Evasión (Yohann)

La rutina se hacía pesada y miserable como sólo aquella monotonía de los interminables días podía llegar a ser, aunque técnicamente lo que yo vivía no eran días, sino noches continuas, sucesiones interminables de cielos estrellados y paisajes donde la luna y las estrellas plasmados con grácil artesanía sobre el cielo oscuro propio de la lejanía de aquel maravilloso astro, el sol, sustituían a los cielos azules claro o tal vez oscuro, con la luz clara propia del día. A veces echaba de menos la visión de la luz del sol, el poder ver un amanecer en vez de tener que esperar hasta el anochecer para estar atada a la noche eterna en cuyos brazos ahora vivía. Los recordaba vagamente de cuando todavía era humana, lo que me parecía que era tanto tiempo atrás y, de hecho, lo era. Más de un milenio y medio de existencia como vampiresa a veces traen momentos como estos, en los que no me apetece nada excepto simplemente pensar y anhelar, aunque sea como un sueño inalcanzable, el volver a ser humana, tan sólo por un día. De sobra es sabido que no se puede cambiar el ritmo de la naturaleza, e ir contra natura nunca ha sido uno de mis fuertes, al menos cuando sé que no me va a llevar a ninguna parte.

Para salir de esa monotonía que amenazaba con poder conmigo y con mis habituales ganas de buscar algo diferente, decidí que lo mejor sería salir de mi hogar, más pronto de lo que acostumbraba pero no lo suficiente como para que el sol me llegara a molestar en exceso o incluso hacerme daño. Me reconfortó poder ver las últimas brumas del anochecer, y entonces fui directa a saciar mi sed. Una vez solucionado aquel pequeño inconveniente, propio de mi naturaleza e invariable a pesar de los años, salí a pasear por las calles de París. Seguían poseyendo aquel aura mágica que tanto me atrajo la primera vez que había venido, y era tan fácil perderse por ellas...que acabé haciéndolo, literalmente. Me conocía la ciudad bastante bien, pero no lo suficiente como para que algunas zonas por las que no había estado nunca fueran, para mí, un auténtico misterio. Mis pasos errabundos me terminaron por llevar a una plaza, cuyo nombre, según pude leer, era Tertre. Con una hermosa vista de la ciudad, que bullía de vida bajo el cielo nocturno, me senté en un banco simplemente a contemplar la hermosa escena, dejando mi mente vagar.

Me despierto un tanto exaltado, intentando comprender lo que acaba de ocurrir. Por primera vez en los últimos 2 años, en mis sueños no han aparecido mujeres mutiladas, y posteriormente, asesinadas. En esta ocasión el protagonista de los sueños ha sido mi yo de hace unos 15 años plantado frente a un espejo de cuerpo entero. Tras unos minutos de única y exclusiva observación sin ningún tipo de movimiento, la imagen del niño en el espejo comenzó a moverse por si misma. Lo sorprendente de la situación era que sus gestos denotaban que el reflejo, quería salir de su encierro para asesinar a su dueño. Sentí el impulso de ir a rescatar al niño, pero algo me lo impidió, llevándome a una frustración de que finalmente me hizo despertar.

La razón por la que hoy he estado durmiendo todo el día es simple, mi cuerpo está saturado debido a los numerosos ataques de licántropos y vampiros en un corto espacio de tiempo. Soy consciente que desde siempre ha habido algo dentro de mi capaz de atraer a estos seres sobrenaturales, pero en mi estado actual, cada vez es más problemático sobrevivir a sus acosos. Una vez finalizado mi periodo de reflexión, me levanto de la cama y me visto con una camiseta de lino de color blanco, unos pantalones negros bastante desgastados y unas botas de cazador color marrón. Parece contradictorio querer evitar a estos seres y salir en el momento del día en el que más activos están, la noche, pero necesitaba dar un paseo para aclarar mis ideas. Decido caminar por una zona de la ciudad nueva, lejos del hotel en el que me hospedo. El caminar me conduce a una plaza de bastante belleza, y desde la cual, se puede tener una visión bastante útil de varias calles parisinas. Mientras camino por la plaza no puedo evitar observar a una mujer pelirroja que brilla con luz propia en el contexto de la noche. Sentada en un banco, da la impresión de ser la reina de todo lo que la rodea. Sólo hay una raza capaz de tener tal poder sobre la atmósfera de los lugares, y esa no es otra que los vampiros. No puedo negar que me siento atraído ante la posibilidad de mantener una conversación con ella, pero por contra, se que pongo en riesgo mi vida si lo hago. Como suele ser normal en mi, no hago caso a las precauciones que intenta infundirme la razón y me acerco a la vampiresa, la cual estoy seguro, de que se ha percatado de que la estoy observando. Sin ningún ápice de duda me siento a su lado en el banco e intento entablar una conversación.

-Parece que la noche ha decidido otorgarme la posibilidad de poder disfrutar de la compañía de una estrella que desprende un brillo capaz de nublar las mentes de los mortales-Me giro levemente hacía ella inclinándome en el banco-. Soy Yohann Moreau, encantado.

Los recuerdos y pensamientos se mezclaban con las confusas impresiones que me llegaban de la ciudad nocturna en la que ahora me encontraba. Podía ver con claridad casi hiriente escenas de mi pasado, ya no sólo como vampiresa sino también como humano. Una de ellas, en particular, captó mi atención como ninguna otra podría. Era un recuerdo de un hermoso amanecer, de cuando me habían arrancado de mi hogar en la antigua Britannia y me habían llevado a la magnífica y decadente Roma. La noche de mi traslado no pude pegar ojo, y al llegar a la caput mundi, la capital del Imperio, considerada como una simple esclava bárbara más, no había podido evitar sobrecogerme ante las maravillas de aquel nuevo lugar que se abría ante mis ojos. Tal impresión me había causado que aún ahora, más de un milenio después, seguía recordando a la perfección aquel amanecer que supondría el inicio del fin para mí, y también cada mísero detalle que en aquella ciudad pasaban por alto, pero que a mí, como buena extranjera, me llamaban la atención. Aquellas hermosas imágenes, recuerdos de tiempos mejores y peores a partes iguales, lograban que mi atención estuviera muy disipada de la realidad que me rodeaba. Hasta que sacudí la cabeza, en un vano intento por evitar ponerme melancólica. Apenas sentía sed ya, y lo que restaba de noche no quería malgastarlo en rememorar momentos que nunca volverían.

Me envolví un momento en mi suave capa, la primera que había podido encontrar, como si aquello pudiera recordarme qué era el frío o lo que se sentía cuando se era humano. Qué maldita ilusa si en el fondo lo creía, pero aún así ese gesto bastó para romper mi antinatural hieratismo, mantenido hasta entonces, y que así algunas de las personas de la plaza no sospecharan que quien se encontraba frente a ellos no era alguien humano, sino más bien el natural predador de aquella clase de seres. La mayoría de los humanos que había en aquella plaza a aquellas horas apartaron su vista de mí, con confianza inducida por mi pequeño teatro. No necesitaba moverme con tanta frecuencia como lo hacían los humanos, pero aún así bastaba hacer movimientos suaves de vez en cuando para que se olvidaran de sus iniciales sospechas. No todos lo hicieron, sin embargo, ya que por el rabillo del ojo vi que un chico joven, de aspecto desaliñado, no me quitaba la vista de encima. Algo me decía que sabía qué clase de criatura se encontraba frente a él, y lo que más me sorprendió fue que, en vez de seguir el instinto natural y salir corriendo en dirección contraria, se acercara a mí y se sentara a mi lado en aquel banco. Aquella criatura me intrigaba, ciertamente, porque había sido capaz de ignorar muchas cosas para acercarse a mí.

Sus palabras, tildándome la categoría de estrella, confirmaron que sabía que no era una mortal como él o cualquiera de las personas que paseaban por la plaza, cada vez menos por la avanzada hora de la noche que comenzaba a ser. Y eso que apenas hacía tiempo que había anochecido, pero la sociedad y sus normas del decoro son claras en ese aspecto: no se debe salir a ciertas horas de la noche si se quiere mantener una cierta reputación. Sin embargo allí estábamos, ambos sentados en un banco de una plaza de la ciudad más hermosa de Francia. Bendito destino. Se inclinó en el banco y se ganó toda mi atención, logrando que posara mi mirada en la suya. Verdaderamente interesante. - Un placer, Yohann. Mi nombre es Amanda. Mi apellido era Smith, pero por razones de mi origen, ya que en realidad para mí misma era solamente Amanda. - ¿A qué razón debo agradecer la compañía de esta noche, monsieur Moreau? No es una buena noche para andar solo por ahí. - dije, mirándole con curiosidad. Él sabía lo que era y por tanto no necesitaba saber que yo sabía defenderme sola, más bien porque era algo obvio. Pero ni siquiera para un hombre la noche parisina estaba exenta de peligro, y algo me decía que ocultaba más secretos que los que su aspecto podía llegar a sugerir.

No puedo evitar volver a quedarme prendado de su belleza, en esta ocasión debido a la cercanía de nuestros rostros. A estas distancias tan escasas es harto complicado no rendirse ante los atributos y la atrayente presencia de un inmortal. La mayoría de los humanos, sobretodo si no están acostumbrados, se entregan a sus depredadores sin ningún tipo de oposición y sin necesidad de que medie coacción alguna. De hecho yo mismo sufrí en mis propias carnes el magnetismo ineludible de una inmortal. Fue en Caen, y en aquel momento, yo ya conocía la existencia de vampiros y licántropos pero nunca me había encontrado con ninguno. Mientras caminaba por las calles vi al ser más bello que mis ojos habían contemplado a lo largo de toda su existencia. En ese momento pagué caro mi error, cuando percibí que era un vampiro, me puse nervioso e intenté huir, situación que incitó a la vampiresa a atacarme. Conseguí escapar gracias a una ilusión, pero no sin haber estado muy cerca de la muerte.

Por alguna razón, esta situación me recuerda a aquella que fue mi primera experiencia con un ser sobrenatural. La belleza de esta vampiresa es diferente a la de las otras vampiresas que me he encontrado en Francia, sin duda es de origen extranjero. Haciendo gala de un control sobre mis nervios fuera de la común respondo a su pregunta.

-Siempre resulta placentero dar un paseo nocturno para que uno aclare sus ideas. París es muy bella por las noches, aunque supongo que usted ya lo sabe porque por lo que parece tiene costumbres parecidas a las mías-Retiro la mirada del rostro de Amanda(no sin dificultad), y miro al cielo estrellado-. Lo que si la recomendaría es que no caminase sola por estas peligrosas calles, muchos depredadores acechan en las sombras, y más a una mujer de su belleza.

Su rostro estaba cerca, muy cerca. No cualquier mortal, conocedor de mi pequeño secreto, además, habría osado acercarse tanto, pero algo en él se me antojaba diferente al resto de personas que, o bien me servían como cena o bien convivían conmigo en aquel ambiente rígido y prohibitivo que la sociedad decimonónica era para cualquiera que osara vivir en ella. No, sin duda algo en él resultaba distinto e indudablemente atrayente a lo que estaba acostumbrada a encontrarme en esa ciudad desde que había vuelto a venir a ella tras mi breve pero intensa estancia en mi natal Inglaterra. Echaba de menos a aquellas personas que, como él, brillaban con luz propia frente a las que simplemente se limitaban a seguir a la multitud o a las modas como meros entes sin capacidad de pensamiento propia. Siempre me había sentido atraída por ellos, por su diferencia con el resto de los mortales. Y casi nunca osaba acabar con su vida porque me parecían demasiado interesantes, así que Yohann podía considerarse a salvo, a menos que se me fuera la cabeza o el hambre atacara en el momento menos pensado, que conociéndome podía ser cualquiera. De momento su vida no corría peligro, y eso era lo importante.

Sentía sus nervios al dirigirse a mí, o como mínimo al estar a mi lado, y al menos eso me resultaba comprensible teniendo en cuenta las circunstancias, frente a su aparente falta de instinto anterior que le había hecho acercarse a mí. Una muestra de sentido común de vez en cuando nunca viene excesivamente mal, la verdad. Me dijo que era agradable dar un paseo por la noche y, sobre todo, muy útil para aclararse las ideas, y no pude estar más de acuerdo con él, aunque mis ideas no estuvieran demasiado esclarecidas gracias a mi pequeño paseo. Desvió su mirada de mí y se puso a mirar el cielo estrellado, aunque no por ello logró que desviara mi mirada de él. Seguía sintiendo que había algo en él que no era como el resto de personas, como si su olor no fuera completamente humano. Siendo vampiresa, mi olfato era algo de lo que podía fiarme bastante, casi más que de mi vista o mis otros sentidos, y la verdad era que sentía bastante curiosidad por resolver aquel pequeño misterio. Su recomendación de que no caminara sola por las calles me hizo sonreír, y si no me eché a reír fue por educación, nada más. - Creo que dadas las circunstancias, esos depredadores harían mejor en temerme a mí que yo en temerle a ellos, monsieur Moreau. De todas formas lo que me sorprende es que usted no se sienta amenazado ante la presencia de aquellos cuando pueden estar más cerca de lo que imagina, tal vez ante sus mismísimas narices. - comenté con inocencia, aunque en el fondo mi advertencia no dejaba de ser cierta. Sin duda, por el momento yo era lo más peligroso que podía haber para él en un futuro cercano, y su falta de miedo era algo que me intrigaba, en cierto modo. No dudaba que tuviera sus propios trucos ocultos bajo la manga, pero aún así... No sé, era curioso. Y todo lo curioso me resultaba divertido, ergo ponía mi atención en ello. por consiguiente Yohann tenía ahora mi completa atención puesta en él, fuera para bien o para mal.

Lo que más me fascina de los inmortales es la fragilidad que demuestran cuando se topan con algo que no entienden. Creen que son conocedores de todo por haber vivido durante siglos, pero lo que no comprenden es que los humanos tienen algo que ellos nunca tendrán, la libertad que solo la muerte es capaz de otorgar. No es lo mismo vivir sabiendo que no vas a morir nunca si así lo deseas, que hacerlo sabiendo que el día de mañana puedes fallecer. Lo lógico sería existir temeroso por culpa de la extensa sombra de la muerte, pero en mi caso, no tengo nada que me lleve a tener ese temor. Soy el ser más libre que jamás pueda existir, un brujo liberado por la propia muerte. Me acerco hacía ella y pongo mi rostro a escasos centímetros del suyo ,sin mostrar ni un ápice de nerviosismo.

-Yo jamás podría asustarme de una vampiresa tan bella como tú.

Y por mucho que su instinto pudiera decirle lo contrario o avisarle a voices de que yo podía ser peligrosa no se alejaba de mi lado, sino que encima parecía disfrutar tentando a la suerte, o más bien tentándome a mí, que para el caso aquella noche era más o menos lo mismo. No eran muchas las personas que ponían su vida tan en riesgo, y tampoco los seres humanos que pensaban que estaban seguros frente a alguien que podía acabar con sus vidas en apenas un segundo, según el hambre que tuviera. Tal vez incluso en menos tiempo, pero aún así podía ser más o menos rápida para matar sobre todo según las ganas que le tuviera a la persona en cuestión. Y como a él no me apetecía matarle, sino que más bien lo que sentía se acercaba tanto a la curiosidad que ese mismo sentimiento me impedía herirle, al menos de momento, podía estar más o menos seguro.

Esa seguridad breve y quebradiza que me suponía estaba en un equilibrio precario precisamente por lo mismo por lo que ese sentimiento de curiosidad había nacido: su cercanía. Sí, podía haber "cenado" ya, pero el olor de su sangre resultaba increíblemente atrayente, hasta un punto que me resultaba difícil pensar en otra cosa. Por mucho que quisiera no matarle me lo estaba poniendo muy difícil. Y sus palabras, diciendo que nunca podría asustarse de una vampiresa tan bella como yo, me hicieron esbozar una sonrisa. - Precisamente por ser tan bella, como dices, es la razón por la que más deberías temerme. - le avisé, con voz suave. Un instante después, aprovechando la cercanía que existía entre nosotros, mis colmillos se encontraban en su cuello, aunque sólo rozándole sin llegar a hacerle ninguna herida. Por suerte para él, porque sólo con oler su sangre ya podía considerarse muerto. Me volví a separar de él y oculté los colmillos, riéndome suavemente. No, no quería probar su sangre, le quitaría toda la diversión al asunto. - Tienes suerte: ya he cenado. - le dije, encogiéndome de hombros y de nuevo a una distancia prudencial de él para que la tentación no volviera a mí con demasiada fuerza, la suficiente como para morderle de verdad.

-Dudo que pudieras alimentarme de mi sin mi permiso, vampiresa.

Soy totalmente consciente de que nuevamente me juego la vida, pero me gusta rozar el límite de la muerte, siempre lo hago. Me levanto del banco y ofrezco mi brazo derecho a Amanda.

-Pero sin duda lo que si estoy dispuesto a ofrecerte es dar un paseo por la bella París.

Esbozo una sonrisa a sabiendas de que estoy retando a la propia muerte. No tengo nada que perder a estas alturas de mi existencia. Hace años decidí que actuaría siempre sin tener en cuenta las consecuencias, y en esta ocasión, no iba a ser diferente.

Él dudaba que pudiera alimentarme de él sin mi permiso, y yo hasta cierto punto también lo hacía. No tenía por costumbre beber la sangre de nadie sin haberle convencido con mis habilidades antes, así que siempre podía decirse que era lo que más querían que les hiciera, a pesar de haber sido yo misma la que había puesto ese anhelo en ellos a través de las palabras adecuadas y los gestos precisos para que cayeran en mi trampa. Pero aún así si el hambre era demasiado notable como para permitirme pensar con claridad, no dudaba ni por un instante de que fuera capaz de matarle a sangre fría, por mucho que él me parecía capaz de defenderse de alguien como yo. ¿Qué era, aquel chico? Un humano común no, eso era casi imposible porque sabía demasiado acerca de mi raza y porque alguien así no se mostraría tan confiado acerca de su propia seguridad. No, sería otra cosa. ¿Tal vez un humano con poderes mágicos? Bueno, todo puede ser en este mundo, y eso no me extrañaría porque no sería el primero que había visto, aunque sí con el que más rato he aguantado hablando. No todos eran tan agradables como Yohann.

Se levantó del banco y me ofreció su brazo derecho, con lo que se ganó una mirada curiosa por mi parte. Mi curiosidad, sin embargo, pronto se vio satisfecha por sus palabras, ofreciéndome un paseo nocturno particular por la ciudad de París que no dudé en aceptar. Me levanté de donde estaba sentada y acepté su brazo, poniéndome a su lado. Con este contacto permitido por su parte, podía darme cuenta de la calidez de su piel, aún bajo la ropa que nos cubría a ambos. Su olor también me resultaba embriagador, pero dado que no tenía sed de momento seguía sin correr peligro de ningún tipo. Sólo basta que mi sed esté apaciguada para que yo me pueda comportar de una manera civilizada. - Me encantará pasear contigo. - acepté, con una media sonrisa divertida, y nos pusimos a caminar lentamente por las calles nocturnas de aquella hermosa ciudad, que tenía a tantos mortales e inmortales subyugados bajo su particular hechizo.

Sinceramente tengo mis dudas sobre si la vampiresa va a aceptar mi oferta o por si al contrario va a optar por descuartizarme en esta misma plaza. Por suerte parece bastante interesada en seguir indagando acerca de mi persona por lo que comenzamos el paseo por las calles que rodean la plaza. Pese a que estoy muy agradecido de disfrutar de su compañía, me sorprende que una vampiresa se muestre tan propensa a caminar con un humano. Me siento intrigado por saber que tipo de persona fue en vida, ya que sin duda sus experiencias pasadas deben de influir bastante en ese sentido. Aunque si algo se de los vampiros es que se muestran muy reservados en cuanto a lo que fueron como humanos.

-Y dígame Amanda, ¿a qué se dedica un ser de su categoría? a parte de asesinar y alimentarse de humanos claro...

Para conocer su trasfondo humano debo sumergirme en su naturaleza vampírica.

Nuestros pasos resonaban en el silencio que envolvía las calles que rodeaban aquella pequeña plazoleta en la que habíamos estado hasta el momento de su sugerencia de irnos de allí y ponernos a pasear por París. Bueno, al menos sus pasos lo hacían, porque los míos prácticamente no arrancaban ningún sonido natural en la espectral noche en la que tantas cosas estaban sucediendo. Sin duda, cuando me había levantado de mi pequeño sueño diurno y había decidido salir a la calle para hacer lo propio de mi naturaleza: alimentarme, no había contado con que tal vez iba a lograr conocer a alguien con quien podía romper la monotonía de todas las noches de mi existencia. Me gustaban las sorpresas inesperadas, la verdad, y por suerte me tomaba bien cualquier plan que pudiera ayudarme a romper con la rutina.

Su pregunta, sin embargo, no fue algo que estuviera esperando y me gustara, como tendría que haber sido dado que era sorprendente. ¿Qué podía decir al respecto? Tendía a ser reservada cuando se trataba de mi pasado, no sólo por mi naturaleza vampírica sino también por mi propia personalidad. Mis breves años de vida como humana, siendo escalava, me habían enseñado que lo mejor para sobrevivir sin tener inconvenientes demasiado grave es mantener la boca cerrada y no soltar prenda acerca de nada que se pueda usar contra tí, y esa misma regla era una de las que había regido mi vida como inmortal. Hasta entonces me había ido muy bien acatándola, y tenía cierta reticencia a romperla precisamente ahora, aunque algo en él me impulsaba a contarle, aunque fuera, una mínima parte de mi propia vida privada. No profundizaría demasiado y todo solucionado. - ¿Aparte de alimentarme, dice? Pues me limito a vivir, yendo a fiestas, acudiendo a reuniones sociales... Lo típico de la época en la que estábamos, vaya. - Y de vez en cuando doy clases en el College de France. Lo hacía más bien poco, pero aún así me dedicaba a ello alguna vez. Era profesora de latín y griego, lenguas que me había tocado hablar y aprender en mi vida humana y que nunca había llegado a olvidar del todo. - ¿Y usted a qué se dedica, monsieur Moreau? Aparte de a conversar con vampiresas en medio de la noche, claro está. - le pregunté, con expresión divertida.

La problemática de estar cerca de un vampiro radica más en el hecho de poder mantenerse a escasa distancia de él, o de ella en este caso, que en el propio acercamiento. Cierto es, que en el proceso de poder disfrutar de su compañía se puede morir, pero cuando ya estás a su lado, se abre otro abanico de posibilidades muy diferentes. Los vampiros son unos seres que anhelan lo que no tienen, y eso que les falta lo tienen lo que ellos una vez fueron, los humanos. Pero volviendo a las complicaciones que supone estar cerca de un vampiro es que con su mera presencia te va atrapando, poco a poco. Lo que desprenden es una especie de embrujo innato que los seres de su categoría producen de forma incontrolable e imperceptible para los de su raza. Podría generarse un interesante debate respecto a este tema, ¿Qué es preferible, morir o ser un esclavo de por vida? Yo diría que lo primero.

No quiere mostrar ningún tipo de apertura a un mortal como yo, es lo lógico. La vampiresa aprovecha el más mínimo instante para intentar tomar el control de la situación, y me hace la misma pregunta.

-Llevo 10 años viajando por toda Francia, buscando aventuras por así decirlo. Me encanta afrontar cualquier situación por muy problemática que sea, sin considerar nunca las consecuencias. Definiría como milagro el hecho de que ahora mismo yo esté aquí junto a usted, Amanda. También toco el violín, o por lo menos lo intento, es lo que uso para ganarme la vida.

Intento no mirarla a los ojos para que su hechizo no me atrape, pero me mantengo cercano para que no crea que no disfruto de su compañia.

-Una pregunta señorita Amanda, ¿qué intenciones tiene acompañando a un humano como yo? Porque sinceramente, no comprendo porque un ser de su entidad se digna a acompañar a un humilde violinista como yo.

El ambiente entre nosotros no era algo que pudiera definirse con una simple palabra, como agradable, opresor, o cualquier otro adjetivo que se me pueda llegar a ocurrir. Era algo diferente, mezcla de demasiadas cosas como para poder considerarlo sólo una. Por un lado estaba la inevitable curiosidad que por mi parte sentía, curiosidad que era lo que estaba logrando mantenerle con vida (también lo hacía el hecho de que no me había hecho nada y que, además, me caía bien). También estaba la innegable atracción que existía entre nosotros, en mí propiciada por el hecho de que, como un depredador, mi presa lograba capturar mi atención con su aspecto y su aroma, haciéndome difícil resistir el impulso cazador que anidaba dentro de mí; en él, propiciado por el hecho de que está dentro de la naturaleza vampírica atraer a los humanos, y él no parecía ser una excepción. Comodidad, o al menos lo fácil que resultaba entablar una conversación con él, era otra de las palabras para definirlo, pero había también mil más, como peligro, simpatía, interés...

Me explicó que había pasado 10 años de su vida viajando por Francia, y aquello me hizo sonreír. Espíritu aventurero, eso era algo que también me gustaba en una persona, y en él parecía estar muy presente. Y el hecho de que tocara el violín...Simplemente podía considerarse conmigo como un millón de puntos a su favor, pues la melodía de los violines era algo que me volvía loca. El refrán "la música amansa a las fieras" podía aplicarse sin reparos a mí cuando alguien tocaba el violín y yo tenía la maravillosa ocasión de escucharlo, pues estaba enamorada del sonido de ese instrumento. No pude evitar adquirir una expresión admirada y soñadora cuando me lo dijo, y tampoco ponerme a sonreír. - Me encanta la música de violín. - le dije. Y me encantaría si tocara alguna vez para mí, pero no esperaba que fuera a hacerlo, al menos sin conocerme demasiado.

Su pregunta, queriendo saber acerca de mis razones para acompañar a un humano como él, hizo que una expresión divertida barriera de mi rostro la admirada anterior. ¿Y por qué no hacerlo, si puede saberse? ¿Qué hay de malo en que alguien "de mi entidad" como él lo llamaba mostrara interés en criaturas como él? Sinceramente, a veces me sorprende cómo se infravaloran los humanos en ciertas ocasiones, y eso que he pasado mucho tiempo observándoles y ya debería estar curada de espanto. Fallo mío por no estarlo. - ¿Qué le hace pensar, monsieur Moreau, que usted no pueda tener algo de interesante para mí? No me gusta relacionarme simplemente con inmortales, pues de lo contrario mi vida sería muy aburrida. Conociendo a gente como usted puedo adquirir nuevas perspectivas y ¿por qué no? tal vez pasar un buen rato en compañía distinta a la que suelo frecuentar. Un cambio de aires, como se suele decir. - contesté, encogiéndome de hombros. Sí, me gustaba su compañía, y no entendía por qué se infravaloraba. - Pero vamos, si quiere que me vaya a disfrutar de una compañía más adecuada sólo dígalo, que lo haré rauda y veloz. - terminé por decirle, mirándole a los ojos un instante. Después hice ademán de separarme de su lado y avancé unos cuantos pasos lejos de él. No quería irme, pero si era lo que él quería no iba a presionarle para que me entretuviera una noche de mi larga y monótona existencia.

No la dejo marcharse, al contrario, intento detenerla.

-Lo que yo quiero ahora no es alejarme de usted, me atrevería decir que es al contrario, me gustaría estar algo más cerca...

Doy un paso para acercarme a ella pero de repente observo que aparece un hombre encapuchado entre las sombras, portando una espada. De manera instintiva me echo hacía atrás y esquivo un espadazo, que de cortarme, me hubiese partido en dos. Observo que delante de Amanda aparecen otros dos hombres y mi instinto me empuja a ir a ayudarla, pero tengo suficiente con el hombre que tengo en frente. Estos hombres con espadas parecen ser...cazavampiros.

Como esperaba (o como al menos deseaba que fuera a suceder, porque habría sido bastante decepcionante para mi ego que no lo intentara) se adelantó para intentar detener aquella pequeña salida que, en un instante, me había dado por comenzar. Y la verdad fue que aquellas palabras diciéndome que lo que quería no era que me fuera, sino que me acercara más a él, lograron hacerme un poco más feliz aquella noche. ¿Y eso por qué, me pregunto yo? Aquel chico, violinista según me había contado, suponía un poco del preciado aire fresco que yo ansiaba y anhelaba a muerte, y cualquier mínima cosa que me supusiera perderle de vista un instante, siquiera, no era algo que me motivara. Sí, estaba más seguro si se mantenía lejos de mí y de mi creciente atracción por él y su sangre (al principio más por su sangre, pero llegados a estas alturas de nuestra conversación él también se había ganado una parte importante de mi admiración), pero aún así mi egoísmo podía con mi sentido común de dejarle marchar para que su frágil vida no corriera peligro, y por ello en cuanto dijo aquella pequeña frase que supuso tanto, me detuve y estuve a punbto de girarme para mirarle a los ojos y concederle aquel deseo que tanto parecía querer.

Unos pasos, sin embargo, arruinaron aquel momento. Tras él, el sonido del filo de una espada cortando el aire y de no haberse apartado rápidamente también a él me hizo ponerme en tensión violentamente, con mi cuerpo preparado y ágil para la lucha. Dos tipos aparecieron delante de mí con espadas, y sentí detrás de mí que Yohann quería venir en mi ayuda, pero que suficiente tenía con lo suyo. Como si un par de humanos fueran amenaza para un vampiro tan antiguo como yo, por mucho que supieran lo que era. No me conocían ni sabían de lo que era capaz, por lo que tenía una clara ventaja sobre ellos. Ventaja que no dudé un segundo en aprovechar. Me moví veloz como un parpadeo e inmovilicé a uno de los hombres, quitándole la espada de la mano y lanzándola donde no fuera peligrosa. Una vez inmóvil me moví lo suficientemente rápido como para usarle de objetivo del espadazo del otro, que mató a su compañero en vez de a mí. Vio lo que había hecho y dejó caer la espada al suelo, con expresión de horror. Le enseñé los colmillos para asustarle y se fue corriendo. Me giré hacia Yohann, pero él ya se había librado de aquel que le perseguía. - Eso no es algo que vea todos los días.

Miro fijamente al rostro cubierto de mi enemigo mientras escucho a lo lejos como Amanda se deshace fácilmente de sus enemigos. Pero yo tengo que centrarme en la afilada arma que sin duda va a intentar cortarme en dos de un momento a otro. Me tranquilizo y esbozo una sonrisa.

-¿Estás seguro de lo que vas a hacer?

El individuo no responde, en lugar de eso, da el primer paso hacía delante para atacarme. Chasqueo los dedos de mi mano derecha, y en ella aparece una espada exactamente igual a la del hombre. El atacante se detiene al ver la espada en mis manos. Aprovecho sus dudas para sacarle ventaja y con dos pasos de extrema agilidad le propino un tajo en la cintura que lo derriba a instante. La espada desaparece de mis manos una vez cumplido el objetivo. No es que en mis manos haya aparecido una espada de verdad, tan solo ha sido una ilusión que ha hecho creer al hombre que le he cortado por la mitad. Esta ha producido un cortocircuito entre mente y cuerpo, y por lo tanto, se ha desmayado. Levanto la vista y observo que Amanda me mira con bastante interés.

-Bueno, todos tenemos nuestros trucos, ¿no?-Esbozo una sonrisa y la miro fijamente a los ojos.

Al no costarme demasiado tiempo ocuparme de aquellos insensatos que fueron a bromear precisamente con quien menos les convenía (cosa que decía mucho acerca de su calidad como cazavampiros, bastante nula si eran tan débiles e insignificantes como para haberme costado tan poco tiempo acabar con ello. ¿Dónde estaban los de antes, que suponían un auténtico desafío porque sabían por dónde ibas a atacar y la lucha estaba más igualada? Con personas como estas, el mundo para un vampiro se vuelve todavía más tedioso, si cabe), pude girarme y presenciar cómo Yohann arreglaba cuentas con aquel hombre. No hice ni mención de ayudarle o de participar porque me imaginaba que, siendo su lucha, no le gustaría que alguien le arrebatara el placer de la victoria obtenida mediante sus propias armas y técnicas. Por ello me quedé cruzada de brazos mientras la escena de la lucha entre mi acompañante y aquel hombre tenía lugar.

Lo primero que Yohann hizo fue preguntarle si era lo que quería hacer, cosa que sonó más bien como una provocación por su actitud tranquila y sonriente, propia de alguien que está seguro de su futura victoria. Y sin embargo sé que no lo es, que sólo se está limitando a constatar un hecho obvio porque en verdad sabe que le ganará. Con apenas un movimiento suyo, tras un adelantamiento supuestamente amenazador de su contrincante, el arma de éste pasó a la mano de Yohann y le atacó con ella. Supe que había gato encerrado en el mismo momento en que lo hizo, porque semejante golpe tendría que haberle dejado muerto o, como mínimo, sangrando copiosamente (y ambas, gracias a mi olfato, podía percibirlas a la perfección) y, sin embargo, sólo estaba inconsciente. Le miré curiosa durante un momento, sin poder evitarlo, y él me dijo que todos tenían sus trucos. Sí, él no era menos, y de hecho no esperaba que fuera a ser así en ningún momento. Así le daba a todo más diversión. Asentí a sus palabras, simplemente. Una vez calmados ambos sonreí, porque me vino a la mente lo que me había estado diciendo antes de que nos interrumpieran tan poco oportunamente. Me acerqué a él apenas un par de pasos, ignorando el cuerpo del hombre desmayado a nuestros pies, y le dediqué una mirada pícara.- ¿Y exactamente a cómo de cerca te referías apenas hace cinco minutos cuando has dicho que te apetecía estar más cerca?

La frialdad que expresa la vampiresa tras asesinar a esos dos hombres me sorprende en un primer momento pero después lo veo como algo normal. Para los inmortales la muerte es algo frágil, y por lo tanto, no la dan la importancia que debería. En lugar de detenerse en los individuos que nos acaban de atacar, la vampiresa se acerca a mi para saber el trasfondo de mis intenciones. En lugar de responder me agacho hacía el hombre inconsciente para revisar que sus signos vitales están en orden. Una vez hecha la comprobación me pongo de pie y miro a la vampiresa fijamente a los ojos.

-Acaban de morir dos hombres y si no queremos que muera un tercero, hay que llevarlo al hospital, al menos, yo no le voy a dejar morir.

Cargo al hombre en mi espalda y comienzo a caminar calle abajo en dirección a un hospital.

Oh, vaya, ¿cómo había podido olvidarme del hombre que yace en el suelo inconsciente gracias al pequeño truquito de Yohann? Sí, tal vez porque estaba demasiado ocupada tratando de descubrir la razón por la que aquel violinista desaliñado lograba hacerme olvidar cosas tan importantes como que su sangre me llamaba a más no poder o el hecho de que a fin de cuentas era humano, con aquella moralidad acerca de la muerte tan propia de ellos y que tan graciosa me resultaba en muchas ocasiones. Bueno, en muchas no, más bien en casi todas. Pero ¿qué podía hacerle? Tal vez los primeros años tras mi transformación matar humanos me había parecido algo malo, tan deplorable que segura estaba de que iba a morir fulminada por un rayo tras aquello aunque fuera algo necesario para alimentarme y poder vivir algo más, pero cuando eso ya se había convertido en rutina, en algo que tenía que hacer quisiera o no, me había terminado por acostumbrar. Y claro, después de tantos siglos de vida había llegado hasta el punto en el que la muerte me parecía algo tan común como la vida, y de hecho causarla yo no era algo que me quitara el sueño, aunque tampoco lo hiciera por hobby. Normal era que me resultara así, pero no estaba tan segura de que a él le pareciera algo tan claro como a mí. Su mirada, de hecho, me confirmó que no. Me pareció atisbar incluso cierto desdén, pero tal vez eran imaginaciones mías.

No contestó a aquel pequeño comentario por mi parte, sino que se agachó para comprobar que aquel hombre seguía con vida (cosa que, si me hubiera preguntado, le habría dicho, porque desde la distancia a la que estaba podía oír el latido de su corazón de una manera bastante clara e inconfundible en el silencio de la noche, roto sólo por sus palabras). Me dijo (casi como si me lo estuviera echando en cara, aunque en el fondo le entendía, porque para él había sido mi culpa) que habían muerto dos hombres y que había que llevar a aquel al hospital para evitar su muerte, y me limité a inclinar el rostro, sin expresión en el mío, y asentir. De acuerdo, eso podría hacerlo, tan desalmada no era. O bueno, sí lo era, pero no en ese momento particular. Comenzó a caminar en dirección al hospital, siguiéndole sin decir palabra. En cuanto llegamos a aquel lugar le dejó allí, y yo permanecí algo apartada, en las sombras, sin llamar demasiado la atención. No convenía que vieran a una mujer joven acompañándole, o se pensarían cualquier cosa, aunque no hubiera pasado. Maldita sociedad decimonónica... En cuanto nos fuimos de allí continuamos caminando por las calles de París, sumidos en uno de esos odiosos silencios incómodos. Silencio que no tardaría en romper, porque no me gustaban demasiado. - Te ha molestado. No era una pregunta, sino una afirmación, y aunque le entendía en el fondo me molestaba aquel detalle.

A mi modo de ver los vampiros que se entregan a sus instintos son más simples que los propios humanos. Seres que en la mayor parte de las ocasiones se ven totalmente dominados por sus impulsos de matar y que por lo tanto no son capaces de ver nada que trascienda esos instintos. Pero esta vampiresa me llama la atención ya que, en el plenon frenesí asesino que la empujó a liquidar a los agresores en ningún momento consideró asesinarme a mi. Tampoco parece haber pensado esa opción cuando he tomado la determinación de salvar la vida de uno de los atacantes, lo cual convierte a Amanda en todo menos simple. Una vez salvada la vida del hombre continuamos caminando. Un comentario suyo sirve para cortar la tensión instaurada desde el ataque.

-Eres una vampiresa, yo soy un humano, es lógico que para ambos la muerte tenga significados distintos-Acorto la distancia con ella y me sitúo frente a su rostro en medio de la calle.-Antes me has preguntado a que me refería, y aquí tienes tu respuesta.

Sin dudarlo acorto la distancia y me fundo en un profundo beso con ella. Acción que pese a estar cargada de pasión no es más que una arriesgada apuesta a la rueda de la muerte.