AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Bestialidad innata {Dagmar Biermann}
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Bestialidad innata {Dagmar Biermann}
El alba despuntaba en el horizonte mientras su egregia presencia oteaba todo aquello que era capaz de contemplar sin moverse de su lugar... el silencio se había encumbrado como rey y señor de aquel lugar en el cual la paz era la primera dama y la soledad no era otro más que su eterno acompañante. Las hojas, teñidas del otoñal marrón parisino, caían de cuando en cuando instaurando el hermoso danzar de una paulatina lluvia arbórea. Era una escena francamente arrebatadora solo posible en lugares como aquel bosque localizado en las inmediaciones de la ciudad francesa de París. No eran muchos los que tenían por gusto el ir a aquel lugar por el mero placer de disfrutar de tales vistas pero, de entre esos pocos que si eran amigos de tal paisaje, uno de ellos se había dignado a recorrer el largo trecho entre la ciudad y el arbolado en pos de contemplar aquello que tanto le gustaba.
Dicha persona no era otra más que Emerick E. Durand, un "joven" director de orquesta que prefería aprovechar su tiempo libre en lugares como aquel más que en la ciudad. Los placeres que la naturaleza podía ofrecer al hombre eran irrepetibles y el lo sabía bien aunque, seguramente, dicho gusto no era más que una forma de manifestar todo aquello que le reconocía por dentro como un mal virus o una fatal plaga. Una extraña, grosera y peculiar aura de vitalidad lo rodeaba, pese a adoptar una pose pacífica destellaba peligro por todos sus poros... una vibrante e innata bestialidad tomaba forma a cada paso que daba.
Pero, ¿Por qué? Aquel hombre de cabellos marrones y engalanado con un elegante traje -que al parecer le resultaba algo incómodo- de, en apariencia, clase media, no parecía ser nadie especial. En su ser no parecía detectarse nada que escapase de la compresión más primaria de los humanos, la vista que daba al exterior era la de no más que un hombre que paseaba por el bosque a tempranas horas de la mañana cuando, en realidad, había mucho detrás de aquella fachada tan "humana". - No hay nada como la soledad y la tranquilidad que solo tú, viejo amigo, eres capaz de ofrecer - entonó, de repente, con voz fría y profunda, grave como ella misma y tan gélida como el mismo ártico pero, sin embargo, a pesar de la seriedad de tal oración, cierto deje de cariño podía ser desdeñado de las mismas pues al tiempo que se pronunciaba, su mano se había deslizado por la corteza de un árbol justo antes de seguir caminando, ajeno a lo que lo rodeaba.
Dicha persona no era otra más que Emerick E. Durand, un "joven" director de orquesta que prefería aprovechar su tiempo libre en lugares como aquel más que en la ciudad. Los placeres que la naturaleza podía ofrecer al hombre eran irrepetibles y el lo sabía bien aunque, seguramente, dicho gusto no era más que una forma de manifestar todo aquello que le reconocía por dentro como un mal virus o una fatal plaga. Una extraña, grosera y peculiar aura de vitalidad lo rodeaba, pese a adoptar una pose pacífica destellaba peligro por todos sus poros... una vibrante e innata bestialidad tomaba forma a cada paso que daba.
Pero, ¿Por qué? Aquel hombre de cabellos marrones y engalanado con un elegante traje -que al parecer le resultaba algo incómodo- de, en apariencia, clase media, no parecía ser nadie especial. En su ser no parecía detectarse nada que escapase de la compresión más primaria de los humanos, la vista que daba al exterior era la de no más que un hombre que paseaba por el bosque a tempranas horas de la mañana cuando, en realidad, había mucho detrás de aquella fachada tan "humana". - No hay nada como la soledad y la tranquilidad que solo tú, viejo amigo, eres capaz de ofrecer - entonó, de repente, con voz fría y profunda, grave como ella misma y tan gélida como el mismo ártico pero, sin embargo, a pesar de la seriedad de tal oración, cierto deje de cariño podía ser desdeñado de las mismas pues al tiempo que se pronunciaba, su mano se había deslizado por la corteza de un árbol justo antes de seguir caminando, ajeno a lo que lo rodeaba.
Emerick Durand- Cambiante Clase Alta
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Re: Bestialidad innata {Dagmar Biermann}
El despacho de la casa comenzaba a sentirse más grande desde que sus padres se habían ido a España a tratar la enfermedad de su mamá. Ella los extrañaba, le parecía extremadamente aburrido pasar entrenando cazadores, supervisando cuentas, comida, armas dentro de la casa, ya se había acostumbrado por completo al aire libre, a los viajes de aldea a aldea, a dejar en claro que la practica hace al maestro exterminado una gran cantidad de seres malditos pero ella se había enfocado solo en aquellas clases que predominaban: Los vampiros y licántropos. Nunca antes se había detenido a terminar con la vida de un cambia formas, ellos le parecían más humanos, más aceptables en la sociedad pues la maldición les había caído al nacer, y el vientre de la madre es totalmente sagrado, de ahí ningún mal vendrá, pero quizás brujos, demonios, envidias habían hecho que cierta maldición cayera en esas inocentes criaturas. ¿Se les debía perdonar? Solo algunos pocos. Su amiga Sybelle por ejemplo era el ser humano más inocente y dulce que había conocido con convicciones altas buena a fin de cuentas le dejaba en claro que no todos son así.
Un nuevo expediente se había aparecido en su escritorio. Un nombre en negritas, un lugar de origen, una historia, una vida que se había detallado en aquellas hojas. Su padre siempre tenía vigilantes de la noche, aquellos hombres y mujeres que estaban dispuestas no solo a cazar sino a tener el control de aquellos que no debían permanecer en la tierra. Ahora era su turno salir al juego, entretenerse un poco. Dejó a Emil un rato a cargo de la academia, este hizo una mueca cuando noto a donde iba, aunque ella podía cuidarse sola a la perfección era obvio que los hombres de la casa no estaba dispuestos a dejarla sola, no cuando paso aquello del vampiro. Sin embargo a Dagmar le importaba poco las consecuencias de un enfrentamiento, al menos su vida la vivía al limite y eso era lo importante.
Se sabía donde se localizaba, sus horas de salidas, sus horas de músico, todo en general, por eso sabía la chica donde encontrarlo, como seguirlo, como vigilarlo. Sonrió cuando lo vio andar al bosque esa sería la mejor de las tardes que había tenido en mucho tiempo después de su castigo, después de su encierro, después de la enfermedad de su madre. ¿Con quién hablaba? Torció la sonrisa cuando se dio cuenta que quizás este cambiadoras estaba maldito. No condenaría a uno inocente, no lo haría. Esta vez no traía un vestido. Dagmar suele ser bastante "rara" cuando se trata de cacería. Al considerarse igual que los demás en ocasiones utiliza la ropa de cualquier cazador hombre en la academia, sino fuera por sus curvas se notaría que es un caballero por sus movimientos tan salvajes sin embargo eso es imposible. De entre la chaqueta que traía debido al frío saco una daga, está la comenzó a jugar entre los dedos. La joven castaña se quedo unos metros atrás subiendo a un árbol para estudiar los movimientos y expresiones del chico, se veía tranquilo, sin embargo no podía permitirse dejarse llevar por la pinta de una bondad que quizás no exista. - Disfruta de tu día - Susurró observando su reacción, escondiendo su cuerpo en la copa del árbol. Esto empezaría a ponerse interesante.
Un nuevo expediente se había aparecido en su escritorio. Un nombre en negritas, un lugar de origen, una historia, una vida que se había detallado en aquellas hojas. Su padre siempre tenía vigilantes de la noche, aquellos hombres y mujeres que estaban dispuestas no solo a cazar sino a tener el control de aquellos que no debían permanecer en la tierra. Ahora era su turno salir al juego, entretenerse un poco. Dejó a Emil un rato a cargo de la academia, este hizo una mueca cuando noto a donde iba, aunque ella podía cuidarse sola a la perfección era obvio que los hombres de la casa no estaba dispuestos a dejarla sola, no cuando paso aquello del vampiro. Sin embargo a Dagmar le importaba poco las consecuencias de un enfrentamiento, al menos su vida la vivía al limite y eso era lo importante.
Se sabía donde se localizaba, sus horas de salidas, sus horas de músico, todo en general, por eso sabía la chica donde encontrarlo, como seguirlo, como vigilarlo. Sonrió cuando lo vio andar al bosque esa sería la mejor de las tardes que había tenido en mucho tiempo después de su castigo, después de su encierro, después de la enfermedad de su madre. ¿Con quién hablaba? Torció la sonrisa cuando se dio cuenta que quizás este cambiadoras estaba maldito. No condenaría a uno inocente, no lo haría. Esta vez no traía un vestido. Dagmar suele ser bastante "rara" cuando se trata de cacería. Al considerarse igual que los demás en ocasiones utiliza la ropa de cualquier cazador hombre en la academia, sino fuera por sus curvas se notaría que es un caballero por sus movimientos tan salvajes sin embargo eso es imposible. De entre la chaqueta que traía debido al frío saco una daga, está la comenzó a jugar entre los dedos. La joven castaña se quedo unos metros atrás subiendo a un árbol para estudiar los movimientos y expresiones del chico, se veía tranquilo, sin embargo no podía permitirse dejarse llevar por la pinta de una bondad que quizás no exista. - Disfruta de tu día - Susurró observando su reacción, escondiendo su cuerpo en la copa del árbol. Esto empezaría a ponerse interesante.
Última edición por Dagmar Biermann el Jue Dic 15, 2011 1:31 am, editado 2 veces
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Re: Bestialidad innata {Dagmar Biermann}
Emerick continuó paseando por el lugar, ajeno a la amenaza que se escondía entre los árboles que tantos buenos momentos le habían regalado. Era inevitable que, pese a su naturaleza desconfiada, no prestase la atención que, posiblemente, requería el ambiente. No tenía ni la más mínima idea que desde las mismas sombras de lo incierto, había una presencia que ya había marcado su existencia como una presa a batir en pos de alzar aquel mundo en lo que, al menos ellos creían, sería un mundo mejor. ¿Quién le iba a decir a él que estaba siendo observado? Era un tanto extraño pues, a fin de cuentas, no eran muchas las veces que se decidía a transformarse... ¿En cual de ellas le habrían descubierto? Ciertamente aquello carecía de importancia. Lo único que importaba era en aquel momento era que su vida corría peligro aun a pesar de que él nunca le había hecho nada a nadie, jamás había provocado una pelea. Su ser no había atinado a dar muestras de una maldad mayor que la que cualquier humano posee. Vanidad, celos, codicia... Era posible que en algunos momentos su humanidad tomase fuerza y los caprichos se tornasen en pecado pero, a fin de cuentas, él no era tan distinto a los humanos como, en principio, podría parecer.
Un par de pájaros salieron volando, de repente, del nido, como asustado. Emerick no pudo evitar extrañarse pero no le dio mayor importancia a aquel hecho y, simplemente, siguió andando entre árbol y árbol. El aire puro y la sensación de libertad eran tan reconfortantes que sentía como, de cuando en cuando, la bestia que dormía en su interior parecía despertar y rugir de puro júbilo. Su lado más animal, pese a que en su rostro no hubiese más sentimiento que el de una absoluta frialdad, no paraba de clamar al cielo por un rato de descontrol. Sacudió ligeramente su cabeza de lado a lado al tiempo que un breve suspiro escapaba de sus labios. Se tranquilizó y, decididó a mantenerse en su forma humana, decidió parar a descansar un rato. Poso su espalda sobre el tronco de un árbol cualquiera aun sin tener constancia de que, en aquel lugar, oculta entre las sombras, una hermosa dama se disponía a darle caza.
Una leve ráfaga de viento sacudió los árboles y una nueva lluvia de hojas comenzó. El desnudo de los árboles era cada vez mayor. La naturaleza de aquellos colosales seres estaba cada vez más expuesta. La estación del año y una mera casualidad provocaron que el hombre con poderes ursidos girase su cuello para mirar hacía atrás. Sus ojos se abrieron con cierta sorpresa al creer observar algo que no encajaba con el paisaje que debía de estar ahí, ¿Acaso había alguien oculto entre su bosque? No estaba seguro pero, el simple hecho de ver al fantasma de la discordia y la desconfianza emerger, provocó que sus sentidos se activaran y que su cuerpo se tensase. Sus manos se cerraron intranquilas al tiempo que los pies se removían, inquietos, sobre el suelo. ¿Habían sido imaginaciones suyas o, realmente, había visto a alguien?
Un par de pájaros salieron volando, de repente, del nido, como asustado. Emerick no pudo evitar extrañarse pero no le dio mayor importancia a aquel hecho y, simplemente, siguió andando entre árbol y árbol. El aire puro y la sensación de libertad eran tan reconfortantes que sentía como, de cuando en cuando, la bestia que dormía en su interior parecía despertar y rugir de puro júbilo. Su lado más animal, pese a que en su rostro no hubiese más sentimiento que el de una absoluta frialdad, no paraba de clamar al cielo por un rato de descontrol. Sacudió ligeramente su cabeza de lado a lado al tiempo que un breve suspiro escapaba de sus labios. Se tranquilizó y, decididó a mantenerse en su forma humana, decidió parar a descansar un rato. Poso su espalda sobre el tronco de un árbol cualquiera aun sin tener constancia de que, en aquel lugar, oculta entre las sombras, una hermosa dama se disponía a darle caza.
Una leve ráfaga de viento sacudió los árboles y una nueva lluvia de hojas comenzó. El desnudo de los árboles era cada vez mayor. La naturaleza de aquellos colosales seres estaba cada vez más expuesta. La estación del año y una mera casualidad provocaron que el hombre con poderes ursidos girase su cuello para mirar hacía atrás. Sus ojos se abrieron con cierta sorpresa al creer observar algo que no encajaba con el paisaje que debía de estar ahí, ¿Acaso había alguien oculto entre su bosque? No estaba seguro pero, el simple hecho de ver al fantasma de la discordia y la desconfianza emerger, provocó que sus sentidos se activaran y que su cuerpo se tensase. Sus manos se cerraron intranquilas al tiempo que los pies se removían, inquietos, sobre el suelo. ¿Habían sido imaginaciones suyas o, realmente, había visto a alguien?
Emerick Durand- Cambiante Clase Alta
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Re: Bestialidad innata {Dagmar Biermann}
Unas semanas atrás su vida había dado un giro bastante extraño e inesperado. Para empezar nunca una persona en su sano juicio debería salir de casa con heridas grande de vampiro. Tampoco querer matar a uno con tremenda falta de energía, por ultimo todo paradigma que tenía arraigado desde pequeña se había roto cuando sus labios se unieron a ese ser. Había sido algo que ni en sus peores sueños hubiera imaginado, sin duda alguna para ella no había sido un error, beber de los labios de aquel vampiro era una de las cosas que la motivaban a seguir día con día, aquella sensación de peligro y seguridad que se mezclaba era totalmente abrumador para ella pero sin duda alguna algo que deseaba tener de por vida, sin embargo no todo es miel sobre hojuelas de hecho nada en la vida es así, en un segundo estás arriba volando como cualquier pájaro con ese don y unos instantes más tarde sueles perder el conocimiento al caer de manera abrupta contra el suelo. Así había pasado cuando su padre supo aquel desagradable encuentro, la había castigado de una manera bastante humillante por eso la hermosa joven se encontraba en aquel lugar, intentando volver a tomar esos viejos entrenamientos, donde no se tentaba el corazón para acabar con esa peste, donde no le importaba que sintieran, al fin de cuentas todos ellos tendrían algo malo dentro de su corazón. ¿No es así? Incluso los humanos pero en ellos estaba permitido, pues de ellos es la tierra de nadie más.
Sus movimientos eran suaves, su cuerpo denotaba completa tranquilidad, parecía inofensivo, quizás no era el momento de atacar para ella, quizás no pero ¿Y si lo deja pasar y ataca a alguien minutos más tarde? La joven dejo su cuerpo caer suavemente hacía adelante, ya era demasiado tiempo el que había pasado fuera de esos terrenos por lo que no se había dado cuenta que el agarré que tenía en una de las ramas era frágil, casi se cae sino hubiera reaccionado rápidamente pero su agilidad la ayudo, lo malo es que el estruendo había sido tan grande que había puesto alerta a su presa. Aquella distancia que ambos tenían no era mucha pero debido a que aquellas posiciones no eran las correctas Dagmar se encontraba ahora firmemente sujeta de una rama gruesa. Su brazo se estiro lanzando con fuerza la daga que hasta hace unos minutos jugaba, esta solo rasgo parte del brazo. La chica no podía permitirse un dialogo, no podía ceder ante aquel beneficio de la duda, debía redimirse, debía volver a encontrar la confianza de su padre para no ser vigilada más y volver a ver al vampiro.
Un pequeño brinco fue suficiente para volver al suelo. Sin duda alguna la vestimenta de caballero le parecía bastante atractiva para este tipo de actividades. Los ojos de la cazadora se toparon con las de aquel hombre, parecía bastante desconcertado, ¿En que podría convertirse? Para la joven un cambia formas era una especie bastante inferior no por la fuerza ni por el trato más bien porque se convertían en un animal para defenderse y no permanecían como seres humano. De entre el cinturón se logró observar varios compartimentos que podrían parecer bastantes pesados, otra de sus dagas favoritas fue retirada de aquel accesorio para llevarlo a sus manos. Amplía fue su sonrisa al ver al hombre, una pena que esa carita de galán fuera a terminar pronto. O al menos eso creía ella. Dagmar había salido victoriosa de muchas peleas pero sin duda alguna muchas de ellas había sufrido graves lesiones esperaba que después de todo ese timo fuera del entrenamiento y de los bosques no le trajera repercusiones.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Re: Bestialidad innata {Dagmar Biermann}
Emerick no se movió ni un ápice, su cuerpo no hizo tan si quiera el amago de alterar su firme posición aun cuando muchos se habrían hechado hacía atás ante la sorpresiva aparición de una dama de cabellos oscuros y elocuente belleza. Su tranquilidad fue casi irracional, la frialdad de sus ojos parecía encajar con la mirada de un muerto que la de un ente viviente... era casi como si se hubies esperado aquella aparición cuando, en realidad, le había pillado con la guardia baja. Se maldijo así mismo por dentro ante su inocencia, ya sabía que los humanos eran lo suficientemente estúpidos como para intentar acabar con ello que no alcanzaban a comprender pero no había sido capaz de sopesar la posibilidad de que alguien lo hubiese descubierto. Daba igual que ella no hubiese dicho nada, la daga que hacía lacerado su piel era un aviso más que suficiente como para comprender que era lo que estaba pasando.
- Es una falta de respeto el espiar a la gente, ¿Lo sabías? - comentó con una sonrisa sarcástica en el rostro y un tono de voz gélido pero ácido, tranquilo pero fuerte. Su voz, grave y ronca, resonó con una intensidad impropia para un humano y es que, a fin de cuentas, él no era uno de ellos. Se encogió de hombros y dio un par de pasos al frente, reduciendo ligeramente los metros de distancia que los separaba. Su mirada, afilada, se clavó sobre la joven. Era una verdadera lástima que una muchacha tan bella como esa tuviese una mentalidad tan simple como para atacar a otras personas sin mayor razón que el desconocimiento o, posiblemente, las ordenes de un superior.
Era bastante probable que lo hubiesen estado observando pues, de otro modo, no le habría atacado. Sabía que no era una bandida o una ladrona, las armas que portaba así como su porte y la apariencia con las cuales estaba dotada hacían fácil dicha deducción. - ¿También eres una simple y estúpida humana que cree tener derecho a acabar conmigo por ser distinto, no? Adelante, te espero - entonó con simplicidad mientras se apoyaba sobre el tronco de un árbol, en actitud arrogante y provocadora. Era bastante inusual que actuase de aquella forma pero, ciertamente, estaba ya bastante cansado de los numerosos ataques que había sufrido a lo largo de su vida por hacerle nada a nadie. Sus brazos fueron cruzados, parecía estar subestimándola pero, en realidad, se estaba preparando para el más que posible combate. O se iba, o le arrancaría el cuello de un mordisco... Esas eran las únicas posibilidades que tenia pensadas ofrecer el, ahora, colerico cambiaformas. Era por eso que había adoptado aquella pose en la cual su pie se posaba sobre la corteza del árbol. Así podría tomar un fácil impulso al frente o, por contra, girar sobre el eje del mismo para defenderse con el tronco del mismo.
Estaba preparado para pelear aunque, cierto era, que podía estar equivocado y que aquella fuese no más que una simple humana con ganas de pelear. Por eso había omitido palabras que delatasen con total certeza su naturaleza. Simplemente se había entonado como distinto, tampoco es que hubiese afirmado que no era humano.
- Es una falta de respeto el espiar a la gente, ¿Lo sabías? - comentó con una sonrisa sarcástica en el rostro y un tono de voz gélido pero ácido, tranquilo pero fuerte. Su voz, grave y ronca, resonó con una intensidad impropia para un humano y es que, a fin de cuentas, él no era uno de ellos. Se encogió de hombros y dio un par de pasos al frente, reduciendo ligeramente los metros de distancia que los separaba. Su mirada, afilada, se clavó sobre la joven. Era una verdadera lástima que una muchacha tan bella como esa tuviese una mentalidad tan simple como para atacar a otras personas sin mayor razón que el desconocimiento o, posiblemente, las ordenes de un superior.
Era bastante probable que lo hubiesen estado observando pues, de otro modo, no le habría atacado. Sabía que no era una bandida o una ladrona, las armas que portaba así como su porte y la apariencia con las cuales estaba dotada hacían fácil dicha deducción. - ¿También eres una simple y estúpida humana que cree tener derecho a acabar conmigo por ser distinto, no? Adelante, te espero - entonó con simplicidad mientras se apoyaba sobre el tronco de un árbol, en actitud arrogante y provocadora. Era bastante inusual que actuase de aquella forma pero, ciertamente, estaba ya bastante cansado de los numerosos ataques que había sufrido a lo largo de su vida por hacerle nada a nadie. Sus brazos fueron cruzados, parecía estar subestimándola pero, en realidad, se estaba preparando para el más que posible combate. O se iba, o le arrancaría el cuello de un mordisco... Esas eran las únicas posibilidades que tenia pensadas ofrecer el, ahora, colerico cambiaformas. Era por eso que había adoptado aquella pose en la cual su pie se posaba sobre la corteza del árbol. Así podría tomar un fácil impulso al frente o, por contra, girar sobre el eje del mismo para defenderse con el tronco del mismo.
Estaba preparado para pelear aunque, cierto era, que podía estar equivocado y que aquella fuese no más que una simple humana con ganas de pelear. Por eso había omitido palabras que delatasen con total certeza su naturaleza. Simplemente se había entonado como distinto, tampoco es que hubiese afirmado que no era humano.
Emerick Durand- Cambiante Clase Alta
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Re: Bestialidad innata {Dagmar Biermann}
Sus ojos toparon de manera accidental la mirada del cambiaformas. No entendía bien porque no dejaba a un lado a su conciencia. Esta ahora le estaba jugando malas pasadas. Desde que había sido salvada por un vampiro, y empezó a empalizar con él, todo había cambiado en su vida. No tenía ya intenciones de querer matar a una criatura "maldita" más bien, solo quería matar a aquellos que de verdad merecían perder su vida o no vida. En ese momento una vocesilla la hizo salir de su ensimismamiento. La voz de su padre diciéndole que estaba demasiado decepcionado de ella, eso hizo que su cuerpo se tensara notoriamente. Pero ¿Quién le había preguntado si quería ser una cazadora o no? Cuando era pequeña, la joven se ponía a leer esos libros mágicos donde aparecían vampiros que ayudaban a los humanos, ella soñaba con conocer a alguno, hacerlo parte de su vida, pero su padre le había arrancado los sueños al demandarle lo que debía hacer hasta el final de sus ideas. Y no, no hay pero que valga, pues sino lo obedecía lo más probable era tener uno de los tantos castigos proporcionados en esa casa, y no estaba dispuesta a permitir que dañarán su cuerpo.
Fue entonces cuando siguió estudiando las formas del hombre, la manera en como hablaba, como su cuerpo se movía por el enojo que sentía. Se dio cuenta que no sería una tarea fácil, pero y si terminaba mal herida, eso le daría días de descanso, días en donde nadie le mandaría a matar a algún inocente. Tomó con fuerza la daga que tenía en la mano, avanzó unos pasos, su cuerpo se inclinó suavemente, solo bastó un suave brinco para posarse a uno de los costados, se encontraba detrás de un árbol. Tomó un poco de aire, necesitaba distraer sus pensamientos y enfocarse en el porque estaba en ese lugar.
El silencio era bastante perturbador. ¿Desde cuando una experta tiene que flaquear así? Una mueca notoria se mostró en su rostro. El coraje por tener que quedar bien con todos la hizo salir de su escondite, pero no quería acercarse demás, quería ver que podía hacer este en su contra. La daga salió disparada, esta vez contra su hombro, se incrusto en aquella zona - Nada sabes de mi, no tienes derecho a opinar - Su voz salió temblorosa, denotando la desesperación que tenía al encontrarse en esa situación. Sus manos jalaron de su cuerpo unas estrellas, esas que tenían filo en cada una de sus puntas, dos en cada mano se podían notar, las apretó en su mano sintiendo como estás estaban perfectamente afiladas, pues fácilmente habían perforado su piel - Vamos, defiendete, dime porque mereces vivir - Necesitaba salir que tanto aquel hombre valoraba su vida, necesitaba saber si estaba haciendo bien o no intentando matarlo. ¡Maldita sea! se dijo interiormente, ¿por qué ahora? ¿Por qué tenía que mostrarse tan suave?
Fue entonces cuando siguió estudiando las formas del hombre, la manera en como hablaba, como su cuerpo se movía por el enojo que sentía. Se dio cuenta que no sería una tarea fácil, pero y si terminaba mal herida, eso le daría días de descanso, días en donde nadie le mandaría a matar a algún inocente. Tomó con fuerza la daga que tenía en la mano, avanzó unos pasos, su cuerpo se inclinó suavemente, solo bastó un suave brinco para posarse a uno de los costados, se encontraba detrás de un árbol. Tomó un poco de aire, necesitaba distraer sus pensamientos y enfocarse en el porque estaba en ese lugar.
El silencio era bastante perturbador. ¿Desde cuando una experta tiene que flaquear así? Una mueca notoria se mostró en su rostro. El coraje por tener que quedar bien con todos la hizo salir de su escondite, pero no quería acercarse demás, quería ver que podía hacer este en su contra. La daga salió disparada, esta vez contra su hombro, se incrusto en aquella zona - Nada sabes de mi, no tienes derecho a opinar - Su voz salió temblorosa, denotando la desesperación que tenía al encontrarse en esa situación. Sus manos jalaron de su cuerpo unas estrellas, esas que tenían filo en cada una de sus puntas, dos en cada mano se podían notar, las apretó en su mano sintiendo como estás estaban perfectamente afiladas, pues fácilmente habían perforado su piel - Vamos, defiendete, dime porque mereces vivir - Necesitaba salir que tanto aquel hombre valoraba su vida, necesitaba saber si estaba haciendo bien o no intentando matarlo. ¡Maldita sea! se dijo interiormente, ¿por qué ahora? ¿Por qué tenía que mostrarse tan suave?
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Re: Bestialidad innata {Dagmar Biermann}
Emerick encorvó su espalda al tiempo que las facciones de su rostro se tensaban bajo la iracunda bestialidad de su existencia, la rabia contenida hacía los humanos que se creían merecedores de ejercer como jueces y verdugos acaba de brotar al son de una mirada capaz de atravesar el alma de quien se interpusiese en su trayectoria. Las palabras y acciones de aquella mujer no hacían más que aumentar la dosis con la que la adrenalina era segregada, sus oraciones solo conseguían encender la llama más oscura del corazón del cambiaformas... - ¿Por qué tendría que darte a tí razones de vivir? ¿Quién eres tú para decidir si lo merezco o no? - entonó mientras se echaba hacía un lado y evadía la daga que había sido disparada hacía su posición. Su postura se volvía más animal por momentos, sus movimientos se tornaron más bruscos y menos elegantes, su dura expresión comenzaba a descatar por poseer una brillante determinación más propia de un animal apunto de ser cazado que de un humano.
- No necesito darte razones, ¡Solo quiero vivir! - enunció y exclamó en última estancia justo antes de que un colosal rugido, presagio de lo que estaba a punto de emerger, brotase desde lo más profundo de su garganta. Estaba irritado, la razon parecía perderse en los albores del olvido por momentos... aquel hombre frío y serio parecía ser un deje del pasado, la pasión con la cual sus palabras eran entonadas detonaba un inquebrantable deseo de seguir viviendo. No era miedo o congoja lo que sentía, era mera rabia. No quería que una cualquiera de la que no sabía nada fuese quien dictaminase si su final estaba escrito en aquel día o no, no quería que su sangre regase el suelo por una razón tan simple como el miedo humano a lo desconocido.
Bufidos brotaron desde sus pulmones, tercos y toscos movimientos comenzaron a alterar la antes fija posición de Durand... sus ojos, siempre atentos, se paseaban intranquilos por el lugar. El timón de su cordura zozobró con virulencia aunque el quisiese seguir manteniendo la calma. La ira parecía poder dominarlo y, por breves momentos, lo había hecho pues, aunque ella lo desconocía, el mayor deseo de Emerick había sido, por unos instantes, el acabar con su vida de un mordisco en la yugular que le permitiese alargar su vida. - Marchate... - fue lo último que atinó a decir el hombre con genes de oso mientras se encorvaba todavía más. Era algo así como un aviso, no se lo pensaría dos veces antes de dar rienda suelta a sus instintos, no guardaría remordimiento en mostrar su verdadera forma, matarla y uego huir si así podía acabar con uno más de esos estúpidos seres que se creían capaces de decidir quien debía y quien no debía morir.
Moral, ética, educación... todo eso carecía de importancia, el instinto de supervivencia que todo animal, incluidos los humanos, poseen era más fuerte que cualquier carácter, rasgo o manía. El deseo de continuar en una vida terrenal, el banal deseo de no morir era capaz de insuflar de cruentas dosis de adrenalina y descontro a cualquiera y, como era en aquel caso, si aquella adrenalina era cargada de la ira propia de los de su raza, el resultado no podría llegar a ser nada bueno. Solo la muerte parecía tornarse como salida ante aquel problema aunque, realmente, era bastante probable que ninguno de los dos desease eso...
- No necesito darte razones, ¡Solo quiero vivir! - enunció y exclamó en última estancia justo antes de que un colosal rugido, presagio de lo que estaba a punto de emerger, brotase desde lo más profundo de su garganta. Estaba irritado, la razon parecía perderse en los albores del olvido por momentos... aquel hombre frío y serio parecía ser un deje del pasado, la pasión con la cual sus palabras eran entonadas detonaba un inquebrantable deseo de seguir viviendo. No era miedo o congoja lo que sentía, era mera rabia. No quería que una cualquiera de la que no sabía nada fuese quien dictaminase si su final estaba escrito en aquel día o no, no quería que su sangre regase el suelo por una razón tan simple como el miedo humano a lo desconocido.
Bufidos brotaron desde sus pulmones, tercos y toscos movimientos comenzaron a alterar la antes fija posición de Durand... sus ojos, siempre atentos, se paseaban intranquilos por el lugar. El timón de su cordura zozobró con virulencia aunque el quisiese seguir manteniendo la calma. La ira parecía poder dominarlo y, por breves momentos, lo había hecho pues, aunque ella lo desconocía, el mayor deseo de Emerick había sido, por unos instantes, el acabar con su vida de un mordisco en la yugular que le permitiese alargar su vida. - Marchate... - fue lo último que atinó a decir el hombre con genes de oso mientras se encorvaba todavía más. Era algo así como un aviso, no se lo pensaría dos veces antes de dar rienda suelta a sus instintos, no guardaría remordimiento en mostrar su verdadera forma, matarla y uego huir si así podía acabar con uno más de esos estúpidos seres que se creían capaces de decidir quien debía y quien no debía morir.
Moral, ética, educación... todo eso carecía de importancia, el instinto de supervivencia que todo animal, incluidos los humanos, poseen era más fuerte que cualquier carácter, rasgo o manía. El deseo de continuar en una vida terrenal, el banal deseo de no morir era capaz de insuflar de cruentas dosis de adrenalina y descontro a cualquiera y, como era en aquel caso, si aquella adrenalina era cargada de la ira propia de los de su raza, el resultado no podría llegar a ser nada bueno. Solo la muerte parecía tornarse como salida ante aquel problema aunque, realmente, era bastante probable que ninguno de los dos desease eso...
Emerick Durand- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 05/12/2011
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Bestialidad innata {Dagmar Biermann}
Solo miró, solo escuchó, solo observó con total tranquilidad hasta gravares el contorno de la figura contraria. Dagmar estaba pasando por una situación bastante complicada, le parecía que actuaba bien por una parte, por que sus ideales se lo decían por que toda su vida lo había hecho sin sentir ninguna clase de remordimiento, sabía que todo estaba bien, que nadie condenaría el arrancarle la vida a criaturas como esas. Sin embargo, su ahora corazón descongelado le pedía salir corriendo de ahí, dejar el alma pura del hombre, intentar buscar a alguien que de verdad le diera lata, no es que subestimara al cambiaformas, al contrario, ella nunca subestimaba a nadie, pero no podía lastimar a alguien de ojos bondadosos, no en esos momentos. - Tengo derechos, derechos que tu nunca tendrás por ser un ser maldito, tengo derechos porque los tuyos le arrancan la vida a los míos - Dijo con su tono de voz totalmente frío.
La morocha tenia una daga en su mano, apretó sus dedos para poder sentirla, la emoción del momento comenzaba a invadir su cuerpo, se dio cuenta entonces, cuanto extrañaba hacer aquello que más sabia hacer: Cazar. Pero entonces se dio cuenta del faldón que tenía encima, que era demasiado estorboso. Siempre iba bien preparada por lo que deslizó una de sus manos a su espalda baja para quitar el moño de su falda. Esté se dejó vencer fácilmente por el movimiento de la muñeca de la chica. Cayó la tela al suelo, abajo de sus ropas se encontraba un pantalón de telas delgadas, unos que utilizaba para entrenar, para este tipo de situaciones. ¿Ropa de hombre? ¿Y eso a quien le importaba? Era una cazadora, y en esta profesión no debía haber distinción en la vestimenta.
Dio un paso hacía adelante, se inclinó, solo el tronco para tomando una posición de ataque. Dagmar se daba cuenta que los movimientos del caballero dejaron de ser suaves, se estaban volviendo salvajes, agresivos, rápidos. - Vamos chico, ataca - De nuevo otro paso hacía adelante, y otro, y otro hasta estar a escaso un metro de distancia.
Ella no se iría, su orgullo era demasiado grande, su deseo de reivindicares era más grande. No iba a perder la academia, ni su estilo de vida, y si era posible dejaría de ver y de pensar en Daniil para volver a ser la misma de antes. Sin dar aviso alguno, corrió con fuerza, dio un golpe fuerte con el puño en el mentón del hombre, Dagmar era rápida, era astuta. Quiso clavarle la estaca en el pecho sin embargo solo rasgo su hombro y dio un salto hacía atrás, separándose, disfrutando de los gestos de aquel hombre, de la reacción.
La morocha tenia una daga en su mano, apretó sus dedos para poder sentirla, la emoción del momento comenzaba a invadir su cuerpo, se dio cuenta entonces, cuanto extrañaba hacer aquello que más sabia hacer: Cazar. Pero entonces se dio cuenta del faldón que tenía encima, que era demasiado estorboso. Siempre iba bien preparada por lo que deslizó una de sus manos a su espalda baja para quitar el moño de su falda. Esté se dejó vencer fácilmente por el movimiento de la muñeca de la chica. Cayó la tela al suelo, abajo de sus ropas se encontraba un pantalón de telas delgadas, unos que utilizaba para entrenar, para este tipo de situaciones. ¿Ropa de hombre? ¿Y eso a quien le importaba? Era una cazadora, y en esta profesión no debía haber distinción en la vestimenta.
Dio un paso hacía adelante, se inclinó, solo el tronco para tomando una posición de ataque. Dagmar se daba cuenta que los movimientos del caballero dejaron de ser suaves, se estaban volviendo salvajes, agresivos, rápidos. - Vamos chico, ataca - De nuevo otro paso hacía adelante, y otro, y otro hasta estar a escaso un metro de distancia.
Ella no se iría, su orgullo era demasiado grande, su deseo de reivindicares era más grande. No iba a perder la academia, ni su estilo de vida, y si era posible dejaría de ver y de pensar en Daniil para volver a ser la misma de antes. Sin dar aviso alguno, corrió con fuerza, dio un golpe fuerte con el puño en el mentón del hombre, Dagmar era rápida, era astuta. Quiso clavarle la estaca en el pecho sin embargo solo rasgo su hombro y dio un salto hacía atrás, separándose, disfrutando de los gestos de aquel hombre, de la reacción.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 305
Fecha de inscripción : 13/06/2011
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