AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Véres éjszaka {Privado}
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Véres éjszaka {Privado}
Recuerdo del primer mensaje :
Los guijarros que pisotea, resuenan ofuscando su respiración; la carrera es contra el tiempo. Las esquinas de cada calle parecen un laberinto eterno y su mirada se enfoca en las profundidades pero no encuentra lo que busca; la desesperación comienza a devorar sus entrañas. El alma de un inocente se disputa en la batalla. Con cada paso el segundero del reloj retrocede, ¡Está perdiendo el tiempo! Golpea con furia el muro más cercano, corre por los pasillos completamente desorientada. Necesita una huella, el hedor a muerte, un rasguño, el sonido de un niño llorando ¡Lo que sea! El maldito vampiro ha borrado todo su rastro, seguirlo es un suicidio, no tiene información alguna sobre él. Ataca a ciegas a su enemigo ¿Por qué? La mirada de sufrimiento en esa mujer al ver como le arrebataron a su hijo, le hizo recordar el instante en que Imara le regaló su última sonrisa antes de morir. No permitiría que la historia se repitiera, no mientras ella estuviese cerca. Y así fue como llegó a esta situación. Inerte en medio de una calle desolada en las afueras de la ciudad de ¿París? Sacude su cabeza con furia para concentrarse en la cacería. Enfocando sus sentidos, espera a que el viento le susurre la dirección en la cual el parásito se ha marchado con su aparente trofeo. Un grito aterrador traspasa la barrera de la distancia y se inmola en sus oídos, proviene desde el otro lado de la calle. Una casona abandonada hace rechinar el metal forjado de sus puertas, los cristales de sus ventanas han sido resumidos a fragmentos amenazantes entre la tierra del exterior. La maleza seca se pavonea con las caricias del viento, Zainhé corre tan rápido como sus piernas se lo permiten. Salta y esquiva los obstáculos encontrados en el camino. Está dispuesta a convertir en cenizas a esa criatura, sin embargo, el torniquete improvisado en su brazo debido a un golpe certero de su contrincante, supone una ventaja más para él. El pañuelo negro que cubre la mitad de su rostro, la gabardina y el sombrero le hacen parecer que es un hombre, otro cazador infeliz… sus ojos azules traspasan el umbral de la puerta y en el interior de esa vieja construcción el demonio le espera. El pequeño sale corriendo en el segundo siguiente, despistado. Esas lágrimas deslizándose por sus mejillas denotan el pavor que sintió al estar tan cerca de la muerte. El infante toma el brazo que Zainhé tiene herido –¡Largo!- Dice tras un gruñido. Sus toscos zapatos terminan de asesinar a las ramas bajo sus pies, sube con lentitud los escalones de la entrada –El festín está listo-
La puerta se cierra a sus espaldas, una sombra amenaza con abalanzarse sobre ella. Se tira al suelo para no ser derribada, rueda sobre la madera y el polvo acumulado a través de los años se queda impregnado en su atuendo. La ballesta sujeta a su espalda se desprende y queda a un metro de distancia, se queja. Se dice que una buena estrategia siempre es la clave para la victoria. En este caso, Zainhé tendrá que improvisar. Una sádica sonrisa aparece en los labios de su oponente, lo lustroso de sus ojos advierte que ya tiene planes para ella, la chica no le tiene miedo y le responde de la misma manera, sólo que él no podría ver lo blanquecino de sus dientes a causa de ese jodido pañuelo. El condenado se mueve a través de la penumbra, coge su pie derecho; el cuerpo del cazador es lanzado contra una las paredes, su espalda recibe el impacto, su nuca rebota… Todo su peso cae sobre ese maldito brazo que… Le pescan por el cuello, están a punto de estrangularle, el pañuelo resbala poco a poco. El filo de un cuchillo desenfundándose resuena, su destello anuncia el material con el cual ha sido forjado, es una daga de plata. La chica maniobra un poco antes de poder clavarlo sobre la yugular del vampiro… Ríos de color púrpura emergieron de la herida. La soltó… Zainhé cae de rodillas, mientras él trata de deshacerse del objeto, ella se arrastra para alcanzar la ballesta, la toma con su mano sana, la prepara, apunta pero es pateada en el rostro descubriéndolo -Tienes que estar bromeando, eres una niña- Escucha. Su cuerpo vacila y sus sentidos son un completo desastre -¿Quieres jugar? Bien, comencemos- Su gabardina es destrozada, no es necesario ser un genio para saber lo que ese imbécil trama. Se coloca sobre su cuerpo confiado. La fémina espera a que esté lo suficientemente cerca y con la habilidad de diez años en lo mismo, prepara la estaca escondida en medio de su busto, se la clava en el pecho. El peso de su cuerpo contra el de ella ayudó a que la madera entrara hasta rasgar el pútrido corazón. ¿Lo mató? ¿El vampiro estaba solo?...
La sangre no tiene el mismo color bajo la luz de la pálida luna.
Los guijarros que pisotea, resuenan ofuscando su respiración; la carrera es contra el tiempo. Las esquinas de cada calle parecen un laberinto eterno y su mirada se enfoca en las profundidades pero no encuentra lo que busca; la desesperación comienza a devorar sus entrañas. El alma de un inocente se disputa en la batalla. Con cada paso el segundero del reloj retrocede, ¡Está perdiendo el tiempo! Golpea con furia el muro más cercano, corre por los pasillos completamente desorientada. Necesita una huella, el hedor a muerte, un rasguño, el sonido de un niño llorando ¡Lo que sea! El maldito vampiro ha borrado todo su rastro, seguirlo es un suicidio, no tiene información alguna sobre él. Ataca a ciegas a su enemigo ¿Por qué? La mirada de sufrimiento en esa mujer al ver como le arrebataron a su hijo, le hizo recordar el instante en que Imara le regaló su última sonrisa antes de morir. No permitiría que la historia se repitiera, no mientras ella estuviese cerca. Y así fue como llegó a esta situación. Inerte en medio de una calle desolada en las afueras de la ciudad de ¿París? Sacude su cabeza con furia para concentrarse en la cacería. Enfocando sus sentidos, espera a que el viento le susurre la dirección en la cual el parásito se ha marchado con su aparente trofeo. Un grito aterrador traspasa la barrera de la distancia y se inmola en sus oídos, proviene desde el otro lado de la calle. Una casona abandonada hace rechinar el metal forjado de sus puertas, los cristales de sus ventanas han sido resumidos a fragmentos amenazantes entre la tierra del exterior. La maleza seca se pavonea con las caricias del viento, Zainhé corre tan rápido como sus piernas se lo permiten. Salta y esquiva los obstáculos encontrados en el camino. Está dispuesta a convertir en cenizas a esa criatura, sin embargo, el torniquete improvisado en su brazo debido a un golpe certero de su contrincante, supone una ventaja más para él. El pañuelo negro que cubre la mitad de su rostro, la gabardina y el sombrero le hacen parecer que es un hombre, otro cazador infeliz… sus ojos azules traspasan el umbral de la puerta y en el interior de esa vieja construcción el demonio le espera. El pequeño sale corriendo en el segundo siguiente, despistado. Esas lágrimas deslizándose por sus mejillas denotan el pavor que sintió al estar tan cerca de la muerte. El infante toma el brazo que Zainhé tiene herido –¡Largo!- Dice tras un gruñido. Sus toscos zapatos terminan de asesinar a las ramas bajo sus pies, sube con lentitud los escalones de la entrada –El festín está listo-
La puerta se cierra a sus espaldas, una sombra amenaza con abalanzarse sobre ella. Se tira al suelo para no ser derribada, rueda sobre la madera y el polvo acumulado a través de los años se queda impregnado en su atuendo. La ballesta sujeta a su espalda se desprende y queda a un metro de distancia, se queja. Se dice que una buena estrategia siempre es la clave para la victoria. En este caso, Zainhé tendrá que improvisar. Una sádica sonrisa aparece en los labios de su oponente, lo lustroso de sus ojos advierte que ya tiene planes para ella, la chica no le tiene miedo y le responde de la misma manera, sólo que él no podría ver lo blanquecino de sus dientes a causa de ese jodido pañuelo. El condenado se mueve a través de la penumbra, coge su pie derecho; el cuerpo del cazador es lanzado contra una las paredes, su espalda recibe el impacto, su nuca rebota… Todo su peso cae sobre ese maldito brazo que… Le pescan por el cuello, están a punto de estrangularle, el pañuelo resbala poco a poco. El filo de un cuchillo desenfundándose resuena, su destello anuncia el material con el cual ha sido forjado, es una daga de plata. La chica maniobra un poco antes de poder clavarlo sobre la yugular del vampiro… Ríos de color púrpura emergieron de la herida. La soltó… Zainhé cae de rodillas, mientras él trata de deshacerse del objeto, ella se arrastra para alcanzar la ballesta, la toma con su mano sana, la prepara, apunta pero es pateada en el rostro descubriéndolo -Tienes que estar bromeando, eres una niña- Escucha. Su cuerpo vacila y sus sentidos son un completo desastre -¿Quieres jugar? Bien, comencemos- Su gabardina es destrozada, no es necesario ser un genio para saber lo que ese imbécil trama. Se coloca sobre su cuerpo confiado. La fémina espera a que esté lo suficientemente cerca y con la habilidad de diez años en lo mismo, prepara la estaca escondida en medio de su busto, se la clava en el pecho. El peso de su cuerpo contra el de ella ayudó a que la madera entrara hasta rasgar el pútrido corazón. ¿Lo mató? ¿El vampiro estaba solo?...
Imara Z. Horváth- Fantasma
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Fecha de inscripción : 19/04/2011
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Re: Véres éjszaka {Privado}
Y en ese instante, su mundo se vino abajo.
La felicidad es efímera, como esporádica es la vitalidad. Los latidos de su corazón danzaban contra su pecho cada vez más fuerte, cada vez más desesperantes. El órgano saldría de su pecho a no ser porque el cuerpo de Lorand lo bloqueaba. Su cuerpo deseaba huir, su mente quería quedarse y ella, Zainhé simplemente imploraba por no despertar de ese sueño. No podía ser otra cosa más que una vaga ilusión de que su familia estuviese completa de que, a pesar del odio y rencor que le guardó, el amor que le profesó fuese más grande. Tuvo miedo, durante años se sintió terriblemente aterrada; encontrarse al padre de su hijo, saberse débil y esperar la muerte en sus manos, era la pesadilla constante que le hacía desear no volver a verlo jamás. Si el destino no quiso juntarlos antes, fue porque ella se escondió. Se escondió de él, prefirió ocultarse de la felicidad. Traian estaba ahí, junto a Lorand, frente a ella. Habría que volcar todas sus sensaciones en algo que resistiera la colisión dentro de ella. Euforia, melancolía. La tormenta más devastadora a mar abierto, le queda corta al fulgor que le embarga. Todo eso, la catástrofe, el infierno, absolutamente todo, se cae cuando él la toca. Su abrazo colma la desesperación interna, su tacto es la paz que tanto anhelaba, esa que sólo podía sentir al escuchar la risa de su bebé; él era su padre, el hombre que Zainhé, aunque se esforzó, nunca pudo olvidar.
El estremecimiento de su cuerpo, impidió que pudiese pronunciar palabra alguna, pero su mirada no podía mentir. En sus ojos se formó la capa cristalina de lágrimas, suspiró. Una sola gota cayó en su mejilla al tiempo en que Lorand rodeaba el cuello de su padre y, tras el abrazo completo de los dos, Zainhé irrumpió en completo llanto. Sus rodillas le fallaron, las sentía frágiles, como si fuesen de cristal y no pudiesen soportar el peso que cargaba en sus espaldas. Se rompió. Se derrumbó. El niño se sostuvo de los hombros y pecho de su padre, pero ella cayó al suelo completa y totalmente derrotada. La expresión de su rostro era contradictoria, las lágrimas demostraban lo herida que se encontraba, pero la sonrisa en sus labios denotaba victoria ¿Qué era exactamente lo que había ganado? Limpió las lágrimas e intentó hablar. Su garganta estaba cerrada. –Erg..- tragó saliva. –No mientas- Aunque resultó ser un lindo sueño, este podría convertirse en pesadilla. –Te irás- Por más que lo intentó no consiguió evitar que el llanto se quedase atorado en el nudo que le asfixiaba. –Dijiste lo mismo la vez pasada, te fuiste… Me dolió.- Se cubrió el rostro con ambas manos. Verlo a la cara tan destruida como lo estaba en ese momento, era mostrarle el fracaso total del fénix. –Nunca pude reponerme Vla…- se quedó callada. Había tantas cosas que decirle, tantas preguntas por hacerle. ¿Quién era él realmente? Suspiró. –Traian- Musitó en un suspiro, casi agónico. Lo que hacía, lo hacía por su hijo, para que no se quedase sin el afecto de su padre, pero ¿Sólo lo hacía por él? No podía mentirse, ni siquiera a él. –¡Sí! ¡Te odio! ¡Odio de ti, la desesperada ausencia que me hiciste sentir! ¡Odio el que hayas regresado! ¡Odio el amor que aún te tengo! Y lo que es peor, ¡Odio que no pueda dejarte ir!- Y si Zainhé no podía humillarse más con aquella develación. Ahí, arrodillada, golpeteó los pies de Traian para calmar su furia; tan pronto como logró desahogarse, los abrazó y se refugia, para sentir su presencia, para darse cuenta que sigue siendo real. –Puedes dejarme a mí otra vez, Traian… pero a él, a él no lo abandones-
La felicidad es efímera, como esporádica es la vitalidad. Los latidos de su corazón danzaban contra su pecho cada vez más fuerte, cada vez más desesperantes. El órgano saldría de su pecho a no ser porque el cuerpo de Lorand lo bloqueaba. Su cuerpo deseaba huir, su mente quería quedarse y ella, Zainhé simplemente imploraba por no despertar de ese sueño. No podía ser otra cosa más que una vaga ilusión de que su familia estuviese completa de que, a pesar del odio y rencor que le guardó, el amor que le profesó fuese más grande. Tuvo miedo, durante años se sintió terriblemente aterrada; encontrarse al padre de su hijo, saberse débil y esperar la muerte en sus manos, era la pesadilla constante que le hacía desear no volver a verlo jamás. Si el destino no quiso juntarlos antes, fue porque ella se escondió. Se escondió de él, prefirió ocultarse de la felicidad. Traian estaba ahí, junto a Lorand, frente a ella. Habría que volcar todas sus sensaciones en algo que resistiera la colisión dentro de ella. Euforia, melancolía. La tormenta más devastadora a mar abierto, le queda corta al fulgor que le embarga. Todo eso, la catástrofe, el infierno, absolutamente todo, se cae cuando él la toca. Su abrazo colma la desesperación interna, su tacto es la paz que tanto anhelaba, esa que sólo podía sentir al escuchar la risa de su bebé; él era su padre, el hombre que Zainhé, aunque se esforzó, nunca pudo olvidar.
El estremecimiento de su cuerpo, impidió que pudiese pronunciar palabra alguna, pero su mirada no podía mentir. En sus ojos se formó la capa cristalina de lágrimas, suspiró. Una sola gota cayó en su mejilla al tiempo en que Lorand rodeaba el cuello de su padre y, tras el abrazo completo de los dos, Zainhé irrumpió en completo llanto. Sus rodillas le fallaron, las sentía frágiles, como si fuesen de cristal y no pudiesen soportar el peso que cargaba en sus espaldas. Se rompió. Se derrumbó. El niño se sostuvo de los hombros y pecho de su padre, pero ella cayó al suelo completa y totalmente derrotada. La expresión de su rostro era contradictoria, las lágrimas demostraban lo herida que se encontraba, pero la sonrisa en sus labios denotaba victoria ¿Qué era exactamente lo que había ganado? Limpió las lágrimas e intentó hablar. Su garganta estaba cerrada. –Erg..- tragó saliva. –No mientas- Aunque resultó ser un lindo sueño, este podría convertirse en pesadilla. –Te irás- Por más que lo intentó no consiguió evitar que el llanto se quedase atorado en el nudo que le asfixiaba. –Dijiste lo mismo la vez pasada, te fuiste… Me dolió.- Se cubrió el rostro con ambas manos. Verlo a la cara tan destruida como lo estaba en ese momento, era mostrarle el fracaso total del fénix. –Nunca pude reponerme Vla…- se quedó callada. Había tantas cosas que decirle, tantas preguntas por hacerle. ¿Quién era él realmente? Suspiró. –Traian- Musitó en un suspiro, casi agónico. Lo que hacía, lo hacía por su hijo, para que no se quedase sin el afecto de su padre, pero ¿Sólo lo hacía por él? No podía mentirse, ni siquiera a él. –¡Sí! ¡Te odio! ¡Odio de ti, la desesperada ausencia que me hiciste sentir! ¡Odio el que hayas regresado! ¡Odio el amor que aún te tengo! Y lo que es peor, ¡Odio que no pueda dejarte ir!- Y si Zainhé no podía humillarse más con aquella develación. Ahí, arrodillada, golpeteó los pies de Traian para calmar su furia; tan pronto como logró desahogarse, los abrazó y se refugia, para sentir su presencia, para darse cuenta que sigue siendo real. –Puedes dejarme a mí otra vez, Traian… pero a él, a él no lo abandones-
Imara Z. Horváth- Fantasma
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Re: Véres éjszaka {Privado}
Culpable, así es como se siente tras escuchar sus palabras. ¿Cómo podía ser eso posible? Nunca sintió culpabilidad por usar a sus compañeros como carnadas durante alguna batalla. Tampoco sintió culpabilidad por atar a las mujeres a la cama, utilizarlas para su placer – si es que podía llamársele así – y desecharlas. Ellas nunca lo habían comprendido. Habían cuestionado cada uno de sus movimientos, ¡como si se tratara de un maldito juego! Jáh, ¡si tan solo lo supieran! En el campo, Traian se transformaba. Era un animal. La presa. Esa que el vampiro noche tras noche había criado. Atacaba y mordía antes de siquiera ser consciente de lo que hacía, sabiendo que solo así, nunca más se encontraría en una situación como aquélla. Y en la cama, no era más que el cazador. Ese que reducía a sus víctimas para tener el control. ¿Zainhé quería eso? No. ¡Ella no podía quererlo! Les había ahorrado un sinfín de problemas. No se había ido solo porque era un cabrón. De alguna forma, había pensado en el futuro de ella. No en el suyo. Él siempre supo que estaba roto, sin ninguna oportunidad de reparación. Pero no Zainhé. La joven que había entrado con él a formarse, aún había tenido vida en sus hermosos orbes. Había mirado a través de ellos y se había perdido en más de una ocasión. Y entonces había sentido envidia, deseo por suprimir ese brillo en su mirada, justo como aquél vampiro había hecho con él. Al menos, así había sido al principio, antes de que la inquisidora quemara en su interior. El pequeño que estaba ahora entre sus brazos, no había sido producto de su odio, sino del afecto que esa mujer había hecho nacer. Lorand se sostuvo con más fuerza alrededor de su cuello. Miró el rostro de su hijo y la fuerza con la que le sostenía se incrementó. Había tanta inocencia irradiando de él, que su veta protectora salió a relucir. Una que ni siquiera sabía que tenía. Esos malditos seres, no se tentarían el corazón por un niño. Él mejor que nadie lo sabía. Una media sonrisa se formó en su boca cuando finalmente el alivio le golpeó. – Eso es, Zainhé. Grítame. Golpéame. No me importa lo que hagas, solo no llores. Estaba tan acostumbrado a ordenar y no a pedir. Hacer concesiones – incluso para ella – le resultaba tan difícil. Prefería saberse el objetivo de su odio y no el culpable de aquéllas lágrimas. No las merecía. No cuando estaba pensando en abandonarlos. Ella decía aún amarlo. Traian supo entonces que, una vez les diera la espalda, el afecto que Zainhé podría albergar por él, se extinguiría.
Sus últimas palabras se lo confirmaron. No le perdonaría dejar a Lorand. Su hijo lo era todo para esa mujer, quien le hiciera daño, solo sentiría el filo de su arma. ¿Por qué no solo se iba? ¿Por qué sentía esa jodida necesidad de explicarle que lo mejor para ellos era no tenerlo en su vida? “Eres tan egoísta, Miklós. No quieres que te saque completamente de su vida.” Ella debería saber que nunca les dejaría desprotegidos. ¿O había sido tan jodidamente bueno con su indiferencia como para que pensara que no les importaba? – No tienes ni una maldita idea de lo que pides. Si la tuvieras, me sacarías a patadas de tu hogar. Ni siquiera habrías permitido que cogiera a Lorand. Estoy sucio, cazadora. Irremediablemente sucio. Nuestro hijo crecerá mejor sin saber de mi existencia. No era vergüenza lo que sentía al decir cómo se sentía, sino dolor por rechazar a quiénes sin duda, eran su salvación. Él nunca había luchado por alguien. No cazaba para librar al mundo de los demonios, ni para evitar que el mal arruinase a otras familias. Luchaba porque era su único propósito. Si perdía éste, ¿quién sería? – No continuarás dentro de la Organización. Hablaré con nuestro superior para que te destituya si es necesario. Yo cuidaré de ti, de él, pero no te arriesgarás más a que una noche uno de ellos te persiga. Sabes de lo que son capaces, irán tras lo que más amas y no dudarán en destruirlo. Un escalofrío recorrió la columna de Traian, al pensar en su hermano, en sus padres. Lo había perdido todo a manos de un vampiro. No podría sobrevivir a otra pérdida. No de ella y mucho menos, de su hijo. El pequeño, ajeno a las palabras que escupía, se abrazó con más fuerza. Él nunca había permitido que alguien hiciera eso. Acarició, con una ternura jamás vista, los cabellos dorados del infante. Al parecer, el sueño no lo había abandonado del todo. Éste lo reclamaba ahora que la preocupación de ver llorar a su madre, remitía al verla tranquila. ¿Cómo podía él confiar en un extraño? Eso solo reafirmaba su decisión de velar por su seguridad. Sonrió con pesar. “¿Podré continuar?” –Son el pedazo de Cielo que un condenado al Infierno jamás alcanzará. No cuando ni siquiera yo puedo. ¿No te es suficiente? Los amo tanto, que estoy dispuesto a sacrificarme a no ser nadie en tu vida, ni en la suya. ¿No has sobrevivido sin mí todo este tiempo? ¿No lo has criado sin su padre? No me necesitas, aunque yo quiera pensar que sí lo haces. Ese siempre fue mi destino, ser un fantasma, un intruso, un traidor, un enemigo. No sé ser amigo, ni amante, mucho menos padre. ¿Lo sabes? ¡Dime que lo sabes! Al levantar la voz, el pequeño levantó la cabeza de su cuello. – Quiero oírtelo decir. Quiero que comprendas. Que sepas que esto es lo mejor. Desesperado, ¡nunca se había sentido tan desesperado! Quería salir, pero más, quedarse anclado por siempre ahí.
Sus últimas palabras se lo confirmaron. No le perdonaría dejar a Lorand. Su hijo lo era todo para esa mujer, quien le hiciera daño, solo sentiría el filo de su arma. ¿Por qué no solo se iba? ¿Por qué sentía esa jodida necesidad de explicarle que lo mejor para ellos era no tenerlo en su vida? “Eres tan egoísta, Miklós. No quieres que te saque completamente de su vida.” Ella debería saber que nunca les dejaría desprotegidos. ¿O había sido tan jodidamente bueno con su indiferencia como para que pensara que no les importaba? – No tienes ni una maldita idea de lo que pides. Si la tuvieras, me sacarías a patadas de tu hogar. Ni siquiera habrías permitido que cogiera a Lorand. Estoy sucio, cazadora. Irremediablemente sucio. Nuestro hijo crecerá mejor sin saber de mi existencia. No era vergüenza lo que sentía al decir cómo se sentía, sino dolor por rechazar a quiénes sin duda, eran su salvación. Él nunca había luchado por alguien. No cazaba para librar al mundo de los demonios, ni para evitar que el mal arruinase a otras familias. Luchaba porque era su único propósito. Si perdía éste, ¿quién sería? – No continuarás dentro de la Organización. Hablaré con nuestro superior para que te destituya si es necesario. Yo cuidaré de ti, de él, pero no te arriesgarás más a que una noche uno de ellos te persiga. Sabes de lo que son capaces, irán tras lo que más amas y no dudarán en destruirlo. Un escalofrío recorrió la columna de Traian, al pensar en su hermano, en sus padres. Lo había perdido todo a manos de un vampiro. No podría sobrevivir a otra pérdida. No de ella y mucho menos, de su hijo. El pequeño, ajeno a las palabras que escupía, se abrazó con más fuerza. Él nunca había permitido que alguien hiciera eso. Acarició, con una ternura jamás vista, los cabellos dorados del infante. Al parecer, el sueño no lo había abandonado del todo. Éste lo reclamaba ahora que la preocupación de ver llorar a su madre, remitía al verla tranquila. ¿Cómo podía él confiar en un extraño? Eso solo reafirmaba su decisión de velar por su seguridad. Sonrió con pesar. “¿Podré continuar?” –Son el pedazo de Cielo que un condenado al Infierno jamás alcanzará. No cuando ni siquiera yo puedo. ¿No te es suficiente? Los amo tanto, que estoy dispuesto a sacrificarme a no ser nadie en tu vida, ni en la suya. ¿No has sobrevivido sin mí todo este tiempo? ¿No lo has criado sin su padre? No me necesitas, aunque yo quiera pensar que sí lo haces. Ese siempre fue mi destino, ser un fantasma, un intruso, un traidor, un enemigo. No sé ser amigo, ni amante, mucho menos padre. ¿Lo sabes? ¡Dime que lo sabes! Al levantar la voz, el pequeño levantó la cabeza de su cuello. – Quiero oírtelo decir. Quiero que comprendas. Que sepas que esto es lo mejor. Desesperado, ¡nunca se había sentido tan desesperado! Quería salir, pero más, quedarse anclado por siempre ahí.
Miklós Valborg- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/10/2011
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Re: Véres éjszaka {Privado}
Hace perder su mirada en el suelo de la nada. Olvidó lo que era sentir el dolor de la pérdida y el fracaso. Zainhé estuvo preparada para el encuentro con ‘Vladimir’, para saberse odiada, para que él deseara su muerte así como anhelaba la venganza; lo consideró todo, menos la reacción que él tiene en este momento. Los labios de la Inquisidora se automutilan en una mueca silenciosa. Quisiera poder gritar y deshacerse del rencor que le tenía, golpearlo hasta hacerlo desangrar para así satisfacer la furia contenida, pero no puede. Levanta el rostro hasta ellos, los ve de abajo hacia arriba como una visión de la utopía. Sonríe, pero no lo hace atiborrada de felicidad, es una sonrisa cargada de alevosía en su contra. Suspira convencida de su derrota y se pone de pie. Es difícil saber lo que está pensando, pues las facciones de su rostro volvieron a inmolarse convierto a Zainhé en la estatua que él encontró en la zona abandonada. Le arrebata a su hijo delicadamente, más en su mirada arde el fuego que por poco se extingue. Acurruca al niño entre sus brazos y lo arrulla cantando una misteriosa nana. Es probable que Traian la recuerde, pues es la misma melodía con la que ella lo acunaba en sus brazos en la época que fueron compañeros.
-Vete y no volverás a saber nada de mí, ni de él.- Coloca a Lorand sobre la cama, acaricia sus cabellos. El pequeño duerme profundamente después de haber padecido el ajetreo de conocer a su verdadero padre. Con el dedo índice, indica al varón que se encuentra de pie a su lado, que guarde silencio y lo redirecciona hasta el pasillo fuera de la habitación. Murielle ha entrado a su alcoba, perdió la paranoia al darse cuenta –minutos después- que ese hombre no intentaría nada en contra de Zainhé. La puerta se cierra, lentamente. –Tienes razón, no te necesito para educarle. Así que una vez que abandones mi hogar, no tendrás ningún contacto con nosotros. ¿Crees que no puedo esconderme de ti?- Arquea una ceja, se cruza de brazos y sonríe. –Pasaron casi tres años en donde tuviste la incertidumbre. Nunca supiste si continuaba con vida o si acaso morí. Así que…, volverá a ocurrir.- El tono de su voz, aunque bajo, es demasiado seco y jodidamente sereno tanto como escalofriante. A manera de despedida, se aproxima a él y acaricia su rostro, la ternura que derrocha en el acto, contradice completamente a la frialdad de su mirada. –Cometí el error de mostrarte mi mundo, nuestro mundo. No lo quieres y no te culpo, es demasiado bueno para alguien como tú.- Lo suelta y le da la espalda abriendo sólo un poco la puerta para que él pudiese ver por última vez a su hijo. –No te lo mereces-
Al verlo dormir tan pacíficamente, Zainhé logra darse cuenta que su padre tiene razón en algo. De todo el disparate que le arrojó en su desenfreno, él dio en el clavo en la razón principal por la cual la inquisidora lo arrastró hasta ahí. ¿Y si ella perecía en alguna misión? Traga saliva desvaneciendo el nudo en su garganta y el temor por haber sopesado aquello. Pese a mostrarse fuerte ante él, por dentro está destrozada y hace una petición que su cerebro no logra procesar, pero su corazón ha dictaminado -¿Al menos podrías quedarte esta noche, sólo hasta que se duerma?- Musita. No se refería a Loran pues evidentemente él ya está dormido, habla por si misma. Quiere arroparse entre su pecho y sentirse abrigada, protegida. –Y si por la mañana ya no estás, sabré entonces que llegó la hora de regresar al agujero de donde salí- Frunce el ceño y cierra la puerta. Sin darse cuenta de lo que ha dicho segundos atrás, se encamina hasta sus aposentos. Antes de adentrarse en su interior, se gira sobre los talones. –Ya sabes dónde está la salida y ten cuidado donde pisas- No lo iba a acompañar porque no quiere verlo marchar pues supone es menos doloroso, aunque de igual manera, cuando amanezca ella regresará a la misma rutina de siempre…, fingir que no le importa su lejanía.
-Vete y no volverás a saber nada de mí, ni de él.- Coloca a Lorand sobre la cama, acaricia sus cabellos. El pequeño duerme profundamente después de haber padecido el ajetreo de conocer a su verdadero padre. Con el dedo índice, indica al varón que se encuentra de pie a su lado, que guarde silencio y lo redirecciona hasta el pasillo fuera de la habitación. Murielle ha entrado a su alcoba, perdió la paranoia al darse cuenta –minutos después- que ese hombre no intentaría nada en contra de Zainhé. La puerta se cierra, lentamente. –Tienes razón, no te necesito para educarle. Así que una vez que abandones mi hogar, no tendrás ningún contacto con nosotros. ¿Crees que no puedo esconderme de ti?- Arquea una ceja, se cruza de brazos y sonríe. –Pasaron casi tres años en donde tuviste la incertidumbre. Nunca supiste si continuaba con vida o si acaso morí. Así que…, volverá a ocurrir.- El tono de su voz, aunque bajo, es demasiado seco y jodidamente sereno tanto como escalofriante. A manera de despedida, se aproxima a él y acaricia su rostro, la ternura que derrocha en el acto, contradice completamente a la frialdad de su mirada. –Cometí el error de mostrarte mi mundo, nuestro mundo. No lo quieres y no te culpo, es demasiado bueno para alguien como tú.- Lo suelta y le da la espalda abriendo sólo un poco la puerta para que él pudiese ver por última vez a su hijo. –No te lo mereces-
Al verlo dormir tan pacíficamente, Zainhé logra darse cuenta que su padre tiene razón en algo. De todo el disparate que le arrojó en su desenfreno, él dio en el clavo en la razón principal por la cual la inquisidora lo arrastró hasta ahí. ¿Y si ella perecía en alguna misión? Traga saliva desvaneciendo el nudo en su garganta y el temor por haber sopesado aquello. Pese a mostrarse fuerte ante él, por dentro está destrozada y hace una petición que su cerebro no logra procesar, pero su corazón ha dictaminado -¿Al menos podrías quedarte esta noche, sólo hasta que se duerma?- Musita. No se refería a Loran pues evidentemente él ya está dormido, habla por si misma. Quiere arroparse entre su pecho y sentirse abrigada, protegida. –Y si por la mañana ya no estás, sabré entonces que llegó la hora de regresar al agujero de donde salí- Frunce el ceño y cierra la puerta. Sin darse cuenta de lo que ha dicho segundos atrás, se encamina hasta sus aposentos. Antes de adentrarse en su interior, se gira sobre los talones. –Ya sabes dónde está la salida y ten cuidado donde pisas- No lo iba a acompañar porque no quiere verlo marchar pues supone es menos doloroso, aunque de igual manera, cuando amanezca ella regresará a la misma rutina de siempre…, fingir que no le importa su lejanía.
Imara Z. Horváth- Fantasma
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Fecha de inscripción : 19/04/2011
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