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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ninette Z. Quénecánt Vie Oct 11, 2013 7:44 pm

El aire estaba helado a pesar del acontecer del día; la escarcha de invierno suspendida en el aire lo había vuelto así y ni siquiera el volumen de los árboles apaciguaba el hielo. Se trataba de una zona alejada de la ciudad, en donde los animales silvestres podían ser encontrados con facilidad, pero no en esa ocasión, no con pequeños copos de nieve cayendo del cielo. Así pues, la fauna se resguardaba en madrigueras, la flora cerraba sus capullos, y las personas se refugiaban a salvo en sus casas. Pero no todas. Una de esas personas se encontraba ahí, montada en su corcel de ébano sobre un césped cubierto de nieve. Cierto era que el denso pero sencillo abrigo negro que vestía la protegía del gélido tiempo, pero no de la sombra de hierro que proyectaba sobre quien con ella se topara, y eso la incluía a ella. ¿Remordimientos? Ninguno. La verdad para Ninette era que la impiedad le servía. Le servía para acallar los gritos desgarrando su cabeza con unos todavía más fuertes: los de su propia ira.

¿Dos kilómetros, dices? —se escuchó a la pelirroja preguntar a un espía de la inquisición que a aquel lugar había llamado. Estaban solos y en un sitio inhabitable. Perfecto para un discreto actuar.

Así es, señorita. Es más específicamente hacia el este. He observado la iglesia abandonada por tres días. Ninguno de los que ha salido no ha vuelto entrar. Desconozco el motivo de permanecer separados durante la noche, pero juntos en el día. —admitió el profesional.

Entonces se están escondiendo allí, esos engendros —se quedó viendo hacia el camino indicado con desprecio, prometiéndose a sí misma que las huellas de seres sobrenaturales que la nieve había ocultado jamás volverían a marcarse por allí. Luego de eso, irguió su espalda y puso atento a su caballo para ponerse en marcha— Ni siquiera les da vergüenza profanar un lugar santo. —pensó. La imagen de sus padres bebiendo de su rostro cruzó por su cabeza por un instante.— Claro que no. Nada los detiene. —suspiró rasposamente, con el rencor saliendo en forma de vapor de sus vías respiratorias. Aquel sería el licor amargo que bebería para llevar a cabo su cometido— Me voy. Informa a la inquisición de inmediato si ves a alguna de esas bestias escabullirse hacia París. Has recordar por qué te asignamos a este lugar.

Pero algo había llamado la atención del espía apenas se había reunido con la baronesa y no había sido esa cicatriz que la inquisición sabía con detalle a qué se debía. Y si bien su trato etéreamente distante resultaba incómodo, tampoco llegaba a ser el foco. Había oído que la baronesa Quénécant era fría, pero no tanto. O tal vez era que él todavía conservaba su corazón bombeando algo más que sangre. Le dio un escalofrío, mas no por el invierno.

¿No vendará eso? —preguntó el hombre apuntando hacia el brazo derecho de Ninette. Corría sangre; claro era que se había pasado a llevar con algo considerable como para hacer fluir ríos de rojo cayendo por su mano hasta la nieve.

Pero la pelirroja miró hacia su herida con expresión aburrida, y luego con la misma faz se clavó en el rostro del espía.

Dime, Mondain, ¿cuántos años llevas sirviendo a la santa inquisición? —el hombre pareció no entender el motivo de la pregunta, pero de todos modos contestó que llevaba exactamente cinco años. Ninette endureció su mirada— Cuando lleves toda una vida, vuelve a plantear esa pregunta. Más te vale no volver a hacerme perder el tiempo.

Y con un golpe de su fusta en el costado derecho de su caballo, se dirigió a la iglesia abandonada de la cual había hablado Mondain. Para Ninette, aquella fresca lesión que tenía latente en su brazo era lo menos importante. Se trataba únicamente de una de las miles de consecuencias de llevar una vida como la de ella, combatiendo por ver las calles purificadas de herejes y abominaciones. Los demás no lo entendían; no podía ni respirar cuando sentía a esos monstruos cerca ¡un rasguño era lo que menos le importaba! Sólo una vez que los erradicara por completo vendría lo demás, incluyendo su cuerpo. Su caballo absorbía sus emociones y golpeaba con fuerza el suelo, levantando la nieve tras de sí. Sólo detuvo su trote cuando su ama tomó las riendas y las hizo hacia atrás, frenándolo con ahínco.

Ahí estaba el templo, mortalmente quieto. Tenía varias ventanas rotas, una parte del techo caída, y la madera de los pilares roídas por las termitas; aun así, se notaba sólida y silenciosa. La inquisidora supo que el espía no se había equivocado; presentes se encontraban todas las señales necesarias para suponer que adentro no había alma alguna más que las perdidas que ella se encargaría de mandar de vuelta al infierno. Y sin dejar de contemplar esa tétrica construcción, la pelirroja bajó de su equino, cuidando de llevar consigo su ballesta entre sus brazos y su espada amarrada a sus caderas.

Caminó hacia la puerta y se quedó quieta frente a ella, clavando su mirada en la manilla como si fuera a convertirse en una traicionera serpiente de cascabel; detrás de ella podía pasar cualquier cosa, y por tanto era enemiga. Giró entonces su cabeza sin pegarla a la puerta, intentando oír algún indicio de actividad. Ninette casi parecía una estatua de mármol oyendo al viento, esperando oír una mala noticia. Como nada recibió, giró la perilla, haciendo que la puerta se abriera prácticamente sola. La desconfianza se plasmó en su rostro, poniéndose alerta.

Con su ballesta preparada para atacar dio un paso hacia el interior del lugar. Lo poco y nada que había visto había resultado ser suficiente.

Con que muy sencillo abrirla, ¿no? Curioso, muy curioso —los conocimientos que había desprendido de su experiencia y también de su enseñanza le decían que ninguna bisagra oxidada hacía años cedía con tanta facilidad, a menos que alguien la hubiera forzado antes recientemente. ¿Los perdidos? No. Ellos habían ingresado por las ventanas; Ninette se había fijado en el tamaño y en la forma de los vidrios rotos, los cuales tampoco habían dejado rastros de sangre de por medio. La respuesta se hizo obvia en sus ojos claros oscurecidos por su intolerancia— No estoy sola.


Última edición por Ninette Z. Quénecánt el Dom Feb 16, 2014 4:53 am, editado 1 vez
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Mensaje por Dagmar Biermann Sáb Oct 12, 2013 7:44 pm

"Las guerras van y vienen pero mis soldados son eternos."

Un mes exactamente había pasado desde aquel encuentro en el hotel de Paris con Hunter. Las cosas habían cambiado sin duda para aquellos conocidos que jugaban a conquistarse. Ella jamás se había sentido tan expuesta, distraída o perdida por una figura que no fuera un sobrenatural a punto de quitarle la vida. La comparación es un poco absurda si, pero era la realidad. La cazadora sólo había nacido para exterminar a aquellos que se dedicaban a perturbar la paz de quienes ignoraban lo malo de la vida. Las amenazas sueltas llamadas seres de la noche; no, ella no se lamentaba por eso, de hecho le gustaba la idea de ser enviada por Dios para cuidar de sus hermanos. Su vida la había puesto en el campo de batalla más de una vez, pues no había nadie a quien darle cuentas de lo ocurrido, o no había quien rezara para que la joven regresara con vida, pero como se mencionó, todo había cambiado.

Hunter le había hecho débil. ¿Por qué? Porqué el joven mismo se había convertido en su talón de Aquiles. No había mañana que se preguntara si seguía con vida, o si algún ser oscuro le iría a atacar para buscar venganza de ella. No es que lo hubiera dicho a los cuatro vientos, pero si, en esa forma de vida, en ese circulo era muy fácil investigar y darse cuenta del apego que la joven tenía hacía un rubio. Un blanco fácil, sin duda. Pues al menos, ante las creencias de la chica, el envidiado a Horst Neumann no tenía conocimiento en el arte del combate. O al menos eso creía. Muchas verdades escondidas.

Después de toda la ola de sinceridad que tuvo Dagmar en su lecho de muerte, las cosas con Hunter también se habían enfriado un poco. El que aquel muchacho no le creyera por completo la había puesto peor que alguna de sus heridas. Lo sentimental reinaba cada parte de su cuerpo, cosa que no le agradaba, pero que debía vivir con ello. Todo ese mes que estuvo en recuperación le había servido para aclarar su mente y sus ideas. El deseo de poder tomar de nuevo un arma incrementó, pero estaba fuera de forma. Necesitaba practicar un poco antes de llevar al chico a conocer la verdad; se la pasaba de lunes a viernes corriendo a las orillas del lago, y utilizando tanto su arco, como su espada, y alguna que otra arma de fuego. No importaban las heridas, pues de esas habían tenido muchas; cuando se creyó capaz de salir a combatir, se dirigió a la mansión, tomó un paquete de pergaminos con nombres de criaturas, con casos serios que debían ser cuanto antes aniquilados. Al azar tomó uno, y fue como descubrió el escondite de un número interesante de vampiros. Ese sería un buen lugar para comenzar de nuevo a adaptarse a la rutina.

Dagmar se había puesto su ropa de batalla. Está consistía en unos pantalones largos pero holgados que parecían masculinos, pero no lo eran, porque hasta eso, siempre le pedía a su modista que se le ciñeran al cuerpo con la finalidad de poder moverse con destreza, como si las telas estuvieran adheridas a su cuerpo; también llevaba una playera manga larga y con cuello, está si era de varón, de hecho se la había quitado a su padre del closet. Sus cabellos estaban recogidos en una coleta de cebolla alta, y unos zapatos lizos, pues cuando se iba a luchar, los tacones eran incomodos; se le sumaba también algunas dagas colocadas estratégicamente por algunas zonas de su ropa, su arco que colgaba en su espalda y su espada a un costado. Toda ella era un arma de destrucción.

- ¡Maldición! - Musitó a mitad de camino. ¿La hora? No la sabía con exactitud, pero era entrada la noche. En medio de su casi silencioso andar encontró un cuerpo sin vida. Se agachó a su lado, revisó el cuello y las muñecas. Ambos estaban mancillados, evidentemente con rastros de vampiros. Los licántropos no dejaban esas marcas. Rasgaban, incluso destruían casi los cuerpos. Los vampiros eran más exquisitos y finos; negó mientras miraba de un lado a otro. No había rastro, pero si sabía el lugar a donde iba a ir. Se puso en marcha, pero de un momento a otro fue golpeada, y cayó al suelo de bruces, lo malo es que no tardó nada, pues ya estaba boca arriba siendo jalada por el cabello de una vampiresa que se notaba apenas la habían convertido.

- ¡Mi cabello! ¿No ves que hoy me lo he lavado? Maldito chupa sangre - Dijo con tono burlón. De esa forma, aunque le dolían los tirones y su trasero dando golpecitos contra el relieve maltrecho del bosque, podía bromear. - ¿Con cuantos estás? - Preguntó jalando un poco hacía el frente sus brazos, tirando de los ajenos que le estaban dando el recorrido tan educativo, la neófita como no controlaba ni sus movimientos, ni su fuerza, tropezó, eso le dio el tiempo suficiente para girar en el camino, liberarse del agarre, sacar su espada y cortarle la mano con que le había tirado - Mi cabello no, dije - Soltó varias risitas traviesas, y luego con rapidez le empujó, haciendo que tropezara de nuevo, le jaló ahora ella de los cabellos pero con la espada en el cuello de la vampiresa - Vamos a ver que tan enojados se ponen tus amiguitos - Molestó, y así siguió su camino hasta aquella casi destruida capilla. O lo que fuera que allá sido en su momento, para Dagmar era irrelevante; pateó el cuerpo del inmortal mal herido, que se quejaba y le decía mil y un cosas a la cazadora. Dio un salto para caerle encima para que no se le escapara. Parecía una pequeña niña jugando con su juguete nuevo, así después de hacer uno que otro forcejeo, abrió la puerta, se volvió para ver a la maldita criatura que parecía muy hambrienta. Si, podría tener más fuerza que ella, pero eso no lo era todo, se necesitaba destreza, astucia, inteligencia.

- Había una vez, un vampiro menos a quien arrancarle la cabeza - Su espada atravesó el cuello del vampiro que traía arrastrando desde el bosque. En seguida cuatro figuras se hicieron presentes, y al mismo tiempo la sostuvieron. Dagmar recibió varios golpes, pero aunque eran dolorosos sonreía. ¿Sería momento de actuar? Los vampiros la tomaron de sus extremidades, y la azotaron con fuerza contra una de las paredes desgastadas. El polvo no tardó en hacerse presente, llenando su cabeza del mismo. Escupió un poco de sangre - ¿Es todo acaso? - Negó, estuvo a punto de mover su pierna pero unos pasos interrumpieron el momento - Oye, quien seas, fuera de aquí, no te gustará la fiesta - Gritó de forma entrecortada porque su respiración se encontraba agitada.
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Mensaje por Ninette Z. Quénecánt Sáb Dic 21, 2013 11:19 pm

Los vampiros con los que había soñado Ninette noches posteriores a la de la perdición de sus progenitores ya no eran simples espejismos que navegaban por su mente, cuando su abuelo le contaba historias acerca de la tradición familiar, esa espada caliente que señalaba la ruta de cada uno de los vástagos de los Quénecánt. Con el paso ígneo con el que la sangre había fundido sus pies, la inquisidora avanzaba en estado de alerta los estrechos pasillos de la abandonada catedral, siguiendo los gritos femeninos, los balbuceos guturales y los zarpazos animales. Se parecía a la canción que cantaban en el infierno, ella lo sabía; la había conocido esa noche en que su sonrisa había sido borrada para siempre.

La ballesta en sus brazos palpitaba; tenía hambre de sangre inmortal, de salpicar con sus proyectiles de madera el carmesí más grotesco que se hubiera pintado jamás en una pared, pero Ninette la calmaba mentalmente, pues todo indicaba que en el momento en que se mostrara confiada, en ese mismo instante estaría perdida. Y no, era tiempo para retroceder ni ver su cráneo hecho polvo, nunca lo sería por causa de ellos; sólo Dios tenía ese privilegio. Por eso sólo se permitió mirar únicamente hacia delante y no hacia los lados cuando se encontró frente a frente con la escena que había estado rastreando desde su ingreso.

Ahí estaba Dagmar Biermann, una cazadora a quien Ninette no conocía, siendo acorralada por no uno ni dos inmortales como la baronesa había pensado, sino que cuatro. Cuatro malditos engendros dentro de la casa de Dios. Aniquilar criaturas perdidas de la senda divina era todo un procedimiento que se aprendía a golpes; la pelirroja lo había aprendido de las maneras más crueles porque así lo había elegido. ¿El resultado? Una máquina, una espada en forma de cruz expectorada a la tierra para su purgación. Por aquella razón los pasos a seguir se repetían mecánicamente en su cabeza.

Desde el instante en que se abría la puerta que llevaba al objetivo, se tenían cuatro segundos. El primer segundo se utilizaba para inspeccionar la escena en general; cuatro sujetos inmortales, una mujer sin crucifijo sobre un charco de sangre —una cazadora sin mucha fortuna, al parecer— y un tragaluz que desde el techo los hacía ver lejanos como en una peligrosa trampa. El segundo dos era muy importante, uno en el que se ponía atención en las reacciones de los presentes; la chica se le había quedado mirando —aunque costara creerlo— casi con diversión, tres de los vampiros ponían esa asquerosa cara de querer succionarle hasta la última gota de su sangre, y sólo uno de ellos se había volteado a verla. Segundo tres; ¡ahí estaba! Ese vampiro que no había cedido a sus instintos debía ser el más viejo de todos ellos, siendo los demás neófitos, por lo que el peligro no cesaba con la muerte del más veterano de ellos, pero sin cerebro el resto del cuerpo se volvían meros mecanismos sin lógica alguna, una ventaja imposible de desperdiciar. El cuarto segundo era el más breve y decisivo de todos: Actuar, ahora, ya.

¡Al suelo! —la sonrisa cortada se contrajo junto al gatillo de la ballesta, el más longevo de los no-muertos mostró sus colmillos en conjunto con sus garras, y las flechas de madera impactaron contra su corazón una tras otra, anulando sus movimientos ipso facto y dejándolo con sus ojos paralizados hacia el techo.

Era la campana de partida. Desde ese segundo en adelante sólo sería jugar al gato y al ratón, cuidando no convertirse en el roedor. La primera víctima de esa noche deshizo su cuerpo en una ceniza grisácea y de un olor tan nauseabundo que no desapareció ni siquiera derrumbándose lo que alguna vez había sido un ser humano común y corriente. Pero ya no; ahora no era nada. Que los mortales memorizaran ese aroma que de muerte no tenía nada; la muerte era purificación, pero ellos eran un crimen, un escupitajo a la creación. Saboreaba ver esas partículas oscuras en el aire con la misma gula con que ellos desaguaban a los humanos en orgías de sangre.

Así que… a esto huele el azufre del infierno. Sucias sanguijuelas de satanás —cerró los ojos un discreto segundo, procurando que su mente no dejara ir el patrón de esa pestilencia jamás. Con el paso de los años terminaría detectándolos como un sabueso. En eso quería creer.

Retrocedió la cicatrizada sin dejar de amenazar con su ballesta a los sujetos hasta toparse con Dagmar. No se dignó a ayudarla a levantarse, ni siquiera a mirarla; los instrumentos debían servir a la causa o ser desechados. ¿Que si Ninette alguna vez había sentido amor? ¡Pero si ya lo sentía! Estaba enamorada de su lujuria, ahogada en el placer de quemar vivos a los hijos bastardos del inframundo.

¡Tú, cazadora! Ponte de pié o acaba con tu vida; si no sirves para pelear, sé útil como carnada —se tomaba más en serio su misión antes que la vida misma. Por un lado, si Dagmar no podía continuar, sólo la retrasaría; sin embargo; luchar sola contra tres neófitos hambrientos.— ¡Ya!

La independencia de Dagmar no tenía lugar en un mundo como el de Ninette, uno cuyo margen de actuación era regido por los rígidos estándares de la Iglesia, la cual era mantenida con vida gracias a la devoción de sus fieles. Caracteres e ideales opuestos en más de un sentido, pero esos tres vampiros, extremadamente fuertes y salvajes por su reciente conversión, se estaban acercando con los colmillos al aire. No había tiempo para pensar ni mucho menos para compadecer cuando la acción se había vuelto improrrogable.
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Mensaje por Dagmar Biermann Mar Ene 14, 2014 11:21 pm

¡Dios, como detesto a los Inquisidores!”. Aquello fue el primer pensamiento que cruzo por la cabeza de la cazadora. “Siempre creyéndose tan superiores”. De nuevo en su cabeza retumbaba su voz, pero la misma no se hacía escuchar fuera de sus labios. Para ella muchos de los manejados por la iglesia no servían de nada, reconocía que algunos eran más buenos que otros, claro, y que incluso un par destacaban, el problema es que la arrogancia de ellos la ponía de mal humor, lo bueno de aquello es que encendían su espíritu competitivo. Dagmar también podía jugar a ser arrogante, de hecho le salía más que bien, eso se lo sabía de memoria, lo había aprendido a base de golpes que la hicieron sufrir más de una vez, su corazón noble cuando más joven la había llevado a tomar malas decisiones, ahora las mejores porque le forjaron carácter y experiencia.

Supo desde un principio que haber ido sola era una misión suicida, que probablemente saldría muy lastimada pero no vencida. Cuando ella ponía un ojo en alguna misión no lo despegaba ni siquiera porque la muerte le viniera encima. Esa de la que había escapado no sólo una vez. ¿Qué diría Hunter si la viera de esa manera? Había dos opciones. La primera y más segura es que se preocuparía por ella, intentaría hacer algo por protegerla, sacarla de ese aprieto; la segunda probablemente es que llegaría a enorgullecerse de la mujer tan fuerte a la que había decidido comenzar a hacer. ¿Eso se decidía? Por lo visto no, ya que la joven no lo había deseado en un principio, la hacía sentir débil, vulnerable, descubierta. Ahora que lo estaba no deseaba dar marcha atrás.

El impacto contra el suelo no había sido nada. Dagmar había sido arrojada de arboles o incluso de estructuras, se lastimaba si, pero seguía de pie, un golpe como eso no la detendría. Con agilidad se puso de pie. El dorso de la mano le sirvió para limpiarse los restos de sangre que llevaba colgando del labio. ¡Diablos! Una marca más que evidente, más tarde si que tendría una fuerte discusión con aquel que la creía una muñeca de cristal. Frunció los labios cuando aquella inquisidora le gritó. ¿Ella la carnada? Prefería morir antes de ser semejante figura cobarde. Estiró una de sus manos con agilidad a la vez que daba un salto al lado contrario, se acomodó la manga de la blusa, al poco tiempo siguió la otra. De entre su cadera sacó una estaca de madera, no era tan larga pero le servía cada que quería jugar un poco, por lo visto no era momento de jugar, la intrusa con cara de sufrimiento y responsabilidad no parecía divertirse con su profesión. “Que aburrida”. Pensó la cazadora dando de nuevo otro salto ágil que hizo al vampiro desorientarse. Si, en ocasiones tenía rapidez no esperada, pero es que la cazadora Biermann no sólo tenía buen entrenamiento desde niña, también usaba otros recursos, unos secretos.

- No me estés gritando, Inquisidora, estos no son tus territorios - En efecto, la iglesia y las corporaciones independientes habían hecho pactos, marcado territorios que sus combatientes de guerra aceptaban respetar mientras no hubiera peligro. Muchos ¿O por qué no decirlo? El cien por ciento de ellos faltaban esas normas, esas “leyes”, porque su orgullo les podía más. - Además, yo llegué primero, lo llevaba muy bien bajo control - Gruñó al final al notar como el vampiro que había esquivado la tenía ahora sujeta, abrazándola por la espalda. Ese fue su primer error, no le quitó antes la estaca, y con esa posición para la cazadora era más fácil volverlo cenizas, lo que debió de ser siempre.

Dagmar dejó ir el cuerpo hacía atrás, le estaba dejando creer que la tenía bajo control. ¡Que mentira! La cazadora sólo buscaba analizar el tamaño y que tanta fuerza podría tener el vampiro. Dio gracias a que su madre se puso terca en mandarla a clases de danza y no sólo de armas. Un movimiento de cadera bastó para poderse mover hacía adelante, eso impulsó con la ayuda también de las piernas y los hombros, a que el vampiro diera media vuelta y se golpeara con fuerza contra el suelo. Antes de dejarle volverse a poner de pie, ya lo tenía con la estaba atravesando su corazón. Sólo para diversión y dejar ver al tercer vampiro un poco más de crueldad, antes de que aquella criatura de la noche se volviera cenizas, terminó por colocar sus manos en cada oreja de la criatura, su pie golpeó con fuerza los hombros de la criatura y ambas partes se despegaron, en sus manos quedaron las cenizas de la cabeza, en el suelo del resto del cuerpo. Se limpió las manos dejando el reflejo del polvo, de lo que era ahora uno de los malditos. Sonrió de medio lado mirando al vampiro que quedaba, ya que la inquisidora se encontraba con uno de ellos. Parecía que le estaba dando guerra, seguramente era el segundo más viejo de ellos. Daba igual, lo que le pasara a esa mujer no era asunto de Dagmar, y mientras más rápido terminara su trabajo, más pronto volvería a casa, o quizás a la cama de aquel hotel con Hunter.

- ¿Qué decías? - Comentó burlona, le dirigió una mirada breve a la pelirroja. - Tengo una duda - Su voz se percibía más elevada, dado que la inquisidora llevaba una pelea en ese momento, si hablaba bajo jamás la escucharía - ¿No decía la inquisición que aquellos con cabello de fuego también eran condenados a muerte? Según tengo entendido creen que son los que tienen parte de las llamas del infierno en la cabeza, ¿no es eso gracioso? - Dagmar se encontraba frente a su espada caída, la levantó limpiando un poco de barro que se le había impregnado al caer. - ¿Ya cambiaron sus mentiras? ¿Ahora que es lo siguiente? - Volvió a echarle una mirada rápida antes de hacer un movimiento perfecto de manos y cortarle un dedo de la mano elevada al vampiro que tenía frente a ella. ¡Lo estaba disfrutando!

- Vamos acaba de una vez, estoy esperando a que mates a ese para dejar que mates a este y digas a tu iglesia que le ganaste a una cazadora - Todo era burla, juegos, competencia y diversión para Dagmar; un golpe recibió en el estomago de parte del vampiro, siguiendo de una patada en una de sus piernas - ¡Maldito seas! - Gritó con fuerza al caer al suelo, pero no cayó sola, ahora había cortado también parte de la pierna de ese maldito y ambos se removieron por un momento. Se dio la vuelta, como pudo, a gatas se arrastró a su estaca. Eso no se iba a quedar así.
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Mensaje por Ninette Z. Quénecánt Mar Ago 19, 2014 10:21 pm

Aun en medio de una batalla, Ninette mantenía sus oídos alerta. Fue así como procesó lo que exclamó la cazadora a sus espaldas. ¡Pero qué tono más chillón y pueril! Una comediante. La frente de la inquisidora se arrugó al instante, sintiéndose un tanto insultada por ese desatino traducido en voz. Fue todo lo que hizo para demostrar su incomodidad ante esas herejías hasta que, utilizando la presión de su cuerpo, apartó su ballesta a un lado insertó con violencia el filo de su espada en el cuello del desafortunado vampiro. Comprobó que era fuerte, más de lo que había presupuestado, por lo que el corte llegó hasta la mitad. Pero la baronesa era tenaz. Apoyó una de sus piernas en el cuerpo de su víctima y empujó.

¡Muere, infeliz! —gritó por última vez antes de aniquilarlo. El historial de asesinatos del vampiro llegó a su fin, pero le costó caro a Ninette. El esfuerzo empleado con su pierna le valió una lesión en el muslo. Lo sentiría muy pronto. Esperaba por lo menos que terminase allí la travesía.

Mas no se detendrían. Vendrían más. Siempre venían más. Era lo que más estaba en su cabeza, por no decir lo único. Pero al mismo tiempo, no podía ignorar la presencia de la cazadora. Era un factor más en la ecuación, por lo cual cambiaría el resultado. ¡Santa virgen! Cómo se irritaba cuando las cosas salían de lo planeado. A paso firme y malhumorado se posicionó junto a Dagmar, de espaldas a ella previniendo algún ataque.

La duda que te tengo es si por nodriza te dieron un payaso de circo o si lisa y llanamente no te amamantaron en absoluto--- ¡Atenta! —interrumpió su parafraseo por el sorpresivo ataque de un demonio. ¡Cobarde que no atacaba de frente!

Por poco Ninette cayó bajo esa ofensiva. Con el muslo lastimado no podía moverse tan ágilmente como era normal en ella. Lo más frustrante era que había sido por su causa combinada con la urgencia de no verse atrapada por un inmortal cuyos colmillos prácticamente la habían rozado. Miró hacia su inesperada compañía y pudo comprobar con mediana satisfacción que se encontraba armada nuevamente. Ahora necesitaba que actuara.

¡Tú! Como te llames, ponte de pié si no quieres convertirte en cebo para esas bestias. —no dejaba de dar órdenes. Mas tuvo que cesar cuando oyó un sonido para nada alentador. Parecían tambores de una mortal melodía— Silencio. Escucha eso. —supo lo que eran. Sus cejas enmarcaron más ajustadamente esos ojos vacíos— Vienen de los dos lados. Es una emboscada. Esas alimañas… —observó a Dagmar inquisitiva— A la par, cazadora. Esos pasos no me gustan. O salimos de aquí juntas, o se convertirá en nuestra tumba este asqueroso lugar.

La pelirroja esperó a que la mujer de ojos azules se reincorporara para formarse en el centro del lugar espalda con espalda. Podían venir de cualquier lugar, hasta del piso. No tenían tiempo para ponerse a excavar buscando criptas. No… ellos llegarían a ellas. Después de todo, tanto cazadora como inquisidora conformaban una prometedora fuente de alimento para una multitud de vampiros hambrientos.

Quénecánt. Llámame así por ahora, que es todo lo que tenemos. —dependía de si resultaban invictas. El volumen de las pisadas aumentó, así como el ritmo— Aquí vienen.

Ninette Z. Quénecánt
Ninette Z. Quénecánt
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