AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Véres éjszaka {Privado}
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Véres éjszaka {Privado}
La sangre no tiene el mismo color bajo la luz de la pálida luna.
Los guijarros que pisotea, resuenan ofuscando su respiración; la carrera es contra el tiempo. Las esquinas de cada calle parecen un laberinto eterno y su mirada se enfoca en las profundidades pero no encuentra lo que busca; la desesperación comienza a devorar sus entrañas. El alma de un inocente se disputa en la batalla. Con cada paso el segundero del reloj retrocede, ¡Está perdiendo el tiempo! Golpea con furia el muro más cercano, corre por los pasillos completamente desorientada. Necesita una huella, el hedor a muerte, un rasguño, el sonido de un niño llorando ¡Lo que sea! El maldito vampiro ha borrado todo su rastro, seguirlo es un suicidio, no tiene información alguna sobre él. Ataca a ciegas a su enemigo ¿Por qué? La mirada de sufrimiento en esa mujer al ver como le arrebataron a su hijo, le hizo recordar el instante en que Imara le regaló su última sonrisa antes de morir. No permitiría que la historia se repitiera, no mientras ella estuviese cerca. Y así fue como llegó a esta situación. Inerte en medio de una calle desolada en las afueras de la ciudad de ¿París? Sacude su cabeza con furia para concentrarse en la cacería. Enfocando sus sentidos, espera a que el viento le susurre la dirección en la cual el parásito se ha marchado con su aparente trofeo. Un grito aterrador traspasa la barrera de la distancia y se inmola en sus oídos, proviene desde el otro lado de la calle. Una casona abandonada hace rechinar el metal forjado de sus puertas, los cristales de sus ventanas han sido resumidos a fragmentos amenazantes entre la tierra del exterior. La maleza seca se pavonea con las caricias del viento, Zainhé corre tan rápido como sus piernas se lo permiten. Salta y esquiva los obstáculos encontrados en el camino. Está dispuesta a convertir en cenizas a esa criatura, sin embargo, el torniquete improvisado en su brazo debido a un golpe certero de su contrincante, supone una ventaja más para él. El pañuelo negro que cubre la mitad de su rostro, la gabardina y el sombrero le hacen parecer que es un hombre, otro cazador infeliz… sus ojos azules traspasan el umbral de la puerta y en el interior de esa vieja construcción el demonio le espera. El pequeño sale corriendo en el segundo siguiente, despistado. Esas lágrimas deslizándose por sus mejillas denotan el pavor que sintió al estar tan cerca de la muerte. El infante toma el brazo que Zainhé tiene herido –¡Largo!- Dice tras un gruñido. Sus toscos zapatos terminan de asesinar a las ramas bajo sus pies, sube con lentitud los escalones de la entrada –El festín está listo-
La puerta se cierra a sus espaldas, una sombra amenaza con abalanzarse sobre ella. Se tira al suelo para no ser derribada, rueda sobre la madera y el polvo acumulado a través de los años se queda impregnado en su atuendo. La ballesta sujeta a su espalda se desprende y queda a un metro de distancia, se queja. Se dice que una buena estrategia siempre es la clave para la victoria. En este caso, Zainhé tendrá que improvisar. Una sádica sonrisa aparece en los labios de su oponente, lo lustroso de sus ojos advierte que ya tiene planes para ella, la chica no le tiene miedo y le responde de la misma manera, sólo que él no podría ver lo blanquecino de sus dientes a causa de ese jodido pañuelo. El condenado se mueve a través de la penumbra, coge su pie derecho; el cuerpo del cazador es lanzado contra una las paredes, su espalda recibe el impacto, su nuca rebota… Todo su peso cae sobre ese maldito brazo que… Le pescan por el cuello, están a punto de estrangularle, el pañuelo resbala poco a poco. El filo de un cuchillo desenfundándose resuena, su destello anuncia el material con el cual ha sido forjado, es una daga de plata. La chica maniobra un poco antes de poder clavarlo sobre la yugular del vampiro… Ríos de color púrpura emergieron de la herida. La soltó… Zainhé cae de rodillas, mientras él trata de deshacerse del objeto, ella se arrastra para alcanzar la ballesta, la toma con su mano sana, la prepara, apunta pero es pateada en el rostro descubriéndolo -Tienes que estar bromeando, eres una niña- Escucha. Su cuerpo vacila y sus sentidos son un completo desastre -¿Quieres jugar? Bien, comencemos- Su gabardina es destrozada, no es necesario ser un genio para saber lo que ese imbécil trama. Se coloca sobre su cuerpo confiado. La fémina espera a que esté lo suficientemente cerca y con la habilidad de diez años en lo mismo, prepara la estaca escondida en medio de su busto, se la clava en el pecho. El peso de su cuerpo contra el de ella ayudó a que la madera entrara hasta rasgar el pútrido corazón. ¿Lo mató? ¿El vampiro estaba solo?...
Imara Z. Horváth- Fantasma
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Re: Véres éjszaka {Privado}
El silencio se desquebrajaba con cada paso que daba. Las facciones de su rostro podrían parecer severas pero el cansancio que intentaba encubrir era delatado por el matiz opaco de su mirada, una mirada que hablaba de un anciano y no del adulto que realmente era. El cazador no había podido conciliar el sueño, la última vez que había dormido dos horas seguidas había sido bajo el cobijo de los rayos del sol y eso hacía ya tres días; para cualquier otro habría sido alarmante pero La Cobra no sabía ni conocía otra manera de existir, aquél niño que dormía y se asustaba por tontas pesadillas había muerto junto con su hermano pequeño, había ido al infierno y para fastidio de los demonios que cazaba, le habían forjado en uno de ellos. Traian podía ser un humano pero sus pensamientos no lo hacían mejor que sus adversarios, mataba sin reparos, sacrificaba compañeros por el loco impulso de burlar a la muerte en una batalla contra el vampiro y, lo que era más preocupante, había jugado cientos de veces con la idea de volverse en uno de esos seres para buscar entre sus filas a su peor enemigo. ¿Qué tenía? Nada. ¿Qué perdería? Menos aún. No tenía honor ni amigos y lo que la inmortalidad le ofrecía era ambrosía, fuerza, poder y tiempo para llevar su propia justicia al verdugo de los Valborg. Una noche nunca sería suficiente. Unas horas nunca eliminarían sus años como esclavo. La agonía, el dolor, el hambre y la sed no se habían evaporado solo porque hubiese orado. En lo que a él concernía, todo cazador que se encontrase con su némesis merecía morir, ningún otro tenía porqué eliminarlo, era su derecho. No importase cuanto le llevase, regresaría al infierno solo para arrastrarlo consigo. Un movimiento a su derecha lo sacó de su ensimismamiento. Una media sonrisa curvó su boca. El rey de la selva había llegado a Paris para quedarse, cambiaformas, vampiros y licántropos se llevarían una grata sorpresa si osaban perturbarlo.
Los tonos anaranjados se apagaban con cada segundo que pasaba. La Cobra saboreaba expectante el momento en que la Luna Llena engalanara la arboleda con su presencia, haciendo mutar a los demonios disfrazados de humanos, dándoles su real apariencia. Era su pasatiempo, lo había sido desde que había descubierto su excelente puntería y, ¿qué mejor forma de mejorar que con los animales cegados por la ferocidad de atacar lo que se atravesara en su camino? La escopeta con sus balas de plata colgaba de su hombro, cuchillos y otras armas se escondían entre su ropa. El cazador soltó una silenciosa maldición por no llevar al menos algo de absenta, esa sería una grata compañía en lo que la jauría aparecía. Dejó su espalda reposar contra uno de los troncos, la noche extendía sus tentáculos, oscureciendo con su toque pero para Traian no parecía ser lo suficientemente rápido. Se desperezó y sus sentidos saltaron, escuchando. Era muy probable que otros cazadores estuviesen vigilando pero, ¿en quién confiaba? Solo en él. El licántropo apareció a las 3 en punto y como si ese fuese un regalo de navidad, La Cobra sonrió con júbilo, manejando su arma con suma destreza, colocando ya la culata sobre su hombro, su mirada estudiando al licántropo. No. Traian no buscaba herirlo gravemente, ¿qué diversión habría si sus “hermanos” no iban en su ayuda? La bala cruzó limpiamente el aire, había llegado temprano para encontrar una posición ventajosa y como era de esperar, no estaba siendo defraudado. El aullido reverberó en la oscuridad, pero Traian ya estaba disparando una segunda bala. El licántropo se movía rápido, incluso herido. Los ojos del cazador buscaban por todas partes, seguro de que no tardarían en aparecer otros. La sangre oscura creaba una mancha en el pelaje gris del animal pero fue el grito de un humano, un grito de muerte lo que se sobrepuso al dolor de su presa. A regañadientes abandonó la posición, incluso antes de encontrar el cuerpo supo que el humano estaba muerto. Los licántropos no eran los únicos demonios atados por la Luna.
La sonrisa del vampiro le dijo que lo estaba esperando, el cuerpo inerte de la joven cayó de entre sus brazos, su cuello había sido desgarrado. – Has arruinado mi noche de cacería. Escupió con desdén, acariciando la culata de su escopeta como si se tratase de la curva de una mujer. La verdad sea dicha, Traian trataba mejor a sus armas que a cualquier hembra por la que dijera estar interesado. Era bien sabido su desagrado hacia las mujeres que se hacían cazadoras, no importaba la razón y aunque era tachado de machista por éstas, ninguno sabía la verdadera razón de su naturaleza. El vampiro dio un paso en su dirección y, como si encontrara mas divertido jugar al gato y al ratón - o quizás fue solo los licántropos que aullaron, - marchó. Pero Traian tenía favoritismos, así que no importaba si una manada se congregaba para servir de dianas, el vampiro lo estaba desafiando al mostrarse indiferente, todo en él gritaba que lo hiciera revolcarse antes de darle muerte. Corrió, buscando su blanco, no importaba que las balas de plata no surtieran efecto, se marcaría un tanto antes de que éste se alejara lo suficiente. El gruñido le dijo que había dado o al menos rozado, ¿Intentaba guiarlo hacia una emboscada? La Cobra era bien consciente de las posibilidades que se desplegaban. Conocer los bosques y sus alrededores había sido su primera parada desde su arribo, no sería sorprendido si era orillado a entrar a las zonas abandonadas. Los movimientos entre los árboles, las pisadas y las aves emprendiendo el vuelo le dijeron lo que ya sabía: la quietud sobrecogedora había desaparecido.
Los tonos anaranjados se apagaban con cada segundo que pasaba. La Cobra saboreaba expectante el momento en que la Luna Llena engalanara la arboleda con su presencia, haciendo mutar a los demonios disfrazados de humanos, dándoles su real apariencia. Era su pasatiempo, lo había sido desde que había descubierto su excelente puntería y, ¿qué mejor forma de mejorar que con los animales cegados por la ferocidad de atacar lo que se atravesara en su camino? La escopeta con sus balas de plata colgaba de su hombro, cuchillos y otras armas se escondían entre su ropa. El cazador soltó una silenciosa maldición por no llevar al menos algo de absenta, esa sería una grata compañía en lo que la jauría aparecía. Dejó su espalda reposar contra uno de los troncos, la noche extendía sus tentáculos, oscureciendo con su toque pero para Traian no parecía ser lo suficientemente rápido. Se desperezó y sus sentidos saltaron, escuchando. Era muy probable que otros cazadores estuviesen vigilando pero, ¿en quién confiaba? Solo en él. El licántropo apareció a las 3 en punto y como si ese fuese un regalo de navidad, La Cobra sonrió con júbilo, manejando su arma con suma destreza, colocando ya la culata sobre su hombro, su mirada estudiando al licántropo. No. Traian no buscaba herirlo gravemente, ¿qué diversión habría si sus “hermanos” no iban en su ayuda? La bala cruzó limpiamente el aire, había llegado temprano para encontrar una posición ventajosa y como era de esperar, no estaba siendo defraudado. El aullido reverberó en la oscuridad, pero Traian ya estaba disparando una segunda bala. El licántropo se movía rápido, incluso herido. Los ojos del cazador buscaban por todas partes, seguro de que no tardarían en aparecer otros. La sangre oscura creaba una mancha en el pelaje gris del animal pero fue el grito de un humano, un grito de muerte lo que se sobrepuso al dolor de su presa. A regañadientes abandonó la posición, incluso antes de encontrar el cuerpo supo que el humano estaba muerto. Los licántropos no eran los únicos demonios atados por la Luna.
La sonrisa del vampiro le dijo que lo estaba esperando, el cuerpo inerte de la joven cayó de entre sus brazos, su cuello había sido desgarrado. – Has arruinado mi noche de cacería. Escupió con desdén, acariciando la culata de su escopeta como si se tratase de la curva de una mujer. La verdad sea dicha, Traian trataba mejor a sus armas que a cualquier hembra por la que dijera estar interesado. Era bien sabido su desagrado hacia las mujeres que se hacían cazadoras, no importaba la razón y aunque era tachado de machista por éstas, ninguno sabía la verdadera razón de su naturaleza. El vampiro dio un paso en su dirección y, como si encontrara mas divertido jugar al gato y al ratón - o quizás fue solo los licántropos que aullaron, - marchó. Pero Traian tenía favoritismos, así que no importaba si una manada se congregaba para servir de dianas, el vampiro lo estaba desafiando al mostrarse indiferente, todo en él gritaba que lo hiciera revolcarse antes de darle muerte. Corrió, buscando su blanco, no importaba que las balas de plata no surtieran efecto, se marcaría un tanto antes de que éste se alejara lo suficiente. El gruñido le dijo que había dado o al menos rozado, ¿Intentaba guiarlo hacia una emboscada? La Cobra era bien consciente de las posibilidades que se desplegaban. Conocer los bosques y sus alrededores había sido su primera parada desde su arribo, no sería sorprendido si era orillado a entrar a las zonas abandonadas. Los movimientos entre los árboles, las pisadas y las aves emprendiendo el vuelo le dijeron lo que ya sabía: la quietud sobrecogedora había desaparecido.
Miklós Valborg- Vampiro Clase Media
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Re: Véres éjszaka {Privado}
No importa que tanto lo limpies; el olor a muerte no desaparece.
La pesadez del cadáver le sofoca, no puede moverse con plenitud sin molestarse al respirar, pero al menos se quitó un peso mayor de encima, el vampiro como un caminante más. Ayudada por sus manos lo hace girar al lado de su cuerpo para poder escapar, una vez que el oxígeno tuvo acceso a sus pulmones, la cazadora suspira profundamente. Se queda allí, completamente estática sobre el suelo, admirando el desgajo del techo, el moho en el tapiz que se desprende lentamente de los muros. Las partículas de polvo flotan en lo largo y ancho de la habitación como copos de nieve allá afuera. Zainhé frunce el ceño, está cansada y adolorida por la batalla, le puede más la venganza que el desgaste físico que ha cargando consigo durante todos estos años y, aún después de tanto tiempo, no puede evitar pensar en él. Le causa dolor en su ausencia, no sólo se trata de la partida inesperada de su parte si no aquel fruto de su vientre que jugó con la vida de la hembra al momento del parto. Sí, Zainhé estuvo a punto de morir, un giro extraño del destino no fue así. Una sonrisa se dibuja nostálgica en sus labios, recuerda la mañana en la que su bebé nació. Llovía, pero la frazada con la que cubría su cuerpo era suficiente como para mantenerla a una temperatura soportable. Se sentía tan cansada, no era capaz de esbozar una sola palabra sin tener que cortarla a la mitad para tomar aire. Su entrepierna estaba completamente manchada de sangre, el sudor en su frente, la resequedad de sus labios, el destello desvaneciéndose en sus pupilas, la palidez de su piel… Moría lentamente, sólo para darle el soplo de su vida a un niño que conocería a su padre jamás.
Los segundos eran críticos, pero la pesadez de sus brazos de disipó en cuanto lo sostuvo entre ellos. Fue un verdadero milagro, poder apreciar ese par de ojos tan celestes como el cielo durante una calurosa tarde de verano, esa sonrisa que emanaba del bebé con el simple hecho de observar a su madre tan desaliñada y la fragilidad de todo su ser. En ese instante la hembra se dio cuenta que no podría traerlo a un mundo en donde ella caza sin piedad, ni consideración alguna a sus enemigos, no podría mostrarle la obscuridad de la raza humana a un bebé que no debe absolutamente nada. Tomó su decisión. –Lorand- susurra el nombre del ser más importante en toda su vida. Cierra sus ojos y lo visualiza en su pensamiento ¿Cuándo fue la última vez que visitó el orfelinato? Hace apenas dos días. Vuelve a sonreír, trata de ponerse de pie observando la sangre derramada por cada rincón maldito y obscuro de esa choza. Se muerde el labio inferior sacudiendo su cabeza. ¿Cuánto tiempo más se le llevaría la vida en eso? Al otro lado del sendero casi desvanecido por la maleza, se escucha el crujir de las ramas. Alguien la siguió hasta allí, coge el pañuelo y lo ata alrededor de su rostro. Sigilosa como sólo un experto en el camuflaje lo sabría, recorre la obscuridad de un lado a otro sin ser escuchada. Un segundo de diferencia entre la puerta abriéndose y ella colocándose detrás para emboscar a quien fuese. Las prendas del individuo se encuentran tintadas de carmín, apestan a sangre igual que ella. El hombre caucásico con un metro ochenta de estatura y cuerpo robusto, clava su mirada en los restos de su compañero -¡Carajo! ¡Noah!- Exclama maldiciendo internamente a quién le hizo eso.
El vampiro comienza a rastrear el olor incomparable de los mortales, es un hedor diferente del que había estado huyendo minutos atrás. Este, es más dulce, mucho más joven y lleno un éxtasis inigualable, la sangre que corre por sus venas se empapa de hormonas. Es una mujer. Gira sobre sus talones observando con sus orbes, percibiendo con su olfato, ella está más cerca de lo que pensó. Cara a cara. Él sonríe, ella también aunque no se distinga por el pañuelo. El varón levanta su mano a la altura del hombro, con una seña contrayendo la mitad de sus dedos hacia su palma, invita a Zainhé a atacar. Arquea una ceja, la dama está completamente convencida que acabará con él de la misma forma en que lo hizo con el otro, pero entonces él abrió la boca antes de que ella se atreviese a lanzarse en su contra. –Espera, chèrie- Con el ceño fruncido, fulminándole con la mirada, preparándose para el más mínimo de los movimientos, se detiene a escuchar lo que tiene que decirle -¿Vienes con él imbécil de allá afuera?- Zainhé no logra comprender lo que está hablando, así que sólo niega con la cabeza. –En ese caso, no habrá problema si te parto a la mitad- La criatura entrecierra sus ojos, con una mueca retorcida en sus labios, lo más parecido a una sonrisa diabólica. Se deja ir en su contra y la hembra lo esquiva. Los dedos del vampiro rosan el cabello de la cazadora. ¡Demonios! ¿Dónde está su ballesta? Tiene que recorre el tramo de la habitación hasta donde reposan los restos de aquel vampiro, tomar la estaca y clavarla en el nuevo inquilino. –Mejor aún, ustedes siempre se ocupan de salvaguardar la vida de los demás, te tomaré como rehén- El desgraciado tiene la edad suficiente como para poder manipular las terminales nerviosas de un cuerpo ajeno y causar el escozor más perturbador de todos, Zainhé cae al suelo retorciéndose del dolor.
Los segundos eran críticos, pero la pesadez de sus brazos de disipó en cuanto lo sostuvo entre ellos. Fue un verdadero milagro, poder apreciar ese par de ojos tan celestes como el cielo durante una calurosa tarde de verano, esa sonrisa que emanaba del bebé con el simple hecho de observar a su madre tan desaliñada y la fragilidad de todo su ser. En ese instante la hembra se dio cuenta que no podría traerlo a un mundo en donde ella caza sin piedad, ni consideración alguna a sus enemigos, no podría mostrarle la obscuridad de la raza humana a un bebé que no debe absolutamente nada. Tomó su decisión. –Lorand- susurra el nombre del ser más importante en toda su vida. Cierra sus ojos y lo visualiza en su pensamiento ¿Cuándo fue la última vez que visitó el orfelinato? Hace apenas dos días. Vuelve a sonreír, trata de ponerse de pie observando la sangre derramada por cada rincón maldito y obscuro de esa choza. Se muerde el labio inferior sacudiendo su cabeza. ¿Cuánto tiempo más se le llevaría la vida en eso? Al otro lado del sendero casi desvanecido por la maleza, se escucha el crujir de las ramas. Alguien la siguió hasta allí, coge el pañuelo y lo ata alrededor de su rostro. Sigilosa como sólo un experto en el camuflaje lo sabría, recorre la obscuridad de un lado a otro sin ser escuchada. Un segundo de diferencia entre la puerta abriéndose y ella colocándose detrás para emboscar a quien fuese. Las prendas del individuo se encuentran tintadas de carmín, apestan a sangre igual que ella. El hombre caucásico con un metro ochenta de estatura y cuerpo robusto, clava su mirada en los restos de su compañero -¡Carajo! ¡Noah!- Exclama maldiciendo internamente a quién le hizo eso.
El vampiro comienza a rastrear el olor incomparable de los mortales, es un hedor diferente del que había estado huyendo minutos atrás. Este, es más dulce, mucho más joven y lleno un éxtasis inigualable, la sangre que corre por sus venas se empapa de hormonas. Es una mujer. Gira sobre sus talones observando con sus orbes, percibiendo con su olfato, ella está más cerca de lo que pensó. Cara a cara. Él sonríe, ella también aunque no se distinga por el pañuelo. El varón levanta su mano a la altura del hombro, con una seña contrayendo la mitad de sus dedos hacia su palma, invita a Zainhé a atacar. Arquea una ceja, la dama está completamente convencida que acabará con él de la misma forma en que lo hizo con el otro, pero entonces él abrió la boca antes de que ella se atreviese a lanzarse en su contra. –Espera, chèrie- Con el ceño fruncido, fulminándole con la mirada, preparándose para el más mínimo de los movimientos, se detiene a escuchar lo que tiene que decirle -¿Vienes con él imbécil de allá afuera?- Zainhé no logra comprender lo que está hablando, así que sólo niega con la cabeza. –En ese caso, no habrá problema si te parto a la mitad- La criatura entrecierra sus ojos, con una mueca retorcida en sus labios, lo más parecido a una sonrisa diabólica. Se deja ir en su contra y la hembra lo esquiva. Los dedos del vampiro rosan el cabello de la cazadora. ¡Demonios! ¿Dónde está su ballesta? Tiene que recorre el tramo de la habitación hasta donde reposan los restos de aquel vampiro, tomar la estaca y clavarla en el nuevo inquilino. –Mejor aún, ustedes siempre se ocupan de salvaguardar la vida de los demás, te tomaré como rehén- El desgraciado tiene la edad suficiente como para poder manipular las terminales nerviosas de un cuerpo ajeno y causar el escozor más perturbador de todos, Zainhé cae al suelo retorciéndose del dolor.
Imara Z. Horváth- Fantasma
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Re: Véres éjszaka {Privado}
En la distancia, un lobo aullaba, amortiguando el sonido que producían sus pisadas sobre las pequeñas piedras que se extendían por los callejones olvidados y apenas transitados por rebeldes y renegados. ¡Lo había perdido! Una palabrota escapó de su boca, seguida de otra y otra. Maldecía su humanidad, las habilidades del inmortal, sus juegos frustrados con los licántropos y, como si eso fuera poco, insultaba a la inoportuna neblina que se entretenía apagando los rayos plata que le servían de guía. No. No era en ese preciso orden en que iba su discurso pero una vez más, ¿a quién demonios podría importarle? El odio que sentía hacia el mundo, hacia ellos, no se comparaba con el que sentía hacia sí mismo. Una fuerte ráfaga hizo ondear su gabardina. Las hojas de un periódico siendo arrastradas por el viento anunciaban el paso del tiempo para los lugareños. Traian podía jurar que la pobreza bajo la cual se vivía en esa parte de Paris, reclamaba vidas en el invierno si el hambre no les mataba primero. A tres metros de su posición, una puerta de madera se abrió. “Ya sabes lo que dicen, la curiosidad mató al gato...” La frase se deslizó en su mente en un inútil intento por apelar a su sentido del humor negro. Su mandíbula estaba severamente apretada. Cualquiera pensaría que en cuestión de segundos su hueso crujiría, pero esa severidad en su rostro era un gesto familiar por el que todo cazador en su facción lo reconocía. Meterse en la boca del lobo era su especialidad. Había matado a un par de vampiros a plena luz del día y, para ser completamente sinceros, estaba aquélla pareja que había ido a visitar cuando el Sol había aceptado su relevo. Sin esperar a que le llegase la lucidez – algo que le faltaba a sobremanera cuando se encontraba cazando –, cruzó la distancia que le separaba y entró en la casa abandonada. Con la escopeta apuntando en todas direcciones, comprobó el lugar. No se trataba de una casa, tal parece que el pequeño edificio alguna vez hacía mucho tiempo, había servido de posada. Eso respondía el porqué de los dos pisos. Un rápido vistazo a la ventana que tenía los cristales rotos, le dijo que las nubes que encubrían a la Luna Llena comenzaban a alejarse de ella. Un sollozo le hizo volver el rifle hacia las escaleras que conducían al piso superior. Ahí, entre dos tablas de madera podrida, se encontraba un niño con los ojos horrorizados. La oscuridad lo había estado camuflando.
- Sal de ahí. La voz de Traian era severa. El niño pareció encogerse aún más. - Sal de ahí. Ordenó de nuevo, haciendo sonar el seguro de su escopeta. El pequeño debió creer que aquél sonido significaba que dispararía en cualquier momento porque, con movimientos temblorosos se arrastró lejos de la seguridad que le brindaban las tablas. Por un fugaz momento, la mirada atormentada del niño le hizo retroceder en el tiempo. No se trataba de él, sino de Târsil. Irónico porque ese horror en sus orbes era el mismo que había teñido los suyos desde que había despertado en la mansión del asesino de los Valborg. - ¿En dónde? Pregunta con urgencia pero, cuando el niño parece no encontrar las palabras para responder, el cazador pierde la paciencia. – Llévame ahí. El vampiro nunca lo habría dejado con vida, eso significa que alguien más, quizás el padre o la madre del niño le ha comprado tiempo a su hijo. Una sonrisa amarga mueve sus labios. Nunca lo habría logrado, su escondite no iba a mantenerlo a salvo. Tras zarandear al niño este parece volver en sí. Lo guía fuera de la vieja posada. Traian puede ver como el pequeño tiembla notablemente conforme se acercan a una verja. – Quédate tras de mí. No había porqué prometer que lo mantendría con vida. Podría ser un excelente tirador o asesino, pero ¿quién sabía? El vampiro podría tener compañía. Conforme se acercaba para unirse a la refriega, escuchó al enemigo. Por primera vez durante la noche, una sonrisa de complicidad, arrogancia y superioridad se postró en sus labios. Así que quien se encontraba en la casa abandonaba no era familiar del niño sino un cazador. ¿Sería de la Inquisición? Bah. ¿Había alguna diferencia acaso? No. Su regla era simple y sencilla, si un cazador no podía con el enemigo... Mejor sorprenderlos ya. El hilo de pensamiento de éste iba por mal camino y era hora de enderezarlo. – Así que el ratón ha decidido esconderse en su madriguera y tras... Sus últimas palabras se apagaron cuando estuvo finalmente ante predador y presa. - ella. Completó con un ligero tono burlón. ¡Por un infierno! ¿Cuántos años habían pasado tras su último encuentro?
- Sal de ahí. La voz de Traian era severa. El niño pareció encogerse aún más. - Sal de ahí. Ordenó de nuevo, haciendo sonar el seguro de su escopeta. El pequeño debió creer que aquél sonido significaba que dispararía en cualquier momento porque, con movimientos temblorosos se arrastró lejos de la seguridad que le brindaban las tablas. Por un fugaz momento, la mirada atormentada del niño le hizo retroceder en el tiempo. No se trataba de él, sino de Târsil. Irónico porque ese horror en sus orbes era el mismo que había teñido los suyos desde que había despertado en la mansión del asesino de los Valborg. - ¿En dónde? Pregunta con urgencia pero, cuando el niño parece no encontrar las palabras para responder, el cazador pierde la paciencia. – Llévame ahí. El vampiro nunca lo habría dejado con vida, eso significa que alguien más, quizás el padre o la madre del niño le ha comprado tiempo a su hijo. Una sonrisa amarga mueve sus labios. Nunca lo habría logrado, su escondite no iba a mantenerlo a salvo. Tras zarandear al niño este parece volver en sí. Lo guía fuera de la vieja posada. Traian puede ver como el pequeño tiembla notablemente conforme se acercan a una verja. – Quédate tras de mí. No había porqué prometer que lo mantendría con vida. Podría ser un excelente tirador o asesino, pero ¿quién sabía? El vampiro podría tener compañía. Conforme se acercaba para unirse a la refriega, escuchó al enemigo. Por primera vez durante la noche, una sonrisa de complicidad, arrogancia y superioridad se postró en sus labios. Así que quien se encontraba en la casa abandonaba no era familiar del niño sino un cazador. ¿Sería de la Inquisición? Bah. ¿Había alguna diferencia acaso? No. Su regla era simple y sencilla, si un cazador no podía con el enemigo... Mejor sorprenderlos ya. El hilo de pensamiento de éste iba por mal camino y era hora de enderezarlo. – Así que el ratón ha decidido esconderse en su madriguera y tras... Sus últimas palabras se apagaron cuando estuvo finalmente ante predador y presa. - ella. Completó con un ligero tono burlón. ¡Por un infierno! ¿Cuántos años habían pasado tras su último encuentro?
Miklós Valborg- Vampiro Clase Media
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Re: Véres éjszaka {Privado}
Cuando aprendes a amar el dolor, la tortura, es un orgasmo extra.
Su cuerpo se retorcía entre llamas de fuego, podía sentir como el ardor de su piel era semejante al estar dentro de una hoguera. La sangre de su cuerpo comenzaba a hervir de tal forma que, burbujas de esta se expiaban a través de sus poros. El cuerpo de la cazadora se bañaba lentamente de un sudor escarlata. Sus ojos se mantenían abiertos pero sus pupilas desorbitadas no podían observar más nada que esa jodida sonrisa tajante en sus pensamientos. La resonancia de la carcajada era la causante de su dolor independientemente que todo su ser se encontrase consumiéndose poco a poco. Sus pulmones colapsarían, la respiración se le dificultaba, una maldita opresión en su pecho amenazaba con partirle a la mitad y, lo único que podía contrarrestar con toda esa ira inmolada en la obscuridad de su corazón, era la sed de venganza y la estúpida idea que al final todo sería mejor; una familia al lado de su bebé, iniciar de nuevo sólo ellos dos. Aunque su espíritu sea indestructible, la capacidad de su cuerpo había llegado a sus límites, convulsionó. Sacudidas bestiales azotaban su ser contra el suelo, la madera y el polvo incrustado en esta, se clavaba sobre su piel incasablemente, vidrios rotos, astillas… la combinación mutiló su cuerpo. Los estragos se su dolor se podían observar fácilmente mientras Zainhé danzaba sin parar doblegando sus extremidades hasta lo inverosímil y, sus gritos mudos le confirmaban al vampiro su agonía. El éxtasis comenzó a correr por su ser, una sonrisa complaciente cruzó por sus labios, la cazadora creyó sería la última carcajada que escucharía antes de morir en las garras del enemigo, pero el destino le tenía preparada otra jugada y en ese instante alguien los interrumpió…
Escucha la voz rugir desde la garganta de aquel hombre, su tonalidad, el modo en que usa las palabras y lo tajante que suena ante la percepción de la cazadora “Imposible” ¿Cómo demonios olvidar al hombre que te subió hasta el cielo para que, con su partida te dejase empeñada en el infierno? Pasó infinidad de noches junto a él, soñando con que algún día vengarían juntos la muerte de su familia, pero tal parece que a los hombres les es fácil prometer y muy difícil cumplir con su palabrería… Lo reconoce, sabe quien es él, pero la pregunta no es referente a la identidad de su igual si no ¿qué hace ahí? Trata de enfocar su mirada en Traian. Lo consigue. ¡Oh, maldición! Continúa igual a como lo recuerda, su rubia cabellera, esos orbes azules que destellan bajo la casi extinta luminiscencia de la noche y, su chaqueta no ocultaba bajo su abrigo ese par de musculosos brazos en los cuales fue rodeada tantas veces… de no ser por aquella tortura, seguramente habría expedido un suspiro lleno de melancolía. Lo odia por haberla dejado embarazada, lo aborrece por abandonarla a su suerte cuando ella le entregó todo lo que tenía. ¡Jáh! ¡Es una estúpida! Al ver a su hijo cada día, lo puede observar a él y aún lo ama. Está a punto de perder el conocimiento, pero el vampiro comete un error que cualquiera trataría de evitar, pierde la concentración en Zainhé para desviar su vista y enfocarla en el nuevo huésped. En ese acto desprevenido, la fémina pudo respirar. Su pecho se llena de oxígeno. Arroja un fuerte jadeo al instante en que toma una bocanada de aire, un soplo de vida. Puede moverse, pero el dolor en cada uno de sus músculos continúa punzando siendo insoportable. Clava la mirada en Traian, no es recriminatoria pero sí bastante frívola, si esperaba que se lo agradeciera, está completamente equivocado, ya debería sospecharlo ¿No? Si no es así, entonces ella se equivocó y no la conoce.
Pero la arrogancia no es una exclusividad de los hombres mortales con las capacidades de ser defectuosamente perfectos, si no que también le pertenece a esas criaturas herejes que se creen superiormente dotadas al resto de la humanidad. Se tuerce una mueca en la comisura de sus labios, se acuclilla frente a la mujer y toma con la yema de sus dedos un poco de la sangre emanada en sus poros. Los lleva hasta su boca y lame con obscenidad el viscoso líquido carmesí. Suelta una carcajada manteniendo la vista fija en el inquisidor –Hagamos un trato- Comienza su discurso con una seguridad avasalladora, está consciente que ellos no poseen ninguna oportunidad. –Tu vida por la de ella, así de simple- Arquea una ceja y espera la respuesta del rubio. Como la mayoría de los de su especie, no es muy paciente –¡Estoy aburriéndome, carajo!- Con una rapidez insospechable, el vampiro recorre la habitación hasta colocarse frente a Traian a escasos centímetros de su rostro. Levanta la mano para patrocinarle un golpe mortal al chico -¡NO!- Zainhé grita con desesperación. Se arrastra utilizando los codos y las rodillas, llega a ambos, rebusca fuerzas en su interior, las encuentra, extiende su pierna dando media vuelta consiguiendo derribar al vampiro –Si alguien… va matar… a ese imbécil- Comenta pausadamente, engarruña su cuerpo y alcanza sus botas para sacar del hueco entre su pantorrilla y la piel, una estaca para clavarla en su corazón -¡Seré yo!- Termina su trabajo. Pero el daño en el cuerpo de Zainhé no se veía a simple vista, cae desplomada sobre los residuos del vampiro, comienza a toser y en uno de sus esfuerzos por recomponerse, escupe un coágulo de sangre… -Hermoso- Bromea con sarcasmo, se queja y lleva su mano derecha a su vientre en un intento por opacar el retorcijón que siente, intenta ponerse de pie ayudándose del cuerpo de Traian, pero resbala… -¡Demonios!-
Escucha la voz rugir desde la garganta de aquel hombre, su tonalidad, el modo en que usa las palabras y lo tajante que suena ante la percepción de la cazadora “Imposible” ¿Cómo demonios olvidar al hombre que te subió hasta el cielo para que, con su partida te dejase empeñada en el infierno? Pasó infinidad de noches junto a él, soñando con que algún día vengarían juntos la muerte de su familia, pero tal parece que a los hombres les es fácil prometer y muy difícil cumplir con su palabrería… Lo reconoce, sabe quien es él, pero la pregunta no es referente a la identidad de su igual si no ¿qué hace ahí? Trata de enfocar su mirada en Traian. Lo consigue. ¡Oh, maldición! Continúa igual a como lo recuerda, su rubia cabellera, esos orbes azules que destellan bajo la casi extinta luminiscencia de la noche y, su chaqueta no ocultaba bajo su abrigo ese par de musculosos brazos en los cuales fue rodeada tantas veces… de no ser por aquella tortura, seguramente habría expedido un suspiro lleno de melancolía. Lo odia por haberla dejado embarazada, lo aborrece por abandonarla a su suerte cuando ella le entregó todo lo que tenía. ¡Jáh! ¡Es una estúpida! Al ver a su hijo cada día, lo puede observar a él y aún lo ama. Está a punto de perder el conocimiento, pero el vampiro comete un error que cualquiera trataría de evitar, pierde la concentración en Zainhé para desviar su vista y enfocarla en el nuevo huésped. En ese acto desprevenido, la fémina pudo respirar. Su pecho se llena de oxígeno. Arroja un fuerte jadeo al instante en que toma una bocanada de aire, un soplo de vida. Puede moverse, pero el dolor en cada uno de sus músculos continúa punzando siendo insoportable. Clava la mirada en Traian, no es recriminatoria pero sí bastante frívola, si esperaba que se lo agradeciera, está completamente equivocado, ya debería sospecharlo ¿No? Si no es así, entonces ella se equivocó y no la conoce.
Pero la arrogancia no es una exclusividad de los hombres mortales con las capacidades de ser defectuosamente perfectos, si no que también le pertenece a esas criaturas herejes que se creen superiormente dotadas al resto de la humanidad. Se tuerce una mueca en la comisura de sus labios, se acuclilla frente a la mujer y toma con la yema de sus dedos un poco de la sangre emanada en sus poros. Los lleva hasta su boca y lame con obscenidad el viscoso líquido carmesí. Suelta una carcajada manteniendo la vista fija en el inquisidor –Hagamos un trato- Comienza su discurso con una seguridad avasalladora, está consciente que ellos no poseen ninguna oportunidad. –Tu vida por la de ella, así de simple- Arquea una ceja y espera la respuesta del rubio. Como la mayoría de los de su especie, no es muy paciente –¡Estoy aburriéndome, carajo!- Con una rapidez insospechable, el vampiro recorre la habitación hasta colocarse frente a Traian a escasos centímetros de su rostro. Levanta la mano para patrocinarle un golpe mortal al chico -¡NO!- Zainhé grita con desesperación. Se arrastra utilizando los codos y las rodillas, llega a ambos, rebusca fuerzas en su interior, las encuentra, extiende su pierna dando media vuelta consiguiendo derribar al vampiro –Si alguien… va matar… a ese imbécil- Comenta pausadamente, engarruña su cuerpo y alcanza sus botas para sacar del hueco entre su pantorrilla y la piel, una estaca para clavarla en su corazón -¡Seré yo!- Termina su trabajo. Pero el daño en el cuerpo de Zainhé no se veía a simple vista, cae desplomada sobre los residuos del vampiro, comienza a toser y en uno de sus esfuerzos por recomponerse, escupe un coágulo de sangre… -Hermoso- Bromea con sarcasmo, se queja y lleva su mano derecha a su vientre en un intento por opacar el retorcijón que siente, intenta ponerse de pie ayudándose del cuerpo de Traian, pero resbala… -¡Demonios!-
Imara Z. Horváth- Fantasma
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Re: Véres éjszaka {Privado}
- Una de estas noches, Cobra; una de estas noches serán tus fantasmas los que resurjan. ¿Había sido Cale, quien cazaba por vengar a su pequeña de cuatro años, el que se había lanzado sobre él por haberse atrevido a escupirle a la cara que dejase de jugar con armas y preñara a la primera mujer que se le insinuara? O quizás había sido Vincent, quien cazaba por vengar la muerte de su mujer embarazada, el que había escuchado el insulto y en su rabia, había lanzado a Traian contra el piso para estamparle el puño en la cara. Fuese quien fuese su atacante mientras acampaban, no se había detenido hasta que Armand – otro de los cazadores – había amenazado con disparar su arma. – Bastardo. Ninguno de los presentes había podido borrar la sonrisa de satisfacción al cazador que estaba doblado en dos, escupiendo sangre y limpiándose la boca con cierta brusquedad con el dorso de la mano. El dolor que nublaba sus orbes y que nadie era capaz de apreciar se teñía de alivio al compás de su agitada respiración. Sabía que ese lapsus era solo momentáneo, que el dolor físico en el que se sumían sus músculos pronto pasaría y lo dejarían solo con las pesadillas que día a día lo consumían. El silencio se extendía como una manta sobre sus pensamientos, acallando sus gritos y ruegos, ocultando al niño que desde una esquina observaba la puerta, deseando que su enemigo esa noche no se apareciera. ¿Cuánto tiempo más podría aguantar toda esa mierda en su cabeza? No se había defendido ni había intentado esquivar los golpes que llegaron, - uno tras otro -, de un compañero que se tornaba desesperado por hacerle sentir, decir algo. Si tan solo supieran, si tan solo aceptaran que él era incapaz de sentir algo... Los moratones en su rostro después de aquélla osada interpretación como saco de boxeo habían desaparecido casi por completo. Si Cale y Vincent lo viesen ahora, se regodearían de su situación. - Fénix. Gruñó hoscamente, atrapándola antes de que su cuerpo encontrara el piso. El cazador solo pudo esbozar una mueca, posiblemente una fría media sonrisa, al imaginar todos esos insultos que le diría si fuese consciente de su cercanía. Le resultaba imposible no comparar a la joven de la mujer, ni a la mujer de la guerrera. Después de todo, había sido él que había tomado esa inocencia que su sed de venganza no se había llevado.
Por varios segundos, jugó con la posibilidad de dar marcha atrás; siempre podía regresar sobre sus pasos y dejarla como había hecho hacía un par de años. Con suerte, Zainhé se levantaría y no recordaría haberlo visto. ¿Y qué si lo hacía? Para cuando recuperara el conocimiento, él ya no estaría. Todo lo que tenía que hacer era mandar a otro de los inquisidores de la zona. ¿Quién podía negarse a una de sus órdenes? Mientras la pregunta fluctuaba en su mente, dejó a la cazadora con cuidado sobre el suelo. La maldición que profirió en voz alta dejó en claro que había visto el torniquete que ella había improvisado en su brazo. Una vez más, dejó que los improperios – unos más fuertes que otros – embotasen su mente. La Inquisición no debía admitir mujeres en sus filas. Desde que había entrado a entrenar, con Zainhé pisándole los talones, había odiado la idea de ella yendo tras los enemigos de su familia. Si no fuese tan testaruda, no habría hecho promesas que no cumpliría. "No seas absurdo, Vladimir." Se burló a sí mismo. Fénix ni siquiera sabía su nombre verdadero. Se había empeñado tanto en no dejar nada atrás que en cuanto se habían presentado había recurrido a usar el nombre de su “amo”. Un recordatorio de sus días como esclavo, del porqué de su lucha, de aquello que le había sido arrebatado. La cazadora nunca había entendido porqué detenía sus caricias. Traian no soportaba que lo tocaran, incluso la noche en que estuvieron juntos, había sido él quien, frívolo como siempre, había limitado sus movimientos. Por supuesto, Zainhé era una inexperta y había aceptado lo que le había ofrecido. Era una suerte que ella no pudiese leer sus pensamientos, porque se habría asustado de lo que habitaba en su mente cuando la cubría con su cuerpo. Maldita sea. Era su primera vez, merecía algo más que una carcaza pero el egoísta no se arrepentía de las mentiras dichas ni de cómo la había metido en su cama. Deslizó las yemas de sus dedos por su mejilla, incluso se atrevió a delinear el contorno de sus labios. Como si alguien lo hubiese visto - aunque ya había comprobado que el niño se había marchado, - alejó de golpe la mano. – ¿No es el fénix quien renace de las cenizas? Preguntó con una rebeldía teñida de malicia, muy consciente de que la cazadora luchaba por volver en sí. Sus palabras penetrarían esa barrera o al menos, esperaba que lo hiciera.
Por varios segundos, jugó con la posibilidad de dar marcha atrás; siempre podía regresar sobre sus pasos y dejarla como había hecho hacía un par de años. Con suerte, Zainhé se levantaría y no recordaría haberlo visto. ¿Y qué si lo hacía? Para cuando recuperara el conocimiento, él ya no estaría. Todo lo que tenía que hacer era mandar a otro de los inquisidores de la zona. ¿Quién podía negarse a una de sus órdenes? Mientras la pregunta fluctuaba en su mente, dejó a la cazadora con cuidado sobre el suelo. La maldición que profirió en voz alta dejó en claro que había visto el torniquete que ella había improvisado en su brazo. Una vez más, dejó que los improperios – unos más fuertes que otros – embotasen su mente. La Inquisición no debía admitir mujeres en sus filas. Desde que había entrado a entrenar, con Zainhé pisándole los talones, había odiado la idea de ella yendo tras los enemigos de su familia. Si no fuese tan testaruda, no habría hecho promesas que no cumpliría. "No seas absurdo, Vladimir." Se burló a sí mismo. Fénix ni siquiera sabía su nombre verdadero. Se había empeñado tanto en no dejar nada atrás que en cuanto se habían presentado había recurrido a usar el nombre de su “amo”. Un recordatorio de sus días como esclavo, del porqué de su lucha, de aquello que le había sido arrebatado. La cazadora nunca había entendido porqué detenía sus caricias. Traian no soportaba que lo tocaran, incluso la noche en que estuvieron juntos, había sido él quien, frívolo como siempre, había limitado sus movimientos. Por supuesto, Zainhé era una inexperta y había aceptado lo que le había ofrecido. Era una suerte que ella no pudiese leer sus pensamientos, porque se habría asustado de lo que habitaba en su mente cuando la cubría con su cuerpo. Maldita sea. Era su primera vez, merecía algo más que una carcaza pero el egoísta no se arrepentía de las mentiras dichas ni de cómo la había metido en su cama. Deslizó las yemas de sus dedos por su mejilla, incluso se atrevió a delinear el contorno de sus labios. Como si alguien lo hubiese visto - aunque ya había comprobado que el niño se había marchado, - alejó de golpe la mano. – ¿No es el fénix quien renace de las cenizas? Preguntó con una rebeldía teñida de malicia, muy consciente de que la cazadora luchaba por volver en sí. Sus palabras penetrarían esa barrera o al menos, esperaba que lo hiciera.
Miklós Valborg- Vampiro Clase Media
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Re: Véres éjszaka {Privado}
¿Qué es el fuego si no amor y odio al mismo tiempo?
-Y aún no he muerto- La agitada respiración, esa dificultad para mantenerse de pie y el aturdimiento en su cabeza, impidieron que respondiese algo más coherente a semejantes palabras. Sabía quién era él, pero ignoraba el hecho de que estuviese ahí, a su lado por mera coincidencia como fue hace años atrás. La Inquisidora había colocado los recuerdos más dolosos en un pequeño baúl y enterrados en más olvidado de los cementerios con respecto a “Vladimir”, todos excepto uno. Fue precisamente la excepción quien la regresó a consciencia. Pues en su pensamiento coexistía una batalla interna donde el fallecimiento, el cansancio y la torpeza habían de insistirle ceder allí, en una de las casonas abandonadas al norte de Paris. Como por arte de magia apareció la imagen de su bebé siendo acurrucado en sus brazos, arrullado con el débil tarareo de una madre amorosa. Se vio a si misma acariciando la delicada piel de Lorand, con sus mejillas rosadas y esos ojos tan celestes como los de su padre. Un cabello rubio cenizo, una perfecta belleza que sólo un serafín podría igualar, Zainhé ama a su hijo y por él, más que por cualquier otro, regresaría a la vida como Vladimir escupió entre dientes minutos antes. –Por él- Susurró mientras con esfuerzo claramente marcado en su vientre al ser sujetado con uno de sus brazos, se puso en pie, quejosa y con muecas agónicas en su rostro –por Lorand y sólo por él he vuelto a renacer una vez más- Apenas si eran audibles sus murmullos. Mascullaba entre dientes las palabras pero el nombre se le desprendía de sus labios con una naturalidad indescriptible. –...Lorand...- Sonrió al término y se pudo notar el destello en sus ojos al siquiera dejar el eco de ese nombre en la habitación. Una felicidad indeleble pero efímera.
Clavó su mirada fijamente en el hombre frente a ella. Frunció el ceño macando la arruga de su frente. El territorio se llenó de hostilidad, podía sentirse el resentimiento en ambas partes, tanto como él que una sola mirada le dijo todo y en ella que con ese silencio sepulcral tras sus desvaríos quedó. La altanería formaba parte del panorama, los rincones de la choza se vestían con carcajadas al presumirse sabiondos, al leer sin querer los pensamientos de la pobre mujer. Quien no la conoce apostaría su alma al demonio alegando lo frívola que es y la amenaza inscrita en lo negro de sus orbes, pero la verdad era muy distinta a lo que su lenguaje corporal expresaba. Esa era su defensa. Aparcar de su camino a todo aquel que pudiese herirla como lo hizo él y, desgraciadamente para Zainhé, ni la herida ha cerrado, ni la cicatriz de ha borrado. Dio media vuelta sin decir nada, tomó sus pertenencias regadas por la sala y se dispuso a largarse. Un saludo cordial estaba de sobra, ni siquiera dijo adiós cuando se largó, así que si esperaba un “Hola. Te eché de menos” de su parte, sería mejor que se sentase a hacerlo, pues de sus labios no saldría ninguna palabra cordial para ese extraño. Sí, sí… eso era él para ella. Poco sabía sobre su pasado, nada de su presente y, por supuesto no querría conocer el futuro de alguien que no la tomó en cuenta en lo absoluto. Ajustó, sus armas en la espalda arrojando la mochila a cuestas y ajustando las cintillas a su tamaño. Se puso el sombrero nuevamente recogiendo aquellos largos, ondeados y castaños cabellos. Le miró por última vez y sonrió.
No es como si deseara salir huyendo de ahí, pero entre más rápido se alejara de él mejor. Necesitaba pensar con la cabeza fría. Sin que nadie estuviese espiándole de cerca, necesitaba concentrarse en un solo hecho… “Regresó” Sacudió su cabeza con fuerza, no podía dejar de pensar en su presencia tan endemoniadamente real ¿Y si todo era una pesadilla? ¡Absurdo! Los sueños no duelen y ese encuentro comenzaba a arderle en el pecho. Pasó por encima de él con toda prisa, no esperaba quedarse a discutir sobre sus obras de caridad, no quería que la confundiese, que la engatusara… -¿El niño?- La epifanía que le hizo hablar fue aquel chiquillo que se encontraba a merced de los vampiros exterminados. Esperó. Al no ver una respuesta instantánea, comenzó a alterarse ¿Acaso no sabía que el tema de los niños la vuelve loca? No, no lo sabía porque ella nunca se lo ha dicho, incluso cuando el lo reconoció todo en ella, no pudo sospecharlo pues aún no era la mujer que era ahora. No era madre. -¡¿Dónde está el niño?!- Lo tomó por los hombros para sacudirlo fuertemente -¿No lo habrás dejado solo ahí afuera, en el bosque, verdad?- Sus pupilas se dilataron. Sabrá Dios la clase de criaturas que se esconden en las tinieblas. Un terror, un pavor incognoscible se apoderó de ella. –No, no, no, no… Tengo que encontrarlo. Lo llevaré a casa de la vieja Murielle, ella lo cuidará como lo hace con…- Carrespeó. Sus manos soltaron el amarre y mascullando entre dientes un par de frases más, buscó la salida de la casa. -¿Dónde demonios está él cuando lo necesito?- Preguntó haciendo referencia a Târsil, tenía que contarle su encuentro con Vladimir...
Imara Z. Horváth- Fantasma
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Re: Véres éjszaka {Privado}
Enarcó una ceja con enfado, ignorando deliberadamente los celos que le embriagaron. Nunca había esperado encontrarse de nuevo con Zainhé. Las distracciones – cualquiera – no hacían a un cazador mejor. Había optado por tomar todas esas misiones que le mantuviesen alejado de los demás inquisidores. Su actitud fría y cínica – esa que le había hecho ganarse el título de ‘La Cobra’ por sus movimientos gráciles y letales – solo invitaba a todos a que guardaran las distancias. Nadie se acercaba a él, a no ser que fuera para dar los reportes de atisbos de vampiros en las zonas que le tocaba cubrir, o cuando su líder – quien parecía encontrar cualquier forma de fastidiarlo – lo enviaba a misiones en grupo. Observó con cinismo cada uno de sus movimientos. Una sonrisa perversa, provista del más vil placer, curvó su boca. En el pasado, ella había sido un libro abierto. Las páginas estaban ahí, a su merced, esperando que descubriera todos y cada uno de sus secretos. Había estado tan famélico por llenar ese vacío que lo engullía, que había devorado lo que se le ofrecía. La inquisidora actúo como si no estuviesen en la misma habitación y, aunque jamás iba a admitirlo, le molestó la indiferencia que mostraba ante su presencia. – ¿Me extrañaste, Zainhé? Sus palabras, siempre bruscas y malhumoradas hicieron eco en la habitación mientras ella le daba la espalda. No importaba que lo hiciese enfadar, al ignorarlo de esa manera, le demostraba cuánto impacto le ocasionaba verlo. ¿Debía sentirse culpable por la satisfacción que encontraba en el saber que no lo había olvidado? Si debía o no, le restó importancia. Ella había mencionado el nombre de otro hombre y, a juzgar por sus palabras y la mirada diamantina en sus orbes, debía ser alguien importante. Así que, lo había logrado, – frunció el ceño –, entonces, ¿por qué seguía con la estúpida idea de cazar? La cuestión, que no tendría respuesta porque se negaba a decirla en voz alta, consciente de que ella desconocía su aversión de saberla enlistada en la Inquisición, lo enfadó. La bilis hizo hervir su sangre. No importaba lo que todos a su alrededor pensaran, la mayoría creía que se trataba de un ser machista cuando gritaba a los cuatro vientos que no quería a ninguna hembra bajo su mando.
Fue en ese cuarto donde creció, que había tomado la decisión de permanecer solo. Cuando el odio y la vergüenza lo habían envenenado hasta la inconsciencia, había jurado que si escapaba jamás descansaría hasta ver su venganza consumada. Nadie se interpondría entre lo que quería. La hostilidad que irradiaba era solo uno de los muchos muros que había levantado. Lo había creído impenetrable. ¡Lo había creído indestructible! Zainhé había amenazado con derrumbarlo y, si de algo estaba seguro, era que si se lo permitía, pisaría las ruinas. La necesidad de destruirla había sido una compulsión, ¿cómo podría explicárselo? Había sido una amenaza para su formación. Nunca podría haberle ofrecido su pasado, muchos menos un presente. El futuro no existía para él, para ellos. Ella simplemente no podía, ¡no podía! Tomar los pedazos de su alma y unirlos. Traian jamás la habría perdonado si lo hubiese intentado. Vladimir lo había hecho su esclavo de sangre, no necesitaba sentirse el títere de nadie. No obtuvo respuesta. No la esperaba. Eran dos extraños que se encontraban. La sonrisa que apareció en la boca de la inquisidora estaba lejos de ser esos gestos que en medio de los entrenamientos había compartido. Su ceño se profundizó al escuchar sus palabras. La histeria era casi tangible. – Detente ahí. Exigió con brusquedad. – El niño ha huido a casa. Las palabras “Si es que tiene una” quedaron suspendidas en el aire. Se encogió de hombros, restándole importancia. En su opinión, había temas más importantes que abarcar. – ¿Estás aquí sola? La reprimenda era evidente en el tono de su voz. Por la tensión en los hombros de la cazadora, odiaba que se dirigiera a ella en ese tono. – También estoy contento de volver a verte. Sabía que sus palabras solo le molestarían más pero, realmente no podía evitar imprimir la burla en sus palabras. – Podemos hacer esto por las buenas o las malas. Al final de la noche habré ganado yo. Quizás quieras ponerme al día de los acontecimientos. Ese tal Lorand, ¿es tu compañero? Pudieron haberte rebanado el cuello ahí dentro. Su rostro permaneció inexpresivo como una máscara de hielo.
Fue en ese cuarto donde creció, que había tomado la decisión de permanecer solo. Cuando el odio y la vergüenza lo habían envenenado hasta la inconsciencia, había jurado que si escapaba jamás descansaría hasta ver su venganza consumada. Nadie se interpondría entre lo que quería. La hostilidad que irradiaba era solo uno de los muchos muros que había levantado. Lo había creído impenetrable. ¡Lo había creído indestructible! Zainhé había amenazado con derrumbarlo y, si de algo estaba seguro, era que si se lo permitía, pisaría las ruinas. La necesidad de destruirla había sido una compulsión, ¿cómo podría explicárselo? Había sido una amenaza para su formación. Nunca podría haberle ofrecido su pasado, muchos menos un presente. El futuro no existía para él, para ellos. Ella simplemente no podía, ¡no podía! Tomar los pedazos de su alma y unirlos. Traian jamás la habría perdonado si lo hubiese intentado. Vladimir lo había hecho su esclavo de sangre, no necesitaba sentirse el títere de nadie. No obtuvo respuesta. No la esperaba. Eran dos extraños que se encontraban. La sonrisa que apareció en la boca de la inquisidora estaba lejos de ser esos gestos que en medio de los entrenamientos había compartido. Su ceño se profundizó al escuchar sus palabras. La histeria era casi tangible. – Detente ahí. Exigió con brusquedad. – El niño ha huido a casa. Las palabras “Si es que tiene una” quedaron suspendidas en el aire. Se encogió de hombros, restándole importancia. En su opinión, había temas más importantes que abarcar. – ¿Estás aquí sola? La reprimenda era evidente en el tono de su voz. Por la tensión en los hombros de la cazadora, odiaba que se dirigiera a ella en ese tono. – También estoy contento de volver a verte. Sabía que sus palabras solo le molestarían más pero, realmente no podía evitar imprimir la burla en sus palabras. – Podemos hacer esto por las buenas o las malas. Al final de la noche habré ganado yo. Quizás quieras ponerme al día de los acontecimientos. Ese tal Lorand, ¿es tu compañero? Pudieron haberte rebanado el cuello ahí dentro. Su rostro permaneció inexpresivo como una máscara de hielo.
Miklós Valborg- Vampiro Clase Media
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Re: Véres éjszaka {Privado}
La histeria incrementó. No confía en las palabras de los hombres, menos en las de él. ¿Cómo habría de quedarse estática mientras el infante libra una batalla en el bosque? Pero el hombre frente a ella, el sujeto que alguna vez fingió comprender los sentimientos de la mujer, ese varón de incorruptibles deseos y famélica venganza, él jamás entendería la preocupación y la angustia que parecía devorar los sentidos de Zainhé. Con los ojos cerrados, intentó tranquilizarse. Sus manos se aferraron a las cintillas de su mochila, deseaban aniquilar la ira, la frustración y el sentimiento de inferioridad que la rodeaba cuando estaba él cerca ¡Maldición! ¿Por qué tuvo que regresar cuando estaba por olvidarlo? Se quejó golpeando la pared más cercana. Su pie se clavó en la pútrida madera hasta que, con un poco de fuerza, se libró de ella. La vorágine de emociones le hacía querer huir de ahí. Encontrar la diferencia, la fina línea que la separa del odio al ¿amor? No, no, no… eso no era amor y el límite no existía tampoco. ¿Entonces por qué se sentía tan voluble? La mirada amenazante corrió desde sus pies hasta los orbes del rubio. ¡¿Qué había dicho?! -¡TÚ!- El golpe de su voz fue agresivo, imperante. –No tienes ningún derecho de mencionar su nombre- Se giro lentamente. Los cristales rotos crujieron bajo sus botas, agonizantes, augurando la destrucción y la conversión de polvo a lo que alguna vez fue un hermoso vitral. De esa misma forma se sentía ella, arrastrada a las profundidades de un obscuro abismo llamado Vladimir.
Tuvo que reprimir su coraje, tragarse esas terribles ganas de alcanzarlo y golpearlo con el puño cerrado hasta noquearlo; de no haberlo hecho jamás hubiese encontrado una salida rápida para las explicaciones que él exigía. Los huesos de su cuello tronaron. Intentaba relajarse. Traian la conoció desquebrajada pero fueron sus palabras las que llenaron de ilusión esos ojos, ojos que brillaban por encima de una cálida y esperanzada sonrisa. No quedaba rastro de aquella niña. No había nada en ella que pudiese hacerle creer que era la misma Zainhé -¿Importa?- Preguntó con la ceja arqueada. La tensión aumentó tres cuartos. La frivolidad de su mirada debía ser la alerta que le indicase a él mantenerse alejado de ella, sin hacer preguntas, sin pretender respuestas. Pero la joven sabía que tarde o temprano tendría que confesárselo. ¿Se pondría feliz o querría morir de desdicha al enterarse de que es padre? Sí, quizá no era la misma Zainhé, sin embargo, continuaba siendo humana y sus sentimientos estaban a punto de hacerle una mala jugada –Nunca te importé realmente ¿Qué más da si me rebanan el cuello? No estarás ahí para verlo- Bajó tristemente la mirada. Tenía las cosas en claro; su vida era tan frágil como las alas de la mariposa y, a diferencia del fénix, justo ahora se sentía más herida que un cuervo solitario. Tarde o temprano perdería las riendas y con ellas la vida ¿Qué iba a ser de Lorand si ella faltaba? Estaba Murielle, ella lo cuidaría como a un hijo, de la misma forma en la que la acogió a ella cuando estaba embarazada. Nada de eso lo sabe él. Las mujeres dentro de la Inquisición tienen prohibido quedar preñadas. Si lo hacen, era muy probable que ellos mismos se encargaran del aborto o tal vez al nacer lo dieran en adopción. El castigo para esas mujeres era… tragó saliva.
-No tienes ningún derecho a pedirme explicaciones- Susurró manteniendo la mirada en el suelo, no porque le temiera, no porque estuviese avergonzada de sus actos, sino porque sabía que si levantaba la vista y lo veía una vez más a la cara, no podría controlar el desprecio que le guardó durante todo ese tiempo lejos de su hijo ¡Su hijo! –No vine con nadie- Estaba segura que aquella confesión sólo lo molestaría más. Le restó importancia porque eso es lo que quería en el momento, que él se enfadara, hiciera sus berrinches, pataleara hasta el punto de la desesperación y la dejara ahí, completamente sola. Eso sería lo mejor. –Deja de preocuparte y fingir que te intereso, que ‘estas contento de volver a verme’. Nada nos….- No pudo terminar la frase porque era una mentira ¡Una colosal mentira! Sacudió la cabeza negándose los gritos que su mente filtraba sobre sus pensamientos, como aquel titiritero que obliga a sus muñecos a actuar de forma desinhibida, irresponsable. –No puedes llegar y pretenderme- Hizo una larga pausa y al final levantó la mirada sólo para encontrar su rostro tan inescrutable como el propio –No te gusta la compañía. No quieres cargas y él y yo, sólo te retrasaríamos ¿Cierto?- No se dio cuenta de la escapada que tuvo. Había mencionado a alguien más dentro de la frase, alguien no está dentro de la consciencia de Traian –Anda, vete… Estaré bien. Siempre lo estuve- Finalizó señalando la puerta con la mano. Su serenidad resultaba perturbadora.
Tuvo que reprimir su coraje, tragarse esas terribles ganas de alcanzarlo y golpearlo con el puño cerrado hasta noquearlo; de no haberlo hecho jamás hubiese encontrado una salida rápida para las explicaciones que él exigía. Los huesos de su cuello tronaron. Intentaba relajarse. Traian la conoció desquebrajada pero fueron sus palabras las que llenaron de ilusión esos ojos, ojos que brillaban por encima de una cálida y esperanzada sonrisa. No quedaba rastro de aquella niña. No había nada en ella que pudiese hacerle creer que era la misma Zainhé -¿Importa?- Preguntó con la ceja arqueada. La tensión aumentó tres cuartos. La frivolidad de su mirada debía ser la alerta que le indicase a él mantenerse alejado de ella, sin hacer preguntas, sin pretender respuestas. Pero la joven sabía que tarde o temprano tendría que confesárselo. ¿Se pondría feliz o querría morir de desdicha al enterarse de que es padre? Sí, quizá no era la misma Zainhé, sin embargo, continuaba siendo humana y sus sentimientos estaban a punto de hacerle una mala jugada –Nunca te importé realmente ¿Qué más da si me rebanan el cuello? No estarás ahí para verlo- Bajó tristemente la mirada. Tenía las cosas en claro; su vida era tan frágil como las alas de la mariposa y, a diferencia del fénix, justo ahora se sentía más herida que un cuervo solitario. Tarde o temprano perdería las riendas y con ellas la vida ¿Qué iba a ser de Lorand si ella faltaba? Estaba Murielle, ella lo cuidaría como a un hijo, de la misma forma en la que la acogió a ella cuando estaba embarazada. Nada de eso lo sabe él. Las mujeres dentro de la Inquisición tienen prohibido quedar preñadas. Si lo hacen, era muy probable que ellos mismos se encargaran del aborto o tal vez al nacer lo dieran en adopción. El castigo para esas mujeres era… tragó saliva.
-No tienes ningún derecho a pedirme explicaciones- Susurró manteniendo la mirada en el suelo, no porque le temiera, no porque estuviese avergonzada de sus actos, sino porque sabía que si levantaba la vista y lo veía una vez más a la cara, no podría controlar el desprecio que le guardó durante todo ese tiempo lejos de su hijo ¡Su hijo! –No vine con nadie- Estaba segura que aquella confesión sólo lo molestaría más. Le restó importancia porque eso es lo que quería en el momento, que él se enfadara, hiciera sus berrinches, pataleara hasta el punto de la desesperación y la dejara ahí, completamente sola. Eso sería lo mejor. –Deja de preocuparte y fingir que te intereso, que ‘estas contento de volver a verme’. Nada nos….- No pudo terminar la frase porque era una mentira ¡Una colosal mentira! Sacudió la cabeza negándose los gritos que su mente filtraba sobre sus pensamientos, como aquel titiritero que obliga a sus muñecos a actuar de forma desinhibida, irresponsable. –No puedes llegar y pretenderme- Hizo una larga pausa y al final levantó la mirada sólo para encontrar su rostro tan inescrutable como el propio –No te gusta la compañía. No quieres cargas y él y yo, sólo te retrasaríamos ¿Cierto?- No se dio cuenta de la escapada que tuvo. Había mencionado a alguien más dentro de la frase, alguien no está dentro de la consciencia de Traian –Anda, vete… Estaré bien. Siempre lo estuve- Finalizó señalando la puerta con la mano. Su serenidad resultaba perturbadora.
Imara Z. Horváth- Fantasma
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Re: Véres éjszaka {Privado}
Los cazadores – como él, como Zainhé – caminaban sobre la cuerda floja cada noche que buscaban vencer a la oscuridad gobernada por ellos. Durante años, había sido testigo de la fuerza y velocidad que poseía su enemigo. Era muy consciente de que siendo un simple humano, todo a lo que podía aferrarse era a sus armas. Nunca había pretendido confiar solo en sí mismo para vencerlos. Su arrogancia carecía de valor si en el campo de batalla no escapaba con vida. Una noche más significaba continuar con su búsqueda y lucha. Así que cuando sus pasos acortaron la distancia que la inquisidora había impuesto entre ellos, una carcajada fría y llena de ironía se abrió paso a zarpazos desde lo profundo de su pecho. Su mano había viajado demasiado rápido a través del aire. Se encontraba ahora sosteniendo – con fuerza – el brazo de ella. Sabía que le estaba haciendo daño, pero en ese momento no le importaba, quería hacerle daño. La carcajada murió con la misma rapidez en que había llegado. En ese momento su rostro había sufrido un completo cambio. Si antes se había encontrado disfrutando con el sarcasmo, no quedaba ni rastro. ¿Se estaba burlando de él? Su mirada – carente de vida – se había clavado en esos orbes que, durante un tiempo, le acogieron. Quienes se habían visto obligados a participar con él en una cacería, habían visto cientos de veces esa mirada. Todos, sin excepción alguna, habían mirado hacia otro lado cuando comprendieron que la muerte se reflejaba en ellos. Por varios minutos, no dijo nada. Las palabras de Zainhé aún hacían eco en sus pensamientos. Le obligó a ver el vacío en su interior, aquél que siempre había disfrazado en su presencia. Ella había sido la parte más importante en su vida, lo suficientemente importante como para no arrastrarla a esa vorágine de rabia, impotencia e ira que día a día le consumía. Le había amado tanto como podía, pero no había sido suficiente. Él nunca había dejado de pensar en la venganza, incluso cuando le estrechó en sus brazos. Su mente había sido rota en mil pedazos. Eran piezas de un puzle extraño.
- ¿Retrasarme? ¿Él y tú? Conforme hablaba, su mano apretaba con más fuerza. Sabía que cuando la soltara le quedarían las marcas, pero saberlo – una vez más – no fue suficiente para que quisiera liberarla. Demonios. Había tanto en sus palabras que quería rebatir y, sin embargo, sabía que nunca lo haría. Cazar era su prioridad. El único juramento que pensaba honrar. Les debía eso a sus padres y hermano. - ¿De qué demonios estás hablando? Le zarandeó, como si con ese gesto le obligara a soltar una explicación. No podía ser lo que estaba pensando, ¿cierto? Una y otra vez buscó en sus orbes la respuesta. En el pasado ella había sido fácil de leer. Esta vez, en cambio, el libro estaba cerrado. – Háblame Zainhé. Las palabras eran totalmente bruscas y cortantes. Cuando creyó que ella se iría por la tangente, obviando el tema, levantó una ceja en una simple advertencia. No. No escaparía de su agarre tan fácil. La intensidad con que le miraba era tal que cualquiera que les viera enfrentarse sabría que estaban en problemas. La tensión se había extendido a cada uno de sus músculos. Un segundo fue suficiente para echar un vistazo tras esa cortina de serenidad que la inquisidora había dejado caer sobre su rostro. ¿Buscaba permanecer lejos de él actuando de esa forma? Si aún recordaba como era, sabría que eso no bastaría para hacerlo desistir. Ambos eran espías. Él había sido elegido por sus métodos para obtener información. Nunca dudaba en sus ejecuciones. No tenía escrúpulos, solo esa sed que nada saciaba. ¿Creía que tendría consideración por tratarse de ella? Seguramente no. Le había robado su inocencia con mentiras, maldita sea. – Háblame. Tenía que escucharlo de sus labios. Aún no se había permitido aceptar esa posibilidad. Si lo hacía, le odiaría.
- ¿Retrasarme? ¿Él y tú? Conforme hablaba, su mano apretaba con más fuerza. Sabía que cuando la soltara le quedarían las marcas, pero saberlo – una vez más – no fue suficiente para que quisiera liberarla. Demonios. Había tanto en sus palabras que quería rebatir y, sin embargo, sabía que nunca lo haría. Cazar era su prioridad. El único juramento que pensaba honrar. Les debía eso a sus padres y hermano. - ¿De qué demonios estás hablando? Le zarandeó, como si con ese gesto le obligara a soltar una explicación. No podía ser lo que estaba pensando, ¿cierto? Una y otra vez buscó en sus orbes la respuesta. En el pasado ella había sido fácil de leer. Esta vez, en cambio, el libro estaba cerrado. – Háblame Zainhé. Las palabras eran totalmente bruscas y cortantes. Cuando creyó que ella se iría por la tangente, obviando el tema, levantó una ceja en una simple advertencia. No. No escaparía de su agarre tan fácil. La intensidad con que le miraba era tal que cualquiera que les viera enfrentarse sabría que estaban en problemas. La tensión se había extendido a cada uno de sus músculos. Un segundo fue suficiente para echar un vistazo tras esa cortina de serenidad que la inquisidora había dejado caer sobre su rostro. ¿Buscaba permanecer lejos de él actuando de esa forma? Si aún recordaba como era, sabría que eso no bastaría para hacerlo desistir. Ambos eran espías. Él había sido elegido por sus métodos para obtener información. Nunca dudaba en sus ejecuciones. No tenía escrúpulos, solo esa sed que nada saciaba. ¿Creía que tendría consideración por tratarse de ella? Seguramente no. Le había robado su inocencia con mentiras, maldita sea. – Háblame. Tenía que escucharlo de sus labios. Aún no se había permitido aceptar esa posibilidad. Si lo hacía, le odiaría.
Miklós Valborg- Vampiro Clase Media
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Re: Véres éjszaka {Privado}
Miedo. Había miedo surcando en el aire de la habitación, un pánico hacia su reacción. No era el mejor momento para escupirlo sin más nada, por eso prefería mil veces que la dejara ahí, abandonada a su suerte como la última vez en la que estuvieron juntos. ¡Maldición! ¿Por qué no lo había hecho? Bajó la mirada tratando de desviarla hacia un punto en que no apreciara nada de lo que a él respecta. Sus ojos, sus labios, sus brazos… ¡Nada! Las terribles ganas de correr, de alejarse de ahí, de que la tierra se partiese en dos y se la tragase, se intensificaron al escuchar el martillar de sus palabras contra sus sentidos. En su inconsciencia, en medio del enfado y el impacto por reconocer que aún no ha sido capaz de borrarlo de su pasado, la confundieron a tal punto de cometer aquel error. Su brazo fue aprisionado con la mano de Traian; el sopor fue débil, apenas sensitivo. Lo que vio en su mirada fue más aterrador que el mismísimo infierno abriéndose paso sobre la tierra. No pudo soportar lo gélido de sus orbes y una lágrima se derrapó por su mejilla. Zainhé, en su afán por ser más fuerte, por no permitir que el mundo se le cerrase en la cara, jamás le lloró al hombre que amaba, ni una sola lágrima… nada. Ahora lo tenía frente a ella con una vorágine de emociones mancillando desde adentro cada parte de su cuerpo. La sangre le hervía. El corazón estaba a punto de salirse de su cuerpo. El vacío llenó sus pulmones, su vientre. Colapsó.
-Yo…- Tragó saliva intentando ahogar el llanto que se acumulaba en sus ojos. El nudo en su garganta amenazaba con asfixiarla y su brazo, ese que él sostenía incorrupto, con fuerza, la obligó a quejarse. Su mirada se enfocó en él. No es una mujer cobarde y no comenzaría a serlo en esa ocasión. El fuego en su interior, ese maldito ardor que le caracteriza, aquel que la mantiene con vida, se incendió de nuevo sólo para poder mantener la vista fija en la mirada ajena. –Tú…- Aún no podía articular más de una sílaba. La voz se le cerraba con cada pensamiento. ¡Necesitaba encontrar las palabras apropiadas! Necesitaba… Sus rodillas flaquearon. Se sostuvo sobre el borde del muro más cercano. Sonrió. –Me… me lastimas- Después de eso el silencio se ciñó sobre ambos. La obscuridad fue abrumadora, una terrible visión de lo que les rodeaba y ese tonto vacío. Zainhé escuchaba la respiración agitada de su acompañante. Su corazón famélico y la rabia en sus ojos. ¡Maldición! Llevó la mano hasta su vientre sobando la parte en la cual Lorand había pasado siete meses dentro. Un parto difícil y casi lo pierde a no ser por aquella mujer a la cual no sólo le debía su vida y la de su hijo, sino que a pesar de todo y los bajos recursos que poseen, aún está al pendiente de la Inquisidora y su bebé. Contrajo el abdomen recordando la diminuta cosa que se movía dentro de ella. Frunció el ceño. Sonrió. –Lorand…- Susurró su nombre asintiendo con la cabeza antes de levantar la mirada y para ver al padre de su hijo cara a cara. El rostro de Zainhé fue sereno, pacífico… angelical. El brillo en sus ojos penetró las profundidades en la calculadora y frívola expresión de Traian. –Lorand es…- Volvió a sonreír dejando que sus mejillas se llenasen de un color rojiso. –Tú... Él es nuestro hijo- Al fin pronunció las palabras –Eres padre de un niño hermoso- Añadió.
No pudo escrutar la reacción de Traian, así que simplemente se separó de él. Quitó la mano del Inquisidor de su brazo y retrocedió dos pasos. Era preferible estar lejos de él que cerca. Siempre fue impredecible, un hombre lleno de carácter y tan resentido con la vida como ella lo había estado. Pero Lorand apareció en el momento más obscuro de su existencia y le regresó los motivos por los cuales seguir respirando. -¿Vladimir?- El miedo regresó a ella. El impulso por correr a abrazarlo, sostenerlo entre sus brazos y sentir la alegría porque eran padres, corrió por todo su torrente sanguíneo. Sabía que es una idea absurda. Se quedó en silencio apretando el abdomen, crispando los puños, esperando lo peor. El rechazo. Estiró la mano hacia él para tocarlo pero a mitad del camino la apartó. Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. ¡Eso no debió ser así! ¡Lo había planeado tantas veces! Lo escribió en trozos de papel, lo ensayó frente al espejo. –Vladimir dime algo, por favor.- Su voz se quebró a la mitad de la frase. No estaba segura si era tristeza, emoción, alegría… euforia. Quizá era todo y nada a la vez. Si él se daba media vuelta y la abandonaba, lo entendería ¡Sí, lo haría! Pero eso significaría que no quería saber nada de ella, ni de su hijo. El sólo pensar en esa posibilidad, le destrozó el corazón.
-Yo…- Tragó saliva intentando ahogar el llanto que se acumulaba en sus ojos. El nudo en su garganta amenazaba con asfixiarla y su brazo, ese que él sostenía incorrupto, con fuerza, la obligó a quejarse. Su mirada se enfocó en él. No es una mujer cobarde y no comenzaría a serlo en esa ocasión. El fuego en su interior, ese maldito ardor que le caracteriza, aquel que la mantiene con vida, se incendió de nuevo sólo para poder mantener la vista fija en la mirada ajena. –Tú…- Aún no podía articular más de una sílaba. La voz se le cerraba con cada pensamiento. ¡Necesitaba encontrar las palabras apropiadas! Necesitaba… Sus rodillas flaquearon. Se sostuvo sobre el borde del muro más cercano. Sonrió. –Me… me lastimas- Después de eso el silencio se ciñó sobre ambos. La obscuridad fue abrumadora, una terrible visión de lo que les rodeaba y ese tonto vacío. Zainhé escuchaba la respiración agitada de su acompañante. Su corazón famélico y la rabia en sus ojos. ¡Maldición! Llevó la mano hasta su vientre sobando la parte en la cual Lorand había pasado siete meses dentro. Un parto difícil y casi lo pierde a no ser por aquella mujer a la cual no sólo le debía su vida y la de su hijo, sino que a pesar de todo y los bajos recursos que poseen, aún está al pendiente de la Inquisidora y su bebé. Contrajo el abdomen recordando la diminuta cosa que se movía dentro de ella. Frunció el ceño. Sonrió. –Lorand…- Susurró su nombre asintiendo con la cabeza antes de levantar la mirada y para ver al padre de su hijo cara a cara. El rostro de Zainhé fue sereno, pacífico… angelical. El brillo en sus ojos penetró las profundidades en la calculadora y frívola expresión de Traian. –Lorand es…- Volvió a sonreír dejando que sus mejillas se llenasen de un color rojiso. –Tú... Él es nuestro hijo- Al fin pronunció las palabras –Eres padre de un niño hermoso- Añadió.
No pudo escrutar la reacción de Traian, así que simplemente se separó de él. Quitó la mano del Inquisidor de su brazo y retrocedió dos pasos. Era preferible estar lejos de él que cerca. Siempre fue impredecible, un hombre lleno de carácter y tan resentido con la vida como ella lo había estado. Pero Lorand apareció en el momento más obscuro de su existencia y le regresó los motivos por los cuales seguir respirando. -¿Vladimir?- El miedo regresó a ella. El impulso por correr a abrazarlo, sostenerlo entre sus brazos y sentir la alegría porque eran padres, corrió por todo su torrente sanguíneo. Sabía que es una idea absurda. Se quedó en silencio apretando el abdomen, crispando los puños, esperando lo peor. El rechazo. Estiró la mano hacia él para tocarlo pero a mitad del camino la apartó. Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. ¡Eso no debió ser así! ¡Lo había planeado tantas veces! Lo escribió en trozos de papel, lo ensayó frente al espejo. –Vladimir dime algo, por favor.- Su voz se quebró a la mitad de la frase. No estaba segura si era tristeza, emoción, alegría… euforia. Quizá era todo y nada a la vez. Si él se daba media vuelta y la abandonaba, lo entendería ¡Sí, lo haría! Pero eso significaría que no quería saber nada de ella, ni de su hijo. El sólo pensar en esa posibilidad, le destrozó el corazón.
Imara Z. Horváth- Fantasma
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Re: Véres éjszaka {Privado}
¿Qué demonios era eso que se instalaba en su pecho? Sin pensar realmente en ello, pasó brusca y furiosamente, la mano sobre el pecho. El dolor era una constante en su vida. Era una parte – sino todo – del quién y qué era. Estaba tan acostumbrado a estar con ella todos los malditos días, que había empezado a jurar que estaba tan destruido por dentro que nada podía hacer para detener ese entumecimiento. La punzada, lejos de dar un paso atrás ante la rabia desmedida que amenazaba con catapultarlo, bramó victoria, enterrando el asta de su bandera en ese órgano servil. ¿Se burlaba de él por todos esos años que no fue echada en falta? ¡Maldita sea! ¡No había olvidado asistir a su funeral! Había sido él quien enterrara todo lo que no le hacía falta, dejando atrás el dolor para reemplazarlo por la determinación. No conocía de sentimientos, - los había abandonado la noche que comprendió que era el arma que a su ‘amo’ más le gustaba – solo de venganza. Estaba vacío, del mismo modo que lo estaba el cuarto que alquilaba. En éste solo tenía lo que se necesitaba. No había espacio para nada más, excepto para sus armas. Ellas eran las que le mantenían entretenido mientras esperaba a que el crepúsculo anunciara que podía salir de caza. Irónicamente, cuidaba más de ellas que de sí mismo. Su incapacidad para conciliar el sueño e incluso para mantenerse dormido por más que un par de horas, le hacía buscar una forma de mantenerse cuerdo. Una vez que se acostaba, el cazador era presa de las pesadillas. Se le había hecho imposible no recurrir a la absenta. Cada día que pasaba, se perdía más y más en ella. Ya no le importaba caminar bajo la Luna con los efectos secundarios del alcohol. En realidad, nunca le había importado. Él no le temía a la muerte, él la odiaba porque no había llegado a visitarlo cuando se lo pidió a gritos, así que se limitaba a burlarse de ella hasta que se apareciera. Entonces, solo entonces, ¡podrían tener su maldita pelea! Zainhé solo le estaba mintiendo. ¡Tenía que ser eso! ¿Cómo iba a aceptar que todo ese tiempo había estado equivocado? Su rabia se petrificó en sus orbes al observar el gesto y la expresión de la inquisidora. Ahora podía ver – realmente ver – la diferencia entre esta mujer y la joven con quien se cruzó en el pasado.
Cuando habían entrado a formarse, ella aún había poseído un aire de inocencia. Traian había estado a su alrededor como el mendigo que ha encontrado un tesoro y no sabe si esconderlo o venderlo. Él no hizo lo uno ni lo otro. Se había limitado a disfrutarlo, a sabiendas de que un día iba a desaparecer de sus manos. Recordó aquélla noche. Había sido tan inexperto. Tan brusco. El contacto físico siempre lo había repelido. Aún podía escuchar los gimoteos de aquélla joven que fue arrastrada hasta su celda. El vampiro había amenazado con matarla sino la tocaba. No había querido hacerle daño pero sabía que cualquier cosa que él hiciera, sería menos doloroso para ellos, si aceptaban que eran marionetas. Al final, su cuerpo no había respondido ante el miedo y ella había muerto. Escuchar el nombre falso de los labios de ella, aquél que había pronunciado más de una vez cuando estuvieron juntos, le hizo apretar la mandíbula con fuerza. Ella ni siquiera sabía quién demonios era. Había iniciado siendo Vladimir, solo para ganarse después el apodo con que le conocerían cazadores e inquisidores. Había construido un castillo de mentiras para llevársela a la cama y, sí, no lo lamentaba. Zainhé había despertado su interés de formas inimaginables y él había optado por disfrutarlo. Por un largo rato, se limitó a escuchar el eco de sus palabras. ¿Un hijo? ¿Tenía… tenían un hijo? ¡Mierda! Ahí estaba de nuevo esa maldita punzada. - ¿Qué quieres que te diga, Zainhé? Las palabras que quería gritar se agolpaban en su garganta. - ¿Qué estoy sorprendido? Su voz aumentaba de decibel con cada palabra. Estaba molesto. Con ella, consigo. ¿Por qué no había pensado en aquélla posibilidad cuando la dejó atrás? Si no fuese por esa mirada diamantina o por la forma en que había tocado su vientre… Entonces, recordó que ella había estado ansiosa por alejarse de él. No había pensado darle la noticia. - ¡¿Cuándo?! ¿Cuándo pensabas decírmelo? Aunque esa era la primera vez que se cruzaran después de tanto tiempo, La Cobra era conocida no solo por su gallarda forma de matar, sino por ser la mano derecha del líder de su facción. Si ella hubiese querido encontrarle… - ¿Es esta tu jodida forma de vengarte? Su furia era palpable. La tormenta se desató fuera. Lo que había empezado como una ligera llovizna, había despertado en toda su furia. El techo de la vivienda en la que se hallaban tenía los suficientes agujeros como para que se empezaran a formar charcos bajo ellos. Los destellos platas – provocados por los rayos – le daban un aire fantasmagórico a la escena. Pero nada de eso importaba. Si ella estaba diciendo la verdad, su hijo tendría aproximadamente tres años. ¡Tres malditos años!
Cuando habían entrado a formarse, ella aún había poseído un aire de inocencia. Traian había estado a su alrededor como el mendigo que ha encontrado un tesoro y no sabe si esconderlo o venderlo. Él no hizo lo uno ni lo otro. Se había limitado a disfrutarlo, a sabiendas de que un día iba a desaparecer de sus manos. Recordó aquélla noche. Había sido tan inexperto. Tan brusco. El contacto físico siempre lo había repelido. Aún podía escuchar los gimoteos de aquélla joven que fue arrastrada hasta su celda. El vampiro había amenazado con matarla sino la tocaba. No había querido hacerle daño pero sabía que cualquier cosa que él hiciera, sería menos doloroso para ellos, si aceptaban que eran marionetas. Al final, su cuerpo no había respondido ante el miedo y ella había muerto. Escuchar el nombre falso de los labios de ella, aquél que había pronunciado más de una vez cuando estuvieron juntos, le hizo apretar la mandíbula con fuerza. Ella ni siquiera sabía quién demonios era. Había iniciado siendo Vladimir, solo para ganarse después el apodo con que le conocerían cazadores e inquisidores. Había construido un castillo de mentiras para llevársela a la cama y, sí, no lo lamentaba. Zainhé había despertado su interés de formas inimaginables y él había optado por disfrutarlo. Por un largo rato, se limitó a escuchar el eco de sus palabras. ¿Un hijo? ¿Tenía… tenían un hijo? ¡Mierda! Ahí estaba de nuevo esa maldita punzada. - ¿Qué quieres que te diga, Zainhé? Las palabras que quería gritar se agolpaban en su garganta. - ¿Qué estoy sorprendido? Su voz aumentaba de decibel con cada palabra. Estaba molesto. Con ella, consigo. ¿Por qué no había pensado en aquélla posibilidad cuando la dejó atrás? Si no fuese por esa mirada diamantina o por la forma en que había tocado su vientre… Entonces, recordó que ella había estado ansiosa por alejarse de él. No había pensado darle la noticia. - ¡¿Cuándo?! ¿Cuándo pensabas decírmelo? Aunque esa era la primera vez que se cruzaran después de tanto tiempo, La Cobra era conocida no solo por su gallarda forma de matar, sino por ser la mano derecha del líder de su facción. Si ella hubiese querido encontrarle… - ¿Es esta tu jodida forma de vengarte? Su furia era palpable. La tormenta se desató fuera. Lo que había empezado como una ligera llovizna, había despertado en toda su furia. El techo de la vivienda en la que se hallaban tenía los suficientes agujeros como para que se empezaran a formar charcos bajo ellos. Los destellos platas – provocados por los rayos – le daban un aire fantasmagórico a la escena. Pero nada de eso importaba. Si ella estaba diciendo la verdad, su hijo tendría aproximadamente tres años. ¡Tres malditos años!
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Re: Véres éjszaka {Privado}
El silencio, puede ser el ruido más devastador de todos. Con cada segundo, su cabeza parecía estallar en miles de pedazos; las palabras no dichas y el sentimiento de culpa, se ceñían sobre ella asfixiándole. Temía por lo peor. Él era así, y pese a todo el rechazo que podía sentir por él, continuaba siendo el padre de su hijo, aquel hombre al que se entregó sin pudor alguno… ¿Lo ama? Bajó la mirada, no podía verlo a la cara con aquel enfado recibiéndole. Ha pasado tiempo desde la última vez que estuvieron juntos, sin embargo, lo conocía ¡Ella lo conocía! Parte de Traian pasó dentro de su vientre, parte de él se encontraba en la mirada azul de Lorand, parte de él... Sus músculos se tensaron, su corazón se detuvo y el golpeteo de los segundos en su cabeza se escuchaba hueco, haciendo escala de un “clic” altisonante ¿Cuánto tiempo transcurrió desde que él profirió la última frase? En ese estado todo era relativo, ni siquiera estaba completamente si era real o un simple sueño. Levantó la mirada para reposar en su profunda mirada. La fuerza le abandonó, sus rodillas flaquearon, su cuerpo sintió desvanecerse. Estaba débil. Tan débil y desprotegida como un niño abandonado a su suerte en el bosque. Suspiró alertando la lluvia caer sobre su piel, empapándola. Gotas que se derretían en su rostro y sobre sus ropas, intentando hacer que reaccionara después del caos que su mente generó sin tener un motivo. Suavizó los músculos, permitió que su contraído cuerpo se deslizara inconscientemente un paso hacia delante. Desde ahí alcanzó con su mano la chaqueta de Traian con sus dedos. Subió y bajo con suma lentitud, explorando la textura, obedeciendo la sensación extraña, melancólica y protectora de sus manos. Frunció el ceño con una sonrisa de medio lado.
-Mis manos te extrañaban- Susurró. No fue la respuesta que él esperaba y ella ni siquiera se dio cuenta de haberlo pronunciado con semejante dicción en sus labios. Estaba perdida, sumergida en un punto ciego entre la realidad y sus sueños. Sacudió la cabeza cuando un poco de polvo cayó sobre su cabeza. El techo de aquella ruina colapsaría en cuestión de segundos y ellos aún estaban dentro, esperando que la discusión se tornase más amena, más coherente para ambos. Miró por encima de su hombro, después apartó la mano de donde la tenía y sacudió el polvo de su cabeza. Miró a Traian por el rabillo del ojo, la pregunta dejó eco en el vacío de su cabeza ¿Qué? Clavó la mirada en él, no había estado escuchándolo pero al parecer ese movimiento la regresó de su estado catatónico. Aspiró profundamente tratando de comprender lo que había dicho, sus reclamos y la forma en la que le trataba como a un soldado que ha fallado en la misión encomendada. Abrió la boca para tomar aire, la cerró. Frunció el ceño, se relamió los labios atrapando el inferior con sus dientes y presionando. Al sentir el dolor, fue que por fin pudo romper el silencio entre ambos. -¿Vengarme?- Formuló retórica. -¿De qué demonios estás hablando?- Su confusión atavió el sonido de las preguntas en el tono de su voz. No lo entendía, tal vez no quería hacerlo. –Te… te escribí demasiadas veces, la misma cantidad de cartas que quemé.- Parpadeó innumerables veces recordando la cantidad exacta de hojas que desperdició con el remitente y sin siquiera ser terminadas. –Intenté decirlo, cuando lo supe pero recordé…- Guardó silencio. Había comprendido a lo que él se refería -¿Crees que soy tan cruel como para apartar a mi hijo de su padre sólo porque este me abandonó una noche después?- Sus ojos se posaron impacientes, replicantes y letales sobre el rostro del Inquisidor -¡Deja de ser tan egoísta! ¡No todo en este maldito mundo tiene escrito tu nombre! Admito que al principio fue así pero después yo…- Justo en ese preciso momento, se sintió más desprotegida y abandonada que nunca.
¿Aluna vez has tenido esa sensación de amargura y miedo en tu boca? La obscuridad la acechaba, de cada rincón, sobre y debajo de ella. Sus alucinaciones eran una mezcla escalofriante entre su pasado y el presente. Cuando era apenas una niña y conoció la maldad en los ojos de aquel hombre. Toda su vida, desde aquel infierno hasta el de segundos atrás, pasó por su cabeza volcándose sin sentido, golpeándola, tratando de herirla hasta que su corazón dejase de latir por completo y su respiración ya no fuese necesaria para mantenerla con vida. Esa es su debilidad y fortaleza. Un impulso descontrolado, la orilló a abrazarse a él, refugiarse en su pecho y buscar por una pisca de sentimentalismo en el corazón ajeno. –Tenía miedo, Vladimir. Miedo a que me culparas por truncar tus deseos de venganza. Miedo a que me repudiaras como lo haces ahora. Miedo a que te volvieses en mi contra y me acusaras con el resto de la facción. Miedo a que me obligaran a perderlo. Miedo a que…- Hundió el rostro en el pecho de Traian –Miedo a que me hicieran justamente lo que nosotros hacemos a quienes practican la herejía.- Sus brazos se presionaron más contra él pidiéndole a gritos que rodeara los suyos sobre su espalda, que acariciara sus cabellos y tratase de consolarle. Necesita sentirse protegida, necesitaba sentirse a salvo. Lo necesitaba a él. –Sólo tenía miedo. Lo siento.- Lloró intentando apartarse de él, la lluvia sería la excusa perfecta para la humedad de sus ojos. ¡Ella es fuerte!
-Mis manos te extrañaban- Susurró. No fue la respuesta que él esperaba y ella ni siquiera se dio cuenta de haberlo pronunciado con semejante dicción en sus labios. Estaba perdida, sumergida en un punto ciego entre la realidad y sus sueños. Sacudió la cabeza cuando un poco de polvo cayó sobre su cabeza. El techo de aquella ruina colapsaría en cuestión de segundos y ellos aún estaban dentro, esperando que la discusión se tornase más amena, más coherente para ambos. Miró por encima de su hombro, después apartó la mano de donde la tenía y sacudió el polvo de su cabeza. Miró a Traian por el rabillo del ojo, la pregunta dejó eco en el vacío de su cabeza ¿Qué? Clavó la mirada en él, no había estado escuchándolo pero al parecer ese movimiento la regresó de su estado catatónico. Aspiró profundamente tratando de comprender lo que había dicho, sus reclamos y la forma en la que le trataba como a un soldado que ha fallado en la misión encomendada. Abrió la boca para tomar aire, la cerró. Frunció el ceño, se relamió los labios atrapando el inferior con sus dientes y presionando. Al sentir el dolor, fue que por fin pudo romper el silencio entre ambos. -¿Vengarme?- Formuló retórica. -¿De qué demonios estás hablando?- Su confusión atavió el sonido de las preguntas en el tono de su voz. No lo entendía, tal vez no quería hacerlo. –Te… te escribí demasiadas veces, la misma cantidad de cartas que quemé.- Parpadeó innumerables veces recordando la cantidad exacta de hojas que desperdició con el remitente y sin siquiera ser terminadas. –Intenté decirlo, cuando lo supe pero recordé…- Guardó silencio. Había comprendido a lo que él se refería -¿Crees que soy tan cruel como para apartar a mi hijo de su padre sólo porque este me abandonó una noche después?- Sus ojos se posaron impacientes, replicantes y letales sobre el rostro del Inquisidor -¡Deja de ser tan egoísta! ¡No todo en este maldito mundo tiene escrito tu nombre! Admito que al principio fue así pero después yo…- Justo en ese preciso momento, se sintió más desprotegida y abandonada que nunca.
¿Aluna vez has tenido esa sensación de amargura y miedo en tu boca? La obscuridad la acechaba, de cada rincón, sobre y debajo de ella. Sus alucinaciones eran una mezcla escalofriante entre su pasado y el presente. Cuando era apenas una niña y conoció la maldad en los ojos de aquel hombre. Toda su vida, desde aquel infierno hasta el de segundos atrás, pasó por su cabeza volcándose sin sentido, golpeándola, tratando de herirla hasta que su corazón dejase de latir por completo y su respiración ya no fuese necesaria para mantenerla con vida. Esa es su debilidad y fortaleza. Un impulso descontrolado, la orilló a abrazarse a él, refugiarse en su pecho y buscar por una pisca de sentimentalismo en el corazón ajeno. –Tenía miedo, Vladimir. Miedo a que me culparas por truncar tus deseos de venganza. Miedo a que me repudiaras como lo haces ahora. Miedo a que te volvieses en mi contra y me acusaras con el resto de la facción. Miedo a que me obligaran a perderlo. Miedo a que…- Hundió el rostro en el pecho de Traian –Miedo a que me hicieran justamente lo que nosotros hacemos a quienes practican la herejía.- Sus brazos se presionaron más contra él pidiéndole a gritos que rodeara los suyos sobre su espalda, que acariciara sus cabellos y tratase de consolarle. Necesita sentirse protegida, necesitaba sentirse a salvo. Lo necesitaba a él. –Sólo tenía miedo. Lo siento.- Lloró intentando apartarse de él, la lluvia sería la excusa perfecta para la humedad de sus ojos. ¡Ella es fuerte!
Imara Z. Horváth- Fantasma
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Miedo. El cazador conoce el significado de esa palabra, pero ha pasado tanto tiempo desde que tuvo una charla con ella, que tarda en reconocerla. ¿Cómo es eso posible? Hacía solo unos minutos, unos malditos minutos, él era una de las mejores armas de la Santa Inquisición. No tenía nada que perder, por lo tanto, no tenía nada que temer. Era una máquina de matar. El primero que se enlistaba para relevar a sus camaradas, ansiando la lucha y el dolor que vendría después, ese que le haría caer en su lecho como si hubiese pasado una noche de juerga en la taberna. Las palabras de Zainhé son todas equívocas, excepto una; Traian Valborg sí es un egoísta. Ha estado luchando por y para sí mismo. No protege vidas inocentes. No es un héroe. Cada vez que se encuentra en el campo de batalla, cara a cara con su enemigo, apuesta la única cosa que posee. No es su alma, esa hace mucho tiempo que le fue arrebatada. Es ese órgano que bombea sangre, el botín que ofrece si pierde. Sus compañeros sospechan, pero se niegan a decir en voz alta que ese hombre, al que han apodado La Cobra, murió hace mucho tiempo. Ese tipo no tuvo oportunidad alguna en su vida. Su misión era arrastrar a tantos demonios como fuera posible al infierno que irónicamente también habita. Oh sí. Él conoce esa historia. Ha estado pasando las hojas de ese viejo y gastado libro, esperando a que su sangre escribiera las últimas líneas. Los rayos zigzaguean a través del oscuro cielo, buscando a las traviesas estrellas que juegan al escondite con su reina. Ellos no están contentos con el papel que les ha tocado. Impactan y destruyen con su innegable furia aquello que se atraviesa en su camino, tal como él habría hecho de no ser ella el muro que se alza imponente. No sabe de palabras ni de afecto, solo de puños y de violencia. Había tomado algo puro solo para ensuciarlo con su pasado. Y maldito fuera, ella no sabía lo que le estaba obsequiando. Un hijo. Su hijo. ¿Podría un tipo como él, haber creado algo tan perfecto? Porque seguramente lo era, no había manera de que pensase de otra forma. Era una parte de Zainhé. Mientras sus pulmones se llenaban con su aroma, como si la hubiesen extrañado todo ese tiempo, se odió a sí mismo por no ser capaz de corresponder. No sabía cómo hacerlo. La última persona que había consolado antes de saberse esclavo, había sido a su hermano. Aún podía escucharse prometiéndole que todo iría bien. El recuerdo solo avivó a la ira y a la furia. Todo había sido una jodida mentira. Nada había ido bien. Su hermano estaba muerto. ¡Sus padres estaban muertos!
- ¿Por qué? La pregunta mordaz sonaba demasiado fuerte incluso para sus oídos. Cuando su brazo se cerró sobre la cintura de ella, no para reconfortarla como había querido en un principio, sino para obligarla a permanecer a su lado mientras respondía todas sus cuestiones. O al menos, eso fue lo que se dijo. Sonrió cruelmente. Ella encajaba a la perfección. Había olvidado cuán bien se sentía su contacto. El calor de la inquisidora le envolvió. Sus hombros se tensaron. También le había echado de menos. - ¿Por qué estabas aquí esta noche? ¿Es que no te importa nuestro hijo? Nuestro. La palabra sonaba extraña, era como si otro tipo las pronunciara. El nunca había compartido nada con nadie. Era demasiado mezquino. No sabía trabajar en equipo, a pesar de que se veía obligado a hacerlo. Soltó una risotada amarga. Estaba demente. – Está claro que no sabes nada de mí, pero supongo que eso es toda culpa mía. Alzó el mentón de la joven para que se encontraran sus miradas. Cualquier rastro de su carcajada se había esfumado. Ahora era todo seriedad. El fuego refulgía en su mirada azulada. – Me importa una mierda la facción, Zainhé. Habría ido en contra de ellos si hubiesen amenazado tu bienestar, la suya. Maldita sea. Es mi hijo. Me creáis o no, todo lo que no haría por todos esos tipos que como yo están sedientos de venganza, lo haría por él. ¿Por qué la agarraba contra ella? Lo sabía. Le molestaba hasta la médula que creyera que no protegería con su vida a su familia. Porque eso significaban ahora ellos. Quizás ella no lo quisiera de vuelta, pero Lorand era tema aparte. No podría negarle ser parte de su vida. Se había perdido tres años. No iba a perderse más. – ¿Dónde está? ¿Con quién le habéis dejado? La urgencia, ese temor de nuevo, aporreó su pecho. Las gotas cristalinas que caían sobre su rostro y resbalaban por sus mejillas hasta perderse en sus labios, le hipnotizó. Era tan hermosa que dolía verla. Ella nunca sabría que ninguna de las mujeres con que estuvo después la quitaron de su mente. Ansiaba tanto besarla. A su mente no le importaba su resentimiento, ira o enojo tras haberle ocultado la existencia de su hijo. La deseaba. – Llévame con él. Quiero conocerlo. Era una orden. En un abrir y cerrar de ojos, el hombre se había trasformado en el cazador, en el líder. El brazo que le sujetaba cayó. – Y solo para que lo sepáis, no te quiero en la línea de fuego. No ahora, y quizás nunca. En marcha. Había algo peligroso en sus orbes. Traian no sabía hasta qué punto estaba por cambiar su vida.
- ¿Por qué? La pregunta mordaz sonaba demasiado fuerte incluso para sus oídos. Cuando su brazo se cerró sobre la cintura de ella, no para reconfortarla como había querido en un principio, sino para obligarla a permanecer a su lado mientras respondía todas sus cuestiones. O al menos, eso fue lo que se dijo. Sonrió cruelmente. Ella encajaba a la perfección. Había olvidado cuán bien se sentía su contacto. El calor de la inquisidora le envolvió. Sus hombros se tensaron. También le había echado de menos. - ¿Por qué estabas aquí esta noche? ¿Es que no te importa nuestro hijo? Nuestro. La palabra sonaba extraña, era como si otro tipo las pronunciara. El nunca había compartido nada con nadie. Era demasiado mezquino. No sabía trabajar en equipo, a pesar de que se veía obligado a hacerlo. Soltó una risotada amarga. Estaba demente. – Está claro que no sabes nada de mí, pero supongo que eso es toda culpa mía. Alzó el mentón de la joven para que se encontraran sus miradas. Cualquier rastro de su carcajada se había esfumado. Ahora era todo seriedad. El fuego refulgía en su mirada azulada. – Me importa una mierda la facción, Zainhé. Habría ido en contra de ellos si hubiesen amenazado tu bienestar, la suya. Maldita sea. Es mi hijo. Me creáis o no, todo lo que no haría por todos esos tipos que como yo están sedientos de venganza, lo haría por él. ¿Por qué la agarraba contra ella? Lo sabía. Le molestaba hasta la médula que creyera que no protegería con su vida a su familia. Porque eso significaban ahora ellos. Quizás ella no lo quisiera de vuelta, pero Lorand era tema aparte. No podría negarle ser parte de su vida. Se había perdido tres años. No iba a perderse más. – ¿Dónde está? ¿Con quién le habéis dejado? La urgencia, ese temor de nuevo, aporreó su pecho. Las gotas cristalinas que caían sobre su rostro y resbalaban por sus mejillas hasta perderse en sus labios, le hipnotizó. Era tan hermosa que dolía verla. Ella nunca sabría que ninguna de las mujeres con que estuvo después la quitaron de su mente. Ansiaba tanto besarla. A su mente no le importaba su resentimiento, ira o enojo tras haberle ocultado la existencia de su hijo. La deseaba. – Llévame con él. Quiero conocerlo. Era una orden. En un abrir y cerrar de ojos, el hombre se había trasformado en el cazador, en el líder. El brazo que le sujetaba cayó. – Y solo para que lo sepáis, no te quiero en la línea de fuego. No ahora, y quizás nunca. En marcha. Había algo peligroso en sus orbes. Traian no sabía hasta qué punto estaba por cambiar su vida.
Miklós Valborg- Vampiro Clase Media
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Re: Véres éjszaka {Privado}
Sólo necesitaba un poco de su calor, de su afecto. Sólo esperaba que él pudiese sostener su cuerpo con el suyo el tiempo suficiente como para armarse de valor y poder mirarlo a la cara con sus ojos llorosos, con el sentimiento atorado en su garganta. Pero no lo hizo, a cambio de eso sólo recibió un profundo silencio. Con cada segundo que pasaba, la incertidumbre crecía en ella. Las paredes, la lluvia, el viento y el rugido de la tierra bajo de ellos, todo parecía volcarse en su contra, trataban de exprimirla por completo, generando aquel juicio fatalista que sólo ella podía observar. Su pecho dolió, dolió como la aquella vez en que despertó y él ya no se encontraba a su lado. Él no tenía idea alguna de cuanto había sufrido después de su partida. ¡Fue una idiota y lo está siendo ahora! Sus pulmones, presa de aquel olor tan propio del inquisidor, comenzaron a llenarse de odio y su corazón aceleró su ritmo cardiaco hasta conseguir que los músculos se tensaran lentamente. Sus dientes rechinaron, sus puños se crisparon. ¡Quería golpearlo! Gritarle cuanto lo odiaba y lo feliz que estaba porque no él no fuese parte de su vida, pero no podía hacerlo. ¡Falacias! Por más que le hiriese la lejanía de ese hombre, ella y su insistente esperanza, no querían dejarlo partir, aún tenían la burda creencia que él se quedaría. Intentó separarse de Traian, no lo consiguió. Las manos del varón la aprisionaron por la cintura, su fuerza era medida, no demasiada que pudiese lastimarla, ni la mínima para dejarla escapar. Lo miró fijamente a los ojos. Frunció el ceño, no entendía la pregunta. Al final, cuando él se dignó a articular palabras coherentes, lo compendió. El coraje estancado hace apenas segundos atrás, se le regresó como una bofetada a la cara. ¡Lo odiaba! Sus manos golpearon el pecho de Traian, su cuerpo se contrajo hacia atrás, lo empujó para apartarlo de ella. Estaba desesperada, quería que la soltara que se alejase de ella. Todos y cada uno de sus intentos fue en vano, mientras más se esforzaba por soltarse de su abrazo, él ejercía más presión sobre ella y, por más furiosa que estuviese con él, no lo lastimaría. Optó por soltarle una bofetada.
-¡Nunca!- Arrojó al mismo tiempo. La pequeña Zainhé que había sollozado sobre el hombro del cazador, la niña temerosa del regaño, la chica culpable que se entregó a él con el deseo que este la acogiera en su brazo, esa delicada mujer había desaparecido sólo para abrirle el paso a la fiera que se escondía detrás de ella. Sus ojos se clavaron fijamente en él. -¡Nunca te atrevas a decir que no me importa mi hijo!- No hubo un ‘nuestro’ como él lo había sugerido. Zainhé era una mujer con el corazón herido ahora, su posición era defender lo suyo a capa y espada sin importar que el enemigo fuese él. -¿Quién demonios crees que lo ha estado cuidando todo este tiempo? ¿Quién carajo piensas que ha estado viendo por su bienestar, porque no le falte absolutamente nada, ni siquiera el cariño de su padre?- Ella sabía dónde golpear. No era muy fuerte físicamente, pero su alma y su viperina boca, eran suficientes como para dejar a los demás en desventaja y completamente heridos. –No tienes idea de todo lo que he pasado, así que no te atrevas a generar un juicio sobre mí o el amor que le tengo a Lorand. Lo amo tanto como te amé a ti, con todo lo que soy capaz de soportar- El tono de su voz se disminuyó conforme las palabras se pronunciaban en sus labios. Desistió en su ataqué y, nuevamente, se dejó sumergir en medio de su imponente fuerza. –Perdón- Ni siquiera estaba segura de por qué pedía perdón, pero sentía que debía hacerlo por una u otra razón –Escucha, él es todo para mí y la única razón por la que estoy aquí es para darle lo mejor- Sonrió con amargura –¡Es lo único que sé hacer!- Se quejó negándose a si misma. –Él está bien, a salvo con la mujer que me salvó la vida esa noche- Se refería al nacimiento de Lorand. –Ella sabía que hacer en caso de que yo… bueno…- Levantó la mirada asintiendo a su petición. ¡Por supuesto que lo llevaría a conocerlo! –Tranquilo, él me cuida. No me ha dado ninguna misión suicida. Sí Vladimir, nuestro líder sabe sobre Lorand, pero él tampoco puede ir contra todo un ejército sólo porque su amiga se embarazó. Necesito que lo entiendas, sólo así te llevaré con él- Se mordió el labio inferior, temerosa, indecisa. –¿Podrás perdonarme algún día?- Lo detuvo antes de dar un paso al exterior. No, no era un buen momento, pero ella necesitaba saberlo.
-¡Nunca!- Arrojó al mismo tiempo. La pequeña Zainhé que había sollozado sobre el hombro del cazador, la niña temerosa del regaño, la chica culpable que se entregó a él con el deseo que este la acogiera en su brazo, esa delicada mujer había desaparecido sólo para abrirle el paso a la fiera que se escondía detrás de ella. Sus ojos se clavaron fijamente en él. -¡Nunca te atrevas a decir que no me importa mi hijo!- No hubo un ‘nuestro’ como él lo había sugerido. Zainhé era una mujer con el corazón herido ahora, su posición era defender lo suyo a capa y espada sin importar que el enemigo fuese él. -¿Quién demonios crees que lo ha estado cuidando todo este tiempo? ¿Quién carajo piensas que ha estado viendo por su bienestar, porque no le falte absolutamente nada, ni siquiera el cariño de su padre?- Ella sabía dónde golpear. No era muy fuerte físicamente, pero su alma y su viperina boca, eran suficientes como para dejar a los demás en desventaja y completamente heridos. –No tienes idea de todo lo que he pasado, así que no te atrevas a generar un juicio sobre mí o el amor que le tengo a Lorand. Lo amo tanto como te amé a ti, con todo lo que soy capaz de soportar- El tono de su voz se disminuyó conforme las palabras se pronunciaban en sus labios. Desistió en su ataqué y, nuevamente, se dejó sumergir en medio de su imponente fuerza. –Perdón- Ni siquiera estaba segura de por qué pedía perdón, pero sentía que debía hacerlo por una u otra razón –Escucha, él es todo para mí y la única razón por la que estoy aquí es para darle lo mejor- Sonrió con amargura –¡Es lo único que sé hacer!- Se quejó negándose a si misma. –Él está bien, a salvo con la mujer que me salvó la vida esa noche- Se refería al nacimiento de Lorand. –Ella sabía que hacer en caso de que yo… bueno…- Levantó la mirada asintiendo a su petición. ¡Por supuesto que lo llevaría a conocerlo! –Tranquilo, él me cuida. No me ha dado ninguna misión suicida. Sí Vladimir, nuestro líder sabe sobre Lorand, pero él tampoco puede ir contra todo un ejército sólo porque su amiga se embarazó. Necesito que lo entiendas, sólo así te llevaré con él- Se mordió el labio inferior, temerosa, indecisa. –¿Podrás perdonarme algún día?- Lo detuvo antes de dar un paso al exterior. No, no era un buen momento, pero ella necesitaba saberlo.
Imara Z. Horváth- Fantasma
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Re: Véres éjszaka {Privado}
Nadie – jamás – había conseguido echar un vistazo tras su fría máscara. Su boca se curvó en una blasfema sonrisa mientras se pasaba ausentemente los nudillos de su mano derecha sobre la mejilla. Realmente parecía estar disfrutándolo. Había sido torturado hasta la muerte incontables veces, solo para regresar de ella con el sabor metálico de la sangre de su amo. El dolor solo servía para sacarlo de su estupor y hacerle consciente de que no se trataba de una fantasía creada por la absenta que diariamente ingería. Sus orbes se asemejaban a dos profusas piscinas. Imposible adivinar cuáles eran sus pensamientos en ese y en cualquier otro momento. La intensidad de su mirada quemaba. Se negaba a apartarse mientras ella estallaba. Siempre había tenido una innata habilidad para sacar lo peor de los demás. Zainhé – al parecer – no era inmune a sus encantos también. La forma en que defiende su posición le deja claro cuán importante es su hijo. “Su hijo” ¿Puede culparla por hacerlo a un lado? Sí. La parte de él que es absolutamente egoísta lo hace. Al bastardo no le parece importante haberle abandonado. Asegura que, de haber pensado en esa posibilidad, jamás habría marchado. Pero ella no ha terminado, aún afila las dagas en forma de palabras para lanzarla contra la diana. No. No estuvo ahí cuando él nació, tampoco para verle crecer. El dolor serpentea y hace retorcer su cuerpo, pero no hay evidencia en su semblante ni en su cuerpo de cuán fuerte es que le sostiene. - ¿Qué noche? Cuestiona con mordacidad y exigencia. Antes de que le permitiese responder, más palabras escaparon de su boca. - ¿Crees que si te pasara algo, estaría mejor con una desconocida? A estas alturas ya deberías haber aprendido que solo se puede contar con la familia. Hemos sigo testigos de cómo las personas escupen información para salvar sus cuellos, por no hablar de cuántos entregan a aquéllos que juran proteger por miedo. El tono de su voz era gélido. – No olvides que incluso yo te di la espalda. Su mano se cerró en un puño ante la mención de su líder. La hostilidad entre ellos era casi palpable cuando se encontraban en el mismo lugar. El hecho de que él supiera sobre la existencia de Lorand y no se lo dijera, le posicionaba ahora como uno de sus principales enemigos. ¿Desde cuándo Zainhé y La Sombra se entendían?
Si su última pregunta no le hubiese sorprendido, habría exigido una explicación. No es que se la debieran. Él simplemente iba a exigirla. Apenas hubo un destello de reconocimiento en la forma en que endureció la mandíbula. Su respuesta inició y terminó con una carcajada seca. – ¿Podrás tú perdonarme? Porque por un infierno, Zainhé, la balanza no está siquiera cerca de equilibrarse. Tú no sabes lo que es regresar a una casa vacía solo porque la muerte no se dignó a visitarme. Nunca he tenido nada, ¡nada! que fuese solo mío. Se dirigió hacia la puerta. La tormenta no había cedido. Sus pesados pasos pronto lo dejaron a merced de ésta. Frías ráfagas le azotaron. – Ni siquiera tú fuiste mía. ¿Cómo podrías? Siempre has puesto tu venganza en primer plano. ¿Es que lo has olvidado? Te acercaste a mí porque te prometí que te ayudaría. No somos tan diferentes, cariño. Se reclinó contra el marco de la puerta. Sus manos listas para ir a sus armas si el peligro aparecía. – Pero él... es diferente. Podremos pelear toda la jodida noche, de ida y vuelta, pero es mejor que aceptes que sus vidas cambiarán a partir de ahora. Es así como debió ser desde el principio. La miró intensamente. Un tono indescifrable teñía sus palabras, como si la cortina de gotas cristalinas las amortiguara. – Sabrás entenderme. ¿Era difícil para ella hacerlo? Quizás. Nunca le había hablado del motivo por el cuál se unió a la Santa Inquisición. Las marcas de colmillos en sus muñecas y su cuello, ahí donde el vampiro había mordido despiadadamente cada noche desde su encarcelamiento, eran el único indicio que había tenido de lo que le había sucedido. Traian no estaba seguro de que hubiese visto las otras cicatrices que cubrían partes de su cuerpo cuando yacieron. Ella no podría hacerse una idea del infierno en que habían convertido su vida, del infierno en que aún vivía. – Necesito asegurarme de que se encontrarán bien. Irónico como aquélla noticia le había cambiado por completo. De pronto, parecía importante la lucha que emprendía cuando la oscuridad vencía.
Si su última pregunta no le hubiese sorprendido, habría exigido una explicación. No es que se la debieran. Él simplemente iba a exigirla. Apenas hubo un destello de reconocimiento en la forma en que endureció la mandíbula. Su respuesta inició y terminó con una carcajada seca. – ¿Podrás tú perdonarme? Porque por un infierno, Zainhé, la balanza no está siquiera cerca de equilibrarse. Tú no sabes lo que es regresar a una casa vacía solo porque la muerte no se dignó a visitarme. Nunca he tenido nada, ¡nada! que fuese solo mío. Se dirigió hacia la puerta. La tormenta no había cedido. Sus pesados pasos pronto lo dejaron a merced de ésta. Frías ráfagas le azotaron. – Ni siquiera tú fuiste mía. ¿Cómo podrías? Siempre has puesto tu venganza en primer plano. ¿Es que lo has olvidado? Te acercaste a mí porque te prometí que te ayudaría. No somos tan diferentes, cariño. Se reclinó contra el marco de la puerta. Sus manos listas para ir a sus armas si el peligro aparecía. – Pero él... es diferente. Podremos pelear toda la jodida noche, de ida y vuelta, pero es mejor que aceptes que sus vidas cambiarán a partir de ahora. Es así como debió ser desde el principio. La miró intensamente. Un tono indescifrable teñía sus palabras, como si la cortina de gotas cristalinas las amortiguara. – Sabrás entenderme. ¿Era difícil para ella hacerlo? Quizás. Nunca le había hablado del motivo por el cuál se unió a la Santa Inquisición. Las marcas de colmillos en sus muñecas y su cuello, ahí donde el vampiro había mordido despiadadamente cada noche desde su encarcelamiento, eran el único indicio que había tenido de lo que le había sucedido. Traian no estaba seguro de que hubiese visto las otras cicatrices que cubrían partes de su cuerpo cuando yacieron. Ella no podría hacerse una idea del infierno en que habían convertido su vida, del infierno en que aún vivía. – Necesito asegurarme de que se encontrarán bien. Irónico como aquélla noticia le había cambiado por completo. De pronto, parecía importante la lucha que emprendía cuando la oscuridad vencía.
Miklós Valborg- Vampiro Clase Media
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Re: Véres éjszaka {Privado}
Afila tu espada y no detengas la marcha sin importar que tu blanco sea alguien a quien amas.
Lo maldijo. Cada segundo invertido en lanzar palabras hirientes contra si mismos, lo maldecía. No fue sencillo confesarle la verdad, aún le importaba y si él no se daba por enterado del sufrimiento oculto en la mirada de la cazadora, entonces quizá, todo habría sido en vano. La escarcha del agua, cubría su cabello justo por encima de su mirada. Las gotas en su rostro sirvieron para disfrazar las lágrimas llenas de rabia que desfilaban por su rostro. Estaba colérica, no, más que eso. Su estómago se contrajo en un espasmo agónico, reprimiendo la sensación de querer asesinarlo en el mínimo movimiento. ¿Podría, en verdad podría Zainhé recurrir a semejante salida? Bajó la mirada negándose a verlo. No. Ella no tenía la fuerza suficiente para hacerlo. Sintió la boca seca. Irónico, que en medio de tanta humedad, se sintiese tan desértica. Carraspeó ajustando las cintillas de sus armas sobre su cintura, pechos y piernas. Pasó el torso de su mano por encima de la frente y secó el agua que esperaba escurrirse en sus ojos. No habló. Quería dejarlo esgrimir su espada, afilarla hasta que la encajase en ella y la hiriese a muerte, porque sólo así, sólo cuando se observa el abismo frente a frente, se puede saber que tan profundo está.
Él se carcajeó, cambió sus formas socarronas, altaneras y amenazantes a unas que parecían desesperadas. Zainhé le restó importancia. Ambos podían jugar el mismo juego incansablemente, porque así lo hacían, porque al parecer, era la única forma en la que podían estar juntos. Se apartó de él. Pasó justo a un lado de su cuerpo sin siquiera dedicarle una mirada, una sonrisa o algo que mostrara su empatía. Aspiró profundamente una vez que logró darle la espalda. Levantó el rostro hacia el cielo nocturno y, sonrió al percibir la humedad de la lluvia en su piel. Sus labios se entreabrieron y probó el dulce sabor del agua. Con grandes zancadas, cruzó las losas que, en un tiempo remoto, sirvieron como camino hacia la casona abandonada. Girándose sobre los talones y un movimiento de cabeza, le indicó que podía acercarse a ella. Ningún movimiento de Traian, le pasaba desapercibido. Lo conocía, aunque él fingiera que no, Zainhé sabía perfectamente como es que él se movía. Le había bastado sólo una noche para leerlo. –Ignoraré tu abandono, si tu olvidas el mío.- Dijo. La calma regresaba a ellos una vez más. Él estaba ahí, junto a ella, esperando impaciente el momento en que viese por primera vez a su hijo. La inquisidora no tenía el derecho de arruinarle esa oportunidad a Lorand. Se tranquilizó.
-Ese es el problema Vladimir, no somos diferentes, porque si lo fuéramos, quizá esto podría funcionar- Metió las manos en los bolsillos y caminó alerta bajo la lluvia. Se detuvo a mitad del sendero para inclinarse y pasar por debajo de un tronco semidestruido y que formaba un ángulo bastante peculiar. No necesitaba la ayuda de Traian, para poder cruzar al otro lado. Siempre se las arreglaba de una u otra forma. Ahora que estaba él ahí, no sería diferente. –Te concedo la razón. Esto es por él. Porque aunque yo no fui tuya (ni lo soy ahora), Lorand sí, y no puedo negarle eso. Merece tener a su padre a su lado.- Esperó a que la alcanzara. Una vez a su lado, lo tomó del brazo como si se tratasen de una pareja feliz, caminando despreocupadamente por la plaza de la ciudad. –Cuando él nació, también llovía. Creí que iba a dar a luz en la calle, porque en ese entonces, se me había dado por muerta. Así que era una desconocida, una extraña, un indigente. Sé que no crees en los milagros, y sé que te sientes desorientado. ¿Podrías, por una puta vez en tu vida confiar en alguien?- Arqueó su ceja, le fue imposible no escupir malas palabras, pues aunque la tranquilidad reinara, seguía molesta con él. Decirle algo tan significativo e importante, no era sencillo y con su hostilidad, Traian lo empeoraba más. –Murielle sucedió. Como una respuesta a todas mis súplicas. No sé cómo, no sé por qué, pero ahí estaba ella. No es una desconocida, Vladimir. Si mi madre viviera, sería como ella- Se encogió de hombros. –Me entenderás cuando la veas.-
Caminaron durante los siguientes minutos. Con cada paso que daban, el talud se perdía debajo de sus pies. Llegaron a un pequeño arrollo donde un puente de piedra los recibía frío e indiferente a su discusión. Zainhé soltó el brazo de Traian y se encaminó por delante de él para mostrarle el camino a continuación. Las calles comenzaban a divisarse a lo lejos, pero ellos no entrarían por los senderos principales. El laberinto se extendió frente a ellos como la boca de un gigantesco lobo. Un par de calles más y, entrarían al conjunto de caminos que los arrastrarían hasta su casa, su hogar. La inquisidora no tocó la puerta, no era necesario pues habían llegado por un lado de la casa que parecía abandonado. Zainhé le advirtió a su acompañante sobre las trampas que tenía colocadas y que sólo ella y Murielle conocían. Al entrar en la residencia, el ambiente cálido los recibió y la anciana esperaba frente a la chimenea. Cuando vio a Traian, tomó el rifle entre sus manos y le apuntó con él. –Tranquila, viene conmigo. Es el padre de Lorand.- Al decir esto, la mujer de cabello canoso, ojos azules, labios rosados y mejillas abultadas, afinó su puntería cerrando un ojo. El semblante de la señora era normal, sin embargo, la electricidad que irradiaban sus ojos, no era otra cosa que el ferviente deseo de proteger algo que quiere, lo que ama. –Murielle, está bien. Ambas sabíamos que este día llegaría ¿Dónde está?- La mujer respondió señalando con su mano libre sin dejar de encañonar al varón. Zainhé condujo a Traian por las escaleras. Abrió la puerta de su habitación y, en la esquina, acurrucado se encontraba su hijo, de ambos. Ella corre a tomarlo entre sus brazos y no puede evitar llorar al caminar con él en dirección a Traian. –Se parece tanto a ti-
Imara Z. Horváth- Fantasma
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¿Lorand merecería tener a su padre a su lado? ¡Jah! ¿Le había tomado tres años y un encuentro inesperado llegar a esa sangrienta conclusión? Había enarcado una ceja en señal de acusación, decidiendo – en última instancia – que carcajearse secamente podría molestar lo suficiente a la inquisidora. Por extraño que pareciera – incluso para él – no quería alentar más su animosidad. Ahora que sabía que era padre, solo la muerte podría evitar que conociera y se hiciera cargo de su hijo, así que no era esa la razón por la que deslumbrarla con su frialdad fuese descartada. No. Traian se encontró queriendo disfrutar de su voz. Se mordería la lengua el tiempo suficiente para evitar que el silencio llenara los espacios que la hostilidad abría. Solo la impasibilidad y dureza en su rostro desmentían su nueva determinación. Nunca admitiría – ante ella y ante nadie – que una cruda necesidad se instalaba en su pecho con tan solo escucharla. El odio y la culpa pronto esgrimieron un arma y le apuñalaron certeramente en ese órgano servil cuando su mente construyó rápidamente el escenario que Zainhé relataba. Ella, sola, bajo la lluvia, a punto de dar a luz a su hijo. Había creído que estaba preparado para saber sobre su muerte cada vez que interrogaba – con engañosa indiferencia – por las bajas de los inquisidores al líder de su facción. Saber que podría haber muerto una noche como esas para darle vida a Lorand, le dejó en claro que no estaba, ni de cerca, preparado para perderla. No de esa manera. Murielle se había ganado su indulgencia. Le debía más de lo que un día podría pagar. Había sido ella – y no él – quien estuvo al lado de Zainhé. No se detuvo a considerar cuál habría sido el final de la historia si esa mujer no hubiese aparecido. La cazadora estaba en lo cierto. Él no podía confiar en absolutamente nadie, incluso si su vida dependía de ello. Estaba roto, lo sabía. ¿Le harían lamentar no poder darle forma a las trituradas piezas de su rompecabezas? ¿Qué pasaría sino pudiera ser un padre para Lorand? Entonces comprendió. Su fénix estaba en lo incorrecto. El niño no merecía tenerlo a su lado. ¿Cómo iba a utilizarlo para darle sentido a su vida? Por una vez, no tenía que actuar como un egoísta. Esa vez, dejó que el silencio fluctuara entre ellos, preso de sus pensamientos. Tenía que verlo. Sostenerlo. Ese momento tendría que bastar para continuar.
Las trampas alrededor de su hogar solo acentuaron su convicción. Zainhé cuidaba de su hijo. El orgullo centelleó rápida y fugazmente en sus orbes. La joven que había conocido cuando acudió a la iglesia para unirse a sus filas, había explotado sus habilidades. Desde que él pasaba sus ratos creando trampas, reconoció su astucia y audacia. Sino le hubiese informado, habría caído en ellas. Le hubiese gustado decirse que no había estado observando pero, lo cierto era que, durante todo el trayecto había estado atento a los peligros que acechaban en la noche. La cazadora había sido una gran distracción, además. Más de una vez había mirado descaradamente su cuerpo. Su ropa mojada se había pegado a cada una de sus curvas. Había fantaseado con sentir de nuevo el sabor de su piel. Hacía muchos meses que no estaba con una mujer. Su lujuria, seguramente, era solo debido a ello. Sus labios se crisparon. Podía mentirse todo lo que quisiera. Ninguna fémina le hacía sentir así. Las veces que estuvo con cortesanas, vio a las víctimas que el vampiro le obligó a tener. Con ella, en cambio, había sido distinto. ¿Fue su inocencia la que había actuado como un pararrayos? No lo sabía. Quizás nunca lo haría. Cuando entró a la residencia, su mirada barrió la zona. La anciana – que suponía era Murielle – le apuntó con un arma. Una sonrisa maliciosa apareció en su rostro ante su presentación. Ésta se ensanchó cuando la mujer apuntó con más ferocidad. Vaya, vaya. Alguien no lo quería allí. Mala suerte para ella. Tenía una reputación de mierda entre los suyos y, dado que estaba nervioso por ver a su hijo, en alguien tenía que recaer su jodido sentido del humor. Su mirada cayó en el pequeño osito de peluche que estaba sobre el brazo de un sillón. Eso fue suficiente para que su sonrisa se borrara de su rostro. Siguió a Zainhé. Sus pasos de pronto se sentían pesados. ‘¡No seas un imbécil, Traian! El niño no sabe quién demonios eres.’ Pero él sabía y era lo único que importaba. Nada, nunca, lo habría preparado para el sentimiento que lo abofeteó cuando la vio a ella sostener al pequeño. Había sido golpeado, apuñalado y torturado cansinamente por el simple deseo de verlo arrodillado – algo que nunca se permitió -, y ellos, sin pretensiones, casi lo habían logrado. Era sorprendente que no escucharan cómo su armadura se desquebrajaba. Las palabras y las lágrimas de la cazadora le desarmaron. El nudo se intensificó en su garganta. Quería decir algo. Lo que sea.
– Es hermoso, Zainhé. No como yo, sino tú. Carraspeó una, dos veces. Sus orbes eran remolinos tormentosos. Una sola lágrima cayó sobre su mejilla. El ceño del cazador se profundizó. La última vez que había llorado fue en esa prisión, cuando era un crío ingenuo, aferrado a un clavo ardiendo al imaginar que alguien llegaría a salvarlo. De eso hacía mucho tiempo. Había olvidado lo que se sentía. Cuando su mano se levantó, no fue para eliminarla, sino para apartar el mechón rubio que caía sobre la frente de Lorand. En ese instante, el niño despertó. Le vio pestañear y, finalmente, enfocar su mirada. Sus orbes eran de un embrutecedor e intenso azul. El mismo color que se veía en el firmamento cuando estaba despejado. A diferencia de los suyos, los de su hijo rebosaban vida. Ellos bien podían haber metido una mano en su pecho y arrancar su corazón, porque no encontraba una mejor manera de describir el torrente de sentimientos. Las marcas de los colmillos en su muñeca le resultaron – de pronto – una violación a su inocencia. Apartó la mano con brusquedad. El infante, soñoliento, pidió a su mamá. Se maldijo internamente por su reacción, no pudiendo ignorar el hecho de que le veía, no como su padre, sino como un desconocido. – No. Cortó rotundamente a Zainhé, quien había empezado a pronunciar el nombre de Vladimir. No quería que el niño escuchara siquiera la identidad de ese demonio. – No me llames más así. ¡Mierda! Era tan característico de él arruinarlo todo. – No lo soporto. Especialmente, si viene de ti. Las palabras, que iban en un tono bajo para no asustar a su hijo, estaban cargadas de desesperación. – Solo dime Traian. Terminó, como si no fuese importante el hecho de que tuviese otro nombre. Zainhé supo entonces que le había mentido. De nuevo. El saber que nunca podría estar realmente con ellos, le dolió más que cualquier daño infligido antes a su cuerpo. Entonces, ¿por qué esa neblina en los orbes de la cazadora tuvo el mismo efecto?
Las trampas alrededor de su hogar solo acentuaron su convicción. Zainhé cuidaba de su hijo. El orgullo centelleó rápida y fugazmente en sus orbes. La joven que había conocido cuando acudió a la iglesia para unirse a sus filas, había explotado sus habilidades. Desde que él pasaba sus ratos creando trampas, reconoció su astucia y audacia. Sino le hubiese informado, habría caído en ellas. Le hubiese gustado decirse que no había estado observando pero, lo cierto era que, durante todo el trayecto había estado atento a los peligros que acechaban en la noche. La cazadora había sido una gran distracción, además. Más de una vez había mirado descaradamente su cuerpo. Su ropa mojada se había pegado a cada una de sus curvas. Había fantaseado con sentir de nuevo el sabor de su piel. Hacía muchos meses que no estaba con una mujer. Su lujuria, seguramente, era solo debido a ello. Sus labios se crisparon. Podía mentirse todo lo que quisiera. Ninguna fémina le hacía sentir así. Las veces que estuvo con cortesanas, vio a las víctimas que el vampiro le obligó a tener. Con ella, en cambio, había sido distinto. ¿Fue su inocencia la que había actuado como un pararrayos? No lo sabía. Quizás nunca lo haría. Cuando entró a la residencia, su mirada barrió la zona. La anciana – que suponía era Murielle – le apuntó con un arma. Una sonrisa maliciosa apareció en su rostro ante su presentación. Ésta se ensanchó cuando la mujer apuntó con más ferocidad. Vaya, vaya. Alguien no lo quería allí. Mala suerte para ella. Tenía una reputación de mierda entre los suyos y, dado que estaba nervioso por ver a su hijo, en alguien tenía que recaer su jodido sentido del humor. Su mirada cayó en el pequeño osito de peluche que estaba sobre el brazo de un sillón. Eso fue suficiente para que su sonrisa se borrara de su rostro. Siguió a Zainhé. Sus pasos de pronto se sentían pesados. ‘¡No seas un imbécil, Traian! El niño no sabe quién demonios eres.’ Pero él sabía y era lo único que importaba. Nada, nunca, lo habría preparado para el sentimiento que lo abofeteó cuando la vio a ella sostener al pequeño. Había sido golpeado, apuñalado y torturado cansinamente por el simple deseo de verlo arrodillado – algo que nunca se permitió -, y ellos, sin pretensiones, casi lo habían logrado. Era sorprendente que no escucharan cómo su armadura se desquebrajaba. Las palabras y las lágrimas de la cazadora le desarmaron. El nudo se intensificó en su garganta. Quería decir algo. Lo que sea.
– Es hermoso, Zainhé. No como yo, sino tú. Carraspeó una, dos veces. Sus orbes eran remolinos tormentosos. Una sola lágrima cayó sobre su mejilla. El ceño del cazador se profundizó. La última vez que había llorado fue en esa prisión, cuando era un crío ingenuo, aferrado a un clavo ardiendo al imaginar que alguien llegaría a salvarlo. De eso hacía mucho tiempo. Había olvidado lo que se sentía. Cuando su mano se levantó, no fue para eliminarla, sino para apartar el mechón rubio que caía sobre la frente de Lorand. En ese instante, el niño despertó. Le vio pestañear y, finalmente, enfocar su mirada. Sus orbes eran de un embrutecedor e intenso azul. El mismo color que se veía en el firmamento cuando estaba despejado. A diferencia de los suyos, los de su hijo rebosaban vida. Ellos bien podían haber metido una mano en su pecho y arrancar su corazón, porque no encontraba una mejor manera de describir el torrente de sentimientos. Las marcas de los colmillos en su muñeca le resultaron – de pronto – una violación a su inocencia. Apartó la mano con brusquedad. El infante, soñoliento, pidió a su mamá. Se maldijo internamente por su reacción, no pudiendo ignorar el hecho de que le veía, no como su padre, sino como un desconocido. – No. Cortó rotundamente a Zainhé, quien había empezado a pronunciar el nombre de Vladimir. No quería que el niño escuchara siquiera la identidad de ese demonio. – No me llames más así. ¡Mierda! Era tan característico de él arruinarlo todo. – No lo soporto. Especialmente, si viene de ti. Las palabras, que iban en un tono bajo para no asustar a su hijo, estaban cargadas de desesperación. – Solo dime Traian. Terminó, como si no fuese importante el hecho de que tuviese otro nombre. Zainhé supo entonces que le había mentido. De nuevo. El saber que nunca podría estar realmente con ellos, le dolió más que cualquier daño infligido antes a su cuerpo. Entonces, ¿por qué esa neblina en los orbes de la cazadora tuvo el mismo efecto?
Miklós Valborg- Vampiro Clase Media
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Las sensaciones fueron confusas; la mezcla desvirtuaba todo a su alrededor y los siniestros pensamientos que se soldaron en el pasado sobre una sutil y llamativa venganza, fueron difuminados con el gesto que observó en el rostro del inquisidor. Es verdad que Zainhé jamás conocería la verdadera historia detrás de la ausencia en su mirada, detrás de esas marcas que, como fuentes de expiación, se habían adherido a la piel de Traian para recordarle su pasado. Sin embargo, la mujer lo supo en cuanto vio aquella transparente lágrima surcar el valle de su mejilla. Él estaba realmente emocionado, con el dolor hurgando en su pecho y con el mismo conflicto existencial que ella. Intentó dedicarle unas palabras, pero no pudo. El silencio era lo mejor en ese instante, un bálsamo que ambos necesitaban beber y que sólo Lorand podría ofrecerles con sus ojos cerrados. Zainhé se creyó segura, a salvo de cualquier inquisición que el hombre tuviese para ella. No más problemas, no más explicaciones absurdas. Ese, sólo ese era el efecto que su hijo producía en ambos. ¿Podría pensar en eso a futuro? ¿Considerar una vida juntos, sería demasiada presunción? El abrupto movimiento de Traian la sacó de su ensimismamiento. Recostando al pequeño sobre su regazo, frunció el ceño en un intento por comprender la reacción. Se mordió el labio inferior con nerviosismo, apartó la vista del hombre para colarla hasta las rosadas mejillas de su hijo y sonreírle con ternura. Era extraño pensar que esa mujer, con la inocencia en sus brazos y la debilidad en su mirada, fuese la misma asesina imparable de las calles aledañas a su hogar. Zainhé tenía una doble vida, una doble personalidad y, ciertamente en ambas, era terriblemente imparable.
El niño se removió en los brazos de Zainhé al mismo tiempo que él ¿Qué demonios fue lo que dijo? La inquisidora clavó la mirada en él, un interrogatorio en silencio se hizo presente. Apretó la mandíbula y se mordió la lengua para no escupirle a la cara palabras ofensivas. Afortunadamente tenía las manos ocupadas o de lo contrario lo habría golpeado ¿A qué se refería exactamente con que no soporta ese nombre? ¿No es el suyo? ¿Quién demonios es Traian? Estuvo a punto de correrlo de su casa, pero el ronroneo del pequeño la regresó a su antiguo estado anímico. Lorand balbuceó un par de palabras que si bien no eran entendibles para los demás, sí lo eran para ella. Ignoró a Traian durante un segundo, enfocándose solamente en su bebé, en la única criatura capaz de desquebrajarla por completo ¿La única? Observó en los orbes de Lorand, la misma intensidad azul que en las pupilas de su padre cuando la miraba a ella, cuando la poseyó de una y mil formas aquella inolvidable noche. Pegó la frente al rostro de su hijo sintiéndose completamente extraña. No sabía si alegrarse por el desconocimiento que él tenía de su padre u odiarse por haberle robado ese derecho. Entonces lo recordó. Quizá podía intentar algo que, desde los primeros balbuceos de Lorand, había ocurrido en repetidas ocasiones junto a Târsil. Esa idea hizo que olvidara la afrenta de minutos anteriores. Abrazó al infante con ambas manos con sentido protector, con la dulzura y amorío que sólo una madre puede ofrecer. Besó su mejilla y le dio la espalda a Traian para poder susurrarle a Lorand sin que él se diese cuenta.
En su mayoría, un niño con la edad de Lorand, no podría reconocer lo que Zainhé le susurró, menos cuando se le negó el conocimiento de tener un padre. No era el caso de Lorand Herczog. El niño sí creció con una figura paterna a su lado, no le veía a menudo, pero podía reconocer su voz cuando estaba cerca de la misma forma en la que se había acostumbrado al tacto de ese hombre. En determinadas ocasiones –y pronunciando sus primeras palabras- llegó a llamarlo papá. Al ocurrir esto, Zainhé miraba a su compañero con vergüenza. Él nunca se sintió extraño y siempre aceptó los abrazos, sonrisas y mimos del niño, pero la Inquisidora no podía permitir que su hijo creciera con una imagen falsa de la vida, tampoco que alguien como Târsil –su mejor amigo- llevase a cuestas una carga que no le pertenecía, por ello cada que Lorand mencionaba la palabra, ella se lo negaba. Esta vez no lo haría. –Él es tu papi. Él es tu papi. Él es tu papi.- Musitó varias veces en el lóbulo de Lorand, pero Zainhé estaba consciente de que aquello no sería suficiente para convencerlo. Volvió a girarse en torno a Traian. La sonrisa en sus labios dejó ver que tramaba algo, pero era demasiado rápida como para que el inquisidor se diese cuenta y la esquivara. Tomó la mano ajena y la levantó hasta su propia mejilla para que los nudillos de esta acariciaran el rostro de ‘Mami’.
¡Oh, la sensación! ¡Había olvidado sus caricias! Los sueños no le hacían justicia al tacto. La textura de sus dedos, el calor de su piel, el olor a hombre que destilaba por cada poro. ¡Maldición! ¡Aún lo ama! Levantó ambas cejas sorprendida por la revelación, se negó un par de veces y los segundos pasaron con esa misma imagen. Lo haló hasta ella, más de cerca. Sus ojos se perdieron en la mirada indescriptible de Traian, pero si la odiaba o la amaba, no se detendría esa noche. Volvió a sonreírle desviando la mirada hasta su bebé que miraba con atención a sus padres. Ella asintió y arrastró la mano de Traian, de su mejilla, hasta el rostro de Lorand. Fue en ese momento, justo cuando la manga de su brazo se levantó lo suficiente como para mostrar las cicatrices de Traian, que ella lo comprendió. Él no quería tocarlo por eso, de la misma forma en que no permitió que ella lo viese desnudo o que lo acariciara, pero una vez perdidos en el acto, Zainhé consiguió besar cada marca de su cuerpo con infinita vehemencia y adoración. Sintió la renuencia del varón e intentó forzarlo. Era un caso perdido, ella no podía con él. -¡Da… pabpi!- Lorand se sacudió en el brazo de Zainhé. Sólo un niño, pero más inteligente que ambos. Él había presentido el cariño que los dos adultos de la habitación se tenían y no era necesario aclarárselo mejor. Estiró sus manitas para alcanzar el cuerpo de Traian, él quería que su padre lo cargara. –No tengas miedo, amor. Yo tampoco sé cómo ser madre- Lo alentó y ni siquiera se dio cuenta de lo que dijo.
El niño se removió en los brazos de Zainhé al mismo tiempo que él ¿Qué demonios fue lo que dijo? La inquisidora clavó la mirada en él, un interrogatorio en silencio se hizo presente. Apretó la mandíbula y se mordió la lengua para no escupirle a la cara palabras ofensivas. Afortunadamente tenía las manos ocupadas o de lo contrario lo habría golpeado ¿A qué se refería exactamente con que no soporta ese nombre? ¿No es el suyo? ¿Quién demonios es Traian? Estuvo a punto de correrlo de su casa, pero el ronroneo del pequeño la regresó a su antiguo estado anímico. Lorand balbuceó un par de palabras que si bien no eran entendibles para los demás, sí lo eran para ella. Ignoró a Traian durante un segundo, enfocándose solamente en su bebé, en la única criatura capaz de desquebrajarla por completo ¿La única? Observó en los orbes de Lorand, la misma intensidad azul que en las pupilas de su padre cuando la miraba a ella, cuando la poseyó de una y mil formas aquella inolvidable noche. Pegó la frente al rostro de su hijo sintiéndose completamente extraña. No sabía si alegrarse por el desconocimiento que él tenía de su padre u odiarse por haberle robado ese derecho. Entonces lo recordó. Quizá podía intentar algo que, desde los primeros balbuceos de Lorand, había ocurrido en repetidas ocasiones junto a Târsil. Esa idea hizo que olvidara la afrenta de minutos anteriores. Abrazó al infante con ambas manos con sentido protector, con la dulzura y amorío que sólo una madre puede ofrecer. Besó su mejilla y le dio la espalda a Traian para poder susurrarle a Lorand sin que él se diese cuenta.
En su mayoría, un niño con la edad de Lorand, no podría reconocer lo que Zainhé le susurró, menos cuando se le negó el conocimiento de tener un padre. No era el caso de Lorand Herczog. El niño sí creció con una figura paterna a su lado, no le veía a menudo, pero podía reconocer su voz cuando estaba cerca de la misma forma en la que se había acostumbrado al tacto de ese hombre. En determinadas ocasiones –y pronunciando sus primeras palabras- llegó a llamarlo papá. Al ocurrir esto, Zainhé miraba a su compañero con vergüenza. Él nunca se sintió extraño y siempre aceptó los abrazos, sonrisas y mimos del niño, pero la Inquisidora no podía permitir que su hijo creciera con una imagen falsa de la vida, tampoco que alguien como Târsil –su mejor amigo- llevase a cuestas una carga que no le pertenecía, por ello cada que Lorand mencionaba la palabra, ella se lo negaba. Esta vez no lo haría. –Él es tu papi. Él es tu papi. Él es tu papi.- Musitó varias veces en el lóbulo de Lorand, pero Zainhé estaba consciente de que aquello no sería suficiente para convencerlo. Volvió a girarse en torno a Traian. La sonrisa en sus labios dejó ver que tramaba algo, pero era demasiado rápida como para que el inquisidor se diese cuenta y la esquivara. Tomó la mano ajena y la levantó hasta su propia mejilla para que los nudillos de esta acariciaran el rostro de ‘Mami’.
¡Oh, la sensación! ¡Había olvidado sus caricias! Los sueños no le hacían justicia al tacto. La textura de sus dedos, el calor de su piel, el olor a hombre que destilaba por cada poro. ¡Maldición! ¡Aún lo ama! Levantó ambas cejas sorprendida por la revelación, se negó un par de veces y los segundos pasaron con esa misma imagen. Lo haló hasta ella, más de cerca. Sus ojos se perdieron en la mirada indescriptible de Traian, pero si la odiaba o la amaba, no se detendría esa noche. Volvió a sonreírle desviando la mirada hasta su bebé que miraba con atención a sus padres. Ella asintió y arrastró la mano de Traian, de su mejilla, hasta el rostro de Lorand. Fue en ese momento, justo cuando la manga de su brazo se levantó lo suficiente como para mostrar las cicatrices de Traian, que ella lo comprendió. Él no quería tocarlo por eso, de la misma forma en que no permitió que ella lo viese desnudo o que lo acariciara, pero una vez perdidos en el acto, Zainhé consiguió besar cada marca de su cuerpo con infinita vehemencia y adoración. Sintió la renuencia del varón e intentó forzarlo. Era un caso perdido, ella no podía con él. -¡Da… pabpi!- Lorand se sacudió en el brazo de Zainhé. Sólo un niño, pero más inteligente que ambos. Él había presentido el cariño que los dos adultos de la habitación se tenían y no era necesario aclarárselo mejor. Estiró sus manitas para alcanzar el cuerpo de Traian, él quería que su padre lo cargara. –No tengas miedo, amor. Yo tampoco sé cómo ser madre- Lo alentó y ni siquiera se dio cuenta de lo que dijo.
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Re: Véres éjszaka {Privado}
Todo en el cazador resultaba intimidante. Los rasgos en su rostro parecían estar tallados en granito. Su boca se mantenía duramente en una línea. Nunca sonreía. No recordaba la última vez que lo había hecho, si es que alguna vez lo hizo. El color en su mirada, tan profundo y tan vacío, no dejaba entrever el calor que se instalaba en su pecho con tan solo verlos. ¡Demonios! La imagen de Zainhé sosteniendo a su hijo le robaba el aliento. Él, uno de los inquisidores más letales y peligrosos dentro de la organización, el tipo duro y sin sentimientos, quien se lanzaba a la lucha sin miramientos; por primera vez, se encontraba indeciso sobre cómo proceder. Había soltado el aliento que no sabía que había estado reteniendo ante el miedo de que ella le exigiera que se fuera. No solo había abandonado a esa mujer, le había mentido en todo lo referente a él. ¿Lo lamentaba? No. No se sentía orgulloso de su pasado como para compartirlo. Odiaba la compasión, la lástima y la empatía. No quería ver nada de ello en los orbes de su Zainhé. En su momento, se había lamentado por lo perdido, pero de eso hacía ya tanto tiempo. Ahora no había algo que se pudiera hacer por él. Las pesadillas que le visitaban durante las horas en que se acostaba eran su infierno personal y ellos, no tenían porqué ser alcanzados por esas avariciosas y cansinas llamas. Apretó más los labios. Cerró y abrió sus manos. Sentía cada gemelo de colmillos en carne viva, como si acabaran de hacérselos. El vampiro aún se burlaba desde las lejanías. ¡Maldita sea! ¡No pensaría en ello! No tenía porqué poner sus sucias manos y contaminarlo. Lorand era ahora una parte suya y lo mantendría alejado de la oscuridad que le seguía. Siempre sería amado. Lo había sabido desde que la inquisidora le nombró como si se tratara de un talismán. Verlos, sin embargo, era una visión que no olvidaría jamás. El dolor en su pecho se hizo más fuerte. ¿Era nostalgia eso que punzaba? Sí. No podía negarlo. A él le habría gustado ser partícipe de esos meses en que el fénix llevó a su hijo en su vientre. Se habría sentido tan posesivo y orgulloso de sí mismo. ‘¿Más?’ Cuestionó una vocecilla en su cabeza que él se encargó de ignorar. Zainhé miraba al pequeño como si fuera el centro de su universo. Traian estaba agradecido por ello. La inquisidora no había dejado que el odio que sintiera hacia él, repercutiera en su hijo. Solo por eso, podría ponerse de rodillas y agradecérselo. Para él, un Valborg que había sido amado por sus padres, significaba mucho. Jamás se habría perdonado si por sus acciones, Lorand hubiese sufrido la falta de cariño.
Tan ensimismado en ellos estaba que, demasiado tarde, siguió el movimiento de Zainhé. Quemaba. Ahí donde su mano tocaba, quemaba. Clavó su mirada en ella. Un brillo malicioso, que incluso el cazador ignoraba, luchó por emerger del aplastante vacío. Ella aún tenía el poder de reducirlo a nada. ¡¿No la había exorcizado de su cuerpo?! ‘Lo quieres todo. Lo exiges todo. Lo tomas todo. ¿No me dejarás nada?’ Un músculo palpitó en su mandíbula. La culpaba a ella por su incapacidad para detenerla. La había odiado por haber supuesto un peligro para sus misiones suicidas. Aunque él se había jurado no morir hasta acabar con el vampiro que acabó con su familia, el juramento perdía toda veracidad cuando se lanzaba al campo de batalla como si el resultado no le importara. Su mirada descendió hasta esos hipnotizantes labios. Tenía hambre de sus caricias, de sus besos, de sus suspiros y jadeos. Llevaba tanto tiempo vagando por las solitarias calles como un mendigo, anhelando una paz que él mismo no se había permitido. En ella la encontraba. En sus brazos olvidaba quién y qué era. Nada importaba, excepto emborracharse con su presencia. ¿Pero qué demonios intentaba que hiciera? La fulminó con la mirada mientras endurecía todo su cuerpo. – No querrás que toque… Las palabras mordaces se fueron a tomar larga cuando el niño pronunció sus apenas entendibles balbuceos. Su corazón se oprimió. Sangró. O sí. Debía estar sangrando porque hacía tiempo que no le daba un uso a ese estúpido órgano. – Yo… Frunció el ceño, mirando aturdido el gesto de su hijo. Miró de nuevo a Zainhé. Lo que vio lo golpeó. Ella sabía. Sabía que sentía asco de sí mismo. El cazador cuadró sus hombros sin ápice de vergüenza, mostrándose como el guerrero que era. Traian Valborg, el tipo que sabía utilizar la lengua para meterse en todo tipo de problemas, sabía que las palabras eran tan efectivas como sus puños o sus armas. Y al parecer, no era el único. La mujer ante él, también sabía darle uso. ¿Era un cobarde? ¿Se negaría ese momento? Todo lo que no podía decirle con palabras se lo dijo con la mirada. Atrapó al niño en sus brazos. Lorand rodeó sus manitas en su cuello. Pero el fénix no se le iba a escapar. No tras soltarle ese mote cariñoso. Deslizó su brazo por la cintura de la joven, acercándola a él. Inhaló el aroma de su cuello. El pequeño se encontraba entre ellos. – Tú también deberías tener miedo, cielo. Esta vez no creo tener las fuerzas para alejarme. Ni de ti, ni de Lorand. No fue fácil. No es fácil. Ni tu odio podría pararme. Quería decirle tantas cosas, pero no sabía cómo hacerlo.
Tan ensimismado en ellos estaba que, demasiado tarde, siguió el movimiento de Zainhé. Quemaba. Ahí donde su mano tocaba, quemaba. Clavó su mirada en ella. Un brillo malicioso, que incluso el cazador ignoraba, luchó por emerger del aplastante vacío. Ella aún tenía el poder de reducirlo a nada. ¡¿No la había exorcizado de su cuerpo?! ‘Lo quieres todo. Lo exiges todo. Lo tomas todo. ¿No me dejarás nada?’ Un músculo palpitó en su mandíbula. La culpaba a ella por su incapacidad para detenerla. La había odiado por haber supuesto un peligro para sus misiones suicidas. Aunque él se había jurado no morir hasta acabar con el vampiro que acabó con su familia, el juramento perdía toda veracidad cuando se lanzaba al campo de batalla como si el resultado no le importara. Su mirada descendió hasta esos hipnotizantes labios. Tenía hambre de sus caricias, de sus besos, de sus suspiros y jadeos. Llevaba tanto tiempo vagando por las solitarias calles como un mendigo, anhelando una paz que él mismo no se había permitido. En ella la encontraba. En sus brazos olvidaba quién y qué era. Nada importaba, excepto emborracharse con su presencia. ¿Pero qué demonios intentaba que hiciera? La fulminó con la mirada mientras endurecía todo su cuerpo. – No querrás que toque… Las palabras mordaces se fueron a tomar larga cuando el niño pronunció sus apenas entendibles balbuceos. Su corazón se oprimió. Sangró. O sí. Debía estar sangrando porque hacía tiempo que no le daba un uso a ese estúpido órgano. – Yo… Frunció el ceño, mirando aturdido el gesto de su hijo. Miró de nuevo a Zainhé. Lo que vio lo golpeó. Ella sabía. Sabía que sentía asco de sí mismo. El cazador cuadró sus hombros sin ápice de vergüenza, mostrándose como el guerrero que era. Traian Valborg, el tipo que sabía utilizar la lengua para meterse en todo tipo de problemas, sabía que las palabras eran tan efectivas como sus puños o sus armas. Y al parecer, no era el único. La mujer ante él, también sabía darle uso. ¿Era un cobarde? ¿Se negaría ese momento? Todo lo que no podía decirle con palabras se lo dijo con la mirada. Atrapó al niño en sus brazos. Lorand rodeó sus manitas en su cuello. Pero el fénix no se le iba a escapar. No tras soltarle ese mote cariñoso. Deslizó su brazo por la cintura de la joven, acercándola a él. Inhaló el aroma de su cuello. El pequeño se encontraba entre ellos. – Tú también deberías tener miedo, cielo. Esta vez no creo tener las fuerzas para alejarme. Ni de ti, ni de Lorand. No fue fácil. No es fácil. Ni tu odio podría pararme. Quería decirle tantas cosas, pero no sabía cómo hacerlo.
Miklós Valborg- Vampiro Clase Media
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