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Dios le castigó, poniéndole en manos de una mujer. {Privado} 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Tristan Rêveur Dom Nov 20, 2011 4:16 am

OST:
The Orange Tree by Philip Glass on Grooveshark

"Ella era hermosa, era excitante, como una nueva y revolucionaria idea que se desgasta lentamente sin sustento. Él era un hombre profundo y culto que buscaba en relaciones tormentosas, una musa, una arpía, un motivo más para sentirse miserable..."



La gente ya lo esperaba, impacientes, con ojos expectantes miraban el escenario que a pesar de estar desnudo brillaba por sí solo. El piso era de madera, tenía un brillo cegador dando la impresión de que había sido pulido quizás algunos minutos antes de que todos los espectadores llegaran y se dieran cita en aquel recinto que prometía brindarles uno de los mejores espectáculos que jamás sus ojos hubiesen imaginado poder presenciar. Así era como la publicidad lo presentaba: como uno de los mejores ilusionistas, uno de los más talentosos, de los más sorprendentes, ¿y por qué no?, también uno de los mas enigmáticos. Esa era el aura que Eisenberg (como todos le llamaban) desprendía cada vez que se postraba frente a su público y esta vez no sería la excepción. El hombre piso el escenario, enfundado en un fino traje color negro elegante, un sombrero de copa le ceñía la cabeza aumentando su elegancia en el momento en que se posó justo en el centro del escenario. Las personas se pusieron de pie, aplaudieron extasiados, con la excitación desbordándose por sus ojos, con la expectativa de saber cual sería el primer truco con el que les sorprendería esa noche. Tristán retiró su sombrero de la cabeza y saludó a su público que pareció hervir ante aquel gesto y entre vitoreos lo nombraron una y otra vez, suplicantes por que aquel espectáculo diera comienzo y así saciar sus ansias por ver lo extraordinario. Tristán sonrío, su rostro se deformó en una mueca un tanto morbosa a causa de la enorme cicatriz que le surcaba el rostro hasta el cuello. No podía negarse que aquella herida resultaba bastante sorprendente cuando se le miraba de cerca, él mismo podía jurar en ese instante que más de uno le miraba fijamente, horrorizado y sintiendo un poco de lástima por su mala fortuna. Aún así decidió no preocuparse por lo que los demás pudieran estar pensando, si algo poseía el muchacho eso era profesionalismo y en el fondo sabía que no podía darse el lujo de distraerse con pensamientos como aquellos, no mientras estuviese trabajando, no mientras se encontrara realizando aquello que tanto amaba, lo único que aún lograba hacerlo sentir vivo y vibrar de una manera inexplicable.

Las luces se apagaron y entonces cada quien volvió a ocupar su asiento, le miraron con expectación en el momento en que el ilusionista dio media vuelta dándoles la espalda y frente a él subía la roja cortina de terciopelo que hasta entonces habia estado cubriendo el escenario, dejando a la vista el artefacto que yacía detrás, esperando por el artista: una mesa grande cubierta con una sábana de seda. Por encima de la mesa brillaba con fuerza una sierra que yacía meticulosamente colocada sobre un arnés. El público miró curioso y quizás un poco alarmados, algunos se cuchichearon preguntándose unos a los otros para que la utilizaría. Dos pares de luces se encendieron dándole un toque místico al escenario, donde Tristán volvía a girarse hacia los espectadores. —Bienvenidos sean todos, esta noche he de hacerles una pregunta importante, reveladora. ¿Quién de ustedes aquí presentes no teme a la muerte?— Preguntó de manera masiva, paseando su mirada entre los personajes presentes que parecían sorprendidos por el repentino cuestionamiento. Se dejó escuchar una ola de siseos provenientes del público. —Todos, ¿no es así?— Añadió sin esperar una respuesta de alguien que se atreviera a contradecir aquello que era puramente real. —Sin embargo, esta noche necesitaré la presencia de una persona, alguien revolucionario, temerario; alguien que no sienta miedo, alguien audaz e intrépido. Alguien que no sienta temor a morir…— Los miró atentamente, disfrutando de sus rostros conmovidos por aquellas palabras. Caminó a lo largo del escenario, con pasos lentos pero firmes, con las manos en sus costados, pero ligeramente enlazadas frente de su pelvis. El silencio reino en el lugar, nadie se atrevió a aceptar aquella invitación. —¿Nadie?— Preguntó alzando un poco una de sus cejas, como si aquella reacción del público que había presenciado en repetidas ocasiones realmente aún pudiera sorprenderlo. Nuevamente una ligera y apenas visible sonrisa se instaló en sus labios. Caminó esta vez hacia el frente, en dirección hacia el público que se mantuvo rígido al ver como este se les acercaba, estudiando sus rostros, en busca de la persona indicada para llevar a cabo el acto. Paseó su mirada castaña por los rostros preocupados de las personas, a algunos los miraba tan detenidamente dando la impresión de que los elegiría, pero se detuvo frente a una mujer a la que ni siquiera había mirado, probablemente causando la sorpresa de muchos. —¿Teme usted a la muerte, madame?, ¿me honraría?— Extendió su mano haciéndole la invitación de pasar al escenario y ser su cómplice esa noche. Sus ojos se clavaron en los de la mujer, dándose cuenta de lo hermosa que era en el momento en el que ella parecía mirarlo de igual manera, transcurrieron algunos segundos antes de que ella diera una respuesta, el público y el artista permanecieron a la expectativa.

Tomó su mano entonces y la codujo hasta el escenario de manera cortes y caballerosa, le ayudó a subir el par de escalones y una vez que estuvieron ambos nuevamente sobre en escenario, le indicó lo que debía hacer. —¿Me permite?— Con la mirada y gesto le hizo saber que debía subir en la mesa cubierta con la elegante sábana, le ofreció nuevamente su mano para ayudarle a subir los escalones que le ayudarían a acostarse sobre la mesa. Una vez que estuvo recostada se acercó a ella y con su rostro justo encima del de ella nuevamente le habló. —Míreme a los ojos, quiero que me mire fijamente, no vea nada más excepto a mí, a mis ojos, directamente…— Su voz era melodiosa y aterciopelada, justo el tono que cualquiera usaría para llevar a cabo una hipnotización. —Quiero que permanezca muy quieta, que no se mueva ni un milímetro.— Aquellas palabras iban dirigidas solamente a ella, su tono de voz era bajo, nadie más podía escuchar aquello, a excepción quizás de los que estaban más próximos al escenario, si es que poseían un oído agudo y desarrollado. Se volvió hacia el público una vez más. —Esta noche van a ser testigos de cómo corto en dos a esta dama.— Algunas mujeres dejaron escapar un grito ahogado por aquella declaración, sus miradas de expectación mutaron hasta convertirse en una de preocupación. —Por favor, les recomiendo que guarden silencio y se mantengan alejados del escenario. O claro, a menos de que quieran que sus ropas se salpiquen se sangre.— Añadió con un tono divertido, mirando de reojo a la mujer pelirroja que yacía recostada y quien parecía no inmutarse ante los comentarios. Tristán hubiese esperado una reacción distinta por parte de ella, quizás una pregunta que le hiciera ver que estaba preocupada y temerosa por el hecho de pensar que realmente iba a cortarla a la mitad, pero ella se mantenía apacible, segura, seguía mirándolo con ese aire de sensualidad sumamente natural impregnado en el bello rostro. Por un momento Tristán olvidó donde se encontraba, los ojos verdes de la joven parecían hipnotizarlo.
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Mensaje por Ebba Úrsula Billington Sáb Nov 26, 2011 6:33 pm

(Opcional) VER PRIMERO AQUÍ ---> Epílogo


La Telaraña (The Fantasy) No. 1:


Soy tuya, jamás perteneceré a ningún otro varón si me aceptas a tu lado,
mi fortuna, estará sellada al tomarte conmigo y estrecharte entre mis brazos.
siendo la luna, quien cambiará mi destino y se llevará para siempre mis pedazos
para hacerme una, contigo, entre tus brazos, aunque jamás lo hubiera esperado.


Las personas caminan hacia el interior del lugar con sus mejores joyas, vestidos, trajes, sombreros, pieles... la crème de la crème de París está ahí, entre peinados sofisticados y bastones elegantes, mirando hacia abajo a todo aquél que ose pasar frente a ellos o muestre al menos unos ropajes que no "dignifiquen" su status social. Siempre ha sido lo mismo al paso de los años, aunque el lugar sea magnífico, con sus hermosos candiles llenos de luces, las paredes blanquísimas con adornos dorados que le daban al Palacio Royale otra atmósfera mucho más acorde al acto que se iba a ejecutar, la oscuridad de las almas no dignifica el escenario.

Cierra los ojos recordando lo que el hombre le había dicho: su voz, su hermosa voz no es digna de un lugar como ese, no por el precio que Úrsula había estipulado, por lo que simplemente no habían llegado a un acuerdo. La había dejado ahí, con una entrada al espectáculo del más famoso ilusionista y eso porque él tenía una reunión que atender y porque, nada tonto, quería verla alguna vez, en algún café o un bar. Su belleza encandila a todo aquél que la ve, aún aquéllos que vienen acompañados de sus esposas no dejan de mirarla de reojo; asi que el manager, aunque no había concretado el asunto, definitivamente no quiere dejarla ir... por lo que se asegura de tener otra cita con ella por "trabajo".

Y héla ahí, con un vestido de color azul rey, con finos y elegantes adornos en color crema, haciendo que su cabello brille aún más, en tonos de fuego y sangre, con la piel blanquísima, levemente sonrojada por el frío que aún hace en el lugar, porque su abrigo ya fue entregado hace tiempo, camina por los pasillos esperando la entrada al espectáculo, escuchando susurros de las más viles lenguas de París, todas hablando sobre el ilusionista... Eiserbag, Eirebuf... niega porque no puede siquiera concentrarse en pronunciarlo bien. Hasta que ladea la cabeza y se coloca estratégicamente para escuchar los últimos chismorreos. Al menos alguien tiene una peor vida que ella.

- Sí y hace seis meses, pobrecito, yo vengo a ver qué tan desfigurado quedó, fíjate que mi suegra me dijo que tiene toda la cara llena de pústulas, ay, pobrecito y tan guapo que era.

- Ay sí, toda una pérdida, pero bueno, qué se le va a hacer, pero dicen que de por sí, fue porque era un borracho y mal viviente, fíjate que cuando perdió a su prometida, se dio a la bebida, aunque muchos dicen que la enfermedad - susurra más bajito, lo que hace que Úrsula no logre oir.

- No me digas - sorprendida la voz- y tan serio y amable que se veía.

- Sí, dicen que fue por eso, el visitar los burdeles no trae nada buen, pobre Ilusionista.

Así que es él, curioso... el resto del tiempo de espera es así, que si el ilusionista sigue borracho por las calles, que si ahora está peor porque nadie lo quiere con semejante marca, que si hoy estará ebrio, que si quedó tan desfigurado, que fueron sólo por verle la herida y lo mismo todo el tiempo. Al grado que le queda la curiosidad, ¿Tan fea había resultado su cicatriz? ¿De verdad el hombre había sido tan débil como para caer tan bajo?


Conclusión: Alguien tiene una peor vida que ella...



Una vez dentro del lugar, descubre que su invitación es para la primera fila, al menos eso hizo bien el manager. Toma asiento a solas, aunque rodeada de bastante gente que espera ansiosa el tener frente a ella al ilusionista para ver su espectáculo, los pocos y saciar su morbosidad, los muchos -ella incluída, ¿Por qué no decirlo?-. El escenario es impresionante y susurros se oyen a su alrededor, sobre lo bien que hace su trabajo, sobre los trucos que les presentará y algunas reseñas sobre otros que ha hecho en el pasado. De lo mucho que gana dinero por ellos y de lo llena que está siempre la función cada vez que se abre una temporada.

Su mirada recorre el escenario y se lame los labios, sonríe al pensar que hace mucho que no disfruta de una función así, de cuando sus padres le llevaban cuando pequeña a ver a los payasos a la feria o ella misma, acompañando a Ury. No, ese pensamiento lo hace a un lado y sus ojos se fijan en las enormes cortinas rojas ante ella, en los candelabros gigantescos que dan luz y que seguramente irán apagándose conforme los actos den lugar ante ellos. Muchos cotilleos más y algunas voces un poco ansiosas e infantiles, pidiendo que dé inicio y que por fin el ilusionista se presente ante ellos.

Se digna por fin a ver el nombre: "Eisenberg"... Curioso, un nombre artístico sin duda, pero de una raíz que... está en eso cuando las luces se apagan y un brinco da su corazón de la emoción, contagiosa por los ánimos a su alrededor, sobre todo de los pequeños que esperan inquietos. Se pone de pie para aplaudirle, pero más por el hecho de ver que todos lo hacen que porque desee hacerlo. Aunque sus ojos se clavan en la cicatriz, niega levemente con una leve mueca. En el sanatorio mental griego, vio cosas más horribles que esa. Una cicatriz de ese tiempo y forma, seguramente habría sido escalofriante en su oportunidad, pero lentamente y al paso de los años estaría disminuyendo, asi que no entiende por qué le juzgan tanto. Aunque sí, la bestia que lo atacó de esa forma, no debería estar suelta.

Voltea a ver al hombre a su derecha, que se deshace entre aplausos, lo que la hace sonreír, parece ser su fan número uno y le oye gritar cuando el ilusionista se quita el sombrero... aunque así, la cicatriz se ve mucho mejor, lo que hace que el fan número uno se quede levemente callado, pero siga aplaudiendo, haciendo que Úrsula se mofe discretamente al pensar lo mucho que le impactó al fanático, la fuerza de esa experiencia en su ilusionista.

Por fin, vuelve a su asiento y escucha atenta la presentación. ¿Morir? Alza una ceja y su rostro se vuelve enigmático, sus ojos brillan llenos de pensamientos que no expresará jamás en voz alta. Sus ojos bajan al programa y se queda callada, para volver la mirada a Eisenberg. Muchos se mueven inquietos, escucha susurros sobre si no el alcohol lo habrá vuelto loco o si la herida llegó al cerebro. Muchos se hacen para atrás contra sus asientos, otros fingen ver a todos lados, menos a donde el Ilusionista. Ella sólo parpadea y observa a ver a quién elegirá, seguramente a alguna de sus ayudantes, pudo contar dos antes de empezar todo...

Los pasos del Ilusionista son seguidos por sus ojos que siguen su camino, su andar, hasta que la mano se muestra ante ella y la observa un instante, para luego, mirar los ojos de Eisenberg. Sí, sus ojos. No su rostro, no su cabello. Sus ojos. Parpadea un instante y deja el programa con movimientos medidos, sensuales y su delicada mano, suave y de piel tersa, tibia, toma la del hombre, mucho más grande y fuerte. Se pone en pie con ayuda de él y camina a su lado, ignorando los cuchicheos de todos. A pesar de ser una mujer alta y tener tacones su cabeza le llega a la barba del Ilusionista. Sí, es grande, pero amable. Es atractivo, pero enigmático. Esa herida le resta personalidad, pero porque él no está acostumbrado a ella. Porque no le saca provecho o no se resigna a vivir con ella.

Mira la mesa y asiente, sus pies suben con paso medido, elegante, los escalones, para sentarse primero y luego, recostarse, con las manos sobre el vientre, mirando el techo, hacia los enormes candiles y luego, observa al Ilusionista, que parece afinar los detalles, pero coloca su rostro frente al suyo, su cicatriz está tan cerca, pero a ella lo único que le llama la atención, son ese par de orbes castaños, esa voz que le habla y parece meterla en un trance lleno de promesas. Sus pupilas se dilatan un poco, asiente imperceptiblemente ante sus indicaciones. No moverse, ni un milímetro, cierra los ojos un leve instante, oyendo la voz del hombre que se dirige al público, sin escucharla. Aspirando lentamente un aire que sabe, lo necesitará.

Su estómago es un enorme hueco y sus ojos miran hacia el arma que está sobre ella, él sabe lo que hace... debe confiar en él... su mirada verdácea regresa a donde el rostro masculino, le ve seguro, confiado, así que nada puede salir mal. Los ojos del Ilusionista se vuelven a posar en ella y durante unos instantes, la conexión se levanta entre ellos. Se vuelve tensa... muy tensa... pero no es del tipo agresivo, aunque por otro lado sí... es sexual. Él le llama la atención y los orbes castaños le devuelven la misma comunicación.

Ella le sonríe con un ademán imperceptible, está lista para cuando él lo desee. La tensión del lugar se vuelve insoportable, entre ellos, entre el público que observa a Eisenberg y a la pelirroja sobre la mesa. Los murmullos han callado, no hay un solo sonido, ni siquiera las respiraciones que se han detenido. El sonido de un alfiler cayendo es más fuerte que lo demás. Úrsula se mantiene tranquila, con el cabello como almohada, una rojísima y llena de brillo, con su cara de expresión enigmática y seductora. Se vuelve a lamer los labios y sólo es porque no deja de mirar los ojos del hombre.

El acto, empieza en su gran apogeo. Las respiraciones se detienen cuando Eisenberg se separa de la mesa. Úrsula se concentra, mira al techo, sin verlo realmente, para luego, permitir que él haga su magia. El acto es concretado partiéndola en dos a la vista de los demás, pero Úrsula no siente absolutamente nada. No se ha movido ni un milímetro conforme a sus órdenes, los gemidos de horror se contienen, voces sin emitir sonidos más que un leve jadeo. Respiraciones alteradas y algún que otro niño que suelta un grito espontáneo. Y luego, unas palabras del Ilusionista y la mesa vuelve a su forma original.

Úrsula sonríe levemente, porque no encuentra sentido al truco, verdad que no. Es un hombre excepcional y seguramente un día le preguntará de cómo lo hizo. Mientras tanto, le sonríe a él, directamente a los ojos, tomando su mano cuando le invita a levantarse, sentándose primero y luego, poniéndose en pie con movimientos femeninos y cuidados. Aunque deja un poco de piel de su pantorrilla expuesta, le mira y se sonroja levemente, ocultándola con rapidez, con ese pudoroso mohín que resulta en ella tan enigmático por los sensuales movimientos y a la vez, tan cándido.

De pie, los sonidos de los aplausos causan eco en toda la habitación, la ovación a Eisenberg es recibida con una sonrisa y mucho más... ella baja los dos escalones con cuidado, pero quizá la presión sobre ella durante todo el acto fue demasiada o... no sabe qué es, pero lentamente se ve cayendo hacia el piso en medio de un gemido general del público...

Para su fortuna, el Ilusionista es más rápido y la atrapa, sosteniéndola con una mano en la cintura y una sobre la nuca entre sus brazos. Más cerca no pueden estar y él puede oler su aroma a nardos, su aliento a menta y fresas, mientras ella le mira a los ojos y sonríe levemente, mordiéndose el labio inferior.

- Lo lamento, la presión fue mucha... - susurra bajito con una voz ronca, que hace las delicias del oído masculino, estremeciendo la piel y contagiando de deseo a quien la oiga, tan femenina como mortal, pecadora - pero por fin, estoy donde quiero estar - y va acercándose lentamente, su hermoso rostro, sus ojos con pupilas dilatadas observan los de Tristán, hasta que, escondida del público por el cuerpo del hombre y de las ayudantes por la posición de su cuerpo, deposita un suave, pero intenso beso en la comisura del labio del hombre... acariciando con una mano su mejilla con un roce que se antoja cariñoso.




* (Opcional) VER AQUÍ ---> Los Ojos de Aracné (The Reality) No. 1
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Mensaje por Tristan Rêveur Mar Ene 10, 2012 1:01 am

“Dicen que los hombres llegamos a donde la mujer quiere y deja que lleguemos, yo no podría estar más de acuerdo. El problema es cuando nosotros no queremos –o tenemos miedo de hacerlo- llegar a ningún lado, en especial a ese lugar a donde ellas quieren que lleguemos...”



Sí, algo tenían esos ojos que lograban hundirlo en un extraño sopor; no era que se olvidara de donde se encontraba o como era su nombre, no, no a ese extremo, pero definitivamente poseían algo extraordinario, cautivador. Bastaron unos cuantos segundos en los que los ojos del Ilusionista se posaron en la joven dama que yacía recostada por órdenes suyas sobre la mesa, para que se diera cuenta de lo que bondadosa que había sido la madre naturaleza al permitir reunir tanta hermosura en una sola criatura, se había ensañado con ella en un afán de hacerla única e irrepetible y desde la perspectiva de Tristán, lo había logrado. El contacto visual entre ambos lo interrumpió él al darse cuenta de que había estado observándole de una manera poco prudente si se tomaba en cuenta que se trataba de un acto de ilusionismo que se estaba llevando a cabo sobre un escenario y que sobre ellos, justamente en ese instante, había decenas y decenas de ojos a la expectativa de lo que ocurriría a continuación. El silencio imperaba en el gran salón, ni una respiración se hacía audible, no había ningún valiente -o imprudente- que se atreviese a romper con aquella atmósfera de misterio que el artista de lo “oculto” se había encargado de crear con sus palabras.

Eisenberg, como todos le llamaban a pesar de conocer su nombre de pila, rodeó la mesa donde la joven pelirroja se encontraba y en cuestión de segundos una música de misterio se dejó escuchar desde la parte posterior del escenario, misma que era producto de una pequeña banda que tocaba en vivo única y exclusivamente con el fin de musicalizar los actos del mago. Dos ayudantes aparecieron a su lado, dando la impresión de surgir de la nada, una rubia y una trigueña, ambas con atuendos tan pequeños que bien podrían ser catalogados como vestuarios dignos de una cortesana, pero mismos que eran de estratégicamente de ese modo, con el fin de añadir ese toque sensual a las funciones y deleitar así al ojo masculino presente. Las mujeres se posaron cada una a un costado del artista principal, con el rostro contraído en una sonrisa de oreja a oreja que se encargaban de mostrar durante todo el espectáculo, aparentemente felices y de vez en cuando fingiendo una teatral sorpresa ante los resultados de los trucos que en realidad ya se sabían de memoria, incluidos los secretos que los hacían increíbles a los ojos de los que lo ignoraban.

Tristán se colocó junto al arnés donde yacía la sierra a la que todo el mundo miraba fijamente con cara de espanto, el artefacto estaba visiblemente afilado, no era falso, el amenazante brillo en su hoja delataba que sólo bastaba pasar cualquier material por sus finos dientes para que este fuera rebanado al instante. El joven alzó la vista al público, avisándoles de ese modo que el momento tan esperado había llegado, luego miró a su ayudante, a la joven y hermosa pelirroja que no había dejado de mirarlo y que seguía tan apacible ante aquella situación. Desvío la mirada de la de la joven por el simple hecho de que debía concentrarse en lo que hacia y ella, ciertamente, lograba distraerlo; llegó a creer que después de todo no había sido del todo una buena idea el elegirla para el truco. Finalmente el acto fue llevado a cabo, la sierra bajó hasta el abdomen plano de la muchacha y pasó por encima de él, moviéndose primero hacia la derecha y después de regreso hacia la izquierda; Tristán repitió en dos ocasiones en proceso, a ojos de los espectadores la sierra realmente estaba rozando la piel de la mujer, ¡pero no había sangre! La sierra fue devuelta a su lugar, donde Tristán se aseguré de sujetarla para que no volviera a moverse y provocara un accidente, y enseguida rodeé la mesa para ir nuevamente en la búsqueda de su valiente ayudante, le ofreció su mano una vez más para ayudarle a levantarse y cuando esta se hubo puesto de pie, mostrando que no había herida alguna, la gente explotó en aplausos y vitoreos que lograron arrancarle una sincera y satisfecha sonrisa al Ilusionista. Todo había sido tan rápido, el acto había terminado y nuevamente había sido un rotundo éxito, los confusos e impactados ojos de los espectadores lo corroboraban, algunos permanecían en sus asientos totalmente absortos, incrédulos ante aquello; Tristán por su parte conocía el secreto y sabía que todo era un mero acto engañoso, una ilusión, vaya la redundancia, una que obviamente no seria revelada.

Nuevamente cayó bajo el hechizo de la diosa que sujetaba con el fin de ayudarle a bajar los escalones, la mujer trastabilló y él, que poseía desde siempre buenos reflejos, pudo detenerla justo a tiempo e impedir un infortunio público que le hiciera ruborizarse a causa de lo embarazoso que hubiese sido. Cuando la joven cayó entre sus brazos fue testigo de lo exquisita que esta era, apenas pesaba, apenas era notable su volumen entre sus largos brazos y su cabello despedía una aroma delicioso que pudo identificar claramente y sin esfuerzo gracias a los sentidos aumentados que le habían sido dados luego de su “maldición”. La saliva resbaló por su garganta aunque nadie lo notó más que él, y todo a causa de las sensaciones tan extrañas que le provocaba estar en aquella cercanía con alguien que además era sencillamente una desconocida. Agradeció interiormente cuando la joven se hubo incorporado y asintió amablemente con un movimiento de cabeza cuando ella se disculpó, se quedó helado cuando la vio acercarse y besarle la comisura de los labios, asegurándole además que había gozado tanto como él de haber estado entre sus brazos. No dijo nada y corrió con la suerte de verse como un hombre tímido y temeroso ante una mujer como ella, simplemente la condujó hasta la salida del escenario y le dio las gracias con ese aire caballeroso que a pesar de todo, seguía poseyendo.

Mientras veía como la joven regresaba a su asiento, él continuó con la función; presentó alrededor de doce trucos esa noche, solicitando en varias ocasiones la participación de gente del público, pero nadie logró arrancarle de la mente la imagen de la que había sido la primera y única en esa noche. La gente se desgastó las manos y garganta esa noche, todo con el fin de hacerle saber lo maravilloso que era en su profesión y lo mucho que los hacía gozar a todos contemplándolo.

***

Cuando todo terminó se dirigió al salón que estaba justo al lado, siempre hacía lo mismo al terminar cada función y no sólo en ese recinto, en el que fuese que estuviera y lo hacía por una sencilla razón: rehuirle a los admiradores o a cualquier persona que quisiese acercarse a él con el fin de llenarlo de cumplidos y felicitaciones. Era parte de su rutina el huir después de, las personas que trabajaban con él lo sabían y en cierta forma lo respetaban, por eso rara vez lo interrumpían y dejaban que se cumpliera ese deseo suyo de estar completamente solo durante al menos unos breves instantes.

En el salón donde se había llevado a cabo el show, aún podía sentirse el caluroso eco de los cientos de aplausos que había recibido esa noche gracias a su magnifica actuación, una como pocas; pero al entrar al nuevo salón él seguía sintiendo frío, le calaba en los huesos. La calidez que los vitoreos de su público le daban en cada espectáculo lograban erizarle la piel, pero era tan transitorio, tan…desechable. No, no era falta de gratitud a sus grandes admiradores, era falta de pasión a la vida y consiguiente, a todo lo que se le relacionara. Sintió paz en cuanto se vio solo en esa habitación, no quedaba ni el eco de las almas que se habían dado cita en el lugar en espera de ser espectadores de un espectáculo fuera de este mundo. La sala en la que ahora se encontraba no era más que cuatro paredes sin sentido alguno, ni siquiera la elegante decoración lograba interesarlo un poco en los detalles que se abrían paso frente a sus ojos. Se quedó de pie frente a la sala, dando la impresión de ser un hombre en la espera de algo o de alguien; pero no, no había nada por lo que él aguardara, hacia tiempo que había dejado de hacerlo.


Por unos minutos dio la impresión de ser un ente inmóvil, hasta que sus ojos cobraron vida nuevamente, mismos que se pasearon por la enorme sala, deteniéndose sobre un artefacto musical que yacía al fondo: un lustroso piano de cola. Sus pies se movieron sobre la alfombra de color vino, con movimientos mudos, negligentes y pronto la distancia entre él y el instrumento fue casi nula. Pocas cosas lograban apasionarlo hoy en día, el ilusionismo era una de ellas, la mayor, la que mejor le salía, sin duda; los pianos eran la segunda. Hacia tanto que no tocaba… Su mano rogó por sentir la textura de aquel piano de prestigiosa marca y procedencia, la superficie lisa y fría le agolparon recuerdos en la mente, buenos y malos, pero recuerdos al fin; un hombre no sería nada sin sus recuerdos, tal vez por eso es que no se permitía el desecharlos. Se sentó sobre el banquillo colocado frente al instrumento y levantó la tapa con sumo cuidado, sin proferir un sólo sonido en el desierto salón donde sólo él figuraba. Empezó a tocar.


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Mensaje por Ebba Úrsula Billington Sáb Ene 28, 2012 4:05 am

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La Telaraña (The Fantasy) No. 2:


Una canción es la muestra de un corazón sentimental,
no importa que digan que las notas musicales vienen del cerebro
sé que al momento de interpretarlas, no hay un hombre cuerdo
que pueda asegurar que éstas jamás provinieron del corazón.


Amable es la palabra que envuelve la personalidad del ilusionista, al menos la primera que surge en la mente femenina. La segunda es, sin duda alguna y la que mejor describe a nuestro objeto de estudio: desconfiado, pero no de la propia dama si no de sus actos, de su capacidad para lograr ciertos objetivos que ahora mismo considera que se encuentran en la cima del Everest o en lo más profundo del abismo bajo las aguas. Manifestaciones mentales comprensibles cuando en el último año su vida transmutó a una pesadilla que ella misma no quisiera vivir. Aunque curiosamente la joven ya está inmersa en una marea impresionante donde las olas azotan con violencia las costas de la razón; un embate al cual está destinada a soportar, pero no propiamente a rechazar o bien contener porque tampoco tiene esa autoestima de la cual se habló al inicio de este enunciado.

Eso lo sabe ella misma en lo más profundo de su mente, incapaz de aceptarlo, mucho menos permitir que viaje hasta las capas más racionales donde pueda desmembrarlo parte por parte y encarar de una vez su realidad. No, eso es imposible, inaceptable, inconcebible. Simplemente un enunciado falaz porque ella está viviendo su vida, está aceptando las consecuencias de sus actos, por lo que lucha constantemente para remediar los males ocasionados y al mismo tiempo, recuperar su antigua vida. Pobre ilusa, puesto que sólo se engaña a sí misma y no es capaz de verlo.

Ilusionista y pelirroja son parecidos y al mismo tiempo, diferentes; cada uno cargando la pesada consecuencia de sus actos o correctamente expresado, las omisiones que en los hilos del destino forjadores del tapiz al que algunos llaman realidad, ocasionaron catástrofes irremediables que se empeñan en enmendar o bien, no aceptar. En ambos casos, el resultado es un completo fracaso. ¿Hacia dónde pues deben dirigir sus esfuerzos? ¿En contra de sus deseos para mantener la estabilidad mental? ¿O será acaso a favor de los mismos, para que su propio corazón y sentimientos tengan la paz que tanto buscan? Es en definitiva el silogismo más debatido de todos, el que dirige una nueva vertiente y del cual no hay una salida. Es un laberinto y al mismo tiempo, una prisión que les mantiene dentro sin permitirles escapar. Sólo que ellos creen que ven la salida y creen que no llegan a ella porque no quieren.

Sea pues, que sin comprender cómo, se encuentra ella sentada de nuevo en la silla con el programa en la mano admirando precariamente el siguiente acto. Y el enigma que significa Eisenberg se empieza a desmenuzar en su cabeza, incapaz de hacer otra cosa que no sea propiamente esa. Es el momento en el que ella piensa justamente en él, que todo se desborda. Es el segundo en que le observa con una expresión seria y al mismo tiempo, preocupada por las acciones que él mismo está llevando a cabo en ese mismo instante. Y no nos referimos a los perfectos actos de ilusionismo que conllevan a la satisfacción de una multitud a la que realmente le viene dando igual si Eisenberg es capaz de mantener una precaria tranquilidad en su vida a base de embrutecerse de alcohol o propiamente, es un nuevo personaje para los estudios de los autistas, un sujeto para observación puesto que la magia o el ilusionismo es lo único que lo mantiene "vivo".

Concordamos con la mente femenina en el aspecto de que el término "vivo" es fútil en vista de que no hay persona se jacte de estar vivo y se esté matando al mismo tiempo con grandes cantidades de bebidas embriagantes y busque por igual el suicidio. Idea que proviene del inconsciente del caballero, haciendo a un lado las olas de la racionalidad para buscar justamente la respuesta a esa desesperación que le embarga y de la que es incapaz de salir avante si no es con ayuda. Dato comprobado y ratificado en el instante en que el espectáculo se termina y el propio ilusionista escapa no sólo de la vista de personas que ansían, tiemblan, hiperventilan y demás actividades propias de los seguidores o bien, de los morbosos que con la simple idea de tocarlo, hablar con él, ser vistos por los ojos del hombre un instante, tienen orgasmos mentales que lo único que crean en la mente de nuestra pelirroja, es la idea de lo pobre que es su existencia y de que seguramente la suya propia y la de ese varón es mil veces mejor en ese caso en particular.

Es entonces cuando ella se pone en pie para seguir a los espectadores que ahora sólo son meros individuos cual ganado que se apretuja queriendo ser el primero en salir para ir a un bar, un restaurant o quizá los más "afortunados", a una cama para calentarla con la tibieza de los cuerpos entrelazados. Pocos tienen un destino tan solitario como el de la propia joven o bien, el del ilusionista que se encuentra ya en otro salón. La multitud oculta la verdad de sus anhelos y arrebatos con las reglas de etiqueta que los obliga a no ser tan bárbaros y conducirse con propiedad, permitiendo la salida sin necesidad de dar un grito o bien un insulto inadecuado para el lugar donde se encuentran. Son gente de la clase alta y ese tipo de deslices son propios de los inferiores, personas sin el dinero para comportarse como debe de ser. Aún así hay algunos que se apresuran a ganar un espacio, escudándose en la hipocresía de una sonrisa que pretende mantener la educación y urbanidad.

Sin tener demasiado por hacer ahora que las circunstancias reales de su venida al Palacio Royal fueron un fracaso, a Úrsula no le preocupa salir de inmediato del salón. Permanece un poco en la retaguardia observando y juzgando a los que ahora son aquéllos que la rodearán durante el tiempo que el dinero le dure. Es más que obvio que...

¿Música? Esa melodía la saca de sus críticas hacia la sociedad francesa, desviando la mirada hacia donde resuena. Sí, piano... y cuán bien ejecutada es. Cierra los ojos un instante, concentrándose en el siguiente grupo de notas que muy pocos logran tocar con precisión y el tiempo perfecto. Ese será el indicador para retornar su camino o bien, desviarse y conocer al ejecutor. Espera... espera y su mano derecha se alza, como un director de orquesta, marcando los tiempos mientras que su cerebro recuerda soberbiamente la melodía. Una que siempre le ha fascinado y a la cual, en Viena hace mucho tiempo, un intrépido hombre entrenó a una entonces joven Úrsula para lo que pretendía que fuera un dueto de voz y piano.

Abre los ojos cuando el acorde más álgido y complicado se desliza con suavidad y elocuencia en el oído femenino. Sonríe buscando la entrada a donde el salón, al tiempo que su propia voz mental acomoda la letra a la siguiente partitura. Encontrar el hueco para estar en la siguiente habitación es complicado, pero no difícil. Llega justo en el momento más hermoso, de espaldas a ella, el pianista continúa deslizando los dedos entre las teclas mientras los pasos femeninos se acercan con lentitud y silencio. La cabeza de la dama se mece de un lado a otro, siguiendo cada partitura, hasta llegar al banquillo.

Curioso, el ilusionista no sólo esconde sus trucos a los ojos del público, si no que la única forma de dejarlos emerger es por medio de un instrumento al cual no es necesario hablarle, por el cual no teme uno que divulgue absolutamente nada de los más profundos miedos verbalmente. Una contradicción total, porque esas teclas son cotillas... completas traidoras porque las notas que emanan de éstas son justamente las que permiten que cualquier persona, en este caso Úrsula, se contagie del mismo sentimiento que inunda al ejecutor y lo comparta.

Es un melodía inquieta, que llama a la desesperación, a la completa rendición de los sentidos en pos de una más alta meta a la que quizá no lleguen jamás. La propia Úrsula siente estremecer el cuerpo al tiempo que su voz, de forma inexplicable inicia en un susurro que acaricia las notas musicales, envolviéndolas, cortejándolas de forma sutil y amable. Elevando lentamente algunas notas que se antojan propias de un corazón desgarrado, solicitando un consuelo, una partitura amable que se torne mucho más fuerte y valiente. La joven, toma asiento en el banquillo, no mirando hacia el piano, si no todo lo contrario pues le da la espalda. Son las notas las que contestan al llamado. Sin palabras, puede sentir la fuerza que embarga el corazón del hombre que tiene al lado, de lo que es capaz con simplemente acompañar el canto con acordes mucho más elaborados y propios de un experto en el arte.

Las cuerdas vocales corresponden a esa presentación que se convierte en una total consecución de sentimientos entrecortados, que se mezclan, acoplan y calman inexplicablemente su alma. Entregando al tiempo que va recibiendo. Canto y piano. Diferentes, complementarios, pero al mismo tiempo, independientes, revolucionarios. Una sola nota mal ejecutada es capaz de arruinar la sinfonía de partituras, de altos y bajos que se consiguen y reúnen a ambas almas en una espiral cuya única salida sería la propia unión de ambos. ¿Es necesario hablar cuando tu propio inconsciente es el que se expresa de forma única? ¿Acaso las palabras son la única fuente de comunicación? ¿Podría darse una comunión en pos de una música y canto que sólo emerge de lo más profundo de corazón.... de mente?

La soledad contenida por años, la tristeza, desesperación, odio, frustración, ansias de muerte, todo está en esa voz que ella simplemente deja vagar durante los instantes que él permita y continúe tocando por y para ella... por y para ambos... Hasta que el último acorde se deja sentir y la resonancia de las cuerdas vocales empieza lentamente a apagarse, hasta que sólo queda... la nada...

Una gota de sal y agua cae en el puño femenino y es cuando lentamente sus sentidos aún monopolizados por los últimos acordes, lentamente van tomando el control de la situación. Es el momento en que el raciocinio le indica qué tanto ha entregado y al mismo tiempo, el corazón desestima el comentario por considerarlo inadecuado para lo que ha vivido. Una comunión con una persona que jamás... Cierra los ojos, aspirando aire profundamente, inflando los pulmones hasta el límite y lentamente lo expulsa hasta que no queda nada; mira al frente, agradeciendo no estar obligada a verlo porque ahora mismo no hay palabras para expresar lo vivido.

Se pone en pie, parpadea mirando el pañuelo que nunca captó que sacó de su bolsillo. Está hecho un completo nudo de arrugas producto de tantas veces apretarlo. Sus labios resecos le dan una idea sobre lo que necesita ahora mismo hacer. Por fin, su mente y cuerpo entran en sintonía, aunque desvía la cabeza para mirar al Ilusionista.

- Me apetece una copa de vino... ¿A usted no? Por cierto, hágase el favor de no rechazar mi propuesta. No invito a la cicatriz que lo recubre porque esa no fue la causante de que desnudara mi alma. Y por cierto, no me arrepiento de ello.



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Mensaje por Tristan Rêveur Lun Feb 27, 2012 7:40 pm

“Pero entonces llega el momento en que decides darte una oportunidad, aún cuando sabes de antemano que todo está predestinado a fracasar, a hundirte. Entonces decides correr el riesgo...después de todo, un hombre como tú no tiene nada que perder después de que lo ha perdido todo. Un muerto no puede volver a morir, un muerto ya está muerto.”



Y en segundos, las notas inundaban la habitación. Los dedos de Tristán se movían sobre las suaves y frías teclas con tal destreza que cualquiera que le escuchase habría dudado si se le preguntase cual creía que era la mejor virtud del hombre: el ilusionismo o la música. Esa era la realidad, Tristán Rêveur estaba lleno de virtudes y curiosamente el primero en negarse a creerlo o siquiera advertirlo era siempre la misma persona: él. ¿Dónde había quedado ese hombre seguro de sí mismo? ¿Qué había sido del joven galante que acostumbraba robar suspiros a cuanta jovencita (y no tan jovencitas) le observase? ¿A dónde habían huido todos esos sueños, todo ese ímpetu, toda esa alegría ante la vida que alguna vez habían sido las principales características que las personas que le conocían utilizaban para referirse a el en alguna conversación? Él ni siquiera se esforzaba en averiguar su paradero, se había resignado hacia mucho tiempo, a vivir siendo lo que hoy es: un despojo. Para el actual Tristán Rêveur la vida carecía de sentido, él mismo podía dar fe del millar de veces que había cruzado por su mente el acabar con todo utilizando una puerta falsa; pero, desafortunada o afortunadamente era demasiado cobarde para hacerlo, aunque la idea seguía vigente, escondida en su perturbada mente y ansiosa de salir a la luz en la primera oportunidad posible.

De todos modos, cuando menos pensaba en aquellas horribles cosas acerca de sí mismo, era cuando tocaba el piano. Se dejaba envolver por esa belleza, por la indudable satisfacción que era el estar haciendo posible algo bello después de tanta inmundicia. Lo que nadie sabía era que cada vez que Tristán tocaba el piano, el más bello recuerdo se daba paso en su cabeza: Antoinette. Esa que alguna vez había sido destinada a ser su esposa y la que la injusta vida le había arrebatado sin piedad alguna. Imaginaba una vez más su rostro frente a él, añoraba su pelirroja cabellera coronando su dulce cara y su sonrisa, esa sonrisa que solía ser su ancla en este mundo. La joven había sido sin duda su más grande admiradora, no sólo en sus prácticas ilusionistas, sino también en la vida e indudablemente en el noble arte de la música; había sido ella quien tantas veces le había pedido que tocara alguna melodía en su honor y ella habría podido pasar horas escuchándole, soñando, perdiéndose entre las notas musicales que su amado le dedicaba. Curiosamente el imaginar a su amada no le trajo tristeza o melancolía, no le impidió seguir tocando, todo lo contrario, pareció encontrar fuerza e ímpetu, sus dedos parecieron de pronto más vivaces, todavía más amaestrados y talentosos. Continuó tocando, aún cuando pudo darse cuenta de que ya no estaba solo. Su lobuno y desarrollado sentido del oído, le permitió advertir los pasos que se acercaban con lentitud pero también con precisión. ¿Podía un humano común y corriente escuchar una respiración que parecía no proferir ningún sonido? Quizás no. Pero Eisenberg no era un simple humano, no a partir de esa noche en la que lo habían dejado marcado, no sólo físicamente.

Sintió a la persona a sus espaldas, escuchó el latido de su corazón, el ritmo de su respiración; pero fue su perfume lo que la delató. Supo que se trataba de una mujer, pero no cualquier mujer, de ella, de esa que había logrado inquietarlo de una manera casi ofensiva sobre el escenario e incluso fuera de él. Observó de reojo como la mujer de cabellos rojos tomaba asiento sobre el mismo banquillo y sin mirarlo comenzaba a dejar salir de su garganta el más bello canto que el joven ilusionista jamás había presenciado. La voz de la joven hacía constaste con su apariencia, era dulce, pero no era dulzura lo que ella emanaba al observársele: era pasión, sensualidad; era deseo. El cuerpo de Tristán se tensó al advertir la cercanía que había entre ambos, al darse cuenta del momento tan íntimo que estaban compartiendo esa noche, misma noche en la que ambos jóvenes haciendo uso del arte se compenetraban como una pareja normal haría en la cama. Continúo tocando, esta vez no para Antoinette, si no para ella, para ambos, para ese público invisible que clamaba por más de esa presentación a puertas cerradas.

Al finalizar, con los dedos aun flotando sobre la superficie del fino instrumento, Tristán giró su rostro para encontrarse por segunda vez con los ojos de la mujer de voz privilegiada. Entonces pudo advertir lo que estaba ocurriendo, el par de lágrimas que resbalaban por las rosadas mejillas, encontrando la muerte en la comisura de los labios. El joven se sorprendió, pero aquello que veía lo hacía sentir extrañamente en confianza con ella, de alguna manera el ver que esa joven mujer de apariencia un tanto frívola era capaz de dejar romper el hielo que la recubría con una melodía, era un signo de que no era sólo hielo lo que la formaba, también fuego, quizás un fuego que la consumía, igual que a él. No fue necesario ofrecerle consuelo, pues la hermosa dama recobró la compostura en tan sólo unos segundos y no conforme con eso, se puso de pie y le invitó un trago. Él se conocía muy bien, en otra situación, Tristán hubiese dudado, se habría negado buscando la más estúpida de las excusas que le permitiera alejarse sin llegar a ser grosero con ella; lo sabía porque eso era lo que hacía cada vez que alguien intentaba traspasar ese muro que él mismo se había encargado de erigir ante el mundo, ese que nadie se atrevía a cruzar luego de advertir lo alto y fuerte que era, lo impenetrable, lo frío que se volvía. El mismo Tristán fue el que se encargó de remover un par de ladrillos en ese muro, dejándole el paso libre a la mujer, tomándola incluso del brazo para conducirle a su interior, a su propio interior, un interior frío y desolado, húmedo, cavernoso; un interior similar a una cueva desabitada, una cueva sin eco, sin tesoros, pero lleno de bestias y fantasmas, sobre todo de fantasmas. ¿Sería ella lo suficientemente valiente para adentrarse?

Un atisbo de sonrisa apareció de manera casi milagrosa en la comisura de sus labios y alargando el brazo para escoltarla dejó claro que tal gesto sólo significaba una cosa: estaba aceptando su invitación. Su brazo se amoldó a la perfección con el de ella, tal y como lo había hecho su melodía con su voz y la condujo a través de la habitación, abriéndole la puerta para salir y saliendo el después de ella como todo caballero haría. Con la intención de cumplir los deseos de la joven, la condujo hasta un pequeño bar que tenía lugar dentro del gran Palacio Royal, mismo que afortunadamente y a diferencia de la función que el acababa de ofrecer, no estaba tan atestado de personas. La llevó hasta una mesa, donde jaló una silla para indicarle que ahí era donde debía tomar asiento y después él sentarse junto a ella. Al fondo del lugar había un pequeño escenario donde una mujer rubia y con un elaborado peinado alto cantaba para los ahí presentes, la voz suave de la mujer era acompañada por una pequeña orquesta que le hacía segunda y todos los presentes tenían clavada la vista en la maravillosa presentación que la mujer estaba ofreciendo. Tristán por su parte, prefería dedicar la suya a su acompañante. — ¿No teme usted desnudar su alma en público habiendo por allí tanto depravado? — Era las primeras palabras que le dedicaba y elegía un poco de humor para romper el hielo. Tristán no acostumbraba a ser de ese modo con nadie y todos lo que le conocían podían dar fe de ello, de cómo cada vez que alguien pretendía darle un poco de compañía parecía sentirse incómodo, disgustado e incluso odioso. No había duda de que la pelirroja junto a él tenía un talento indudable y ese era el de lograr lo impensable, lo que los demás cansados de ser rechazados preferían dejar de lado. De todos modos, era obvio el nerviosismo que el joven Ilusionista tenía, bastaba ver sus ojos castaños para darse cuenta de la inseguridad que se negaba a abandonarlo, pero él hacía un esfuerzo y estaba saliendo victorioso. Si alguien le hubiese preguntado la razón por la cual estaba allí, junto a esa mujer y haciéndole una broma con sus recientes palabras, él simplemente no habría sabido que decir, probablemente habría respondido que lo hacía por obedecer a su instinto, ese que le había exigido aceptar la invitación y hacer de esa una noche diferente, sin burdeles, sin una prostituta en su cama fingiendo algo que realmente no siente sólo complacerlo; una noche en la que no termine arrastrándose a la cama hinchado en alcohol y luego lamentándose por tanta soledad que él mismo ocasiona.

Observó el rostro de la muchacha y fue imposible que el primer fantasma apareciera: el de la inseguridad a causa de su físico. Le resultaba realmente abrumador ser espectador de tanta perfección en el rostro de esa mujer, que pensaba que era innegable que cualquiera que se girara en ese momento y los viese juntos, advertiría de inmediato el constaste de esa imagen, de esa pareja: la bella y la bestia. De todos modos agradecía el que ella no estuviese mirándolo como mucha gente lo hacía cada vez que presenciaban el espectáculo que resultaba ver esa cicatriz y también esperaba que ella no tocase el tema, no porque nadie lo hubiese hecho ya antes, si no porque sabía que de hacerlo el sarcasmo empezaría a emerger de entre sus labios e inevitablemente empezaría a ser grosero y aquella terminaría siendo una noche fallida. — No parece usted haber nacido en París, llámelo intuición o simplemente intromisión de mi parte. De todos modos es un cumplido para usted, su belleza la diferencía. Seguramente está acostumbrada a que el mundo la adule por ello a cada paso que da, puedo asegurarlo, pero no tome mi comentario y lo coloque junto al resto, el mío no tiene las mismas intenciones que los de los demás, eso también puedo asegurárselo. — El camarero apareció en ese instante, listo para tomar la orden del Ilusionista que conocía tan bien gracias a sus constantes presentaciones en aquel sitio y a su bella acompañante, a la que no perdió la oportunidad de contemplar casi boquiabierto mientras Tristán le hacía saber su pedido. — Sí, justamente a eso me refería. — Añadió cuando el mesero se había alejado luego de trastabillar con la mesa y la orden que Tristán había hecho por ambos. — Lo único malo de irse con la finta de una persona, basarse en su mera apariencia, es que tienen menos posibilidades de descubrir talentos como el que yo he descubierto esta noche. Jamás hubiese imaginado la voz tan privilegiada que posee madame, aunque lamento haber contribuido a arruinar su maquillaje con esas lágrimas. Nunca había conocido a alguien que sintiera la música tal y como la siento yo, nadie después de… — Las palabras se apagaron, incapaz de mencionar a su prometida muerta y tener que explicar después que había sido de ella y porque hablaba en tiempo pasado. Tristán agradeció la aparición del mesero con sus copas y dio un sorbo a la suya casi al instante.
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Mensaje por Ebba Úrsula Billington Dom Mar 18, 2012 8:16 am

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La Telaraña (The Fantasy) No. 3:


GONNA USE YOU AND ABUSE YOU.
IM GONNA KNOW WHATS INSIDE YOU
** Sweet Dreams **


Canciones derramadas en formas de sentimientos encontrados, melodías desencadenadas en miles de vertientes inalcanzables con las manos, pero que logran perseguir y perforar las mentes humanas encontrando un resquicio por el cual penetrar y permanecer en ese lugar por y para siempre. ¿Dices que lo tienes todo controlado? Falacias puras que jamás serán contadas en realidad. Creencias de un pensamiento que sólo desea permanecer a solas en tanto los demás se alejan y le crean un espacio que reserva los sentimientos más oscuros y negativos de todos. No se busca lastimar a la otra persona, de verdad que ése es el último anhelo, pero sin embargo tarde que temprano lo harán. No importa si no es ahora, puesto que en algún momento la realidad chocará con la fantasía y todo lo que se ha reservado en ambos mundos colapsará impactando contra el otro hasta morir por y para siempre en la algarabía de sus enemigos.

Aquí se encuentra, en un mar embravecido de sentimientos que se empeñan en destrozar el transporte de la indiferencia con tal de que acepte su realidad, que se encuentre en una isla de total redención donde pueda reparar el daño de su corazón, perdonarse y continuar adelante. Muchos lo hacen, pero son pocos quien en realidad se atreven a realizar tales profanaciones de fantasmas que jamás se irán y procurarán siempre estar allí: una prometida, una hermana... Toques fríos que anuncian el arribo de los muertos, personas que no deberían estar más en la mente y que sin embargo se agencian un apartado para que entre los brazos de una pareja, todo se pueda sanar y perdonar.

Dudas en el rostro masculino, debilidad mezclada con una vulnerabilidad reflejada durante un pequeño e ínfimo instante que, de no estar Úrsula atenta al caballero, ni siquiera lo habría percibido. Un reflejo de rechazo inicial para cambiar por un ímpetu de transformación interna, permitiéndose dar un paso adelante del otro. Un sueño perdido que está decidiendo retomar en forma de un mohín extendiendo unos escasos milímetros la comisura del labio dando lugar a una pantomima de sonrisa que ni es una, ni deja de intentarlo. Muy dentro, una cuerda instrumental se mueve y ella toma el pañuelo entre las manos y se las lleva al rostro, colocando los dedos medios en los lagrimales y de ahí, en una suave caricia, los lleva por toda la orilla de los orbes. Desprendiéndose de las lágrimas y al mismo tiempo procurando que el maquillaje no se pierda más de lo que ya está.

Un poco de humedad en los labios resecos brinda la lengua antes de que doble el lienzo y lo guarde en uno de los bolsillos de su vestido. La mano toma el brazo que le ofrecen para caminar a un paso que se difumina por el tiempo pues ella misma intenta recuperar lo perdido: la serenidad y la compostura. Sus pasos en el mosaico de la habitación resuenan llevando a su mente un instante de rutina que le calma los nervios. Los dedos aprietan un poco la extremidad masculina como reafirmando que es real, la otra mano viaja para posarse sobre la primera al tiempo que jala aire con fuerza. El marco de la puerta se acerca cada vez más y una vez atravesándolo tiene que retomar la careta al mundo. Desnudarse ante él ha provocado más que simples lágrimas, si no una revolución de indecisiones sobre lo correcto o no.

Dientes apretados, mandíbulas tensas antes de que los ojos se cierren al tiempo que él se mueve para permitir la salida. Una micra de segundo y cuando los párpados se abren, la frialdad e indiferencia dirigidas a los extraños que no sean el ilusionista son parte de su presencia en el lugar. Un paso fuera y lo vivido es sólo un secreto y confidencia entre ambos que jamás nadie podría entender en el nivel que ambos lo hicieron. Un secreto custodiado en retribución al del Ilusionista. Un instante de armonía entre dos corazones muertos en vida. Alza la mirada hacia los orbes castaños y un remedo de sonrisa aparece en sus labios, para levantar la barbilla en cuanto una figura ajena a ambos recorre el pasillo.

Esa intimidad compartida aún persiste al tiempo que recorren el camino hacia el bar, incluso cuando como todo caballero le separa la silla y toma asiento a su lado. Un detalle curioso para ellos que eran dos desconocidos. La norma dicta que se acomoden el uno frente al otro, estableciendo una distancia propia de aquéllos que tienen mucho por compartir y poco es lo que han entregado. Ese comportamiento del caballero habla... no, grita lo que han compartido en esa pequeña habitación. No hay forma de regresar atrás. Hay que continuar. La decoración al estilo rococó predomina en el lugar haciéndolo más irreal de lo que la situación establece. El canto de la fémina en el escenario la atrapa durante algunos segundos, aunque su mente analiza con rapidez y desecha. No es rival para ella en ese campo, mucho menos en la estética de sus constituciones físicas y arreglo personal. Devuelve su mirada al caballero que la acompaña al momento que la pregunta es formulada y entorna los ojos apretando un poco los labios en un mohín pensativo.

La respuesta no logra salir de sus labios porque cuando fija su mirada en el caballero para hablar, nota la inseguridad en los orbes castaños, la indecisión, el temblor... Está tanto o más lastimado que ella, tanto o más dolorido cual animal apaleado. Un paso en falso y huirá a pesar de que el humor intente reflejarse en sus palabras, puesto que el ánimo no llega a sus actitudes y modales. No hay sonrisa, no hay ese brillo en los espejos del alma que lo reafirme. Él no es feliz, pero por debajo de todo eso Úrsula le reconoce el coraje al recordar que muchos curiosos comentaban que tras todo espectáculo él jamás le concedía tiempo a nadie y se iba a desahogar en el alcohol. Este parteaguas no es exclusivamente suyo al parecer.

El interés sobre su origen la tensa un poco, no quiere que la descubra demasiado por lo que se obliga a recordar su careta, su historia inventada y reforzada. No debe tener error alguno al momento de verterla, pero... mientras sus ojos parecían interesados en el mantel de la mesa, un tono curioso en su voz le obliga a mirarlo. Los halagos a su persona son el pan de cada día, igual el comentario de que no es igual a los demás varones. En cierta forma, todos son idénticos: buscan más de ella que un simple saludo. Un beso, una caricia, su atención. Aunque debe concederle el beneficio de la duda por esa inseguridad reflejada a cada instante.

Analiza los orbes castaños y las actitudes del varón en cuanto el mesero llega a tomar la orden, disimulando mirar un cuadro atrás de su acompañante. Admira el cabello, el rostro a pesar de la cicatriz, pero sobre todo los modales, la personalidad que por encima de su timidez y en cierta forma, rechazo por la situación se refleja como la de un ser amable, educado, con ideas muy firmes. Los labios femeninos se comprimen en orientación al centro al meditar qué va a hacer con él. Y justo entonces el comentario de "Sí, justamente a eso me refería" le hace reír negando con la cabeza para alzar los hombros y dejarlos caer derrotada. Dejará por hoy, por esta noche todo atrás para dejarse llevar. Una sola noche y que la corriente la arrastre.

Las últimas palabras vertidas por el caballero le muestran una fisura en el corazón correspondiente a ese dolor que ella conoce, aunque no es idéntico, sí se muestra parecido. Le estremece la piel de tan sólo pensarlo. De saber lo difícil que es reacomodar los intestinos cuando éstos se han convertido en un nudo al rememorar todo lo que alrededor de uno se vierte y que no tiene arreglo. Comparte ese silencio hasta que el camarero llega con las bebidas y él la toma al instante. Alcohólico dijeron las voces. A ella le quedó el hermetismo y las marcas en el cuerpo y a él no sólo eso, si no también la necesidad de olvidar por medio de una puerta falsa. Parecidos, pero no idénticos. Ese dolor compartido la obliga a buscar la hilaridad aunque en su propia y retorcida mentalidad.

- En primera de cuentas ¿Qué es un pervertido? ¿No es aquél que tiene gustos o comportamientos sexuales anormales? Y nos da otra pregunta ¿Qué es anormal? Todos somos anormales empezando por el mesero que se queda impávido y no sabe que es una falta de educación enorme quedarse mirando con ojos de borrego degollado a una persona - sus ojos se fijan en el susodicho quien denota su desliz y de inmediato se retira para la sonrisa de la mujer que devuelve su mirada a Tristán - Además, yo no me desnudé ante cualquier persona, lo hice ante usted. ¿Es usted un pervertido? - sonríe divertida al tiempo que sus orbes se descubren interesados en una fina gota que se acumula en la comisura del labio masculino. Sin pensarlo siquiera, alarga la mano y con la parte interna de la uña, aquélla que se une con las yemas de los dedos, toma esa partícula del vino servido para llevárselo a la boca.

Sólo la totalidad de la uña entra en el interior de su cavidad bucal, saboreando al tiempo que sus ojos se fijan en su propia copa. Un reflejo de la de Tristán. Aspira un leve instante saboreándolo. Sus ojos regresan a su acompañante aún con el dedo en los labios, sus labios forman una sonrisa dejando ver las perlas blancas y un leve sonrojo ilumina sus mejillas pues sabe que fue impropio su mohín. Su dedo abandona la boca y sus labios son refrescados con su lengua. Se encoge de hombros con la mirada fija en la de Tristán.

- Lo siento, pero no pude evitarlo, todos tenemos algo de pervertidos como puede ver - se muerde el labio inferior en un gesto nervioso y al mismo tiempo le guiña el ojo derecho - sólo que algunos son más degenerados que otros. Ese es el punto, no es cuestión de perversión, si no de degeneración. Faltar a las normas morales de la sociedad, tener un comportamiento vicioso... puedo decirle que si el punto es no denotar quién soy ante los demás, ocultarme y morder a todos aquéllos que se acercan para alejarlos de mí al inocularles un veneno producto de la amargura, el cinismo, la ira y la desesperación, a la única que estoy matando es a mí. Lo cual me molesta un tanto, pues es algo que hago todos los días... - su mano derecha acaricia la mejilla masculina sintiendo su piel suave y sin reparo, con cierta tensión en ella, rogando porque no se aleje con brusquedad, pero sabiendo que lo está presionando demasiado y seguro no tarda en estallar... ojalá ese exabrupto sea algo que pueda controlar - Para algunos ser degenerado es ocultar nuestras esencias tras una personalidad fría... usted dirá que mi belleza es mi punto fuerte - sonríe con amargura y cinismo al recordar que por ese detalle su primer consorte la desposó y provocó toda la pesadilla que ahora vive - cuando en realidad, es lo que más odio de mí. Si no hubiera sido por ella yo... - le toca el turno de cerrar la boca y opta por retirar su mano buscando la paz en la copa de vino, dándole un ligero sorbo.

Nota de reojo la incomodidad y el nerviosismo del caballero, no parece acostumbrado a que le toquen físicamente lo que no le sorprende. Seguro tras su episodio con esa bestia, pocas son las personas que se le acercan o que él, como dicen los rumores, permite que estrechen vínculos. Deja la copa en la mesa haciendo una leve mueca por su sabor. Debería tener uno parecido al que tomó de la comisura del labio del ilusionista, pero no es así. Puede sentir la tensión que ocasionó al rozar la piel masculina, la indecisión y turbación. Decide entrar de lleno, si él va a huir, que lo haga de una vez. Y si tiene o demuestra la suficiente valentía para permanecer, que se entere ahora mismo de lo que ella busca de él.

- Antes de que decida huir voy a hacer un comentario más aunque no me lo permita, me gusta más el vino de su copa, pero no sé si es por mi degenerado interés de probar sus labios o por el vino en sí. Aunque mi instinto me dice que es lo primero. Sólo le recuerdo que el atractivo no es sólo lo que se ve con los ojos, usted me atrae en demasía y sus cicatrices son sólo recuerdos que lo convierten en el hombre que es hoy, uno que me gustaría tratar más tiempo y por qué no, quizá llegar a algo más íntimo. Ya está, ahora sí, puede salir corriendo - sonríe con maldad, como la araña que mira a la mosca en su telar. Aunque no lo niega una parte de ella quisiera que no se alejara, pero todo depende de él. De su ansia de vivir o incluso, de morir.


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Mensaje por Tristan Rêveur Mar Jul 03, 2012 5:10 am

«Amor. Con cuánta frecuencia había visto yo esa palabra en los libros. Una y otra vez. Tener riqueza y salud, y belleza y talento…, es como no tener nada si no se tiene también amor.
El amor cambia todas las cosas corrientes y las convierte en algo vertiginoso, poderoso, embriagador, encantado.»

—“Flores en el ático”, V.C. Andrews.



Bebió de su copa mientras observaba a su bella acompañante, no la mirada fijamente como los hombres acostumbraban a mirar a aquellas que bautizaban como “sus presas”, no, él lo hacía de manera insegura, incluso un poco tímida. Sus ojos parecían entornar la figura preciosa y luego desviar la mirada, una y otra vez. Le intimidaba esa mujer, le intimidaba mucho porque podía sentir esa seguridad manar por sus poros y bañar el salón entero, a todos los presentes. Era abrumante darse cuenta de que eran tan diferentes entre sí, que no compartían nada, ni belleza, ni seguridad; probablemente lo único que tenían en común era ese amor por la música. Él no lo sabía, pero muchas mujeres coincidían al decir que ese aire de vacilación que siempre acompañaba a Tristán, lo convertía en un hombre atractivo a la vista de casi cualquier fémina, “no hay hombre más atractivo que aquel que a pesar de ser buen mozo es un poco inseguro”, se decían las unas a las otras, mientras que a Tristán ni le cruzaba por la mente la idea de serle atractivo a alguna persona, no con esa horrible cicatriz en la cara que era su condena, su pesar de todos los días. Por esa razón le costaba creer que ella sintiera atracción por él. ¡Imposible! Debía ser una broma, una mala broma, la peor de todas. Cuán dañado debía estar Tristán para sentirse tan insignificante a su lado a pesar de ser un hombre tan importante, tan talentoso, tan mundialmente aclamado.

Pese a que Tristán rogó al cielo mismo que su acompañante no tocara ese tema, lo hizo. La cicatriz volvió a ser protagonista en su vida, como cada mañana en que se posaba frente al espejo y odiaba su reflejo, ese que ya en varias ocasiones había sido reemplazado por otro debido a que se le había vuelto una especie de costumbre el romperlos. Tristán sonrió, aún cuando hubiera hecho más por nervios que por otra cosa. Se quedó callado por un largo rato, pero el silencio que los abrazó durante esos momentos no fue incómodo; por una extraña razón se sentía a gusto, nervioso, sí, por supuesto que sí, ¿quién no lo estaría teniendo a su lado a una mujer tan hermosa como Ebba Úrsula, que además de todo estaba siendo directa en sus pretensiones? El hombre soltó su copa colocándola sobre la mesa, la cual miró por alrededor de cinco minutos, mientras llevaba a cabo un monólogo mental en el que se debatía intentando decidir cuál sería su siguiente reacción ante las palabras de la joven.

Por primera vez en la vida –su patética vida- no salió huyendo. La miró y estudió sus gestos, la forma en la que lo miraba no era la forma en la que la gente solía hacerlo. No supo cómo lo logró, pero lo hizo, lo convenció, lo hizo sentirse seguro. Por primera vez en mucho tiempo creyó en las palabras de alguien, de una mujer que se atrevía a confesar lo mucho que le gustaba, hecho que valoraba demasiado, puesto que debía haber sido él quién lo hiciera. Tristán supo que no podía dejarla ir, fue consciente de que tenía allí, frente a él, a la que podía ser su salvadora, una luz en medio de tanta oscuridad; un anzuelo alrededor de tantas anclas. Supo también que había pasado ya el suficiente tiempo para llevar el luto por su prometida, ella ya estaba muerta y no volvería y él estaba vivo. Tenía que intentarlo, tenía que seguir. Aunque no supiera exactamente a dónde dirigirse, simplemente seguir.

Vivir o dejarse morir, la decisión parecía fácil pero no lo era, en absoluto.
Era hora de atreverse.
Era hora de romper las barreras.
Era ahora o nunca.

— No voy a huir. — Respondió al cabo de un rato, permitiéndose sonreír tenuemente, porque la idea de sí mismo, huyendo despavorido, como el cobarde que había sido todo este tiempo, realmente le causaba gracia. Alzó la vista y atrapó la mirada de la pelirroja, la miró fijamente, sumando seriedad a sus palabras. — En lugar de eso le voy a hacer la propuesta más indecorosa que le hayan hecho en todo este tiempo. — Era probable que una mujer con esa belleza hubiera recibido peores propuestas, estaba seguro de ello, pero de algún modo tenía que justificarse un poco, ¿no? Se aclaró la garganta y finalmente habló. — Es probable que yo luzca como el más depravado de los hombres si le propongo abandonar el recinto y adentrarnos a la comodidad de mi casa, ¿no es así? Pero créame, por más degenerada que suene mi propuesta, la hago con la mejor de las intenciones. No soy como esos hombres que la han orillado a creer que su belleza es la peor de las maldiciones, todo lo contrario. Mi deseo es conocerla a fondo, porque también me interesa, me interesa mucho y me parece una mujer formidablemente interesante, a la que no puedo dejar ir sin haberme dado la oportunidad. — Sin más preámbulos y con la clara idea de querer sumar credibilidad a sus palabras, tomó la mano de la joven. Le dio unos momentos para pensar en aquella proposición, pero desesperó en el intento. Ya no había marcha atrás, esa mujer había logrado traer de vuelta gran parte del Tristán que antes había sido, ahora tendría que lidiar con la consecuencia de su acto. — Por favor, acepte y no me haga quedar como a un tonto, usted sería la primer mujer que pisa esa casa en mucho, mucho tiempo. — Mentía. Por supuesto que excluía de ello a las varias prostitutas que había metido en varias ocasiones, cuando preso de la soledad y completamente ebrio, poco le importaba lo que dijera la gente.

Ya no había razón para sentir miedo al rechazo, para ser presa del miedo, miedo del cual no podía desprenderse por completo porque se había convertido en su pan de cada día, pero al menos no ser un títere, un esclavo, un completo inútil.


Off: Una vez más: lamento la tardanza -_- sé que fue demasiado y lamento lo soso de mi respuesta, la próxima será mejor.
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Mensaje por Ebba Úrsula Billington Sáb Ago 04, 2012 7:21 pm

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La Telaraña (The Fantasy) No. 4:
Hay amores que matan by Caifanes on Grooveshark


Un llamado a la guerra une a los corazones más desolados,
incluso aquéllos que aún no encuentran la forma de entenderse.

Los pies de Ebba están sobre hielo quebradizo en lo que a Tristán se refiere y lo entiende, espera paciente a que él decida cómo proceder aunque se tarde mucho en ello. No es que tenga algo más que hacer en ese departamento que dista mucho a todo lo que acostumbraba en Viena o Grecia... incluso en Italia. Parpadea pensativa al recordar que al otro día tiene que salir otra vez a buscar trabajo, quizá Tristán pueda recomendarla con alguien. Puede ser que tener la recomendación del ilusionista más afamado le auxilie en ese detalle del desempleo además del hecho de que él ha escuchado su voz y, aunque no es experto, puede dar una fiel idea de lo que ella es capaz. Si no... es que no encuentra otra opción mejor que empeñar ese collar de zafiros y diamantes que tan ostentoso es. Con él tendría dinero para cuatro meses, lo que sería un desahogo. Las cuotas para el tratamiento de Ury no son nada bajas. Bebe un poco más de la copa ladeando la cabeza al escuchar a Tristán quien parece haberse decidido. Un rizo pelirrojo cae sobre su rostro, sus ojos brillan incrédulos ¿Propuesta indecorosa? ¿No que era diferente de los demás hombres?

Sus labios se aprietan hacia el centro haciendo una mueca, pero parpadea rompiendo dicha careta al escuchar su "propuesta indecorosa", casi ríe... casi, pero la sonrisa se torna coqueta y divertida. Hombres más atrevidos le han dado mejores respuestas que esa, pero su expresión empieza a desdibujarse tornándose seria al instante en que se da cuenta de algo: Tristán no es como los demás, tal cual él mismo ha gritado a los cuatro vientos desde que se sentaran en el bar. Él es lo que su madre llamaba "un buen partido": un hombre que respeta, que no mira a la mujer como un objeto, aunque casi echa por tierra esa última conclusión al rememorar lo que dicen de él: de las visitas de las prostitutas a su mansión. Es una contradicción andante, una combinación entre un caballero y un maltrecho guiñapo. Lo sucedido en el bosque, el ataque en sí es lo que ha provocado la transformación. ¿Quién realmente es Tristán entonces? Esa pregunta es la que se mantiene mientras él la toma de la mano. Un tacto cálido y para la sorpresa de la joven, agradable. Es lo que la hace decidirse...

- Mucho me temo que no aceptaré su propuesta hasta no haberme presentado de la manera correcta, Úrsula Billington, un placer. Ahora sí, ¿Cuándo partimos? - la sonrisa se acentúa al ver sus ojos, de verdad que es un hombre atractivo independientemente de su cicatriz, espera que esta velada sea inolvidable, aunque sus pensamientos no hacen más que tentar al destino.

Los sabios dicen que la felicidad y la pena son una misma cosa.
¿Será porque cuando hallamos la primera también encontramos la segunda?

Suzume-No-Kumo, 1860.

El carruaje avanza mientras que Ebba mira hacia afuera por la ventana. Aunque el hielo se ha roto un poco entre ellos, hay aún una barrera invisible que los separa. Su conversación se centra un poco en el cielo estrellado, el bosque que pasa ante sus ojos pues el cochero a última hora le ha recordado a Tristán que debían ir a casa de una de sus ayudantes por un extraño objeto que le serviría para su siguiente presentación. Ebba no tuvo la menor objeción en que hicieran el desvío al inicio, aunque ahora sí que se arrepiente. Quizá el llegar más rápido a la casa hiciera que Tristán se relajara, porque parece más tenso que las cuerdas de un violín. Y ella en consecuencia. Ni siquiera la plática sobre lo que ese objeto significa para el siguiente número del ilusionista es suficiente para que entre ambos los silencios incómodos dejen de aparecer. Por enésima vez Úrsula se pregunta si no erró en ir a con él. Por décima vez se dice que no, siempre hay una forma de quitarse una espinita, esa curiosidad propia de si se están haciendo bien las cosas: atreviéndose a dar un paso adelante hasta sus últimas consecuencias.

Une sus manos aún con los ojos fijos en el exterior cuando escucha el disparo que la asusta haciéndola saltar con un respingo. Se oyó demasiado cerca y antes de que sus ojos viajen a un nuevo objetivo, su boca se abre espantada al ver el cuerpo del cochero rodando por el suelo quedándose atrás. Sus ojos se fijan en Tristán sin comprender con los músculos tensos hasta sentir el tirón que confirma sus sospechas de que esa bala tuvo un objetivo y ha dado en la diana: el conductor. El carruaje parece un apéndice de esos caballos que, asustados, aceleran su paso sin unas riendas que pueda detenerlos. Ella se agarra con fuerza de donde puede, pero entiende que si alguien no detiene a esos córceles no servirá de nada que se mantenga en equilibro. Su mirada se fija en Tristán esperando que él tenga una respuesta, al menos una palabra de aliento o haga algo al respecto.

- ¡La bala mató al cochero o lo hirió, pero ha caído al suelo! - informa en tanto sus oídos escuchan algo que le hiela la sangre: caballos. Se asoma imprudentemente para ver atrás a un jinete en una montura negra como la noche que apunta sin dudarlo. Úrsula se mete justo a tiempo porque la bala pasa rozando la orilla del carruaje. - Nos persiguen, un hombre en un caballo, ¡Tristán, haz algo, dime que tienes la manera de defendernos! - pregunta volteando a verlo en el momento en que los caballos pierden el control y la carreta golpea en una raíz saliente volteándose sin control, dando vueltas por el impulso mismo, cayendo fuera del camino. Ebba intenta detenerse sin éxito, sólo tensa todos los músculos y encoge el cuerpo rogando no romperse ningún miembro, pero siente un golpe en el hombro, otro en la pierna derecha, la espalda conforme los giros del transporte van remitiendo hasta quedar varados. Vidrios regados, el interior destruido, pero de milagro ninguna herida de consideración, aunque Ebba siente que se ha de haber roto algo por el dolor de todo su cuerpo. Lento, en ese mar de confusión y caos, va comprobando su cuerpo en la oscuridad de la noche cuando traga saliva al escuchar algo: pasos hacia ellos y la forma en que alguien corta cartucho. Ese hombre sigue tras su pista. ¿Por qué? ¿Acaso es por los delitos que Ebba cometió? Si es así, bonito momento de cobrárselos, estando Tristán presente.

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