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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Oscar Llobregat Lun Dic 12, 2011 12:12 am

El lago… dos palabras, dos núcleos que tener en cuenta. Para ese momento en concreto, por supuesto, de normal, escuchar 'el lago' no le decía gran cosa, aparte de que algún día de ésos debería ponerse a practicar algo de natación para recordar las mediocres clases que recibiera en su momento, con las directrices desganadas de un par de comerciantes y la despreocupada supervisión de su tío. A veces, le gustaría pensar que si le lanzaran a un espacio estancado en transparencia líquida sobreviviría, pero sin dignidad… ¿Sobreviviría, si le lanzaran a un lago? ¿Sobreviviría… ahora mismo, si le lanzaran a ese lago?

Oscar pasó por al lado de un par de árboles y miró hacia arriba, frunciendo el ceño al divisar la luna y, demasiado asqueado como para seguir añadiendo recuerdos por una noche, agitó la cabeza para esquivar su puta visión. Ya era demasiado poco probable que sobreviviera en el lago aquella vez, por supuesto, pero por la milenaria presencia de Aryel, no porque se acordara o no de cómo se nadaba. De hecho, su memoria atisbaba un helor menos punzante bajo las aguas que a merced de las manos de la vampiresa. Porque era una vampiresa, ¿verdad? Al final, no le había respondido. El jodido sinfín de preguntas aumentaba a cada paso y temía que nublaran a las otras que llevaban ahí todo ese tiempo, todos esos años. ¿Tan simple era el ser humano? ¿Tan efímero y voluble? Las reflexiones sobre la generalidad nunca habían llamado su atención, pero ahora estaban a punto de robarle el sueño, como todo lo que había atisbado un poco de aquella mujer en su cabeza. Y aunque todavía no había pasado mucho rato en su compañía, presentía que no le iba a hacer ninguna gracia tener que darle la razón a esa arpía.

Paró un rato a recoger aire, de nuevo reuniendo grandes esfuerzos por no levantar la cabeza hacia la luna y pensar en que su padre estaría haciendo lo mismo (con un solo balazo en el cuerpo tenía suficiente). Siguió caminando al divisar los primeros destellos del astro contra la laguna y mientras la imagen iba acercándose, pensó que continuaba sin acostumbrarse a que el epicentro de sus paranoias mentales tuviera nombre. Quería pensar que no cambiaba nada, pero en realidad cambiaba mucho. Puede que su propia teoría sobre los nombres tuviera más agujeros de los que había alardeado y las divagaciones hasta el momento no hubieran hecho más que debilitarlo. No obstante, se sentía fuerte cada vez que pensaba que ese pequeño remolino que se hubo puesto en marcha nada más conocerse en el burdel polaco le traería muchos más dolores de cabeza a ella, por el momento. Pues tendría algo más que desmenuzar en su consulta mental, aunque fuera el aparente sinsabor de una forma única de llamar a la otra parte del tablero.

Eso era.

Llegó hasta el borde del agua finalmente y se agachó para ponerse de cuclillas y hundir el puño en la tierra. Le gustaba el tacto del barro, primitivo y balsámico, aunque también reafirmante. En aquel instante, no supo cuál de los tres atributos andaba buscando, tampoco importaba. Observó el lago desde ahí y comprobó con desaliento que de nada habían bastado sus constantes huídas; el reflejo de la luna temblaba a unos metros de él y tan sólo se alegró de que no estuviera lo suficientemente cerca de la orilla como para que Aryel se apareciera justo encima. Sería demasiado masoquismo hasta para ellos.

Entre el distraido tanteo a la tierra, palpó la abrupta aparición de una piedra y tras capturarla viscosamente, se puso de nuevo en pie y la lanzó al agua con una destreza que reunía rabia, desenfreno, serenidad y búsqueda. No era el río Sena, pero confiaba en que su destino fuera tan profundo como para llevárselo todo hasta que el pequeño pedacito de él se ahogara como en todos los amaneceres parisinos.

Aún quedaba para que saliera el sol, de todas formas. Y ahora pasaría a significar muchas más cosas.

¿Tú has pensado en mí alguna vez en estos diez años? –inquirió de repente, sin ni siquiera darse la vuelta. Esperaba que eso le advirtiera de algo a la tipeja acerca de sus reflejos humanos-. Y no creas que lo digo en plan romántico, si has podido percibir algo de mí en este reencuentro, sabrás que eso tampoco calza conmigo.

¿Y era también culpa de ella? Si no lo era, sin duda estaba a punto de serlo.
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Reflejos invisibles [Aryel] Empty Re: Reflejos invisibles [Aryel]

Mensaje por Aryel Miér Ene 23, 2013 11:09 am

¿Cuántos ríos y lagos debiesen haber en esta molesta ciudad como para que acertara? Me resistía a que creer que una especie de destino tirara las cuerdas en favor de la curiosidad de aquel rostro que se resistía también a tener un nombre ¡Bastardo insolente! ¿Quién se creía como para intentar ponerme en jaque con esa actitud suya? Estaba tentando a su suerte solo por un revolcón hace una década, y si su inexperiencia le había dado con que apostar, ahora no parecía tener nada que me interesara lo suficiente como para perder mi tiempo con él. Pero acertó. Y no pude hacer más que observar cómo miraba el lago con ese aire humanamente melancólico, o quizás patéticamente humano.

Tampoco voy a negar que la idea de destrozarle el cuello y lanzarlo a esas mismas aguas que ahora miraba me parecía bastante tentador. Acabar con el problema y dejar de perder el tiempo en nimiedades. Así era como lo había hecho muchas veces, pero por motivos que aún me cuestiono ese humano seguía con vida, no sabía por cuanto más y la verdad es que no me interesaba salvo por el hecho básico en sí.

Estaba vivo. Más bien. Yo lo había dejado vivir en un acto de piedad que no le había mostrado a nadie antes de él y que encontraba correspondencia en esa obsesión que parecía tener hacia esos borrosos recuerdos de Polonia. Me divertía que se hubiese torturado con ello y que a pesar de haberlo provocado no fuera esa mi intención. De hecho ni yo sé qué pretendía. Pero el asunto ahora tenía dos caminos, lo deja escapar de nuevo para que se torturara hasta que el tiempo o alguien más se encargara de acabar con él, o podía hacerlo yo misma. Todo dependía… bueno, no dependía de nada, solo era un capricho.

Me acerqué descuidadamente, pero aun no decidida a decir o hacer nada porque no tenía muchas expectativas de que algo fascinante fuese a pasar esta noche, por eso fue que no me sorprendió en lo absoluto que hubiese comenzado a hablarme, al contrario de sus palabras y su rápida corrección que no hacía más que poner los focos sobre las primeras.

Traté de no reír abiertamente ante lo patético que parecía, sin duda a pesar de los años aún seguía siendo un mocoso con más agallas que cerebro, pero uno con que el que ahora se podía jugar a un nivel superior – Te diré lo que esperas oír – le advertí mientras avanzaba hasta no estar más que a unos cuantos centímetros de su espalda, aprovechando que no era alto en demasía como para no alcanzar a apoyar mi mentón en su hombro, lo hice, apoyando también mi torso que no iba cubierto más que con esa miserable camisa de hombre, la misma de antes, solo que decorada con unas cuantas gotitas rojas de más cerca del cuello.

- Pensé que averiguarías lo necesario en Polonia y que cuando estuvieses listo me buscarías – dije en un tono suave, tan irreal que cualquiera se cuestionaría la veracidad de las palabras a las que rodeaban – Pero ha pasado mucho tiempo, y no sé… si las cosas puedan ser como entonces – agregué al tiempo que deslizaba mi mano al lugar donde debió haber estado la herida de su hombro – Aun así te he esperado ¿Ya no te sentirás tan solo? – terminé para coronar la burla.

Quería verlo molesto, enfadado a rabiar, quizás incluso ello sería mejor que la verdad, hablando para él por supuesto – No tienes por qué intentar parecer desesperanzado o desenfadado – dije cambiando radicalmente la tonalidad de las palabras, haciéndolas volver a salir gélidas, cómo las de antes en aquel callejón – No necesitas fingir conmigo, porque para no estar enamorado has sido tú el primero en sugerirlo

Definitivamente la opción de dejarlo vivo iba ganando terreno, más cuando podía añadirle la verdad por la que seguramente me suplicaría ahora. El solo ver desde una vitrina como de a poco iba volviéndose loco sería pago suficiente por hacerme desperdiciar la noche, porque nada más que eso le esperaba a quien sin saber dejaba que una ridícula coincidencia gobernara sus pasos más importantes. La única pregunta era cuánto podría resistirme a la vil emoción de contárselo.

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Mensaje por Oscar Llobregat Mar Feb 12, 2013 9:05 pm

Sabía que la primera vez, caería. No sabía bien en qué aspecto, pero que caería, como había caído hasta ahora en tantos otros: en el abandono, en la indiferencia, en el olvido, en la monotonía. Y resultaba muy paradójico que pensara eso precisamente de Aryel, que era la primera persona (zorra, loba, vampira, lápiz, sombrero, ya daba igual) que le había impulsado a levantarse.

En mitad del limbo insoportable de su vida, de ese péndulo estropeado que ni su padre ni su tío habían atendido ni una sola vez, su tórrido encuentro con ella logró plantar entre toda la mala tierra un motivo que crecía para asegurarle algo muy importante: su resistencia. Aunque abandonara su país natal y se lanzara a una aventura sin nombre y casi sin emoción, aunque hubiera renunciado a volverla a ver, Oscar no habría encontrado hasta ese día a la misteriosa mujer que lo cambió todo, pero sí había plantado por su propia cuenta otros motivos en esa tierra pútrida de existencia que nada tenían que ver ya con Aryel. Pocos, no iba a mentir, Oscar venía desengañado desde mucho antes de recibir un balazo en el hombro, y sin embargo, suficientes para que aquel fantasma del pasado relajara su ego frente a él. Creer que podría hacerlo caer (porque sabía que la primera vez, caería) tenía sus límites.

No vio aparecer a Aryel sobre el reflejo de la luna en el agua del lago y aun así, él mismo se encargó de imaginar su rostro allí, turbulento y pobremente iluminado, como aquella noche polaca en el burdel. La humedad también estaba presente como chistoso recuerdo, claro que la que hubo presenciado la pérdida de su virginidad fue mucho menos escalofriante que la del clima actual. Venía bien mantener claras algunas de esas diferencias, porque sentía tan potente su inevitable dependencia de la nostalgia que podría haber mandado a la mierda toda su evolución y dignidad (sobre todo su dignidad) al recrear la habitación que le adjudicó Ewa donde estuvo postrado hasta la desidia. Y hasta que la desidia se mezcló con el aroma a carne y descontrol que el cuerpo de la inmortal le sirvió en bandeja. Oscar tal vez llegara a imaginárselo todo igual, poco importaba la enorme cantidad de contrastes que existiera entre la estancia mugrienta de un prostíbulo en Wroclaw y la inquietante vegetación de una laguna en París.

Obviando que el salvaje magnetismo de Aryel apenas tuviera miramientos con él en ninguno de los dos lugares. Oscar no esperaba piedad en muchos sentidos, ésa era una de sus eternas ventajas.

Su rostro se tensó por unos instantes al volver a mantener contacto directo y comprometido con la vampira, irguiendo un poco el cuello como inevitable reacción. Pero incluso en ese aspecto se le notó tranquilo, condenadamente seguro de lo que estaba sintiendo y a lo que se enfrentaba, sin más preámbulo que un súbito carrusel de memorias rechazadas. Resultaba tan predecible que esa fémina quisiera jugar con él que hasta podía descifrar la decepción entre el resto de apelotonadas emociones.

No esperaba oír nada, Aryel, ése es el quid de la cuestión –respondió con sorna, y giró el cuello ligeramente para que sus mejillas quedaran más próximas a sus labios. Tentando a su sed de muerte, no podían perderse las costumbres. La diferencia es que entonces era consciente de su naturaleza suicida-. Espero que todas esas patrañas que acabas de decir te hayan funcionado con otros infelices, porque conmigo no te van a dar mucha diversión.

Se puso en pie otra vez y la miró fijamente, con la misma intensidad que en el callejón. Lo aprovechó para fijarse mejor en su imagen, en los detalles más puntillosos de su físico, ya que su mirada y sus expresiones permanecían en la mente del cortesano desde el reencuentro. Exuberante e irresistible, toda una jodida hembra, nada que no rememorase ya. No obstante, quizá por el cambio de escenario y su iluminación, descubrió que aparentaba una edad mucho mayor que la que le había atribuido momentos antes.

Apenas se alejó de Aryel, de hecho, esperó a que ésta se levantara también para dar un paso adelante y enfrentarla sólo con la certeza de importarle tanto ese momento y no pretender disimularlo.

Aún no sabes cómo me llamo, pero has tenido tiempo suficiente para darte cuenta de que no estoy fingiendo. Esto no es tan simple como el amor, como ese tipo de amor, así que puedes ahorrarte la gracia, de verdad. Apuesta por lo mejor de tu repertorio, anda, que tú tampoco necesitas fingir que eres tan poco original.
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Mensaje por Aryel Lun Abr 29, 2013 3:32 am

¿Por qué insistir a la necedad personificada? Una con una falta de orgullo tan grande que transformaba la carencia en su mejor arma, y que ahora aquí estaba, defendiéndose a duras penas de una verdad innegable pero sin importancia alguna. Supongo también que ya habrá atravesado aquella edad en que todo constituía una novedad, pero ¿Tan mal había sido todo como para abandonarse de este modo a la desesperanza? Porque sí, todo él parecía irradiar la más pura carencia. Tampoco se podría decir que me importara demasiado, pero el hecho de que ahora estuviese entre mis brazos le imprimía un poco vitalidad a la cuestión, casi como si de un cachorro se tratara. Sí. Un pequeño gato que trata de fingirse independiente, pero que en el panorama general no se ha dado cuenta de que depende de las caricias y migajas ajenas. Pobre criatura.

Tan… común como lo es un gato negro, pero al mismo tratando de envolverse en un vano misticismo para resaltar ¿Por qué sino habría mencionado que los viejos trucos no funcionarían con él? Lo que claro, llevaba implícita la desgarradora petición de que lo intentara, de que jugara con él a un nivel superior que el de sus escarceos habituales, y aunque sí, tenía tiempo para malgastar, aun no se había hecho merecedor siquiera de la saliva que gastaba en hablarle.

No iba a molestarme en rebatirle nada ¿Qué sentido tendría destrozar sus débiles argumentos sobre su autosuficiencia y ponerlo más a la defensiva?

Entreabrí los labios con la excusa de dejar salir palabras que nunca lo fueron, solo para empapar mis labios de la cálida vitalidad humana que emanaba de su mejilla, la cual amablemente había acercado hacia mí. Había bebido bastante ya, pero tampoco podía mentir diciendo que no me apetecía volver a por un trago, especialmente uno que había dejado añejando unos cuantos años. Me preguntaba que sabor tendría ¿Alcohol, opio, algo más que hierro? Algo que le hiciese más llevadera la faena, lo que fuese.

Pero aquella posibilidad de averiguarlo se deslizó de mis manos de la misma forma en que su cuerpo se escapaba. Quizás en otra oportunidad, pensé mientras me llevaba la yema del dedo anular a la comisura de mi labio que había quedado más cerca de su mejilla. Me habré entretenido en ello unos cuantos segundos, cuando su mirada escrutiñadora, que parecía rogar por ver más de lo que la poca luz del lugar le permitía, me convenció de levantarme también, plantándome de ese modo brutalmente elegante que me era nato.

¿De verdad iba a seguir con lo mismo? Casi me provocaba el arrancarle aquellos labios, porque hasta sus gritos y llantos tendrían más sentido que aquella súplica por mi atención – El mismo argumento una y otra, y otra, y otra vez… - susurré casi para mí, al tiempo que acercaba mi índice a sus labios como signo de que esperaba que ahora se callara – Te gusta demasiado llevar tus psicoanálisis al extremo, así que te daré algo en qué pensar – dije bajando a su camisa la mano que había acercado a él, para reacomodarla apropiadamente - ¿Por qué crees que no me he molestado en preguntar tu nombre? – agregué distraídamente mientras llevaba también la otra mano para deshacer las arrugas que quedaban en sus hombros, hasta que por fin me vi satisfecha con el resultado – Y… ¿Por qué siquiera debería apostar algo en ti? Te daré unos momentos para que lo pienses – le concedí antes de darme una media vuelta y comenzar a caminar por la rivera del lago, esperando que el sujeto tuviese la ocurrencia de seguirme.

¿Eso último había sido un poco cruel de mi parte? La verdad es que no entendía por qué trataba de poner tanta delicadeza en el trato que tenía hacia él, o siquiera por qué trataba con él en lugar mi tiempo en actividades más valiosas, pero el punto era que le había dado la última chance de retenerme por unos instantes más, aunque tampoco era para vanagloriarme, pero al parecer estaba revolviendo tanto en su consciencia que lo que saliera de su boca de ahora en adelante podría tener algún resultado interesante.

- La gente de hoy en día se aferra desesperadamente a la idea de la novedad – dije ignorándolo, ya que elucubraba una idea que había tomado de su concepto de mi originalidad – Y no se dan cuenta de que todo se ha hecho antes, quizás de manera más rústica, pero no hay nada nuevo en este mundo – agregué mientras seguía caminando a un paso lento que estimulaba la imagen de que estaba dándole una lección casi socrática – Aquel insulto sobre mi poca originalidad no es más la mentalidad que devalúa la belleza de las cosas clásicas – me detuve para dejar salir una leve carcajada – Así que lo lamento por ti, pero no voy a cambiar mi menú solo porque a un cliente se le ha antojado comer diferente hoy – finalicé al tiempo que me detuve para darle la oportunidad de redimir lo tautológica de su charla de antes. A ver cómo me sorprenderás, pequeño gato.

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Mensaje por Oscar Llobregat Vie Ago 23, 2013 8:22 pm

La sonrisa de Aryel era tal cual la había estado recordando todo ese tiempo, todos esos años. Porque, muy contrarias al efecto protector de un fuerte impacto próximo al trauma, algunas zonas de su mente habían mantenido viva la intensidad de su memoria. No necesariamente su rostro ni lo que era su físico, pero sí la sensación de su encuentro, lo que la presencia de aquella misteriosa mujer había dejado en él, y es que el mayor recuerdo de todos también estaba en su propia vida, en que todavía siguiera respirando y moviéndose por el mundo unos tres mil seiscientos cincuenta días después de aquella noche en el burdel de Ewa.

Y ahí la volvía a tener, esa sonrisa pérfida y atemporal que se había abierto paso entre el espacio y las patologías, esa sonrisa de vuelta de todo y con ganas de no tener ganas, de saber que aunque no se empleara a fondo, le tenía comiendo de la palma de la mano. Y sí, durante aquellas horas pudo observar de ese modo a Oscar, su lengua ardió contra cada centímetro de la muñeca de Aryel y sus dientes prácticamente se la arrancaron de cuajo, alimentándose de sus dedos, pero ahora había una diferencia. Muchas diferencias, en realidad. Ya había dejado de buscar respuestas, de querer conocer sus intenciones; de necesitarla. Lo de antes en los callejones había sido un momento de debilidad, inevitable y comprensible. Ahora quizá fuera un jodido masoca de cojones, pero no era un cobarde. Ni un pobre desvalido. Llevaba desde el día en que nació sacándose las castañas del fuego solito, y a pesar de lo mucho que Aryel le había cambiado, ese aspecto permanecería igual. La simpática vampira no se daría cuenta ni aunque el otro le gritara tan fuerte como en el callejón.

'El mismo argumento una y otra, y otra, y otra vez…'

Y allí estaba, la saltimbanqui, la trotamundos, la veterana de la tierra y los entes que la poblaban en sus distintas formas, quejándose de que con el cortesano todo era lo mismo. Ella, que tan poco sabía de él, pero sí de los giros argumentales más drásticos porque se encargaba de originarlos para después desaparecer. Y reaparecer, retozada con la más vulgar de las casualidades. Sin duda alguna, aquella hembra podía volver loco a cualquiera, y no precisamente a lomos de la lírica de los romances. A sus ojos y en sus labios, se tornarían vomitivos y degradantes. Oscar no les culparía, para caer rendido a los pies de una víbora de aquel exagerado calibre había que ser consciente de que por muy deliciosa que fuera la adicción, provenía de un potentísimo veneno. Un veneno que iba desde sus pechos hasta sus palabras y después descansaba en su sonrisa. Otra vez esa sonrisa. El riesgo iba servido en ella.

No dijo nada para replicarle, mucho menos tras sentir el roce de su dedo índice sellando su boca, un gesto tan terrenal como se veía 'forzada' a ser siempre, pero tampoco cuando la criatura de los sueños polacos que aún le atormentaban se puso a caminar por la orilla de la laguna, de repente en una actitud que en aquellas circunstancias se hacía onírica e, incluso, majestuosa. Una forma muy bonita de mostrarse a los demás mientras se empeñaba en seguir tachándolo todo de patético y desaborido.  

Pues para hablar del mundo con tanto conocimiento y experiencia, está visto que de verdad te aburre tantísimo como para no ser capaz de recordar ni tus propias palabras –habló finalmente, en tanto permanecía caminando a su lado y arqueaba una de sus cejas-. Hace apenas un rato, en los callejones, resulta que me preguntaste por mi nombre, y yo me negué y me he negado a decírtelo. ¿Apostar algo en mí? Eso tú sabrás, es obvio que por mi parte he desistido que reconozcas algo de lo que guardas con tanto recelo y mofa en esa cabeza milenaria. Pero el caso es que aquí seguimos, después de diez años, y empiezo a conocer cosas de ti sin necesidad de que me las expliques como si dieras un sermón socrático a tus peripatéticos alumnos: sientes curiosidad por mí y el por qué no has cumplido con tu estela natural y todavía no has acabado con mi vida. Y eso te molesta. Y más te molesta aún estar dispuesta a averiguarlo, aunque sea acompañada de esa desgana tan autosuficiente que te hace así de letal. Estoy impresionado, de verdad, cualquier cosa que hubieras hecho o dicho, me habría dejado alucinado, a eso añádele que no seas humana. Pero por esta noche, puedes dejarlo. Me importa un bledo si hablamos o no de 'originalidad'. Juzga tú si lo de estos instantes es diferente o no a lo que sueles hacer a lo largo de los siglos con tus ¿presas? O algo así.

El muchacho dejó de mirarla y adelantó sus pasos en aquel balsámico paseo, fijando sus ojos de nuevo en la luna que seguía mirándose en el reflejo de la laguna, coqueta e indiferente. Casi sin darse cuenta, Oscar empezó a introducir sus pasos en el agua y volvió a hacerse con otra piedra, esa vez cerrando fuertemente el puño para llenarse la piel de frescor y barro y manteniéndola así unos instantes. Como si de repente, quisiera recoger fuerzas de todos los simbolismos de su tierra natal y volverlos a su favor por primera vez desde que la había abandonado. Seguía en pie, a pesar de todo. Nunca creyó que pensaría eso mientras rememoraba su pasado, pero así era. Y la piedra recorrería un buen tramo antes de chapotear con fuerza, como el rugido de una fiera de la noche.

Si Aryel le subestimaba, por lo menos subestimaba con mucha, mucha equivocación. Regalito por desempapelar para sus miles de años de edad.
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Mensaje por Aryel Dom Nov 03, 2013 2:59 am

Sus vacías palabras retumbaban en mis oídos, no en el buen sentido, aunque tampoco en el malo. Era como escuchar los desvaríos de un moribundo o el lloriqueo de un infante, sí, se asemejaba más a esto segundo ¿De verdad esperaba que le pusiera atención a esa sarta de palabras con las que trataba de defender lo que quedaba de su dignidad? Tampoco es que le debiese nada como para tener que hacerlo, sobretodo porque ni siquiera era la respuesta a la pregunta que le había hecho antes.

Era gracioso ¿De verdad le había preguntado su nombre antes? Era un hecho tan insignificante que no merecía ocupar el más mínimo espacio en mi memoria, es más ¿Para qué habría de preguntárselo si con verle a los ojos podría averiguarlo sin más? Definitivamente el “muchacho” tenía un problema, que de cierto modo tenía que ver conmigo, así que no podía evitar pensar que el haberlo asesinado, como era costumbre, nos habría aliviado molestias a ambos.

Aunque de todos modos debo reconocer que él tenía un punto, porque no sabía exactamente porque no había acabado con él, pero de ahí a llamarlo “sentir curiosidad”, era un océano de diferencia. Decidí no responderle a esas ideas suyas, porque era evidente que pese a que rebatiera con el más lógico y honesto de los fundamentos, nada podría sacarlo de esa enfermiza necedad suya que era tan típica de los humanos, que divinizaban o demonizaban a diestra y siniestra las cosas que a cuyo entendimiento no podían llegar.

Le observé dar aquellos pequeños chapoteos en al agua a medida que se introducía en la laguna, aun sin decir nada, esperando que recupera el aire, y algo de cordura, luego de aquel discurso que intentó restregar en mi cara.

Las luces de la ciudad se reflejaban odiosas sobre el agua, titilando a modo de burla frente a los desgraciados que intentasen contarlas infructuosamente, pero aun así eran hermosas, simples y hermosas. Era quizás un escenario demasiado privilegiado para una conversación tan mundana, o al menos así era para mí, porque el decirle la verdad sobre la génesis de los acontecimientos que lo llevaron a encontrarse conmigo en este lugar después de tantos años no era más que un acto de caridad.

- Es hilarante que hayas llegado a tales conclusiones – dije con algo de sorna mientras me desabotonaba los tristes botones de la camisa, cuyo cuello se encontraba manchado con sangre a medio secar, para luego quitármela y llevarla al agua – Pero de todos modos lo entiendo, esa imperiosa necesidad por darle sentido a los hechos trascendentes – agregué mientras veía satisfecha como la sangre no se había adherido por completo y con facilidad se había disuelto en el agua – Es verdad que tiendo a matar y largarme, pero el hecho de que estés vivo y de que signifique algo para ti, no quiere decir que haya sido importante para mí – agregué mientras volvía a poner la camisa empapada en su lugar, la que al instante se pegó a mi piel – Es como si un cazador matara a un animal frente a sus cachorros. Los cachorros sentirían miedo, odio quizás ¿Pero el cazador? Para él no serían más que gajes del oficio, sin mayor importancia porque está a un nivel diferente – le ilustré mientras observaba aquella piedra que tras unos cuantos rebotes acabó por hundirse en el agua. Un juego simpático sin duda.

Busqué en la orilla una roca que calzara apropiadamente en la palma de mi mano, y caminé hasta donde el cortesano se encontraba – Todo aquello que piensas, que da vueltas en tu cabeza una y otra vez, no es más que producto de una eventualidad, una mera coincidencia a la que quisieras llamar destino – dije al tiempo en que haciendo gala de la extraordinaria fuerza que poseía, trituré la piedra que había recogido para dejar caer los trozos a los pies del cortesano – Lo cierto es que ni siquiera sé por qué sigues vivo, no porque yo te haya dejado vivir, sino porque de verdad tenía presupuestado que no sobrevivieras la noche – dije con la misma voz gélida de siempre – Quizás tuviste suerte, quizás por descendencia eres algo más resistente, o quizás una de las putas de Ewa te dio de su sangre. Quizás, quizás, quizás – agregué mientras me daba media vuelta.

Si aquello le destruía o no, estaba fuera de la finalidad que buscaba. Solo quería ponerle fin al circo de una vez por todas, porque tenía asuntos más serios que atender. Por lo que comencé a caminar fuera del agua, dispuesta a volver a la cacería antes de que el amanecer se hiciera presente y dejarle escapar con vida una vez más. Todo a cambio de aquella mentira con la que me guardaría para siempre unos motivos que aún no alcanzaba a dimensionar del todo.

Aryel
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