Una vida de paradojas [Fiolette Himmel]

Un café, vaya cosas, hacia años que no probaba un café en el centro, algo tan cotidiano, tan normal, y simplemente no había tenido tiempo en todo este tiempo. Elegí este lugar en un arranque de nostalgia, simplemente pasaba por aquí, en dirección a la plaza, cuando un viejo recuerdo llego a mi, motivado por el viejo cartel de madera que cuelga afuera del local. Y es que la ultima vez que había pasado por esta calle, tenia solo 10, vine con mi padre, y el se tomo un café mientras compro para mi un sumo de frutas. Fue poco antes de que mis padres murieran, uno de esos viejos recuerdos que estaban guardados en mi cabeza, y que en pocas ocasiones me permitía desenterrar.

Me senté en una mesa del exterior, donde podía ver a los transeúntes pasar desprevenidos por la calle, tantos Ignorum viviendo sus vidas en la monotonía de lo que llaman normalidad. Tenia sentimientos encontrados frente a los Ignorum, por una parte, jamas había tratado a profundidad con uno, disfrutaba observándolos pasar, pero jamas llegue a trabar una relación estrecha, jamas llegue a comprender su mundo en realidad. Por otra parte, me causaban algo de molestia, de irritación, quizás hasta un poco de nauseas, siempre tan protegidos por el velo de la ignorancia, que fácil parecía la vida cuando no sabías lo que se escondía en las sombras, al asecho, para empeorarlo, tenían la mala costumbre de exponerse al peligro de forma voluntaria, muchos casi lo buscaban, era difícil protegerlos de los vampiros si gustaban de pasearse por los callejones más oscuros que encontraban en plena noche, o de los Licantropos si tenían por costumbre adentrarse en los bosques con la luna llena. Por ultimo, y probablemente lo más paradójico, es que yo existía para protegerlos, daría mi vida por salvar al más insignificante de ellos, aun cuando no los comprendía ni les tenia aprecio, ridículo ¿verdad?, Pues así estaban las cosas, y la verdad, ni yo terminaba de entenderlo a veces.

Fui sacado de mis meditación por la voz del mozo, un joven no mayor que yo, que había traído hasta mi mesa el café que había pedido, le agradecí con un gesto de cabeza, y el joven se alejo, sujete la taza entre mis manos, y la lleve a mi nariz, olfateando su contenido, café italiano. No me gustaba realmente el café, difícilmente pasaría del segundo sorbo, por aquella era otra de las múltiples paradojas que componían mi existencia. Tras un corto trago, deje la taza sobre la mesa, y volví a mi tarea de observar a los ignorantes en su vida diaria.

Hacía un día explendoroso para salí a tomar algo, había dejado la casa con mis dos criadas, terminado sus quehaceres y luego se hirían a sus casas a descansar. Hoy no sé poqué las calles estaban más llenas, más concurridas de personas, las tiendas llenas de personas, pero muy pocas comprarían como yo lo haría cada poco tiempo. Cuanto más me acercaba a la cafetería, una de las más conocidas de París... más olía a ese olor tan amargo que a diferencia de muchos no me gustaba nada de nada. Arrugué mi nariz por el olor del lugar, como si del propio aire pudiera tocar el café.

Respiré hondo e intenté no respirar más hasta que cruzara la cafetería, estaba concentrada en no respirar nada, ni un poco, el olor a café podía demasiado. Iba a cruzar la calle para quedar en la acera de enfrente, y concentrada en no respirar, no miré la calle, que en ese momento pasó un coche de caballos, casi me atropella y el cochero paró inmediatamente al ver como iba vestida.

Del susto respiré ese olor tan... fuerte, no me gustó nada de nada, puse una mueca de repugnancia y el cochero lo tomó como que salí herida, rápidamente bajó de su asiento, preguntándome por mi salud y rápidamente un hombre algo viejo salió por la ventanilla del carruaje, pidiendo perdon por el incorregible señor que conducía el carruaje. El Señor de dentro del carruaje me miró con unos ojos que no me gustaron ni un pelo y yo que no soy nada tonta, para nada, ví de reojo que había una silla a unos poquísimos metros de mí. No me montaría en ese carruaje ni aunque fuera el rey de Francia.

Negué muchas veces con la cabeza, cuando el hombre desvergonzado del carruaje dijo que me llevaría hasta mi casa, sus ojos revelaban lo que él quería en realidad y ni por un momento me dejaría hacer nada y menos por ese hombre que desonrraba a una mujer e hijos quizás. Negué, moviendo el cuello, con mi voz y una mano moviéndose de un lado para otro, no iba a subir por ningún medio.

MMiré de nuevo de reojo la silla vacía, dí unos pasos hacia atrás y me senté en la silla, sin tener en cuenta si la mesa estaba ocupada. Sonreí y me despedí de esos dos sujetos, con las manos y con un simple "Adiós, siento su preocupación" El Señor indicho a su cochero que se subiera y siguiera su camino con una mueca de disgusto y yo con una sonrisa victoriosa, hasta que coche arrancó y se fue calle más abajo.

Con una sonrisa divertida, por la mueca de insatisfacción del hombre, giró la cabeza y se encontró a un chico, que bebía su café tranquilamente, su sonrisa desapareció y se sonrojó- Perdone mi intromisón en su momento del café- No le gustaba, pero sabía que los que los bebían les encantaba el momento, de relajación, saboreación y olor del café- Ya me voy, por favor, acete de nuevo mis disculpas, no tenía intención de molestarle- le sonrió cálidamente y se levantó de la silla, lista para irse y seguir hasta su lugar de destino.

Observe con tranquilidad, hasta que algo llamo mi atención, era uno de esos sucesos especiales que de vez en cuando, si mirabas con suficiente atención, tenias oportunidad de presencias. Un viejo adinerado casi atropello a una chica, y ahoa intentaba convencerla de subir a su carruaje.

Me acomode, y observe, divertido, como se desarrollaba la trama del suceso. De pronto, deje de ser parte del publico para estar en el escenario, como esas obras modernas que intentaban hacer participar a la audiencia para hacer más ameno el show.



La chica se sentó en mi mesa, como si quisiera darle a entender al hombre que ya estaba con alguien, y por eso no podía subir, el viejo me lanzo una mirada furiosa, y yo le respondí con una sonrisa tranquila, finalmente desistió y se alejo.

Cuando la chica me miro, supe por su mirada que no había reparado en mi presencia hasta ese momento. Le sonreí al ver su rostro sonrojado y alce una mano en forma de saludo.

- No se preocupe por el café, ni siquiera me gusta esta porqueria - Dije con una sonrisa divertida, y deje mi taza otra vez frente a mi, sobre su platillo, y a continuación hice una inclinación de cabeza en señal de saludo - Antuan Velachi, para servirle.

Sin pensarlo me volví a sentar, sin previo permiso. Conque no le gustaba el café pero lo bebía, pues la taza no estaba totalmente llena. Lo miré e incliné mi cabeza- Encantada Señor Antuan... Velachi- sonreí cálidamente- Soy Fiolette Himmel, un gusto.- en un movimiento mecánico, levanté mi mano, poniéndola delante de él, enseñándole mi palma exterior, para que como protocolo, ya más que visto y comprobado, él tendría que cogerme mi mano y acercarla hasta sus labio como forma de saludo.

- Me alegro un poco de no haberle interrupido con el café, sé de gente que se enfada por solo dirigirle la palabra cuado beben café...- dije como algo fuera de lo normal, yo no entendía muy bien el sentido del café ni de su amargo y horrible sabor. Decían que uno debía acostumbrarse a tal cosa, pero yo no era capaz de meterme en la boca algo tan desagradable para el paladar.

Miré donde antes casi me atropellan, suspire y negué por tal comportamiento- Gracias por haber estado aquí Señor Antuan, no sé lo que habría hecho si usted no hubiera estado aquí, pero si sé lo que habría pasado si me hubiera montado en el carruje. Menos mal que usted vino por alguna razón a beber tal... porquería como dijo usted. Aunque no entiendo muy bien porqué... si no le gusta, bebe café, pero bueno no es muy asunto mío- Reí suave y gentilmente, mirándolo a los ojos, algo que siempre hacía cada vez que hablaba con alguien.

La chica volvió a tomar asiento a mi lado, la segui con la mirada, mientras alzaba de nuevo la taza hasta la altura de mi nariz, sin llegar a beber, y volvia a bajarla al platillo.

- No acostumbro enfadarme, creo que me veo más guapo sonriendo - Digo en tono de broma, mientras le guiño un ojo a la chica, mi mirada luego regresa a la calle, donde los transeuntes han vuelto a vivir sus agitadas vidas, unos juntos a otros sin jamas hacerlo juntos.

Al escuchar sus siguientes palabras, mi mirada retorna a la taza de cafe. Estoy aqui por un viejo recuerdo, del tipo de recuedos que no se si debo atesorar o incinerar, todos los recuerdos de mi padre eran de ese tipo.

- ¿Le parece cómodo el corsé? - Pregunto, alejando finalmente los fantasmas de mi pasado con un movimiento de mano, como si lo recuerdos fuesen alguna especie de bruma física que pudiese disipar con mi palma.

Observé su movimiento, pero él no volvió a beber de la taza café, solo fue como si oliera de nuevo su contenido, para no olvidarse de que era café, sospechoso. No dejé de observar la taza, con dibujos artesanales en ella, decorandola perfectamente con animales de caza.

Sonreí ante su egocéntrico y gracioso comentario, yo no estaba ni triste ni alegre, ni mal ni bien, en verdad, ahora que lo pensaba no había pensado en nada en el camido de casa hasta la tienda a la que me dirigía, últimamente no tenía pensamiento alguno, solo me dedicaba a observar las calles que tan diferentes eran de mi hogar... apreciar la vida de los demás, ver que algunos eran tan felices con muchisimo menos que yo. Era gratificante.

El que volviera a dirigir la palabra hizo sacarme de mis propios pensamientos y recuerdos, parpadeé unas cuantas de veces y lo miré a los ojos, tan gris o celeste... mmm... era una mezcla, precioso color... Miré hacia abajo, no pude aspirar demasiado aire, ojalá pudiera desprenderme de tal idiotez, pero mis criadas estaban dirijidas por mi padre para que siguieran haciendo mi vida un poco más complicada. Suspiré.

- Le juro que si pudiera quitármelo todo el día, no habría en mi armario ni un corsét más, ni en mi propia casa. Me lo quito solamente cuando duermo y entre...- un momento quieta parada, me acordé un poco tarde de que esta sociedad en la que vivía las mujeres solo eran un trozo de carne bautizado para tener hijos, lo que ellos no sabían es que a ella le importaba poco, es más... iba a una tienda, un poco a las afueras para recoger mis tres espadas, y mis dos dagas, para que estuvieran perfectas y afiladas.

Es verdad que a muchos hombres no les gusta que una mujer sea mejor o más listos que ellos. Es por eso por lo que yo no tengo a nadie, pues según mi hermano soy muy vieja ya para contraer matrimonio, o eso dice él.

Solté una carcajada al escuchar sus palabras, la chica había comenzado a hablar sin darse cuenta de sus palabras, y se vio obliga a detenerse en medio de la idea al darse cuenta de lo que hablaba. Era un efecto común cuando preguntan algo fuera de contexto, una pregunta que nadie se espera, la gente se desorienta y tiende a responderla antes de racionalizarla bien.

- Pues bebo café porque es lo que hacen los hombres... como usted usa corsé, porque es lo que hacen las mujeres - Sanje el tema de esa forma, como si la respuesta fuese evidente y obvia, lleve la taza a mis labios, y esta vez si le di un pequeño trago.

- Aunque sospecho que no es usted de las mujeres que hace todo lo que la sociedad espera de ellas... ¿me equivoco?.

Mis ojos permanecieron fijo en los suyos, no mirando los suyos, sino mirando a travez de ellos, más allá de sus ojos.

Bufé medio molesta medio divertida. Falló, yo no llevo corset porque lo lleven toooodas las mujeres, lo llevaba porque mis criadas me obligaban a ponermelo, parecía que ellas tenían más poder en mi casa que yo, que era la dama y ama del lugar.

- Pues qué tontería beber café porque los demás hombres beban café, yo en cambio no llevo cosét porque las demás mujeres lo lleven, ni porque se lleve de moda o porque sea lo más incómodo que pueda llevar una mujer luego de unos tacones. Lo llevo porque así mi padre hizo mandar a mis criadas, por nada más es por lo que lo llevo- levanté un lado de mis labios, medio sonriendo, no sabía porqué, pero lo hice.

Lo miré pícara- No sospecha mal, no soy el canon exactamente perfecto de una dama, ni quiero serlo, es... aburrido- observé a las mujeres que se reunían a tomar café a los alrededores, con esos movimientos tan... ¡uf! falsos como ellas misma, víboras, esperando a atacarse unas a otras en cuanto la de al lado caiga por cualquier cosa. Malas.

- Yo intuyo que usted tampoco es como la sociedad quiere que sea o... algo raro...- miré sus manos- sus manos tienen cayos en lugares extraños...- miré las mía sutílmente, como si me mirara las uñas- No creo que trabaje en algo que una persona normal y corriente trabaje.

La chica tenia un toque rebelde que se me hacía bastante divertido. Dirigí mi mirada al horizonte, la sol comenzaba a decender en dirección al oriente, y pronto se perdería de nuestra vida.

- Es usted la que se equivoca, señorita Himmel, no son sus criadas las que la obligan a ponerse el Corsé, es nuestra sociedad quien la obliga, sus criadas son solo el medio para lograrlo.

No puedo evitar bajar la mirada hasta mis manos al escuchar sus palabras, era verdad, los callos de mi entrenamiento con espada, y ballesta estaban a la vista, y era una suerte que la ropa cubriera el resto de mi cuerpo, pues la gran cantidad de cicatrices que lo cubrían, como cientos de pequeñas estrellas brillantes sobre mi piel, no eran algo fácil de explicar.

- Es usted muy perspicaz... Pero no es tan raro que un hombre tenga entrenamiento en armas, como que lo tenga una chica - Dije con media sonrisa, no necesite desviar mis mirada a sus manos, ella me la había ofrecido en señal de saludo, ya desde entonces había notado aquel detalle - Sin mencionar lo raro que una chica de su edad no este casada - Dije, mientras apuntaba a su dedo sin anillo - Ni con planes de hacerlo - Agregue, era obvio que una chica de novia no pasearía sola por estas calles, lo haría acompaña nada de su futuro esposo, y mucho menos entablaría conversación con un hombre desconocido en un café.

- No, se equivoca, mi padre manda que me ponga el corsét, porque sabe que lo odio y me hace ponerlo, solo es por ese simple hecho, no hay ninguna explicación al hecho de que yo tenga puesto el corsét, ni uno más...- y así era, mi padre no era de vestirse muy a la moda, ni él, ni mi hermano, ni yo... solo vestían ellos bien cuando hacían algo importante, mientas, iban cómodos, sin importarles demasiado.

- ¡Oh si! es cierto... pero no todos los hombres, tienen unos cayos como los suyos, puede ser que sea del ejército o alguna armada, lo que usted hace no es un simple entrenamiento por hobbie, como los de la clase de hombres que no tienen nada que hacer que pavonearse con que se entrenan cada día y luego no saben ni como coger bien una espada, o mismamente defenderse- miré de reojo al camarero pasearse de un lado a otro, que trabajo más estresante. Suspiré, lo miré y sonreí, que razón... tan grande como un templo.

- Es simple, entreno porque quiero, no estoy casada ni ahora ni en el futuro, porque en mi pais son muy cerrados con ciertos temas... - se encoge de hombros, le señala su dedo sin anillo- usted tampoco está casado ni con planes de hacerlo y no por ello es viejo, como ya me han dicho a mi... - bufa- que injusto... ¿No?

La chica era perspicaz, de aquello no cabía duda, pero no solo eso, ella pudo aproximar la continuidad de mi entrenamiento con solo una mirada a mis manos, esta chica había tenido entrenamiento, y tampoco era suyo era casual.

- ¿Justo?, vive usted en un mundo construido por hombres, señorita Himmel, cuya historia a sido ademas narrada por hombres, es normal que sean ustedes las perjudicadas en este asunto - Dice con naturalidad, no esta de acuerdo en el trato a las mujeres, pero entiende que es un derivado de conductas sociales que son demasiado antiguas para pretender cambiarlas de un día para otro.

- Y si le dijera que soy parte de un ejercito que tiene como enemigos a todos los seres sobrenaturales de este mundo, ¿me creería? -dice con media sonrisa en los labios, y sin ponerse nervioso o preocuparse por lo que pueda pensar la chica de su cordura. Se inclina sobre la mesa, y mira a la chica a los ojos, sonriendo, esperando su reacción ante sus palabras - ¿O solo temería por mi salud mental?

- Creado y contado por hombres, porque nos habéis tenido atadas de manos y pies, además de las bocas bien tapadas... y si se les pega una buena que otra paliza donde no se vea, mejor que mejor- mundo cruel o civilización cruel, aunque mis antepasados no fueron así de injustos nunca con una mujer, como se es ahora y eso que somos ahora más... "civilizados".

Sonreí ante la idea de seres mitológicos, de leyendas ... como las del gitano que me encontré hace poco y que se había convertido en un buen amigo- Bueno... le diría que es muy posible que eso sea verdad, ya me encontré con una persona realmente interesante por estos lares. Añado además que la gente es muy imaginativa y asustadiza... no me extraña que hubiera tal ejército, solo para callar bocas inútiles- le sonreí- A mis antepasados se les dio el nombre de demonios, por eso aquello del casco con cuernos- reí divertida, por como los dibujaba la gente.

- Mmm... es usted muy interesante Señor... demasiado... para los hombres con los que he podido hablar... es usted el más interesante si me permite decirlo- dije observándolo de arriba a bajo.

Asentí ante su comentario, era cierto que los hombres habíamos dominado a las mujeres durante siglos, usando métodos no muy correctos. Yo, por mi parte, jamás había visto las cosas de la misma manera, pero la iglesia bajo cuya tutela había sido criado era clara con ese hecho.
- Mas siempre ha habido mujeres dispuestas a indisciplinarse a aquellas reglas, ¿Es usted una de ellas? – Pregunte con media sonrisa, pocas mujeres eran capaces de admitirse no partidarias de estas reglas, pero aun menos eran capas de admitirse indisciplinadas en voz alta, frente a un completo extraño.

Cuando escuche la respuesta a mi comentario, mi mirada se fijo en sus ojos, con cierto interés, ¿Ya a conocido a otros que hablan de este tipo de cosas?. Solo somos un puñado de inquisidores en esta cuidad, no mas de 20, y creo que ninguno de ellos hablaría con libertad de su oficio.
- Pues debo decirle que, o quien le ha hablado de esto a mostrado pruebas contundentes, o es usted realmente crédula, señorita Himmel – Dije, con una pequeña nota de sarcasmo en mi voz, y una sonrisa divertida en mis labios – Debe usted tener cuidado, ser crédulo es peligroso en este mundo, y ser mujer y crédula a la vez, aun peor.

Levante la taza nuevamente, y la lleve a mi labios, dando otro pequeño sorbo de ella, para luego hacer una mueca, al sentir el amargo sabor del café caliente en mi lengua.

Su último comentario me desconcertó ligeramente, pero era yo un excelente actor, y no deje entrever mi sorpresa, mi cara mostro suficiente, mientras agrege:
- No es necesario que lo diga, eso yo ya lo sabía – Dije, con tono de absoluta seguridad en lo interesante que podía resultar mi persona.

Sonreí, sí, si que había mujeres dignas de ser llamadas mujeres que luchaban por algo de dignidad y honor en ellas y yo no iba a ser menos, mi sangre no sería menos, no me iba a doblegar por alguien que siente placer dañando a personas sin saber como defenderse- Soy una de esas pocas... - me acomodé en el asiento, me estaba clavando como siempre las malditas ballenas del maldito corsét, intenté respirar con fuerza como dando a entender que estaba cansada de esa ropa tan incómoda, pero solo puda dar un pequeño respiro.

- Om si... pruebas, pruebas dió muchas, pero no se crea que fue un miembro de ese ejército al que usted dice que pertenece... ni muchos menos- le mantuve la mirada, no iba a dejarme intimidar por su mirada ni en broma -Quizás sea usted el crédulo, que se cree que las mujeres somos tontas... quizás algunas igual que los hombres... pero no tengo un pelo de tonta, ni por asomo- miré a las personas que nos rodeaban, riendo, hablando, comentando, volviendo a reir... ¡bah!- Puede que de los dos sea usted el más incrédulo e inocente... y más.... siendo hombre- no iba a permitir que dijera algo que no era.

Sonreí ante su egocentrismo- No es por su personalidad si es a lo que usted cree... es interesante a lo que usted esconde y sabe... la personalidad de cada persona pueder ser interesante según del modo en que uno lo mire. Para mí su personalidad es tal cual a la de cualquier hombre que pasee por la calle, aburrido...- puse la palma externa de mi mano debajo del mentón pensando, no demasiado en el sujeto que tenía delante.

Miré hacia la calle la cual debería de haber cruzado hace tiempo, claro, si no hubiera habido contratiempo con el carruaje del "señor-metete dentro" y la conversación con este Señor que tanto esconde, pero que cuenta como si no le importase demasiado- Aunque en realidad no sé porqué me hizo esa pregunta, supongo que si existiera en lo que trabaja... no estaría muy permitido que hiciera mención de ello, y apuesto a que está muy bien castigado si alguno se va de la lengua... ¿Está intentando acaso que lo castiguen Señor Antuan?- dije con una ceja enarcada.

No fue fácil ocultar mi interés en sus palabras, ¿Alguien ya le había del submundo?. No era un cazador fanático, como algunos de mis compañeros, jamas tomaba la vida de un no-natural si este no había hecho algo que mereciera castigo, me consideraba a mi mismo como un policía, si ellos no rompían las reglas, no había porque darles un castigo. Aun así, nunca estaba de más saber donde estaban los no-naturales de esta cuidad, y quienes eran, aquello facilitaba mi trabajo cuando encontraba a una pequeña desangrada hasta la muerte en algún callejón oscuro de París.

- Vaya, tiene usted juntas muy interesantes - Dije, inclinándome ligeramente en la mesa - Tal vez debería presentarme a tan interesante individuo.

Regrese a mi postura en la silla cuando escuche su siguiente comentario, lleve la taza a mis labios y di otro pequeño sorbo.

- No, no es bien visto dentro de mi rubro el rebelar ciertas verdades - Dije en tono tranquilo - Por suerte para usted, no soy bueno siguiendo instrucciones.

El sol comenzaba a ponerse en el horizonte, y un color anaranjado cubrió el cielo, tintando las nubes que flotaban sobre nuestras cabezas.

Miré al cielo unos segundo mientras él me habló, no me esperaba ni sentí cuando me lo encontré echado más hacia delante, más cerca de mí. Lo miré porpleja por el movimiendo, parpadeé unas veces- Al igual que usted tiene sus... personas que le rodean yo tengo las mías, no voy a decirle nada que le repercutan a ellos pues me importan... No soy una traidora- me miré las uñas, cortadas, no las dejaba crecer, no me gustan, son tan blandas que se doblan y estropean con facilidad, porque obtaba por lo más fácil.

Me quedé más cómoda cuando él se echó hacia atrás, acomodándome de nuevo en la silla y levantando una pierna encima de la otra. Recoloqué el vestido, echándo toda arruga de la tela bien lisa- No sé que es un ru...rubro, pero no voy a preguntarle porque no me dirá- sonreí de soslayo, esta conversación era interesante aunque no llevara muy lejos.

Repetí lo mismo que él pero susurrando- ¿No es bueno con las intrucciones?- sonreí- ¿Porqué me encerraría usted? ¿Según sus reglas y leyes sagradas...?- un camarero me vió sin nada y trajo un vaso de agua sin pedirlo, lo miré con una sonrisa amable y amigable dándole las gracias y el joven me devolvió la sonrisa y marchándose porque tenía más pedidos por dar.

Lealtad, lindo, adorable, pero inútil y poco practico. Era una de esas cualidades que no lograba entender de los otros, yo solo era leal a una persona, y era a mis mismo, a mi, y a mis principios, claro.

- Ya veo - Dije simplemente, capte por el rabillo del ojo a un hombre que se acercaba a nuestra mesa, de forma disimulada deslice mi mano hasta el cuchillo que escondía en mi cinturón, aquel era un acto reflejo. Gire mi cabeza con naturalidad y vi que tan solo era un camarero, que venia con un vaso de agua para la chica.

- Claro que le diría - Dije con media sonrisa - Soy un inquisidor, y mi labor es cazar criaturas demoníacas en nombre de nuestro señor - Dije, con total naturalidad - Aunque claro, usted deberá juzgar si le digo la verdad o solo estoy mintiendo.

Finalmente el camarero llego a nuestra mesa, y, con un gesto servicial, dejo el vaso frente a la chica, la que le agradeció el gesto.

- No la encerraría por nada - Lleve mi taza otra vez a mis labios, los sorbos eran tan pequeños que difícilmente terminaría antes de que mi café se enfriara - Si fuese usted un ser sobrenatural que gusta de matar Ignorum, solo le asesinaría, y si no lo fuese, la dejaría en paz, encerrar es poco practico...

Noté como cuando el camarero se acercó y Antuan dirigió una mano hacia dios sabe donde, solo observé ese movimiento de soslayo. Volví la mira mirada bebiendo un poco de agua- Un inquisidor, cazador de criaturas sobrenaturales, fuera de la... raza humana- pensé un momento- Bueno, bien es cierto que hay humanos que también se comportan como reales bestias, volviéndose locos por matar.

Rie suave- Bueno entonces no hay mucha diferencia entre usted y un policia, si alguien mata a alguien esa persona recibe su castigo...- sonrie apoyando su cabeza con la mano- además lo que dice es lógico- termino de beber el agua y separo un poco la silla de la mesa, pasando a apoyar las dos manos en los reposa brazos de la silla.

Miré hacia el cielo, era tarde. Suspiré- Se hace tarde- miré el reloj que portaba en una pequeña bolsa de tercio pelo- tsk... la tienda a la que me dirigía ya cerró- guardé el reloj en la bolsa de nuevo.

Finalmente, aparta la taza de café de enfrente de el, aun le queda la mitad, pero ya no desea beber más.

- Es usted muy aguda - Dice, mientras hace un gesto en direccion al camarero para que traiga la cuenta - Pero los Ignorum que se portan mal se los dejo a la policia de ustedes, solo me encargo de aquellos problemas que la policia no podria solucionar.

El camarero finalmente llego a la mesa, y pague la cuenta sin mirar el total, dejando una generosa propina para el joven.

- No tendrá usted planeado regresar sola a su casa a esta hora, ¿o si? - Dije, mientras alce la vista al cielo, tenia ya un tono purpura, y la luna comenzaba a dibujarse sobre nosotros, un hombre paso por la calle prendiendo las farolas de aceite, era cuestión de minutos para que la oscuridad de la noche se ciñera sobre nosotros.

Le sonrie- Claro, eso de matar a seres sobrenaturales debe ser muy duro y entrenar fuerte y diariamente ¿Cierto?- eso no lo hacía ella, y secretamente desde hacía tanto tiempo, desde que se fue de Noruega y dejó de ver a su hermano. Echaba de menos entrenar un poco, una pequeña lucha con alguien, pero eso sería imposible, nadie quería entrenar con una damita que se daba aires de saber el arte de la espada... o quizás les daba miedo perder contra mí.

Sonreí cuando Antuan dejó una buena propina al joven camarero, me recordó a mi hermano que hacía lo mismo, al igual que yo también lo hacía. Miré hacia la cafetería que había empezado a cerrar sus puertas a los impuntuales para tomar un último trago de esa bebida tan amarga, contando con que ya era muy tarde y las farolas de aceite empezaban a encenderse, las casas cerradas y los porteros llegaban a sus puestos de trabajo durante las frías noches que comenzaban a llegar gracias al fin del otoño y el casi el comiendo del invierno. Me eché por encima la mantilla, la pregunta del hombre me cogió por sorpresa al levantarme de la silla.

Baje la cabeza con una sonrisa suave, mirándole a los ojos celestes iguales que los mios y luego él desvió la mirada hacia el cielo. Bueno podría ir sola... pero seguro que me encontraba a alguien por el camino y no tenía muchas ganas de tener más sorpresas por este día- Esa era la idea ¿Porqué Señor Velachi? ¿Le preocupa mi seguridad?- sonreí divertida. Me parecía divertido porque mi país, conociéndome, me hubieran dejado partir sin más, pero desde que llegué a París la gente era más buena y caritativa.