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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Sáb Dic 03, 2011 4:13 am

Love Is by American Music Club on Grooveshark
«Love is only a light in the sky,
a shadow of a star flying by.
We're so small compared to our hearts,
we're so small compared to a lullaby;
I didn't mean to make you cry,
I'm sorry I made you cry.
Did you throw away all the lives you had,
all the songs, all the songs,
all the lovers in your bed.
We're so small compared to our hearts,
we're so small compared to a lullaby,
I didn't mean to make you cry,
I'm sorry I made you cry;
babe, did I take more than you could give?,
did you let your soul drain through your eyes?,
I'm sorry I made you cry,
I'm sorry I made you cry.»

-American Music Club, “Love Is”

Y ambos navegaron en un profundo sueño. Daniil recordaba muy bien la sensación cálida que lo invadió aquella noche de octubre a orillas del Volga, cuando ella, el demonio convertido en mujer, la duquesa Raina Hristov con ojos de hielo, piel marmórea y cabello negro como la maldita noche le tendió la mano para conducirlo finalmente a la muerte. Lo que siempre había deseado, por fin se lo estaban entregando.

Moría y se daba cuenta que ese segundo de calma inaudita valía cualquier sacrificio. Que finalmente encontraba paz y algo similar a la felicidad, era lo más cercano que había estado de sentir tal cosa; podía ser un rey, el rey del mundo, y aun así sentirse completamente desdichado. Era un monarca con absolutamente nada entre las manos, su único
leitmotiv: la muerte.

Y qué terrible desgracia fue para él despertar minutos después con algo que empezó a detestar al tan sólo pensar en ello, la inmortalidad era lo contrario a su deseo, la inmortalidad significaba, como la propia palabra lo decía, no morir jamás. Lo único que él quería era precisamente eso, morir y ahora no podía. La decisión comenzó a pesarle ese mismo instante, cayó sobre él como loza en el pecho, sin dejarlo respirar. Estrangulándolo como un par de manos invisibles y venidas de ultratumba. Moría de a poco, su existencia, incluso antes de beber la sangre de aquella mujer, era una constante agonía. Tonto, no pensó que su estupidez, su tristeza, su furia y su negligencia lo conducirían a prolongar esa muerte lenta por toda la eternidad.

Y por la eternidad sentiría esa profunda congoja que no se alejaba de él como una sombra que se ceñía a su cuerpo, al alma a la que renunció.

Desde aquella noche Daniil murió para no morir jamás. Desde aquella noche comenzó su eterna odisea espantando demonios imaginarios y dragones fabricados por una mente traicionera, la suya, aquella que sólo puede ver lluvia incluso en el día más soleado. Que lo ve todo gris, que lo ve todo mal, que lo ve todo desquebrajado y ruin. Se rompió… o terminó de romperse a manos de esa que era capaz de seducir a Satanás si se lo proponía.

Y nunca más, pensó, volvería a sentir algo similar, aquella dicha de saberse muerto y cubierto de luz, con algo tan grande que inunda el pecho a tal grado que pareciera que puede explotar, como un ave… un ave que muere cantando. Entonces estuvo ella, en sus brazos.

Otra noche bastó, para conocerse y saberlo. Y ambos navegaron en un profundo sueño.


Un pobre diablo, eso soy. Dejar de pensar estupideces, eso debo hacer. Casi mato a ese pobre niño que hace tan sólo un par de horas vino con sus padres, y distraído como estoy le di un diagnóstico equivocado. Eso, pensar en todo eso me hace un peor médico y no puedo permitirlo. Se fue, esa es la verdad, no hay más que agregar.

Ahora quiero reponer el remedio que eché a perder, pero sigo mal, descolocado, como si desde su partida algo hubiese quedado fuera de su lugar. ¿De qué hablo?, apenas si estuvo un par de horas aquí, son sólo ideas mías. ¿Qué sé de ella de todos modos?, ¿qué sabe ella de mí?, ¿Qué sé yo mismo de mí?, empiezo a creer que nada.

Revisé una, dos, tres veces las anotaciones de mi viejo cuaderno de recetas pero las letras parecían confabular en mi contra y danzar la danza de la lluvia esta noche, esa de los pueblos del Nuevo Mundo. No distinguía si es un 2 o un 7, si son 200 miligramos o 700 miligramos, no podía saberlo y eso que Mihai siempre menciona lo pulcro y femenino de mi caligrafía. Mejor me detuve antes de hacer algo mal, si administro una pócima mal elaborada podría matar a alguien, y suficiente tenía con lo sucedido hoy y ese pobre chiquillo, con él y con todas las vidas que he tomado a lo largo de mi inmortalidad.

Me dejé caer en la silla de mi escritorio, revisar misivas no era opción, aunque tuviera muchas pendientes, pues era obvio que no podía concentrarme en leer y eso era frustrante. La única terapia que he encontrado a mis años (que no son pocos) para sentir menos… eso que siempre siento, tristeza lo llamarían algunos, es la lectura y ahora ni eso podía realizar. Soy un pobre diablo, esa es la pura verdad.

Supuse que no podía hacer más, así que me puse de pie y encaminé mis pasos a mi habitación, ahí encontraría algo que en qué ocupar mi tiempo y distraer mis pensamientos, aunque fuera etiquetar frasquitos color ámbar de la estantería que ahí tenía. Crucé la estancia, el fuego en la chimenea estaba ardiendo, supuse que Leslie se encargaría de ello más tarde y miré el reloj que estaba ahí, ¡por Dios!, no era tan tarde y yo sentía que el tiempo pasaba lento como quien observa un caracol andar. Era esa mujer, lo sabía, me ponía mal, me… ¿qué más daba?, soy un niño grande y debía reponerme, por todos los cielos.

Justo iba a subir las escaleras cuando tocaron a la puerta, miré a un lado y luego a otro, era el único ahí, no era como si la casa siempre estuviera llena de gente. Al contrario de muchas personas en mi posición, a mí no me molesta realizar tareas tan sencillas como atender a la puerta, así que bajé mi pie del primer escalón donde ya estaba instalado y crucé el recibidor; debía ser un paciente, nadie más me visita.


Última edición por Daniil Stravinsky el Miér Mayo 23, 2012 2:50 pm, editado 3 veces
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Mensaje por Dagmar Biermann Dom Dic 04, 2011 2:19 am

No existe nada más interesante
que la conversación de dos amantes que permanecen callados.



¿Cómo aquel hombre podía enterarse de cada uno de mis movimientos? No lo entendía, a penas había pasado unas horas en la casa de ese vampiro. ¿Acaso no lo entendía? Aquella criatura me había salvado la vida ¡A su hija! ¿Por qué le costaba trabajo aceptar que no todos ellos eran malos? Era cierto, muy cierto que también aquella idea me había costado trabajo, sin embargo sin él no estaría viva y sin vida no podría reconocer que no dejaba de pensar en él. Aquella semana había sido demasiado larga, el encierro no era lo mío. No cuando la mayor parte de mi vida la paso fuera en aldeas, conociendo personas, salvando vidas, matando a seres que quizás algunos lo merezcan pero otros no, como él. Lo sabía porque él había entrado en mi vida.

¿Dejarme sin comer? ¿De verdad creía que eso era duro? Mi padre no tenía un poco de sentido común entonces. O quizás nunca había escuchado mis platicas sobre aquellos días en medio de las carreteras calurosas donde ni siquiera el peor de los depredadores estaría dispuesto a permanecer con tal de conseguir alimento solitario y seguro. Ya había perdido la cuenta de las veces en que la luna se ponía frente a la ventana, dejándome ver su esplendor. Tenía hambre si, estaba cansada si, pero mi orgullo era grande y sin importar que castigo recibiera lo volvería a ver, eso era un hecho, lo malo de este asunto es que conforme los días pasaban la herida no sé si progresaba o no pero me hacía sentir más débil, incluso el sueño me llegaba sin avisar dejando que cayera en cualquier lugar de aquel sótano hasta despertar tiempo después sin poder comprender como llegaba a la pequeña cama que se encontraba en aquel lugar. Apenas bebía agua, apenas y respiraba pero sabía que si salí de ahí lo vería y todo sería diferente, ya no más dolor, ya no más sufrimiento, ya no más deseos de muerte, solo seríamos él y yo en medio de una realidad encerrada en cuatro paredes donde nadie podría romperla o prohibirla solo nosotros seríamos participes de la magia que se encontraba al estar juntos.

Los brazos recorrían mis piernas recogidas abrazándolos con fuerza en aquella cama vieja. Mi mirada no se movía de aquella hermosa luna llena, de estar en otro momento de mi vida quizás estaría viendo arder el cuerpo de un vampiro o enterrando aquellas cuchillas en el cuello de un licántropo. Aquella noche era diferentes pues le suplicaba a la luna que me ayudará a salir de ese lugar, que mi padre me dejará en paz. - Si debo verlo hoy será la noche - Susurré cerrando los ojos. Me fui a ese pasado, a ese momento en que podía sentir sus manos tomar las mías, donde sus labios reclamaban los míos. Podía sentirlo, podía olerlo, incluso podía saborear aquellos labios que habían marcado la diferencia aquella noche. Me había enseñado a confiar en él en un instante y eso no tenía explicación, no la buscaba en realidad, solo quería volver a disfrutarlo. En este momento de mi vida me pesa ser mortal. Si, lo sé, toda mi vida, mis creencias se están yendo al vació pero me pesa por saber que a pesar de esto que siento dentro, que aun no descubro, sé que es alguien prohibido que aprenderé a querer en silencio, que lo llevaré hasta el final de mis días y que sé solo seré un pequeño recuerdo. Y de tanto recordar, de tanto pensar en él, de tener su rostro no solo en mi mente sino también en mi corazón me quede dormida, abrazada a su recuerdo, soñando en un reencuentro que sabía volvería realidad.

¿Cuando tiempo más había pasado dormida? ¿Minutos? ¿Horas? ¿Días? Eso no importaba. La puerta por fin se había abierto, el castigo había terminado. Mi madre entraba desesperada, tomándome en sus brazos, llevándome con cuidado abrazada a mi cuerpo. El baño había sido largo, me había relajado por completo pero ese baño, esa libertad había sido un pequeño incentivo para seguir con mi deseo. Soy caprichosa lo sé, siempre lo he sido, ellos me hicieron así, así que no hay vuelta atrás, llorar no sirve de nada, la vida es corta y si más castigos como este tengo que soportar con tal de verlos los recibiré gustosa. Me vestí rápido. Demasiado ni siquiera vi como habían quedado los detalles de mi apariencia ¿Importaba? No, solo importaba verlo. Del fondo del armario se encontraba una hermosa túnica negra, con una capucha amplia y grande perfecta para esconder mi rostro, mi cuerpo y mi andar. La coloqué sobre mi cuerpo, escondiendo el gorro de la capucha dentro de esta, que solo se notara que era una especie de abrigo. Salí de la casa sin importar los gritos, sin importar las advertencias, sin importar la vigilancia, si la primera vez estaba descuidada, no tenía idea de que llegaría a ese castigo pero conocía a cada uno de esos trabajadores y sabía como hacer que me perdieran de vista.

Su casa estaba frente a mi. Tragué saliva. No sé cuanto tiempo pase esperando a que el valor inundara mi cuerpo. ¿Quién lo diría? Dagmar miedosa, miedosa de un ser de la noche, un ser que me había robado la tranquilidad estos últimos días. Caminé por fin tocando la puerta. Poco fue el tiempo en que paso para que la perilla se abriera pero me había parecido eterno, el corazón comenzó a bombear con desesperación y entonces estaba frente a mi. Su rostro pálido, su cabello brillante, su cuerpo esbelto, aquella tristeza que se le notaba en el semblante, aquel brillo en los ojos que por extraña razón creía era por tenerme a su lado - Buenas noches - Temblorosa había salido mi voz, insegura estaba de haber hecho o no lo correcto. No pedí permiso pues no debía perder tiempo y volver a arriesgarme, simplemente entre a la casa, observando todo a mi alrededor. Se veía totalmente diferente a aquella noche. Baje el gorro para poder dejar ver mi rostro - Creo que necesito una revisión - Sonreí con sinceridad. - Daniil, cuanto tiempo… Lo extrañé - Solté con sinceridad, rindiéndome, dejando a un lado ese orgullo siendo completamente yo sin presiones de mi padre, sin presiones de la sociedad, sin exigencias propias.

Tan nerviosa había estado que no había podido verlo a los ojos, entonces mi valor se hizo grande sus hermosos ojos se toparon con los míos. Suspiré profundamente, mordí mi labio inferior nerviosa y luego sonreí de medio lado colocando una mano en la cadera. Llevé las manos a las finas telas de aquella prenda que había cubierto mi identidad en el transcurso a la casa. La retiré con cuidado y la acomodé sobre uno de los muebles con delicadeza - ¿Me revisará doctor? - Aquella sonrisa con cierto aire de coquetería no se borraba de mis labios, una de mis cejas estaba arqueada y mi mirada no se apartaba de la suya, era tan reconfortante tenerlo enfrente, todo aquel castigo había valido la pena, lo había sabido y ahora lo estaba sintiendo.


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Mensaje por Invitado Lun Dic 12, 2011 5:04 am

Con anterioridad había escuchado que una vez que probabas la sangre de alguien, ese aroma te perseguiría por el resto de tus días, que podía identificarlo, que podías sentirlo cuando el portador estaba cerca, no sé si es porque yo jamás trato de buscar a la gente que alguna vez mordí, o porque lo único que puedo sentir una vez que me alimento es una culpa que me aturde, que me deja noqueado en el suelo. No sé, pero jamás he experimentado tal cosa… hasta este momento. Tan sólo estuve a unos metros de alcanzar la perilla de la puerta cuando supe quién estaba detrás y una marejada de recuerdos se llevó todo rastro de mi cordura. Me desapareció como se esfuman las huellas en la playa.

Me detuve, y conmigo, pareció se detenía todo a mi alrededor, el tiempo hizo una pausa en su rapacidad que lo consume todo, me dio una tregua, aunque hubiese preferido que no lo hiciera; las yemas de mis dedos acariciaron el metal de la perilla pero por un segundo quise no abrir, quise dar media vuelta, irme a esconder porque sí, esa mujer me ponía mal, porque sí, verla otra vez implicaba volver a preguntarme mil cosas que me lapidan la cabeza. Y Dios sabe que cuando me pregunto demasiado, termino perdiendo, es la historia que se escribe en mi vida, perder es lo mío. Soy un perdedor, nací bajo un mal signo.

Tuve que hacer acopio de mi fuerza, que no es mucha de todos modos y finalmente tomé con fuerza la perilla y la giré. Ahí estaba ella, cubierta de pies a cabeza, con el color del luto, quizá ya sabía que iba a terminar de matarme, de matar mi prudencia, mi sensatez y mi deseo voraz de no hacerle daño. Porque un paso más entre nosotros era ya, empezar a hacerle daño.

Me quedé mudo y estoico como el tonto que soy, ingresó sin esperar a que yo lo dijera, si esperaba quizá ahí seguiríamos, por siempre plantados en el umbral de mi puerta. Fue hasta que habló que pude reaccionar, parpadeé un par de veces y suspiré súbitamente, aunque no dejaba de mirarla como quien se topa con un fantasma. Poco a poco esbocé una sonrisa y me acerqué a ella con movimientos torpes, tomé su mano y la besé.

-Señorita Biermann –incliné la cabeza en un gesto educado y solté su mano con suavidad, aunque no quería hacerlo sabía que era imposible pasarnos toda la vida así. Luego mi sonrisa se transformó en un semblante de completa calma, el golpe de pasar de un estado a otro me desconcertó, pero prefería aquello a la angustia que al principio se trepó del piso a mi cabeza dejando rastro por todo mi cuerpo-. Por supuesto que la revisaré –dije e hice un ademán para que me acompañara.

Comencé a avanzar, siempre mirando al frente porque era un adolescente, volvía a ser un adolescente y estaba junto a la chica que se espía a hurtadillas por encima de la barda del colegio para señoritas, no tenía agallas suficientes para voltear a verla, para hacer un comentario “inteligente”, para sonreírle con gesto de galán de pacotilla, nada de eso se me ha dado nunca, y con ella parecía la tarea más imposible que me podían asignar. Junto a ella era un chiquillo desorientado, un niño perdido en la multitud, un mocoso imberbe que apenas se va enterando de qué trata la vida (sin saber que se transita ya una no vida eterna.)

Finalmente estuvimos frente a la puerta de la habitación que antes también sirvió de refugio cuando estaba herida, y yo hambriento. Abrí y la dejé pasar a ella primero para luego cerrar detrás de nosotros. Carraspeé como si fuese a empezar a hablar, incluso me paré como quien va a soltar un discurso y luego nada, las palabras huyeron como siempre, disimulé bien mi propia torpeza al acercarme al escritorio y rebuscar algo en los cajones.

-Tome asiento –dije, todo sin mirarla, si la miraba iba a ser peor, lo sabía, si la miraba no sólo no tendría palabras, sino que el violento deseo de besarla me iba a quemar hasta calcinarme. ¿Qué buscaba en los cajones?, nada, un pretexto para no estar cerca, para no mirarla, quizá las palabras que habían decidido abandonarme habían encontrado refugio ahí, quizá ahí encontraría coraje para mirarla a los ojos y decirle algo, lo que fuera, o finalmente apoderarme de sus labios.

-Me alegra que decidiera venir, siempre es bueno darle seguimiento a este tipo de heridas –hablé en tono estrictamente profesional cuando finalmente los cajones y su contenido nulo dejaron de ser chivo expiatorio para lo que, a falta de una mejor palabra, yo llamo timidez. Me acerqué a ella pero desvíe mis pasos al estante con remedio y de ahí saqué gasa, agua limpia y alcohol-. Empecemos –dije y finalmente la miré, más por un descuido propio y todo terminó para empezar de nuevo. Terminó ahí mi lucha ingenua e insensata de querer mantener cierta distancia, y comenzó el martirio de tenerla cerca y saberla lejos.

Tan lejos, tan cerca.
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Mensaje por Dagmar Biermann Miér Dic 14, 2011 10:04 pm

El único sonido que se realizaba en aquella habitación, se desvaneció por completo. Lo único que podía identificar era aquel palpitar de mi corazón, este que conforme el vampiro se iba acercando, aumentaba su velocidad. Era un poco molesto ese sonido pero sin duda lo estaba disfrutando, ya que era la señal más clara de como perdía el control de mi cuerpo cuando estaba cerca de él. No podía escuchar su voz, no podía escuchar su andar, toda mi concentración estaba en sus manos, en sus movimientos, en sus labios. Mi mayor pecado se había vuelvo mi mayor adicción. ¿Me arrepentía? Para nada, en toda mi vida estos momentos con él eran los más gratos, los que más valían. Ya no importaba ningún castigo, solo se trataba de él y de mi.

Después de varios minutos volví a disfrutar de mis sentidos. Estiré una de mis manos de manera inevitable para tomar la de mi ahora acompañante. Cerré los ojos unos momentos disfrutando de su temperatura, mis labios se entreabiertos unos momentos dejando escapar un poco de aire caliente. Su solo contacto me ponía mal. El calor de mi piel, y lo frío de la suya, hacía un balance perfecto de las cosas. Lo sabía, yo era fuego y el el hielo, tan distintos y al mismo tiempo tan necesarios el uno del otro para sobrevivir. Quizás era demasiado pensar eso, pero lo necesitaba, por eso había venido aquí. Hombres había encontrado en mi vida, todos aquellos tan vacíos, ninguno captaba mi atención. ¿Amores? Había creído tener un par de ellos, pero eso no se comparaba con el presente. Con un presente incierto, pues no tenía idea de lo que sentía por él a la perfección, mucho menos si él podía llegar a sentir lo mismo que yo, nunca estaba demás intentar averiguar, aunque las respuestas eran negativas. De lo que si estaba segura, es que nuestro futuro no podría ser el mismo, en algún momento el fuego es vencido por el hielo, desaparece, y aunque quieras que vuelva nunca pasará.

Solté su mano, debía dejar que fuera todo de manera profesional. Había venido solo a la consulta ¿Verdad? Ni siquiera tenía la capacidad de poderme engañar, había vuelvo por él, porque necesitaba besarlo, necesitaba que me acariciará, necesitaba verlo nervioso mientras yo enredaba mis labios con los suyos, necesitaba sentir que era suya aunque solo un momento fuera, aunque no fuera ese su deseo. Sonreí verdaderamente nerviosa. La herida no estaba en el mejor de los lugares, estaba en mi cadera, y para poder mostrarla necesitaba quitar la tela que envolvía mi cuerpo. No había otra manera. Era bastante raro a decir verdad, él me había visto en poca ropa, o con casi nada, también me había visto con solo una camisa suya entre sus brazos, completamente dormía, y sentía como si fuera apenas la primera vez que mostraba mi cuerpo. Llevé ambas manos a la parte trasera-baja del corsé, mis dedos se enredaron en los listones que formaban el fino, pero firme moño que mantenía fuerte el agarre de la prenda.

Di un suave tirón para que este se deshiciera, entonces los listones del corsé comenzaron a aflojar, de manera inconsciente le había dado la espalda, la pieza de ropa cayó al suelo después de unos minutos. Cerré lo ojos dejando que también a su vez el faldón cayera, y solo la fina tela del blusón de arriba se quedaba sobre mi cuerpo. Mis piernas estaban al descubierto, deje mis manos cruzadas sobre mi regazo, varias bocanas de aire fueron las que tomé antes de girarme para verlo. Sonreí de manera tranquila, sus ojos se toparon con los míos, y de nuevo esa sensación de pertenecerle apareció - ¿Me recuesto en el sillón? - Antes de que pudiera decir algo, me había recostado de costado mirándolo hacía él, mi mano se deslizó hasta el borde de la tela, y la subí dejando de ver un poco más de la piel, hasta que por fin la herida se notaba.

Cerré los ojos esperando a que empezara. Pude sentir una de sus manos, una especie de descarga se apoderó de mi cuerpo, se sentía bastante extraño todo aquello después de aquella noche, con un aire diferente, con un aire esperanzador. - ¿Cómo has estado? - Debía mantenerme distraída, dejar de pensar en cosas que no tenían sentido, dejar de pensar que quizás podría volver a dormir entre sus brazos, debía enfocarme ahora en poder aparentar que no volvería a verlo en casa, estar alerta completamente, pues estaba bastante segura que mi padre mandaría por su cabeza, y no podía permitir tal cosa, me había prometido que lo cuidaría hasta el final de mis días sin importar quien se interpusiera, sin importar si quiera que fuera mi padre. Abrí los ojos para sonreírle de manera agradecida - Deberás cobrarme como una paciente cualquiera, es tu trabajo - Indique sonriendo, dejando que mi cuerpo se sintiera cómodo en aquella revisión.


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Mensaje por Invitado Mar Dic 27, 2011 9:26 pm

Tomé todo lo necesario, gasa, alcohol y agua y lo sostuve contra mi pecho con torpeza, asiéndome a todas esas cosas como si en ellas pudiera encontrar salida a lo perdido que me encontraba. Pero entonces ella me tocó y si no solté todo aquello ocasionando un estropicio mayor fue por puro milagro. Respiré profundamente un par de veces para tranquilizarme y ella me soltó. Sí, me ponía nervioso que tomara mi mano, pero la tristeza que me embargaba después, cuando su piel ya no rozaba con la mía, era mucho más intolerable.

La miré unos segundos, miré el trayecto de su mano, pude ver como el moño que mantenía al vestido en su lugar se deshacía, tragué saliva y apreté más el agua y el alcohol contra mi pecho, de nuevo fue un milagro, tenía que serlo, sólo eso explicaba que no rompiera las botellas de cristal con mi fuerza, que me gustara o no, era superior a la de los mortales.

-Eh… sí, sí por favor –señalé con la mano libre el diván, ese en el que antes se recostó cuando la traje a casa mal herida. En cuanto estuvo ahí, di un paso para atrás completamente acobardado, sin idea de qué debía hacer, pero el aroma de los frascos en la estantería me recordaron quién era y a qué me dedicaba. Era médico, y debía hacerle una revisión. Era una paciente, no tenía por qué ser distinto.

Me acomodé sobre el suelo para tenerla a una distancia cómoda, dejé todo sobre el piso, y antes de comenzar, sin poder evitarlo, deslicé la llena de mi dedo medio e índice paralelamente a lo largo de la herida, tenía esa imperiosa necesidad de sentirla y tal vez esta era mi única oportunidad. Sacudí la cabeza, siempre había sido ético en mi trato a los pacientes, incluso cuando éstos llegaban con heridas que sangraban profusamente y yo me negaba a atacarlos.

Vertí un poco de agua sobre un trozo de gasa y recorrí el área afectada, parecía que había estado sanando bien, lo cual me alegraba, por ella, porque si me ponía a pensar en mí, eso significaba no volver a verla. Me concentré en esa área de su cuerpo porque así era más sencillo, no dejaba de ser ella, y sobre todo, estábamos hablando de un sitio un tanto complicado, pero era mejor a mirarla a los ojos. Como siempre, buscaba motivos para no enfrentar mis miedos, y mis miedos esta noche se reducían a ella. Miedo a lastimarla, y miedo a quererla.

-Bien –su pregunta me sacó del trance, estuve tentado a mirarla a la cara pero entonces preferí mirar a un lado y arrojar la gasa usada al cesto de la basura. Ya no sangraba, poco a poco comenzaba a cicatrizar, quedaría marca, pero nada considerable-, no puedo quejarme –continué, en realidad quería decirle que me sentía mucho mejor ahora que estaba ella ahí, pero no lo hice ara no sonar desesperado y patético-. ¿Y tú? –luego pregunté, quizá tardé demasiado en regresarle la cortesía, pero si era inteligente como había demostrado que lo era, debía comprender lo mal que me ponía. Luego reí y negué al tiempo que colocaba un trozo de gasa limpia sobre la herida-, ya lo veremos –dije terminando de acomodar la curación, ¿cómo iba a cobrarle si era ella la que me hacía un favor tan sólo existiendo?

Me puse de pie recogiendo lo que había usado y luego dando unos pasos hacia atrás para darle su espacio.

-Listo –le dije mientras acomodaba todo en su lugar, tardándome más de lo que ameritaba adrede-. Podemos… umh… -me giré y me recargué en el escritorio cercano-, ya sé cómo puedes pagarme –finalmente pude acomodar mis ideas-, quédate a cenar, hazme compañía, con eso quedará saldada la cuenta, es más… -reí con torpeza –creo que yo quedaría en deuda contigo.

Había sido un atrevimiento, uno que muy pocas veces me permitía, hacer lo que el corazón (muerto y marchito) me decía que debía hacer, pues el sentido común era más contundente a la hora de dar las órdenes, pero esta vez decidir pasar de él. Si aceptaba iba a ser un condenado milagro, y los milagros le suceden a las personas buenas, no a mí, seguro tendría mil cosas que hacer, mucho más interesantes que pasar la noche con un vampiro tan aburrido como yo.
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Mensaje por Dagmar Biermann Jue Ene 05, 2012 6:08 pm

Debía estar soñando ¿No es así? Todos tenemos sueños, malos o buenos pero estos nos hacen tener una esperanza por la cual luchar contra todo. Daniil se había convertido en mi sueño, el más hermoso que alguna vez pude imaginar tener, un sueño que había deseado tanto que incluso se volvía realidad, lo sabía porque su frío tacto me llenaba de emoción. Quería preguntarle quien había hecho de él un inmortal, darle las gracias a esa persona, por que lo tenía frente a mi, cerca de mi. Cuando por fin terminó me puse de pie. Algo andaba mal, era como si le costara trabajo estar cerca de mi, nunca me había considerado alguien tonto, o despistado, sin duda alguna algo no andaba bien, o quizás mi entusiasmo por estar a su lado era tanto que incluso había imaginado que habría otro tipo de cercanía, una donde no quisiera soltarme de sus brazos.

Le di la espalda, cerré los ojos de manera automática mientras acomodaba de nuevo el vestido en mi cuerpo. Soñé demasiado, esa es la verdad, soñé con que quizás me hubiera extrañado, con que quizás nuestro encuentro no hubiera sido un vano, así como yo sentía dentro de mi. No tarde mucho en acomodarlo, sin embargo necesitaba un poco de ayuda - ¿Me ayudas? Los lienzos del vestido tienen que ser acomodados por alguien más, y en este cuarto solo estamos tu y yo - Sonreí con cierta torpeza. Me acerqué con mucho cuidado, hasta ponerme frente a él, giré mi cuerpo con tranquilidad, mi cabello lo deje caer a un lado - ¿cenar? Pero… Pero si usted no cena… Acaso… ¿Quiere cenar de mi? - Mis mejillas se encendieron, yo lo sabía, daba gracias que no me veía, seguramente descubriría lo frágil que era a su lado. Mi debilidad, mi tormento, mi ilusión, mi vida, mis sueños, mi imposibilidad, mi deseo, pero sobre todo… Mi amor… "Tienes el poder de desaparecerme, de darme vida, de sentenciarme a la muerte con una sola caricia". Me lo decía a mi misma, no podía decirlo, no podía exponerme tanto cuando la indiferencia en nuestra cercanía era lo único que me dejaba ver. ¿Acaso no desea sentirme cerca?

No esperé siquiera a que hiciera algo con mi vestido. Giré mi cuerpo para poder contemplar con devoción sus rasgos, estaba tan perfecto como la ultima y primera vez que lo había visto - Daniil… - Susurré mientras mi mano subía con suavidad hasta posarse sobre su mejilla - ¿Te olvidaste de mi en estos días? - Cerré los ojos con suavidad, todo mi peso se fue a las puntas de mi pie haciendo que me parara en ellas. Escondí mi rostro en su cuello, dejando que el calor de mi aliento chocara contra su piel - Te he extrañado, tanto que incluso en mis sueños apareces… - Lo cierto era que no tendremos un futuro juntos, lo sabía, nuestros caminos siempre estuvieron separamos, quizás en un momento entrelazados, pero no juntos. No se si era lo mejor o lo peor del caso, pero sé que lo necesito en mi vida, necesito saber que esta conmigo, que aunque no pueda tocarlo una parte de el me pertenece así como casi todo mi ser le pertenece - ¿Por qué te comportas tan indiferente? - Mis labios se pegaron a su piel dejando un suave y húmedo beso, ¿puede tatuarse el nombre de una persona con suaves besos cargados de amor? No lo sabía, pero si me permitía, quizás esa noche lo intentaría.

Me separé a regañadientes, sonriendo con torpeza, mirando con necesidad sus labios. Por un momento el equilibrio se me había perdido pero me sostuve con fuerza de sus hombros. Acerque mis labios a los suyos, pero antes de hacer que se tocaran, mis ojos estudiaron sus expresiones por un pequeño momento, entonces no lo pensé más, quizás sería la ultima vez que lo vería, era momento de dejar a un lado tanto miedo, tanto formalismo, mi lengua recorrió con bastante cuidado la figura de sus labios por un pequeño momento, succioné con calma su labio inferior, mordisqueándolo de manera suave, insinuante, mi lengua se adentro con cuidado a su boca y entonces lo besé, como si no existiera el mañana, como si el mundo se estuviera terminando, como si no hubiera más vida después de el beso que decía todos gritos. Moví mi rostro con cuidado, mis labios se movieron con exigencia, y entonces lo comprendí, sentía por él más de lo que incluso había estado imaginando.

Cuando mi respiración no me permitió seguir con aquel acto tan puro, me separé tomando una gran bocana de aire, así volvería a la normalidad. Sonreí como una niña tonta viendo a su primer amor. - ¿Cenamos entonces? - Pregunté con inocencia mientras tomaba su mano. Di un suave tirón a su mano, al menos ya sabía donde estaba la cocina, el comedor, incluso so habitación - ¿Podemos ser solo tu y yo? Sin nadie que sirva el plato, sin nadie que ronde por la casa… ¿Por favor? - Caminé con cuidado por el lugar, pero sin salir. ¿Y si el beso no le había gustado? Es de esas situaciones, que no sé manejar, es de esos momentos en que miles de dudas se vienen a mi mente, ¿Y yo? solo puedo estar parada, frente a él, esperando una señal, para poder seguir en su vida, o marcharme de ella.


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Mensaje por Invitado Vie Ene 13, 2012 12:33 am

Mis manos parecían las de alguien más, pues aunque la orden fuese enviada éstas no reaccionaban, tomé los listones de su vestido pero no pude hacer más. El poder que tenía la cazadora sobre mí era más grande de lo que había imaginado, sí, aquellos días que separaron nuestro primer encuentro de este habían sido de agónica locura pensando en ella, pero ahora que la tenía aquí conmigo de nuevo, podías medir la verdadera magnitud de su efecto sobre mí. Lo sano, lo cuerdo y lo sensato era alejarme, pedirle que se fuera y continuar con mi absurda y solitaria existencia, pero entonces era una batalla campal entre el deber y el querer. Suspiré y al momento de querer capturar aire nuevamente, su perfume natural llegó a mi nariz, tal como lo recordaba, incluso más puro pues ahora no existía el olor a hierro de la sangre. ¿Qué iba a decirle?, que soy un tonto, pero ni siquiera eso tuve a bien, como mis movimientos, mi habilidad de palabra se encontraba embotada, imposibilitada para ser usada.

No, no quería alimentarme de ella, ya tenía suficiente como haber tomado de su sangre aquella vez por mi propia necedad, por mi berrinche; Indro tiene la culpa… no, a quién engaño, todas mis desgracias siempre han sido ocasionadas por mí y nadie más, no debo buscar culpables. Pero antes de que pudiera hacer algo, como si en serio hubiese podido hacer algo más que tan sólo estar ahí como el idiota que soy, sin hablar y sin moverme, ella se giró y parpadeé un par de veces, su belleza aún me parecía producto de un sueño hermoso, mi expresión reflejaba miedo, pero fascinación también.

Escuché todo eso que me decía, la había extrañado como el pobre diablo que soy, era indiferente porque me daba miedo todo esto que se agolpaba en mi pecho al sentirla cerca, pero no dije nada. Nada, qué ella pensara lo que quisiera, era más fácil. Pero entonces respondía a las preguntas que no formulé acercándose, juntando sus labios con los míos, me recargué en el escritorio, puse ambas manos en el filo del mueble y correspondí el beso, debía hacerlo, porque yo también lo quería.

Ese acto, sencillo pero revelador aclaró mi mente que antes sólo era una maraña de dudas, pero cuando quise hacer algo al respecto, se separó y en ese instante comencé a extrañarla conmigo. Miré nuestras manos que no se soltaron.

- –finalmente hablaba, mi voz sonó ronca y extraña, aclaré la garganta después-, sólo tú y yo –sonreí de lado. Todo eso que me había estado amedrentando durante los días pasados había desaparecido con sólo tocarla, con el roce de nuestros labios. Sólo ella y yo, sonaba idílico, sonaba perfecto. Antes de que pudiera seguir avanzando la jalé; bastaba ya de ser un cobarde.

La tuve de nuevo contra mi pecho, pero esta vez la abracé y fui yo quien la besó, primero con un dejo de timidez para ir aumentando la intensidad hasta que no pude más, avancé sin despegarme de ella y la llevé contra la puerta del consultorio, a veces oficina, a veces simple sitio para pensar. La estreché como si temiera que fuese a escapar, pero con delicadeza, también podía romperse y no quería ser yo quien la rompiera.

-Te extrañé –finalmente acepté, no era una mentira, sólo algo que me vejaba como muchas otras cosas en esta vida maldita que llevo. Me separé y la miré a los ojos con semblante extraviado, y luego agaché el rostro con una sonrisa afectada; no podía evitar pensar que era un tonto aspirando a demasiado. Ícaro, que quiere alcanzar al sol.

-Vayamos –cambié de tema, era una habilidad mía esa, la de cambiar de tema cuando algo comenzaba a incomodarme o ponerme mal, no me gustaba que la gente me viera en esos momentos de debilidad, pero era complicado, considerando lo endeble que soy-. Leslie preparará lo que quieras, no te preocupes, sólo seremos tú y yo –dije sin mirarla y aclaré, me sentía demasiado consciente de mí mismo después de lo sucedido.
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Mensaje por Dagmar Biermann Sáb Ene 14, 2012 1:13 am

Cómplices se habían vuelto nuestros labios, se tomaban como sino hubiera un mañana, dejando en claro la pertenencia que teníamos en el otro. El calor de mi cuerpo aumentó, esté poco a poco comenzó a moverse hasta depositarse en mis mejillas. Que extraño todo esto, nunca antes había sentido esta clase de necesidad, esta clase de dependencia, porque el único deseo que tenía por salir de la casa era de verlo. Me sentía débil, pero no por la fuerza o por la destreza o incluso por las habilidades que bien sabía manejar. Me sentía de una manera extrañamente segura en este lugar, un demonio que se convierte en ángel, una criatura de la noche que se vuelve luz en tu camino. Sabía que con él no podía pasarme nada, sabía que con él podía dejar a un lado aquel carácter firme, aquel carácter de superioridad, en este momento las cadenas de mi alma se habían caído, en este momento las ropas negras habían desaparecido, no había nada, mi alma estaba desnuda. Estaba completamente expuesta, me tenía en sus manos, tenía el poder de destruirme, sin embargo yo simplemente me sentía afortunada.

Sonreí de manera inevitable antes de abrir los ojos, me encontraba atrapada entre su cuerpo, sus labios y una puerta. Ladeé suavemente el rostro para no perder detalle, un aire de timidez se asomo en mi rostro. Moví mi mano con torpeza para mover la perilla de la puerta y poder abrirla mientras avanzábamos. Tan cerca. Su piel fría en realidad me abrazaba, su olor varonil encendía mi piel haciendo que un escalofrío la recorriera, más obvia no podía ser, sin embargo ese porte de altanería, coquetería y fuerza no se había borrado de mi cuerpo, no me culpen así soy, así seré siempre.

Del otro lado de la puerta Leslie se encontraba cortando algunos trozos de fruta, le sonreí ampliamente cuando nuestras miradas se toparon. Jalé suavemente la mano de Daniil para que nuestros cuerpos no se separarán. Comencé a caminar sintiendo como sus piernas empujaban las mías al avanzar, cuando llegué a la barra de la cocina lo solté, me acomodé en aquella silla y recargué mis brazos en la barra. La cocina no era muy ostentosa, como era de esperarse. Para alguien que vive aquí y no come de hecho era muy elegante, pero sus empleados seguramente la aprovecharían bien. - ¿Una pasta? - Se me ocurrió, quería algo que no fuera tan liquido, pero tampoco quería carne, algo que fuera fácil de preparar, algo que fuera fácil incluso de masticar, que no tuviera problema alguno de comer y platicar. En esta ocasión, por primera vez en mi vida, y debo decir que me cuesta trabajo aceptarlo. Odié ser una humana, tener que comer, tener que respirar, tener que dormir pues eso me hacia perder tiempo de cercanía con él, tiempo que a duras penas y tenía debido a mis restricciones familiares. Pero nada podía hacer al respeto. En realidad me gustaba serlo aunque estos detalles no sean los mejores.

Leslie se quedo callada y comenzó a cocinar, podría jurar que se encontraba bastante encantada por la situación. Observe de reojo a Daniil, estiré a mano y tomé con delicadeza una fresa que estaba en una charola, la llevé a mis labios, los acaricié con esta fruta, lamí un poco y al final di un mordisco llenando mis labios de un poco de su liquido. Sonreí de manera "inocente" - ¿Han sido buenos los días? - Pregunté con total tranquilidad girando mi cuerpo para tenerlo frente a mi. Una de mis manos se estiró para acariciar la contraría, pero para tenerlo cerca, para sentir seguridad que esto no era un sueño. - ¿De dónde eres Daniil? - Su nombre, que bien se escuchaba volver a pronunciarlo con tranquilidad, con seguridad, con propiedad. Desde que me había ido aquella noche del encuentro, había tenido tantas preguntas en la cabeza, quería conocer que había detrás de él. Era bastante extraño en realidad, sentir como si lo conociera de toda la vida, pero solo saber su nombre, su profesión, sus castigos con su alimentación, su edad, y su paradero. Ah y claro, que tenía unos labios adictivos.

La idea de cenar algo me había parecido buena, no había comido para nada bien el tiempo que estuve lejos de él. Los olores que comenzaron a inundar la cocina eran embriagantes, bastante deliciosos, y Leslie, parecía un fantasma, incluso no parecía estar ahí, sabía darnos el espacio que ambos necesitábamos, que ambos anhelábamos. - ¿Tienes mucho en Paris? ¿A que llegaste aquí? - No podía evitarlo, a pesar de desear besarlo sin freno alguno, era más el deseo que tenía por hacer un lazo más fuerte con él, ninguno era "cualquiera" en la tierra, ambos somos criaturas totalmente diferentes, con destinos distintos, pero con una necesidad de entrelazarlo de la manera que fuera. Desde que supe que no era como los demás, sabía que lo necesitaba en mi vida. Que todavía existía esperanza en el planeta, que no se podía juzgar a todos por el error de algunos cuantos. Desde que él había aparecido en mi vida, había comprendido que la conciencia existía, llegaba, te atormentaba y te hacía pensar bien antes de actuar, desde que él había entrado en mi vida, todos aquellos vampiros me hacían ver sus ojos, y el terror que pudieran lastimarlo me alejó de la cacería, hasta el momento. Y debo decirlo, me entra la duda si volver a hacerlo o no.

Apreté con fuerza el agarre de nuestras manos, me paré de un brinco llegando hasta donde él, mis brazos se enredaron en su cuerpo dándole un fuerte abrazo, ¿alguna vez has tenido ganas de volverte uno con alguien? Pues es de esas veces en que lo deseo, para no apartarme de él, para saber que está bien, para no permitir que lo dañen - Ábreme tu alma vampiro, déjame saber de ti, déjame desnudar tu escénica, quisiera volverme alguien importante en tu vida - No mentía, no podía, no a él. Tenía miedo si, miedo a ser solo alguien más, un recuerdo pasajero que con el tiempo se olvida.


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Mensaje por Invitado Sáb Ene 14, 2012 4:31 am

¿Se había sonrojado?, debía ser una alucinación, cómo yo podía hacerla sonrojar a ella. Sonreí mientras delineaba la forma de su rostro con mi nariz, si había sido yo o no, como fuese, me hacía sentir fuerte. A su lado era invencible. Salimos del encierro, pero me negaba a soltarla, era mía, aunque fuese por el breve lapso de tiempo que nos mantuviéramos juntos.

Como siempre, Leslie estaba en la cocina, reí nervioso cuando nos miró a ambos, esa mujer era una santa, sólo se divertía, y sabía que se alegraba que tuviera visitas, nunca nadie lo hace, a menos que sea un paciente. En esencia Dagmar lo era, pero había demasiado involucrado como para dejarle esa simple etiqueta. Era una amiga, y era una mujer que me volvía loco, eso también, realmente no podía pensar en más, hubiese sido pecar de inocencia.

La miré tomar asiento como si observara la más intrincada de las obras del Renacimiento, eso era, debía observar con cuidado cada detalle y cada claroscuro de su persona y personalidad para quedarme con eso, pues no tendría más. Observé de soslayo a mi mucama, no hacía falta que yo le confirmara la petición de pasta, de inmediato se avocó a ello, y aunque estaba en la misma habitación que nosotros, era como si no lo estuviera, tenía una capacidad admirable de dar privacidad incluso estando en el mismo lugar, lo hacía cuando entraba al consultorio a limpiar y yo leía, a veces ni siquiera notaba cuando terminaba y se iba.

Me senté frente a ella y nuestras manos se mantuvieron unidas por encima de la superficie de aquella barra. La observé con una sonrisa tonta, su primera pregunta me pareció una mera formalidad, pero la segunda me tomó un poco por sorpresa, abrí los ojos bien y luego supuse que no había nada malo en responder.

-Vengo de Veliki Nóvgorod, la Gran Ciudad Nueva-, esa era la traducción -en el extremo occidental del Imperio Ruso –expliqué y me quedé callado –ahí nací y ahí crecí –agregué con algo de burla, pues de eso habían pasado siglos, pero con ello daba a entender lo antigua que era la ciudad, mucho más que yo-. Dime… ¿tú dónde eres? –me interesaba saber más de ella, no iba a negarlo, pero corría el riesgo de enfrascarme en un juego que después no iba a gustarme, decir de dónde soy o cuántos años tengo como vampiro no representa problema, el problema es cuando vienen los cuestionamientos de cómo fue mi transformación, quién lo hizo y por qué, era recordar todo, cada mínimo detalle de aquella noche de invierno en la que todo me fue arrebatado. Suspiré, me estaba yendo muy lejos, debía mantener la calma, con esa pregunta ella no iba a adivinar todo eso.

-Llevo relativamente poco –miré a un lado a Leslie, estaba seguro que mi ama de llaves sabía lo que era, no era tonta, pero no se lo había dicho nunca oficialmente, me incliné hacia Dagmar para bajar la voz-, estuve aquí cerca del 1580, viajo mucho, siempre me estoy moviendo –no ahondé en la razones –y ahora regresé a esta hermosa ciudad –volví a enderezar la espalda.

Leslie se alejó hasta el extremo de la cocina, la observé y luego fui tomado por sorpresa por los movimientos de mi invitada, aquel abrazo no era algo que me esperara, pero sin duda, algo que necesitaba y quería. Escuché con atención mientras correspondía su gesto, cerré los ojos como si sus palabras dolieran. Me separé pero la tomé de ambas manos.

-No estoy seguro de tener aún un alma –dije, intranquilo porque ese era yo, incapaz de mantener el sosiego en momentos así-, no te prometo nada, yo… -agaché la mirada y la solté, suspiré para tomar valor, pero ni aquello fue suficiente, me puse de pie de golpe y la miré a los ojos –yo no hablo de mis demonios, para no producir pesadillas en quien no las merece –dije finalmente con aquella cara de pobre tonto y perdedor que no puedo con ella, esperaba que me entendiera-. Eres importante ya, no tienes idea –también, quería que eso le quedara claro, que lo poco que habíamos compartido era más valioso que miles de noches con miles de personas. Me había salvado la vida, me había prometido protegerme, y yo en cambio, construía un fortaleza a mí alrededor ante mi incapacidad de pagar con la misma moneda. No podía, no podía hacerle eso a ella, no podía involucrarla en mi tragedia, que era grande porque yo la veía así.


Última edición por Daniil Stravinsky el Dom Ene 15, 2012 6:02 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Dagmar Biermann Dom Ene 15, 2012 4:04 am

Había olvidado que se sentía poder abrazar a alguien sin tener miedo del rechazo, aquellas creencias que tenía sobre no involucrar sentimientos con alguna, se había roto por completo. Solo bastó un encuentro, un cruce de miradas, una platica, unos cuantos besos, para así saber que esto no era solo la emoción del momento, o la debilidad de mi cuerpo por las heridas en el pasado. Lo sentía en cada parte de mi ser, me había dado cuenta porque el verlo me había puesto nerviosa, el tocarlo me aceleraba el corazón, y sentir que este era nuestro momento, me daba la esperanza que quizás él me necesitaba como yo lo necesitaba. Todo es completamente confuso, nada tiene sentido, todo es irracional, pero entre todo o lo que no entendía podía entender algo: Lo quería.

Presté suma atención a sus movimientos, a sus miradas ofrecidas hacía Leslie por temor a que escuchará alguna información demás. Me sentí su cómplice, me sentó especial por escuchar aquellos pequeños detalles, que quizás podrían ser nada comparado con su historia completa, pero que eran ahora información valiosa, la más sagrada, la que protegería con recelo hasta el final de mis días. Pero así como la información se daba, así también notaba como le costaba trabajo. El no sentir su roce, el que sus ojos me demostraran incomodidad me hizo tragar un poco de saliva de golpe. Carraspeé de manera automática como para aclarar mi garganta. Mi mirada se quedo en lo alto, observando porte de la pared que estaba detrás de él. ¿Desilusionada? Si, no puedo mentir, lo estaba completamente, dentro de mi pecho podía sentir como algo se oprimía, como si me costara trabajo respirar, cerré los ojos por unos momentos, solo para tranquilizarme, si no quería abrirse conmigo, entonces lo mejor sería mantenerme firme, no desnudar mi alma. Era como si las cadenas hubieran vuelto a ponerse, como si el corazón se me hubiera llenado de espinas para no dejar que pasará, sino había que compartir entonces quizás no había confianza, y de ser así no hay corazón que deba abrirse.

Sonreí de manera forzada, lo siento, no puedo mentir, quizás soy bastante expresiva. Giré mi rostro lentamente para observar el asiento que tenía a un lado, pasé mi mano por el borde del respaldo, lo sujeté con fuerza, aferrándome para de un brinco volver a sentarme. Me dediqué a ver a Leslie trabajar, la manera en que metía la pasta a la cazuela, como poco a poco comenzaba a añadir especias, quise decir que se detuviera, que quizás había cometido un error al haber venido, que se me había ido el hambre, no lo sé, quería volver a huir solo por sentir la indiferencia del vampiro, pero no debía huir, debía permanecer. - Yo… nací aquí - Hice una breve pausa, pequeña para seguir contando lo que pudiera - Es decir, nací en Paris… Tengo 21 años y soy cazadora de sangre por decirlo de alguna manera. Desde muy pequeña se me dio la primer arma, y cuando los doctores consideraron que ya tenía edad para hacer cualquier actividad física, comencé mis entrenamientos en la academia de mi padre - Confesé con total naturalidad, a eso me dedicaba, eso era y eso sería por siempre. - A veces no sé de donde soy en realidad es la primera vez que estoy en Paris por más de un mes - No mentía, era cierto, hace más de cuatro años que había salido de casa, que pasaba de aldea en aldea protegiendo a las personas se vampiros abusivos, de hombres lobos hambrientos, incluso mi piel tenía pequeñas marcas, rastros de algunas de las peleas que había tenido.

Volteé a verlo con el semblante tranquilo, con la firmeza del primer momento, del primer encuentro. - Creo que no tardará mucho en estar listo- Dije con completa seguridad, parecía que su ama de llaves era bastante hábil y buena en la cocina. Que costoso era no poder tocarlo, no poder sonreírle, no poder tener la seguridad que cada una de mis preguntas le incomodarían o no me contestaría algo - Quisiera saber todo de ti pero… Siento que no quieres que sepa… - Tomé otra fruta para jugar con ella en mis dedos, para intentar pasar todo mi nerviosismo distrayéndome con el juego de la fruta entre mis brazos. - Tengo derecho a elegir si quiero tener pesadillas, sueños o momentos contigo, no puedes negármelos si deseo ser parte de ellos, o incluso ayudar a aliviar un poco esa tristeza que sale de tus ojos. Tengo derecho a suplicar poder conocer más de ti ¿De verdad quieres prohibirlo? ¿De verdad quieres prohibirme poder saber más de ti y desear ser tu cómplice? - Suspiré profundamente, ¿se notaría la tristeza en mi voz? ¿En mis ojos? ¿En mi rostro? De verdad esperaba ser una buena actriz, de verdad lo deseaba.

Moví suavemente la cabeza negando ligeramente - Hay tanto que quiero preguntarte… ¿Hice bien al venir? ¿Al tener un poco de esperanza? - Sonreí de manera sincera alargando mi mano para poder volver a sentir su roce, me estaba casi ahogando de no poder tocarlo, de tenerlo tan cerca y pensar que me encontraba en ese encierro lejos de él, debía aprovecharlo, dejar a un lado suposiciones negativas, tristezas infundadas. Acaricié con la yema de mis dedos su dorso de la mano - Me hiciste falta - Confesé sin dejar de mirarlo, dejándole en claro lo sincera que eran mis palabras, la necesidad que tenía de decirlo.


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Mensaje por Invitado Jue Feb 02, 2012 9:43 pm

Me quedé en silencio. El silencio, la mayoría de las veces, es mi refugio más preciado y el más visitado, callar daba pie a conjeturas, a respuestas demasiado acres como para ser pronunciadas, pero también a descansos, a gavias en caminos serpenteantes. La miré fijamente, esperando alguna reacción ante mi negativa, no iba a condenarla a un infierno, uno que debía mantenerse personal, no podía, ella no lo merecía. Por un segundo estuve tentado a pedirle que se fuera, que había sido un error todo aquello, que médicos en París abundaban, que no me volviera a buscar; en cambio, mi boca se mantuvo sellada, como una línea recta en mi rostro, que no dejaba si quiera escapar el aire contenido.

No lo hice, no le dije que se fuera, porque tenía una necesidad más grande y trapera, la de ella, la de su compañía, la de sus ojos posados en los míos y sus labios en los míos. Estaba luchando, como siempre, entre el deber y querer, no debía, pero entonces moriría queriendo. Queriéndola a ella, aunque… qué diferencia hubiese marcado, no lo sabía, porque de esta cena, claro, y esta charla, no pasaríamos. No podía pretender más, tampoco era tan iluso, aunque a veces lo parezco. La vi tomar asiento nuevamente y desvié la mirada hacia Leslie, por el aroma, uno que casi había olvidado yo por su desuso, supe que estaba casi listo.

Luego me giré de nuevo en dirección a Dagmar y escuché con atención, algo de la tensión que antes reinó se disipó ante el solo sonido de su voz, que me tranquilizó a mí también, pude sentirlo, la calma de escucharla hablar sobre ella, porque era raro que pudiera sentirme tan calmado. Una sonrisa de lado me atacó por sorpresa al escucharla decir que, como yo, en una coincidencia extraña, también viajaba de un lado a otro, éramos nómadas, sólo que en espacios de tiempo diferentes. Iba a decir algo, que se notaba que desde pequeña había sido entrenada, que lo podía decir al sólo mirarla, pero callé y eso dio pie a que ella, con ese desdén que la caracterizaba, me reprendiera como lo merecía.

Ella tenía razón, yo no podía vedarle nada, yo no era nadie, pero también quería que comprendiera que los demonios que me azoran son muchos y muy peligrosos, como la muerte y peor, la no muerte. Suspiré y negué con la cabeza, pero la dejé seguir hablando, a cada palabra me sentía peor, un inútil, un harapo indigno de ella, pero entonces, Leslie dejaba dos platos (nunca entendí porque dejaba uno frente a mi, sabiendo que yo no comía), hacia una reverencia y se marchaba, la miré desaparecer tras la puerta y luego a Dagmar.

Estiré mi mano por sobre la mesa y entrelacé mis dedos con los ajenos, miré el agarre por un segundo y luego alcé los ojos.

-Hiciste bien –dije en voz baja, como un susurro tímido-, te necesitaba –no podía mentirle, y le sonreí para luego soltarla y como chivo expiatorio, tomé un cubierto, lo clavé en la pasta y me llevé una porción a la boca, no iba a matarme algo de comida normal. Luego de masticar con calma desmedida supe que no podía prolongar más el momento de darle respuestas, tomé la servilleta de tela que descansaba en mis piernas y limpié a ambos lados de la boca.

-Tú también me hiciste falta, Dagmar –decir su nombre completaba mi exigencia de su compañía, pero también obligaba a que todo cayera en su lugar, a que me diera cuenta que sí, esa que estaba frente a mi era la misma cazadora que conocía días antes, la misma que tanto me había gustado besar y que ansiaba volver a hacerlo-. No sé qué preguntas puedas tener sobre mi, ¿despierto tantas dudas?, mi historia no difiere a la de otros vampiros… -hice una pausa –quizá el hecho que yo –suspiré y la miré directo a los ojos –que yo sea tan débil a comparación de otros que comparten esta condición, pero te aseguro que no soy distinto, bebo sangre, vivo mucho… no hay nada diferente en mi –terminé un poco azorado por lo que había dicho. La diferencia, lo sabía bien yo, era que yo estaba en medio, en medio del mundo de los vivos y los que son como yo, solo, solo para la eternidad que me restaba.

Su mano tocando la mía me recordaba, de nuevo, que era ella, que era real. Era como si necesitara que me lo recordaran reiteradamente, no lo creía. Solía tener sueños así, en los que la vida (o lo que sea que yo tenga) parece menos aciaga, por eso, tenía la firme convicción de que este era uno de esos sueños, pero su tacto cálido sobre mi fría piel… esa sensación sólo podía provenir de un solo sitio, la realidad más radiante.

-No sé qué decirte, así como tú quieres saber de mí, yo quiero saber más de ti, aprender de ti… ser un experto sobre el tema Dagmar Biermann –terminé con una leve risa ante las tonterías que estaba diciendo. Me encogí de hombros-, ¿qué hacemos?.
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Mensaje por Dagmar Biermann Jue Feb 23, 2012 9:31 pm

Observé la porción de pasta que se me había servido. Era un plato hondo, blanco, con detalles en los bordes de color rojizo, se veía bastante bonita la presentación. Sonreí ampliamente, cerré los ojos por unos momentos, para aspirar el aroma que salía de aquel plato de comida. Leslie estaba destinada a ir al infierno por hacer cosas tan deliciosas, por dejar platicos tan tentadores, no, el infierno no era para ella, todo lo que estaba alrededor de aquel vampiro tenía una luz propia, todo era magnifico, todo era para mi, una especie de paraíso propio. Giré mi rostro abriendo los ojos al mismo tiempo para tomarme con su mirada triste. Incluso podía sentir un poco de alegría en aquella par de ojos acongojados, quizás eran alucinaciones mías, quizás era porque deseaba verlo así, intentar darle un poco de alegría, de sentido. No lo sabía, Daniil era mi alegría, la única alegría de estos días. A estás alturas no sabía si odiarlo por tenerme de esta manera, o quererlo por las enseñanzas que me estaba dando.

Era inevitable voltear a verlo. El tenía una especie de imán, un imán hecho solo para mi, para volver a sus brazos, a su lado. Enredé la pasta en el tenedor llevándome una porción a la boca, dos porciones, tres, disfrutando del delicioso sabor de la comida. - Cada que vengo me alimento hasta reventar, empezó a pensar que quieren que pierda la figura - Bromeé un poco intentando romper la tensión que se había hecho presente en el ambiente por mis preguntas. No es que me importará demasiado la figura, el entrenamiento me ayudaba a no perder la complexión que necesitaba para la casería, y esas cosas. Con la mano libre, tomé la servilleta que se me había puesto a un lado, limpie los bordes de mi comisura, algunos modales no se podían perder, incluso aunque me sintiera en total confianza.

¿Comer? No sé si eso era lo que quería, tenía hambre pero no como para terminarme todo el plato, la comida se había vuelto un pretexto para mantener más tiempo juntos. Di un brincó del banco que estaba enfrente de la mesita. Aun no soltaba su mano. No podía, su mano se había casi pegado con la mía. Hice unos movimientos completamente sensuales al caminar, intentando provocar algunas sensaciones en él, no sé, quería ver si de verdad le gustaba, si de verdad mis formas le robaban algunos alientos, pero era poca la distancia que habíamos tenido al sentarnos, que duraron poco, mi mano libre se colocó en su hombro - Es raro ver comer a un vampiro - Decir que era un vampiro ya no me afectaba como antes, ahora me era demasiado normal, solo en su caso, claro está. Mis dedos acariciaban su cuello de manera inocente, o eso intentaba, pegué la frente con la ajena, cerré los aspirando con fuerza su aroma. - Doy gracias a Dios que no eres como los otros… - ¿Dios? Tenía fe en él, no en la iglesia, solo en aquel ser supremo que me había escogido para luchar contra criaturas de su condición, criaturas malas, no como él. - Tienes incluso un corazón más puro que cualquier ser humano… ¿Bebes sangre? Yo como carne… ¿Acaso esos animales no merecen vivir? ¿Que hay de diferente? - Hice una pausa - No, no eres débil Daniil, eres más fuerte… Eres mejor, eres listo… No hay comparación entre ellos y tú… No necesitas nada que ellos tengan, tu eres perfecto así - Ni en el mejor de mis sueños me había imagino de esa manera, diciendo esas cosas, menos a una criatura de la noche. Para finalizar el momento, pegué mis labios con los ajenos, no subí la picardía del beso, solo quería que nuestros labios se unieran, de manera cómplice, sin agregar más, o quitarle al momento.

Mis labios se separaron de los suyos, aun no podía abrir los ojos pues estaba disfrutando del momento que teníamos. Era una lastima no poder quedarme así demasiado tiempo. Abrí los ojos para toparme con su mirada. - Nada de lo que digas, de lo que tus demonios quieran decirme, o convencerme me hará cambiar de parecer - Llevé un dedo a sus labios para callarlo, antes que pudiera contradecirme - Así que no rompas el momento - Sonreí de manera triunfal.

Me quedé pensativa, solo escasos momentos - ¿Por qué no empezamos conociendo tu casa? Es decir, tu ya la conoces claro, pero que me la enseñes a mi, la última vez que estuve solo recuerdo una especie de consultorio, tu cuarto y un baño, debe haber más ¿No? - Ladeé el rostro pensando que más podríamos hacer - Chimenea… Una manta caliente, un buen abrazo, y una platica sin restricciones también sería bastante interesante, pero no sé si quieras ceder a ella, mucho menos si vas a querer que no te sueltes donde nos recostemos… - Mordí mi labio inferior con fuerza, necesitaba evitar mostrar sonrojo en mi rostro, debía concentrarme, mantenerme tranquila, no mostrar debilidad, y mucho menos el deseo que tenía de estar abrazada a su cuerpo. Pero no entendía porque quería aun disimular, cuando con él era simplemente yo, sin un nombre, sin una profesión, sin una vida que me dejaba en claro estaba en un grave error.

Me separé de su cuerpo, tiré de su mano esperando a que accediera a mis sugerencias - Si crees que son malas mis ideas, podemos dar una caminata en el bosque… Quizás… Nadar en el lago - Era capaz de sacar más de mil cosas con tal de tener todo mi tiempo a su lado, de poder aprovechar un día completo con él. Nadie me había seguido, nadie me estaba vigilando, había salido con todas las libertades, podría mentir que había ido a una aldea cercana, o quizás no volver a casa, no ver a mis padres, no podían prohibirme nada, no podían castigarme solo porque había quitado las vendas de mis ojos al conocer a Daniil. Lo bueno es que sabía donde estaba la sala, al menos ahí podía llevarlo. Abrí la puerta de la cocina, en seguida un ruido detrás de nosotros llamó mi atención - Oh Leslie, le debo una disculpa, más noche lo calentaré para terminarlo - Me disculpé, pero volví a tirar de su mano para atravesar esa puerta. - ¿Quieres escoger otra cosa? ¿Se te ocurre algo? - Quizás si no encontrábamos algo bueno que hacer tendría que irme, pues no podría mostrarle demasiado la desesperación que tenía para tenerlo conmigo, incluso el deseo de dormir en sus brazos, y despertar con la única visión de su rostro.

Me giré soltando su mano. Ahora las coloqué en sus hombros, entrelazando los dedos por detrás de su nuca, empecé a dar pasos caminando de espaldas. Me detuve de nuevo, y ahora coloqué sus manos en mi cintura antes de colocar de nuevo mis manos en sus hombros - Usted lleva el control vampiro, tendrá que cuidar que no caiga en el camino, así que lléveme así, al lugar donde quiera, pero no me suelte, que el camino sin usted… No… ya no puedo tener un camino sin usted - Y ahora me permití sonrojarme, dejarle totalmente en claro como me tenía, lo débil que era en sus brazos, lo mucho que necesitaba su tacto.


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Mensaje por Invitado Vie Mar 09, 2012 5:59 pm

Una distención de tiempo, por eso los minutos se alargaban como horas, días, meses y años, formaban siglos. A su lado el tiempo carecía de importancia, de mesura o si quiera de nombre. Era como si este lugar, junto a Dagmar, fuese un cosmos en miniatura con sus propias reglas en las que el tiempo no apremia, no existe si quiera. Un universo a escala en el que todo carecía de importancia y a la vez, todo, mínimo o fugaz, era trascendente como una verdad definitiva.

Escuché lo que decía y en la insensatez había algo de cordura, algo que me hablaba sólo a mí, cerca del oído, me reprendía y me dominaba a partes iguales. Como quien doma estas bestias encapsuladas en el corazón marchito que ya no late, en este hueco en mi pecho donde alguna vez la sangre se bombeaba. No era nada de lo que ella decía, pero en esta tregua circunstancial, la iba a dejar que siguiera diciéndome aquello, que se lo creyera, quizá me lo creería yo también con un poco de suerte.

Solo la miraba, no es que tuviera muchas alternativas, mis ojos clavados en los suyos, los míos obscuros, porque obscura es mi vida, los de ella claros, porque esa es su existencia. Antes de poder hacer cualquier cosa, no sé qué porque me encontraba amagado por su encanto, ella me besó, fue ella quien me besó y supe entonces que tal vez, sólo tal vez, no eran tan descabellados mis pensamientos y ese hormigueo de pies a la cabeza que me inundaba al tan sólo sentir su tacto, cálido como ya no podía ser el mío. Correspondí porque si no lo hacía me iba a arrepentir luego, y tenía años de sobra para esa penitencia.

Ella se adelantó a mis actos, como si me conociera de antemano, y me calló, pues sí, estuve a punto de replicar algo, lo que fuera. Que me atribuía demasiadas cosas y me daba miedo decepcionarla, eso era tal vez lo que más me acongojaba en ese momento.

-Podemos… sí, podemos conocer mi casa –dije poniéndome de pie, pensando que sería buen momento para reconocer muchos rincones de esta vieja casa que había adquirido a mi llegada a París, normalmente mi rutina me llevaba de mi habitación a la oficina-consultorio y viceversa, a veces visitaba la biblioteca y eso era prácticamente todo, en ojos de Dagmar recordaría qué había sido eso que me hizo decidirme por esta casa y no otras de similares condiciones, o incluso, el por qué no quise una mansión enorme como la mayoría de mis congéneres.

-No, no –negué con la cabeza para enfatizar –tus ideas suenan maravillosas, pero creo que por ahora nos limitaremos a quedarnos en la casa –le sonreí. Lo que de pronto me pareció una idea encantadora poco a poco fue desengañándome, qué de interesante iba a tener mi casa, era un fiel reflejo de mi, y yo de interesante no tenía nada. Suspiré y avanzamos juntos hasta que ella se puso de frente, la miré con ambas cejas arqueadas y cuando habló supe cuál era su intención, reí y avancé con ella de aquel modo.

-Con cuidado –advertí al salir de la cocina y tratando de ver por sobre su hombro, dimos vuelta a la izquierda y estuvimos en la estancia-, bien, esta es la sala –puntualicé lo evidente y la solté para acercarme a la chimenea en donde el fuego crepitaba, me quedé viendo ese viejo cuadro que colgaba sobre la repisa, un águila bicéfala que me recordaba a cada instante de donde venía. El escudo del Gran Imperio Ruso, eso era. Me quedé mirando aquel lienzo y luego, en un movimiento rápido me giré y reí contrariado-, ¿sabes?, mi casa no es muy interesante –confesé con algo de torpeza, esa era la verdad –pero no quiero salir –di un paso acortando la distancia, con timidez coloqué una mano en su cintura-, sería como romper esta especie de… -no sabía como clasificar aquello-, de sueño –sí, de eso se trataba, un sueño del que no quería despertar –quedémonos aquí, hazme compañía –y aunque hubiese tratado con esmero, aquello había sido no otra cosa más que una súplica.

El ruego de tenerla cerca, aunque sea charlando, la necesidad de sentirla, aunque sea un toque inocente de su mano, la exigencia de su figura delineada por la luz del fuego, aquí, en la morada que había hecho al pasar de estos meses que tenía en París, un sitio que era mío, sólo mío y por ello, el sitio en el que quería estar en su compañía.
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Mensaje por Dagmar Biermann Dom Mar 25, 2012 6:28 pm

Estaba comprobando aquella teoría sobre "los polos opuestos que se atraen". Bastante evidente era la situación. Daniil con su sola mirada podía ser esa brisa de invierno, tan perturbadora pero a la vez tan necesaria, de esa brisa que eriza tú piel con solo acariciar tú rostro. Daniil era la oscuridad de la noche, tan misteriosa y adictiva, con una luz personal (la luna ) que ni siquiera sabía que existía en él, que quizás tenía cosas malas, que yo no podía ver aún, pero que era mi necesidad, la noche se había vuelto mi mejor amiga, mi cómplice, y si Daniil era la noche, entonces… ¿Qué más podía ser? ¿Mi amado? Ahora yo… Yo era luz, quizás podía ser su luz, quizás no estaba tan mal soñar tan alto, podía iluminar su noche, también era el sol, cálido, y si nos combinábamos, quizás podíamos hacer una balanza envidiable.

Y por momentos sentía que el frío me envolvía, que caía en un abismo que nunca antes me había llamado, pero que ahorra me obligaba a adentrarme, que me jalaba con fuerza, que desgarraba mi piel, que me hacía hundirme, y Daniil se estaba volviendo ahora el abrazo cálido que necesitaba, que me protegía, ese que todos necesitamos y pocos somos los afortunados en conocerlo. Mi figura no caía más, la esperanza no se rompía, y era cierto, estaba a mi lado, y en sus ojos se podía notar el amor y el deseo que sentía al igual que yo sentía por él. Alcé las manos durante aquella caída, nuestros dedos se entrelazaron, me jaló, me abrazó, y besó como si fuera la mujer más amada y deseada, era tan extraño, tan diferente a todo lo que había vivido. Suspiré para abrir los ojos, para ya no perderme entre sueños o pesadillas, ahora necesitaba y debía quedarme en el ahora, y sentir lo frío de su brisa… La brisa Daniil, mi nueva obsesión.

No podía hablar, el sonido de su voz en este momento es similar al mejor de los cantos, a la canción más amada, a la más pegajosa… Me pregunto entonces si es así el amor. Un par de veces lo había visto, entre personas dentro del campamento, dentro de la academia. Personas que con solo decir el nombre de su ser amado parecía que el cielo se abre enfocando su luz en ese ser humano, o cuando sus miradas se cruzan, cuando observa su silueta, no hay otra persona más hermosa o deseada que ese ser amado, no hay a nadie a quien quieras proteger, o que quieras velar su sueño. ¿Cómo seríamos entonces nosotros? Quizás Daniil era demasiado tímido, demasiado bueno, y en ocasiones creo que esta roto, como si se hubiera dividido en muchas piezas, y yo fuera parte de su rompecabezas, esas ideas mías que cualquier pidiera comenzar a soltar grandes carcajadas al escuchar mis pensamientos, solo teniendo cerca a este vampiro, ¿Imagina cuando estoy lejos de él? Pero entonces si timidez podía hacer que yo quisiera y pudiera protegerle, pero su condición podría apartar hasta el más cruel de los asesinos de mi figura, yo lo sé, Daniil y yo somos una balanza, el ying y el yang, la luz y la oscuridad, el frío y el calor, la pieza del rompecabezas perdida del otro, aunque ambos sabemos la realidad, una realidad mucho más cruel que cualquier asesinato atroz, que cual tortura bien elaborada, nuestros corazones laterían, (en sentido figurado porque el suyo no late) a largas distancias, y aunque otro amor llegué hasta nosotros, es muy probable que nuestro mismo corazón creé un espacio, uno prohibido, uno donde solo este la D, del nombre contrario.

Asentí cuando sus palabras se desvanecieron en aquella sala, cuando el silencio inundó la escena. No había más que decir en realidad, solo bastaba una mirada, por que los mejores amantes saben decirse todo con una mirada. Y yo intentaba decirle cada cosa que pasaba por mi mente y por mi corazón. "Si, me quedo aquí. Si, lo haré el tiempo que desees. Si, te haré compañía. Si, seré tuya…" Y con este último pensamiento, mi corazón se aceleró, mi cuerpo tembló, y me di cuenta que no solo había un deseo de pertenencia y de afecto, también había algo más, algo carnal, algo que nunca antes había experimentado, y que por extraña razón lo quería saber, con él.

Y es entonces cuando me cuestiono si mis deseos son los correctos, si estoy de verdad rompiendo con todo aquello que me han enseñado, y si de verdad me siento culpable o arrepentida de las cosas. Se supone que debía buscar a ese hombre ideal, al hombre que estuviera en mi mismo nivel social, que se casara conmigo por amor, por deseo y por intereses de mejora a la familia, con alguien que no fuera un vampiro, y sobre todo que estos deseos carnales se llevaran hasta el matrimonio. "Dios mío, estoy pecando, sé que has depositado tú fe en mi, pero sabes que mis actos son reales, que son sinceros, y que solo provienen desde el más puro amor, no me juzgues como tú iglesia lo hace, y si estoy haciendo mal, detén este acto, deténlo ahora". No pude más, mis manos se aferraron con fuerza a la fina tela de su ropa, queriendo traspasarla, queriendo hundir los dedos en aquella piel suave. Mi nerviosismo era evidente, pero yo no podía guardarme semejantes cosas, no iban conmigo - Daniil… - Y el calor de mi cuerpo subió a mis mejillas - ¿Por qué deseo perderme en su labios? - Mis ojos reflejaban una frustración nunca antes vista - ¿Por qué deseo que no sueltes mi cuerpo? - Desvíe la mirada, quizás si era una joven con un carácter fuerte, dominante y casi imposible de romper, pero la palabra casi era la clave, pues en este momento me sentía peor que una novata con un arco, o con una navaja, y me sentía frágil, pero mi fragilidad no era mala, y no estaba en peligro, pues entre sus brazos estaba, y no existía mayor protección que ellos.

Antes que pudiera decir algo, antes de poder ver sus ojos, me acerqué a su cuerpo, pidiendo que me encerrará entre sus brazos, escondiendo mi rostro entre su pecho, enterrando ahora mis dedos en su espalda. Suplicando que no quisiera soltarme, teniendo miedo a que este sueño, el sueño que él mencionaba, se desvaneciera al despertar en una soleada mañana. - No me sueltes - Susurré, por que si la mañana aparecía, el no estaría pues su no vida estaría encerrada en una casa, en la casa que ahora parecía tan real y que imploraba no fuera una mentira.


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Mensaje por Invitado Dom Abr 08, 2012 11:08 pm

A lo largo de las centurias que había vivido, que no eran muchas de todos modos en comparación a otros vampiros, jamás he encontrado mi sitio, tal vez por eso emprendí un viaje interminable, tal vez por eso me auto impuse no crear lazos con nadie, porque al final resultaba que yo no era de ese lugar donde comenzaba a sentirme cómodo (ni en Rusia misma) y que todos terminaban yéndose. No tenía la ingenua necedad de que esta vez iba a ser distinto, pero frente a Dagmar valía la pena volver a salir mal herido, valía la pena por el tiempo que pudiéramos compartir juntos, así fuese sólo esa noche o años completos, la eternidad que vendría después a acosarme con recuerdos de un pretérito mejor.

La casa me pareció inconmensurablemente grande, y era una edificación pequeña, lo sabía, la sentí tan monumental que podía aplastarnos a ambos y sólo atiné a mirarla como el chiquillo perdido que era, sin nación, sin lazos, sin nada. No tenía nada, fruncí el ceño ligeramente y me miré las manos, lánguidas a mis costados y comprobé que no tenía realmente algo digno que ofrecerle, pude haber seguido en aquel extraño rito pero sus manos se asieron a mi ropa y alcé el rostro para toparme el suyo a un palmo de distancia. De nuevo me sentí acobardado, nimio, insignificante a su lado; quería abrazarla y besarla y hacerle promesas crédulas de amor, que ambos sabríamos, serían sólo eso… promesas esperando a ser cumplidas, que se quedarían así para siempre.

Quise hacer algo, abrazarla, estrecharla, que nunca se fuera de mi lado pero mi cuerpo no obedecía las órdenes que mi cerebro le enviaba y era frustrante, como si un instinto de preservación quisiera impedirme seguir con esto, cualquier cosa que fuera. La historia no estaba de mi lado, la experiencia decía que, como era mi costumbre, iba a perder.

Miré a un lado y al suelo, incapaz de seguir contemplando su rostro, avergonzado y confundido a partes iguales, entonces su voz me logró rescatar de la inminente penumbra que amenazaba con nublarme, desaparecerme en la obscuridad. Escuché sus preguntas, las respuestas se formularon casi al unísono que sus cuestiones, pero no hablé, no abrí la boca si quiera y en cambio, sólo la abracé, finalmente mis brazos reaccionaban y hacían lo que les decía que hicieran. La estreché contra mi pecho y hundí el rostro en su cabello.

-Quizá porque yo lo deseo también –y ahí estaba, una respuesta posiblemente insignificante, insatisfactoria, torpe, pero era la única que tenía a todas sus preguntas, mismas que eran las mías también. Así me quedé con ella en medio de la sala, sólo el crepitar del fuego interrumpía la noche silente y cuando me pidió que no la soltara sentí que desfallecía ahí frente a ella, como la noche en la que nos conocimos.

Era una oportunidad, mi oportunidad, y debía estar a la altura.

Me separé un poco para verla, no dejé de abrazarla y sonreí con un dejo de tristeza que parece jamás apartarse de mis gestos, de mis modos, de mí.

-No te soltaré, pero no lo hagas tú también –pedí, estaba rogando descaradamente y no me importó. Hablaba de esa noche, claro, pero también de mi existencia entera, versaba en una voz eterna, como eterna es mi existencia. Observo el incesante ciclo de las estaciones una y otra vez, lo observo mientras caigo, mi transitar terrenal es una eterna caída en picada que nunca acaba, no termino de estamparme de bruces al suelo, pero es imposible regresar, mis pasos fueron borrados por tormentas de nieve, ríos de sangre (la que he derramado en vano) y mares de olvido. Pero entonces, y sólo entonces, tal vez en sus brazos mi caída se frene un poco, lo suficiente para verme reflejado en sus ojos y eso bastará. Un segundo con ella merecía la pena siglos de miseria.

Debía estar a la altura, me repetí y entonces mis manos bajaron de su espalda hasta su cintura, atrapé su boca con la mía, un beso vehemente, desordenado, arrojado como quien se avienta por voluntad propia a los leones. Empujé con torpeza hasta que un sofá se puso en nuestro camino y ahí la obligué a sentarse, no tardé en hacer lo mismo. Detuve el beso y tomé su rostro con ambas manos.

-Dagmar, yo… yo… no quiero que hagas algo de lo que te puedas arrepentir luego –finalmente solté como un hilo, deseaba continuar con aquello, el deseo ardía y dolía y quemaba por dentro, pero jamás lo haría si ella caía en cuenta de hacia dónde dirigíamos todo aquello y finalmente se percatara que soy un pobre diablo que intenta tocar las estrellas olvidando sentir en la planta de sus pies las flores y el pasto.
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Mensaje por Dagmar Biermann Lun Abr 23, 2012 10:35 pm

Había aprendido que no era necesario pasar diciendo miles de palabras o promesas de amor para poder transmitirlas, o incluso decirlas a gritos. Nuestros silencios eran tan íntimos como una cena romántica perfectamente planeada. Nuestros cuerpos actuaban por si solos, ni siquiera tenía que pensar todo lo que debía hacer, simplemente me dejaba llevar por las palpitaciones frenéticas que mi corazón hacía. No solo eran esas palpitaciones, mi sangre avanzaba acelerada por cada una de mis venas, mi respiración se volvía agitada, mi cuerpo temblaba, mi piel se erizaba y en ocasiones mi visión se volvía nublada. Para cualquiera este tipo de detalles serían malestares fastidiosos, pero en realidad era parte de mi debilidad. En este momento la cazadora nata arrojaba por un precipicio las últimas armas existentes en el mundo. Me entregaba al peor de las criaturas con placer, con deseo y con una necesidad bastante grande. Deseaba que me envolviera en su oscuridad y me devorara como si nunca hubiera tomado sangre, o al menos en mucho tiempo.

Sentí como mi cuerpo poco a poco era inclinado. Me aferré a sus ropajes por temor a caer aunque tenía la seguridad que cerca de él nada podría dañarme. Que el beso fuera interrumpido casi me hizo entonar un gruñido de molestia, pero sentirlo más cerca que antes me relajo del todo. Abrí los ojos para poder contemplar aquella mirada entristecida, me gustaba verme en aquel par de ojos, podía verme con claridad por más que su mirada estuviera oscurecida, mi reflejo era de una mujer segura, bastante feliz, pero sobre todo enamorada. Hice una mueca al notar ese último pensamiento. ¿Lo decía en serio? ¿Enamorada? No, no podía estarlo, era demasiado pronto, solo se trataba de una confusión, de un sentido de pertenencia, de una gran necesidad por no dejarlo ir, hace mucho tiempo que no me sentía tan bien con alguien, hace mucho tiempo que no me sentía de alguien, pero sobre todo hace mucho no sentía que alguien era mío. Por decirlo de una manera.

Asentí repetidas veces a sus palabras, no estaba segura en realidad, o más bien no había pensado en que podíamos llegar a eso. ¿Él me deseaba? ¿De verdad lo hacía? Sus besos eran tan castos, tan tiernos que nunca hubiera imaginado el deseo hacía mi persona. Este último beso me había dicho que tal vez si lo hacía. - ¿A donde vamos a llegar? - Murmuré con el tono de voz bastante entrecortada, con lascivia no solo con la coquetería normal que siempre dejaba ver, aquí había algo más que un juego de miradas.

Estiré una de mis manos para acariciar su rostro, delineé este con cuidado, la yema de mis dedos no se mantuvo simplemente tranquila en el rostro, seguí trazando un camino por su cuello memorizando con detalle cada parte de su ser que me era permitido tocar, mi cuerpo me pedía a gritos sentirlo más cerca.

Me puse de pie por unos momentos sin dejar de contemplarlo, mis manos empujaron con suavidad su pecho, solo para que no estuviera sentado en el borde del sillón, con fuerza me sostuve de sus hombros, pasé una de mis piernas con mucho cuidado por un costado de las suyas, me di un poco de impulso para poder subir la otra en el otro extremo de sus piernas. Ahora estaba arrodillada sobre él, ni siquiera me atrevía a bajar mi cuerpo y sentarme en sus piernas, me quedé así, quieta por unos minutos contemplando su rostro. ¿Se notarían acaso mis nervios? Esperaba que no pues no quería parecer patética ante él.

Me acerqué colocando mi frente sobre la suya. - Confió en ti… Quizás mañana no vuelva a verte, pero no quiero arrepentirme de frenar mis deseos, se que nosotros no podemos estar juntos, hay muchas cosas de por medio, pero si ahora lo estamos lo único que podemos hacer es dejarnos llevar - Cerré los ojos con fuerza. Tome varias bocanas de aire de manera desesperada - Yo… - En realidad no sabía como decirle aquello, no es que fuera un gran secreto pero apostaba lo que fuera a que por mi naturaleza todos pensarían que algún hombre ya había puesto sus manos sobre mi cuerpo - Nunca… Nunca antes había estado con alguien de esta manera, pero sé que quiero seas tú… - No quise decir más, esperaba que entendiera lo importante que esto era para mi, y no solo la situación también él al haber sido escogido o llegado como el indicado.


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Mensaje por Invitado Jue Mayo 03, 2012 4:58 am

¿A dónde íbamos a llegar? Era una buena pregunta. A condenarnos, los dos, ella estando con el motivo de su cacería y yo sellando mi sentencia de muerte. Pero era capaz de soportar una condena así de grande en pos de ella, en ese instante me sentí capaz de todo, de edificar imperios o conquistarlos, de subir al cielo o bajar a los infiernos, de todo, sólo por ella. Su aliento contra mi fría piel terminó por enloquecerme, cerré los ojos sin soltarla. Si la soltaba caía por la borda de un barco que se mecía entre el deseo y la corrección que siempre me había caracterizado. Sentí su mano tocarme, por un segundo tuve la sensación de no merecer sus caricias y su atención, no abrí los ojos, era más sencillo de aquel modo, y tampoco la soltaba, me negaba a hacerlo. Eché la cabeza hacia atrás cuando sentí su mano alcanzar mi cuello, sus movimientos eran lentos, provocativos –no estuve seguro si a propósito- y gráciles. Medidos a pesar del momento, precisos, sabían qué hacer y qué no para seguir construyendo una escalinata al nirvana.

Abrí los ojos consternado cuando el contacto se rompió y la vi frente a mí, de pie. Pensé lo peor, porque siempre pienso lo peor, que había entrado en razón y se iba a ir, dentro, muy dentro sabía que eso era lo más sabio, sin embargo algo más primitivo y básico me hizo aferrarme a su mano como un niño que le ruega a su madre que no lo deje ahí, la miré hacía arriba y entonces me di cuenta que a eso se reducía todo aquello, yo trataba de mirar más allá de lo que mi estatura me permitía; ella era inalcanzable en su perfección y belleza. «Adiós» era la palabra que continuaba, pero al sólo pensarla me supo acre y no salió de mi boca. En cambio ella me tomó por los hombros y ya no entendí nada, me dejé hacer y sentí algo desbocado en el pecho, casi como si mi corazón latiera como potro en las llanuras cabalgando, sabía que no podía ser así, pero la sensación fue real y terrible, di un respingo y cuando la tuve encima de mi entendí que no sólo no se iba a ir, sino que estaba dispuesta a continuar con esto. Eso no me brindó más tranquilidad, al contrario, me dejó más desencajado, no dije nada, sólo la tomé por la cintura para evitar que cayera.

La posición delataba ya el deseo latente que tenía por ella, uno que abrasaba todo mi cuerpo como las llamas del infierno. Me iba a ir al infierno, siempre lo he sabido, pero este era un pecado más que agregar a la lista. Sus palabras me dejaron desarmado, me deshicieron, confiaba en mí y quise decirle que no fuera tan ingenua, que yo era un monstruo, sólo la miré con esa mirada de cachorro herido que da más lástima que otra cosa, la tenía a un palmo de distancia, su frente sobre la mía, podía ver todos sus rasgos y el brillo en sus ojos, uno que quise interpretar como el destello del miedo, había algo de eso, pero prevalecía una especie de devoción que no entendí, que nunca entenderé. Y me confesó aquello, en ese instante debí haberla empujado, dar por terminado ese asunto, pedirle que se fuera antes de cometer el error que íbamos a cometer.

La palabra «error» me pesó en el alma, o dónde alguna vez tuve una, se instaló como algo frío y terrible en fondo del estanque de agua turbia que era en ese momento. No era un error, era todo menos eso, lo tuve claro y en lugar de hablar, de echar a perder, como es mi costumbre, el momento, atrapé su boca con furia y pasión. Gritándole al mundo de ese modo, que esa noche Dagmar Biermann era mía. Mis manos ascendieron por su espalda, acariciaron por sobre la tela de su ropa y luego me sostuve de sus hombros, la obligué a sentarse sobre mi regazo. Era su primera vez y estaba dejando que ella tomara la iniciativa para todo. Ya no más.

Me separé rompiendo el beso cuando el peso de su cuerpo recayó en mí, en mi halda, en la erección que ella ya había provocado. Volví a mirarla como perdido, era sólo la impresión de comprobar que era ella, que eso que estaba pasando era real.

-Aquí no –mi voz salió ronca, afectada, me detuve, detuve todo y sin un ápice de esfuerzo me puse de pie sin dejarla caer, la cargué como el marido carga a su mujer recién han contraído nupcias y le sonreí-, no pienso hacer esto rápido, necesito un lugar más privado –me atreví a bromear. Por todos los cielos, sólo a mi se me ocurría bromear en esa situación. Luego caminé en línea recta hasta el rellano de las escaleras, subí y me dirigí a la habitación que antes, en nuestro encuentro anterior, le concedí para que descansara. La puerta estaba entreabierta así que sólo pateé con suavidad para abrirla. Tal parecía que Leslie se había adelantado a mis pasos; la cama tenía sábanas limpias y había un par de velas iluminando el lugar.

Accedí hasta la cama, con ella en brazos, sin dejar de miarla como la más bella de las visiones, eso era en realidad y la solté con delicadeza sobre el colchón, luego me acomodé yo encima de ella y comencé a besarla en el cuello hasta llegar a su oreja.

-Te deseo Dagmar –le dije suave y quedo al oído, decir su nombre reiteraba su presencia-, todo estará bien –y diciendo aquello, comencé a deslizarla parte superior del vestido por sus hombros. Despacio y tortuoso, con calma, con sutileza, era su primera vez, me encargaría que fuese memorable.
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Mensaje por Dagmar Biermann Jue Mayo 03, 2012 11:41 pm

Mucho había sido el tiempo en que me había negado a esto, mi manera se suponía siempre es lógica, se supone. Esta noche estaba dejando de ser Dagmar Biermann, ya no sería más la chica que se sentía responsable de poner en alto un apellido, sería Dag, la niña que adoraba jugar por los prados de casa, la que había llorado muchas veces cuando un soldado no regresaba con vida, la que temía por su vida, la señorita frágil que deseaba ser protegida. Muchas habían sido las barreras que me había puesto, todas ellas para que nadie pudiera pisotearme, para que todos me admiraran, para que mi nombre se quedará grabado en libros de fantasía, o incluso de historia. Podía decirle a alguien que también sentía, que también respiraba, que también me lastimaba, y sin embargo no me daba miedo salir mal parada, aun sabiendo que ese sería el final de la historia. Quería decirle todo eso, contarle historias de mi niñez, contarle como era mi familia, cuales eran mis temores y metas, pero todo se quedaba guardado en mi interior, era como si los besos le dijeran todo de una manera cómplice. Estaba entregándome en cuerpo, alma y sobre todo el corazón a una criatura que debía estar odiando, lo peor de todo es que ni siquiera podía llegar a ser hostil con él, entre mis palabras punzantes solo se podía notar un juego, en donde ambos sabíamos que de no guardar ciertas apariencias, las cosas saldrían peor de las imaginadas, cada palabra era de doble sentido, mi voz incluso se volvía más sugerente, y mis movimientos querían incitarlo al peor de los pecados. Aunque les dijera a todos que esa era mi condición natural (cosa que muchas veces es cierto), con Daniil ejercía cierto interés, cierto deseo por hacerlo el doble de bien, quería hacerlo perder la razón por mi.

Arqueé un poco mi espalda al sentir cada parte de nuestro cuerpo rozando el ajeno. ¿De verdad estaba causando eso en él? ¿De verdad era capaz de causarle excitaciones? Solté un suspiró sobre sus labios cuando interrumpió nuestro besos. No me moví, ni siquiera tuve miedo de caer cuando se puso de pie. Comprendí entonces que Daniil no era un hombre común y corriente, y no lo digo precisamente por su condición de inmortal, más bien me refiero al deseo y afecto que le pone a cada una de las cosas que hace a mi lado. Porque puedo presumir que parte de esmero de sus acciones, es porque está conmigo.

Cerré los ojos por unos momentos, mi respiración estaba agitada al darme cuenta a donde nos dirigíamos. Su habitación era la cómplice de nuestro primer encuentro, de como aquello que era una simple cacería, se había vuelto una de las mejores noches de mi vida. Estaba a punto de cortar de manera brusca el momento llevando la imagen de un Daniil en estado deplorable, pero simplemente me limite a bloquearla, a abrir los ojos con rapidez, y perderme en la palidez de su piel, y en su mirada siempre entristecida. Confiaba en él, y era tanta la confianza que le depositaba, que sabía que nadie podría ser mejor en este momento, que sólo él sería capaz de romper todas mis creencias, que sólo con él podría hacer el amor por primera vez.

Sus palabras me hicieron erizar desde mis manos hasta mis pies. Por unos breves instantes cerré los ojos, disfrutando de esa pequeña corriente que se expandía desde mi ombligo hasta cada uno de mis dedos. Así de rápido como había cerrado los ojos, los volví a abrir. Estiré mis manos para sostener el rostro frío de un vampiro que no salía de mis pensamientos. Con la yema de los pulgares acaricié la textura de su piel, sólo la parte que podía alcanzar - Mírame a los ojos Daniil… Quiero que me mires en cada movimiento que hagas - Le sonreí de manera cómplice - O bueno, lo que podamos ver - Me ruboricé un poco, sabía que quizás cada movimiento que el vampiro me enseñará no podría ser captado. - No quiero que perdamos detalle de está noche… No por favor… - Y es que odiaba la sensación de perderme si su mirada no estaba sobre la mía. Habíamos establecido una gran conexión, una que estaba segura no la volvería a sentir nunca, porque como él no abría nadie más, porque quizás Daniil se vaya, pero mi corazón guardará su nombre.

Mis manos se deslizaron con lentitud por su cuello, me percaté que estaba temblando. Tragué un poco de saliva antes de retomar sus labios. ¿Me vería demasiado torpe? Siempre presumía de mis habilidades en la cacería, pero para complacer a un hombre sabía que era un desastre. Aquello me daba miedo, y sentía que era el doble del miedo al ser un vampiro, ellos exigen más ¿No es así? - Debes decirme que hacer Daniil, debes decirme que te gusta, intentaré hacerlo - Susurré desviando la mirada por unos momentos, lo más gracioso de todo es que la frase no fue dicha de corrido, mi tartamudeo inundó la habitación. Le sonríe nerviosa, volví a tomar sus labios, ya no había vuelta atrás. Mi rostro se ladeó para tomar los ajenos de manera correcta, al no tener alguna visión de su pálido rostro, cerré los ojos volviendo intimo el momento. Sentí la suavidad de sus labios, mi lengua también los delineó, como queriendo hacer una inspección, el sabor que su boca me ofrecía, parecía que nunca antes la hubiera probado. No dejé que los besos fueran pasionales, necesitaba primero saber si estaba haciendo lo correcto, si nuestra cercanía era la apropiada. Mis piernas sujetaban con fuerza su cintura, se notaba demasiado mi nervio pues mi cuerpo estaba bastante rígido. "Vamos Dagmar, tranquila, todo estará bien, él te lo ha dicho". Solo debían bastarme sus palabras para convencerme, pero él debía comprender, esto era nuevo. Los humanos siempre tenemos miedo a lo nuevo.

Seguí bajando mis manos, la tela de su camisa era demasiado suave, pero no tanto como su piel. Moví un poco las caderas para poder acomodarme por completo en la cama. Me detuve de aquel beso, separé un poco los labios, y solté un gemido muy suave al sentir el roce pronunciado de nuestras intimidades, mis dedos se clavaron en su espalda, y entonces lo confirmé, esto no era un sueño, esto es real.


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Mensaje por Invitado Jue Mayo 24, 2012 5:35 pm

En ese instante, durante ese periodo de tiempo, lo único que pude sentir fue su cuerpo junto al mío, sus labios besando los míos, y una parte de mi seguía luchando por salir a flote y detenerlo todo, mi sentido común, pero era tarde ya, no podía detenerlo o iba a morir deseando, deseándola a ella. Aunque ella había demostrarlo quererlo tanto como yo, no podía evitar pensar que de algún modo la obligaba, que abusaba de su inocencia, que era un mal hombre aprovechándose de las circunstancias. Sacudí la cabeza para hacer salir esos pensamientos; éramos los dos, los dos en acuerdo silencioso, un pacto eterno aunque durara sólo una noche. Abrí los ojos cuando sus manos tomaron mi rostro y sonreí, así nada más, torpe y tímido porque así siempre sonrío, pero sincero. No dije nada, las palabras sobraban la mayoría del tiempo, la gente se empeñaba en tratar de describir todo, usar palabras incluso cuando no era necesario, en llenar los silencios con sus voces y no se daban cuenta de la belleza del silencio, misma que se potenciaba con la presencia de esta mujer en esta habitación. Asentí ante sus palabras, de haber podido yo, también me hubiese ruborizado. Tengo 500 años pero aún soy un niño en muchos aspectos, cuando estoy con una mujer como estaba con Dagmar por ejemplo.

Un beso más, y otro, ella lo hacía, yo lo hacía, no me cansaba y entonces tomé una de sus manos que aunque me acariciaban y me volvían loco, era inevitable no notar el temblor en ellas. Cubrí la totalidad de su fina mano con la mía, mucho más grande y la acerqué a mis labios, la besé con suavidad con los ojos cerrados y los volví a abrir para clavarlos en los de ella.

-Tranquila –mi voz era suave, baja, no necesitaba que fuese de otro modo –no necesitas hacer nada –solté su mano y acerqué mis labios a su cuello –déjate llevar, te guiaré como si bailáramos –era la mejor analogía que pude encontrar; le susurré cerca del oído mientras mis manos, ambas, la recorrieron desde los hombros hasta la cintura con frenesí, tratando de aprender su figura con mi tacto. En realidad estaba más preocupado yo de lo que iba a hacer; era su primera vez, no quería decepcionarla, mucho menos lastimarla, debía seguir mi propio consejo, dejarme llevar y que ella me guiara a mi.

Cuando se movió un leve quejido se escapó de mi boca, su cuerpo, su peso, ella rozando contra mi erección me obnubiló el pensamiento un segundo, cerré los ojos aunque ella me había pedido lo contrario, simplemente no podía mantenerlos abiertos ante la fricción de nuestros cuerpos. Me acomodé yo también y aproveché para comenzar a quitar la ropa, con un ritmo lento y tortuoso, deslizando y acariciando en el camino, quería descubrirla poco a poco, cada centímetro de su piel que se fuera develando ante mi mirada, y cada vez que porciones de ella aparecían detrás de la tela, besaba como para sanar heridas inexistentes. Debía ser muy cuidadoso, sentía mucha presión, no iba a negarlo, pero no podía detenerme, no con aquello tan avanzado. Antes de continuar me detuve y la miré de nuevo, tensé los brazos para separarme lo suficiente como para observarla, arqueé ambas cejas aguardando, pero también, con la vista fija en ella, para captar su belleza, para atrapar el momento.

-Dime si algo te molesta, si algo te lastima –dije con tono comprensivo y terso, me volví a apoderar de su boca, con el vestido a medias sobre su cuerpo. Deslicé una mano por debajo de la falda y acaricié sus piernas con algo de desesperación para luego ir acortando mis movimientos y hacerlos cada vez más cerca del interior de sus mulos. Rompí el beso y hundí el rostro en la curvatura de su cuello al tiempo que mi mano finalmente llegaba hasta su intimidad, aún con la barrera de la ropa, sólo estaba haciendo que lo deseara más, tanto como yo lo hacía. Quería sentirla, lo deseaba, lo ansiaba.

No continué de inmediato, me mantuve así un rato, con caución, construyendo minuciosamente el camino, sin precipitarme. También, de algún modo quería asegurarme que todo estaba bien, que ella lo estaba disfrutando, ella quien importaba aquí.
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Mensaje por Dagmar Biermann Miér Jun 20, 2012 8:26 pm

A esas alturas ya no sabía quien de los dos estaba más nervioso. Por un lado estaba mi miedo por aquello, por tener mi primera vez, pero no sólo eso, me estaba maldiciendo, me estaba echando el peor de los pecados sobre los hombros. ¿Eso importaba? No, claro que no importaba, podría cargar con aquello. Había escuchado una vez: "Dios siempre manda pruebas que puedes realizar". Esta era la mía, lo gracioso del caso es que no era doloroso, no era arriesgado, no se trataba de luchar entre la vida y la muerte, se trataba de dos amantes deseando culminar la noche en unidad. No podía dejar de sonreír. Aquello era cierto, estaba por pasar. Sólo bastaría una noche, la noche del inicio, la noche del final. Los besos se intensificaban. Mi cuerpo seguía rígido, tan rígido como el inicio, aquello comenzaba a frustrarme, ¿Dónde había dejado a la Dagmar sensual y segura? Nadie me había enseñado, incluso ni en la academia que era tan exigente, esta rama. ¿Quién podría tomar clases sobre su primera vez? Nunca había imaginado este momento, de hecho era en lo último que pensaba, siempre me enfocaba en las batallas, en los combates, y ahora que sentía, esta noche sabía que debía de pasar, con él, sólo con él y nadie más. ¿Por qué él? Quizás por la manera en que nos habíamos conocido, también por lo que habíamos pasado juntos, por el sentimiento que albergaba mi corazón hacía él, y por las ganas inmensas de sentirme su mujer, aunque sólo fuera un sueño hecho realidad en minutos.

Su aliento frío contra mi piel me daba una especie de cosquilleó en el cuello, no quise hacerlo sentir ofendido con las pequeñas risas que sacaba de mis labios. - Lo lamento - Susurré, buscando su mirada, perdiéndome en esos ojos tristes, porque así era la mirada de Daniil, triste, perdida. Se trataba de un vampiro roto que deseaba coser, que te deseaba arreglar, pero por más deseo y fuerza que tuviera, ese no era mi trabajo, no yo, alguien más lo haría, y ese día sería el hombre más afortunado, y ella la más afortunada, se llevaría al mejor de los vampiros que había conocido, al mejor hombre, al mejor caballero. Acaricié su rostro con devoción, me gustaba poder tomar ese rostro entre mis manos, me hacía sentir que nunca se alejaría, que siempre estaría a mi lado, que era mío, ese pasaje de sus ojos era la mejor vista existente en el mundo, y nadie podría decirme lo contrario. - Daniil… - El deseo de decir su nombre era excesivo, era el nombre de un príncipe de cuentos de hada, de un héroe rescatando a su amada en una escena trágica, y yo, tan soñadora como nunca antes en la vida, me sentía la princesa encerrada en un castillo, la damisela en peligro siento tomada en brazos del héroe, del amor.

- No podrías lastimarme aunque quisieras - Indiqué. Deseaba con todas mis fuerzas que supiera cuanto confiaba en él, cuanto me importaba, y que nada importaba más que ese momento. Su mano me hizo cerrar los ojos con fuerza, mi piel comenzó a erizarse, sentí los latidos de mi corazón en mi intimidad, todo se había concentrado en esa parte. Podía sentir como poco a poco me comenzaba a mojar, no era incomodo, más bien raro, nadie me había producido ese deseo, esas sensaciones - Tócame… Tócame toda - Le pedí, deseaba sentir lo frío de sus dedos en esa zona. Sería el hielo y el fuego chocando, haciendo una especie de exposición, no una temida, una anhelada, como una especie de purificación a mi cuerpo, a mi alma. Daniil me marcaría cada zona de mi figura, en cada rincón de mi ser, por más pequeño, por más oscuro, estaría su nombre, sus labios, su esencia, y eso nadie podría borrarlo, porque mi corazón tendría un espacio secreto, un espacio prohibido que nadie podrá entrar por más que lo lastimen, por más que alguien intente entrar, porque ese espacio será suyo lo que resta de mi vida.

¿Le gustaría mi sonrisa? ¿Mis labios? ¿Mi rostro? ¿Mi cuerpo? Exigía dentro de mi ser que cada una de mis prendas fuera retirada, quería ver su reacción cuando nada impidiera la vista de mi figura. Tanto tiempo había trabajado en el transcurso de mi vida en actividades físicas, muchos habían deseado besar cada rincón de mi ser, acariciar mi suave piel, ninguno lo había podido tener, y ahora que le otorgaba mi ser a alguien, tenía miedo de no ser lo suficiente. ¿Lo era?Mis rodillas se apresaron a su cintura, y mi intimidad se abrió suavemente para él, sentí la presión de mi ropa interior comenzar a hundirse en mi cavidad, quizás era la posición, tal vez también sus dedos lo que hacían aquel efecto. Solté un gemido de manera inevitable. Era bastante evidente el deseo inmenso que tenía en mi interior por él - Hazme el amor - Susurré contra sus labios, los cuales había tomado de manera posesiva. Mi lengua traviesa se enredó en la ajena, saboreé de nueva cuenta esa saliva fría y bendita, mío, era mío, sólo mío y nadie más, incluso lo quería gritar. Mis dedos se habían hundido en su piel, pero la presión no había sido mucha a causa de la tela que nos separaba. Separé mis labios empujándolo, mis manos se habían deslizado hasta el pecho duro del vampiro. Mis dedos acariciaron los botones, y poco a poco los fueron retirando. Me gustaba lo que veía, me gustaba lo que tocaba. Me incliné hacía adelante, y dejé varios besos en su pecho, besos húmedos que trazaban pequeños puntos que se unían en su figura. ¿Por qué era tan perfecto ante mis ojos? ¿Por qué una criatura maldita tenía que ser tan embriagante para mi? ¿Por qué él? No deseaba perderlo, perderlo a él que ni siquiera lo tenía.

Me impulsé con los codos, para mi buena suerte me dejaba mover a mi antojo, me estaba dejando hacer lo que quisiera, y sólo lo hacía para hacerme sentir cómoda, eso era evidente. Terminé por quitarle la ropa, y la dejé caer, donde fuera, no importaba, su cuarto era cómplice de nuestro deseo, pero sobretodo de nuestro amor. Lo tenía desnudo, para mi, porque en ese estado no había diferencias, no existía esa barrera entre humano-vampiro, cazador-presa, no, en ese instante éramos criaturas iguales, nadie podía negar eso, pero nadie tenía el poder de meterse. Lo empujé, dejando que se pusiera de rodillas sobre su cama. Me moví un poco, también me arrodille frente a él. - Déjame estar así un momento - Aquella postura era agradable, podía sentir el roce de su intimidad contra mis piernas, lo sentía endurecido, pero no me atrevía a verlo, me daba un poco de pena, no quería invadir su espacio, aunque en ese momento ninguno tenía espacios, el espacio era nuestro. Enredé mis dedos con los ajenos, ambas manos, la ternura del momento se albergó en mi interior. - Así estamos a la par, así somos uno igual, así no hay presa y cazador - Susurré. Seguramente mi padre se enteraría de eso, y también me encerraría, pero de nuevo puedo decirlo, vale la pena todo riesgo.

Una de mis manos se soltó del agarre, se movió acariciando su espalda baja, se fue moviendo lentamente por su costado, ahora por su abdomen, mis dedos traviesos hacían figuras por aquella zona, me corrí un poco hacía atrás con la ayuda de mis rodillas, y por fin me atreví a bajar la mirada, mi mirada se cruzó con el roce apenas perceptible de mis dedos sobre la intimidad de Daniil. Jugueteé con la punta de ese. - Espero no me duela - Bromeé un poco, su miembro era grande, o quizás no, no lo sabía, a mi parecer lo era, pero no tenía punto de comparación, y en realidad no me interesaba tenerlo. El dedo indicé y el pulgar rodearon la parte alta de su miembro, y lo presionaron con suavidad, sólo quería estimulado. ¿Lo hacía bien? Mis mejillas se sonrojaron, muchas imágenes se veían a mi cabeza, muchas imágenes de ambos haciendo no sólo eso, también más cosas, cosas demasiado lujuriosas. Deseaba probar de él, deseaba probar su esencia pura. Lo deseaba y lo quería, no quería perderlo, el pensarlo era doloroso, no podía imaginar que se sentiría cuando pasará.


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