, no valía la pena pensar en algo que ya había pasado, y que no iba para nada conmigo. Suspiré, los silencios eran breves, pues él había deseado continuar hablando. Lo comprendí entonces, desde que él había nacido su destino había sido ser un vampiro, pues la sangre no le causaba una especie de repudio, al contrario, mientras más hubieran sido los cuerpo que había desangrado más había sido su gloria, quien lo diría, ahora se alimentaba de eso. Me dedique a seguir escuchando con atención, a crear varias escenas en mi cabeza, quien protagonizaba aquello era él, siempre él, no había cosa dónde Ciro no estuviera levantando una espada mostrando su gloria. Asentía, era lo único que podía hacer, no quería interrumpirlo, tampoco quería decir tonterías que estuvieran salidas de contexto, si él me estaba dando la oportunidad del conocimiento más valía que no lo dejará ir como pajaritos que vuelan con libertad, tenía que estar muy lista en ese detalle para cazar la información y adentrarlo en mi ser, en mi memoria. Ciro sería un capitulo nuevo dentro de mi historia personal. ¿Por qué? Porque estaba siendo el punto de cambio.
Es entonces cuando puedo comprender una cosa. La vida cambia a parir de momentos y golpes duros. Uno que ni siquiera imaginamos que está por venir. Uno de mis golpes fue escapar de casa, le dio un giro completo a mi vida, me escape de ser el negocio familiar. Sumemos los golpes, el ataca del licántropo, luego la entrada a la revolución, y ahora mismo Ciro era un gran golpe, y el menos doloroso de todos. Me gustaban estos golpes, ojalá hubieran más seguido de este tipo. Suspiraba en repetidas ocasiones sin dejar de verlo a los ojos. No volveré a ser la misma, por que sé que necesito ser yo. Hace mucho tiempo no era yo, y no puedo volver a ser la misma niña reprimida, porque en ocasiones eso parezco, y no parezco una mujer de mi edad. Quizás por eso nadie se enamora de mi, por mis conductas tan cerradas, porque sueño demasiado, pero no puedo evitarlo, no dejaré de soñar, ni de creer que existe la bondad en los ojos de los demás, todos deben tener una parte buena, cuando son bebes no tienen malas intenciones ¿O si? ¿En qué momento la malicia viene? A mi me han pasado muchas cosas malas y aun no llego al punto de llenarme de placer por el sufrimiento ajeno. Quizás me faltaba que vivieron un poco más de malas experiencias para poder llegar a comprender esa mente tan dolorosa, retorcida y maligna, o quizás todos deberíamos ser así para poder sobrevivir en este mundo, y yo era la diferente, la que estaba mal. No lo sé ¿Quién dice lo correcto? ¿La sociedad? A estás alturas ya no creo en las reglas de la sociedad, ahora seguiré las mías, las que mi corazón me dicte, lo demás no importan, nada importa.
Sonreí, en realidad no sé porque lo estaba haciendo pero me salía de forma muy natural. - Bien, en ese caso me pondré a leer todo lo que pueda en mis tiempos libres, no son muchos en realidad, de hecho es un milagro que está noche haya podido escapar, y más que se hayan tragado que nadie estaba en el agua, quizás tu presencia los alejó, no comprendo como no han vuelvo a pasar por aquí, supongo que es una señal para saber que este momento es el adecuado y no debía estar en otro lugar - Si, yo siempre había sido así, creyendo que Dios me ponía los retos más fuertes, o el universo para que aprendiera a golpes, a tropiezos, a caídas, dependiendo del impacto con que me los daba. - Tengo curiosidad, y la curiosidad es buena para estás situaciones, incluso un arma de doble filo sino las sabes manejar, pero ya que deseo que estos encuentros sigan sucediendo y avancen. - Me relamí los labios, de tanto hablar se me habían secado - No soy tonta Ciro, quizás mi ingenuidad es obvia pero no soy tonta, muchas cosas de la vida no las he aprendido porque mis padres me encerraban y se me daban severos castigos si quería saber más de la historia de este mundo, por eso no comprendo muchas cosas que tú no sólo pudiste haber leído, sino también vivido, si estoy aquí frente a ti, será porque vez que tengo potencial, quizás estoy pecando de ingenua al pensar eso, pero cabe la posibilidad. - Me encogí de hombros, sólo estaba diciendo lo que veía nada más.
- Yo acepto tú trato, ¿Por qué no habría de hacerlo? Pero nadie me garantiza si en realidad me vas a cumplir, eres un vampiro, y como tal tú naturaleza es mezquina, manipuladora y frívola, lo único que me garantiza que me digas la verdad es que seas tan honorable como antes con tu palabra, ya sabes todo eso del honor debe de seguir contigo ¿No es así? Es parte de ti, del guerree que eras, del rey que solía cargar la espada y llevar a la gloria a su gente - Sonreía, más que nada porque creía que Ciro no sólo era una criatura que se dedicara a matar, sino que con el transcurso de la noche me había mostrado lo diferente que era al resto, y me encanta la parte dónde mostraba a ese guerrero de sus tiempos humanos. - Me gusta mucho saber que no haces las cosas por hacerlas, matarme quizás sería divertido para ti, tanto como torturarme en la vida, pero todo es por algo ¿O me equivoco? No te puedo considerar un vampiro común y corriente que se deja llevar por el deseo de sangre, mucho menos de poder, es decir, ¿Qué clase de gloria tendrías mostrando tú fuerza contra un humano… No le veo sentido - Negué repetidas veces, eso era absurdo, matar a un humano es como si yo quisiera matar a un fastidioso zancudo, algo demasiado sencillo, nada glorioso, para nada importante. ¿Entonces porqué no experimentar con el mosquito y ver que de bueno se puede obtener? Todos podemos sacar de incluso cosas insignificantes tesoros inamisibles, la diferencia es saber usar la cabeza, y las herramientas para sacar el provecho.
- Las ventajas de esta noche no sólo te las llevas tú para mi buena suerte, está noche me he llevado la gloria, y no precisamente la tuya - Por primera vez en toda mi vida me sentía segura de poder hablar sin restricciones, me sentía contenta, no sólo como decirlo, creo que he vuelvo a vivir, o que quizás me desempolve de la estantería dónde estaba arrumbada, de eso se trata todo, de sacar el polvo que tenemos encima de nosotros - Yo gane conocimiento de usted y mío, he ganado el futuro retrato que más he deseado en mucho tiempo, probé… - Carraspeé nerviosa y sentía como mis mejillas se llenaron de ese calor que mi cuerpo tenía, mostrando el rubor encantador que todos recalcaban al verme el rostro sonrojándome - Probé sus labios, y me perdí por unos instantes en la llama de un deseo que hace tiempo no experimentaba, o más bien, no sabía que existía, y aunque se que probablemente es un pecado, no me da miedo decirlo… Porque lo disfruté… Y deseo volver a disfrutarlo, y sobretodo estoy viva ¿Qué clase de experimento está haciendo conmigo, déjeme saber, quizás pueda cooperar al respecto. - Me sentía por todo lo que acababa de decir en deuda con él, porque lo estaba, de mil y un maneras. - Encima existirán más encuentros, me siento dichosa, aunque es extraño… - Miré al techo unos instantes - Es como estar al borde de la deriva, y saber que con cualquier empuje puedo caer, pero es divertido, es… - Me quedé sin poder terminar la frase, no sabía como describirlo.
- ¿Qué se siente Ciro? - Me quedé pensativa, una idea muy descabellada vino a mi cabeza, un deseo ferviente de poder ser un poco más fuerte, de cambiar, de poder luchar, de tener más fuerza, pero quizás la pregunta estaba mal planteada, lo único que deseaba es que no se diera cuenta de lo que estaba pensando, o planeando. - ¿Qué se siente ser un vampiro? ¿Por qué siempre tienen ese porte tan magnético? ¿Qué se siente beber sangre humana? - La sola idea de poder llegar a convertirme me daba cierto placer, cierta excitación, pero sabía que había un par de ojos o más de un par que me quitarían incluso de un momento a otro la idea de la cabeza, no estaba demás querer intentar ¿O si? - ¿Alguna vez has convertido a alguien? Me han dicho que necesitas ser mordido, y que dejen tomar mucha sangre de ti, y al mismo tiempo debes tomar sangre de aquella persona que te va a crear ¿Es cierto eso? Conocí a varios vampiros antes que tú, pero… No sé, ellos eran diferentes, no sé si haya diferencia entre ustedes - Muchas cosas a la vez, pero estaba curiosa, debía aprovechar ese momento dónde cedía a la información.
- Quisiera saber tantas cosas y mi tiempo es tan limitado - Hice una mueca evidente de disgusto, y entonces me puse de pie por milésima vez en esa noche, me coloqué frente a él. - ¿Podré retratarlo entonces? Así puedo ir por cada una de las cosas para comenzar, no será mucho lo que pueda hacer, no creo que quede mucho tiempo para el amanecer, pero al menos puedo trazar los bordes. ¿Qué le parece?- Me gusta mucho tener su aprobación, porque podía verlo como una clase de maestro y verdugo. - Tengo ganas de pintar un Ciro que muestra la gloria de su pasado, de ese guerrero, de ese rey que seguramente hay muchas cosas en los libros de historia, pero también tengo ganas de pintar al vampiro que tengo frente a mi, cada línea, cada detalle, al menos sé que puedo hacer el intento, y eso es mejor que no hacer nada - ¿Cuántas veces me había quedado a medias por miedo? No lo recuerdo, pero esa noche no, mucho menos con la luz verde que él me había dado.
Era un verdadero placer culpable verlo hablar, la respiración innecesaria que en ocasiones me parecía verle, y también sus movimientos. Era un hombre con porte de caballero, pero en cada movimiento que nada se podía notar su letalidad. ¿Con qué podía compararlo? Con nada, la realidad era esa, no podía compararlo con nada pues era único. Me cuesta aceptarlo, nunca antes me había topado con alguien así, quizás por eso no dejaba de verle, para aprenderme sus movimientos, sus formas, su rostro. Cada paso que nada era una invitación a acercarme y hacer lo que nunca antes, besarlo, recorrer con mis labios su piel pálida y fría. ¡Pero qué estoy pensando! Malditos pecados que se meten a mi cabeza, que se esparcen por el deseo de mi cuerpo. Si mis pensamientos tuvieran voz propia, y sobretodo ganas de ser escuchados ya estaría siendo encarcelada por impropia. Una señorita de esta edad, sin casarse, que no vive con su familia y se escapaba a mitad de la noche sólo para practicar con un arma, y encima se topaba con un vampiro que la hacía desear lo inamisible con él, debía ser levaba a la bastilla y ahorcarla hasta perder el último de los alientos, bueno eso dice la sociedad, y estoy segura que no soy ni la primera, ni la ultima en desear algo así, y todo esto radicaba en los principios que cada quien seguía, y los míos estaban muy chapados a la antigua, ¿O al presente deplorable que teníamos? No lo sabía, en realidad no me importaba. ¿Quién podría juzgar en esas paredes? Sólo él, y yo misma por supuesto, y no tenía ganas de frenarme por una sociedad que no estaba invitada a mi galería de arte, y que pensándolo bien, no deseaba que pusieran sus cerradas mentes en estás paredes tan mías. Debía dejar de juzgarme, pues la sociedad no lo estaba haciendo en ese momento, la sociedad dormía junto a los reyes de Francia esa noche. Debía aprovechar.
Me quedé pensando en el tema del honor, de los críos, de las familias, y las mujeres que daban a luz por la necesidad de buscar un poco de aceptación teniendo un hijo varón. De nacer en esa época seguro también sentiría el orgullo de mandar a un hijo a la guerra. Daba igual, no valía la pena pensar en algo que ya había pasado, y que no iba para nada conmigo. Suspiré, los silencios eran breves, pues él había deseado continuar hablando. Lo comprendí entonces, desde que él había nacido su destino había sido ser un vampiro, pues la sangre no le causaba una especie de repudio, al contrario, mientras más hubieran sido los cuerpo que había desangrado más había sido su gloria, quien lo diría, ahora se alimentaba de eso. Me dedique a seguir escuchando con atención, a crear varias escenas en mi cabeza, quien protagonizaba aquello era él, siempre él, no había cosa dónde Ciro no estuviera levantando una espada mostrando su gloria. Asentía, era lo único que podía hacer, no quería interrumpirlo, tampoco quería decir tonterías que estuvieran salidas de contexto, si él me estaba dando la oportunidad del conocimiento más valía que no lo dejará ir como pajaritos que vuelan con libertad, tenía que estar muy lista en ese detalle para cazar la información y adentrarlo en mi ser, en mi memoria. Ciro sería un capitulo nuevo dentro de mi historia personal. ¿Por qué? Porque estaba siendo el punto de cambio.
Es entonces cuando puedo comprender una cosa. La vida cambia a parir de momentos y golpes duros. Uno que ni siquiera imaginamos que está por venir. Uno de mis golpes fue escapar de casa, le dio un giro completo a mi vida, me escape de ser el negocio familiar. Sumemos los golpes, el ataca del licántropo, luego la entrada a la revolución, y ahora mismo Ciro era un gran golpe, y el menos doloroso de todos. Me gustaban estos golpes, ojalá hubieran más seguido de este tipo. Suspiraba en repetidas ocasiones sin dejar de verlo a los ojos. No volveré a ser la misma, por que sé que necesito ser yo. Hace mucho tiempo no era yo, y no puedo volver a ser la misma niña reprimida, porque en ocasiones eso parezco, y no parezco una mujer de mi edad. Quizás por eso nadie se enamora de mi, por mis conductas tan cerradas, porque sueño demasiado, pero no puedo evitarlo, no dejaré de soñar, ni de creer que existe la bondad en los ojos de los demás, todos deben tener una parte buena, cuando son bebes no tienen malas intenciones ¿O si? ¿En qué momento la malicia viene? A mi me han pasado muchas cosas malas y aun no llego al punto de llenarme de placer por el sufrimiento ajeno. Quizás me faltaba que vivieron un poco más de malas experiencias para poder llegar a comprender esa mente tan dolorosa, retorcida y maligna, o quizás todos deberíamos ser así para poder sobrevivir en este mundo, y yo era la diferente, la que estaba mal. No lo sé ¿Quién dice lo correcto? ¿La sociedad? A estás alturas ya no creo en las reglas de la sociedad, ahora seguiré las mías, las que mi corazón me dicte, lo demás no importan, nada importa.
Sonreí, en realidad no sé porque lo estaba haciendo pero me salía de forma muy natural. - Bien, en ese caso me pondré a leer todo lo que pueda en mis tiempos libres, no son muchos en realidad, de hecho es un milagro que está noche haya podido escapar, y más que se hayan tragado que nadie estaba en el agua, quizás tu presencia los alejó, no comprendo como no han vuelvo a pasar por aquí, supongo que es una señal para saber que este momento es el adecuado y no debía estar en otro lugar - Si, yo siempre había sido así, creyendo que Dios me ponía los retos más fuertes, o el universo para que aprendiera a golpes, a tropiezos, a caídas, dependiendo del impacto con que me los daba. - Tengo curiosidad, y la curiosidad es buena para estás situaciones, incluso un arma de doble filo sino las sabes manejar, pero ya que deseo que estos encuentros sigan sucediendo y avancen. - Me relamí los labios, de tanto hablar se me habían secado - No soy tonta Ciro, quizás mi ingenuidad es obvia pero no soy tonta, muchas cosas de la vida no las he aprendido porque mis padres me encerraban y se me daban severos castigos si quería saber más de la historia de este mundo, por eso no comprendo muchas cosas que tú no sólo pudiste haber leído, sino también vivido, si estoy aquí frente a ti, será porque vez que tengo potencial, quizás estoy pecando de ingenua al pensar eso, pero cabe la posibilidad. - Me encogí de hombros, sólo estaba diciendo lo que veía nada más.
- Yo acepto tú trato, ¿Por qué no habría de hacerlo? Pero nadie me garantiza si en realidad me vas a cumplir, eres un vampiro, y como tal tú naturaleza es mezquina, manipuladora y frívola, lo único que me garantiza que me digas la verdad es que seas tan honorable como antes con tu palabra, ya sabes todo eso del honor debe de seguir contigo ¿No es así? Es parte de ti, del guerree que eras, del rey que solía cargar la espada y llevar a la gloria a su gente - Sonreía, más que nada porque creía que Ciro no sólo era una criatura que se dedicara a matar, sino que con el transcurso de la noche me había mostrado lo diferente que era al resto, y me encanta la parte dónde mostraba a ese guerrero de sus tiempos humanos. - Me gusta mucho saber que no haces las cosas por hacerlas, matarme quizás sería divertido para ti, tanto como torturarme en la vida, pero todo es por algo ¿O me equivoco? No te puedo considerar un vampiro común y corriente que se deja llevar por el deseo de sangre, mucho menos de poder, es decir, ¿Qué clase de gloria tendrías mostrando tú fuerza contra un humano… No le veo sentido - Negué repetidas veces, eso era absurdo, matar a un humano es como si yo quisiera matar a un fastidioso zancudo, algo demasiado sencillo, nada glorioso, para nada importante. ¿Entonces porqué no experimentar con el mosquito y ver que de bueno se puede obtener? Todos podemos sacar de incluso cosas insignificantes tesoros inamisibles, la diferencia es saber usar la cabeza, y las herramientas para sacar el provecho.
- Las ventajas de esta noche no sólo te las llevas tú para mi buena suerte, está noche me he llevado la gloria, y no precisamente la tuya - Por primera vez en toda mi vida me sentía segura de poder hablar sin restricciones, me sentía contenta, no sólo como decirlo, creo que he vuelvo a vivir, o que quizás me desempolve de la estantería dónde estaba arrumbada, de eso se trata todo, de sacar el polvo que tenemos encima de nosotros - Yo gane conocimiento de usted y mío, he ganado el futuro retrato que más he deseado en mucho tiempo, probé… - Carraspeé nerviosa y sentía como mis mejillas se llenaron de ese calor que mi cuerpo tenía, mostrando el rubor encantador que todos recalcaban al verme el rostro sonrojándome - Probé sus labios, y me perdí por unos instantes en la llama de un deseo que hace tiempo no experimentaba, o más bien, no sabía que existía, y aunque se que probablemente es un pecado, no me da miedo decirlo… Porque lo disfruté… Y deseo volver a disfrutarlo, y sobretodo estoy viva ¿Qué clase de experimento está haciendo conmigo, déjeme saber, quizás pueda cooperar al respecto. - Me sentía por todo lo que acababa de decir en deuda con él, porque lo estaba, de mil y un maneras. - Encima existirán más encuentros, me siento dichosa, aunque es extraño… - Miré al techo unos instantes - Es como estar al borde de la deriva, y saber que con cualquier empuje puedo caer, pero es divertido, es… - Me quedé sin poder terminar la frase, no sabía como describirlo.
- ¿Qué se siente Ciro? - Me quedé pensativa, una idea muy descabellada vino a mi cabeza, un deseo ferviente de poder ser un poco más fuerte, de cambiar, de poder luchar, de tener más fuerza, pero quizás la pregunta estaba mal planteada, lo único que deseaba es que no se diera cuenta de lo que estaba pensando, o planeando. - ¿Qué se siente ser un vampiro? ¿Por qué siempre tienen ese porte tan magnético? ¿Qué se siente beber sangre humana? - La sola idea de poder llegar a convertirme me daba cierto placer, cierta excitación, pero sabía que había un par de ojos o más de un par que me quitarían incluso de un momento a otro la idea de la cabeza, no estaba demás querer intentar ¿O si? - ¿Alguna vez has convertido a alguien? Me han dicho que necesitas ser mordido, y que dejen tomar mucha sangre de ti, y al mismo tiempo debes tomar sangre de aquella persona que te va a crear ¿Es cierto eso? Conocí a varios vampiros antes que tú, pero… No sé, ellos eran diferentes, no sé si haya diferencia entre ustedes - Muchas cosas a la vez, pero estaba curiosa, debía aprovechar ese momento dónde cedía a la información.
- Quisiera saber tantas cosas y mi tiempo es tan limitado - Hice una mueca evidente de disgusto, y entonces me puse de pie por milésima vez en esa noche, me coloqué frente a él. - ¿Podré retratarlo entonces? Así puedo ir por cada una de las cosas para comenzar, no será mucho lo que pueda hacer, no creo que quede mucho tiempo para el amanecer, pero al menos puedo trazar los bordes. ¿Qué le parece?- Me gusta mucho tener su aprobación, porque podía verlo como una clase de maestro y verdugo. - Tengo ganas de pintar un Ciro que muestra la gloria de su pasado, de ese guerrero, de ese rey que seguramente hay muchas cosas en los libros de historia, pero también tengo ganas de pintar al vampiro que tengo frente a mi, cada línea, cada detalle, al menos sé que puedo hacer el intento, y eso es mejor que no hacer nada - ¿Cuántas veces me había quedado a medias por miedo? No lo recuerdo, pero esa noche no, mucho menos con la luz verde que él me había dado.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: No le temas a los sonidos del bosque, teme a las cosas que los originan [Privado]
A aquellas alturas, la información tenía que estar sobrepasándola, pero ni por esas dejaba de ansiarla de aquella manera tan suya, tan propia de Doreen. A fin de cuentas, esas ganas de saber eran poco propias de un humano, pero totalmente propias de alguien como ella, que en lo que llevaba de noche me iba demostrando que, pese a su limitada naturaleza humana –que nunca llegaría a hacer que la pudiera juzgar con el mismo cristal con el que juzgaba a los vampiros–, era alguien digno de vivir una noche más.
Era precisamente aquello lo que le estaba salvando la vida, nada más. De cansarme, o de demostrar lo limitada que estaba su mente (porque llegaría el momento en el que no daría más de sí, a fin de cuentas no era como la mía y eso estaba más que claro...) y volverse aburrida, acabaría con su sangre en mi interior, su cuerpo seco reposando en el suelo y los fantasmas de sus sueños iluminando con sus últimos estertores la habitación en la que, contra todo pronóstico, nos encontrábamos.
En realidad, la mayoría de lo ocurrido aquella noche había pasado sin que ninguno de los dos lo planeáramos. Yo sabía que daba igual lo que aconteciera, pues me resultaría favorable fuera lo que fuese, y la mayor sorprendida siempre acabaría siendo ella, para quien las cosas podían ir mejor o peor según su suerte o, en realidad, mi humor, ya que la suerte no existía y mi humor, por el contrario, era –y seguía siendo– determinante en su situación. En cualquier caso, ante la óptica de un extraño, ella estaba siendo considerablemente afortunada.
Un vampiro con mi reputación, que además estaba bastante justificada si se hacía caso a lo sanguinario y pendenciero que era (para quienes, obviamente, no eran capaces de poder conmigo y se inventaban historias reales sólo en parte acerca de mis derramamientos de sangre más que necesarios) y a lo mucho que me gustaba la sangre, era un peligro mayor que cualquier vampiro con el que se hubiera podido encontrar Doreen, y que estuviera relativamente en son de paz era un acontecimiento digno de ser apuntado en el calendario, cuando menos, pero que me aseguraba aún menos que ella no iba a olvidarme... como si pudiera hacerlo.
Era consciente del efecto que causaba en las personas; sabía que, quisieran o no, a todas les terminaba gustando de una manera u otra y que, al final, todos querían agradarme. A fin de cuentas no había cambiado tanto desde que había sido un rey descendiente, según la tradición, del mismísimo Heracles, y ciertos rasgos, por no decir todos, los mantenía desde entonces, y seguían teniendo el mismo efecto que hacía más de dos milenios, lo cual no decía nada bueno de la raza humana... si es que algo en ellos podía hablar a su favor, claro estaba.
Eran pusilánimes, seres enclenques que solamente servían para saciar la sed de sangre y de destrucción de seres superiores –yo–, criaturas no superiores a los insectos o a los animales que mataban por diversión pero que tenían unas pretensiones a un tiempo divertidas y a otro totalmente descabelladas, porque si no ¿de qué otra manera se puede calificar al absurdo de que quieren creerse los reyes y dominadores del planeta? ¡La sola idea resultaba, en sí, tan desternillante como imposible de ser cierta!
Sin embargo, en su defensa había que decir que había ciertas excepciones. Si no, ¿de dónde había salido yo? Aunque claro, yo había sido y seguía siendo único en mi especie, y por eso nunca se repetiría un ejemplar como yo en la raza humana por mucho que siguieran reproduciéndose como animales y “avanzando”, si es que a lo que hacían podía considerarse avanzar. Muy de cuando en cuando, no obstante, salían brillantes excepciones que demostraban que no todo estaba perdido y que de alguna manera alguien merecía convertirse en otro ser superior, diferente a la masa aburrida y anodina que eran los humanos... Doreen tenía algo de eso.
No había que olvidar que era humana y, por tanto, limitada; tampoco el hecho de que aún no se había deshecho por completo de la máscara que portaba ante la sociedad y que la habían obligado a construir con materiales tan fuertes que le costaba ser auténticamente ella, pero aún así mostraba en ella mucho más potencial que muchos vampiros convertidos con los que había convivido y que me habían hecho preguntarme dónde narices estaba el criterio que se utilizaba para transformar a los indignos humanos. En función a lo que había visto, había llegado a la conclusión de que estaba en un estercolero: no había más explicación posible.
Ella era distinta, y eso era lo que la salvaba. Si no lo tenía claro, o al menos tan claro como yo sí que lo tenía, era únicamente cosa suya, pero la verdadera razón de que siguiera con vida y contara con mi misericordia, un privilegio del que muchos no habían dispuesto, era precisamente su capacidad de brillar en la oscuridad como una estrella particularmente notoria, de esas que utilizaban los marineros en mi época para orientarse en vez de aparatos de dudosa fiabilidad.
Por eso transigía hasta cierto punto y le cedía el privilegio de pintar un retrato mío e, incluso, saber más de mí, pero no por nada más. De hecho, aquella prórroga era un regalo envenenado, porque no dejaría nunca de someterla a mi examen y si se desviaba lo más mínimo de lo que había conseguido convencerme la eliminaría con más fuerza y sangre que si la tuviera que matar ahora mismo, y eso era bastante.
Y, como ella me comunicó con unas palabras que me hicieron medio sonreír, ella era consciente del riesgo que corría, pese a lo cual lo aceptaba. Era ingenua, sí, de eso no cabía duda, pero su sentido del peligro no estaba lo suficientemente embrujado como para ignorar que pese a la atracción (física e intelectual) que yo ejercía sobre ella mi naturaleza había dejado de ser humana hacía siglos y ya era vampírica, y como tal peligrosa para alguien que era mi natural presa y alimento.
– Chica lista, Doreen. Has adivinado parte de mis intenciones más rápidamente de lo que habría supuesto, pero si no lo hubieras hecho me habrías decepcionado y habrías comprobado que si era el mejor guerrero de mi tiempo y sigo siendo mucho mejor que los pusilánimes que tenéis actualmente para defender vuestras patrias no es por mi cara bonita, sino por mi capacidad de ser letal, desde luego mucho más que quienes no nos han visto en el lago. Al menos presto más atención... – le dije, burlón, y chasqueando la lengua contra el paladar por sus palabras siguientes, aquellas en las que evidentemente se reconocía presa del deseo.
¿Cómo podría ser de otra manera, criatura, si es de mí de quien hablábamos?, me gustaría decirle, pero resultaba evidente con sólo mirarme que la atraía, y que el efecto era mutuo pese a que no fuera exactamente mi tipo. Su sangre influía en ese respecto, en hacerla más atrayente para mí, pero también lo hacía su mente, una inocente hasta el punto de hacer morboso el hecho de quebrar toda aquella inocencia y hacerla abrazar su verdadera y sensual esencia.
Era cierto, pues: la atracción era mutua. Había nacido como consecuencia del experimento que, como bien había dicho, estaba efectuando sobre ella, pero ahí seguía, ahí permanecía, y ahí continuaba aumentando por ese gesto inconsciente (o quizá consciente en su aplicación, mas no en sus efectos) que tenía de lamerse los labios... Simplemente deliciosa, y como tal volví a acercarme.
No fui demasiado rápido, al menos teniendo en cuenta la velocidad que podía alcanzar, y en un inusitado gesto de caballerosidad impropia de mí le di incluso margen para que se apartara, pero no lo hizo. ¿Cómo iba a hacerlo, si como bien había dicho, aunque no con esas palabras, se moría por probar mis labios? Eso fue exactamente lo que hice: besarla, aunque sin un atisbo de la delicadeza que había utilizado para acercarme, sino de una manera mucho más brusca, más pasional si se quería decir así.
Con razón se quedó sin aire cuando me separé, divertido y medio sonriendo. Con razón el rubor subía por sus mejillas como si las quisiera escalar y se notaba en su cuerpo el aumento de la temperatura que la casi obligaba a volver donde estaba yo. No podía ser de otra manera, si la había besado, pues tenía tal experiencia en ese campo (como en todos) que se me daba increíblemente bien conseguir esa clase de efectos pese a que el contacto fuera tan breve como lo había sido con ella, ya que me había separado enseguida o acabaría matándola con un beso. Humanos... O, mejor dicho, humanas...
– Es más divertido si no sabes exactamente qué es lo que estoy haciendo para experimentar contigo. Te muestras más... espontánea, digamos, más como un auténtico objeto de estudio se tiene que mostrar. Si lo supieras, créeme, se perdería todo el valor que tiene todo esto porque modificarías tu conducta y no podría examinarla como quiero, así que tendrás que seguir en la ignorancia, al menos en esto. – repliqué, encogiéndome de hombros y comenzando a girar a su alrededor.
Mi objetivo no era, como podía parecer, estudiarla desde todos los ángulos aunque también lo estuviera haciendo; no, mi objetivo en realidad era ponerla nerviosa con la sensación de vigilancia constante, con tener mi mirada clavada en ella y con no apartarla por nada; mi objetivo era que Doreen comenzara a tensarse y a dejar de sentir el peligro únicamente de manera psicológica, como algo que su mente le decía que existía, y empezara a sentirlo como algo de manera real.
En aquel momento, volví a ser un depredador. Mi mirada había cambiado; mi actitud misma se había modificado, y allí estaba, con el aspecto de ser un león acechando a una gacela que tiene frente a él porque se ha colado en su territorio y espera a que el león ataque, embelesada por sus movimientos y al tiempo aterrada. Terminé detrás de ella, con las manos en sus hombros y mis labios cerca de su oreja, curvados en una sonrisa peligrosa que, junto a la tensión de mi cuerpo, hacía aún más perceptible el cambio de comportamiento.
– Ser un vampiro es ser un depredador. Ve al bosque, si quieres, observa a los lobos, a los zorros, a todos esos animales que acechan a sus presas, que se mueven rápidamente para cazarlas, que han desarrollado sus cuerpos para hacer de ellos sus mejores armas. Piensa en ellos, diseñados en lo físico con el único objetivo de cazar y de que sus presas no tengas escapatoria; piensa en su mentalidad de animales hambrientos que se mezclan en las mismas ramas y las mismas hojas para camuflarse y esperar al momento justo. Piénsalo, y a eso súmale siglos de experiencias de esa misma índole, lo suficiente para depurar la técnica hasta hacerla perfecta. Además, súmale personalidades únicas, eventos particulares, retazos de humanidad y de vidas pasadas aquí y allí que nos hacen diferentes a cada uno de nosotros. Eso es ser un vampiro, pero no lo sabes hasta que no lo experimentas. – expliqué, con tono de voz grave, sensual, casi ronroneante... mimetizado con los animales de los que cuando cazaba formaba parte.
Era más animal que humano, en aquel sentido, pero dado que los humanos eran inferiores a quienes consideraban bestias ni siquiera me importaba... es más, me agradaba parecerme más a un depredador que a un ser pasivo que es presa de sí mismo. La comparación, o la mera sugerencia de lo contrario, resultaba tan odiosa...
Rápidamente la giré para que quedara frente a mí, y al siguiente momento estaba contra la pared, con mi cuerpo encima del suyo, más efectivo en la tarea de inmovilizarla que cualquier trampa o soga que utilizaban unos cazadores que sólo podían admirar la efectividad de aquellos que habíamos nacido para la muerte ajena, ya que incluso de humano yo había estado destinado, si es que existía tal cosa como el destino, a destruir la vida... Era lo que mejor se me daba, de entre la amalgama de talentos que tenía, y eso que eran muchos y muy numerosos.
– La sangre... Imagina que estás vacío, que te duele la garganta por la sed, el estómago te ruge por el hambre, necesitas algo y no sabes qué es. La sangre es tan placentera como un orgasmo, en ocasiones; es semejante al opio sobre un adicto, pero es algo que efectivamente necesita para sobrevivir y que no trae muerte, sino vida. Es el elixir de la eterna juventud por excelencia, sólo que a veces sus portadores son dignos de convertirse en depredadores y... bueno, nadie se libra de la tentación, ni siquiera yo. Tengo neófitos, sí, pero les perdí el rastro hace siglos, e incluso maté a unos cuantos que me defraudaron sobremanera. – añadí, con los ojos como finas rendijas amenazadoras, los labios entreabiertos mostrando los colmillos, mi cuerpo en tensión sobre el suyo, como si estuviera a punto de destrozarla...
Y, de golpe, vino la calma. Me separé, relajé mi porte, suavicé mi expresión, la miré con diversión pasiva y con mucha más frialdad que la que cabía esperar vista mi actitud animal y crucé los brazos sobre el pecho fornido, musculoso, bien trabajado como humano y que había pasado a la otra vida de la misma manera.
– Sabes mucho sobre nosotros, quizá demasiado. Eso es peligroso, igual que pintarme, igual que la cercanía del amanecer... Te permito que empieces, si lo deseas, pero ¿serás capaz de aguantar el hecho de que tendré que ocultarme y te tocará esperar para continuar? ¿Sabrá tu curiosidad obsesiva por mí ser paciente...? Yo mismo tengo curiosidad por saberlo. – expuse, alzando una ceja al final y, allí clavado, esperando la respuesta que determinaría mi estancia allí o, por el contrario, mi vuelta a la tierra para dormir en ella durante el viaje del carro del Sol.
Era precisamente aquello lo que le estaba salvando la vida, nada más. De cansarme, o de demostrar lo limitada que estaba su mente (porque llegaría el momento en el que no daría más de sí, a fin de cuentas no era como la mía y eso estaba más que claro...) y volverse aburrida, acabaría con su sangre en mi interior, su cuerpo seco reposando en el suelo y los fantasmas de sus sueños iluminando con sus últimos estertores la habitación en la que, contra todo pronóstico, nos encontrábamos.
En realidad, la mayoría de lo ocurrido aquella noche había pasado sin que ninguno de los dos lo planeáramos. Yo sabía que daba igual lo que aconteciera, pues me resultaría favorable fuera lo que fuese, y la mayor sorprendida siempre acabaría siendo ella, para quien las cosas podían ir mejor o peor según su suerte o, en realidad, mi humor, ya que la suerte no existía y mi humor, por el contrario, era –y seguía siendo– determinante en su situación. En cualquier caso, ante la óptica de un extraño, ella estaba siendo considerablemente afortunada.
Un vampiro con mi reputación, que además estaba bastante justificada si se hacía caso a lo sanguinario y pendenciero que era (para quienes, obviamente, no eran capaces de poder conmigo y se inventaban historias reales sólo en parte acerca de mis derramamientos de sangre más que necesarios) y a lo mucho que me gustaba la sangre, era un peligro mayor que cualquier vampiro con el que se hubiera podido encontrar Doreen, y que estuviera relativamente en son de paz era un acontecimiento digno de ser apuntado en el calendario, cuando menos, pero que me aseguraba aún menos que ella no iba a olvidarme... como si pudiera hacerlo.
Era consciente del efecto que causaba en las personas; sabía que, quisieran o no, a todas les terminaba gustando de una manera u otra y que, al final, todos querían agradarme. A fin de cuentas no había cambiado tanto desde que había sido un rey descendiente, según la tradición, del mismísimo Heracles, y ciertos rasgos, por no decir todos, los mantenía desde entonces, y seguían teniendo el mismo efecto que hacía más de dos milenios, lo cual no decía nada bueno de la raza humana... si es que algo en ellos podía hablar a su favor, claro estaba.
Eran pusilánimes, seres enclenques que solamente servían para saciar la sed de sangre y de destrucción de seres superiores –yo–, criaturas no superiores a los insectos o a los animales que mataban por diversión pero que tenían unas pretensiones a un tiempo divertidas y a otro totalmente descabelladas, porque si no ¿de qué otra manera se puede calificar al absurdo de que quieren creerse los reyes y dominadores del planeta? ¡La sola idea resultaba, en sí, tan desternillante como imposible de ser cierta!
Sin embargo, en su defensa había que decir que había ciertas excepciones. Si no, ¿de dónde había salido yo? Aunque claro, yo había sido y seguía siendo único en mi especie, y por eso nunca se repetiría un ejemplar como yo en la raza humana por mucho que siguieran reproduciéndose como animales y “avanzando”, si es que a lo que hacían podía considerarse avanzar. Muy de cuando en cuando, no obstante, salían brillantes excepciones que demostraban que no todo estaba perdido y que de alguna manera alguien merecía convertirse en otro ser superior, diferente a la masa aburrida y anodina que eran los humanos... Doreen tenía algo de eso.
No había que olvidar que era humana y, por tanto, limitada; tampoco el hecho de que aún no se había deshecho por completo de la máscara que portaba ante la sociedad y que la habían obligado a construir con materiales tan fuertes que le costaba ser auténticamente ella, pero aún así mostraba en ella mucho más potencial que muchos vampiros convertidos con los que había convivido y que me habían hecho preguntarme dónde narices estaba el criterio que se utilizaba para transformar a los indignos humanos. En función a lo que había visto, había llegado a la conclusión de que estaba en un estercolero: no había más explicación posible.
Ella era distinta, y eso era lo que la salvaba. Si no lo tenía claro, o al menos tan claro como yo sí que lo tenía, era únicamente cosa suya, pero la verdadera razón de que siguiera con vida y contara con mi misericordia, un privilegio del que muchos no habían dispuesto, era precisamente su capacidad de brillar en la oscuridad como una estrella particularmente notoria, de esas que utilizaban los marineros en mi época para orientarse en vez de aparatos de dudosa fiabilidad.
Por eso transigía hasta cierto punto y le cedía el privilegio de pintar un retrato mío e, incluso, saber más de mí, pero no por nada más. De hecho, aquella prórroga era un regalo envenenado, porque no dejaría nunca de someterla a mi examen y si se desviaba lo más mínimo de lo que había conseguido convencerme la eliminaría con más fuerza y sangre que si la tuviera que matar ahora mismo, y eso era bastante.
Y, como ella me comunicó con unas palabras que me hicieron medio sonreír, ella era consciente del riesgo que corría, pese a lo cual lo aceptaba. Era ingenua, sí, de eso no cabía duda, pero su sentido del peligro no estaba lo suficientemente embrujado como para ignorar que pese a la atracción (física e intelectual) que yo ejercía sobre ella mi naturaleza había dejado de ser humana hacía siglos y ya era vampírica, y como tal peligrosa para alguien que era mi natural presa y alimento.
– Chica lista, Doreen. Has adivinado parte de mis intenciones más rápidamente de lo que habría supuesto, pero si no lo hubieras hecho me habrías decepcionado y habrías comprobado que si era el mejor guerrero de mi tiempo y sigo siendo mucho mejor que los pusilánimes que tenéis actualmente para defender vuestras patrias no es por mi cara bonita, sino por mi capacidad de ser letal, desde luego mucho más que quienes no nos han visto en el lago. Al menos presto más atención... – le dije, burlón, y chasqueando la lengua contra el paladar por sus palabras siguientes, aquellas en las que evidentemente se reconocía presa del deseo.
¿Cómo podría ser de otra manera, criatura, si es de mí de quien hablábamos?, me gustaría decirle, pero resultaba evidente con sólo mirarme que la atraía, y que el efecto era mutuo pese a que no fuera exactamente mi tipo. Su sangre influía en ese respecto, en hacerla más atrayente para mí, pero también lo hacía su mente, una inocente hasta el punto de hacer morboso el hecho de quebrar toda aquella inocencia y hacerla abrazar su verdadera y sensual esencia.
Era cierto, pues: la atracción era mutua. Había nacido como consecuencia del experimento que, como bien había dicho, estaba efectuando sobre ella, pero ahí seguía, ahí permanecía, y ahí continuaba aumentando por ese gesto inconsciente (o quizá consciente en su aplicación, mas no en sus efectos) que tenía de lamerse los labios... Simplemente deliciosa, y como tal volví a acercarme.
No fui demasiado rápido, al menos teniendo en cuenta la velocidad que podía alcanzar, y en un inusitado gesto de caballerosidad impropia de mí le di incluso margen para que se apartara, pero no lo hizo. ¿Cómo iba a hacerlo, si como bien había dicho, aunque no con esas palabras, se moría por probar mis labios? Eso fue exactamente lo que hice: besarla, aunque sin un atisbo de la delicadeza que había utilizado para acercarme, sino de una manera mucho más brusca, más pasional si se quería decir así.
Con razón se quedó sin aire cuando me separé, divertido y medio sonriendo. Con razón el rubor subía por sus mejillas como si las quisiera escalar y se notaba en su cuerpo el aumento de la temperatura que la casi obligaba a volver donde estaba yo. No podía ser de otra manera, si la había besado, pues tenía tal experiencia en ese campo (como en todos) que se me daba increíblemente bien conseguir esa clase de efectos pese a que el contacto fuera tan breve como lo había sido con ella, ya que me había separado enseguida o acabaría matándola con un beso. Humanos... O, mejor dicho, humanas...
– Es más divertido si no sabes exactamente qué es lo que estoy haciendo para experimentar contigo. Te muestras más... espontánea, digamos, más como un auténtico objeto de estudio se tiene que mostrar. Si lo supieras, créeme, se perdería todo el valor que tiene todo esto porque modificarías tu conducta y no podría examinarla como quiero, así que tendrás que seguir en la ignorancia, al menos en esto. – repliqué, encogiéndome de hombros y comenzando a girar a su alrededor.
Mi objetivo no era, como podía parecer, estudiarla desde todos los ángulos aunque también lo estuviera haciendo; no, mi objetivo en realidad era ponerla nerviosa con la sensación de vigilancia constante, con tener mi mirada clavada en ella y con no apartarla por nada; mi objetivo era que Doreen comenzara a tensarse y a dejar de sentir el peligro únicamente de manera psicológica, como algo que su mente le decía que existía, y empezara a sentirlo como algo de manera real.
En aquel momento, volví a ser un depredador. Mi mirada había cambiado; mi actitud misma se había modificado, y allí estaba, con el aspecto de ser un león acechando a una gacela que tiene frente a él porque se ha colado en su territorio y espera a que el león ataque, embelesada por sus movimientos y al tiempo aterrada. Terminé detrás de ella, con las manos en sus hombros y mis labios cerca de su oreja, curvados en una sonrisa peligrosa que, junto a la tensión de mi cuerpo, hacía aún más perceptible el cambio de comportamiento.
– Ser un vampiro es ser un depredador. Ve al bosque, si quieres, observa a los lobos, a los zorros, a todos esos animales que acechan a sus presas, que se mueven rápidamente para cazarlas, que han desarrollado sus cuerpos para hacer de ellos sus mejores armas. Piensa en ellos, diseñados en lo físico con el único objetivo de cazar y de que sus presas no tengas escapatoria; piensa en su mentalidad de animales hambrientos que se mezclan en las mismas ramas y las mismas hojas para camuflarse y esperar al momento justo. Piénsalo, y a eso súmale siglos de experiencias de esa misma índole, lo suficiente para depurar la técnica hasta hacerla perfecta. Además, súmale personalidades únicas, eventos particulares, retazos de humanidad y de vidas pasadas aquí y allí que nos hacen diferentes a cada uno de nosotros. Eso es ser un vampiro, pero no lo sabes hasta que no lo experimentas. – expliqué, con tono de voz grave, sensual, casi ronroneante... mimetizado con los animales de los que cuando cazaba formaba parte.
Era más animal que humano, en aquel sentido, pero dado que los humanos eran inferiores a quienes consideraban bestias ni siquiera me importaba... es más, me agradaba parecerme más a un depredador que a un ser pasivo que es presa de sí mismo. La comparación, o la mera sugerencia de lo contrario, resultaba tan odiosa...
Rápidamente la giré para que quedara frente a mí, y al siguiente momento estaba contra la pared, con mi cuerpo encima del suyo, más efectivo en la tarea de inmovilizarla que cualquier trampa o soga que utilizaban unos cazadores que sólo podían admirar la efectividad de aquellos que habíamos nacido para la muerte ajena, ya que incluso de humano yo había estado destinado, si es que existía tal cosa como el destino, a destruir la vida... Era lo que mejor se me daba, de entre la amalgama de talentos que tenía, y eso que eran muchos y muy numerosos.
– La sangre... Imagina que estás vacío, que te duele la garganta por la sed, el estómago te ruge por el hambre, necesitas algo y no sabes qué es. La sangre es tan placentera como un orgasmo, en ocasiones; es semejante al opio sobre un adicto, pero es algo que efectivamente necesita para sobrevivir y que no trae muerte, sino vida. Es el elixir de la eterna juventud por excelencia, sólo que a veces sus portadores son dignos de convertirse en depredadores y... bueno, nadie se libra de la tentación, ni siquiera yo. Tengo neófitos, sí, pero les perdí el rastro hace siglos, e incluso maté a unos cuantos que me defraudaron sobremanera. – añadí, con los ojos como finas rendijas amenazadoras, los labios entreabiertos mostrando los colmillos, mi cuerpo en tensión sobre el suyo, como si estuviera a punto de destrozarla...
Y, de golpe, vino la calma. Me separé, relajé mi porte, suavicé mi expresión, la miré con diversión pasiva y con mucha más frialdad que la que cabía esperar vista mi actitud animal y crucé los brazos sobre el pecho fornido, musculoso, bien trabajado como humano y que había pasado a la otra vida de la misma manera.
– Sabes mucho sobre nosotros, quizá demasiado. Eso es peligroso, igual que pintarme, igual que la cercanía del amanecer... Te permito que empieces, si lo deseas, pero ¿serás capaz de aguantar el hecho de que tendré que ocultarme y te tocará esperar para continuar? ¿Sabrá tu curiosidad obsesiva por mí ser paciente...? Yo mismo tengo curiosidad por saberlo. – expuse, alzando una ceja al final y, allí clavado, esperando la respuesta que determinaría mi estancia allí o, por el contrario, mi vuelta a la tierra para dormir en ella durante el viaje del carro del Sol.
Invitado- Invitado
Re: No le temas a los sonidos del bosque, teme a las cosas que los originan [Privado]
No existe confusión cuando la claridad de los hechos y las palabras salen a la luz. O quizás exista por la cantidad de información que se tiene que procesar, todo es confuso y al mismo tiempo claro, y entonces se vuelve confuso de nuevo, pero las explicaciones y las experiencias lo aclaran. Estaba en esa situación, en dónde tenía una idea clara de las cosas y al mismo tiempo todo se rompía y se volvía otra cosa. Siempre he notado que creemos que lo bueno y lo malo viene de acuerdo a nuestra educación, entonces me pregunto si de verdad lo es. Lo bueno para mi puede ser malo para otra persona, lo bueno para esa persona puede ser malo para mi. Quizás para todos Ciro era una especie de demonio y yo lo veo como un ángel diferente.
Mi madre siempre me decía que mis pensamientos eran diferentes a cualquier joven de mi edad, todas ellas desean casarse, formar una familiar y enriquecer sus apellidos, en cambio yo no. Tal vez sean mis pensamientos soñadores, los libros clandestinos que he leído de novelas románticas, dónde la protagonista tenía una historia bastante distinta a la realidad, pasaba peripecias, como las que yo estaba pasando, encontraba al amor de su vida, y vivía feliz por siempre. Pero esos eran libros, fantasías de un ser humano que desea una vida distinta, que de no excusarse en tales paginas podría tacharse de brujo y terminar quemado, ahorcado, o torturado con tal de dejar de lado tales pensamientos. Todo eso es tan ilógico, esos señalamientos innecesarios, estúpidos, y llenos de incoherencia que sólo son compradas con riquezas para cubrir la ignorancia de los gobernantes, pero dado que ellos tienen el poder, pueden someter. ¡De eso se trataba todo! Que tonta soy, ¿Por qué no lo había visto eso? Si no dejaba que mi lengua se soltara con natural era por el poder que él ejercía en mi, no más que eso. Sino tuviera esa naturaleza quizás podría ser un poco más arrojada, pero dado que no era posible eso… Quedaba la conformidad. Y odiaba ser conformista.
El humano era tan animal, lo peor de todo es que nos ofendemos al recibir ese adjetivo calificativo. ¿Qué pasaba con este mundo? Entonces los vampiros no eran tan diferentes a nosotros ¿O si? Ellos abusan de su fuerza y su velocidad para obtener lo que quieren, de sus poderes mentales y todas esas cosas que tienen de ventaja que yo aun no entiendo, y que la verdad en este momento no deseo preguntar, ni conocer, creo que la información se disfruta cuando se recibe de manera lenta, cuando se saborea en las mieles del conocimiento procesado con comprensión, no como un chorro de agua que se pierde con una evaporación. Si deseaba hacer miles de preguntas sobre cada detalle de su condición, de su vida, de todo lo que tocaba a su paso, los encuentros se reducirían, y no podríamos hacer las cosas más emocionantes. ¿Acaso quería dejar de verlo tan rápidamente? No, no deseaba eso.
El peligro que el me regalaba era adictivo, tanto que mi cuerpo me lo exigía, y me ponía entre la espada y la pared. Un poco de claridad me vendría en estos momentos, alejarme de su figura, dejar de verlo para poder pensar sin problema, pero aquello era tan difícil, tenía una fuerza, un imán grande, como si dejar de verlo me dejara sin fuerzas. Odiaba que esos seres pudieran tener tanto poder en nosotros; recuerdo las veces que estuve encuentros con otros, cada uno de ellos me atraía de cierta manera, pero no era de manera tan poderosa como está. ¿Acaso él también hacía algo para que yo estuviera tan prensada en su esencia? El enojo se desvanecía al pensar que tenía interés en mi, quizás pecaba de soberbia, de creída, pero no cualquier puede poner interés, menos en una simple y débil humana como yo. Debo tener algo bueno ¿No es así? Aunque sea algo mínimo.
- En estos momentos no estoy parada con un arma para poder defender a mi nación, estoy parada buscando defender mi cuerpo, mis ideales, pero sobretodo mi vida, pues sin ella no hay nada, y tú amenazas con arrebatar lo único que tengo por gusto, por capricho - Suspiré, mi rostro se había arrugado, de hecho mi frente dejaba ver unas venas salientes dejando en claro mi molestia, pero sobretodo mi indignación. Lo que estaba por decir me podría arrebatar la vida de un momento a otro. Pero ¿Acaso no era lo que quería? Es decir, que yo me mostrara tal y como era, sin problemas, sin miedos, sin mascaras, simplemente ser la Doreen que deseaba imponerse por sus creencias, no las que había adquirido con el aprendizaje de casa, más bien por esas que había obtenido desde mi escapatoria, y que poco a poco me iban soltando de las anclas, cadenas, candados, de todo aquello que estuviera bajo llave, entre un calabozo personal - Dado que mis palabras no causan ni un estrago en usted, no llegan a molestarlo, o a incomodarlo, tengo la ventaja de poder expresarme a mi antojo, y usted simplemente sabrá si tomarlo en cuenta o reírse como lo ha estado haciendo todo este tiempo - Me cruce de brazos, en la altura de mi pecho, ejercía fuerza, presión, evitaba que el temblor se hiciera evidente, me encerraba en mi envase, en este cuerpo que según la iglesia se me había prestado para una misión, y no, no era para alimentar a Ciro, no pretendía ser un saco de alimento para él. - La manera en que desea ver hasta dónde puede llegar mi vida me recuerda a los nobles caprichosos, esos que no tienen una propia motivación y buscan dañar la vida ajena - Refunfuñé repetidas veces.
- Ciro por favor - Supliqué al sentir su cuerpo sobre el mío. ¿Por qué le gustaba jugar de tal manera conmigo? ¿Qué había hecho para recibir esto? No sé, estoy tan confundida ahora. Cierro los ojos, siento el frío de la pared, suelto bocanas de aire caliente que seguramente chocarán contra su figura. Mi cuerpo lo desea más lo que que creía, me reclamaba dejar ser suya, me pide que me deje llevar por el deseo que se arremolina en mi interior y se expande hasta el rincón más profundo de mi cuerpo. Soy débil porque simplemente puedo serlo ante él. Me siento pequeña porque él es grande, siempre lo ha sido, creció para ser grande y yo nací en una cuna hecha de madera, aspirando a más, ¿Qué he logrado? Mantenerme oculta como una especie de rata evitando ser cazada. Si, esa era una buena comparación, las ratas huyen de los gatos, de animales que pueden tenerlas como alimento, de humanos que pueden pisarlas, patearlas, o quemarlas, y yo, eso era, una humana que se escondía de la corona, de quienes deseaban torturarme y terminar con mi vida frente a los ojos públicos, tachándome de quien sabe cuantas cosas por no encontrar las suficientes pruebas de una posible revolución. A pesar de todo eso que está sobre mis hombros, deseo poder ser tomada por un caballero que debe tener mujeres desfilando por su alcoba. Mi inseguridad vuelve, me atormenta, me asfixia, y me dice que no tengo posibilidad de poder compartir más que besos letales.
Siento que puede leer mi mente, tiene una habilidad para complacer el deseo de mi cuerpo, quizás sea muy evidente la manera en que lo miro, o la forma en que aspiro el aroma que desprende. Sus labios se apoderan de los míos de tal forma que parecen hechos para él. En estos momentos me siento tan suya, no se compara el placer ejercido en este beso, con la noche que he tenido en la cama con ese alguien, que en su momento había sido especial. Dejo que guíe mis labios, me dejo guiar porque lo merece, porque no sabré si después de mis palabras seguiré viva, y porque tampoco sé si tendré la oportunidad de volver a besarlo. Es tan adictivo, no existe sustancia en la tierra tan deliciosa como él, dulce, frío, y al mismo tiempo pasional. El peligro, el amor que le tengo a los riesgos quizás es lo que me llame a pedir, exigir y desear más de él. Mi pecho se infla con fuerza, y puedo sentir sus músculos de piedra rozar mis pechos, que inmediatamente reaccionan, despertando el centro, que se endurece, que se ahogan por la cantidad de tela que tiene encima. Me siento desnuda y al mismo tiempo quiero desnudarme, y caigo en cuenta que lo odio cuando nuestros labios se separan y su voz aterciopelada está sobre mi oído, despertando de nuevo, más deseos que no conocía. Mantuve los ojos cerrados para no voltearme en un primer instante, pero así como cumple mis deseos, también cumple lo que no deseo en el instante, y ya lo encaro, escuchando sus palabras como si fuera un canto de sirena dispuesto a hechizar a los piratas.
- ¿Qué desea que le diga Ciro? Cierro los ojos, recuerdo a cada uno de esos animales, y no puedo compararte, te desenvuelves de una manera diferente, tus movimientos son salvajes y sensuales, me seduces Ciro, y siento que lo haces a propósito, siento que te deleitas al ver mis reacciones - Cierro los ojos con fuerza, tragó un poco de saliva, ladeo el rostro, mis manos se colocan en mis hombros, mis dedos acarician mi cuello, y busco sus manos, me siento demasiado arrojada, esas manos frías, hago que la yemas frías de sus dedos acaricien el contorno de mi figura, de hecho hago que bajen con las mías, dejando que acaricie también mi cintura, hasta mi cadera, ahí dejó que nuestras manos se unan y que descansen, que se estacionen como un carruaje dejando que sus dueños bajen para introducirse a una buena fiesta. ¿Esto era una fiesta? ¿Para él? Abro los ojos de nuevo, y me doy cuenta que estamos frente a un gran espejo, puedo observar nuestro reflejo, la diferencia de estaturas, también que él está demasiado fornido y yo soy bastante pequeña, el contraste de nuestros cabellos, su sonrisa burlona, y mis labios formando una mueca asustada, todo es tan diferente. Sus caninos se ven desplegados, mi cuello está inclinado, esperando a ser mancillado, dispuesta, me veo dispuesta en esa imagen, entregada a él, y entonces me doy cuenta que parezco una cualquiera, y me doy reprimendas repetidas veces.
- Siempre he deseado poder verme así, como usted - Le suelto una de sus manos, la estiro con delicadeza, lentitud, y sensualidad, no porque lo sea, más bien porque él me hace serlo, me hace sentir que lo soy. Quizás sea una proyección de la sexualidad que el irradia. ¿Acaso no puedo dejar de pensar en eso? - Quisiera poder llegar a sentirme tan segura, tan imponente e importante, quizás no para toda la raza, pero para aquellos que de verdad me importan, y usted, sin ni siquiera conocerme, sin necesidad de saber si soy o no importante para usted, se planta de tal manera que me siento tan pequeña - Porqué lo era, no había más explicación, pero siempre había deseado ser segura. Me separo, me giro y lo encaro, suspirando repetidas veces. Estaba en un punto en no saber que hacer, que decir, que pensar, que soñar despierta, todo me da vueltas como en un principio, supongo que son el efecto de sus besos, no puede haber más que eso. - ¿Por qué disfrutas hacerme esto? ¿Por qué te da placer hacerme sentir tan diminuta? ¿Acaso no notas que ya me sentía así antes? No hay diferencia, deseas que muestre mi verdadera cara, y solo haces que me hunda más en la que tengo, no lo entiendo. - Hice una mueca de molestia, de desilusión, de tristeza, de todo menos de felicidad, porque no me sentía a esas alturas feliz.
- No puedo pintarte está noche, lo deseo pero no puedo - Confieso, me separo, y me siento de nuevo insignificante, deseaba tanto hacerlo, pero dado mis condiciones humanas, lo mejor sería dejar ese acto tan importante para mi para otra ocasión.
- Deseo que me conceda otra noche, mi cuerpo no puede, no podría hacer ni siquiera el contorno de su rostro, estoy cansada, hambrienta, y también el efecto que tiene sobre mi no me dejaría, deseo un segundo encuentro para poder probar que tengo la capacidad de mover un pincel sobre un lienzo sin desear pasar el pincel por encima de su cuerpo - Ya que estaba lejos, enfocando mi vista en todo lo que había en la galería menos en él podía hablar sin tartamudear, si sobrevivía esa noche estaba segura que cualquier prueba que se me pusiera enfrente la podría pasar, está sin duda alguna, ha sido el momento más significativo de mi vida, el que me ha causado más miedo que nunca, y no me cuesta reconocerlo, pues todos y cada uno de los hombres y mujeres, sin importar su especie que se habían parado ante mi, me habían tratado con dulzura, y me los ganaba con rapidez, pero él sin duda SI era diferente.
- Sé que no soy bien para pedirle esto, que apenas y desea apenas conceder a mi persona algunos minutos de vida, pero si usted de verdad desea algo digno, algo que pueda al menos sacarle una sonrisa de satisfacción, debería considerar eso - Sin poder evitarlo bostezo, pero mis manos se mueven con rapidez, logrando que se tape ese gesto tan impropio. - Me han dicho que la sangre de vampiro nos cura heridas, y nos da energía por cierto periodo de tiempo, si acaso usted me diera un poco de la suya a beber tendría más fuerza para continuar está velada, para comenzar el contorno de su rostro, pero solo si lo desea- ¿Quién se lo imaginaría? ¿Yo? ¿Pedir sangre de vampiro? Si odiaba eso, demasiado, había visto a innumerables soldados en la revolución caer bajo sus efectos, algunos terminaron matándose propiamente por no poder cargar con tal liquido, es extraño si, pero deseo correr el riesgo, nunca corro riesgos, pero hoy, en este momento, pienso correr todos los que estén frente a mi.
Mi madre siempre me decía que mis pensamientos eran diferentes a cualquier joven de mi edad, todas ellas desean casarse, formar una familiar y enriquecer sus apellidos, en cambio yo no. Tal vez sean mis pensamientos soñadores, los libros clandestinos que he leído de novelas románticas, dónde la protagonista tenía una historia bastante distinta a la realidad, pasaba peripecias, como las que yo estaba pasando, encontraba al amor de su vida, y vivía feliz por siempre. Pero esos eran libros, fantasías de un ser humano que desea una vida distinta, que de no excusarse en tales paginas podría tacharse de brujo y terminar quemado, ahorcado, o torturado con tal de dejar de lado tales pensamientos. Todo eso es tan ilógico, esos señalamientos innecesarios, estúpidos, y llenos de incoherencia que sólo son compradas con riquezas para cubrir la ignorancia de los gobernantes, pero dado que ellos tienen el poder, pueden someter. ¡De eso se trataba todo! Que tonta soy, ¿Por qué no lo había visto eso? Si no dejaba que mi lengua se soltara con natural era por el poder que él ejercía en mi, no más que eso. Sino tuviera esa naturaleza quizás podría ser un poco más arrojada, pero dado que no era posible eso… Quedaba la conformidad. Y odiaba ser conformista.
El humano era tan animal, lo peor de todo es que nos ofendemos al recibir ese adjetivo calificativo. ¿Qué pasaba con este mundo? Entonces los vampiros no eran tan diferentes a nosotros ¿O si? Ellos abusan de su fuerza y su velocidad para obtener lo que quieren, de sus poderes mentales y todas esas cosas que tienen de ventaja que yo aun no entiendo, y que la verdad en este momento no deseo preguntar, ni conocer, creo que la información se disfruta cuando se recibe de manera lenta, cuando se saborea en las mieles del conocimiento procesado con comprensión, no como un chorro de agua que se pierde con una evaporación. Si deseaba hacer miles de preguntas sobre cada detalle de su condición, de su vida, de todo lo que tocaba a su paso, los encuentros se reducirían, y no podríamos hacer las cosas más emocionantes. ¿Acaso quería dejar de verlo tan rápidamente? No, no deseaba eso.
El peligro que el me regalaba era adictivo, tanto que mi cuerpo me lo exigía, y me ponía entre la espada y la pared. Un poco de claridad me vendría en estos momentos, alejarme de su figura, dejar de verlo para poder pensar sin problema, pero aquello era tan difícil, tenía una fuerza, un imán grande, como si dejar de verlo me dejara sin fuerzas. Odiaba que esos seres pudieran tener tanto poder en nosotros; recuerdo las veces que estuve encuentros con otros, cada uno de ellos me atraía de cierta manera, pero no era de manera tan poderosa como está. ¿Acaso él también hacía algo para que yo estuviera tan prensada en su esencia? El enojo se desvanecía al pensar que tenía interés en mi, quizás pecaba de soberbia, de creída, pero no cualquier puede poner interés, menos en una simple y débil humana como yo. Debo tener algo bueno ¿No es así? Aunque sea algo mínimo.
- En estos momentos no estoy parada con un arma para poder defender a mi nación, estoy parada buscando defender mi cuerpo, mis ideales, pero sobretodo mi vida, pues sin ella no hay nada, y tú amenazas con arrebatar lo único que tengo por gusto, por capricho - Suspiré, mi rostro se había arrugado, de hecho mi frente dejaba ver unas venas salientes dejando en claro mi molestia, pero sobretodo mi indignación. Lo que estaba por decir me podría arrebatar la vida de un momento a otro. Pero ¿Acaso no era lo que quería? Es decir, que yo me mostrara tal y como era, sin problemas, sin miedos, sin mascaras, simplemente ser la Doreen que deseaba imponerse por sus creencias, no las que había adquirido con el aprendizaje de casa, más bien por esas que había obtenido desde mi escapatoria, y que poco a poco me iban soltando de las anclas, cadenas, candados, de todo aquello que estuviera bajo llave, entre un calabozo personal - Dado que mis palabras no causan ni un estrago en usted, no llegan a molestarlo, o a incomodarlo, tengo la ventaja de poder expresarme a mi antojo, y usted simplemente sabrá si tomarlo en cuenta o reírse como lo ha estado haciendo todo este tiempo - Me cruce de brazos, en la altura de mi pecho, ejercía fuerza, presión, evitaba que el temblor se hiciera evidente, me encerraba en mi envase, en este cuerpo que según la iglesia se me había prestado para una misión, y no, no era para alimentar a Ciro, no pretendía ser un saco de alimento para él. - La manera en que desea ver hasta dónde puede llegar mi vida me recuerda a los nobles caprichosos, esos que no tienen una propia motivación y buscan dañar la vida ajena - Refunfuñé repetidas veces.
- Ciro por favor - Supliqué al sentir su cuerpo sobre el mío. ¿Por qué le gustaba jugar de tal manera conmigo? ¿Qué había hecho para recibir esto? No sé, estoy tan confundida ahora. Cierro los ojos, siento el frío de la pared, suelto bocanas de aire caliente que seguramente chocarán contra su figura. Mi cuerpo lo desea más lo que que creía, me reclamaba dejar ser suya, me pide que me deje llevar por el deseo que se arremolina en mi interior y se expande hasta el rincón más profundo de mi cuerpo. Soy débil porque simplemente puedo serlo ante él. Me siento pequeña porque él es grande, siempre lo ha sido, creció para ser grande y yo nací en una cuna hecha de madera, aspirando a más, ¿Qué he logrado? Mantenerme oculta como una especie de rata evitando ser cazada. Si, esa era una buena comparación, las ratas huyen de los gatos, de animales que pueden tenerlas como alimento, de humanos que pueden pisarlas, patearlas, o quemarlas, y yo, eso era, una humana que se escondía de la corona, de quienes deseaban torturarme y terminar con mi vida frente a los ojos públicos, tachándome de quien sabe cuantas cosas por no encontrar las suficientes pruebas de una posible revolución. A pesar de todo eso que está sobre mis hombros, deseo poder ser tomada por un caballero que debe tener mujeres desfilando por su alcoba. Mi inseguridad vuelve, me atormenta, me asfixia, y me dice que no tengo posibilidad de poder compartir más que besos letales.
Siento que puede leer mi mente, tiene una habilidad para complacer el deseo de mi cuerpo, quizás sea muy evidente la manera en que lo miro, o la forma en que aspiro el aroma que desprende. Sus labios se apoderan de los míos de tal forma que parecen hechos para él. En estos momentos me siento tan suya, no se compara el placer ejercido en este beso, con la noche que he tenido en la cama con ese alguien, que en su momento había sido especial. Dejo que guíe mis labios, me dejo guiar porque lo merece, porque no sabré si después de mis palabras seguiré viva, y porque tampoco sé si tendré la oportunidad de volver a besarlo. Es tan adictivo, no existe sustancia en la tierra tan deliciosa como él, dulce, frío, y al mismo tiempo pasional. El peligro, el amor que le tengo a los riesgos quizás es lo que me llame a pedir, exigir y desear más de él. Mi pecho se infla con fuerza, y puedo sentir sus músculos de piedra rozar mis pechos, que inmediatamente reaccionan, despertando el centro, que se endurece, que se ahogan por la cantidad de tela que tiene encima. Me siento desnuda y al mismo tiempo quiero desnudarme, y caigo en cuenta que lo odio cuando nuestros labios se separan y su voz aterciopelada está sobre mi oído, despertando de nuevo, más deseos que no conocía. Mantuve los ojos cerrados para no voltearme en un primer instante, pero así como cumple mis deseos, también cumple lo que no deseo en el instante, y ya lo encaro, escuchando sus palabras como si fuera un canto de sirena dispuesto a hechizar a los piratas.
- ¿Qué desea que le diga Ciro? Cierro los ojos, recuerdo a cada uno de esos animales, y no puedo compararte, te desenvuelves de una manera diferente, tus movimientos son salvajes y sensuales, me seduces Ciro, y siento que lo haces a propósito, siento que te deleitas al ver mis reacciones - Cierro los ojos con fuerza, tragó un poco de saliva, ladeo el rostro, mis manos se colocan en mis hombros, mis dedos acarician mi cuello, y busco sus manos, me siento demasiado arrojada, esas manos frías, hago que la yemas frías de sus dedos acaricien el contorno de mi figura, de hecho hago que bajen con las mías, dejando que acaricie también mi cintura, hasta mi cadera, ahí dejó que nuestras manos se unan y que descansen, que se estacionen como un carruaje dejando que sus dueños bajen para introducirse a una buena fiesta. ¿Esto era una fiesta? ¿Para él? Abro los ojos de nuevo, y me doy cuenta que estamos frente a un gran espejo, puedo observar nuestro reflejo, la diferencia de estaturas, también que él está demasiado fornido y yo soy bastante pequeña, el contraste de nuestros cabellos, su sonrisa burlona, y mis labios formando una mueca asustada, todo es tan diferente. Sus caninos se ven desplegados, mi cuello está inclinado, esperando a ser mancillado, dispuesta, me veo dispuesta en esa imagen, entregada a él, y entonces me doy cuenta que parezco una cualquiera, y me doy reprimendas repetidas veces.
- Siempre he deseado poder verme así, como usted - Le suelto una de sus manos, la estiro con delicadeza, lentitud, y sensualidad, no porque lo sea, más bien porque él me hace serlo, me hace sentir que lo soy. Quizás sea una proyección de la sexualidad que el irradia. ¿Acaso no puedo dejar de pensar en eso? - Quisiera poder llegar a sentirme tan segura, tan imponente e importante, quizás no para toda la raza, pero para aquellos que de verdad me importan, y usted, sin ni siquiera conocerme, sin necesidad de saber si soy o no importante para usted, se planta de tal manera que me siento tan pequeña - Porqué lo era, no había más explicación, pero siempre había deseado ser segura. Me separo, me giro y lo encaro, suspirando repetidas veces. Estaba en un punto en no saber que hacer, que decir, que pensar, que soñar despierta, todo me da vueltas como en un principio, supongo que son el efecto de sus besos, no puede haber más que eso. - ¿Por qué disfrutas hacerme esto? ¿Por qué te da placer hacerme sentir tan diminuta? ¿Acaso no notas que ya me sentía así antes? No hay diferencia, deseas que muestre mi verdadera cara, y solo haces que me hunda más en la que tengo, no lo entiendo. - Hice una mueca de molestia, de desilusión, de tristeza, de todo menos de felicidad, porque no me sentía a esas alturas feliz.
- No puedo pintarte está noche, lo deseo pero no puedo - Confieso, me separo, y me siento de nuevo insignificante, deseaba tanto hacerlo, pero dado mis condiciones humanas, lo mejor sería dejar ese acto tan importante para mi para otra ocasión.
- Deseo que me conceda otra noche, mi cuerpo no puede, no podría hacer ni siquiera el contorno de su rostro, estoy cansada, hambrienta, y también el efecto que tiene sobre mi no me dejaría, deseo un segundo encuentro para poder probar que tengo la capacidad de mover un pincel sobre un lienzo sin desear pasar el pincel por encima de su cuerpo - Ya que estaba lejos, enfocando mi vista en todo lo que había en la galería menos en él podía hablar sin tartamudear, si sobrevivía esa noche estaba segura que cualquier prueba que se me pusiera enfrente la podría pasar, está sin duda alguna, ha sido el momento más significativo de mi vida, el que me ha causado más miedo que nunca, y no me cuesta reconocerlo, pues todos y cada uno de los hombres y mujeres, sin importar su especie que se habían parado ante mi, me habían tratado con dulzura, y me los ganaba con rapidez, pero él sin duda SI era diferente.
- Sé que no soy bien para pedirle esto, que apenas y desea apenas conceder a mi persona algunos minutos de vida, pero si usted de verdad desea algo digno, algo que pueda al menos sacarle una sonrisa de satisfacción, debería considerar eso - Sin poder evitarlo bostezo, pero mis manos se mueven con rapidez, logrando que se tape ese gesto tan impropio. - Me han dicho que la sangre de vampiro nos cura heridas, y nos da energía por cierto periodo de tiempo, si acaso usted me diera un poco de la suya a beber tendría más fuerza para continuar está velada, para comenzar el contorno de su rostro, pero solo si lo desea- ¿Quién se lo imaginaría? ¿Yo? ¿Pedir sangre de vampiro? Si odiaba eso, demasiado, había visto a innumerables soldados en la revolución caer bajo sus efectos, algunos terminaron matándose propiamente por no poder cargar con tal liquido, es extraño si, pero deseo correr el riesgo, nunca corro riesgos, pero hoy, en este momento, pienso correr todos los que estén frente a mi.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: No le temas a los sonidos del bosque, teme a las cosas que los originan [Privado]
Sobraba decir que Doreen estaba bajo mi control, porque aquella era una verdad tan evidente que decirla en voz alta me haría sonar incluso a mí, ¡a mí, que era perfecto!, como alguien tan falto de sesera que necesitaba repetirse las cosas una y mil veces para entenderlas y para asimilarlas... Me haría parecer a mí un simple humano, algo que no había sido ni siquiera cuando había sido un mortal que ansiaba la inmortalidad que sólo posteriormente había conseguido, con sus obras bélicas y, después, con la sangre de un vampiro que me había transformado.
Al final, todo se reducía a la sangre. Yo me movía por la que una vez me habían dado, mezclada con la mía propia para que la transformación surtiera efecto y dejara de estar vivo para ser un vampiro... no, el vampiro; yo me guiaba por la sangre, evidentemente por la ajena, tanto por el deseo de derramarla como por el de beberla hasta saciarme, y esa era la esencia no sólo de los vampiros, sino también de los humanos, que era tanto o más macabros que a quienes nos elevaban a la categoría de demonios... como si una figura mítica pudiera competir conmigo.
Incluso alguien como Doreen estaba sometida al hechizo místico y sobrenatural que suponía la sangre. Por una parte, se encargaba con la suya propia de atraerme tanto como lo hacía con su cuerpo, el contenedor de dicha sustancia carmesí que me daba la vida y que ya había probado varias veces aquella noche; por otra, ella deseaba mi sangre, ¡así me lo había dicho! Anhelaba el poder, la misma Doreen Caracciolo que tenía miedo de mostrarse tal y como era por el temor al qué dirán... ¡Menuda paradoja!
A fin de cuentas, era humana, y como tal deseaba el poder y la subyugación ajena. Era algo intrínseco a la naturaleza humana, que sin embargo sólo en manos de algunos privilegiados como lo había sido yo podía pasar a la realidad; era un deseo que había existido desde que el ser humano había empezado a vivir en comunidad y se había hecho necesaria una organización jerárquica con alguien a la cabeza: todos deseaban el poder, y Doreen no era una excepción.
¿Descubrir aquello me defraudaba? No, en absoluto. Era algo perfectamente normal, algo que incluso yo valoraba porque me parecía que le daba un matiz de luchadora –aunque fuera por una causa perdida dado que, en su situación actual sería incapaz de mantener el poder que tanto ansiaba– cuya carencia me habría provocado un desprecio en ella que podría traducirse en su muerte, como de haberme pillado con el día torcido le habría sucedido al verme por primera vez. Era normal... Y, a la vez, era algo que no estaba dispuesto a darle.
Pedirme sangre era la opción fácil para conseguir fortalecerse, era intentar obtener una ventaja que no se había ganado, pues suficiente con que por el momento se había asegurado su vida como para que encima viniera con exigencias, y daba igual qué excusas pusiera que le sonaran bien a ella, porque desde luego a mí no, ya que no iba a conseguirla así como así... ¡Mi sangre, encima, y no la de cualquier otro vampiro que no valía ni una décima parte de lo que lo hacía yo!
Exigía un privilegio por el que reyes competirían, por el que muchos morirían, por el que podía correr aún más sangre de la que yo estaba dispuesto a dar. Exigía algo que sólo había dado, y ni siquiera en su estado puro sino contaminada, a los elegidos a los que había convertido en vampiros y cuyo número exacto ni siquiera recordaba, ¡qué más daba! La mayoría había resultado especial, a su manera, y a los que no habían sido dignos los había eliminado con tanta facilidad como la que necesitaría para matar a Doreen, llegado el caso de que me aburriera... aunque lo dudaba.
La soberbia injustificada, especialmente viniendo de un cuerpo tan humilde como ella parecía querer hacerme creer que era, me hacía gracia, mucha gracia. Que ocultara sus deseos con excusas revelaba un fondo de manipuladora que me habría parecido impropio de ella de no conocer la cara y la cruz de Doreen, de la parte de su personalidad que me pertenecía, y el hallazgo me divertía por lo insospechado, en primera instancia, ya que seguramente ni ella supiera el por qué exacto de sus palabras...
No comprendía el efecto de apertura que provocaba en ella, la manera que tenía de obligarla a exponerse al mundo tal y como era y no como la sociedad quería que fuera. No comprendía la libertad que le estaba otorgando en bandeja, y el miedo residual a ser quien verdaderamente era empañaba su personalidad, la hacía desear poder y la obligaba a hacer lo que fuera necesario por conseguirlo, tratar de razonar conmigo con palabras vacías incluso... Y todo era fruto de su falta de comprensión, claro.
Por eso, y por mil otros motivos más, estaba claro que iba a negarme. La sola esperanza de que le fuera a dar mi sangre era tan propia de una persona como el ansia de poder, y muchas veces iban de la mano, como era el caso de Doreen, pues anhelar algo con tanta fuerza que pese a que todo apunte a que no se va a conseguir no pierdas la ilusión de que va a suceder era tan puramente humano que, de nuevo, me parecía hilarante... ¡Todo lo humano lo hacía! Y la razón era sencilla: yo había dejado de serlo hacía siglos, antes incluso de mi transformación en vampiro, por lo que lo veía como algo sumamente ajeno a mí, de débiles y pusilánimes, posición que, en realidad, era la que le correspondía a los humanos, igual que la sometida.
– ¿Es que aún no te ha quedado claro que te estoy examinando, Doreen? ¡Pues claro que me deleita ver tus reacciones, pues claro que te seduzco a propósito, pues claro que soy salvaje! Soy un vampiro, es lo que hago, y además soy Ciro, alguien a quien tú deseas y no solamente de manera física... Deseas agradarme con cada fibra de tu ser, anhelas que te de mi aprobación no sólo porque tu vida depende de mí, sino también porque te he seducido como he querido hacerlo y ya es tarde para que huyas del hechizo. Eres así, Doreen. Asúmelo, y empieza a comportarte de acuerdo con ello. – le dije, medio sonriendo de manera peligrosa tras mis palabras, que contenían seguramente más sinceridad de la que ella había escuchado en toda su vida en esa sociedad tan hipócrita como la que nos había hecho encontrarnos.
A fin de cuentas, ¿qué era ella para que me esforzara en mentir? Nada. Una simple humana, algo más brillante que el resto pero con las mismas fallas que los demás, una mortal débil que quería ser fuerte, una criatura con unos sueños y aspiraciones superiores a los que le correspondían, alguien trágico a su manera pero que no se cebaría en lo dramático de su vida sino que seguiría avanzando y luchando por alcanzar una meta a la que no llegaría. Esa era Doreen. Esa era la raza humana. Ese era el mayor patetismo que pudiera alcanzarse nunca.
Me moví por el estudio, examinando los cuadros en los que ella había depositado tanto esfuerzo y tantas horas. Si se observaban con atención se podían ver a la perfección las distintas fases de su trabajo, cómo una pincelada se superponía a la anterior, cómo aún en algunos se intuían las líneas de lo que habían sido los bocetos iniciales, esos para los que ella no tenía fuerzas, en aquel momento, según me había dicho. A fin de cuentas, esa había sido su excusa para pedirme sangre.
– Y porque soy un vampiro, tengo libertad para hacer lo que quiera, ya sea ver cómo la humanidad se pudre y se destruye por sus propios medios o, incluso, ayudar yo mismo a que lo haga. Es tan fácil conoceros, saber lo que está dentro de vuestras cabezas y saber vuestros vicios... Es tan sumamente fácil averiguar vuestros puntos comunes, vuestros puntos débiles y las mejores maneras de atacaros que veros caer y dañar las vidas ajenas no resulta tanto divertido como necesario... Estáis destinados a hacerlo, y no porque crea en el destino, sino porque la clave para vuestra eliminación está en vosotros mismos... Sois tóxicos. Sois nocivos para los demás. Y luego, en muchos casos, os atrevéis a llamar eso mismo a los de mi raza. – añadí, encogiéndome de hombros y rozando con los dedos un lienzo seco.
Las rugosidades de las pinceladas bailaron por mis dedos a medida que mi mano bajaba por la superficie pintada. La mirada del retratado reflejaba una inteligencia peligrosa bajo la luz de aquella vela, la misma clase de expresión que encajaba a la perfección con lo que yo acababa de decirle. ¿Cómo podía ser de otra manera, si los dos, de una manera o de otra, sabíamos que estaba en lo cierto? Los vampiros éramos tan depredadores de los humanos como lo eran ellos mismos para su raza, y cuanto antes aprendiera esa verdad mejor le iría... y más anhelaría el poder que yo no iba a darle.
– Siempre has sido diminuta y pusilánime, Doreen. Está dentro de tu naturaleza, no tienes el valor de alzarte por lo que quieres, y dejas que cualquiera te pisotee, hasta gente que no tiene siquiera la capacidad real de hacerlo. Ese, por supuesto, no es mi caso, porque sabes que evidentemente yo soy superior y, aquí, tú eres la inferior, pero ¿y en el resto de tus relaciones? La diferencia, que no es tanta, entre tu interlocutor y tú siempre consigues que sea favorable para quien no eres tú. Eres débil. Eres muy débil. Y que yo esté aquí recordándotelo, dándote la oportunidad de fortalecerte, no es algo que estés en posición de echarme en cara, sino que deberías agradecérmelo, igual que la oportunidad de dejar que me retrates. – continué, girándome hacia ella con los brazos cruzados sobre el pecho y expresión adusta.
Había algo regio en mi porte, además de en mi expresión. Recordaba, porque a mí desde luego la situación así me lo recordaba, a cuando había juzgado a seres inferiores a mí por creerse en la posición exactamente opuesta; me recordaba a mis tiempos como monarca de hecho y derecho, no como actualmente que sólo gobernaba detrás de unos cuantos gobiernos corruptos, y por eso ella quedó intimidada... aún más, quiero decir. Sonreí, y negué con la cabeza, concesivo, quizá algo defraudado por ella, porque había despertado en mí unas expectativas que, desde luego, no se correspondían del todo con la realidad.
– Anhelas ser fuerte. Deseas tener la capacidad de imponerte contra los que te oprimen, de rebelarte, de marcar tu propio destino y no el que te indican, y eso nace de tu debilidad. Te lo recuerdo, porque quizá así entiendas que harás lo que sea, consciente o inconscientemente, por aumentar tu capacidad de respuesta ante la sociedad que te rodea y maneja como una marioneta... Incluso pedirme algo de mi sangre. Has visto que yo soy poderoso, que soy superior, y como bien me has dicho deseas ser como yo, ¡deseas ser fuerte! Y para eso buscas la salida fácil, pedirme a mí ayuda para no tener que hacerlo por ti misma... Tienes miedo. Tienes miedo de afrontar las consecuencias, lo que pasaría si te levantaras contra lo que te oprime y eso es algo de lo que te debilita y de lo que me hace tener que negarme. Además, he bebido de tu sangre, y no entra en mis planes convertirte en vampiresa... aún, pero eso no lo dije, sino que me limité a estudiarla y a examinarla, como de una manera o de otra llevaba haciendo desde el principio.
A decir verdad, no había pensado siquiera la posibilidad de hacerlo, pero no estaba preparada en aquel encuentro ni por lo más remoto para serlo. Era demasiado humana, tan sumamente frágil que el más mínimo golpe con la realidad bastaría para romperla, y la debilidad era algo que yo no consentía en mis neófitos, hasta tal punto que había eliminado a todos los que la habían mostrado o a los que les había supuesto un impedimento para que se convirtieran en vampiros dignos de mi estirpe.
– ¿Quieres otra noche? Concedida. Quiero ver cómo evolucionas, y no solamente cómo vas pintando el retrato que tantas ganas tienes de añadir a tu colección, por motivos obvios. Sin embargo, si quieres comprensión, has ido a cruzarte con el vampiro equivocado. Si esperabas que no fuera a decirte la verdad que más te duele, te equivocabas total y absolutamente. Si pensabas, por un momento, que aparte de obligarte a sacar tu auténtico tú iba a ayudarte a fortalecerte de una manera no meramente pasiva gracias a mi método, a mi presencia, y a todo lo mío que pueda inspirarte, piénsalo otra vez, Doreen. No soy el ángel de la guarda que esperas que sea, y cuanto antes se te meta en la cabeza menos dolores de cabeza intentando comprender un misterio demasiado complicado para ti te llevarás. – finalicé, acercándome a ella y cogiéndola de la barbilla para que levantara la cabeza y me mirara a los ojos, a esos ojos más viejos, más sabios e infinitamente mejores que los suyos y que no le darían lo que quería por las buenas, sino que conseguirían lo que yo quería aunque fuera por las malas.
Al final, todo se reducía a la sangre. Yo me movía por la que una vez me habían dado, mezclada con la mía propia para que la transformación surtiera efecto y dejara de estar vivo para ser un vampiro... no, el vampiro; yo me guiaba por la sangre, evidentemente por la ajena, tanto por el deseo de derramarla como por el de beberla hasta saciarme, y esa era la esencia no sólo de los vampiros, sino también de los humanos, que era tanto o más macabros que a quienes nos elevaban a la categoría de demonios... como si una figura mítica pudiera competir conmigo.
Incluso alguien como Doreen estaba sometida al hechizo místico y sobrenatural que suponía la sangre. Por una parte, se encargaba con la suya propia de atraerme tanto como lo hacía con su cuerpo, el contenedor de dicha sustancia carmesí que me daba la vida y que ya había probado varias veces aquella noche; por otra, ella deseaba mi sangre, ¡así me lo había dicho! Anhelaba el poder, la misma Doreen Caracciolo que tenía miedo de mostrarse tal y como era por el temor al qué dirán... ¡Menuda paradoja!
A fin de cuentas, era humana, y como tal deseaba el poder y la subyugación ajena. Era algo intrínseco a la naturaleza humana, que sin embargo sólo en manos de algunos privilegiados como lo había sido yo podía pasar a la realidad; era un deseo que había existido desde que el ser humano había empezado a vivir en comunidad y se había hecho necesaria una organización jerárquica con alguien a la cabeza: todos deseaban el poder, y Doreen no era una excepción.
¿Descubrir aquello me defraudaba? No, en absoluto. Era algo perfectamente normal, algo que incluso yo valoraba porque me parecía que le daba un matiz de luchadora –aunque fuera por una causa perdida dado que, en su situación actual sería incapaz de mantener el poder que tanto ansiaba– cuya carencia me habría provocado un desprecio en ella que podría traducirse en su muerte, como de haberme pillado con el día torcido le habría sucedido al verme por primera vez. Era normal... Y, a la vez, era algo que no estaba dispuesto a darle.
Pedirme sangre era la opción fácil para conseguir fortalecerse, era intentar obtener una ventaja que no se había ganado, pues suficiente con que por el momento se había asegurado su vida como para que encima viniera con exigencias, y daba igual qué excusas pusiera que le sonaran bien a ella, porque desde luego a mí no, ya que no iba a conseguirla así como así... ¡Mi sangre, encima, y no la de cualquier otro vampiro que no valía ni una décima parte de lo que lo hacía yo!
Exigía un privilegio por el que reyes competirían, por el que muchos morirían, por el que podía correr aún más sangre de la que yo estaba dispuesto a dar. Exigía algo que sólo había dado, y ni siquiera en su estado puro sino contaminada, a los elegidos a los que había convertido en vampiros y cuyo número exacto ni siquiera recordaba, ¡qué más daba! La mayoría había resultado especial, a su manera, y a los que no habían sido dignos los había eliminado con tanta facilidad como la que necesitaría para matar a Doreen, llegado el caso de que me aburriera... aunque lo dudaba.
La soberbia injustificada, especialmente viniendo de un cuerpo tan humilde como ella parecía querer hacerme creer que era, me hacía gracia, mucha gracia. Que ocultara sus deseos con excusas revelaba un fondo de manipuladora que me habría parecido impropio de ella de no conocer la cara y la cruz de Doreen, de la parte de su personalidad que me pertenecía, y el hallazgo me divertía por lo insospechado, en primera instancia, ya que seguramente ni ella supiera el por qué exacto de sus palabras...
No comprendía el efecto de apertura que provocaba en ella, la manera que tenía de obligarla a exponerse al mundo tal y como era y no como la sociedad quería que fuera. No comprendía la libertad que le estaba otorgando en bandeja, y el miedo residual a ser quien verdaderamente era empañaba su personalidad, la hacía desear poder y la obligaba a hacer lo que fuera necesario por conseguirlo, tratar de razonar conmigo con palabras vacías incluso... Y todo era fruto de su falta de comprensión, claro.
Por eso, y por mil otros motivos más, estaba claro que iba a negarme. La sola esperanza de que le fuera a dar mi sangre era tan propia de una persona como el ansia de poder, y muchas veces iban de la mano, como era el caso de Doreen, pues anhelar algo con tanta fuerza que pese a que todo apunte a que no se va a conseguir no pierdas la ilusión de que va a suceder era tan puramente humano que, de nuevo, me parecía hilarante... ¡Todo lo humano lo hacía! Y la razón era sencilla: yo había dejado de serlo hacía siglos, antes incluso de mi transformación en vampiro, por lo que lo veía como algo sumamente ajeno a mí, de débiles y pusilánimes, posición que, en realidad, era la que le correspondía a los humanos, igual que la sometida.
– ¿Es que aún no te ha quedado claro que te estoy examinando, Doreen? ¡Pues claro que me deleita ver tus reacciones, pues claro que te seduzco a propósito, pues claro que soy salvaje! Soy un vampiro, es lo que hago, y además soy Ciro, alguien a quien tú deseas y no solamente de manera física... Deseas agradarme con cada fibra de tu ser, anhelas que te de mi aprobación no sólo porque tu vida depende de mí, sino también porque te he seducido como he querido hacerlo y ya es tarde para que huyas del hechizo. Eres así, Doreen. Asúmelo, y empieza a comportarte de acuerdo con ello. – le dije, medio sonriendo de manera peligrosa tras mis palabras, que contenían seguramente más sinceridad de la que ella había escuchado en toda su vida en esa sociedad tan hipócrita como la que nos había hecho encontrarnos.
A fin de cuentas, ¿qué era ella para que me esforzara en mentir? Nada. Una simple humana, algo más brillante que el resto pero con las mismas fallas que los demás, una mortal débil que quería ser fuerte, una criatura con unos sueños y aspiraciones superiores a los que le correspondían, alguien trágico a su manera pero que no se cebaría en lo dramático de su vida sino que seguiría avanzando y luchando por alcanzar una meta a la que no llegaría. Esa era Doreen. Esa era la raza humana. Ese era el mayor patetismo que pudiera alcanzarse nunca.
Me moví por el estudio, examinando los cuadros en los que ella había depositado tanto esfuerzo y tantas horas. Si se observaban con atención se podían ver a la perfección las distintas fases de su trabajo, cómo una pincelada se superponía a la anterior, cómo aún en algunos se intuían las líneas de lo que habían sido los bocetos iniciales, esos para los que ella no tenía fuerzas, en aquel momento, según me había dicho. A fin de cuentas, esa había sido su excusa para pedirme sangre.
– Y porque soy un vampiro, tengo libertad para hacer lo que quiera, ya sea ver cómo la humanidad se pudre y se destruye por sus propios medios o, incluso, ayudar yo mismo a que lo haga. Es tan fácil conoceros, saber lo que está dentro de vuestras cabezas y saber vuestros vicios... Es tan sumamente fácil averiguar vuestros puntos comunes, vuestros puntos débiles y las mejores maneras de atacaros que veros caer y dañar las vidas ajenas no resulta tanto divertido como necesario... Estáis destinados a hacerlo, y no porque crea en el destino, sino porque la clave para vuestra eliminación está en vosotros mismos... Sois tóxicos. Sois nocivos para los demás. Y luego, en muchos casos, os atrevéis a llamar eso mismo a los de mi raza. – añadí, encogiéndome de hombros y rozando con los dedos un lienzo seco.
Las rugosidades de las pinceladas bailaron por mis dedos a medida que mi mano bajaba por la superficie pintada. La mirada del retratado reflejaba una inteligencia peligrosa bajo la luz de aquella vela, la misma clase de expresión que encajaba a la perfección con lo que yo acababa de decirle. ¿Cómo podía ser de otra manera, si los dos, de una manera o de otra, sabíamos que estaba en lo cierto? Los vampiros éramos tan depredadores de los humanos como lo eran ellos mismos para su raza, y cuanto antes aprendiera esa verdad mejor le iría... y más anhelaría el poder que yo no iba a darle.
– Siempre has sido diminuta y pusilánime, Doreen. Está dentro de tu naturaleza, no tienes el valor de alzarte por lo que quieres, y dejas que cualquiera te pisotee, hasta gente que no tiene siquiera la capacidad real de hacerlo. Ese, por supuesto, no es mi caso, porque sabes que evidentemente yo soy superior y, aquí, tú eres la inferior, pero ¿y en el resto de tus relaciones? La diferencia, que no es tanta, entre tu interlocutor y tú siempre consigues que sea favorable para quien no eres tú. Eres débil. Eres muy débil. Y que yo esté aquí recordándotelo, dándote la oportunidad de fortalecerte, no es algo que estés en posición de echarme en cara, sino que deberías agradecérmelo, igual que la oportunidad de dejar que me retrates. – continué, girándome hacia ella con los brazos cruzados sobre el pecho y expresión adusta.
Había algo regio en mi porte, además de en mi expresión. Recordaba, porque a mí desde luego la situación así me lo recordaba, a cuando había juzgado a seres inferiores a mí por creerse en la posición exactamente opuesta; me recordaba a mis tiempos como monarca de hecho y derecho, no como actualmente que sólo gobernaba detrás de unos cuantos gobiernos corruptos, y por eso ella quedó intimidada... aún más, quiero decir. Sonreí, y negué con la cabeza, concesivo, quizá algo defraudado por ella, porque había despertado en mí unas expectativas que, desde luego, no se correspondían del todo con la realidad.
– Anhelas ser fuerte. Deseas tener la capacidad de imponerte contra los que te oprimen, de rebelarte, de marcar tu propio destino y no el que te indican, y eso nace de tu debilidad. Te lo recuerdo, porque quizá así entiendas que harás lo que sea, consciente o inconscientemente, por aumentar tu capacidad de respuesta ante la sociedad que te rodea y maneja como una marioneta... Incluso pedirme algo de mi sangre. Has visto que yo soy poderoso, que soy superior, y como bien me has dicho deseas ser como yo, ¡deseas ser fuerte! Y para eso buscas la salida fácil, pedirme a mí ayuda para no tener que hacerlo por ti misma... Tienes miedo. Tienes miedo de afrontar las consecuencias, lo que pasaría si te levantaras contra lo que te oprime y eso es algo de lo que te debilita y de lo que me hace tener que negarme. Además, he bebido de tu sangre, y no entra en mis planes convertirte en vampiresa... aún, pero eso no lo dije, sino que me limité a estudiarla y a examinarla, como de una manera o de otra llevaba haciendo desde el principio.
A decir verdad, no había pensado siquiera la posibilidad de hacerlo, pero no estaba preparada en aquel encuentro ni por lo más remoto para serlo. Era demasiado humana, tan sumamente frágil que el más mínimo golpe con la realidad bastaría para romperla, y la debilidad era algo que yo no consentía en mis neófitos, hasta tal punto que había eliminado a todos los que la habían mostrado o a los que les había supuesto un impedimento para que se convirtieran en vampiros dignos de mi estirpe.
– ¿Quieres otra noche? Concedida. Quiero ver cómo evolucionas, y no solamente cómo vas pintando el retrato que tantas ganas tienes de añadir a tu colección, por motivos obvios. Sin embargo, si quieres comprensión, has ido a cruzarte con el vampiro equivocado. Si esperabas que no fuera a decirte la verdad que más te duele, te equivocabas total y absolutamente. Si pensabas, por un momento, que aparte de obligarte a sacar tu auténtico tú iba a ayudarte a fortalecerte de una manera no meramente pasiva gracias a mi método, a mi presencia, y a todo lo mío que pueda inspirarte, piénsalo otra vez, Doreen. No soy el ángel de la guarda que esperas que sea, y cuanto antes se te meta en la cabeza menos dolores de cabeza intentando comprender un misterio demasiado complicado para ti te llevarás. – finalicé, acercándome a ella y cogiéndola de la barbilla para que levantara la cabeza y me mirara a los ojos, a esos ojos más viejos, más sabios e infinitamente mejores que los suyos y que no le darían lo que quería por las buenas, sino que conseguirían lo que yo quería aunque fuera por las malas.
Invitado- Invitado
Re: No le temas a los sonidos del bosque, teme a las cosas que los originan [Privado]
Nunca albergaba dolores o malos sentimientos dentro de mi corazón. Son sentimientos que no van conmigo, nunca me ha importado lo que los demás digan, o me hagan, siempre intento portarme de la manera más indiferente posible ante tales situaciones, al contrario, por cada cachetada que recibo, prefiero sonreír y aprender de eso, enseñar también a los demás que no todo tiene que ser malo, o un mal trato. ¿Para que hacer malos comentarios o malas acciones? ¿Para que? si siempre, aunque no lo parezca o creamos, necesitaremos de los demás, es parte de la sociedad en que vivimos, incluso los reyes, reinas y princesas necesitan de aquellos esclavos para alimentarse. Los vampiros también, somos su alimento, pero sin sangre no existirían, y su raza se eliminaría por completo. ¿Acaso era muy difícil de entender? Para él si sería difícil, pues Ciro no entiende razones, él cree ser la razón, y nada más que esa, la última palabra, el ultimo veredicto o permiso para que nosotros podamos hacer actividades. Si él no me da permiso de marcharme, sé que podría pasar hasta el final de mis días dentro de mi propia galería, y que de amarla por lo que me deja trasmitir, llegaría a odiarla, si, tanto cómo odio en éste momento el miedo que se apodero de mi cuerpo, de mi corazón, de mis sentimientos y pensamientos. No hay mucha ciencia, él manda, no hay que hacer más rodeos al respecto. ¿Lo hay? No, no lo hay, es cómo tener la verdad absoluta frente a mis ojos.
La rabia, el coraje, la desilusión, y un sentimiento profundo de frustración comenzó a recorrer todo mi cuerpo. estaba verdaderamente enfadada, cómo nunca antes lo había estado, con unas ganas tremendas de llorar, de soltar las lagrimas encarnadas en mi corazón, en toda mi alma marchita, porqué ahora la sentía de esa forma. Pero me contuve, me detuve de hacerlo, porqué no iba a llorar frente a él, así cómo él se creía el perfecto merecedor de todo, podía jurar y asegurar que no se merecía mi alma, pues él era de los pocos vampiros que yo apostaba no tenían alma. Ciro era mi verdugo, uno que estaba jugando de manera excelente su papel, y que yo deseaba con toda mi alma arrancarle tal poder. No lo soportaba, lo detestaba ahí mismo, porqué él no me hacía libre, me estaba volviendo una esclava más grande, la suya, pues cada una de sus palabras dejaba en claro el dominio que podía tener conmigo. ¡Si, lo diana! ¡Lo odiaba! Y nunca antes había odiado a nadie, ni a mis padres, ni mi hermano, ni a los revolucionaron, ni siquiera odiaba al licántropo que había dañado mi cuerpo. ¡No! ¡Pero a él si! Y era tan estúpido y doloroso, pues no deseaba odiar a nadie, pues el odio es un sentimiento profundo, abrumador y único.
¡Me estaba volviendo loca! Estaba en una etapa confusa, en la que mi cuerpo me pedía a gritos dejar que el me tocara, y por otro lado mi mente me exigía que le gritara. Sabía que mis manos se habían enroscado en forma de puños, podía sentirlo por que mis largas uñas se habían clavado cómo dagas en las palmas de mis manos. Sentía una especie de calor recorrer la palma, cómo liquido, y comprendí que me estaba cortando por la presión que estaba ejerciendo. ¿Acaso estaba tentando más a mi suerte? Ciro debía saber a esas alturas todo el desprecio y al mismo tiempo la pasión… Si, la maldita pasión que en mi cuerpo se había hecho un remolino, si yo no era tonta, y él tampoco, podía deducir con facilidad, y no necesitaba voltear a ver, el simple olor lo indicaría todo. ¿Por qué entonces era tan perfecto? ¿Por qué su rostro de ángel escondía al mismo demonio? ¿Por qué por primera vez en mi vida no podía ser un pequeño cuento de hadas? ¿por qué? Todo era relacionado a un porqué, y en realidad no tenía que existir respuesta, no, pero me aferraba a que existiera una, pues me quería engañar con la esperanza de que él, mi verdugo, pudiera recapacitar y liberarme. Mi alma, mi marchita alma, estaba en desgracia.
Llevé mis manos a la altura de mi pecho, cruzándolas por completo, buscando cubrir, cómo si estuviera desnuda, mi cuerpo de aquel examen que el no dejaba de hacer, esa sensación de desnudez me era realmente extraña, diferente, y excesivamente morbosa, a tal grado que mi temperatura se elevaba por completo. ¿Por qué me veía? Si quería sangre debía tomarla, pues no creo que tenga la educación de pedirla. Si desea acariciarme, puede hacer lo mismo, tocar sin miramientos, no entiendo porqué debe hacerme sufrir a tales grados. Intento tranquilizar mi cuerpo, que tiembla aún a causa de los estragos originados por el enojo. Intento tranquilizar mi alma, que estaba cómo un remolino buscando destruir lo primero que encuentre a su paso, pero no lo quería destruir a él, aunque pudiera, no podría, no lo haría, pues es más lo que me atrae, lo que me llama, que mi deseo por qué desaparezca. Suspiró de forma profunda, cierro los ojos con fuerza, y los vuelvo a abrir intentando darme tranquilidad. Lo miré, pero ahora mi rostro estaba tranquilo, sereno, sin ni siquiera una marca del color rojizo de mi rostro, no podía dejarme llevar por esos impulsos, no era un animal, no era un vampiro.
- No sé si deseo agradarte en realidad, no me había puesto a pensar en eso - Hice una mueca, llevé una de mis manos hasta mis labios, en una pose pensativa, pues lo estaba. Después volví a mi pose inicial seguida de varias negocios con la cabeza - No, no quiero agradarte, no pretendo hacerlo, siempre pienso lo peor de mi, por lo tanto, nunca busco agradar a nadie, por lo regular siempre pienso que les desagrado, y no sería la excepción contigo… - Me mordí el labio inferior, sólo para darme un poco de fuerza, cómo si tuviera unas manos en la espalda que me empujaban y decían: "vamos Doreen, hazlo, tú puedes". Si, era mi porra personal, mi impulso, motivador o incluso mi tormento para salir de eso. - Para mi eres alguien más, si, no veo la gran diferencia contigo y otros vampiros, todos son soberbios, prepotentes, y se creen especiales, para que yo pueda creer que eres especial debe haber muchas cosas, como sentimentalismos, y no me confundas, nada tiene que ver con el amor, o la pareja, me refiero a una amistad o algo más… importante, tú sabes - Sonríe apenas. Mi Doreen interna esta saliendo, y no me arrepiento - Para mi sigues siendo el Ciro vampiro que existe, y que es igual que todos los demás vampiros - Asentí, y luego me encogí de hombros.
- Tienes demasiada razón en eso, nuestra principal causa de muerte somos nosotros, pues aunque yo deseo poder para no sentirme tan insignificante, hay quienes piden poder para la destrucción de nosotros. Ustedes no son nuestra amenaza, pues así como nosotros necesitamos de animales para subsistir, así ustedes nos necesitan, es una cadena, no hay nada malo en eso - Y me sorprendo de mis palabras, de verdad lo hago. ¿No pensaba que fuera malo que bebiera de mi? No, en realidad no. Nosotros también le privamos la vida a los animales que confían al estar cerca de sus propios cazadores. ¿Quienes somos entonces para juzgar? Seremos verdaderamente hipócritas si nos damos golpes de pecho al respecto, pero yo no soy hipócrita, quizás me cueste más trabajo decir las cosas, pero no por eso me de golpes de pecho por aquello que hacen los demás. - Simplemente los humanos no queremos aceptar eso… - Ladeé el rostro para estirarlo un poco, pues empezaba a incomodarme la pose.
Bostecé, no por falta de respeto, o por aburrirme, lo quememos estaba era aburrida, pero lo hice porqué al ser una humana, tenía necesidades, y al ser altas horas de la noche mi cuerpo me pedía, me exigía que debía dar un descanso o terminaría cayendo del sueño. Volví a bostezar, pero está vez mi mirada navegó por algunas partes de la galería, tenía algunos relojes que Darcy había colocado en las paredes. A él le encantaba tener el control de los tiempos, de las cosas que haría en esos lapsos, y por eso se había quedado la costumbre. Necesitaba dormir, pero no sabía si él me daría el permiso. Moví una de mis manos, la escondí entre los ropajes, y me di un pellizco muy fuerte buscando revivirme, necesitaba algo para eso, y el miedo ya se había llevado la energía que en un principio me había dado.
- ¡No tienes que recordarme algo que ya me se de pies a cabeza! - Rezongué con mucha molestia, no tenía por qué recordarme todos mis defectos, odiaba eso, porqué los sabía. La falta de una cama caliente, el miedo, y la molestia por que me recordaran esos detalles me hicieron alzar la voz, y de cierta manera no me molesta, ni me hace sentir arrepentida, no, al contrario me hace sentir bien, cómo si un peso de encima se me saliera - Puedes ver muchas cosas en mi Ciro, pero no me conoces, no lo haces, has sacado lados que yo no conocía, es cierto, ¿pero que sabes tú de Doreen? Nada, no sabes nada mi, de ella, de esa mujer, no lo sabes, porqué crees que tú verdad es absoluta, y no ¡No lo es! - Mi voz no se había perdido cuando mis labios se cerraron, está vez se repudió en un eco por los pasillos de la galería.
- No te equivoques, pensando bien las cosas, no te buscaría a ti para pedir una transformación, si así, en éste momento crees tener dominio en mi, no me imagino cómo sería si fueras el que me convierte, de verdad me creerías de tu propiedad, y estoy segura buscarías la manera para recordármelo, y hacer que pagará por ese "favor", y lo que busco es libertad, no que me estés oprimiendo a cada momento - Gruñí muy bajo, me fue inevitable. ¡Dios ese vampiro hacía salir lo peor de mi! ¡Lo peor! - Buscaría a alguien más, si, y seguramente no se negaría - Está vez mis palabras llevaban doble sentido, lo estaban retando, pero al mismo tiempo le dejaba en claro que no necesitaba nada de él. ¿Qué se creía? Sé que más tarde estaré arrepentida de mis atrevimientos, pero por mientras puedo disfrutar de mi corto tiempo de valentía.
Sentí cómo tomó mi mentón, y la cercanía. Sentí mi cuerpo temblar de nueva cuenta. ¡Él estaba haciendo trampa, sabía lo que causaba en mi! Mis manos llegaron a su pecho, y con un ligero empujón, que sabía no causaría nada en él lo hice para atrás. Me escurrí entre sus brazos, y llegué hasta el pequeño sillón del pasillo principal, dónde me senté, más bien me recosté por completo. Miraba al techo, mi cuerpo ya no se quería mantener de pie. - Ya por favor, ya no juegues conmigo, esto es demasiado para mi, manejar demasiadas emociones, lo único que quiero es tranquilidad - Lo volteé a ver, con suplica, con vergüenza, pues de verdad me estaba viendo muy cobarde al pedir que me dejará en paz, pero ya no encontraba otra salida para terminar ese tormento. ¿Habría salida? No lo sabía, sólo quedaba esperar a lo que pasará a continuación.
- ¿Eres así siempre? ¿No disfrutas de un encuentro sin necesidad de molestar a los demás? - Mis párpados se sentía muy pesados, empezaron a cerrarse de forma continua, parecía que estaba pestañeando, pero no, en realidad me estaba sumergiendo en un sueño profundo, presa de la comodidad de aquel sillón, y por la brilla fría que seguramente él dejaba correr al mismo tiempo que el aire que entraba por las pequeñas abertura de las paredes, las ventanas y la puerta. Tenía de dos. La primera sería dormir, y no volver a despertar, pues terminaría con mi vida, o despertar y creer que todo esto había sido una pesadilla, sólo de él dependía.
La rabia, el coraje, la desilusión, y un sentimiento profundo de frustración comenzó a recorrer todo mi cuerpo. estaba verdaderamente enfadada, cómo nunca antes lo había estado, con unas ganas tremendas de llorar, de soltar las lagrimas encarnadas en mi corazón, en toda mi alma marchita, porqué ahora la sentía de esa forma. Pero me contuve, me detuve de hacerlo, porqué no iba a llorar frente a él, así cómo él se creía el perfecto merecedor de todo, podía jurar y asegurar que no se merecía mi alma, pues él era de los pocos vampiros que yo apostaba no tenían alma. Ciro era mi verdugo, uno que estaba jugando de manera excelente su papel, y que yo deseaba con toda mi alma arrancarle tal poder. No lo soportaba, lo detestaba ahí mismo, porqué él no me hacía libre, me estaba volviendo una esclava más grande, la suya, pues cada una de sus palabras dejaba en claro el dominio que podía tener conmigo. ¡Si, lo diana! ¡Lo odiaba! Y nunca antes había odiado a nadie, ni a mis padres, ni mi hermano, ni a los revolucionaron, ni siquiera odiaba al licántropo que había dañado mi cuerpo. ¡No! ¡Pero a él si! Y era tan estúpido y doloroso, pues no deseaba odiar a nadie, pues el odio es un sentimiento profundo, abrumador y único.
¡Me estaba volviendo loca! Estaba en una etapa confusa, en la que mi cuerpo me pedía a gritos dejar que el me tocara, y por otro lado mi mente me exigía que le gritara. Sabía que mis manos se habían enroscado en forma de puños, podía sentirlo por que mis largas uñas se habían clavado cómo dagas en las palmas de mis manos. Sentía una especie de calor recorrer la palma, cómo liquido, y comprendí que me estaba cortando por la presión que estaba ejerciendo. ¿Acaso estaba tentando más a mi suerte? Ciro debía saber a esas alturas todo el desprecio y al mismo tiempo la pasión… Si, la maldita pasión que en mi cuerpo se había hecho un remolino, si yo no era tonta, y él tampoco, podía deducir con facilidad, y no necesitaba voltear a ver, el simple olor lo indicaría todo. ¿Por qué entonces era tan perfecto? ¿Por qué su rostro de ángel escondía al mismo demonio? ¿Por qué por primera vez en mi vida no podía ser un pequeño cuento de hadas? ¿por qué? Todo era relacionado a un porqué, y en realidad no tenía que existir respuesta, no, pero me aferraba a que existiera una, pues me quería engañar con la esperanza de que él, mi verdugo, pudiera recapacitar y liberarme. Mi alma, mi marchita alma, estaba en desgracia.
Llevé mis manos a la altura de mi pecho, cruzándolas por completo, buscando cubrir, cómo si estuviera desnuda, mi cuerpo de aquel examen que el no dejaba de hacer, esa sensación de desnudez me era realmente extraña, diferente, y excesivamente morbosa, a tal grado que mi temperatura se elevaba por completo. ¿Por qué me veía? Si quería sangre debía tomarla, pues no creo que tenga la educación de pedirla. Si desea acariciarme, puede hacer lo mismo, tocar sin miramientos, no entiendo porqué debe hacerme sufrir a tales grados. Intento tranquilizar mi cuerpo, que tiembla aún a causa de los estragos originados por el enojo. Intento tranquilizar mi alma, que estaba cómo un remolino buscando destruir lo primero que encuentre a su paso, pero no lo quería destruir a él, aunque pudiera, no podría, no lo haría, pues es más lo que me atrae, lo que me llama, que mi deseo por qué desaparezca. Suspiró de forma profunda, cierro los ojos con fuerza, y los vuelvo a abrir intentando darme tranquilidad. Lo miré, pero ahora mi rostro estaba tranquilo, sereno, sin ni siquiera una marca del color rojizo de mi rostro, no podía dejarme llevar por esos impulsos, no era un animal, no era un vampiro.
- No sé si deseo agradarte en realidad, no me había puesto a pensar en eso - Hice una mueca, llevé una de mis manos hasta mis labios, en una pose pensativa, pues lo estaba. Después volví a mi pose inicial seguida de varias negocios con la cabeza - No, no quiero agradarte, no pretendo hacerlo, siempre pienso lo peor de mi, por lo tanto, nunca busco agradar a nadie, por lo regular siempre pienso que les desagrado, y no sería la excepción contigo… - Me mordí el labio inferior, sólo para darme un poco de fuerza, cómo si tuviera unas manos en la espalda que me empujaban y decían: "vamos Doreen, hazlo, tú puedes". Si, era mi porra personal, mi impulso, motivador o incluso mi tormento para salir de eso. - Para mi eres alguien más, si, no veo la gran diferencia contigo y otros vampiros, todos son soberbios, prepotentes, y se creen especiales, para que yo pueda creer que eres especial debe haber muchas cosas, como sentimentalismos, y no me confundas, nada tiene que ver con el amor, o la pareja, me refiero a una amistad o algo más… importante, tú sabes - Sonríe apenas. Mi Doreen interna esta saliendo, y no me arrepiento - Para mi sigues siendo el Ciro vampiro que existe, y que es igual que todos los demás vampiros - Asentí, y luego me encogí de hombros.
- Tienes demasiada razón en eso, nuestra principal causa de muerte somos nosotros, pues aunque yo deseo poder para no sentirme tan insignificante, hay quienes piden poder para la destrucción de nosotros. Ustedes no son nuestra amenaza, pues así como nosotros necesitamos de animales para subsistir, así ustedes nos necesitan, es una cadena, no hay nada malo en eso - Y me sorprendo de mis palabras, de verdad lo hago. ¿No pensaba que fuera malo que bebiera de mi? No, en realidad no. Nosotros también le privamos la vida a los animales que confían al estar cerca de sus propios cazadores. ¿Quienes somos entonces para juzgar? Seremos verdaderamente hipócritas si nos damos golpes de pecho al respecto, pero yo no soy hipócrita, quizás me cueste más trabajo decir las cosas, pero no por eso me de golpes de pecho por aquello que hacen los demás. - Simplemente los humanos no queremos aceptar eso… - Ladeé el rostro para estirarlo un poco, pues empezaba a incomodarme la pose.
Bostecé, no por falta de respeto, o por aburrirme, lo quememos estaba era aburrida, pero lo hice porqué al ser una humana, tenía necesidades, y al ser altas horas de la noche mi cuerpo me pedía, me exigía que debía dar un descanso o terminaría cayendo del sueño. Volví a bostezar, pero está vez mi mirada navegó por algunas partes de la galería, tenía algunos relojes que Darcy había colocado en las paredes. A él le encantaba tener el control de los tiempos, de las cosas que haría en esos lapsos, y por eso se había quedado la costumbre. Necesitaba dormir, pero no sabía si él me daría el permiso. Moví una de mis manos, la escondí entre los ropajes, y me di un pellizco muy fuerte buscando revivirme, necesitaba algo para eso, y el miedo ya se había llevado la energía que en un principio me había dado.
- ¡No tienes que recordarme algo que ya me se de pies a cabeza! - Rezongué con mucha molestia, no tenía por qué recordarme todos mis defectos, odiaba eso, porqué los sabía. La falta de una cama caliente, el miedo, y la molestia por que me recordaran esos detalles me hicieron alzar la voz, y de cierta manera no me molesta, ni me hace sentir arrepentida, no, al contrario me hace sentir bien, cómo si un peso de encima se me saliera - Puedes ver muchas cosas en mi Ciro, pero no me conoces, no lo haces, has sacado lados que yo no conocía, es cierto, ¿pero que sabes tú de Doreen? Nada, no sabes nada mi, de ella, de esa mujer, no lo sabes, porqué crees que tú verdad es absoluta, y no ¡No lo es! - Mi voz no se había perdido cuando mis labios se cerraron, está vez se repudió en un eco por los pasillos de la galería.
- No te equivoques, pensando bien las cosas, no te buscaría a ti para pedir una transformación, si así, en éste momento crees tener dominio en mi, no me imagino cómo sería si fueras el que me convierte, de verdad me creerías de tu propiedad, y estoy segura buscarías la manera para recordármelo, y hacer que pagará por ese "favor", y lo que busco es libertad, no que me estés oprimiendo a cada momento - Gruñí muy bajo, me fue inevitable. ¡Dios ese vampiro hacía salir lo peor de mi! ¡Lo peor! - Buscaría a alguien más, si, y seguramente no se negaría - Está vez mis palabras llevaban doble sentido, lo estaban retando, pero al mismo tiempo le dejaba en claro que no necesitaba nada de él. ¿Qué se creía? Sé que más tarde estaré arrepentida de mis atrevimientos, pero por mientras puedo disfrutar de mi corto tiempo de valentía.
Sentí cómo tomó mi mentón, y la cercanía. Sentí mi cuerpo temblar de nueva cuenta. ¡Él estaba haciendo trampa, sabía lo que causaba en mi! Mis manos llegaron a su pecho, y con un ligero empujón, que sabía no causaría nada en él lo hice para atrás. Me escurrí entre sus brazos, y llegué hasta el pequeño sillón del pasillo principal, dónde me senté, más bien me recosté por completo. Miraba al techo, mi cuerpo ya no se quería mantener de pie. - Ya por favor, ya no juegues conmigo, esto es demasiado para mi, manejar demasiadas emociones, lo único que quiero es tranquilidad - Lo volteé a ver, con suplica, con vergüenza, pues de verdad me estaba viendo muy cobarde al pedir que me dejará en paz, pero ya no encontraba otra salida para terminar ese tormento. ¿Habría salida? No lo sabía, sólo quedaba esperar a lo que pasará a continuación.
- ¿Eres así siempre? ¿No disfrutas de un encuentro sin necesidad de molestar a los demás? - Mis párpados se sentía muy pesados, empezaron a cerrarse de forma continua, parecía que estaba pestañeando, pero no, en realidad me estaba sumergiendo en un sueño profundo, presa de la comodidad de aquel sillón, y por la brilla fría que seguramente él dejaba correr al mismo tiempo que el aire que entraba por las pequeñas abertura de las paredes, las ventanas y la puerta. Tenía de dos. La primera sería dormir, y no volver a despertar, pues terminaría con mi vida, o despertar y creer que todo esto había sido una pesadilla, sólo de él dependía.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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